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Maximiliano Hernández Martínez



Maximiliano Hernández Martínez (San Matías, El Salvador, 20 de octubre de 1882 – Hacienda Jamastrán, Danlí, Honduras, 15 de mayo de 1966) fue un militar, dictador y Presidente de El Salvador (1931-1944),[1][2]​ cargo al que accedió tras un golpe de Estado en 1931.[3]

Tras realizar sus estudios militares en Guatemala, ascendió en rangos militares hasta ser general de brigada.[3][4]​ En 1931, el partido Pro Patria lo postuló a la vicepresidencia, la cual ganó. Nueve meses después, participó en el golpe de Estado contra el presidente Arturo Araujo tras el que se autonombró presidente, siendo ratificado al año siguiente por la Asamblea Legislativa. Prolongó su mandato durante trece años por medio de elecciones en las cuales era el único candidato, y también a través de decretos legislativos.[5][6]

En su mandato (conocido coloquialmente como martinato) destacaron la matanza de 25 000 indígenas que contradijeron y amenazaron, de forma armada, su gobierno en 1932,[7]​ sus políticas apegadas a sus creencias teosóficas,[8]​ los movimientos diplomáticos durante la Segunda Guerra Mundial,[9]​ la disminución significativa de la delincuencia mediante el uso de la fuerza, el saneamiento de las finanzas públicas, la creación de un banco estatal emisor de moneda, la venta de viviendas a bajo costo para campesinos, la reducción significativa de la deuda para personas al borde de la quiebra, la construcción de la Carretera Panamericana y la cancelación de la deuda externa.[10]

En 1944, un grupo de militares se alzaron contra el presidente, los cuales fueron sofocados mediante la fuerza en un par de días.[11]​ Un mes después se suscitó una huelga general de la sociedad civil, la cual obligó al general a deponer el cargo de la primera magistratura.[5]​ Hernández Martínez fue asesinado 22 años después en Honduras, a manos de su motorista.[12]

Sus padres fueron Raymundo Hernández y Petronila Martínez. Contrajo nupcias con Concepción Monteagudo, con quien tuvo nueve hijos: Alberto, Carmen, Esperanza, Marina, Eduardo, Rosa, Gloria, Maximiliano y Luis.[13]​ Su relación familiar siempre estuvo supeditada a sus creencias teosóficas y a su cargo como mandatario; ejemplo de eso fue la muerte de su hijo Maximiliano. El niño enfermó de apendicitis y Hernández Martínez se negó a que fuese tratado por médicos, puesto que él mismo lo trataría con "aguas azules" (agua que había pasado mucho tiempo bajo el sol dentro de botellas de color azul); el resultado fue fatal, el niño falleció y la respuesta del militar fue que sólo quedaba la resignación porque los "médicos invisibles" no habían querido salvar al infante.[14]​ A sus costumbres teosóficas se agregaban su vegetarianismo, la obsesión por las ciencias ocultas y su afición por el estudio de la reencarnación.[15]​ Era absolutamente abstemio, hábito que inculcó estrictamente a sus hijos.[8]

Realizó sus estudios en el Instituto Nacional de El Salvador. Tras acabar sus estudios de educación media, ingresó en la Escuela Politécnica de Guatemala, en donde obtuvo el grado de Subteniente. Regresó a El Salvador durante la presidencia del general Tomás Regalado. A su vuelta, estudió en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales en la Universidad de El Salvador, dejando la carrera en el segundo año de estudios.[3]

Fue ascendido a teniente efectivo el 17 de noviembre de 1903; a capitán, el 23 de agosto de 1906; a capitán mayor, el mismo año (durante la guerra con Guatemala, donde peleó el general Martínez a las órdenes del general Tomás Regalado); a teniente coronel, el 6 de mayo de 1909 y a coronel, el 15 de junio de 1914.[3]​ En el 14 de julio de 1919, la Asamblea Nacional Legislativa lo ascendió al grado de general de brigada, el decreto legislativo fue sancionado por el presidente Jorge Meléndez en el 17 de septiembre.[16]​ En 1921 fue instituido como ministro de Guerra y Marina.[4]

En 1931, el partido Pro Patria lo incluyó como candidato a la vicepresidencia. Tras ganar las elecciones, ocupó el cargo de vicepresidente, a la vez que el de Ministro de Guerra, a los servicios del presidente Arturo Araujo.[6]​ El 2 de diciembre del año de su elección participó en un golpe de Estado, siendo elegido como presidente de la República, tras el designio del Directorio cívico instaurado provisionalmente.[13]​ Su presidencia fue ratificada por el poder legislativo en 1932.[17]

