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Madrid galdosiano



Madrid galdosiano o Madrid de Galdós es el conjunto de escenarios geográficos, históricos y sociológicos que en la obra de Benito Pérez Galdós representan la ciudad y los habitantes del pueblo de Madrid. Una suma de grupos humanos tan diversos como las casas y calles que habitaron o los círculos y ocupaciones que compusieron su existencia literaria.[nota 1]​ El Madrid de Galdós, como el Londres de Dickens o el París de Balzac, conforma un entramado con una identidad propia en el contexto de la narrativa española del Realismo en la Literatura Universal.[1]​ Un mérito que, si ha de considerarse como tal, Galdós, sin duda, jamás pretendió; pues antes que literarias sus preocupaciones siempre tuvieron como objetivo «adentrarse en el alma española... descubrir el ser español, saber ¿qué es España?».[2]​ Y su laboratorio singular fue la ciudad y el pueblo de Madrid.[nota 2]

Quizá nadie mejor que María Zambrano, una de las más profundas analistas de la obra y persona de Galdós, para definir la importancia del concepto que encierran esas dos palabras, Madrid galdosiano, con estas otras, escritas pocos años antes de su muerte:[3]

Benito Pérez Galdós llegó a Madrid en el tren que le traía desde Alcázar de San Juan, después de un largo viaje desde su Canarias natal. Ocurrió a finales de septiembre de 1862 y el joven aspirante universitario tenía 19 años. Lo recibió «el Madrid isabelino, agradable, atractivo, simpático, de vida fácil, donde, aunque sea inexplicable, se podía vivir sin trabajar».[5]​ Recién llegado recaló por poco tiempo en el barrio de Lavapiés, en una pensión de la calle del Olivar; de allí se mudó a un segundo piso del número 3 de la calle de las Fuentes, a otra pensión más céntrica, cercana al Teatro de la Ópera de Madrid, donde se hospedaban sus paisanos Miguel Massieu y Fernando León y Castillo, compañero de colegio en Las Palmas de Gran Canaria, y que ya llevaba en la capital española dos años como estudiante de Derecho.[6]​ Con el mayor de los León y Castillo acude el recién llegado a la capital española, a la tertulia de canarios que se reunía en el Café Universal de la Puerta del Sol, círculo en el que conoció a Luis Francisco Benítez de Lugo, atractivo personaje tinerfeño, octavo marqués de la Florida y seis años mayor que Galdós.[7][8]​ Otro "domicilio alternativo o lugar de peregrinación" del joven Galdós fue el paraíso del Teatro Real, a cinco minutos de la pensión, una novedad apasionante para el melómano provinciano.[9]

Tras pasar el verano de 1863 visitando a su familia en Las Palmas de Gran Canaria, a su regreso a Madrid para matricularse —con retraso de un mes— en las asignaturas del primer curso de Derecho, Galdós cambió de hospedaje, mudándose a una pensión en la calle del Olivo, entre la Gran Vía y Arenal. El establecimiento, propiedad de Jerónimo Ibarburu y su esposa Melitona Muela, aparecerá más adelante en su novela El doctor Centeno (1883) presentado como "pensión de doña Virginia", donde a lo largo de su obra entrarán y saldrán personajes (como Alejandro Miquis, que morirá en ella).[10][nota 3]

Sin vocación por sus estudios de Derecho, el joven curioso callejeaba «día y noche los barrios de Madrid, principalmente los populares e históricos, con un deseo casi físico de adueñarse de ellos...»[11]​ En ellos se convirtió Galdós en cirujano de barrios, gentes, edificios de la historia cotidiana madrileña de la segunda mitad del siglo XIX. Como un personaje apenas entrevisto se lo veía en el Café de Naranjeros, en la plaza de la Cebada, el Café de las columnas (en Sol esquina a Espoz y Mina), el café Imperial (luego Café de Montaña) y el gran hogar que fue para Galdós el viejo Ateneo madrileño, cuando se encontraba en la calle de la Montera núm. 22, como aquel que dice, «a dos minutos» de su nueva casa de huéspedes.[12]

