La abadía cisterciense del monasterio de Santa María la Real de la Oliva, a veces llamado también de Nuestra Señora de la Oliva, es un gran conjunto de arquitectura monacal románica y destacado ejemplo de arte cisterciense navarro, situada en la localidad de la Navarra meridional de Carcastillo (España) y colindante con la vecina Aragón sobre la cual también ejerció su influencia. Fue fundada, con bastante probabilidad, el año 1145 por el rey de Pamplona García Ramírez llamado el Restaurador. Obtuvo el favor y apoyo del papado, la nobleza y monarquía, (tanto navarra como aragonesa, primero, y española, después), llegando a ser, a mitades del siglo XII, uno de los centros monásticos más poderosos e influyentes de Navarra gracias a su extenso patrimonio y su gran biblioteca. Más adelante llegaron los problemas políticos y la desamortización de 1835 sumió al monasterio en la ruina y el abandono. Fue declarado Monumento histórico nacional el 24 de abril de 1880. Hasta 1927 no volvió a ser habitado y reconstruido.
La majestuosa fachada principal nos abre las puertas a un lugar mágico. La iglesia de Santa María, con una parte gótica y otra románica, fue sufragada por Sancho VI el Sabio y su hijo Sancho VII el Fuerte. Fue construida en piedra sillar entre los siglos XII y XIII. Consta de tres naves. La austeridad cisterciense se aprecia en la sencilla decoración del templo, que apenas se ciñe a motivos vegetales, animales y fantásticos y algunas claves en las bóvedas. Cuenta con una sala capitular que integraba el primitivo claustro del siglo XII y que es una bonita expresión de obra progótica. Desde la iglesia, podemos acceder a un hermoso claustro gótico del siglo XIV.
Es, junto con el concejo de Figarol, uno de los dos enclaves poblacionales comprendidos dentro del término municipal de Carcastillo. Se sitúa a dos kilómetros del casco urbano de esta villa, el cual queda al oeste si se toma como referencia al monasterio; igualmente, sobre esta referencia, limita hacia el este con el término municipal de Mélida, por el norte con el río Aragón, que lo separa, a su vez, de Murillo el Fruto y Santacara, y por el sur con las Bardenas Reales, de la cual forma parte de la Junta de Congozantes con voz y voto propio. Pertenece, con ello, al igual que Carcastillo, al partido judicial de Tudela, y a la merindad del mismo nombre, antiguamente también conocida como Merindad de la Ribera.
Geomorfológicamente, se asienta sobre una vega fértil, una baja llanura conformada por una terraza aluvial de arcillas miocénicas dentro de lo que se conoce como valle del Bajo Aragón, y cerca de una red de barrancos van a parar al Aragón muy cerca del cenobio.
En esta comarca habitada por el pueblo de los carenses, cuya capitalidad se habría situado en la ciudad romana de Cara, los arqueólogos Blas Taracena Aguirre y Luis Vázquez de Parga documentaron en 1946 la localización de numerosos vestigios de romanización al tiempo que relacionaban noticias, inciertas a veces, de otros restos más. De esta época romana se ha conservado una estela funeraria que parece procedente de Carcastillo y que, para el siglo XVI, ya había sido trasladada al claustro del Monasterio de la Oliva. Posteriormente se volvió a trasladar a Pamplona estando actualmente en la exposición del Museo de Navarra. El personaje mencionado en este monumento epigráfico, Porcius Félix, era originario de la vecina Cara. Esta mansio viaria, en la actual Santacara, se encontraba en la ruta de Cesaraugusta (Zaragoza) a Pompelo (Pamplona), como así se recoge en el Itinerario de Antonino y en el Cosmógrafo de Ravena. No en vano, además de este yacimiento arqueológico, hacia el noroeste, tampoco está distante el yacimiento de los Bañales (Uncastillo), hacia el sur, más bien en la misma vía cesaraugustana. Y si uno remonta el río Aragón, hacia Gallipienzo, no se encuentra muy lejos de Santa Criz de Eslava.
Es habitual leer en algunos libros que en la era hispánica de 1172 -equivalente al año 1134 de la era cristiana- se levantaron las primeras piedras de la iglesia del monasterio. Es probable que realmente sea 1145 la fecha de fundación y, hasta 1150, habría dependido de Santa María de Niencebas, «antiguo lugar del actual término de Alfaro, muy cerca de los de Fitero y Corella». Esta etapa habría durado un quinquenio solamente.
