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Exterminio de los selknam



Por genocidio selknam (genocidio selk'nam o genocidio ona) se conoce a los hechos definidos como genocidio ocurridos entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX en contra de los selknam u onas, pueblo amerindio de la isla Grande de Tierra del Fuego. La última representante pura de este pueblo, Ángela Loij, falleció en 1974. Actualmente solo existen algunos descendientes mestizos de esta etnia.[1][2][3]

Hacia fines del siglo XIX la isla Grande de Tierra del Fuego concitó el interés de grandes compañías ganaderas. La introducción de las estancias ovejeras creó fuertes conflictos entre los nativos y los colonos británicos, argentinos y chilenos, conflicto que adquirió ribetes de guerra de exterminio. Las grandes compañías ovejeras llegaron a pagar una libra esterlina por cada selknam muerto, lo que era confirmado presentando manos u orejas de las víctimas. Las tribus del norte fueron las primeras afectadas, iniciándose una oleada migratoria al extremo sur de la isla para escapar de las masacres. En busca de alternativas a la matanza, en 1890 el Gobierno chileno cedió la isla Dawson, en el estrecho de Magallanes, a sacerdotes salesianos que establecieron allí una misión dotada de amplios recursos económicos. Los selknam que sobrevivieron al genocidio fueron virtualmente trasladados a la isla, la que en un plazo de veinte años cerró dejando un cementerio poblado de cruces.

Los selknam fueron los principales habitantes de la isla de Tierra del Fuego.[4]

Estudios paleontológicos y arqueológicos, indican que dicho pueblo desciende de los primeros habitantes de la actual Tierra del Fuego, cazadores-recolectores que provenían del continente americano y cruzaron hacia esta región, por entonces unida al resto de la Patagonia durante la transición entre el fin del Pleistoceno y comienzos del Holoceno.[5]

El etnólogo Martin Gusinde, que visitó la isla hacia fines de 1918, reconoció la presencia de tres grupos selknam distribuidos en distintos espacios de la isla. El antropólogo decía que, a pesar de las diferencias de distribución territorial existía entre esos tres grupos una clara unión lingüística, racial y cultural.[6]

Estudios recientes demuestran que los selknam se dividieron en las siguientes parcialidades:[7]

Sobre el número aproximado de población selknam y sus tres parcialidades étnicas, existen dificultades serias para estimar cifras razonables, debido a la falta de estudios demográficos previos al proceso colonizador. Sin embargo, para tener una visión aproximada, Martin Gusinde estimó la población antes del proceso colonizador entre 3500 a 4000 personas. En 1887, El Boletín Salesiano estimaba unos 2000 indígenas y más tarde el padre Borgatello contaría entre 2000 y 3000 almas. En la memoria del gobernador de Magallanes Manuel Señoret (1892-1897), se precisaba que:

Un estudio demográfico más fiable es el realizado por Esteban Lucas Bridges en 1899, donde registró la población selknam de la siguiente manera

Estas cifras demuestran que la población aparentemente pudo ser bastante cercana a las estimaciones de Martín Gusinde (de 3500 a 4000 en toda la isla). Existe poca claridad de la cantidad exacta de cuántos de estos indígenas murieron en los 18 años antes del inicio de la colonización, por los asesinatos, enfermedades y deportaciones. Por ejemplo en el episodio de la expedición de Ramón Lista, que en un solo enfrentamiento mató a lo menos 28 personas.

