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Librepensador



Un librepensador es una persona que sostiene que las posiciones referentes a la verdad deben formarse sobre la base de la lógica, la razón y el empirismo en lugar de la autoridad, la tradición, la revelación o algún dogma en particular. Cualquier juicio así constituido debe llamarse «librepensamiento»[1]​ y quienes lo formulan son «librepensadores»,[2]​ personas que constituyen sus opiniones y certezas sobre un análisis imparcial de hechos y son dueñas de sus propias decisiones, independientemente de la imposición dogmática de cualquier institución, religión, tradición, tendencia política o cualquier movimiento activista que busque imponer su punto de vista ideológico o cosmovisión filosófica.

Se considera precursores o antecesores del librepensamiento al descreído poeta y matemático iraní medieval Omar Khayyam, autor de las Rubaiyat, y al médico y escritor francés François Rabelais (siglo XVI), quien en la utópica Abadía de Thelema de su Gargantúa defendió el lema «haz lo que quieras». El hito histórico más importante para los librepensadores fue, sin embargo, la quema del filósofo Giordano Bruno por la Inquisición de Roma el año 1600.[3]

El término se usó primero en Inglaterra a fines del siglo XVII, para denotar a quienes estaban contra instituciones eclesiásticas, la creencia literal en la Biblia y su interferencia en las consideraciones científicas, y se documenta por primera vez en 1697 por el naturalista William Molyneux (1656–1698) en una carta ampliamente divulgada dirigida a John Locke (1632-1704),[4]​ pero solo se hizo general cuando se publicó después el Discourse of Freethinking (1713) de Anthony Collins (1676-1729).

El término se aplicó entonces específicamente al grupo de escritores deístas e ilustrados, los freethinkers, formado por él mismo, el teólogo Thomas Woolston (1668–1733), el historiador y traductor Nicolas Tindal (1687–1774), el teólogo John Toland (1670–1722) y otros ilustrados de habla anglosajona. Desde entonces anduvo parte del camino paralelamente o asociado a doctrinas afines, como la masónica, de la que sin embargo rechaza sus ritualismo y jerarquía. En Francia se divulgó a través de la publicación en 1765 del artículo Liberté de penser («Libertad de pensar») en L'Encyclopédie de Denis Diderot (1713-1784) y Jean le Rond d'Alembert (1717-1783). Uno de sus mejores colaboradores, Voltaire (1694-1778), hizo además de este supuesto uno de los ejes de su pensamiento y su literatura.[5]​ Desde entonces el concepto de freethought se divulgó por toda Europa y América.

Anthony Collins definió el librepensamiento como un intento de juzgar una proposición según el peso de la evidencia; pero su libro fue interpretado como un ataque a los principios fundamentales del cristianismo. Desde ese día, el término librepensador quedó asociado popularmente al escepticismo, el descreimiento, falta de fe o infidelidad e incluso al ateísmo, aunque el librepensador actual no rechaza necesariamente el cristianismo, sino más bien intenta entenderlo.

El término se usó generalmente para definir a los numerosos filósofos franceses ilustrados del siglo XVII y actualmente se asocia la palabra librepensamiento a los términos escepticismo y laicismo. Sin embargo, una definición precisa hay que buscarla en el origen histórico del pensamiento revolucionario que dio origen a movimientos como el Renacimiento, el Humanismo, la Reforma, la Ilustración y la Revolución francesa. Pero con el surgimiento de nuevas ideas filosóficas también se fueron desarrollando nuevas y diferentes maneras de manejar el concepto de librepensador. En 1875, el poeta simbolista Louis Ménard escribió su Catéchisme religieux des Libres-penseurs,

El término librepensamiento a partir de la Ilustración define una actitud filosófica consistente en rechazar todo dogmatismo, religioso o de cualquier otra clase, y confiar en la razón para distinguir lo verdadero de lo falso en un clima de tolerancia y diálogo. En su ensayo La ética de las convicciones, el matemático británico del siglo XIX y filósofo William Kingdon Clifford (1845-1879) escribió: «Es un error siempre, en todas partes, y para cualquier persona, creer cualquier cosa con insuficiencia de pruebas».[6]​ Clifford dio un fuerte impulso al movimiento promoviendo el Congreso de librepensadores celebrado en 1878 y en años sucesivos y se puede decir que en la segunda mitad del siglo XIX fue un movimiento muy pujante, aunque minoritario.[7]