Refugiado con sus compañeros de pensión en la calle del Olivo, vivió Galdós, aún mozo y por tanto impresionable, la sublevación del Cuartel de San Gil la tarde del 16 de junio de 1866, que tras el efímero «gemido de la conciencia nacional, abrumada», dejó sobre las calles del centro de Madrid «los despojos de la hecatombe y el rastro sangriento de la revolución vencida».[13]​ El joven idealista de 23 años ("con impulso maquinal que brotaba de lo más hondo de mi ser") dejó a un lado sus veleidades de dramaturgo incipiente y tomando unas cuartillas se lanzó por el largo y estrecho callejón que, sin él saberlo, lo llevaría a la gloria universal; en el encabezado podía leerse: "La Fontana de Oro, novela histórica".[14][15][nota 4]

Dos años después de aquella tarde aciaga pero reveladora, se iba a producir otro gran cambio en la vida madrileña de Galdós.[16]​ Junto con una variopinta representación de familiares más o menos allegados,[nota 5]​ se instalan todos —los ocho— en el, entonces, número 8 de la calle Serrano, en un amplio y luminoso piso tercero de una de las primeras casas construidas en el barrio de Salamanca, justo frente al solar donde se estaba construyendo la Biblioteca Nacional.[17]​ Allí vivió el colectivo familiar durante seis años, hasta que en octubre de 1876 se trasladó a otro lujoso piso en el número 2 de la plaza de Colón, esquina a la ronda de Santa Bárbara (obra del arquitecto Lorenzo Álvarez Capra), compartido con sus dos hermanas.[18]

Gracias a una colección de letras mercantiles firmadas por Galdós y conservadas por su nieto, Benito Verde Pérez-Galdós,[19]​ se enumeran una serie de domicilios relacionados con Galdós, que no fueron su vivienda habitual familiar, pero en los que de algún modo vivió, trabajó o pasó parte de su tiempo, por motivos comerciales u otros desconocidos aún para los biógrafos —al inicio del siglo XXI—; esas direcciones son: Hortaleza 29 (1881), Fuencarral 53 (1893), Santa Engracia 46 (1894) y San Mateo (1885). También aparece la calle de Hortaleza, como domicilio editorial, en el piso bajo del número 132, oficina conocida como la canariera y considerada el «consulado cultural canario en Madrid».[20]​ Desde ella movió sus peones en la gran partida del ajedrez editorial, que Galdós, tan buen escritor como mal empresario, perdió en un jaque final frustrado y litigante, que a punto estuvo de llevarlo a la ruina.[21]

El penúltimo domicilio familiar de Galdós, en un barrio más modesto como era el de Gaztambide, fue una casa en el número 46 de la que fuera paseo de Areneros y a partir de 1903 calle de Alberto Aguilera,[nota 6]​ casi haciendo esquina con la que luego sería trazada como calle Gaztambide. En el piso principal de esa casa con jardincito, en un barrio entonces apacible, vivió Galdós hasta 1914. Desde ella se desplazó hasta el Congreso como diputado republicano por Madrid (1906-1914), y en ella fue operado de cataratas en mayo de 1911. Sin salir del barrio, sus años seniles, sin embargo, los pasó en un hotelito de ladrillo rojo del número 7 de la calle Hilarión Eslava, en compañía siempre vigilante de su sobrino o de Pepe, su criado. Queda noticia de que el incansable vecino de Madrid, ya ciego, dio su último paseo en coche por esta ciudad el 22 de agosto de 1919. No volvería a salir de casa. La uremia lo retuvo en cama a partir del 13 de octubre.

«Ha hecho mucho frío aquel 3 de enero de 1920...» Gregorio Marañón, amigo y médico (y que según los biógrafos lo visitaba a diario, como los médicos de cabecera de 'antes'), se ha retirado a las tres de la madrugada. En el vestíbulo de la casa, el poeta Enrique de Mesa habla por teléfono con un periodista curioso como un buitre. Un grito rasga el aire espeso de la casa al filo de las tres y media de aquella madrugada, última en la vida de don Benito.

