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José Watanabe



José Watanabe Varas (Trujillo, 17 de marzo de 1945 - Lima, 25 de abril de 2007), fue un reconocido poeta peruano.

Nacido en Laredo, un pequeño pueblo al este de Trujillo. Su madre Paula Varas Soto, peruana, y su padre Harumi Watanabe Kawano, japonés de quien cuenta aprendió el arte del haiku.

Watanabe tuvo una infancia muy pobre, sus padres trabajaban como campesinos en una hacienda azucarera al norte del país hasta que el destino les jugó una buena pasada: ganaron la lotería de Lima y Callao y viajaron a Trujillo, la capital de la provincia. Luego José migró hacia Lima para seguir estudios superiores, pero el recuerdo de Laredo quedaría siempre en su memoria, por lo cual muchos de sus poemas se ubican espacialmente ahí, un Laredo que hoy sólo existe, con sus cuatro calles, en el imaginario creado por el poeta.

En Lima estudió los primeros años de la carrera de Arquitectura en la Universidad Nacional Federico Villarreal pero la abandonó después de casi dos años. Su formación fue esencialmente autodidacta y no sólo se desarrolló como poeta sino también como guionista de cine y documentales, estuvo muy involucrado en el medio televisivo e hizo una adaptación de Antígona de Sófocles para el grupo de teatro Yuyachkani.

Watanabe es una de las voces más propias entre los poetas peruanos del 70, una generación caracterizada por sus experimentos con el coloquialismo, su ruptura con la tradición poética peruana anterior a ellos, y su radicalismo ideológico. También fue una generación gregaria, en la cual, en su primera fase, primaron más los grupos que las individualidades. El grupo más activo y beligerante fue Hora Zero, pródigo en manifiestos, recitales y publicación de revistas mimeografiadas. En esta etapa, con Watanabe destacaron otros poetas como Abelardo Sánchez León, Enrique Verástegui, María Emilia Cornejo, Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruíz y Vladimir Herrera. En una fase posterior, que trascendió a los grupos y se volcó más al formalismo, la generación de poetas peruanos del 70 dio admirables frutos con las obras de Luis Alberto Castillo, Luis La Hoz, Juan Carlos Lázaro, Carlos López Degregori y Mario Montalbetti. Watanabe, sin ser considerado integrante de alguno de estos círculos literarios, compartió mucho de su juventud con su generación, especialmente los vinculados a la revista Estación Reunida (Tulio Mora, Oscar Málaga, Elqui Burgos, etc.). Su literatura se mantuvo independiente de todo el trajín político que afectaba a su país, lo cual se hace evidente en su poesía. En ella, las preocupaciones de la época si aparecen, pasan inadvertidas. Es más bien producto y gracias a sus vivencias e íntima forma de escribir que gana en 1970 el primer premio del concurso Poeta Joven del Perú con el poemario Álbum de familia (compartido con Después de caminar cierto tiempo hacia el este de Antonio Cillóniz).

También llamado poeta sabio, Watanabe busca trascender en su poesía. De su padre, no sólo aprendió el control de las manifestaciones emocionales, que llama refrenamiento; sino también y sobre todo la forma poética del haiku, la expresión mejor lograda de la mirada oriental del mundo que, por los senderos del budismo zen y el taoísmo, busca a la naturaleza pura y real irradiando su misterio en cada observación. Es a través de este miramiento desinteresado, sereno y simplemente testimonial, que el poeta describe los fenómenos que percibe en su belleza inocente de toda prisa por vivir, de toda ideología y de toda pasión. Análogamente al refrenamiento, el haiku expresa esta voluntad de dejar que las cosas vivan y se den mientras el poeta queda inerte en la inacción, en solo la contemplación. Se convierte en solo ojos para ver y para nada más.

El haiku es además la vía hacia el satori de la tradición zen o la iluminación. Esto es la fusión entre el sujeto y el universo, que lo lleva a la comprensión absoluta de la verdad, y a una gran paz silenciosa e inexplicable, que en el hinduismo es llamado samādhi. Este misticismo que no pertenece a ningún grupo social en particular sino a la humanidad toda, es lo que hace que uno se aproxime a la literatura de José Watanabe como a un clásico, que a través de sus sucintas frases nos hace unificar nuestros sentidos y vivir el aquí-ahora de sus ensoñaciones descriptivas y completas para extraer de estos momentos vacuos y delicados una enseñanza, que cada quién encuentra como un abismo.

Pero nuestro autor no solo es heredero oriental de este laconismo contemplativo sino también cabe resaltar una tradición hispana en el uso de la palabra y en su humor criollo, que nos puede sorprender para lograr una sonrisa desprevenida con una de sus palabras que desmitifican al cuerpo del tabú y que rompen con el tono solemne, como en El baño “si yo hubiera tenido tetas / serían / como las tuyas” o como en Canción “Pichi de mujer / no es pichi de hombre”.

Sus poemas no pueden ser considerados haikus, aunque su efecto sea parecido. Sino que son más bien parábolas, breves narraciones que alegorizan situaciones humanas en las que cualquiera puede reconocerse y que trabajan muy bien el clásico tópico del carpe diem. También se ha señalado que bajo los nombres de Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine, Watanabe se dejó influenciar la poesía simbolista francesa por la musicalidad de sus versos y la facilidad para la sugerencia, que no cae en moraleja sino en leve señalamiento implícito en el comportamiento y actitudes de sus personajes narradores.

Recopilación bibliográfica de toda la crítica en torno a la obra de José Watanabe: https://redliterariaperuana.com/2019/03/23/jose-watanabe-varas-bibliografia-esencial/



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