En España, el librepensamiento se difundió principalmente a través del semanario decimonónico Las Dominicales del Libre Pensamiento (1883-1909),[8]​ editado por Fernando Lozano Montes (1844-1935), y Ramón Chíes (1846-1893), y perseguido sin tregua por las autoridades religiosas y civiles. El propio Fernando Lozano, máxima autoridad del movimiento en España, y Chíes, fallecido poco después, organizaron en 1892, año de cuarto centenario del Descubrimiento, un magno Congreso Universal de Libre-Pensadores. En 1902 se constituyó la Federación Internacional de Librepensadores en España, Portugal y América ibera en el Congreso de Ginebra (14-18 de septiembre de 1902), donde se acordó promover un monumento a Miguel Servet. Más o menos asociados al Krausismo y a la Institución Libre de Enseñanza, otros destacados intelectuales españoles se agregaron al movimiento, como Francisco Ferrer Guardia, Antonio Rodríguez García-Vao y Rosario de Acuña.[9]​ También hay que mencionar al posterior Augusto Vivero.

En Alemania, se formó en Fráncfort en 1881 la Liga de Librepensadores Alemanes (Deutscher Freidenkerbunden) presidida por Ludwig Büchner (1824-1899), hermano del famoso dramaturgo Georg Büchner, agrupando a diversos ateos y agnósticos. En 1892 se formaron el Freidenker-Gesellschaft y en 1906 el Deutscher Monistenbund y desarrollaron una Jugendweihe (literalmente, «Consagración de la Juventud»), una ceremonia laica atea. La Unión de Cremación de Librepensadores se fundó en 1905 en polémica con los religiosos que creían en la resurrección de los cuerpos,[10]​ así como la Unión Central del Proletariado Alemán Librepensador en 1908; ambos grupos se fusionaron en 1927, convirtiéndose en la Asociación Alemana de Librepensadores (1930). Grupos de librepensadores socialistas europeos formaron la Internacional de Proletarios Librepensadores (IPF) en 1925. Agitadores de esta sociedad promovían desafiliarse a las iglesias y secularizar las escuelas primarias; de 1919 a 21 y de 1930 a 1932 más de 2,5 millones de alemanes, en su mayoría partidarios de parte de los partidos socialdemócratas y comunistas, renunció a pertenecer a iglesia alguna.

El librepensamiento decimonónico se considera heredero de la Ilustración dieciochesca; rechaza en su mayor parte la religión, considerándola un tipo de superstición, y los dogmas y fenómenos sobrenaturales, de los cuales descree y a los que somete a una crítica implacable. Para el librepensamiento (también denominado en el siglo XIX libre examen o examen libre), ninguna ortodoxia mayoritaria presupone necesariamente la verdad. Por este rechazo del dogma, entre los librepensadores se encuentran ateos, agnósticos, deístas racionalistas y libertarios; pero también investigadores de la religión como hecho empírico y universal cuya existencia no puede ser negada sin negar al hombre mismo.

El librepensamiento es la base filosófica para el movimiento del Humanismo secular. También es la base pedagógico-filosófica para la escuela racionalista.

Los librepensadores están fuertemente comprometidos con el uso de la investigación científica y la lógica para liberarse del error. Por medio del hipercriticismo escéptico intentan librarse de sesgos cognitivos que limiten el intelecto: las creencias populares, los prejuicios culturales, el chauvinismo, el etnocentrismo o el sectarismo. Por eso la ciencia y más exactamente el método científico guía a los librepensadores por su naturaleza racional e imparcial. La ciencia moderna está basada en la obtención y verificación del conocimiento, a diferencia de la ciencia clásica que estaba basada en la mera recolección y organización de conocimiento, de ahí que el librepensador se identifique con el criticismo del método científico. Las actuales asociaciones humanistas son impulsoras del pensamiento científico y rechazan doctrinas como el creacionismo.

Es error común pensar que el librepensador trata todas las ideas por igual; el librepensador utiliza a la ciencia y la lógica para discriminar qué ideas son falaces. El filósofo Bertrand Russell en su ensayo El valor del librepensamiento (1957), escribió[11]​:

Según Paulo Bitencourt, autor del libro Liberto de la religión. El inestimable placer de ser un librepensador:[12]



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