En el golpe de Estado fue acompañado por una minoría civil y por un buen número de militares con rangos bajos y medios, los cuales eran conocidos como "Juventud Militar". Los militares fueron incitados principalmente por incumplimiento salarial del ejecutivo y por las condiciones poco favorables para el ejercicio de su labor. Tras un día de deliberación, Hernández fue nombrado presidente interino por haber abandonado al presidente saliente antes de comenzar el alzamiento.[5]

En 1935, año en el cual debían celebrarse las elecciones regulares, Hernández Martínez renunció a la presidencia, dejando el cargo por seis meses en manos del general Andrés Ignacio Menéndez, fungiendo durante ese tiempo únicamente como ministro de Guerra. Se inscribió como candidato único a la presidencia, por lo cual obviamente prolongó su mandato por un periodo más. En 1939 fue ratificado por el poder legislativo en el cargo.[4]​ En 1944, fue el poder legislativo quien prolongó, de nuevo, el mandato de Hernández Martínez.[17][18]

En enero de 1932, Agustín Farabundo Martí (líder de grupos estudiantiles y político de izquierda) fueron fusilados por haberles sido encontrados panfletos de apoyo al Partido Comunista Salvadoreño. La situación política se volvía tirante para el presidente Hernández y, días después, estalló el levantamiento campesino.[19]

El levantamiento campesino de 1932 fue una insurrección que acabó en la muerte de aproximadamente 25.000 indígenas.[20]​ Las causas fueron diversas, entre ellas el fuerte descontento de los campesinos ante las políticas del gobierno del General Hernández Martínez.[21]​ En poco tiempo, bajo las órdenes presidenciales, el ejército salvadoreño sofocó la revuelta y se instauró un estado de sitio. El líder indígena Feliciano Ama fue linchado y ahorcado por fuerzas militares, fomentando la participación de los paisanos de Ama en el levantamiento.[22]​ Tras la matanza, los cadáveres enterrados a poca profundidad sirvieron como foco de contaminación, lo cual propagó focos de enfermedades entre los residuos de los insurrectos. Además, los cerdos y otros animales desenterraron los cuerpos y se alimentaron de los mismos, lo cual trajo una reacción gubernamental inmediata, puesto que repercutía en la economía al contaminar a los animales de corral.[23]

Una vez sofocada la insurrección, el presidente se negó a recibir ayuda militar extranjera, refiriendo un telegrama al almirante de los buques de guerra que Estados Unidos y Gran Bretaña habían enviado. El telegrama apuntaba que:

Tras la matanza, Hernández Martínez se ocupó de llevar a todo el país diversas obras teatrales, tales como Pero también los indios tienen corazón y Pájaros sin nido, cuyo contenido pretendía matizar los hechos para aplacar los rumores y los reclamos de algunos sectores. Mandó destruir todos los periódicos, artículos o panfletos que le fueran contrarios con respecto al tema;[23]​ el objetivo fundamental fue el de convencer a la opinión pública de que los indígenas fueron confundidos por los comunistas y de que la insurrección había sido financiada por la Unión Soviética,[25]​ lo cual obligó a la matanza.[26]​ Además, tras los acontecimientos, Alfredo Schlesinger, simpatizante del gobierno de Hernández Martínez, escribió un libro titulado La verdad sobre el comunismo, en el cual contaba la historia según la versión oficial. Más tarde, el mismo Schlesinger escribió otro libro, titulado Revolución comunista, y que fue publicado en 1946, donde reafirmaba lo que decía en el primero.[27]​ Algunas partes de los libros han sido fuertemente criticadas por encubrir los hechos,[28]​ aunque también hay críticas por exagerar los acontecimientos.[29]​ En general, las acusaciones apuntan a que las cifras de fallecidos son mucho menores de las reales y que se describen actos vandálicos de parte de los alzados que en realidad no sucedieron.[27]​ En cuanto a medios de comunicación, el presidente limitó las emisiones radiales, prensa escrita e incluso el cine, intentando dar un giro a la historia mediante el manejo de la opinión pública.[26]

