El género deliberativo o político es un género literario de la Retórica u Oratoria grecorromanas antiguas.
La oratoria política, que se ocupa del destino y gobierno de los pueblos, se divide en oratoria militar (arengas), oratoria parlamentaria (discursos, interpelaciones y otras intervenciones parlamanetarias) y oratoria popular (discursos en mítines, propaganda electoral y otros tipos de discursos ante auditorios masivos).
Según la clasificación tripartita que Anaxímenes de Lámpsaco propuso para los discursos que asumió después Aristóteles, el género deliberativo o político se ocupa de acciones futuras y lo califica el juicio de una asamblea política que acepta lo que el orador propone como útil o provechoso y rechaza lo que propone como dañino o perjudicial. En este género destacaron especialmente el orador griego Demóstenes y el romano Cicerón.
Por el contrario, el género judicial es de los discursos que se ocupan de acciones pasadas y lo califica un juez o tribunal que establecerá conclusiones aceptando lo que el orador presenta como justo y rechazando lo que presenta como injusto, y el género demostrativo o epidíctico es de los discursos que se ocupan de hechos pasados y se dirigen a un público que no tiene capacidad para influir sobre los hechos, sino tan sólo para asentir o disentir sobre la manera, estilo, belleza, ingenio o manera de presentarlos que tiene el orador, alabándolos o vituperándolos. Está centrado en lo bello y en su contrario, lo feo. Sus polos son, pues, el encomio y el denuesto o vituperio.
En lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se le elige más por sus méritos que por su categoría social; tampoco al que es pobre, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.
Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque inocua, es ingrata de presenciar.
Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.
Amamos el arte y la belleza. Cultivamos el saber. La riqueza representa para nosotros la oportunidad de realizar algo; no un motivo para hablar con soberbia. La pobreza, para nadie constituye una vergüenza el reconocerla, sino el no esforzarse por evitarla.
Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad.
Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la Cosa Pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer.
El más famoso discurso político de la Grecia clásica (la oración fúnebre o elogio a los muertos por Atenas) se atribuye a Pericles, aunque en realidad es muy probablemente una recreación del historiador que lo recoge (Tucídides, en Historia de la Guerra del Peloponeso), y la fecha en la que situarlo tampoco está establecida con certeza (pudo ser en el primer año de la Guerra del Peloponeso -431 a. C.- o durante la Guerra Samia -440 a. C.-) Su fama no se debe tanto a la repercusión que tuviera en su época como a la valoración que en época moderna se hizo de su condición de manifiesto de los valores de la democracia ateniense. Mucho más fama tuvo en la Antigüedad la oratoria de Demóstenes, que con sus Filípicas se opuso a la dominación macedónica de las ciudades griegas. Diodoro Sículo presenta como un gran orador al legislador Diocles de Siracusa (siglo V a. C.)
Catón el Censor.
Demóstenes ensayando discursos ante el ruido del mar.
Los más famosos discursos políticos de la Roma clásica fueron las Catilinarias de Cicerón (noviembre a diciembre del 63 a. C.) No obstante, también fueron trascendentales los de Catón el Viejo, que insistía en terminar indefectiblemente con un lapidario Delenda est Carthago ("Cartago debe ser destruida"), independientemente del tema que se tratara. Tácito recoge un Discurso de Claudio ante el Senado proponiendo la admisión de senadores procedentes de la Galia Comata. Tácito describe como un gran orador militar a Lucius Vipstanus Messalla. Los rhetores helenísticos se hacían famosos, convirtiendo sus Discursos en un espectáculo de masas demandado en las ciudades de todo el imperio, como Dion de Prusa (Chrysostomos -"boca de oro"-). Entre los 55 discursos conservados de Elio Arístides está el denominado Discurso a Roma.
La literatura histórica también conserva (o recrea) arengas pronunciadas ante batallas decisivas.
Despues que nos partiemos de la limpia cristiandad,
No fue a nuestro grado ni nos no pudiemos mas,
Grado a Dios lo nuestro fue adelante,
Los de Valençia çercados nos han,
Si en estas tierras quisieremos durar,
Firmemiente son estos a escarmentar;
Pase la noche y venga la mañana,
Aparejados me sed a caballos y armas,
Iremos ver aquella su almofalla,
Como homnes exidos de tierra estraña;
Alli pareçra el que merece la soldada.