Hacia 1150 reinaba entonces García Ramírez en el reino de Pamplona y Ramón Berenguer IV en Aragón. Se hizo donación, y confirmación, por parte de ambos regentes, del término de Oliva, Castelmunio y de la villa de Encisa, a la abadía de Scala Dei para el establecimiento de los mismos en este lugar. Más que un establecimiento, con Scala Dei se crea una filiación monástica.
El siglo XII y el XIII son de gran esplendor por el número de donaciones, herencias y compras por la Navarra Media, Ribera del Bajo Aragón y por las Cinco Villas aragonesas.
Las dimensiones territoriales del cenobio fueron aumentando y así van incorporando lugares como Figarol (1151), Carcastillo (1162), que se convierte así en villa abacial hasta mediados del siglo XIX, Mélida, también villa abacial hasta las mismas fechas, y Murillo el Cuende posteriormente.
En 1348, como consecuencia de una peste, sufrió un fuerte revés con el consiguiente descenso y depauperación de la población, y con el conflicto trastamarista, pero durante el siglo siguiente se fue recuperando poco a poco.
Desde el siglo XII hasta 1526 tuvo veintinueve los abades perpetuos elegidos por la propia comunidad, varios de ellos con influencia importante en la política navarra al actuar como consejeros de sus reyes: fue el caso de don Lope de Gallur con Carlos II, o Pedro de Eraso con Catalina I de Navarra y de Foix.
Esta misma reina pondrá fin a uno de tantos litigios propios de vecinos, en este caso con las villas de Mélida, Santacara y Carcastillo. La razón, en este ocasión, fue la edificación de un molino habiendo otro en Mélida, e incluso en Murillo el Fruto, «por quanto en tiempos passados todos los de Castilescar, Sadaba, Exea e todos los frontaleros de Aragon, acostumbraban de yr a moler su cebera al dicho molino de cabe Melida...» indicaba la sentencia real.
Todos los abades dispusieron de asiento en las Cortes del Reino, entre los representantes del brazo eclesiástico. Sin embargo, a partir de 1526, los reyes de España pusieron el cargo de abad en manos de personas llevadas por un cuestionado celo religioso, sumiendo al monasterio en una progresiva decadencia que sufrió un giro reformador a partir del 1585.
Entre 1522-1523 el papa Adriano VI había concedido a Carlos I de Castilla y V de Alemania, el derecho de presentación en todos los beneficios episcopales y otras dignidades eclesiásticas salvo en el caso de las abadías; eran los monjes de la comunidad quienes tenían la potestad de elegir a su abad sin necesidad de una confirmación pontificia. En esto años son elegidos Alonso de Navarra (1503-1526), Martín de Rada (1526), Juan Pérez Pobladura (1554) y Miguel Goñi (1564).
Desde 1585, Felipe II designaba a religiosos de la congregación cisterciense de Castilla como abades de la Oliva siendo los mismos quienes pusieron en marcha la necesaria reforma tras la decadente etapa anterior. Especialmente abades como Esteban Guerra (1585-1588), Francisco Suárez (1591-1595), Gaspar Gutiérrez (1596-1605), Bernardino de Agorreta (1605-1611) y Luis Aux de Armendáriz (desde 1613). Este rey albergaba también el propósito de romper la vinculación existente entre los cistercienses navarros con sus superiores franceses, incorporándolos a la existente y mencionada congregación de Castilla creada en 1425. Sin embargo, los navarros antes que este incorporación o integrarse en la congregación aragonesa prefirieron permanecer aislados. Incluso en 1609 el abad de La Oliva intenta formar una Congregación Navarra, pero sin éxito. En este punto, en 1613 se manifiestan las mismas autoridades superiores de la orden abogan por la línea de crear una congregación de cistercienses del reino de Navarra y de la corona de Aragón. Con todo, el papa Pablo V, en 1616, opta por la decisión de constituir una congregación sólo aragonesa, a la que se suman en 1634 los cinco monasterios cistercienses navarros (Leyre, Iranzu, Fitero, Marcilla y La Oliva). Lo aprobó en el mismo año Urbano VIII. El rey procuró además que, en adelante, fuera completamente nula cualquier forma de vinculación con el abad general del Císter; aunque en 1672 el capítulo general de la orden aprobó el también capítulo general de la congregación navarro-aragonesa, que tuvo lugar en La Oliva, expresando así su supremacía.
