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Nuestra Señora de Guadalupe (México)



Nuestra Señora de Guadalupe, conocida comúnmente como la Virgen de Guadalupe,[1]​ es una aparición mariana de la Iglesia católica de origen mexicano, cuya imagen tiene su principal centro de culto en la Basílica de Guadalupe, ubicada en las faldas del cerro del Tepeyac, en el norte de la Ciudad de México.

De acuerdo a la tradición oral mexicana,[2]​y lo descrito por documentos históricos del Vaticano y otros encontrados alrededor del mundo en distintos archivos, María, la madre de Jesús se apareció en cuatro ocasiones al indígena chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro del Tepeyac, y en una ocasión a Juan Bernardino, tío de Juan Diego. El relato guadalupano conocido como Nican mopohua narra que tras la primera aparición, la Virgen ordenó a Juan Diego que se presentara ante el primer obispo de México, Juan de Zumárraga, para decirle que le erigieran un templo. Ante el escepticismo de Juan de Zumárraga pidió una prueba a Juan Diego. En la última aparición de la Virgen y por orden suya, Juan Diego llevó en su ayate unas flores que cortó en el Tepeyac, se dirigió al palacio del obispado y desplegó su ayate ante el obispo Juan de Zumárraga, dejando al descubierto la imagen de la Virgen María, cuyos rasgos han sido interpretados como "mestizos" a pesar de ser de piel mucho más clara que su homónima española. El parecido entre esa figura y la bordada en el entonces por todos conocido Pendón de Hernán Cortés sería la causa de que se le denominara Virgen de Guadalupe.[3]

Según el Nican Mopohua, texto hagiográfico publicado en el siglo XVII,[4]​ las apariciones tuvieron lugar en 1531, ocurriendo la última el 12 de diciembre de ese mismo año. La fuente más importante que las relata fue el mismo Juan Diego, que habría contado todo lo que había acontecido. Posteriormente esta tradición oral fue recogida en un escrito con sonido náhuatl pero con caracteres latinos (técnica que ningún español sabía hacer y que solo muy rara vez usaban los indígenas); este escrito es llamado el Nican mopohua, y es atribuido al indígena Antonio Valeriano (1522-1605). Posteriormente en 1648 es publicado el libro Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe por el presbítero Miguel Sánchez, contribuyendo a recopilar todo lo que se sabía en la época sobre la devoción guadalupana.

Según diversos investigadores, el culto guadalupano es una de las creencias más históricamente arraigadas en el actual México y parte de su identidad,[4][5][6]​ y ha estado presente en el desarrollo como país desde el siglo XVI[7]​ incluso en sus procesos sociales más importantes como la Independencia de México, la de Reforma, la Revolución mexicana[6]​ y en la sociedad mexicana actual, en donde cuenta con millones de fieles, algunos de ellos profesantes como guadalupanos sin ser necesariamente parte del catolicismo.[8]​ Las raíces devocionales primigenias de esta imagen estarían en la Virgen de Guadalupe de Extremadura, por la cual tenían devoción los conquistadores españoles.[9]

Según la tradición católica, el cuerpo de documentos históricos aceptados por la iglesia, y esencialmente la narración del Nican Mopohua,[5]​ el llamado milagro guadalupano ocurrió de la siguiente manera:

El santo Juan Diego Cuauhtlatoatzin nació en 1474 en Cuautitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas. Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba ‘águila que habla’, o ‘el que habla con un águila’.

Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los padres franciscanos ―llegados a México en 1524―, habría recibido el bautismo y el nombre hispano de Juan Diego, y su esposa se llamó María Lucía. Se celebró también el matrimonio cristiano. Su esposa falleció en 1529.

El Nican Mopohua narra que el sábado 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo lugar la primera aparición de la Virgen María, que se le presentó como «la perfecta siempre virgen santa María, madre del Dios verdadero». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al obispo capitalino ―el franciscano Juan de Zumárraga― la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Como el obispo no aceptó la idea, Cuauhtlatoatzin volvió a ver a la Virgen ese mismo día y ella le pidió que insistiese (segunda aparición).

Al día siguiente, domingo 10, Cuauhtlatoatzin volvió a encontrar al prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio. Ese mismo día tuvo lugar la tercera aparición en la cual la Virgen María mandó entonces a Juan Diego que al día siguiente, lunes 11, fuera a verla para que le diera la señal que haría que le creyera.