Sus políticas de gobierno tuvieron diversos efectos sobre la vida cultural, política y económica del país. Sin establecer un gobierno centralizado, participaba casi en todas las decisiones que tenían que tomarse, dirigiendo casi personalmente cada una de las actividades de su gobierno.[26]​ Alejó a los militares (con excepción de sí mismo, por supuesto) de la administración civil, y fue por ello su gabinete minoritariamente castrense. Los sueldos para los funcionarios de gobierno y para los militares fueron sumamente bajos, en comparación con épocas anteriores, lo cual ahuyentó significativamente a los militares interesados en participar del gobierno.[30][31]​ Sin embargo, siempre prefirió estar cercano a la protección militar, por lo cual trasladó el despacho presidencial y su residencia familiar a la entonces Escuela Normal de Varones, junto al Cuartel El Zapote.[32]

Promovió el crecimiento económico basado en la expansión de las grandes haciendas cafetaleras, beneficiando así a los terratenientes e iniciando vínculos entre los militares y la oligarquía. Durante su presidencia se dio la creación de El Banco Central de Reserva y el Banco Hipotecario, la Compañía Salvadoreña del Café, la Caja de Crédito Rural, la Cooperativa Algodonera, la Dirección General de Obras Públicas, Mejoramiento Social, desarrollaron una labor encomiable dentro de sus funciones. Las primeras en la gran finanza y en el caso de mejoramiento social, lotificando algunas haciendas para asentar a familias campesinas. se construyeron carreteras en todo el país (la carretera panamericana) y el estadio nacional de la Flor Blanca (hoy Estadio Jorge “Mágico” González) donde en aquella época se celebraron los terceros juegos deportivos centroamericanos. Se construyeron edificios como el del telégrafo, el castillo de la antigua Policía Nacional, actual sede de la dirección general de la Policía Nacional Civil, y grandes puentes, como el Cuscatlán sobre el río Lempa en 1942.

El 23 de febrero de 1932 el Estado salvadoreño fue declarado en mora, especificando a los acreedores de la deuda externa que no pagaría los empréstitos si no se le ablandaban los intereses y se le alargaba el plazo. La deuda neta, es decir sin intereses, quedó cancelada en su totalidad en 1938, aunque los intereses se acabaron pagando hasta 1960.[33]​ Una vez pagada la deuda propuso, mediante una placa conmemorativa colocada en la Asamblea Legislativa, la política de no adquisición de empréstitos internacionales en el futuro. Pese a dicha iniciativa, igualmente adquirió préstamos para la construcción de la Carretera Panamericana.[5]​ Por otro lado, el 12 de marzo de 1932 decretó la Ley Moratoria, mediante la cual redujo los intereses de los deudores que estaban a punto de caer en bancarrota. Además, con el objetivo de estabilizar el valor del colón, creó el Banco Central de Reserva de El Salvador en 1934, indemnizando a los bancos privados para que dejasen de emitir dinero.[34][7]

En cuanto a políticas referentes directamente a la población, siempre predominaron sus costumbres teosóficas. Por ejemplo, cuando se desató una peste de viruela, esta fue tratada por el presidente forrando con papel azul las lámparas de las plazas, esperando que los médicos invisibles salvasen a los que estaban destinados a vivir.[14]​ Entre otras cosas, estableció que todo aquel que pidiese educación debía ser considerado comunista, negando especialmente el acceso a la educación a los obreros y asalariados porque, en sus palabras, pronto dejaría de haber personas dispuestas a trabajar en tareas de limpieza.[10]

Estableció en julio de 1932 el Fondo de Mejoramiento Social, y en octubre, la Junta Nacional de Mejoramiento Social, cuya actividad principal era la de adquirir viviendas y facilitar créditos blandos a los campesinos para comprarlas;[35]​ sin embargo, dicha actividad no trajo los resultados esperados por la población, ya que los beneficiados fueron muchos menos que lo que se había proyectado.[36]​ Pese a que se le calificó como una reforma agraria, esta no lo fue, puesto que las tierras no fueron expropiadas, sino compradas a precio de mercado y vendidas a uno inferior, utilizando fondos nacionales que jamás serían reintegrados y que pasarían a manos de los terratenientes de la época.[36]​ También se construyeron viviendas para ser vendidas en las mismas condiciones, aunque esto se dio en menor escala.[35]

