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Cultura moche



La cultura moche o mochica es una cultura arqueológica del Antiguo Perú que se desarrolló entre los siglos II y VII d. C. en el valle del río Moche (actual provincia de Trujillo, en el departamento de La Libertad). Esta cultura se extendió hacia los valles de la costa norte del actual Perú. Esta hizo grandes obras de ingeniería hidráulica como canales de riego y represas, lo que les permitió ampliar su frontera agrícola a gran escala.

Para la cultura mochica la materia prima fue el adobe. Construyeron complejos religiosos-administrativos de carácter monumental, conformados por palacios y templos o huacas (en forma de pirámide trunca), las cuales los recubrían de grandes murales en alto y bajo relieve, pintados con colores extraídos de la naturaleza, donde plasmaron sus dioses, mitos, leyendas y toda su cosmovisión cultural. Las más notables de estas construcciones son las llamadas Huacas del Sol y de la Luna, en el valle de Moche.

Fueron los mejores metalurgistas de su época en Américaː conocieron una gran variedad de técnicas (dorado, laminado, martillado, alambrado, soldadura, etc.), lo que les permitió fabricar herramientas, armas, atuendos, emblemas, ornamentos y toda su variada y rica parafernalia ritual.

Son considerados los ceramistas del antiguo Perú, gracias a su fino y elaborado trabajo que realizaron en sus ceramios. En ellas representaron, tanto de manera escultórica como pictórica, a divinidades, hombres, animales y escenas significativas referidas a temas ceremoniales y mitos que reflejaban su concepción del mundo, destacándose la asombrosa expresividad, perfección y realismo con que los dotaban. De este arte sobresalen los huacos retratos y los huacos eróticos.

Fueron navegantes: construyeron caballitos de totora, los que hacían más pequeños para la pesca y más grandes para sus viajes hasta las costas ecuatoriales, desde donde traían conchas de Spondylus, sagrada para los moches, y en general, para el resto de las culturas costeñas del Antiguo Perú.

Políticamente, las sociedades moches ―de fuerte segmentación en clases sociales― se organizaban en reinos o señoríos confederados. Se ha podido conocer más sobre esta cultura gracias al descubrimiento de algunas tumbas intactas de sus gobernantes o señores, como la del Señor de Sipán y la Dama de Cao.

Esta cultura deriva su nombre del valle homónimo de Moche, actualmente también llamado Valle de Santa Catalina, sede de las más conocidas e imponentes construcciones moches, las huacas del Sol y de la Luna.

Los mochicas se expandieron por el sur hasta el valle de Nepeña (Áncash) y por el norte hasta el valle de Piura (Piura).

Ocuparon los siguientes valles de la costa norte peruana:

Inicialmente fue conocida como cultura protochimú o Chimú temprano, pero recibió el nombre de «cultura moche» tras los descubrimientos en el valle de Moche. También se la denomina «cultura mochica» en razón del nombre de la lengua, el muchik, que hablaban sus pobladores.

Tradicionalmente se ha considerado a la cultura moche como un estado centralizado, con su núcleo en las huacas del Sol y de la Luna. Sin embargo, modernos estudios demuestran que hubo dos regiones mochicas bien diferenciadas, una al norte y otra al sur, geográficamente separadas por la Pampa de Paiján.[1]

Más al sur están los sitios de Huancaco y Huaca de la Cruz (valle de Virú), Pampa de los Incas (valle de Santa) y Pañamarca (valle de Nepeña).


La civilización mochica fue identificada por Max Uhle en 1909, quien la clasificó como proto-chimú (es decir, antecesora del Reino Chimú). Uno de sus principales investigadores fue el alemán Hans Hinrich Brüning, ingeniero de profesión que llegó a trabajar en las azucareras de Lambayeque y La Libertad. En 1899, con el patrocinio de la madre del editor de periódicos William Randolph Hearst, Brüning excavó 31 yacimientos funerarios en las inmediaciones de la Huaca del Sol y de la Huaca de la Luna (cercanos a Moche, el pueblo actual que dio su nombre a la antigua cultura).

Esta cultura también fue estudiada por los arqueólogos peruanos Julio C. Tello y Rafael Larco Hoyle (1901-1966).[2]​ En particular, destaca la labor de Larco Hoyle, quien identificó de manera científica los diversos períodos de esta cultura, a base de los estilos y la técnica de su cerámica.