El día lunes 11 Cuauhtlatoatzin no fue al Tepeyac porque halló a su tío Juan Bernardino enfermo, su tío le pidió a Juan Diego que al día siguiente fuera a Tlaltelolco en busca de un confesor, pues estaba seguro de que iba a morir. Juan Diego obedeció y salió muy de mañana el día martes 12 de diciembre de 1531, pero recordando que la Virgen lo tenía citado y temeroso de que lo entretuviera y no lo dejara ir en busca del confesor, quiso evitar su encuentro y así, él en vez de seguir, derecho su camino, subió por entre el Tepeyac y el cerro al que estaba unido pensando rodear el Tepeyac por la ladera que mira al oriente hasta llegar a donde ahora queda el frente de la Basílica y tomar ahí el camino de Tlaltelolco. En su camino la virgen le salió al encuentro (cuarta aparición) y le explicó la situación de su tío. A esto respondió la Virgen María:

«Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? No te apene, ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá de ella: está seguro de que ya sanó».

Juan Diego convencido de lo que le dijo, pidió a la Virgen que le diera la señal y el mensaje para llevarlos al obispo.

La Virgen entonces le dijo a él, que subiera a la cumbre del cerrito donde solía verlo y que cortara las flores que allí encontraría, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Cuauhtlatoatzin encontró varias flores entre ellas rosas de Castilla. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el santo abrió su «tilma» y dejó caer las flores mientras que en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.

Según la tradición católica, la imagen que hoy en día se expone en la Basílica de Guadalupe sería la misma que la de ese día del año 1531, aunque no hay certeza científica de ello.

Juan Diego no volvió a su casa sino hasta el día siguiente, pues el obispo lo detuvo un día más. Aquella mañana le dijo: «Ve a mostrarnos dónde es la voluntad de la Señora del Cielo que se le erija su templo».

Juan Diego condujo a las personas que el obispo dispuso que lo acompañaran al lugar en que se había aparecido la Virgen y en el que debería erigirse su Santuario y pidió permiso de irse, pero no lo dejaron ir solo, sino que lo acompañaron a su casa, al llegar a la cual vieron que su tío estaba perfectamente sano; Juan Diego explicó a su tío el motivo por el que él llegaba tan bien acompañado y le refirió las apariciones y que la Virgen le había dicho que él estaba curado. El tío al oír el relato de su sobrino Juan Diego, manifestó que ciertamente la misma Señora lo había sanado, puesto que a él mismo se le había aparecido (quinta aparición) y añadió que le había dicho que dijera al obispo que era su voluntad que se le llamara "la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe".

Con el tiempo, Juan Diego, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó a los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en basílica, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.

Juan Diego Cuauhtlatoatzin, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que estos acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».[10]

Cuauhtlatoatzin murió en 1548, con fama de santidad. Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, atravesó los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.

En el contexto de la Reconquista española, dos fueron las imágenes que adquirieron notoriedad como parte de este movimiento social, político y religioso en parte del actual territorio de España: Santiago —incluso su advocación de Matamoros— y la Virgen de Guadalupe (Extremadura, España) teniendo una importante presencia en la naciente hispanidad.[5]​ Esta imagen, venerada en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe de Extremadura, tuvo un auge a partir del siglo XIV y hasta el XVII.[5]​ Según la tradición católica, esta imagen llamada también Virgen morena fue esculpida por el propio apóstol Lucas, y fue hallada en el siglo XII cerca del río Guadalupe en la región de Las Villuercas.[5]​ Algunas coincidencias del relato mariano de Guadalupe en España encontrarán coincidencias posteriores en el de la Nueva España,[5]​ por ejemplo, la aparición en un entorno rural de manera casual a un vidente de bajo estrato social, el hallazgo e incredulidad de las autoridades religiosas que piden una prueba, la plasmación de su propia imagen en un objeto que dará al vidente, la sanación de un enfermo o la resucitación de un muerto como primeros milagros así como la orden de la construcción de un templo en donde se honre su hallazgo.[5]

Si bien no existe en el corpus epistolar de Zumárraga ninguna mención ni alusión al milagro guadalupano, las narraciones hechas en el siglo XVII[11]​ indican que el obispo ordenó llevar la imagen a la Catedral de México. La imagen habría sido trasladada al cerro del Tepeyac -o Tepeyacac como aún era conocido- después en una ceremonia fastuosa, presidida por el propio Zumárraga, Juan Diego y el presidente de la Segunda Audiencia, Sebastián Ramírez de Fuenleal.

