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Cuentas del Gran Capitán



¿Qué día cumple años Cuentas del Gran Capitán?

Cuentas del Gran Capitán cumple los años el 15 de enero.


¿Qué día nació Cuentas del Gran Capitán?

Cuentas del Gran Capitán nació el día 15 de enero de 504.


¿Cuántos años tiene Cuentas del Gran Capitán?

La edad actual es 1520 años. Cuentas del Gran Capitán cumplió 1520 años el 15 de enero de este año.


¿De qué signo es Cuentas del Gran Capitán?

Cuentas del Gran Capitán es del signo de Capricornio.


Las Cuentas del Gran Capitán son un tópico cultural español que se basa en una anécdota atribuida a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que ridiculizó a Fernando el Católico cuando éste le pidió cuentas de los gastos en que había incurrido durante la campaña de Nápoles, a finales del año 1506. La respuesta de aquel fue desafiar al rey con una enumeración de gastos exorbitantes en conceptos absurdos (la frase más famosa de la respuesta, que suele usarse también como tópico, es en picos, palas y azadones, cien millones…) pero que aludían directamente al heroísmo de sus soldados y a las victorias conseguidas, que habían supuesto la derrota francesa y proporcionado en la práctica acceso al resto de Italia desde la base del reino de Nápoles. Como frase hecha, se utiliza para calificar de exagerada a una relación de gastos, o incluso a un listado de cualquier tipo, para ridiculizar una relación poco pormenorizada o para negar una explicación pedida por algo a la que no se tiene derecho.

Como tópico, viene a coincidir con el estereotipo que se dibuja del carácter nacional español en el siglo XVI, que en sus extremos más negativos es fijado en la Leyenda Negra, y en sentido contrario, es tomado como muestra de las virtudes viriles de la raza española. Como en la anécdota, este carácter sería fiel pero orgulloso, desapegado de lo material, valiente hasta la temeridad, violento y desafiante, y no se rebaja a rendir ni pedir cuentas (únicamente a las de lances amorosos y muertos en desafío que Don Juan Tenorio hace con Don Luis Mejía, que había puesto su pica en Flandes, mientras el otro lo hacía en Italia).[1]

El tratamiento literario del hecho se debe a una recomposición[2]​ (véase más abajo un texto que puede considerarse más próximo al real) que comienza rimada y que habrá de considerarse popular, puesto que más que del original o de otro autor conocido provendría de sucesivos añadidos:

Más de un siglo más tarde, parte de la divulgación del tópico se debe a una obra de teatro homónima, de Lope de Vega.[3]

Una interpretación del hecho supone que, tras la muerte de Isabel la Católica en 1504, viendo su viudo Fernando el Católico que la Guerra de Italia estaba siendo enormemente costosa, pidió a Gonzalo Fernández de Córdoba que le presentara cuentas justificadas de tales gastos. Parece ser que los enemigos políticos del Gran Capitán querían aprovechar la muerte de la reina, hasta entonces valedora del militar castellano.[4]

Una narración clásica, que se no se priva de aplaudir el desplante castizo del Gran Capitán, se encuentra en la biografía del Gran Capitán obra de Luis María de Lojendio:[5]

Lojendio pone el episodio en el contexto del desembarco de Fernando en Nápoles el 1 de noviembre de 1506, poco después de enterarse de la muerte de Felipe el Hermoso en Burgos (25 de septiembre). La posición que tiene en ese momento el rey es delicada: debe procurar restaurar en sus posesiones a todos los nobles napolitanos que le sea posible (a excepción de los dos más significados partidarios de Carlos VIII de Francia: el Príncipe de Rossano y el conde de Campobasso), en perjuicio de los compañeros a los que el Capitán ha repartido un generoso botín (cita Lojendio a Pedro de Paz, Antonio de Leiva, Benavides, Gómez de Solís, el Prior de Messina, Luis Herrera, el Comendador de Trebejo, Diego García de Paredes, el capitán Cuello, Mosén Mudarra y Micer Teodoro, capitán de albaneses).[7]

La posición de Gonzalo de Córdoba no excluía la posibilidad de convertirse él mismo en rey de Nápoles (como le sugería algún compañero de armas o algunos napolitanos), o cambiar de bando como cualquier otro condotiero de la Italia de la época, y ponerse al servicio del Papa o de quien mejor hiciese las cuentas.[9]​ Fernando se las apañó para volver con él a España, conjurando el peligro. Recluido en sus feudos andaluces, verá cómo los torreones de su castillo de Montilla serán desmochados, como los de muchos otros nobles levantiscos. La monarquía autoritaria, aún en sus inicios, estaba luchando por imponerse, y los tiempos corrían en su favor. Es bien sabido que Fernando estaba siendo observado por Maquiavelo, que le tomó como uno de los modelos de su Príncipe perfecto.[10]​ También es bien sabido que, en el estereotipo del español castizo, esa dimensión calculadora y pragmática de Fernando era peor vista que la de otros reyes más idealistas (y no menos prudentes, como Felipe II).