No obstante, el constante saqueo de yacimientos arqueológicos hace difícil estudiar la civilización hoy en día. Por ello, el descubrimiento de tumbas intactas de dos gobernantes mochicas en 1987 y 2006 (el Señor de Sipán y la Dama de Cao, respectivamente) fue clave para relanzar el estudio científico de la cultura.[3]

La historia moche se desenvuelve en el llamado Intermedio Temprano, periodo de la civilización andina caracterizado por el desarrollo de culturas regionales, tras la decadencia del Formativo Andino. Contemporáneas con la cultura moche fueron la cultura vicús, la cultura nazca, la cultura recuay, la cultura lima, la cultura cajamarca y la cultura tiahuanaco.

Teniendo como base las periodizaciones de Rafael Larco Hoyle, de Luis Castillo Butters y de Christopher Donnan, se puede dividir la historia moche de la siguiente manera:[4]

Existen diversas hipótesis formuladas principalmente por arqueólogos, para explicar el colapso de las sociedades moches [6]

Fallas ideológicas: Existen hasta el momento, tres modelos conocidos que apuntan a que el fin de las sociedades moches se relaciona con el aspecto ideológico, que se encontraba fundamentado principalmente en la religión moche y que servía como justificación a las élites moche para explicar sus posiciones de poder. La primera, apoyada por Izumi Shimada y fundamentada en sus hallazgos en Pampa Grande, explica que el colapso moche se debió a rebeliones de grupos no-moche quienes, al no haber sido asimilados a la religión estatal, no habrían encontrado razones para justificar a los gobernantes moches en el poder. El segundo modelo, formulado por Luis Jaime Castillo, explica que el colapso se debió a la nueva ideología imperante entre los pobladores moches y no-moches, que habría sido promovida y traída por las mismas élites que los gobernaban y que -según el mismo Castillo- habría sido la misma imperante en el territorio imperial de los Wari, basándose en la aparición para el periodo de Moche V de cerámica y arquitectura moche claramente influenciadas por la cultura Wari (como es el caso de la aparición del Dios de los Báculos en iconografía moche o la arquitectura presente en Centros administrativos de dicho periodo como la de Cerro Chepén). Esta nueva ideología no habría ofrecido la justificación necesaria que ofrecía la ideología anterior cuál justificaba a las élites moche en sus puestos de poder.

Factores climáticos: Los modelos que entran en esta clasificación apuntan a la presencia de factores climáticos anómalos, como los desencadenantes del colapso de las sociedades moche, yendo desde quienes señalan al fenómeno del Niño como el principal responsable de este colapso (Walter Alva), hasta quienes proponen a las sequías que asolaron la fase V moche, basándose en muestras de hielo obtenidas del barrenado de glaciares peruanos.

Conflictos internos: Esta teoría surge de análisis de patrones de asentamiento desarrollados por Tom Dillehay, quién propone que para algún momento del periodo Moche Tardío, existió un fuerte periodo de conflicto entre las diversas comunidades mochicas existentes, lo cuál los pudo dejar indefensos frente al ataque de algún actor externo, como pudiera ser el por entonces estado Cajamarca, que según Marco Rintel, habría ocupado parte del Jequetepeque mochica en la época de decadencia moche. No se menciona al Imperio Wari como posible actor externo, pues a pesar de haber sido popular la idea de un dominio Wari sobre la costa norte peruana, actualmente la mayoría de arqueólogos, coinciden en que la influencia de Wari hacia la cultura moche fue meramente ideológica.

Herederas de la cultura moche fueron la cultura lambayeque y el reino chimú.

Los moches tuvieron una especial preocupación por el desarrollo agrícola. En este sentido, cultivaron maíz, camote, yuca, papa, calabaza; frutas, tales como tuna, lúcuma, chirimoya, tumbo, maní y papaya. Cultivaron además el algodón en sus colores naturales (blanco, marrón, rojizo y morado), para uso industrial. También cultivaron totora.

Como precisaban llevar agua para cultivar tierras secas, construyeron canales (Wachaques) que se muestran como notables obras de ingeniería hidráulica, como el de Ascope y el de La Cumbre.

Asimismo construyeron represas como la de San José, cuales aguas almacenadas servían para irrigar las tierras en tiempo de sequía y escasez.