Es en el contexto de dicha procesión en que se cree ocurriría el primer milagro de la virgen, cuando un aborigen que participaba en una representación teatral de una batalla como parte de los fastos, fue herido con una flecha verdadera. Al ser llevado ante la virgen, la herida habría sanado milagrosamente.[11]

El Nican mopohua (‘aquí se narra’, en idioma náhuatl) es el título de la narración en la que se cuentan las apariciones de la Virgen de Guadalupe. El elegante y complejo texto está escrito con sonido náhuatl pero con caracteres latinos.

El Nican mopohua está contenido dentro de un libro más amplio, el Huei tlamahuiçoltica publicado en el año de 1649 por el bachiller criollo Luis Lasso de la Vega (1605-1660), capellán del santuario de Guadalupe. El título del Huei tlamahuizoltica se deriva de las dos primeras palabras del texto, impresas en gruesos caracteres en su primera publicación (‘El gran acontecimiento’, que son las dos palabras iniciales del texto). Este Huei tlamahuizoltica incluye ―además del Nican mopohua― textos introductorios, oraciones y el Nican motecpana (‘Aquí se pone en orden’) que es la lista de algunos milagros atribuidos a la Virgen en los años que siguieron a su primera aparición.

Luis Lasso de la Vega atribuye el Nican Mopohua a Antonio Valeriano de Azcapotzalco (c. 1520 – c. 1605), que habría sido un indígena noble del siglo anterior (pariente de Moctezuma Xocoyotzin), y quien como estudiante del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco habría sido uno de los alumnos nahuas de fray Bernardino de Sahagún (1499-1590).

Lasso de la Vega además afirma que el indígena Valeriano había oído la historia directamente de labios de Juan Diego Cuauhtlatoatzin (quien ―según el mismo Lasso― habría fallecido en 1548).[cita requerida]

Es probable que el manuscrito náhuatl usado por Luis Lasso de la Vega fuera el original de Antonio Valeriano. La mayoría de las autoridades están de acuerdo en esto y en la datación de cuando fue escrito el Nican Mopohua, año 1556.[12][13][14]

De hecho una copia parcial muy antigua del manuscrito Nican Mopohua en 16 páginas que se cree podría datar del año 1556 se puede encontrar en la Biblioteca Pública de Nueva York que ha estado allí desde 1880[14][15]

Basándose en la fecha del Primer Concilio Provincial Mexicano ―que se celebró en Ciudad de México entre junio y noviembre de 1555―, Edmundo O'Gorman (1906-1995) opina que Antonio Valeriano había escrito el Nican mopohua en 1556.[13]León-Portilla acepta de la misma manera la hipótesis de O'Gorman.[14]

En ese concilio, el arzobispo Montúfar ordenó que se examinaran las historias de los santuarios y de los iconos venerados en México, y que todos los que no tuvieran suficiente fundamento se destruyeran.[cita requerida]

El sacerdote católico Luis Becerra Tanco (siglo XVII) cuenta que en una fiesta del 12 de diciembre de 1666 ―solo diecisiete años después de la publicación del Huei tlamahuizoltica ― oyó a unos aborígenes que durante la danza cantaban en náhuatl cómo la Virgen María se le había aparecido al aborigen Juan Diego Cuauhtlatoatzin, cómo había curado al tío de este y cómo se había aparecido en la tilma ante el obispo.[16]

La obra está escrita en fina prosa poética (tecpiltlahtolli: ‘lengua noble’)[17]​ y tuvo varias traducciones, siendo las más difundidas las de:

El origen del nombre «Guadalupe» es motivo de controversias.[18]​ En el catolicismo, se estima que «Guadalupe» podría provenir del término náhuatl «coatlaxopeuh», que se pronuncia «quatlasupe», con lo que su valor fónico resulta parecido al de la palabra en español «Guadalupe». «Coa» significa «serpiente», «tla» equivale al artículo «la», mientras que «xopeuh» significa «aplastar», con lo que quedaría constituida la expresión «la que aplasta la (cabeza de la) serpiente».[18][19][20]

Existen otras etimologías posibles, estas en el caso de que existiese traslado o contagio del nombre de la popular virgen extremeña. En este caso, el término «Guadalupe» tiene un primer componente claramente árabe -presente en decenas de topónimos españoles- que es "wādī" (وَادِي = "cauce, río"), existiendo la controversia más bien en la segunda parte del nombre. Una teoría afirma que podría venir de «wadi al-iub», que significa «río de cantos negros»[20]​ o, según una deformación señalada por Ana Castillo, «río de amor» o «río de luz».[21][18]​ Otras etimologías populares incluyen la señalada por David Brading: «wadi-lupi» que significa «río de lobos»,[18]​ en referencia a los animales que podrían abrevar en las cercanías del santuario,[20]​ o a la capacidad de la advocación para vencer la idolatría.[18]