En algún punto, las sociedades originarias eran primigenias y el espacio aún no había sido alterado en demasía. Súbitamente, Tierra del Fuego dejó de ser “ecosistémica y biodiversa naturaleza” y se convirtió en excelsa arena de una típica acumulación originaria basada en la predación salvaje y la violencia sin disimulo contra las vidas humanas y el territorio.[8]

La llegada de argentinos, chilenos y colonos británicos al territorio Selknam trajo consigo un conflicto asimétrico entre aventureros, buscadores de oro, colonos y ganaderos por un lado y los selknam por el otro. La ocupación de los territorios desató represalias por parte de los selknam, que no dudaron en defender y vengar actos que se habían desencadenado: muertes, violaciones, vejaciones. El resentimiento fue un estado permanente, manifestándose con animosidad hacia los empleados de estancias, rompiendo los cercos, arreando grandes cantidades de animales, quemando casas y atacando a hombres.[9]​ Pero esta actitud no logró traducirse en un verdadero ambiente bélico, por las claras desventajas materiales que poseían los selknam frente a todo el cuerpo establecido para su ataque y captura. Esta diferencia fue el elemento clave que no permitió generar una resistencia por parte de los indígenas para permanecer en sus territorios, y en consecuencia la rendición y la resignación forzada, fue una de las tantas causas para su desaparición como pueblo establecido.

Gusinde relata cómo los cazadores «enviaban los cráneos de los indios asesinados al Museo Antropológico de Londres, que pagaba cuatro libras por cabeza».[10]

La expedición del chileno Ramón Serrano Montaner en 1879,[11]​ fue quien informó de la presencia de importantes yacimientos auríferos en las arenas de los principales ríos de Tierra del Fuego. Con este incentivo, cientos de aventureros extranjeros llegaron a la isla con la esperanza de encontrar en tan anheladas y lejanas tierras, el sustento inicial para producir auspiciosas fortunas[12][13][14][15][16][17]​ Sin embargo, estos sueños se verán diezmados por el rápido agotamiento del metal.

Esteban Lucas Bridges, aventurero y defensor de los indígenas, señala en su libro El último confín de la Tierra (Londres, 1948) que los onas atacaron campamentos mineros previamente al genocidio, participando en matanzas entre clanes rivales.

Entre los cazadores de indígenas se encontraban Julio Popper,[4][18]​ Alexander McLennan,[n 1]​ «Mister Bond»,[4]Alexander A. Cameron,[4]​ Samuel Hyslop,[4][19]​ John McRae[4]​ y Montt E. Wales[4]

Durante las expediciones mineras comenzaron los asesinatos múltiples de selknam. Uno de los líderes de estas expediciones fue el rumano Julio Popper, hijo de un rabino y formado en Inglaterra, luego nacionalizado argentino, conocido por sus enfrentamientos con los selknam, a los cuales en más de una oportunidad persiguió, mató y robó sus pertenencias para formar su propia colección de objetos, los cuales exhibió en un álbum fotográfico, incluyendo en ella una secuencia completa de un ataque perpetrado por él y su contingente de mercenarios con armas de fuego, hacia tolderías indígenas en San Sebastián.

Luego de sus incursiones, presentó una conferencia el 5 de marzo de 1887 en el Instituto geográfico Argentino de Buenos Aires, sobre sus exploraciones realizadas y sobre los encuentros que tuvo con los selknam, aquí se presenta parte de dichas declaraciones:

En relación a este relato, Magrassi, (1987), sostiene en su libro que Popper, junto con sus peones, se entretenían cazando selknam con escopetas y fusiles, fotografiándose con sus “piezas Cobradas"[20]

Contemporáneamente a la presencia de Popper en Tierra del Fuego, otra expedición auspiciada por el gobierno argentino, a cargo del oficial argentino Ramón Lista en 1886, pasaría a la historia, tras el accionar despiadado de los soldados a cargo de Lista en contra de los indígenas. Este episodio terminó con el asesinato a sangre fría de cerca de 28 selknam, en las cercanías de San Sebastián.

Finalmente, puede decirse que a estos episodios se suman otros tantos que dan cuenta de la marcada violencia con la que actuaron los mineros en contra de los indígenas y que contribuyó al exterminio de los selknam.