«Cuando Galdós murió, el 4 de enero de 1920, el pueblo de Madrid, instintivamente, sintió que algo suyo desaparecía».[nota 7][24]​ Tras 48 horas de capilla ardiente, primero en su propia casa y luego en el Patio de Cristales del Ayuntamiento, el 5 de enero partió hacia el cementerio de la Almudena la comitiva oficial del entierro, una columna silenciosa y oscura que fue creciendo cuando medio pueblo de Madrid se unió a ella para acompañar al paseante en su último viaje.[25][nota 8][nota 9]

Si bien es cierto que gran parte de la obra de Galdós 'rezuma' Madrid, hay un puñado de novelas en las que la presencia de la ciudad y sus gentes es tan fuerte que desde antiguo han servido de escaparate y guía a críticos y estudiosos tanto del escritor como de la capital española. Y en ese escaparate no podrán faltar los siguientes títulos:[35]

La primera de las "Novelas contemporáneas" se desarrolla en su integridad en Madrid y su cinturón.[36]​ La determinación de Galdós de centrar algunas de sus "novelas españolas contemporáneas" en el 'marco incomparable' de la capital española de mediados del siglo XIX, queda patente cuando titula uno de los capítulos de La desheredada: "Tomando posesión de Madrid". Cronológicamente, esta novela puede considerarse como su segunda 'toma de posesión', después del umbral genérico que fue La Fontana de Oro.[14]

Son escenarios frecuentes en el desarrollo de la trama: el manicomio de Leganés; barriada del Pez; barrios de Peñuelas y Arganzuela, en Embajadores; entornos de la Puerta del Sol y la Red de San Luis; la plaza Mayor y plaza de la Villa; Atocha, paseo del Prado, Retiro y Campos Elíseos; Plaza de Oriente, Viaducto, Vistillas y Puerta Cerrada; barrio del Congreso y carrera de San Jerónimo; Ribera de Curtidores y Cerrillo del Rastro; y paseo de la ermita del Santo. También aparecen referidas en la narración un gran número de calles; de las que se pueden destacar las de Juanelo y Hortaleza.[37]

El Madrid "naturalista" de Galdós se muestra en esta novela pseudo-autobiográfica con su perfil más estrambótico. Sus cuatro protagonistas principales: Máximo Manso, su discípulo Manolito Peña, Irene, ninfa madrileña y protegida a la postre, y su interesada tiastra Doña Cándida, se mueven por sus páginas convirtiendo la ciudad en una engañosa postal que, desde el piso de la calle de Espíritu Santo, en el que vive Manso, se va filtrando por "profundas, laberínticas y misteriosas cavidades"; por ellas van pasando "las sombras entrecortadas de las calles... enroscándose en el suelo salpicado de luces de gas."[38]​ En el aire falsamente romántico de ese Madrid nocturno flota un tentador aroma de olla de garbanzos que hace ridículo el drama de los personajes.[39]

Esta novela —con más información autobiográfica que las Memorias de un desmemoriado—,[40]​ que narra las aventuras y vicisitudes del adolescente Felipe Centeno, lazarillo de Tormes galdosiano recién llegado a la urbe capitalina, es obra de encrucijada, donde confluyen viejos personajes de Galdós (el propio Felipín, presentado en Marianela, y su nuevo amo, Augusto Miquis, héroe en La desheredada) con otros nuevos que se ensancharán a lo largo de su obra futura: las hermanas Sánchez Emperador (Tormento y Sagrario), Pedro Polo —turbio sacerdote sin vocación— y, en especial, la familia de Ido del Sagrario.

Escenarios vividos por el propio Galdós son en esta novela: la casa de huéspedes que centra la acción, reproducción bastante fiel de la pensión que en el número 69 de la calle del Olivo fue hogar del escritor en sus primeros años madrileños; o las veladas en el 'paraíso' del Teatro Real y la redacción de "un periódico" donde colabora Juanito. En el callejero se cruzan y entretejen con la acción calles con vocación galdosiana como: Carretas, Concepción Jerónima, Toledo, Montera, León, Farmacia, Arenal, Hortaleza y Cava Baja, y rincones como el callejón de San Marcos, la Fuente del Berro, el Cerro de San Blas o las callejuelas Almendro y del Nuncio.[41]

Formando una especie de trilogía y compartiendo personajes con El doctor Centeno, que la precede, y la novela posterior, La de Bringas, Tormento se desarrolla hacia 1867 componiendo los telones de uno de los principales escenarios del Madrid galdosiano.[42]​ En él cruzan sus destinos tres personajes principales: Amparo Sánchez Emperador, doblemente seducida por Pedro Polo (el padre Polo, sacerdote sin vocación) y Agustín Caballero, indiano y pícaro redimido.[43]​ Triángulo amoroso/tormentoso marcado en el mapa de la ciudad con su correspondiente recorrido:

Completan este Madrid galdosiano las calles de Concepción Jerónima, Príncipe, Leganitos, de la Estrella, Esperancilla, San Leonardo, Silva, Beatas y Ancha (de San Bernardo).