La fidelidad se expande durante la época colonial, extendiéndose a partir de la Ciudad de México en un primer plano, hacia sus alrededores, por el sur hasta la Capitanía General de Guatemala, el Virreinato de Nueva Granada y el Virreinato del Perú, por el norte hasta la Alta California, el Territorio de Nutca, las Provincias Internas y el Territorio de La Luisiana, por el este hasta España, la Capitanía General de Cuba, la Capitanía General de Santo Domingo y la Provincia de La Florida; y, por el oeste hasta la Capitanía General de Filipinas y la Gobernación de Taiwán.

Desde la época prehispánica, el Tepeyac había sido un centro de devoción religiosa para los habitantes del valle de México.[23][24]​ En esta eminencia geográfica localizada en lo que fuera la ribera occidental del lago de Texcoco se encontraba el santuario más importante de la divinidad nahua de la tierra y la fertilidad. Esta diosa era llamada Coatlicue (cóatl-cuéitl, ‘señora de la falda de serpientes’, en náhuatl), que por otros nombres también fue conocida como Teteoinan (téotl-nan, ‘dios madre’, o madre de los dioses, en náhuatl), Toci[25]​ o Tonantzin (to-nan-tzin, ‘nuestra adorable madrecita’, en náhuatl), nombre que le fue dado posteriormente por los indígenas. El solsticio de invierno de 1531 tuvo lugar el día 12 de diciembre, de acuerdo con la UNAM.[26][27][28][29]​ El templo de Toci fue destruido completamente como resultado de la Conquista.[cita requerida]

En contra de estos supuestos, los académicos Cinna Lomnitz y Heriberta Castaños Rodríguez señalaron que no existe una diosa indígena llamada Tonantzin y que en el Tepeyac no se encontró ningún adoratorio indígena —mientras que el valle de México está lleno de ellos—, es decir, que no se ha registrado ninguna evidencia arqueológica acerca de un culto prehispánico en el Tepeyac.[22]

Los franciscanos decidieron mantener en el lugar una pequeña ermita. La decisión de mantener una ermita ocurrió en el marco de una intensa campaña de destrucción de las imágenes de los dioses mesoamericanos, a los que se veía como una amenaza para la cristianización de los indígenas.[30]​ Se cree que uno de los primeros registros sobre la existencia de la ermita corresponde a la década de 1530.[cita requerida] Los indígenas se dirigían al lugar siguiendo la tradición prehispánica. Dos décadas más tarde, no solo los indígenas acudían a la ermita del Tepeyac a venerar ―según documentos de la época― la imagen aparecida de la Virgen María. En efecto, a mediados del siglo XVI, la devoción hacia la imagen se había extendido entre los criollos.

La tradición católica cree que la aparición de la imagen de la Virgen de Guadalupe fue en el año 1531, diez años después de la caída de México-Tenochtitlan en manos de los españoles. Esta fecha aparece registrada en el Nican mopohua (uno de los capítulos que integran el Huei tlamahuizoltica, obra en lengua náhuatl publicada por Luis Lasso de la Vega) y que la tradición atribuye al indígena Antonio Valeriano.[31]

En 1555, Montúfar ordenó la remodelación de la ermita y la confió al clero secular.[32]​ Los primeros registros de la aparición de la imagen mariana en la ermita corresponden precisamente a los años de 1555 y 1556. Entre otros testimonios tempranos del suceso se encuentran los Diarios de Juan Bautista y los Anales de México y sus alrededores. El primer documento afirma que «en el año de 1555 fue cuando se apareció Santa María de Guadalupe, allá en Tepeyacac»,[33]​ mientras que los Anales ubican el suceso un año más tarde: «1556 XII Pedernal: descendió la Señora a Tepeyácac; en el mismo tiempo humeó la estrella».[34]​ En el siglo XVII, el chalca Domingo Francisco Chimalpahin Quauhtlehuanitzin recogería los primeros documentos en sus Relaciones de Chalco Amaquemecan, en los cuales ubica el suceso en 1556:

Al fortalecimiento del culto a la Virgen del Tepeyac contribuyó de manera decisiva la realización del Primer Concilio mexicano, que se celebró en la Ciudad de México entre el 29 de junio y el 7 de noviembre de 1555. El concilio fue organizado por el arzobispo Alonso de Montúfar y reunió a numerosos representantes de las órdenes monásticas de la Nueva España, entre ellos al franciscano Pedro de Gante; así como a los obispos Martín Sarmiento de Hojacastro (Tlaxcala), Tomás de Casillas (Chiapas), Juan López de Zárate (Oaxaca) y Vasco de Quiroga (Michoacán).[36]​ Entre otras cosas, el Primer Concilio de la Iglesia novohispana resolvió reglamentar la manufactura de las imágenes religiosas, especialmente las realizadas por los indígenas. También se decidió favorecer el culto a los santos patrones de cada pueblo y todas las advocaciones marianas.[37]

Desde la llegada de los franciscanos a México en 1524, los indígenas fueron instruidos en la pintura y se les permitió la producción de imágenes religiosas.[cita requerida] De modo que cuando el Primer Concilio mexicano se pronunció a favor de acabar con las «abusiones de pinturas e indecencia de imágenes» producidas por los indígenas que «no saben pintar ni entienden bien lo que hacen»,[38]​ en realidad estaba atacando la obra de los misioneros franciscanos representados por Pedro de Gante.[cita requerida] El enfrentamiento sobre la producción de las imágenes religiosas y su papel en la cristianización de los indígenas era también el reflejo de los desencuentros entre el arzobispo de México y los franciscanos en lo referente al culto de la Virgen del Tepeyac.[cita requerida] El 6 de septiembre de 1556, Montúfar predicó una homilía en la cual se pronunciaba partidario de la promoción del culto a la Guadalupana entre los indígenas.[39]​ El 8 de septiembre de ese mismo año (1556), el arzobispo Montúfar obtuvo una respuesta sumamente crítica por parte de los franciscanos en boca de Francisco de Bustamante.[40]​ La labor de la Orden Franciscana en la cristianización de América había estado imbuida por la filosofía erasmiana que rechazaba la veneración de las imágenes, de modo que cuando Montúfar se mostró favorable a difundir el culto de la imagen del Tepeyac lo que obtuvo en respuesta de Bustamante fue que el culto Guadalupano era idolátrico acusando a Montúfar de ser divulgador de los supuestos milagros de la imagen y el santuario.[41][42]

La disputa entre los franciscanos y el arzobispado de México se resolvió en favor de este último. Para ello, Montúfar y sus partidarios tuvieron que moderar su discurso sobre la índole del culto a la Virgen de Guadalupe, aproximándose aparentemente a los preceptos defendidos por los franciscanos.[43]

La promoción oficial del culto guadalupano por parte de la Iglesia novohispana se inscribe en un proceso más amplio en el que la perspectiva humanista de los franciscanos y su obra misional fue sustituida por los preceptos adoptados oficialmente por medio de las resoluciones del Concilio de Trento. De acuerdo con estas, la Iglesia debería promover y conservar el culto a las imágenes de Cristo, la Virgen y todos los santos, en una clara reacción contra la iconoclastia protestante que prosperaba en el norte de Europa.[44]

De modo pragmático, el arzobispado de México hizo caso omiso de las advertencias vertidas por los franciscanos sobre la confusión que podía generar el culto de la imagen del Tepeyac entre los recién cristianizados indígenas del centro de México. Es en este contexto, según Gruzinski, que el lienzo de Guadalupe podría haber sido encargado a una manufactura indígena.[45]

En la misma línea Bernardino de Sahagún (1499-1590) expresa su preocupación que podría generar el culto en Tepeyac y el uso del nombre Tonantzin para llamar a "Nuestra Señora de Guadalupe":

La historicidad de la aparición ha sido controvertida desde sus inicios, y una considerable cantidad de literatura ha sido publicada discutiendo los problemas que surgen cuando se intenta entender la aparición como un acontecimiento históricamente certero.

En 1556, Francisco de Bustamante, dirigente de los franciscanos en la colonia, pronunció un sermón ante el virrey y los miembros de la Real Audiencia. En ese sermón desacreditó los orígenes sagrados de la imagen. Contradiciendo el sermón que el arzobispo Alonso de Montúfar predicara dos días antes, Bustamante indicó:

Sin embargo, "si Marcos la hizo, la hizo sin hacer un boceto preliminar -. En sí mismo un procedimiento casi milagroso [...] El bien pudo haberle echado una mano restaurando la imagen, pero sólo restaurando las adiciones, como el ángel y la luna a los pies de la Virgen", afirma el profesor Jody Brant Smith (en referencia al examen de Philip Serna Callahan a la tilma utilizando cámara infrarroja en 1979).[48]

El misionero y lingüista Bernardino de Sahagún (1499-1590) escribió que el santuario del Tepeyac era extremadamente popular pero preocupante, porque ahora que estaba allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe también llamaban a Nuestra Señora con el nombre de Tonantzin. Sahagún dijo que los adoradores afirmaban que en náhuatl Tonantzin significaba ‘madre de Dios’ ―pero él los refutó diciendo que «madre de Dios» en náhuatl sería Dios y nantzin.

