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Guerra Civil Española en la provincia de Salamanca



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La edad actual es 1084 años. Guerra Civil Española en la provincia de Salamanca cumplirá 1085 años el 19 de junio de este año.


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La guerra civil española (1936-1939) tuvo un desarrollo desigual en las provincias de la actual comunidad autónoma de Castilla y León. En la provincia de Salamanca, que contaba con dos regimientos, los sublevados declararon el estado de guerra el 19 de julio de 1936 y se hicieron fácilmente con el control de la ciudad y la provincia en unos cuantos días, sin más oposición que una débil resistencia en Béjar y Ciudad Rodrigo. Rápidamente, se formaron columnas de militares y voluntarios falangistas para unirse a las fuerzas que desde Valladolid pretendían tomar la capital de España.

Salamanca formaba parte de la VII división orgánica, con cuartel general en Valladolid. La guarnición estaba formada por el Regimiento de infantería «La Victoria» n.º 28, dirigido por el coronel Manuel Palenzuela Arias, y el Regimiento de caballería «Calatrava» n.º 2, comandado por el teniente coronel Enrique Salazar Ibáñez .[nota 1]​ Había también dos compañías del Cuerpo de Seguridad y Asalto —Guardia de Asalto— y una comandancia de la Guardia Civil. Comandante militar de la plaza era el general Manuel García Álvarez (jefe de la 14.ª brigada de infantería) y gobernador civil Miguel Cepas López, de Izquierda Republicana.

Provincia agraria, de economía tradicional, su centenaria universidad era el emblema que la había hecho famosa, sobre todo —en los últimos tiempos— por la figura de su rector, Miguel de Unamuno. Otros famosos políticos salmantinos eran José María Gil-Robles, jefe nacional de la CEDA, y Filiberto Villalobos, del Partido Liberal Demócrata. El Bloque Agrario había logrado montar una poderosa organización en la provincia, si bien la UGT, a través de la FNTT, también había conseguido establecer la Casa del Pueblo en numerosas localidades de la provincia, al albur de la reforma agraria. En Béjar –la única ciudad industrial de la provincia- los obreros estaban bien organizados alrededor del sindicato socialista. Los dirigentes más cualificados de la izquierda eran el diputado socialista José Andrés y Manso, profesor de la Normal de Magisterio, el ugetista Manuel de Alba Ratero, ferroviario, y el catedrático Casto Prieto Carrasco, alcalde de la capital, de Izquierda Republicana.

En las elecciones de febrero de 1936 la provincia había enviado a las Cortes seis diputados de derechas sobre siete posibles, y uno del Frente Popular, José Andrés y Manso. Sin embargo, en el proceso de revisión de las actas fueron anuladas las de tres diputados de la candidatura contrarrevolucionaria (Ernesto Castaño Arévalo, Ramón Olleros Gregorio y José María Lamamie de Clairac), que fueron sustituidos por dos del Frente Popular (Casto Prieto y Valeriano Casanueva) y un republicano independiente, el doctor Filiberto Villalobos.

En abril de 1936 se estableció en Salamanca el comandante retirado Fortea, enlace del general Mola, quien logró organizar un grupo conspirador, del que el comandante de infantería Francisco Jerez era uno de los impulsores, junto con el funcionario municipal y periodista Francisco Bravo Martínez, jefe de Falange Española en Salamanca, grupo que apenas contaba con un puñado de afiliados. Bravo y varios falangistas más estaban en la cárcel como detenidos gubernativos cuando estalló el alzamiento.

Al tenerse noticia de la sublevación militar en África, en la tarde del sábado 18 de julio, se reunieron en el Gobierno Civil el gobernador, el diputado Andrés y Manso, el alcalde y el comandante militar, quien dio garantías de que reinaba la tranquilidad en los cuarteles. Pero después el general García Álvarez recibió una llamada del general Saliquet desde Valladolid instándole a unirse a la sublevación, lo cual hizo el primero sin dudarlo. Al mediodía, una compañía de la guardia de asalto, al mando del capitán Jesús Valdés Oroz, salió para Madrid, siguiendo las órdenes del Gobierno. A mediodía del domingo 19 una compañía de infantería leyó en la Plaza Mayor el bando declarando el estado de guerra, en el que se establecía, entre otras cosas, la disolución del Ayuntamiento, dirigido por el Frente Popular. Al finalizar la lectura del bando se produjo un confuso altercado que dio como resultado que la tropa disparara indiscriminidamente contra la gente concentrada en la plaza, muriendo cuatro hombres y una niña .[nota 2]

Esa misma mañana, los militares tomaron el Edificio del Ayuntamiento, el Gobierno Civil, Correos, la Telefónica, la emisora Inter Radio Salamanca y la estación del tren, y distribuyeron destacamentos por distintos lugares de la ronda interior y de las vías férreas que pasaban por la ciudad. Los falangistas que había en la cárcel fueron liberados y su jefe, Francisco Bravo, comenzó de inmediato a organizar sus milicias y grupos de choque. El general García Álvarez designó a los militares de su confianza que deberían sustituir a los cargos civiles: el comandante Francisco del Valle Marín, pasó a ser nuevo alcalde de la ciudad, el teniente coronel Rafael Santa Pau Ballester fue nombrado gobernador civil y el también militar Ramón Cibrán Finot, nuevo presidente de la Diputación.