Con La de Bringas, retrato descarnado de la irresistible ascensión y caída de Rosalía Pipaón de Bringas, Galdós parece regodearse en el análisis socio-emocional de una víctima más del periodo histórico denominado "de locura crematística", vivido por los representantes de la clase pequeñoburguesa del siglo XIX español que eligieron a la nobleza como referente, prescindiendo de la ética o la moralidad de sus acciones y comportamiento.[45]

Novela de escenarios interiores (con la acción situada en 1868), más generosa en escenas palaciegas, vestidores y enredos de alcoba que en tráfico de pasiones por el callejero de la ciudad, La de Bringas, repite itinerarios básicos del Madrid galdosiano.[46]​ Así las tres calles de Arenal, Carmen y Montera, con unas páginas fijas para visitar la tienda de confecciones "Sobrino Hermanos" en la calle de la Sal. Los paseos de la de Bringas se reparten entre el Prado, la Cuesta de la Vega, junto a Palacio, la Plaza de Oriente y las de la Cebada y el Carmen.[47]

Hay que registrar también la aparición en escena de uno de los grandes personajes del Madrid de Galdós, el usurero Francisco Torquemada, en su domicilio de la Travesía de Moriana.[nota 10]

Novela poco conocida de Galdós, publicada en dos entregas, entre el otoño de 1884 y la primavera siguiente. La acción, casi contemporánea a su publicación, transcurre en el Madrid de goce y especulación que acompañó los últimos años del reinado de Alfonso XII.[48]​ Un Madrid que impregna la narración cediendo a sus habitantes el protagonismo físico a través del núcleo familiar de su protagonista José María Bueno de Guzmán. Así lo verbaliza Galdós por boca de Don Rafael, tío de José María, en este párrafo que el crítico José Fernández Montesinos selecciona como síntesis de la novela:

La presencia de los personajes de la obra, tan indolente como intensa, ocupa el escenario hasta casi hacerlo desaparecer. Aquí y allá se ven panorámicas del Barrio de Salamanca, la Puerta del Sol, el Retiro o Atocha. Se callejea, poco, por la calle Montera para visitar el viejo edificio del Ateneo, a punto de ser relevado por el nuevo de la calle del Prado; entran y salen los personajes de la Chocolatería La Colonial, Lhardy, "La Pajarita", "Bolsín", el Café de Santo Tomás o el establecimiento de "Abanicos Sierra" en la Plazuela de Matute. Y como en un escenario metido dentro de otro, Juana Bueno, verá pasar desde su balcón la procesión del Doscientos Aniversario de Calderón de la Barca.[50]

Galdós, en muchos recursos heredero de Balzac, incurre en Lo prohibido en el vicio de sacar a escena, a veces como simples comparsas a personajes de otras novelas suyas. Así aparecen, una vez más: la de Bringas, (ambiciosa hasta el adulterio); la Marquesa de San Salomó ("ultracatólica y adúltera") que pululaba por las páginas de La familia de León Roch; el alumno de Manso, Manolito Peña, ya casi un personaje político; o Constantino Miquis, tardío vástago de la familia que envuelve la trama de El doctor Centeno. Todos ellos, como expone Montesinos en su estudio, un tanto descabalados y antojadizos.[51]

Fortunata y Jacinta, novela universal, es también una de las obras de Galdós que mejor definen el concepto de "Madrid galdosiano".[52]​ Así lo han referido hispanistas y galdosistas, desde Leopoldo Alas (Clarín) a Pedro Ortiz-Armengol.[53]​ El retrato que el escritor canario hace de la ciudad y sus gentes es comparable al que un siglo antes hiciera Francisco de Goya.[54]