Sahagún, al escribir sobre la devoción del Tepeyac en su libro Historia general de las cosas de Nueva España, dijo que el origen del culto a Tonantzin «no se sabía de cierto».[49]

De acuerdo con Joaquín García Icazbalceta, historiador del siglo XIX, fray Juan de Zumárraga (1468-1548) vivió muchos años, y se conservan de él muchas cartas y notas, y una regla cristiana que de acuerdo con Icazbalceta "que si no es suya, como parece seguro, á lo menos fue compilada y mandada imprimir por él". Además agrega que en ninguno de estos textos menciona haber sido testigo del milagro que le adjudicarían más de un siglo más tarde. Por el contrario, dentro de la regla cristiana―que fue publicada en Nueva España antes de su muerte―, se pregunta lo siguiente:

Dos apologistas guadalupanos ―Primo Feliciano Velázquez y Fortino Hipólito Vera ― en respuesta a sus argumentos sostuvieron que Zumárraga se refiere a que el Redentor ya no realiza milagros «pedidos por curiosidad», además que el texto no lo escribió Zumárraga, sino solamente lo aprobó como autoridad religiosa, y que, por último, es imposible que Zumárraga negara los milagros que santos medievales y renacentistas habían llevado a cabo según la tradición cristiana.[51]

Joaquín García Icazbalceta también negó la historia de la aparición e indicó en un informe confidencial al arzobispo Labastida, en 1883, que nunca existió tal persona llamada Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

Varios escritores, entre historiadores, eruditos y religiosos se encargaron de responder a la afirmación de Icazbalceta mostrando documentación como el testamento de la hija de Juan García Martín, documento del siglo XVI que menciona a Juan Diego, por su nombre, y argumentando en favor de las Informaciones jurídicas de 1666 que los indígenas habían dado sobre la existencia y virtudes de Juan Diego:

Algunos historiadores y sacerdotes católicos, incluyendo el sacerdote historiador estadounidense Stafford Poole y el antiguo abad de la Basílica de Guadalupe Guillermo Schulenburg, han rechazado la existencia de Juan Diego.

En 1995, el entonces abad Guillermo Schulenburg declaró a la revista católica mexicana Ixtus lo siguiente:

Meses después de esta serie de declaraciones, Schulenburg renunció espontáneamente a su cargo de abad de la basílica de Santa María de Guadalupe, cargo que había ejercido por más de treinta años.[53]

Schulenburg no fue el primero en desacreditar el acontecimiento tradicional ni el primer católico en dejar su puesto después de su cuestionamiento de la historia de Guadalupe. En 1897, Eduardo Sánchez Camacho, obispo de Tamaulipas fue forzado a dejar su puesto después de expresar una similar opinión. Cabe señalar que la Santa Sede ordenó una extensa investigación ante la postura de Schulenburg, y finalmente se consideró históricamente probada la existencia de Juan Diego Cuauhtlatoatzin como persona real. Tres historiadores, Eduardo Chávez Sánchez, José Luis Guerrero Rosado y Fidel González Fernández, publicaron esta investigación en el libro El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego (México: Porrúa, 1999).

Algunos historiadores[45]​ califican como un sincretismo la asimilación de la imagen de la Virgen de Guadalupe con la de la deidad mexica Toci[45]​ en el Tepeyacac ―el cual fue un sitio de adoración de la diosa― proporcionando una forma de que los españoles del siglo XVI ganaran el apoyo de la población indígena de México. Puede haber proporcionando a los indígenas mexicanos de siglo XVI un medio para practicar secretamente su religión previa a la conquista.[45]

La crítica de Sahagún del culto en Tepeyac parece haber provenido principalmente de su preocupación por una aplicación sincretista del nombre nativo Tonantzin a la Virgen María. Fray Bernardino de Sahagún lo menciona en uno de sus textos [46]​ denotando que las peregrinaciones indígenas a ese sitio persistían en la época del fraile.

