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Indudable



La locución latina «cogito ergo sum» es un planteamiento filosófico de René Descartes, el cual se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental. En español se traduce frecuentemente como «Pienso, luego existo», siendo más precisa la traducción literal del latín «pienso, por consiguiente soy»[1]​ o «pienso, pues soy» o «pienso, porque soy», ya que normalmente la traducción «Pienso, luego existo» se malentiende como «Pienso, después existo» siendo que Descartes llega a la conclusión de que pensar es una prueba de la preexistencia del ser (no se puede pensar sin antes existir); y, por ende, no llega a la conclusión de que se puede pensar sin existir, ni que la existencia es una consecuencia del pensamiento.

«Cogito ergo sum» es una traducción del planteamiento original de Descartes en francés: «Je pense, donc je suis», encontrado en su famoso Discurso del método (1637). La frase completa en su contexto es:

La frase de Descartes expresa uno de los principios filosóficos fundamentales de la filosofía moderna: que mi pensamiento, y por lo tanto mi propia existencia, es indudable, algo absolutamente cierto y a partir de lo cual puedo establecer nuevas certezas.

Aunque la idea expresada en «cogito ergo sum» se atribuye ampliamente a Descartes, Aristóteles explicó esta idea en toda su extensión:

Una formulación contemporánea a Descartes en 1554 por Gómez Pereira es tan exacta como a la suya:[2]

También existen antecedentes en Agustín de Hipona,[3]

El argumento de «cogito ergo sum» puede considerarse también un desarrollo ulterior del argumento del Hombre Volante de Avicena.[4]

Descartes fue acusado de plagio, especialmente por la coincidencia con el texto de Gómez Pereira y el planteamiento del discurso del método que ya aparece en Francisco Sánchez, Véase por ejemplo la crítica de Pierre Daniel Huet.[5]

El enunciado en francés Je pense, donc je suis (Yo -yo deíctico- pienso por ende yo soy), transcrito al latín como cogito ergo sum y al español castellano como "pienso, luego existo" muchas veces ha sido y se entiende mal, como "a partir del pensar se es", en rigor la frase es base para el racionalismo ya que en su Discurso del método Descartes busca algo concreto en lo cual es base la razón (y por esto el racionalismo), entonces, tal cual lo expresa muy claramente Descartes en su libro. Descartes parte de no tomar ninguna premisa antes recibida como verdadera, esto ya que afirmar supuestas expresiones debilitarían su argumento. Posteriormente empezó a poner en duda todo el conocimiento y materia que conociera (eso se llama duda metódica), duda hasta de los dogmas (que eran la "verdad" inapelable antes del cogito cartesiano) pero casi como siguiendo el método aporético preconizado por Sócrates llega a un punto indubitable: aquel en el cual reconoce que su pensamiento sale de un punto llamado yo, sea lo que sea ese yo es indiscutible que existe pues él mismo lo demuestra pesando, cuando piensa su yo inmaterial existe y si existe algo que es el yo entonces también puede existir la realidad de la cual el yo es un subconjunto y ciertamente lo verdadero es lo que hace concreto al yo, es por eso que surge la duda de la existencia y de la objetividad del universo. Tal planteamiento cartesiano sirve de piedra de toque para que la filosofía e incluso la ciencia abandonaran la metafísica Aristotélica por el racionalismo.

Así entonces el «yo pienso entonces soy» (que se entiende como «yo pienso, por lo tanto soy») ha resultado básico para el desarrollo del pensar racional a partir del s. XVII. Pero en la segunda mitad del siglo XIX Nietzsche[6]​ considera que Descartes ha planteado su célebre enunciado como un silogismo en el cual la premisa mayor no estaría demostrada, y por ello la proposición cartesiana no cumpliría con todos los pasos de un silogismo, al no depender de premisas mayores. Especialmente, en tal proposición, se pone explícitamente de antemano aquello a lo que todo conocimiento y toda proposición apelarían como fundamento esencial. En todo caso el cuestionamiento de Nietzsche tiene su sesgo nihilista y una posible recaída en el irracionalismo. En el siglo XX el primer Sartre defendiendo pese y desde a su existencialismo al racionalismo ha sostenido muchas de sus elaboraciones intelectuales en el apotegma cartesiano, pero casi al mismo tiempo que Sartre, Heidegger planteaba que había un defecto en el enunciado cartesiano y hacía renacer las objeciones nietzscheanas, poco tiempo después Lacan utilizando la especial nuance (matiz) que en idioma francés distingue dos formas de yo: el je (yo deíctico) y el Moi (yo pronominal) distingue al "yo (deíctico) pienso entonces (yo pronominal) soy", siendo el Moi (como para Sartre) el verdadero equivalente al ego (añadiéndole una develación Lacan al yo pronominal: «el ego es principalmente inconsciente: la existencia del yo ocurre entonces incluso antes del pensar del yo»).