Se declaró espontáneamente la huelga general, que duró varios días. Grupos obreros del barrio popular de Pizarrales y del vecino pueblo deTejares mantuvieron tiroteos esporádicos con los militares, sin conseguir nada. Mientras tanto, los socialistas trataban de organizar la resistencia en Ciudad Rodrigo, donde lograron mantener a la Guardia Civil dentro del cuartel hasta el lunes 20, pero finalmente llegó un grupo de guardias de refuerzo y se hicieron con el control de la ciudad, deteniendo al alcalde y a varios significados dirigentes del Frente Popular. En Béjar los obreros lograron también impedir que los guardias civiles salieran del cuartel y se hicieron fuertes en los accesos a la ciudad, impidiendo que el día 21 entrara un piquete falangista que había venido desde Salamanca. Como respuesta, ese mismo día marchó sobre Béjar una compañía de falangistas y otra de soldados de infantería, ocupando la ciudad sin resistencia. Se produjeron más de 400 detenciones.

Hubo conatos de resistencia más o menos simbólicos en Peñaranda de Bracamonte (donde hicieron descarrilar el tren correo) y otras pequeñas poblaciones, a la espera de que llegaran tropas leales al gobierno de la República o el convoy de mineros asturianos, pero la Guardia Civil logró hacerse con el control absoluto de la provincia en muy poco tiempo sin encontrar resistencia.

De inmediato fueron detenidos los principales dirigentes del Frente Popular, así como cientos de personas más en toda la provincia, que llenaron a rebosar la prisión provincial.

Falange Española formó en poco tiempo varias compañías, y Acción Popular y el Bloque Agrario formaron otra. La Cámara de Comercio creó una guardia cívica con seis compañías de "gentes de orden". El viernes 24 salió un batallón del regimiento de infantería La Victoria hacia el Alto del León, en la sierra de Guadarrama, teniendo un primer choque, de poca importancia, en Villacastín, y acampando finalmente en El Espinar. En él formaron como voluntarios unos doscientos muchachos falangistas.

El sábado 25 se constituyó el nuevo ayuntamiento golpista, del que formaban parte Miguel Íscar Peyra y Miguel de Unamuno. En ese mismo acto se izó por vez primera en los balcones del ayuntamiento la bandera bicolor roja y gualda. El domingo 26 salieron hacia Guadarrama varios camiones con soldados y milicianos, despedidos con grandes muestras de júbilo, y el lunes 27 salió para Ávila otro batallón del regimiento La Victoria. Este batallón se quedó en Ávila, que carecía de guarnición militar y estaba expuesta a los ataques de las fuerzas gubernamentales. El día 29 salieron dos escuadrones del regimiento de caballería Calatrava con la misión de ocupar Villacastín, y una columna motorizada organizada por el comandante de la Guardia Civil Lisardo Doval, compuesta por unos ochocientos hombres, entre guardias civiles, falangistas y requetés de Salamanca, Zamora y Cáceres, además de cinco sacerdotes y dos frailes dominicos del convento de San Esteban, con la intención de ocupar los pueblos de Ávila que se encontraban bajo control del Gobierno.

El 28 de septiembre se reunió en el "Campo del Hospicio"[nota 3]​ cerca de Salamanca, la Junta de Defensa Nacional, eligiendo al general Francisco Franco como Generalísimo de los ejércitos nacionales y jefe del Gobierno del Estado, pero en la Ley de Estructuración del Nuevo Estado español, del 1 de octubre, que daba paso a la Junta Técnica del Estado, Franco aparecía como Jefe del Estado. A partir de esa fecha se instaló en Salamanca, concretamente en el Palacio Episcopal, el Cuartel General del Generalísimo. En octubre de 1937 Francó fijó su residencia en Burgos, aunque el Cuartel General oficialmente siguió en Salamanca hasta el final de la guerra.