Para la década de los 30 del siglo XVI, y tomando como referente la fecha del Nican Mopohua, el proceso de Conquista de México se encontraba aún en proceso en gran parte del territorio del actual México, y menos de una década atrás iniciaba el esfuerzo imperial español de la evangelización en los territorios conquistados a cargo de las órdenes mendicantes. Según Lafaye[7], en ese entonces en la Nueva España las creencias "eran el producto inestable de aportaciones religiosas heterogéneas, debido a grupos étnicos desiguales", así como "las comunidades indígenas en el mundo rural, los conventos en la sociedad criolla, el medio de los esclavos y de las castas en las ciudades, parecían haber sido focos específicos de apariciones de creencias sincréticas específicamente mexicanas, y de prácticas mágicas" cuyas coincidencias[54]​ encontraron los recién conquistados a partir de la adopción o la imposición del catolicismo, con sus antiguas creencias.

El proceso de conquista y posterior colonización de la Nueva España tuvo consecuencias y cambios radicales en lo político, económico y lo social,[55][5]​ con la religión católica como manifestación elemental al ser uno de sus más importantes ejes sociales y estar imbricada en todos sus aspectos.[56]​ Dicho contexto determinaría el origen del culto guadalupano en México y su posterior crecimiento y consolidación.

La Virgen María de Guadalupe ha tenido un lugar importante en la historia de México, desde un poco después de la Conquista de México, hasta nuestros días.

Los Guadalupes, una sociedad secreta con actividad intensa entre 1811 y 1814 impulsada por los ideales liberales insurgentes, tomó su nombre en honor de la Virgen de Guadalupe como símbolo de unidad nacional. Esta sociedad fue una de las principales precursoras de la Independencia de México. El movimiento de independencia de México tuvo como primer estandarte la Virgen de Guadalupe. En su camino de Dolores a San Miguel el Grande, Miguel Hidalgo y Costilla se detuvo a orar en la iglesia de Atotonilco (Guanajuato) mientras sus seiscientos hombres esperaban en el atrio. Al salir enarboló una imagen capaz de unir al pueblo para la empresa de la Independencia Nacional.[57]​ En el edicto de excomunión contra los insurgentes del 24 de septiembre de 1810, don Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán, señaló que Miguel Hidalgo y Costilla «pintó en su estandarte la imagen de nuestra augusta patrona, Nuestra Señora de Guadalupe, y le puso la inscripción siguiente: Viva la Religión. Viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América y muera el mal gobierno».[58]

El 11 de marzo de 1813, desde Ometepec (estado de Guerrero), José María Morelos expidió un decreto exaltando a la Guadalupana, «para que sea honrada y todo varón declare ser devoto de la Santa Imagen, soldado y defensor de la Patria» y dos años después pediría como última concesión ir a orar a la virgen antes de ser ejecutado en Ecatepec en 1815.[59]

Agustín I de México crea la Orden Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe. A la abdicación del emperador, en el otoño de 1824 cayó en desuso.

Maximiliano I crea la Orden de Guadalupe una de las órdenes imperiales de México (originalmente Orden Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe), conocida oficialmente en el imperio como Orden Imperial de Nuestra Señora de Guadalupe

Después de que Juan Diego fuera beatificado el 6 de mayo de 1990, en la Basílica de Guadalupe (México),[10]​ en 1998, la Congregación para las Causas de los Santos decidió crear una comisión histórica para investigar la existencia histórica de Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Esta comisión encontró en la tradición oral indígena, decisiva en cualquier estudio de los pueblos mexicanos, y en algunos documentos como el llamado Códice Escalada, fundamentos suficientes para afirmar la historicidad del indígena.

En 1999 tras la inminente canonización, un grupo de canónigos de la Basílica encabezados por Guillermo Schulenburg escribió a Angelo Sodano sobre las serias dudas que tenían de la autenticidad de la existencia histórica de Juan Diego[62]​ y que ignorar estos informes podría poner en duda la credibilidad y seriedad de la Iglesia.[62]

El 31 de julio de 2002 el papa Juan Pablo II canonizó a Cuauhtlatoatzin en la basílica de Guadalupe durante uno de sus viajes apostólicos a Ciudad de México.[63]

En 1982, el restaurador de arte José Sol Rosales examinó la imagen con estereomicroscopía e identificó sulfato de calcio, hollín de pino, en colores blanco y azul, tierras verdes (suciedad), redes hechas de carmín y otros pigmentos, y también oro. Rosales encontró en el trabajo materiales y métodos coincidentes con los de un trabajo humano del siglo XVI.[64]​ Dos siglos antes, en 1751, el pintor Miguel Cabrera, había dictaminado que la imagen no podía explicarse como humanamente hecha, sin que se conozca el protocolo protocientífico que lo haya llevado a dicha afirmación. En 1979 los norteamericanos Philip Callahan y Jody Brant Smith, asociados a un centro católico de estudios marianos, fotografiaron la imagen con cámara infrarroja y no encontraron explicación científica para la hechura del manto, túnica, manos y rostro de la Virgen.[65]