Existen testimonios que indican que durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, los barcos que pasaban por el Estrecho de Magallanes o por las costas oriental y sur de la isla realizaban prácticas de tiro utilizando como blanco a los indios onas: cuando divisaban a lo lejos una fogata, o una toldería, disparaban contra ellas. Se ignora la cantidad de víctimas que pudieron haber causado tales prácticas.[21]

A continuación se listan las mayores masacres, todas ellas realizadas en Tierra del Fuego, en territorio argentino.

Es la primera masacre documentada, y se conoce con detalle, cuándo, dónde y cómo ocurrió pues fue cometida por un oficial argentino, en una misión de exploración, donde debía registrar su accionar en un diario de bitácora. El 25 de noviembre de 1886, el capitán Ramón Lista desembarcó en la playa de San Sebastián con el fin de explorar la región. Ese mismo día se topa con una tribu ona. El capitán intenta tomarlos prisioneros, pero éstos se resisten. Lista ordena entonces a sus hombres abrir fuego y matan a 27 onas. Un sacerdote salesiano, José Fagnano,[n 2]​ que acompañaba a la expedición, enfrenta a Lista y le recrimina por la matanza. Lista amenaza con hacerlo fusilar. Días después los hombres de Lista se ensañan con un joven ona al que encontraron escondido tras unas rocas, armado tan solo con su arco y su flecha: lo asesinan de 28 balazos.

Una tribu selknam se abalanza sobre una ballena, varada en la playa. En tan sólo un día, gran parte de la tribu muere. La ballena había sido inoculada con veneno.[22]

Una tribu ona resistió durante casi un día el asedio de los estancieros y sus empleados, hasta que sucumbieron.[23]

Alejandro McLennan invita a una tribu selknam, a la que él había estado hostigando, a un banquete para sellar un acuerdo de paz. Durante el banquete, McLennan sirve grandes cantidades de vino. Al comprobar que la mayoría de los indígenas se han embriagado, en especial los hombres, McLennan se aleja del lugar y ordena a sus ayudantes, apostados en las colinas, abrir fuego contra toda la tribu.[23]

Un inmigrante italiano, que recorría la isla en busca de yacimientos de oro, descubrió los cadáveres de unos 80 onas, todos con signos de haber sido baleados.[23]

Cuando los europeos llegaron al Nuevo Mundo, trajeron consigo enfermedades para las cuales los indígenas estaban completamente indefensos, pues sus sistemas inmunológicos no estaban preparados para ellas. Así, la viruela, la tuberculosis y otros males causaron gran cantidad de víctimas entre la población indígena de América y, en algunos casos, la desaparición de grupos étnicos completos.

En 1882 el periódico londinense Daily News publicó un reportaje a un británico interesado en las posibilidades económicas de Tierra del Fuego:

Los inicios de la explotación ganadera de Tierra del Fuego fueron promovidos por el Estado chileno, por medio de arrendamientos de pública subasta o bien a petición expresa a las autoridades centrales. La primera concesión recayó en la firma Wehrhahn y Compañía[27]​ en 1884, en bahía Gente Grande al sur de Porvenir, con un total de 123.000 hectáreas. Más tarde se entregaría la concesión más grande conocida por la historia ganadera en Magallanes, la cual recayó en José Nogueira, quien solicitó en 1890 el arrendamiento de más de un millón de hectáreas en Tierra del Fuego, lo cual fue aceptado por medio del decreto supremo N.º 2616 del 9 de junio de 1890 por un plazo renovable de 20 años. Esta enorme concesión, sumada a la ya otorgada a Nogueira y a su cuñado Mauricio Braun, por un total de 350 mil hectáreas, se convirtieron en la base de la futura Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego (1893), iniciada por los hermanos Braun luego de la muerte de Nogueira.