Supondrá el siglo XIX una época negra para el monasterio. Situada estratégicamente en un encrucijada de caminos (la ruta de Tudela hacia el Pirineo oscense, por un lado, y la ruta de Ejea de los Caballeros hacia Pamplona, por el otro) servirá, a partir de 1808, dentro del contexto de la Guerra de la Independencia, como centro de avituallamiento bien de tropas francesas, bien de tropas españolas durante las fases iniciales de esta confrontación. Se daba la circunstancia, en esas fechas, que su abad, Pascual Belio detentaba desde 1804 el cargo de Presidente de la Diputación de las Cortes de Navarra Presente en 1808 en Pamplona cuando la corporación optó por no someterse a los franceses, se convirtió en objetivo del comandante de la tropa francesa, el coronel de caballería Charles Louis Constant d'Agoult (1790-1875). D´Agoult mandó saquear y desvalijar el monasterio, lo que hicieron los días 8 de septiembre y 28 de noviembre. La comunidad quedó disuelta, dispersada por los pueblos cercanos, hasta que, con la vuelta de Fernando VII al trono, regresaron en 1814.
En 1820 fueron embargados sus bienes y al año siguiente los monjes exclaustrados; volvieron en 1823 pero con la Desamortización de Mendizábal se decretó la expropiación de los bienes eclesiásticos. El primero de octubre de 1835 fueron sus bienes desamortizados. Una columna volante se llevó a Tudela a los monjes y todos los muebles y semovientes que pudieron. La mayor parte del Coto o Campo Redondo, unas 300 ha. fueron vendidas en 1822 y 1835. El monasterio quedó arruinado, la gran Iglesia convertida en almacén. El archivo y la abundante biblioteca incautados.
Por otra parte, la comunidad de Santa Susana de Maella (Zaragoza), fundada el año 1796 por Dom Gerásimo de Alcántara, a instancias de Dom Agustín de Lestrange, restaurador de la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, que en 1835 pasó a Francia y regresó en 1880 sin medios económicos, recorre diversos lugares de Cataluña y Castilla buscando un emplazamiento.
En 1927, tras muchos avatares estaba en Getafe (Madrid), e instada por la Diputación Foral de Navarra, y en especial la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra presidida por el padre Onofre Larumbe, tomó posesión definitiva del monasterio. Fue este padre persona que empleó lo mejor de su vida, energías y dinero en la restauración de La Oliva. La Institución Príncipe de Viana, que sucedió a la Comisión, continurá en sus esfuerzos por conservar este importante legado monumental.
En 1948 fue elevada La Oliva a rango de Abadía y su primer abad después de la restauración fue D. José Olmedo (1948-1957). Comienza la nueva vida regular monástica, se va restaurando el templo, los claustros. Más adelante, ya en nuestros días, se levanta un nuevo edificio para la residencia de los monjes. La biblioteca se va formando y enriqueciendo. Algunas posesiones inmuebles se recuperan. Se transforma el antiguo Palacio Abacial en una moderna, sencilla y cómoda Hospedería y se urbaniza toda la parte externa del monasterio.
La fachada occidental del conjunto, en la entrada al monasterio, se articula con un gran arco apuntado que alberga dos puertas en arco de medio punto de distinto tamaño, la pequeña para el acceso de personas y la grande antiguamente usada para el acceso de carros y caballerías. Entre ambas portadas una pequeña hornacina con una imagen de la Virgen y una leyenda escrita que dice: DOMUS DEI ET PORTA COELI (Casa de Dios y Puerta del Cielo).
El mismo arco visto desde extramuros es apuntado, desde intramuros se muestra un arco carpanel. Ante este se abre una gran plaza diáfana, de forma rectangular irregular, cerrada por la línea de edificaciones meridionales (donde se ubica la actual hospedería) y abierta a un segundo jardín en la parte septentrional que antaño era el terreno sobre el que se levantaban distintas dependencias. Frente a la entrada en el lado oriental, se muestra la fachada principal de la iglesia abacial.