Para la conmemoración del Día de la Raza, el 12 de octubre de 1936, a mediodía, se dispuso una presidencia de siete personas, encabezada por el rector Unamuno en representación del jefe del Estado, el general Franco. En principio la mesa presidencial estaba compuesta por varias autoridades militares y locales, pero una vez formada entró al paraninfo el general José Millán Astray, que fue recibido con una ovación, y poco después Carmen Polo, esposa de Franco, acompañada por su escolta, y el obispo Enrique Plá y Deniel. Tras algunos movimientos de recolocación de las autoridades, a la izquierda de Unamuno se sentaron el obispo Plá y Deniel, el general Millán Astray y otro militar. Y a la derecha de Unamuno se sentaron Carmen Polo, José María Pemán, miembro de la Junta Técnica del Estado, y el vicerrector, Esteban Madruga.

En los escaños del estrado se sentaban los profesores del claustro, y entre el público que abarrotaba la sala había una densa mezcolanza de paisanos, falangistas, otros hombres de variopintos uniformes, militares y legionarios. Millán Astray iba siempre escoltado por un falangista, un requeté y un legionario armados.

Se reanudó el acto tras la incorporación de Carmen Polo, con unas palabras protocolarias de Unamuno, quien informó de que estaba allí en representación del jefe del Estado y dio paso a los oradores, cuyo nombre y orden había apuntado en un papel que sacó del bolsillo de la chaqueta. Los oradores hablaron desde la tribuna, dotada en esta ocasión de micrófono para retransmitir el acto por radio.

Habló José María Ramos Loscertales, que disertó sobre el descubrimiento de América y la expansión de la civilización cristiana gracias a España y Portugal. Luego intervino el fraile dominico Vicente Beltrán de Heredia para exaltar la misión de los dominicos y del padre Bartolomé de las Casas. En tercer lugar intervino Francisco Maldonado de Guevara, quien habló largamente criticando la querella entre Oriente y Occidente. Criticó la religión popular rusa y las sectas frenéticas de comunismo social, pero centró sus ataques en los catalanes y los vascos, a los que acusó de vivir a costa de los demás españoles. Unamuno empezó entonces a escribir en la hoja donde había apuntado los nombres. Siguió escribiendo durante la intervención de Pemán, que hizo un rimbobante y huero discurso sobre la hispanidad, el imperio y la civilización cristiana. Cuando terminó Pemán, Unamuno empezó a hablar desde el sitio presidencial con palabra firme y un punto irritada. La lejanía del micrófono impidió que se le oyera por la radio.

Unamuno dijo que no quería hablar, pero que se le había tirado de la lengua y debía hacerlo. Habló sobre la guerra internacional que se estaba ventilando en España para defender la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, pero esta era una guerra incivil, él había nacido arrullado por una guerra civil y sabía lo que decía; añadió que una cosa es vencer y otra convencer, una cosa es conquistar y otra convertir, que no se oían sino voces de odio, odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no inquisición, y no se oía ninguna voz de compasión; censuró la fiereza y brutalidad de las mujeres, con la salvedad de que en la zona roja iban a combatir al frente armadas de fusiles y las mujeres salmantinas iban a ver los fusilamientos llevando al cuello crucifijos y escapularios, ¡qué pensaría de ello Santa Teresa!, negó la idea de la anti-España, que solo servía para sembrar el odio entre españoles, defendió la españolidad de los catalanes y los vascos, de lo cual eran ejemplo el obispo, catalán, y él mismo, un vasco que había ido a Salamanca a enseñar el castellano, y sostuvo que el imperio español no se basaba en la raza, sino en la lengua española, como José Rizal, ejemplo de la brutalidad agresiva e incivil de los militares.

Cuando mencionó a Rizal, Millán Astray se puso en pie, golpeó la mesa con la mano, fuera de sí, y gritó: ¡Muera la intelectualidad traidora!

Una gran ovación, respondió al exabrupto del general. Algunos profesores protestaron. El profesor Ramón Bermejo gritó: "!Aquí estamos en la casa de la inteligencia!". Pemán exclamó: "No digamos muera la inteligencia, digamos mueran los malos intelectuales". Cayó sobre Unamuno una lluvia de insultos e imprecaciones de una parte del público, al tiempo que Millán se colocaba delante de la mesa para lanzar una breve y confusa arenga justificando el alzamiento militar. Se formó un tremendo barullo entre el público, con profusión de griterío por parte de los falangistas y legionarios, algunos de los cuales amartillaron las pistolas. Millán terminó diciendo a Pemán que siguiera haciendo patria en los frentes de batalla y ordenó tajante: -¡Unamuno, dé el brazo a la señora del jefe del Estado y acompáñela a la puerta a despedirla! –iniciando la marcha hacia la salida del paraninfo, tras lo cual Unamuno dio el brazo a Carmen Polo y se encaminó a la salida, seguidos por los restantes miembros de la mesa presidencial y en desorden los atemorizados profesores del claustro.