Lo indudable es lo que es imposible (o acaso imprudente) dudar. Algo puede ser indudable de manera absoluta, como por ejemplo una proposición autoevidente, o también de manera relativa. Este último caso se daría solo cuando se satisfacen ciertas condiciones, por ejemplo si el enunciado de referencia tiene pruebas inobjetables, y éstas se consideran conjuntamente con él (por el contrario, aislado de sus pruebas, el enunciado podría parecer dudoso).

Para Descartes serían indudables aquellas «ideas» que «no tenemos ocasión para poner en duda» (Discurso, 2). Sin embargo, la duda que Descartes considera como un buen medio para examinar la validez o verdad de sus creencias, no es arbitraria. En la aplicación real del método cartesiano, solo la existencia de razones, o argumentos escépticos vigentes da «ocasión para dudar».

Descartes admite que hay ideas evidentes. «Evidente» sería para él, por definición, una proposición tal que quien atiende a ella no tiene más opción que juzgarla verdadera. Así, dado que para dudar de una idea es preciso ponerle atención, la duda parece imposible, como por ejemplo con el cogito ergo sum. Sin embargo, Descartes mismo señala que también las ideas evidentes se pueden poner en duda (esto sucede hacia el final de la primera meditación, cuando considera la hipótesis del genio maligno). Naturalmente, cosas que para alguien resultan evidentes, pueden no serlo para otra persona. Así, otro puede dudar de que una idea que a mí me parezca evidente. En segundo lugar, yo mismo puedo pensar que estoy expuesto a errar cuando llevó a cabo una operación elemental, cuyo resultado siempre me ha parecido ejemplarmente evidente (por ejemplo al sumar 2 + 3 o enumerar los lados de un cuadrado). Y por último, cualquiera puede plantear la duda en términos generales, ya que la frase «las ideas evidentes podrían ser falsas» es inteligible.

Dado que la duda se puede extender sin absurdo hasta las ideas «evidentes», parece indispensable tomar en cuenta, para la interpretación de Descartes, una segunda manera en que las ideas merecerían considerarse como indudables: esto ocurre cuando todas las razones conocidas que subyacen a la duda se pueden refutar. Esto lleva a interpretar la prueba cartesiana de la verdad de las ideas que él mismo llama «claras y distintas» de manera dialéctica.

El «cogito ergo sum» es el inicio de la solución Cartesiana al escepticismo absoluto aunque este problema ya lo había abordado Aristóteles en el Libro IV de Metafísica,[7]​ donde destruye el relativismo con el principio de no contradicción. Aristóteles critica a quienes piden demostración de todas las cosas (duda metódica) pues es algo no solo impráctico sino contradictorio (nos iríamos en un proceso infinito): demostrar todo implica ir a las bases, e implicaría dudar del lenguaje mismo y del pensamiento mismo, y como nadie puede dejar de pensar, ni de comunicarse, es evidente que pretender demostrar todo es un error de método.

Es, en efecto, ignorancia el desconocer de qué cosas es preciso y de qué cosas no es preciso buscar una demostración. Y es que, en suma, es imposible que haya demostración de todas las cosas (se caería, desde luego, en un proceso al infinito y por tanto, no habría así demostración), y si no es preciso buscar demostración de ciertas cosas, tales individuos no serían capaces de decir qué principio es el que postulan que se considere mayormente tal.

Pero también acerca de este principio cabe una demostración refutativa de que es imposible, con solo que el que lo cuestiona diga algo. Si no dice nada, sería ridículo buscar algo que decir frente al que nada tiene que decir, en la medida en que no tiene (nada que decir) [...]

Además, si sostenemos que debemos dudar de todo incurrimos en una petición de principio: pues tendríamos primero que dudar de la duda metódica, es decir, tendríamos que demostrar que se necesita dudar de todo, para dudar de todo. De ahí, concluímos que es absurdo e irreal dudar de todo (duda metódica), y que en la práctica hay cosas que no se necesitan demostrar, ya que, solo vale la pena demostrar algo cuando hay objeciones serias para dudar de algo.



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