Un minucioso estudio de la presencia del callejero madrileño en Fortunata y Jacinta, permite trazar el siguiente itinerario a lo largo de sus páginas (y evitando mencionar las repeticiones):[55]

También es demostrativo, además del protagonismo de diversos tipos de comercios (desde artesanos y prestamistas hasta tiendas varias y farmacias y boticas), el buen número de cafés madrileños del último cuarto del siglo XIX que aparecen en la novela. Por orden de aparición: Café Suizo, Real, Praga, San Antonio, el Suizo Nuevo, Platerías, café del Siglo, Levante, café del Gallo, Fornos, café de Santo Tomás, Aduana, de San Joaquín, café de Madrid, Suizo Viejo y café de Zaragoza.[57]

El crítico Joaquín Casalduero resume en dos frases la clara intención de Galdós en Miau: "Madrid es el mundo, y el empleado, el hombre. Morir es quedar cesante". Con este sencillo argumento esencial, tragedia opresiva que Dostoyevski haría más angustiosa y Kafka más alucinante,[58]​ Ramón Vilaamil (el cesante), su esposa Doña Pura, su hermana Milagros y su hija Abelarda, van a chocar en el escenario de la ciudad de Madrid con la familia del yerno triunfador, Víctor Cadalso (una vez más Galdós juguetea y se luce con la elección de los nombres), y ante los ojos de una tercera opción vital —vivir al día y con lo que hay— sintetizada en Federico Ruiz y su mujer, Pepita Ballester.[59]

El marco histórico de partida —febrero de 1878— despierta de la resaca de la boda Real que el 23 de enero habían protagonizado Alfonso XII y su prima María de las Mercedes en la basílica de Atocha. Los escenarios y forillos que los personajes poblarán con sus idas y venidas son variopintos: La calle de Quiñones, la explanada frente al Cuartel del Conde-Duque, el Colegio de la plazuela del Limón, el interior del Teatro Real, los despachos y dependencias del Ministerio de Hacienda, la iglesia de las Comendadoras, los desmontes del Cuartel de la Montaña.[60]

Galdós, víctima a lo largo de su vida de real de prestamistas y usureros reales, concibió en su fantasía la existencia literaria del maragato Francisco Torquemada, cuyos negocios en incontenible ascensión se desarrollan en el Madrid de los años 1870 a 1888. Ortiz-Armengol cita algunos nombres como posibles modelos del personaje, entre ellos el de Santiago Alonso Cordero y el del mago financiero, "mecenas y misterioso" José Lázaro Galdiano, conocido de Galdós.[61]​ Las cuatro novelas que forman la tetralogía se titulan: Torquemada en la hoguera (1889), Torquemada en la cruz (1893), Torquemada en el purgatorio (1894), Torquemada y San Pedro (1895); y aún hay noticia de un quinto volumen ("La herencia de Torquemada") que no llegó a escribir.

Desde el vértice geográfico de la casa del usurero Francisco Torquemada en la calle Tudescos,[nota 11]​ las cuatro novelas del ciclo dedicado a este personaje y sus víctimas, trazan itinerarios comunes por las calles Preciados, Carmen, Salud, Luna, San Blas, Ave María, Silva, Toledo, Alameda (antigua calle de la Leche), Humilladero, San Bernardo, Espoz y Mina, la Carrera de San Jerónimo, Infantas, Bailén o la Costanilla de Capuchinos y las Cavas Alta, Baja y de San Miguel. Además de enclaves tan madrileños como la Puerta del Sol, Puerta Cerrada, La Bombilla, Cuatro Caminos, Tetuán, Chamberí, la Plaza Mayor y la Plaza de Oriente, Alcalá, Atocha y la Gran Vía, el Paseo del Prado y el de Recoletos.[62]

En Nazarín, Galdós se traslada al extrarradio de Madrid, acompañando las andanzas del sacerdote manchego don Nazario Zaharín, mezcla galdosiana de quijote y Cristo.[63][64]

El protagonista —entre la santidad y la locura—, acompañado por sus discípulos-escuderos, encarnados en las jóvenes Andara y Beatriz (una evocación castiza y mesetaria de las bíblicas Marta y María), recorre los suburbios del sur de Madrid.[65]​ En su itinerario aparecen las calles de las Amazonas, del Oso, de los Abades, del Peñón, de las Maldonadas, Mira el Río, Arganzuela, Calatrava, la plaza de la Cebada, el Cerrillo del Rastro, la Puerta y el Puente de Toledo, y más allá de lo urbanizado, el camino de los Carabancheles, Campamento y el Cementerio de San Isidro.[66]