Al igual que la doctrinas políticas de estas épocas, la oratoria política se caracterizó en la Edad Media y la Edad Moderna por el predominio de lo religioso, incluso en las primeras revoluciones burguesas (revolución holandesa -Estados Generales de los Países Bajos, polémicas entre arminianos y gomaristas, Sínodo de Dort, 1619- y revolución inglesa -parlamentarismo inglés, debates de Putney, 1647-), estrechamente vinculadas a la Reforma protestante. Es a partir de la Ilustración cuando el pensamiento político, y con él el discurso político, se seculariza. La tradición clásica, mantenida en la Retórica del Trivium, se desarrolló y adaptó a las necesidades de la vida política feudal (diplomática, parlamentarismo inicial) con la escolástica de la universidad medieval. Las escuelas de latinidad insistieron en ello desde la Baja Edad Media, y sobre todo en el Renacimiento. Además de su uso político, se desarrolló de forma extensa la oratoria sagrada (sermones).
No ha sucedido por mera impertinencia ni por desafuero que yo, pobre hombre solitario, haya osado hablar ante Vuestras Altas Mercedes. La miseria y el gravamen que pesan sobre todos los estados, máxime sobre los países alemanes, me han movido no sólo a mí, sino a cualquiera para gritar con frecuencia y pedir auxilio. Ahora también me han obligado a gritar y a clamar para ver si Dios quiere dar a alguien el espíritu de socorrer a la miserable nación. Muchas veces los concilios emprendieron algo, pero ha sido impedido y empeorado hábilmente por la astucia de algunos hombres. Con la ayuda de Dios me propongo dilucidar semejante perfidia y maldad, para que, una vez conocidas, en adelante ya no entorpezcan y perjudiquen tanto. Dios nos ha dado por cabeza a un noble joven y con ello se ha despertado una grande y buena esperanza en muchos corazones. Junto a esto corresponderá que nosotros contribuyamos con lo nuestro y usemos provechosamente el tiempo y la gracia.
Lo primero que en este asunto debemos observar es que por lo menos con toda seriedad nos cuidemos de no emprender nada confiando en una gran fuerza o inteligencia, aunque el poder de todo el mundo fuera nuestro, puesto que Dios no puede ni quiere tolerar que una buena obra se empiece confiando en la propia fuerza e inteligencia. Dios nos derriba —no hay remedio—.como dice el Salmo 33: "Ningún rey será salvo por su gran valor y ningún ejército por la mucha fuerza". Y presiento que por esta razón aconteció en tiempos pasados que los queridos príncipes, los emperadores Federico I y Federico II, y muchos emperadores alemanes más fueron tan pisoteados y oprimidos lastimosamente por los papas, aunque el mundo les temía. Acaso confiaron más en su poder que en Dios y por ello tuvieron que caer. Y en nuestra época, ¿qué elevó tan alto a Julio II, el ebrio de sangre? Presiento que Francia, los alemanes y Venecia confiaban en sí mismos. Los hijos de Benjamín derrotaron a 42.000 israelitas que confiaban en su poder.
Para que no nos suceda lo mismo con este noble Carlos, hemos de estar seguros de que en este asunto no tenemos que ver con hombres, sino con los príncipes del infierno que bien pueden llenar el mundo con guerra y derramamiento de sangre, pero ellos mismos no se dejan vencer así. Aquí hay que emprender la tarea con humilde confianza en Dios, rechazando la fuerza física, y buscar la ayuda de Dios con seria oración, representándonos solamente la miseria y la desgracia de la desventurada cristiandad, sin fijarnos en lo que haya merecido la gente mala. Si así no se hace, el juego se iniciará con gran apariencia, mas cuando se avance, los espíritus malos causarán tal confusión que todo el mundo flotará en sangre, y no obstante con ello no se logrará nada. Por lo tanto, procedamos en este asunto con el temor de Dios y con sabiduría. Cuanto más grande es el poder, tanto más terrible el infortunio, si no se actúa con el temor de Dios y con humildad. Hasta ahora los papas y los romanos con la ayuda del diablo pudieron confundir a los reyes entre sí. Lo podrán hacer también en el futuro, si obramos sin el auxilio de Dios, solamente con nuestro poder y conocimiento.
Fueron célebres los discursos de Bossuet, defensor del absolutismo regio de Luis XIV.
Iglesia de Santa María de Putney, donde se celebraron los debates de 1647.
La literatura moderna reflejó tanto la idealizada oratoria clásica (como hace Shakespeare en La tragedia de Julio César) como su oratoria contemporánea, muy a menudo satirizándola (como hace el Padre Isla en Fray Gerundio de Campazas).