Modificó la Ley de Policía de 1879, prohibiendo a civiles el porte de armas de fuego, cuchillos, machetes u hondillas, elevando a calidad de delito la evasión de dicha ordenanza. Por otro lado, estableció que serían perseguidos y castigados como vagos los que no tuviesen oficios lícitos o modo de vivir honesto.[10]​ La pena por hurto era la amputación de una mano y, ante la reincidencia, la condena era el paredón de fusilamiento.[37]​ Estableció fuertes alianzas con la Iglesia católica, obteniendo el beneficio de los dos monseñores de la época, Monseñor Belloso y Monseñor Chávez y González, quienes siempre estaban presentes en las ejecuciones políticas y quienes, tras el levantamiento de 1932, ofrecieron misas en agradecimiento por la victoria militar.[10]

En materia militar, fortaleció la profesionalización de oficiales mediante becas de estudio militar, especialmente a Italia. Financió la construcción de un tanque de guerra, armado con seis ametralladoras pesadas.[5]

En 1939 convocó a la Asamblea Constituyente para que elaborase una nueva constitución, cuya principal novedad era la inclusión del voto femenino bajo algunas condiciones de origen social y nivel de instrucción.[38]

En 1943, Hernández Martínez trató de aumentar las tasas tributarias a las exportaciones para obtener mayores ingresos para el Estado, y eso rompió la relación que mantenía con los grupos oligarcas.[39]

El advenimiento de la Segunda Guerra Mundial significó un aumento en las exportaciones a los Estados Unidos y el mejoramiento de la economía salvadoreña. Eso le permitió a Hernández Martínez realizar algunas reformas sociales y una ligera redistribución de la tierra mediante un programa agrario.[5]

El general se sentía muy atraído por los éxitos de los gobiernos fascistas europeos, en especial por Hitler y Mussolini. De hecho, en 1938 nombró director de la Escuela Militar a Eberhardt Bohnstedt, general de la Wehrmacht del ejército alemán.[5][40]​ Además, abrió relaciones diplomáticas con el dictador español Francisco Franco;[9]​ sin embargo, estando bajo la presión de los Estados Unidos (principal comprador de café al país centroamericano), tuvo que olvidarse de sus simpatías y aceptó alinearse al lado de los Aliados.[17][9]​ Además, dio el reconocimiento diplomático al Estado títere de Manchukuo, y removió del cargo a sus funcionarios que tenían ascendencia alemana e italiana.[9]​ Asimismo, a los residentes alemanes e italianos en El Salvador les expropió sus tierras y los mandó a campos de concentración, lo que valió para obtener el reconocimiento diplomático de Estados Unidos.[5]

Ese cambio en su política exterior, al igual que la represión contra los comunistas y opositores a su gobierno, le permitió obtener mayor apoyo de Washington. Sin embargo, la situación cambió ante la negativa de Hernández Martínez de recibir a 3000 soldados estadounidenses para dar protección al Canal de Panamá. Estados Unidos colocó tropas en los países cercanos al Canal, excepto en El Salvador, dada la negativa presidencial. El motivo que Hernández Martínez adujo para rechazar el pedido de los norteamericanos fue que, dado que las tropas que arribarían tendrían un porcentaje de soldados de raza negra, se corría el inminente riesgo de que se reprodujesen en El Salvador y que llenasen de niños de color al país.[9]

Durante su mandato obtuvo aciertos tales como la organización de la banca, mediante la creación del Banco Central de Reserva de El Salvador y el Banco Hipotecario de El Salvador entre 1934 y 1939, la eliminación momentánea de la deuda externa,[41]​ la creación de instituciones de crédito para el campesinado (Federación de Cajas de Crédito Rural), la ejecución de proyectos de construcción de vivienda asequible para obreros, el saneamiento de la tesorería nacional, el respaldo a los productores de café, de azúcar y de algodón mediante medidas económicas favorables para dichos rubros; la construcción de 300 kilómetros de la Carretera Panamericana y la reducción de las deudas de pequeños y medianos propietarios de tierras que estaban en proceso de embargo.[3][10]​ Además, su logro más recordado fue la reducción significativa de la delincuencia, mediante el cumplimiento implacable de la ley.[42]