Poco se puede añadir tras estos párrafos del autor. Si acaso, por defecto estadístico, la circunstancia de que Galdós repita escenarios madrileños antes aparecidos en otras novelas del ramo: Ángel Guerra, Fortunata y Jacinta, Halma, Nazarín y Torquemada. Barrios de los antiguos distritos de la Latina, Inclusa y Hospital. En el catálogo de calles y plazas vuelven a aparecer los rótulos de la Cabeza, la Ruda y Arganzuela, Mesón de Paredes, Puente de Segovia, la Cava Baja y la plazuela del Ángel; también reaparecen los suburbios del otro Madrid, como el castigado gueto de Las Cambroneras.[67]

Completan el cuadro cafés, tabernas y figones que así mismo podrían adjetivarse 'galdosianos'. Y merece la pena llamar la atención sobre la habilidad de Galdós en la selección de nombres, no solo de los personajes sino de los lugares relacionados con ellos en la geografía municipal o el callejero madrileño. Tómese como ejemplo en esta novela al personaje de doña Frasquita, vecina de una lista de calles a las que a lo largo de la narración se va mudando en orden degradante y cuyo simbolismo resulta tan sugerente: de la calle Claudio Coello en el barrio burgués de Salamanca irá a la calle del Olmo, en el viejo Madrid, y siguiendo un nomenclator botánico pasa a la calle del Saúco y de ésta a la del Almendro, para acabar con un golpe de ironía muy galdosiano, en la calle Imperial (!).[68]

De las cuarenta y siete novelas, agrupadas en cinco series, que componen los Episodios Nacionales, al menos en 26 de ellas hay una presencia notable del Madrid "épico-literario" del siglo XIX. [69]​ Se pueden incluir también tres episodios en los que la capital española aparece en grado menor (indicados entre paréntesis en la tabla subsiguiente):


De los diferentes estudios realizados sobre la obra de Galdós y en especial de los específicos sobre la construcción y estructura del Madrid literario del escritor canario, pueden diferenciarse los siguientes parámetros:

La imagen más conocida de los majos del Madrid del ocaso del siglo XVIII y el amanecer del XIX, ha quedado inmortalizada con una gran riqueza psicológica y variedad plástica de tipos en la obra de Francisco de Goya.[78]​ Complementario, aunque mucho menos conocido, es el retrato coral literario que hizo Galdós del majo madrileño de la primera mitad del siglo XIX.[nota 12]​ Una interesante y jugosa clasificación y ordenación socio-laboral, minuciosamente localizada además en el callejero de la ciudad, puede leerse en unas memorables páginas de El 19 de marzo y el 2 de mayo, libro tercero de la primera serie de los Episodios Nacionales:[79]

No parece discutible que la mejor y más autorizada glosa del Madrid galdosiano sea la del propio don Benito. Y así lo dejó descrito —a su Madrid— y escrito en la conferencia, que estando ya ciego, leyó por él Serafín Álvarez Quintero, en el Ateneo de Madrid, el día 28 de marzo de 1915. Dicha conferencia fue la primera de una serie consagrada a la descripción de ciudades españolas, organizada en la Sección de Literatura del Ateneo, con la dirección y presidencia de Francisco de Icaza. Su obvio título: Madrid.

De la docena de páginas que la componen pueden quedar aquí un párrafo inicial y explicativo del origen del Madrid galdosiano y una sentencia a modo de telón:

El sello del Madrid galdosiano se deja notar con fuerza en escritores del Noventayocho como Valle-Inclán, que lo "esperpentiza" en Luces de bohemia, o Baroja que, desprovisto de la piedad de Galdós, lo desnuda con su "pasión encolerizada por Madrid" en trilogías como La lucha por la vida o La juventud perdida.[80]​ Y aún un siglo después, la ciudad galdosiana impondrá su sello en novelistas contemporáneos como Arturo Pérez-Reverte o Juan José Millás.[81]



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