Reaccionario es un término referido a ideologías o personas que aspiran a instaurar un estado de cosas anterior al presente. Se originó como expresión peyorativa para referirse, desde la Revolución francesa, a lo que se opone a la revolución, como sinónimo de contrarrevolucionario. Esa identificación se fue matizando con la posterior extensión del concepto «revolución», lo que hizo que el concepto «reacción» fuera cambiando también de contenido, pasando a identificarse usualmente con la oposición entre los términos progresista y conservador, que propiamente designaban en un principio otras posturas políticas.
Se conoce con el nombre de reacción thermidoriana a la fase de la revolución francesa que acaba con el predominio jacobino (Robespierre, Terror) el 9 de thermidor del año II, 27 de julio de 1794.
Fuerzas sociales como la nobleza y el clero católico, movimientos intelectuales como el romanticismo conservador, fuerzas políticas como el legitimismo y la restauración de la monarquía absoluta que forman parte del mundo ideológico del Congreso de Viena y el sistema internacional de Metternich; son las «fuerzas reaccionarias» que se oponen hasta la Revolución de 1848 a las revolucionarias o liberales.
Desde esa fecha o desde el momento en que se la considere nueva clase dominante, la burguesía triunfante en toda Europa deja de ser revolucionaria (como ocurrió en Thermidor), pasa a temer la revolución social de las clases bajas, y el término reaccionario pasa a identificarse por extensión con los términos conservador o derechista, con los que no debiera coincidir propiamente.
Lo mismo puede decirse de la identificación con partidos o movimientos políticos del siglo XX, como el fascismo, el nazismo; o con sistemas políticos autoritarios, como el de Philippe Pétain (régimen de Vichy) en la Francia ocupada, el de Józef Piłsudski en Polonia, António de Oliveira Salazar en Portugal, Francisco Franco en España, etc.
Desde la misma Revolución francesa se viene produciendo el paradójico hecho de considerar contrarrevolucionarios o reaccionarios no solo a los partidarios del Antiguo Régimen, sino también a los iniciadores de un movimiento revolucionario cuando son sobrepasados por la izquierda por los líderes siguientes, e incluso perseguirlos con más fuerza que a aquellos, por considerarlos traidores. Eso ocurrió con los moderados girondinos por los radicales jacobinos, que les llevaron a la guillotina, antes de ser a su vez llevados a ella por la reacción thermidoriana. Ante esto, se ha acuñado el lema, muchas veces repetido y aplicado a distintos procesos revolucionarios, según el cual "la revolución devora a sus hijos". Esta idea es atribuida, en su origen, al francés Pierre Victurnien Vergniaud (un girondino guillotinado por los jacobinos en 1792), quien dijo: Es de temer que la revolución, como Saturno, acabará devorando a sus propios hijos.
Las sucesivas escisiones del movimiento obrero desde finales del siglo XIX, y posteriormente la experiencia revolucionaria en Rusia, fueron ampliando la aplicación del epíteto reaccionario o contrarrevolucionario a cualquiera que mostrara desviacionismo, es decir, que no coincidiera con la interpretación de la revolución del que lanza la acusación, con mayor o menor fortuna, y lógicamente, recibiendo similar calificación por parte de la tendencia descalificada:
La atomización de los movimientos revolucionarios puede llevar a extremos de aislamiento que consideran reaccionario o contrarrevolucionario a todo el mundo a excepción de un escaso grupo que sigue al líder. Tal cosa ha ocurrido históricamente antes del movimiento obrero, como con las sectas protestantes (anabaptistas en el siglo XVI), y dentro de este siempre puede justificarse en la teoría de la vanguardia proletaria de Lenin. Buenos ejemplos son los jemeres rojos de Pol Pot en Camboya, el Sendero Luminoso en Perú, o los regímenes comunistas aislados de Albania en los años 1980 y de Corea del Norte en la actualidad. La evolución de la República Popular China, antes y después de la muerte de Mao, hasta la teoría de un país, dos sistemas, ha dado oportunidad también de ver todas las modalidades imaginables del empleo del concepto reacción y contrarrevolución.
Lo mismo puede decirse de la infinidad de movimientos totalmente izquierdistas de América Latina:
Por no remontarse más allá, pueden rastrearse fenómenos reaccionarios en España desde la oposición a la Ilustración en el siglo XVIII, que en aquel momento podría llamarse postura antifrancesa o castiza, o incluso confundirse con polémicas entre órdenes religiosas o disputas de estudiantes y becarios de los colegios universitarios (golillas y manteístas). Hubo dos momentos estelares durante el reinado de Carlos III de España: la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, y el proceso inquisitorial a Pablo de Olavide en 1775-1778.
El reinado de Carlos IV de España significó una deriva reaccionaria de la orientación del gobierno, coincidiendo con la Revolución francesa, aunque los ilustrados siguieron gozando de la confianza real y podría decirse que la protagonizaron ellos mismos (Floridablanca). La activa participación del clero para condenar a la revolución anticristiana francesa continuó en la Guerra de Independencia (tanto contra los franceses y afrancesados como contra los liberales en las Cortes de Cádiz) y en los periodos absolutistas de Fernando VII.
El bando carlista en la guerra agrupó a clérigos, nobles y campesínos partidarios de la vuelta al Antiguo Régimen; pero en el bando isabelino, dividido entre progresistas y moderados, estos procuraron una aproximación a los elementos más integrables del carlismo tras el abrazo de Vergara. Entre los ideólogos del moderantismo destacó Donoso Cortés, buen conocedor del doctrinarismo y las distintas ramas del monarquismo francés (orleanistas, legitimistas, ultrarrealistas); y entre los "hombres fuertes" del partido, Narváez, su principal "espadón".
Reducidos a minoría durante el sexenio democrático, moderados y neocatólicos de procedencia carlista confluyen en el Partido Liberal Conservador de Antonio Cánovas del Castillo, una de cuyas primeras medidas tras el golpe de Estado de Martínez Campos que puso fin a la Primera República Española fue estimular la enseñanza católica y depurar la Universidad de elementos hostiles como los krausistas. Francisco Giner de los Ríos y otros catedráticos tuvieron que fundar la Institución Libre de Enseñanza para poder ejercer la libertad de cátedra que se les negaba. Simultáneamente triunfaba la monumental erudición de Marcelino Menéndez y Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles), al que se considera cumbre del pensamiento reaccionario español. «Consagró su vida a su patria. Quiso poner a su patria al servicio de Dios». Son las elocuentes palabras con que Ángel Herrera Oria sintetizó la vida de Menéndez y Pelayo.
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