Quedó registrada una sequía de varios años, que se cree que está relacionada con una erupción del Anak Krakatau, que generó un invierno de dos años en todo el mundo (Véase Fenómenos meteorológicos extremos de 535-536). Es más probable, sin embargo, que se debiera al Fenómeno del Niño, que hacia el 650 d.C. ocasionó una terrible crisis en la producción agrícola, que llevó al abandono de muchas tierras de cultivo y a la reducción del territorio moche.

Los mochicas tuvieron gran experiencia como pescadores y eso lo demuestra las antiguas embarcaciones que usaban y que hasta ahora se siguen fabricando, denominadas caballitos de totora. Pescaron tollos, rayas, lenguados, etc. y recolectaron mariscos como erizos y cangrejos.

El mar ejerció sobre los mochicas un atractivo especial. Provistos de sus caballitos de totora, que ya tenían cerca de tres mil años de antigüedad entonces, se convirtieron en diestros pescadores. Con embarcaciones más grandes (balsas de totora y cañas, o posiblemente, troncos) organizaron expediciones que arribaron hasta las islas Chincha para extraer el guano, tan eficiente para el abono de las chacras. Hay indicios incluso que hicieron expediciones hasta el Ecuador, por el norte, y hasta Chile, por el sur. Del Ecuador traían las conchas de Spondyllus, sagradas para los moches, de las cuales hacían pectorales y brazaletes o los trituraban y los espolvoreaban en los templos y palacios; y de Chile traían lapislázuli.

Poseían también naves guerreras que eran tripuladas por más de tres o cuatro personas y que transportaban a grupos militares o a los prisioneros vencidos en las guerras. Todas esas embarcaciones no son distintas a las fabricadas por otras culturas costeñas desde el 1000 a. C.

Una de las culturas peruanas que se caracteriza por tener una de las mejores cerámicas, es la Cultura Moche. Hombres, divinidades, animales, plantas y escenas cotidianas de la vida moche fueron representados en vasijas de arcilla y barro. La cerámica resalta por su expresividad, realismo y perfección, usando metales de oro y plata.

Moche era un estado militar conquistador gobernado por reyes conectados con los dioses o considerados de herencia divina. Arqueólogos que han estudiando la zona tienen la teoría que la Huaca de la Luna era residencia del soberano-rey mientras que la Huaca del Sol, era el lugar de la nobleza principal.

Poseía distintos niveles de organización política: en un primer lugar el soberano, en segundo lugar un grupo de la nobleza principal, quienes estaban encargados de la administración. Y en un tercer lugar, un grupo de burócratas.

Cada valle controlado por el estado, poseía dos huacas, es decir un lugar sagrado, que al ser característico de Moche le otorgaba poder político y religioso. Aunque dichos valles debían contar con su soberano o señor; que se aliaba con sus vecinos para realizar obras de bien común, para efectuar ceremonias rituales o para emprender conquistas militares.

Los señores se vestían con prendas lujosas, con adornos de oro, plata y cobre, que simbolizaban sus atributos sagrados, y al morir eran enterrados con igual fastuosidad, como se puede ver en la tumba del Señor de Sipán.

El más conocido legado cultural mochica es su cerámica, generalmente depositada como ofrenda para los muertos.

Los mochicas plasmaron en sus cerámicas el entorno de su mundo cultural y religioso, bajo la forma de imágenes escultóricas, o bien decorando a pincel la superficie de la vasija. Su cerámica constituye por ello el mejor documento y testimonio de su cultura.

Sus principales características son:

Su realismo es característica resaltante en sus huaco retratos, su famosa plástica asombra por la expresividad y perfección de verdaderos retratos de arcilla. Los cánones clásicos de perfección y realismo se reconocen aún en seres mitológicos, animales humanizados, hombres con atributos zoomorfos o partes combinadas de varios animales. Sin embargo, también realizaron cerámica con gran contenido simbólico de pensamiento e ideas donde las imágenes se vuelven más abstractas y conceptuales; ambas tradiciones, tanto la simbólica como la realista, se encuentran sumamente vinculadas. Incluso hay piezas cerámicas donde conviven estas dos tendencias.

Analizando la iconografía de la cerámica, los investigadores actuales también pueden conocer interesante información sobre la vida de los moches:[cita requerida] ceremonias funerarias, ceremonias rituales, paisajes, viviendas, guerras, enfermedades, etc., proporcionando así un vínculo entre los vivos y los muertos.