Hacia 1894 la ocupación de Tierra del Fuego abarcaba prácticamente todos los terrenos ocupados históricamente por los selknam, sus antiguos paraderos de caza, de habitabilidad, de ceremonias y de tránsito estaban condenados a desaparecer y a ser relegados al extremo meridional de la isla. Además, la llegada de los carneros precipitó la pérdida de su principal fuente alimenticia, los guanacos, que fueron presas de las armas de fuego por parte de las estancias. De esta manera, los indígenas captaron rápidamente la facilidad de acceder al guanaco blanco (las ovejas), y comenzaron a hacer suyos a estos animales. Este principal hecho fue en consecuencia el primer punto de crisis entre colonos e indígenas. La lucha no fue menor entre quienes veían en el indígena un agresor de los derechos de propiedad y el selknam que veía en el koliot (‘hombre blanco’, en idioma selk'nam) un intruso de sus ancestrales territorios.

De este modo, comienza el capítulo más triste de la historia de los Selknam. La ocupación ganadera comenzó a ser centro de la polémica en la colonia magallánica, las autoridades estaban absolutamente al tanto de la situación de los indígenas, sin embargo, el criterio fue condescendiente con la causa ganadera y no con los selknam. Notoriamente la mentalidad de la época era una realidad que aunque dolorosa no contemplaba la inclusión del mundo indígena a un paradigma fundamentado bajo los criterios del «progreso» y la «civilización». Así, los empresarios ganaderos actuaron siempre bajo su propio criterio financiando campañas genocidas, para lo cual se contrataron a numerosos hombres, extranjeros en su mayoría, importándose considerables cantidades de armamentos, cuyo objetivo era hacer desaparecer bajo cualquier costo a los selknam. Un costo que en la mente de estancieros y hombres de negocios era lógico, pues eran, en buenas cuentas, el principal obstáculo para el éxito de sus inversiones. La veracidad de los acontecimientos fue ratificada por los propios empleados de estancia, quienes más tarde, al ser sometidos a un sumario, confirmaron que las expediciones en contra de los indígenas eran prácticas más usuales de lo que muchos pensaban.

Si bien son conocidos los nombres de quienes actuaron en las excursiones de exterminio, poco se ha mencionado sobre los autores intelectuales de dichas acciones, específicamente hablamos de los propietarios ganaderos, quienes eran los jefes directos de los empleados que participaron en las incursiones. Estos nombres corresponden a Mauricio Braun, quien reconoció haber financiado algunas campañas, excusándose que estas sólo tenían la intención de proteger sus inversiones (era jefe directo de otro conocido cazador, Alexander A. Cameron). También el suegro de Mauricio Braun, José Menéndez Menéndez, quien sin duda fue uno de los hombres que actuó con mayor severidad en contra de los indígenas en Tierra del Fuego (parte argentina). Este personaje conocido por ser propietario de dos estancias que ocupaban más de doscientas mil hectáreas en el centro del territorio selknam, fue jefe del famoso cazador de indígenas Alexander Mac Lennan conocido como «Chancho Colorado», quien participó en la triste matanza de Cabo Peñas, donde habrían muerto cerca de 17 indígenas. Cuando se retiró, tras doce años de servicios, Menéndez le regaló a Mac Lennan un valioso reloj de oro en reconocimiento de sus valiosos servicios.

Las acciones emprendidas por los accionistas de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, actuaron siempre intentando ocultar los hechos a la opinión pública. Era el medio de evitar el cuestionamiento por parte de la sociedad de entonces y al mismo tiempo una estrategia para bajar el perfil a una larga polémica que fue conocida por el país entero. Especial atención cobraron estos acontecimientos luego de la intervención de los salesianos, quienes no dudaron en reprobar el actuar de los estancieros. Pero esta parte corresponde a otra larga historia, que está discutida con mayor profundidad en el trabajo de tesis de donde proviene este artículo.