La monumental fachada de esta iglesia del Monasterio de la Oliva es el resultado de la edición de diferentes elementos en otras tantas épocas que van desde el siglo XIII hasta el XVII. Se organiza en tres grandes cuerpos, los laterales correspondientes a las naves laterales con grandes rosetones practicados hacia 1300 y el gran paramento central en forma de gran nichal apuntado que cobija una portada gótica datable hacia 1300. Esta última tiene la típica estructura abocinada levemente apuntada con arquivoltas baquetonadas. En los remates de las jambas aparecen las figuras de dos abades, uno con la cruz de Calatrava que se podría identificar con una las primeras representaciones del fundador de la Orden Militar de Calatrava, San Raimundo de Fitero. En el gran tímpano tan solo aparece el Crismón con el Agnus Dei.
Todo el conjunto cambió totalmente de aspecto cuando entre 1639 y 1640 el maestro francés Juan de Treu levantó el actual coronamiento con la gran torre prismática. Sus galerías están cubiertas por bóvedas de crucería, con nervios curvos unidos por claves decoradas. Adosado también a la iglesia, se encuentra el palacio abacial, edificado en el XVI y reformado en el XVIII.
Frente al ábside de la iglesia y en un lugar hoy utilizado como huerta del monasterio, hallamos la capilla de San Jesucristo, la parte más antigua de todo el monasterio.
Los monasterios y conventos navarros cuentan con claustros de diferentes estilos y cronologías en torno a los cuales se ubican la iglesia, la sala capitular, el refectorio, la cocina... El de la Oliva pertenece al estilo gótico, sus obras, comenzaron a mediados del siglo XVI para concluirse en los albores del siglo XVI, siendo el abad don Pedro de Eraso (1468-1502). En los Anales del papa Urbano, hablando de este prelado, al que adjudica erróneamente casi todas las cubiertas, se dice:
En una primera etapa se realizó la crujía oriental y algún tramo de la sur con un estilo relacionado, con el del claustro de la catedral pamplonesa y, a continuación, el resto de esta última, la occidental y la septentrional con esquemas en sus arcadas ligados al gótico flamígero.
La sala capitular en los monasterios cistercienses debían resultar lo suficientemente amplias como para acoger a todos los monjes. Allí se reunían bajo la presencia abacial tras la misa de la mañana, sentándose en el escaño corrido riguroso orden de antigüedad. Era el lugar de los asuntos del gobierno del cenobio. Asimismo en el capítulo los monjes hacían confesión de sus faltas y denunciaban las de sus hermanos sin citar sus nombres.
Este ejemplo de la Oliva es la típica de los monasterios bernardos y muy parecida a la de la abadía-madre de Escala Dei. Se trata de una estancia ligeramente rectangular, dividida en tres cuerpos por cuatro columnas exentas. Las cubiertas de bóvedas de crucería guardan relación muy estrecha con otras de la iglesia del mismo monasterio.
El palacio abacial, del siglo XVI y reformado durante el siglo XVIII, acoge la hospedería del monasterio. Es sobre este portalón donde se levanta la antigua residencia abacial, renovada en 1565 por el abad Miguel de Goñi y reformada entre los años 1776-1789 por el abad Antonio Resa.
La hospedería está formada por dos pisos que miran al patio interior. En el piso superior se observan arcos de medio punto cegados y sobre cada arco un óculo; incluso, en algunos de ellos un balcón. En el piso inferior, con arcos de medio punto también cegados, y separados por pilastras de orden toscano, donde se muestran grandes ventanales en algunos de ellos. La hospedería fue realizada en 1780 como se refleja grabado en piedra en la parte superior de la galería corrida en el lado meridional, cerca de la entrada.
La actual imagen de la patrona, Santa María la Real, advocación presente en varios monasterios navarros en homenaje a la patrona de los reyes de Navarra, es de 1932, realizada tras la reinstauración monástica tras el parón derivado de las desamortizaciones del siglo XIX. Esta obra actual, en cerámica, fue sufragada por Justo Garrán Moso, diputado por Tafalla, y realizada por Raymond Virebent (1874-1965), ceramista de Toulouse, miembro de una larga familia de ceramistas franceses afincados en esa zona.