Sus pictografías derrochan vida y movimiento en las complejas escenas de ceremonias, combates, cacerías rituales y probables relatos míticos. Sin embargo, la vajilla para uso diario, utensilios domésticos y vasijas para agua fueron funcionales, sencillos y escasamente decorados. También destacan los huacos de representaciones de carácter sexual, mostrándose de forma explícita escenas de onanismo, coito en grupo e incluso reproducción animal. Se cree que estas manifestaciones artísticas podrían tener unas connotaciones culturales y religiosas de simbolismo de la fertilidad.

La cerámica mochica generalmente se propicia en masa, mediante el uso de moldes. Sobre ellas el especialista aplicaba técnicas como: modelado, grabado, pintura. El asa estribo era confeccionado aparte. Por último, la pieza era llevada al horno; es bícroma resaltando el rojo y el crema.

Tomando como base el estudio de más de 30.000 ceramios, Larco Hoyle estudió la evolución de las formas de la cerámica moche y dividió su desarrollo en cinco etapas, que son:

Como base para sus construcciones emplearon el adobe, puesto que era la materia prima que tenían a la mano. Construyeron grandes palacios, urbes y templos, los cuales recubrían de murales en alto y bajo relieve, pintados de colores extraídos de la naturaleza a los cuales les agregaban colágeno extraído de la cocción de las patas de las aves, que actuaba como una especie de látex; decoraban con representaciones de sus dioses, mitos, leyendas y toda su cosmovisión.

En las construcciones importantes como las huacas, se solía hacer cada cierto tiempo una reedificación, en la cual en vez de remodelar una pared, la tapaban construyendo otra adelante; esto se puede apreciar en todas las huacas.

En su arquitectura monumental destacan las Huacas del Sol y de la Luna, en Moche. La Huaca del Sol es un inmenso edificio que mide más de 40 m de altura y tiene 5 terrazas superpuestas: los expertos calculan que se necesitaron más de 140 millones de adobes para su construcción. A 500 m de esta huaca se alza la Huaca de la Luna, de 21 m de altura y de tres terrazas; esta destaca por sus bellas pinturas murales, una de las cuales representa el rostro fiero de un dios, posiblemente Ai apaec. Se cree que la Huaca del Sol fue un centro administrativo, mientras que la Huaca de la Luna era un centro religioso.

Las casas de los pobladores comunes (pueblo) eran erigidas en pequeñas comunidades. Los materiales que usaban ellos eran los mismos que se empleaban para las huacas a excepción de las pinturas. Las casas tenían patio propio y techo de dos aguas para las lluvias.

En muchos edificios moches se han encontrado pinturas murales, de inspiración religiosa, ya que representan a seres divinos o escenas relacionadas con ellos. Son de destacar dos lugares donde se han encontrado bellos murales: la Huaca de la Luna y la Huaca Cao Viejo (o El Brujo).

Las pinturas murales de la Huaca de la Luna son de 5 colores (blanco, negro, rojo, azul y amarillo), los cuales fueron obtenidos de minerales. Su mural más famoso es el que representa a un personaje antropomorfo conocido como el “demonio de las cejas prominentes”, que se ha identificado con la divinidad moche llamada Ai apaec o el dios degollador.

En la Huaca Cao Viejo hay un gran mural que representa una procesión de prisioneros desnudos y unidos con una soga, sin duda condenados a muerte que caminan hacia el “degollador”.

También existen murales en la Huaca de Pañamarca, con representaciones mitológicas (caracol-felino) y escenas cotidianas (luchadores).

Los mochicas fueron los mejores metalurgistas de su época. Utilizaron el oro, la plata, el cobre y sus aleaciones. La aleación más característica fue la tumbaga (mezcla de oro y cobre). Doraron el cobre mucho antes que en Europa y conocieron una variedad de técnicas, como el laminado, martillado, alambrado, soldadura, etc. Fabricaron herramientas, armas, atuendos, emblemas, ornamentos y toda su variada y rica parafernalia ritual.

Es de destacar su pericia para construir figurinas de poco más de 2 cm con partes móviles, unidas con pequeñísimas grapas.

Según los estudios del arqueólogo peruano Rafael Larco Hoyle (1901-1966), los mochicas poseían un sistema de escritura a la cual llamó escritura pallariforme, y que consistiría en grabar líneas, puntos, zigzags y otras figuras con diferente significado en los pallares pintados en muchos vasos cerámicos, ya que presentan variedad de diseños que hacen pensar en algún sistema original de transmisión de datos numéricos y posiblemente no numéricos.