El obispo Plá y Deniel, el rector Unamuno, doña Carmen Polo, el general Millán Astray y las respectivas escoltas, salieron de la Universidad por la puerta principal, entre una muchedumbre de paisanos, falangistas, requetés, legionarios y militares. En la plaza de Anaya les esperaba el coche oficial del general Franco, rodeado de una masa de curiosos expectantes, mientras un par de guardias urbanos trataban de poner orden y los escoltas abrían hueco hasta el coche.

Los falangistas, en el vestíbulo, hicieron el saludo fascista y cantaron el "Cara al sol" mientras Carmen Polo entraba en el coche oficial. Detrás, Millán Astray, Unamuno y el obispo se despidieron formalmente. El general entró en el coche oficial. Eran las dos de la tarde.

Millán acompañó a Carmen Polo hasta el cuartel general, situado a escasos doscientos metros, en el palacio del obispo, y luego se dirigió al banquete con el que el alcalde obsequió a los oradores y autoridades del acto central del Día de la Raza. Unamuno, por su parte, se fue a comer a su casa, en la calle Bordadores, y después de comer, como de costumbre, fue a tomar café al Casino. Allí, algunos contertulios le insultaron y abuchearon, produciéndose una situación muy tirante, hasta que su hijo Rafael, avisado telefónicamente por alguien, se presentó en el Casino para proteger a su padre y llevarlo a casa.[1]

Alejada de los frentes de combate en tierra, los bombardeos efectuados por la Aviación Republicana fueron las únicas acciones militares que se desarrollaron durante la contienda sobre el territorio de la provincia de Salamanca. A modo de resumen, los bombardeos que sufrió la provincia fueron los que se exponen en la siguiente lista:


Actualmente no existe ninguna fuente en la que se recoja detallada y exactamente el número de víctimas y el volumen de daños materiales causados por los bombardeos llevados a cabo sobre la provincia de Salamanca por parte de la Aviación Republicana. El análisis de la diferente documentación dispersa que contiene información referente al tema permite establecer que en total, los mencionados ataques causaron en conjunto aproximadamente un centenar de víctimas, la cuarta parte mortales; en casi todos los casos se trató de civiles. En una de las pocas fuentes documentales en las que se tratan conjuntamente los daños personales causados por los bombardeos efectuados sobre la provincia de Salamanca -un telegrama enviado por el Gobierno Militar Salmantino al Cuartel General de Burgos a mediados de julio de 1938[nota 22]​ -, se cifra en 92 el número de víctimas habidas en los distintos ataques que sufrió la provincia, distribuidas en 22 muertos y 70 heridos; el cómputo de víctimas que se obtiene de la información de otras fuentes que tratan los distintos bombardeos por separado arroja cifras similares. De los doce bombardeos efectuados por la Aviación Republicana sobre territorio salmantino, tres fueron puramente dirigidos sobre la población civil (Los efectuados el 3 de julio de 1937 sobre Alba de Tormes y los días 21 y 28 de enero de 1938 sobre Salamanca y Aldeatejada). Dichos ataques concentraron la mayor parte del total de víctimas (unas setenta, incluyendo veinte de las mortales). Siete ataques parecen tener como objetivo principal los aeródromos militares utilizados por la aviación del enemigo, en los cuales apenas se causaron daños tanto en sus instalaciones como en los aviones estacionados en los mismos. En los dos restantes ataques -los llevadas a cabo los días 16 de noviembre de 1936 y 25 de julio de 1937-, el objetivo principal no ha podido ser determinado. En una buena parte de los ataques se bombardearon objetivos complementarios o secundarios sobre los que se aprovechó la carga ofensiva transportada por los aviones atacantes en aquellos casos en los que no fue posible bombardear el objetivo principal o bien sobraron proyectiles tras atacar este. Entre ellos destaca la estación de ferrocarril de la capital salmantina, potencial importante punto de almacenamiento de material de guerra, así como uno de los principales nudos de la red ferroviaria de la zona sublevada y ubicación de uno de los pocos centros especializados en mantenimiento de material ferroviario con que se contaba en la misma. Pese a su relativo interés como objetivo militar, parece no obstante que la estación salmantina nunca constituyó objetivo principal de ningún ataque (salvo quizás el del día 16 de noviembre de 1936 y una de las incursiones del día 30 de dicho mes, aunque no se tiene constancia de si fue o no así). En menor medida, como objetivos secundarios también fueron atacados varios de los ferrocarriles y carreteras que discurrían por la provincia. Como en el caso del resto de objetivos atacados, los daños en ellos fueron muy escasos e inmediatamente reparados, no afectando nunca a elementos de la infraestructura como puentes o tramos de difícil reposición.

Curiosamente, el último jefe de la aviación militar republicana fue el coronel Manuel Cascón Briega, originiario de Ciudad Rodrigo.



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