La oratoria política de la Edad Contemporánea tuvo como ámbito natural las instituciones parlamentarias y las campañas electorales. Entre los primeros escenarios de ello estuvieron la Filadelfia del Congreso continental de 1774-1781, el París revolucionario de 1789-1799, o el Cádiz de las Cortes de 1810-1814. El impacto de los medios de comunicación de masas fue decisivo, primero con la difusión de los discursos políticos en prensa (que hacía prescindible la oralidad del discurso al tiempo que multiplicaba su impacto y lo extendía en el espacio, mucho más allá del auditorio restringido de un discurso real) y luego con la radiodifusión y la televisión (que la volvió a poner en valor, junto con la imagen en el caso de los medios audiovisuales).
La publicación de los manifiestos en prensa fue característica de la actividad política a partir del siglo XIX. Paulatinamente se fueron formando los géneros periodísticos del editorial (sin firma, que refleja la "línea editorial" del medio), el artículo firmado, la columna, el artículo de fondo, el artículo de opinión, etc. La prensa pasó a ser el vehículo idóneo para la comunicación de los intelectuales con la opinión pública, produciéndose momentos de especial intensidad política, como el Affaire Dreyfus en Francia (1894-1906), con el J'accuse...! de Emile Zola (13 de enero de 1898).
La consciente utilización de la propaganda política y la manipulación política a gran escala mediante estos medios fue un signo distintivo de los regímenes totalitarios, y explícitamente valorada por Joseph Goebbels en la Alemania nazi. Los espectaculares discursos de Hitler ante todo tipo de auditorios fueron ridiculizados por Charles Chaplin en El Gran Dictador. No fue menor su utilización en los regímenes democráticos contemporáneos (discursos radiados del presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt). La solemnidad de los discursos políticos en los regímenes estalinistas se convirtió en algo ritual, incluyendo las interrupciones programadas para que el auditorio, unánimemente, aplaudiera, y la extraordinaria duración de los aplausos. La longitud de los discursos Fidel Castro fue proverbial.
En la moderna sociedad de la comunicación las entrevistas y conferencias de prensa, y más recientemente las redes sociales (que imponen inmediatez y extrema brevedad a los mensajes), han pasado a ser los vehículos más utilizados para hacer llegar al público la información que desean ofrecer los políticos.
Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. ... resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.
Lenin se dirige a las masas durante la Revolución bolchevique.
Esto mismo explica cómo en algunas épocas instituciones sagradas, venerandas, caen en manos de ciertas personas que afrentan a los siglos y manchan a los pueblos. Los hombres no son más que puras formas de las ideas. Cuando una idea generosa y levantada, como la idea liberal, agita la conciencia de la humanidad, y se presenta a recoger los trofeos de su victoria, tiene poder para sacar centellas de misteriosa luz de los abismos del tiempo y del seno de la conciencia, y Rousseau y Kant son sus profetas; Mirabeau, Verngiaud sus sacerdotes; Andrés Chernier y Byron sus cantores; madama de Stael y de Rollaud sus heroínas; y Hoche y Napoleón son sus soldados; pero cuando una idea condenada por Dios como la idea absolutista, se empeña en vivir entre los hombres, sus símbolos se llaman Carlos IV, Fernando VII, Fernando de Nápoles y Napoleón el chico.
Señores la revolución no puede ser popular si el sufragio no es amplio; mejor diré, si no es completo. Dicen que el pueblo no conoce sus derechos. ¡Ay! el jornalero que abandona su hogar, desoye el lloro de mujer y de sus hijos, únicos lazos que le atan a la tierra, se lanza a la calle ofreciendo desnudo pecho al plomo asolador del despotismo, lucha con denuedo y muere con gloria, el pueblo siempre esclavo, ¿se verá halagado el día tremendo de las contiendas sangrientas, y vilmente proscripto el día feliz de las contiendas legales? ¿Su voz no ha de resonar sino entre el estruendo de las fratricidas armas, y su majestuosa figura no ha de lucir sino al pálido resplandor de las hogueras? El pueblo da su vida por la libertad pero no puede dar por la libertad su voto; ¡qué sofisma!. Dicen que no es ilustrado; no lo creáis.
Texto completo en una publicación de la época. Primer discurso de Emilio Castelar, pronunciado en el Teatro de Oriente en una reunión electoral del Partido Liberal (1854) en constitucionweb
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