El gobierno de Hernández ha sido ampliamente criticado por diversos sectores, enfocándose principalmente en sus prácticas teosóficas y las repercusiones de las mismas en sus acciones como gobernante. En primer lugar, la creencia del general de que el ser superior (el Estado, para el caso) debe tener el poder absoluto sobre los individuos lo llevó a convertir al Estado como un controlador individual, dotándolo de poder extraconstitucional sobre la vida nacional, entregándole el control a las fuerzas armadas.[43][31]​ Tuvo un estricto control de los medios masivos de comunicación, alineándolos a favor de su régimen o simplemente cerrándolos ante la resistencia ocasional.[23]​ Además, se le critica el exilio de los más importantes pensadores y artistas de la época que no comulgaban con su gobierno.[43][44]​ La dureza de sus medidas y principalmente su desprecio hacia la calidad del ser humano lo orillaron a cometer actos que marcarían un precedente de violencia, antesala de lo que se vendría décadas después durante la dictadura militar.[1]​ El manejo mediático se extendió hacia el campo político, creando condiciones para que aun en el extranjero se le considerase un presidente democrático; por ejemplo, colocó el puesto de elecciones del Partido Comunista justo frente al Hotel Nuevo Mundo, el cual albergaba a gran cantidad de extranjeros, especialmente estadounidenses. La intención era clara: crear una imagen de democracia para ser reconocido por el resto de los Estados como un presidente legítimo.[1]​ En el campo de las ideas, se apoyó públicamente en las teorías de Alberto Masferrer, aunque en la práctica se oponía a las mismas.[43][1]

Sin embargo, la principal crítica que se le hace a su gobierno es el uso excesivo de la fuerza. Se valió de métodos represivos poco ortodoxos y caracterizados por la violencia y el irrespeto a la integridad del individuo.[23][43]

Dado que Hernández Martínez tenía pretensiones de extender su mandato más allá de 1944, los militares, inconformes por los fusilamientos de oficiales opositores, se alzaron contra el gobernante, y lo obligaron a capitular en tres días. Fue entonces cuando la sociedad civil, manifestándose en contra de los fusilamientos masivos de oficiales alzados, se rebeló mediante una huelga de brazos caídos que desembocó en la renuncia del dictador.[5]

La tarde del 2 de abril de 1944,[37]​ mediante el uso de fuerza aérea y de infantería, militares alzados bajo el mando de Alfonso Marroquín y Tito Tomás Calvo tomaron el control de los Cuarteles de Infantería, Sexto Regimiento de Ametralladoras, y Quinto de Infantería de Santa Ana. Todo sucedía mientras Hernández Martínez viajaba de La Libertad hacia San Salvador en una camioneta de alquiler.[3]

Los combates se prolongaron hasta el 4 de abril, cuando las fuerzas leales a Hernández Martínez aniquilaron a los alzados en una emboscada camino a Santa Ana. Marroquín presentó la rendición y fue arrestado junto a Calvo, a quien le fue negado el asilo político en la embajada estadounidense. Ambos fueron fusilados sin juicio al siguiente día.[3][11]

La sociedad civil, liderada por el intelectual Joaquín Castro Canizales, quien había colaborado con Hernández Martínez en 1931, se declaró en huelga paulatinamente. Desde el 26 de abril, los estudiantes universitarios impusieron una huelga parcial, seguidos por los estudiantes de educación media, los maestros, los empleados de teatro, las vendedoras de los mercados, los profesionales, y exactamente un mes después del alzamiento militar, el 2 de mayo de 1944, rebeldes civiles impidieron que los ferrocarriles de la capital operasen, dando inicio oficial a lo que se conoce como "la huelga de brazos caídos",[5]​ en la cual participaron algunos actores que con el tiempo se convertirían en políticos relevantes: tal es el caso de Schafik Handal, quien aspiraría a la presidencia de la república varias décadas después.[45]​ Durante la huelga no hubo producción alguna, por lo cual la presión nacional e internacional creció hasta el punto de obligar al presidente a deponer su cargo, depositándolo en Andrés Ignacio Menéndez. Su renuncia fue anunciada por el mismo mediante un comunicado radial el 9 de mayo de 1944 a las 21:00 horas; acabó su discurso con la frase:

Tras su renuncia a la primera magistratura, huyó vía terrestre a Guatemala, donde fue recibido por su hermano Guadalupe,[30]​ luego se movió hacia Estados Unidos,[46]​ para finalmente trasladarse a Honduras. Ahí fue asesinado por Cipriano Morales, su motorista, quien le asestó 17 puñaladas. El asesinato se perpetró en el comedor de su residencia en Honduras, el 15 de mayo de 1966.[12]

Tras la muerte del dictador, se le dio su nombre a una brigada de exterminio anticomunista, que funcionó como escuadrón de la muerte.[47]​ Con su mandato, se iniciaron más de cinco décadas de gobiernos militares que desembocarían, entre otras cosas, en una guerra civil.[48][8]




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