No hay que olvidar que a la muerte de Isabel, Fernando sólo es rey en la Corona de Aragón, a la que están vinculados los reinos italianos desde el siglo XIII (vísperas sicilianas), mientras que en la Corona de Castilla la reina es su hija Juana (Juana la Loca). El que volvieran a unirse las dos coronas fue en parte un azar, ya que Fernando volvió a casarse (con Germana de Foix) y podía haber tenido descendencia. No obstante nunca dejó de gravitar sobre la política castellana, tutelando tanto la actividad de su hija como la de su yerno (Felipe el hermoso, cuya temprana muerte hacía el equilibrio aún más complicado), y la declaración de locura de Juana que le hicieron retomar el control, como regente en nombre de la reina incapaz y en espera de la mayoría de edad de su nieto Carlos (futuro Carlos I de España).

La unión de las dos coronas era únicamente personal en la figura de sus reyes, y se había disuelto –nadie sabía si temporal o definitivamente- con la muerte de la reina. Los proyectos de expansión de cada una eran geográficamente opuestos: atlántico el de Castilla y mediterráneo el de Aragón. La alianza secular de la alta nobleza castellana (la lana) con Flandes (los paños), en ese momento controlado por Maximiliano I de Habsburgo, consuegro de Fernando el Católico por ser el padre de Felipe el Hermoso, era compatible sólo hasta cierto punto con la expansión por Italia y el norte de África, coyunturalmente y más que otra cosa por el común enemigo: el reino de Francia.

La no integración entre Castilla y Aragón se ve claramente en la exclusión de esta última de la recién comenzada aventura americana: será Sevilla la que organice el monopolio de este comercio, reservado a comerciantes de nacionalidad castellana, y no podrán intervenir catalanes, valencianos, mallorquines ni aragoneses. Lo indica explícitamente el lema que el propio Fernando mandó grabar como epitafio en la tumba del Almirante, muerto ese mismo año de 1506:

que se convirtió (la mutación de las frases célebres no es exclusiva de las Cuentas) en una coplilla popular irónicamente terminada con otro verso:

Gonzalo, en Italia, reorganiza la Infantería creando las Coronelías, unidades que serían la base de los futuros Tercios, tropas experimentadas en la Guerra de Granada y de base nacional castellana, aunque mercenarias y por tanto abiertas a cualquier soldado de fortuna de Europa, como los citados albaneses, y que no tardando mucho incluirían a los famosos lansquenetes alemanes, que se destacaron veinte años más tarde, ya en reinado de Carlos V, en la batalla de Pavía (que significó la captura de Francisco I de Francia y el dominio español sobre el norte de Italia a través del ducado de Milán) y el subsiguiente saco de Roma.


GARCÍA Allá decía un discreto, / que no venían por años, / ni las canas ni los cuernos. / Vese claro, pues el Sol / tiene de edad lo que el tiempo, / y se está tan boquirrubio, / como cada día le vemos. / La Luna está toda cana / desde niña, y le salieron / cuernos aquel mismo día.


CAPITÁN Primeramente se dieron / a espías ciento y sesenta / mil ducados.


CONTADOR ¡Santos cielos!


CAPITÁN ¿Qué os espantáis? Bien parece / que sois en la guerra nuevo. / Más cuarenta mil ducados / de misas.


CONTADOR 2.º Pues, ¿a qué efeto?


CAPITÁN A efeto de que sin Dios / no puede haber buen suceso.


GARCÍA Y como, demás que entonces / andando todo revuelto, / no se hallaba un capellán / por un ojo.


CONTADOR Al paso desto, / yo aseguro que le alcance.


CAPITÁN Como se va el Rey huyendo / de tantas obligaciones, / quiero alcanzarle y no puedo. / Más ochenta mil ducados / de pólvora.


CONTADOR 2.º Ya podemos / dejar la cuenta.


GARCÍA Bien hacen: / temerosos son del fuego.


CAPITÁN Escuchen por vida mía. / Más veinte mil y quinientos / y sesenta y tres ducados, / y cuatro reales y medio, / que pagué a portes de cartas.


CONTADOR ¡Jesús!


GARCÍA ¡San Blas!


CAPITÁN Y en correos, / que llevaban cada día / a España infinitos pliegos.


GARCÍA Vive Dios, que se le olvidan / más de doce mil que fueron / a Granada y a otras partes; / y aún era tan recio el tiempo, / que se morían más postas / que tienen las cuentas ceros.


CAPITÁN Más de dar a sacristanes / que las campanas tañeron / por las vitorias que Dios / fue servido concedernos, / seis mil ducados y treinta / y seis reales.


GARCÍA Sí, que fueron / infinitas las vitorias, / y andaban siempre tañendo.


CAPITÁN Más de limosnas a pobres / soldados, curar enfermos, / y llevarlos a caballo, / treinta mil y cuatrocientos / y cuarenta y seis escudos.




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