De esta forma la situación de los selknam a partir de la década de los 90 del siglo XIX, se tornó particularmente aguda, por un lado, los territorios del norte comenzaron a ser ocupados masivamente por las estancias y muchos indígenas asediados por el hambre y la persecución de los blancos, comenzaron a huir hacia el extremo meridional de la isla, lugar habitado por grupos que tenían un fuerte sentimiento de pertenencia hacia ese territorio. En consecuencia, las luchas por el control del espacio, se hicieron cada vez más intensas y la resistencia se acrecentó en la medida que la ocupación ganadera se hacía efectiva en el norte de la isla. El escenario para los selknam se agudizará notoriamente una vez establecidas las misiones religiosas, donde las enfermedades fueron responsables en aniquilar al resto de la población que logró salir con vida de los enfrentamientos con los blancos.

Más tarde otros conflictos entre el gobernador Manuel Señoret y el jefe de las misiones salesianas José Fagnano,[28]​ no hicieron más que agudizar la condición de los indígenas. Las largas disputas entre autoridades civiles y los sacerdotes, no permitieron concretar un consenso que lograra encontrar una solución satisfactoria al tema indígena. Según, los archivos consultados por esta tesis, el gobernador Señoret, estuvo siempre a favor de la causa ganadera, lo cual quedó en evidencia frente a su desinterés por fiscalizar los episodios que se desarrollaban en Tierra del Fuego. Sin duda, que siendo la máxima autoridad civil en la zona, no tuvo voluntad de evitar las matanzas que era de público conocimiento.

Años más tarde, la justicia intentó hacerse parte del conflicto por medio de un sumario (1895-1904) seguido por el juez Waldo Seguel.[29][n 4]​ Este proceso dejó en evidencia que las cacerías perpetradas en Tierra del Fuego no formaban parte de un mito popular y que las capturas masivas de indígenas sacados por la fuerza para ser trasladados hacia Punta Arenas, con el objeto de distribuirlos dentro de la colonia fueron también parte de las acciones que las autoridades civiles en complicidad con los ganaderos tomaban como solución al tema indígena.

Sin embargo, el proceso judicial solo culpó a algunos operarios de estancia, quienes quedaron libres prácticamente a los pocos meses del juicio, mientras que los autores intelectuales, es decir los dueños y los accionistas de las estancias —Mauricio Braun, José Menéndez, Rodolfo Stubenrauch y Peter H. Mac Clelland, entre otros, además de la responsabilidad del gobernador Señoret y de funcionarios como José Contardi, quienes tenían la obligación de velar por el cumplimiento de la ley— nunca fueron debidamente procesados.[cita requerida][30]​ En el libro "vejámenes inferidos a los indígenas de Tierra del Fuego" del Autor Carlos Vega Delgado, queda en evidencia que el Juez Waldo Seguel encubrió a los ganaderos culpables del genocidio, dejando la falsa constancia de que no podía tomar declaración a los testigos selk nam del genocidio, por no existir traductores, pese a que varios sacerdotes de la misiones salesianos y hermanas de María Auxiliadora habían aprendido el dialecto nativo en las misiones, y que existían selknams hispano parlantes como Tenenésk, Covadonga Ona, e incluso un diácono de la Iglesia Catedral

Finalmente, luego de los enfrentamientos directos, se dio paso a un segundo plan: erradicar a todos los indígenas existentes en la isla para ser enviados a la misión de Dawson. En aquella apartada isla, los indígenas sucumbieron rápidamente frente al avasallador avance de la colonización. A las innumerables mermas de población ocasionadas por las verdaderas cacerías de que fueron objeto a manos de las estancias, debía agregarse los estragos provocados por el contagio de diversas enfermedades, las que en definitiva terminaron por ocasionar un daño tanto o mayor que las cacerías humanas dirigidas. De acuerdo a los datos de las fuentes, más de 1500 almas en tan sólo 40 años murieron a causa de contagios y proliferación de enfermedades propias de las poblaciones colonizadoras.

Entre las obras literarias que han tratado este genocidio se encuentran:



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