Norberto Rivera Carrera, arzobispo de México, comisionó un estudio en 1999 acerca de la factura del ayate, Leoncio Garza Valdés, un pediatra y microbiólogo que había trabajado previamente en el Sudario de Turín, reclamó una inspección de fotografías de la imagen en las que el descubrió tres imágenes superpuestas en la tilma. La primera imagen sería la Virgen de Guadalupe de Extremadura, España con las iniciales M.A., en la segunda pintura la misma Virgen de Extremadura pero con rasgos indígenas y en la tercera la Virgen de Guadalupe del Tepeyac que conocemos hoy día. Sin embargo no pudo citar ningún otro observador independiente que haya visto las mismas características.[66]

Gilberto Aguirre, quien acompañó a Garza-Valdés en el examen de 1999, examinó las mismas fotografías e indicó que, si bien estaba de acuerdo en que la pintura había sido extensamente forzada, se oponía a las conclusiones de Garza Valdés y sostuvo que las condiciones de realización del estudio fueron inadecuadas. La inexistencia de fotografías que comprueben la tesis de Garza Valdés, y el hecho de que esas tres imágenes sobrepuestas implicarían anacronismos históricos, ha desacreditado en medios investigativos las conclusiones de Garza Valdés. Al respecto él dijo a un periódico de San Antonio, Texas en el año 2002 lo siguiente:

Varias imágenes similares han aparecido a través de la historia mexicana, [cita requerida] en el pueblo de Tlaltenango, en el estado de Morelos, una pintura de Nuestra Señora de Guadalupe es reclamada que apareció milagrosamente en el interior de una caja que dos viajeros desconocidos dejaron en una residencia. Los propietarios de la residencia llamaron al padre local después de la tentadora noticia, aromas de flores y sándalo se desprendían de la caja. La imagen ha sido venerada desde su encuentro el 8 de septiembre de 1720 y es aceptada como una aparición válida por las autoridades católicas locales. [cita requerida]

En 1946 el Instituto de Biología de la Universidad Nacional de México comprobó que las fibras procedían de un agave, es decir, un maguey. De acuerdo con el restaurador José Sol Rosales en 1982, el análisis al microscopio de la tela en donde fue pintada la imagen y su comportamiento indican que está hecha de una mezcla de cáñamo y lino, no de fibras de agave como se creía,[68][69]

La fiesta de la Virgen se celebra el 12 de diciembre. La noche del día anterior, las iglesias en todo lo ancho y largo del país se colman de fieles para celebrar una fiesta a la que llaman «las mañanitas a la Guadalupana» o serenata a la Virgen. El santuario de Guadalupe, ubicado en el cerro del Tepeyac en la ciudad de México, es visitado ese día por más de 5 millones de personas.

Se tiene por costumbre que tales peregrinaciones no solo incluyan fieles y organizadores, sino danzantes llamados Matlachines, quienes lideran las procesiones hasta llegar a la basílica.

Los Diarios de Juan Bautista a mediados del siglo XVI y las Cartas de 1797 de Servando Teresa de Mier, ambos dan la fecha 8 de septiembre[70]​ para una celebración dedicada al natalicio de María (madre de Jesús):

"La misma fiesta del santuario de Guadalupe que todavía celebran hoy los indios en el día 8 de septiembre... así como celebran los españoles el 12 de diciembre...".[71]

Fue por las Informaciones jurídicas de 1666 por las cuales se pidió y consiguió una fiesta y misa propia para Nuestra Señora de Guadalupe y la traslación de la fecha de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, del 8 de septiembre al 12 de diciembre, última fecha en que la Virgen se le apareció a Juan Diego. Debido a estas Informaciones en el año 1754, durante el pontificado de Benedicto XIV, la Congregación de Ritos confirmó el valor auténtico de las apariciones y concedió la celebración de misa y oficio propios para la fiesta de Guadalupe para el día 12 de diciembre.[72][73]

El 12 de octubre de 1895, la Virgen de Guadalupe fue coronada canónicamente en México.[74]​ En 1910 el papa Pío X la nombró patrona de América Latina.[74]Pío XII la llamó "Emperatriz de las Américas" en 1945.[74]​ La Basílica de Guadalupe en México es uno de los tres sitios cristianos más visitados en el mundo.[cita requerida]




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