Con la colocación del nuevo retablo, hacia 1585-1589, la anterior imagen titular, gótica, realizada en el siglo XIV, había quedado sin un espacio principal donde colocarla. En estas circunstancias, fue trasladada el 10 de agosto de 1600 a una ermita cisterciense, entonces, actualmente el Santuario de la Virgen de la Oliva en Ejea de los Caballeros (Zaragoza) donde había arraigado tal devoción desde el siglo XII. Pocos años después, en 1665, la ermita mostraba serías necesidades de reparaciones. Se creó una cofradía, en 1667, bajo tal advocación que culminaría un siglo después, en 1765, con la inauguración del nuevo templo y el traslado de la efigie mariana al mismo. Todas estas muestras, en el contexto de largos años de duras sequías, plagas y otras calamidades, llevaron a nombrarla patrona de esta ciudad, como ya lo era San Juan el Bautista, e incluso ganando preponderancia ante éste y la devoción a la Inmaculada Concepción de manera tal que se fue «uniendo en su figura leyenda, tradición y señas de identidad».
Esta relación se mantiene viva hoy día con peregrinaciones regulares al monasterio.
Al margen de las noticias proporcionadas por Jusepe Martínez, consta documentalmente que el 2 de diciembre de 1571, ante Esteban de Armendáriz, notario de Carcastillo, «Paulo Ezchepers» (Pablo Esquert o Scheppers) y Roland de Mois, «habitantes en Zaragoza», contrataron con los monjes del monasterio cisterciense de la Oliva en Carcastillo (Navarra) la realización de su retablo mayor. A la muerte de Esquert, en 1578, o quizá un poco antes, aún no había sido terminado y no lo estaría, por diversas circunstancias, hasta 1587. Tras un retraso y un pequeño litigio, en 1589 el retablo ya lucía en la iglesia monacal.
El retablo, dedicado a la Asunción de la Virgen se convertirá en arquetipo de la posterior producción de Mois, que reiteró en varias ocasiones sus composiciones aunque nunca volviese a alcanzar la calidad de las tres tablas principales, lo que plantea el problema de la colaboración entre los dos pintores. Considerando que Jusepe Martínez afirmaba que Mois «acabó algunas obras bosquejadas de su compañero Micer Pablo con todo cumplimiento, observando aquella misma manera» parece probable que Esquert tuviese una participación mayor en la invención de las historias que su compañero.
En palabras del historiador del arte Jesús Criado Mainar, el retablo mayor del monasterio de Nuestra Señora de La Oliva «ilustra mejor que ninguna otra obra la profunda puesta al día que la pintura zaragozana experimentó por esos años en sintonía con los presupuestos de la Contrarreforma». En base a las nuevas precisiones documentales que plantea este autor, termina afirmando que «es, cuando menos, posible que en esta ocasión sí nos encontremos ante una composición original -desde luego, tan sólo hasta cierto punto- de Moys, independientemente de las creaciones de Scheppers.»
El retablo, tras las desamortizaciones de mediados del siglo XIV, fue llevado a la iglesia de las Concepcionistas Recoletas de Tafalla (Navarra) donde permaneció durante más de siglo y medio. El 16 de julio de 2004 el pleno extraordinario del ayuntamiento de Tafalla aprueba la adquisición de este convento por lo que, a finales de 2006, se traslad,óuna vez más, a la iglesia parroquial de San Pedro de la misma ciudad donde permanece actualmente.
La aplicación de la ley de desamortización de 1835, tuvo lugar en plena primera guerra carlista, con el resultado de unos monjes expulsados del monasterio, y llevados a Tudela, un templo cerrado y unos bienes vendidos en subasta pública. Excepto el edificio de la iglesia y su contenido, terminada la guerra, los retablos, las reliquias y las sillas de coro fueron depositados en otros templos navarros. Así el interior del órgano de la iglesia abacial fue llevado a la parroquia de Lerín, mientras que «la parte exterior de la caja, el secreto y dos tablones de lengüetería o flautado del órgano de La Oliva serán llevados en 1852 a la ciudad de Sangüesa.»
Interior del templo.
Crucifijo.
Tímpano sobre la entrada.
Detalle del pórtico.
Capitel central.
Detalle capiteles y jambas laterales.
Acceso a la Sala Capitular
Sala Capitular
Estampa del Claustro.
Antigua cocina.
Hospedería - antiguo palacio abacial (siglos XVI-XVIII).
Detalle fecha.
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