Por sus dioses castigadores, la representación de dioses decapitadores era muy común, siendo el principal Ai Apaec, quien también era la principal deidad de los mochicas. Adoraron además al sol y a la luna. También rindieron culto a dioses antropozoomorfizados, con rasgos de cangrejo, zorro, búho, pez gato, pato pico de cuchara (extinto), serpiente, águila, puma, jaguar, lagartija, perros, sapos, venados, arañas, pulpos, monos, cóndores , iguana, murciélago y colibrí.

Estos dioses muestran clara influencia de la cultura chavín, que fue anterior a la cultura mochica. Se puede apreciar el parecido en los colmillos y los rasgos felinos que se observan en algunas de sus representaciones.

Los sacrificios humanos eran practicados por los mochicas con fines rituales.

Sus dioses eran muy variados dependiendo el lugar donde este situado

Sipán es una pequeña localidad que se ubica a 35 kilómetros al sureste de Chiclayo. Allí se encuentra la denominada Huaca Rajada. En marzo de 1987 el arqueólogo peruano Walter Alva logró erradicar a los huaqueros (ladrones de huacas) y procedió a realizar excavaciones.

Es la primera tumba de un gobernador precolombino hallada intacta en el Perú. Data del siglo III. Actualmente, los restos de este personaje se encuentran en el Museo Tumbas Reales de Sipán, en Lambayeque. Se trata de un hombre de 1,67 m, y de entre 35 a 40 años de edad. Se lo halló al lado de los restos de 8 personas (tres mujeres, dos varones, un niño y dos guardianes) y animales (dos llamas y un perro). El cuerpo del personaje estaba cubierto de numerosos ornamentos, armas y emblemas de oro, plata y cobre dorado. Se hallaron también 209 ceramios, muchos de los cuales contenían ofrendas. Meses después se hallaron dos tumbas más: la de un sacerdote contemporáneo al Señor de Sipán, y la de un personaje que, por las armas, atuendos, ornamentos y emblemas, debió tener el mismo cargo del señor de Sipán, y al que se bautizó como el “Viejo Señor de Sipán” (antepasado del Señor de Sipán en tres generaciones).

Dos tumbas de sacerdotisas fueron halladas en el complejo arqueológico San José de Moro, en el distrito de Pacanga, provincia de Chepén. Una fue hallada en 1991 y otra en 1992. Comparten una serie de rasgos comunes: se hallan acompañadas de otros cuerpos, así como de individuos sacrificados en las entradas; así como contienen una profusión de objetos a manera de ofrendas: vasijas cerámicas, mates (que estarían sin duda llenas de alimentos) y adornos de metal.

El descubrimiento de la tumba de la Dama o Señora de Cao fue dado a conocer en 2006. Fue hallada en la huaca Cao Viejo y data aproximadamente del 400 d. C., unos 150 años después del apogeo del Señor de Sipán. Se trata de los restos momificados de una mujer de 1,45 metros de altura y entre los 20 y 25 años, cubiertos por collares de oro, plata, lapislázuli, cuarzo y turquesa, narigueras de oro y plata, diademas y coronas. En la tumba se encontraron también cetros de madera forrados de cobre, utilizados en las ceremonias como símbolos de poder y hegemonía, y diversas placas de metal sueltas que cubrían la mortaja de algodón natural. Se trata sin duda de los restos de una gobernante moche que rigió en el valle de Chicama.

Metalurgia mochica. Maíz

Huaco retrato. Noble con tocado.

Cerámica erótica mochica. Felación.

Jaguar. Cerámica pictórico-escultórica zoomorfa.

Llamas en cópula. Museo Larco.

Orfebrería mochica. Nariguera con incrustaciones de turquesa.

Guerrero mochica genuflexo con armas.

Pescador mochica en embarcación denominada «caballito de totora».

Trompeta de cerámica mochica.

Cerámica escultórica. Varón con parálisis facial.

Músico mochica con tambor.

Pato guerrero.

Noble con tocado y pintura facial.

Noble con tocado y nariguera.

Cerámica erótica mochica.

Representación mochica de la patata (Solanum tuberosum).

El sacrificio ritual mochica de prisioneros aparece representado en infinidad de cerámicas y relieves pintados en las huacas.



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