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Parábola del hijo pródigo



La parábola del hijo prodigio es el término popular que describe una de las parábolas de Jesús de Nazaret recogida en el Nuevo Testamento, específicamente en el Evangelio de Lucas, capítulo 15, versículos del 11-32. Junto con la parábola de la oveja perdida y la parábola de la moneda perdida conforma una trilogía que recibe la denominación tradicional de parábolas de la misericordia —o parábolas de la alegría—,[1][2]​ y que caracteriza la figura y el mensaje misericordioso de Jesús de Nazaret tal como lo muestra el evangelista Lucas. Llegó a considerárselas «el corazón del tercer evangelio».[3]

El texto de la parábola, según aparece en la Biblia cristiana, en el Evangelio de LucasLucas 15:1-3, 11-32 es el siguiente:

Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde." Y él les repartió la herencia. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su herencia viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sus supuestos amigos se fueron y no lo ayudaron y sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y llegó a desear llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. «Pero cuando aún estaba muy lejos, su padre lo vio y, conmovido corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu herencia con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!"

Esta parábola, como muchas otras de Jesús (Véase: parábola del fariseo y el publicano) se enmarca como respuesta a una crítica de los fariseos y los escribas, expertos judíos en la Ley mosaica, que estos le propinaban por recibir a los pecadores y comer con ellos.[4]​ La parábola fundamentalmente recalca la misericordia de Dios hacia los pecadores arrepentidos y su alegría ante la conversión de los descarriados; esto ha llevado a muchos teólogos y expertos bíblicos a pensar que el nombre de la parábola debería ser “el padre misericordioso”, o “parábola del amor del padre”,[5]​ en lugar de “el hijo pródigo”. En efecto el enfoque de la parábola no es el hijo joven, rebelde y luego arrepentido, sino el padre que espera y corre para dar la bienvenida al hogar a su hijo. El mensaje teológico que brinda esta parábola constituye la cimentación de la prédica de Cristo, siempre guiada a la conversión de los pecadores, al perdón de los pecados y al rechazo a los formalismos que apartan al creyente de la verdadera fe y misericordia.

Es sobre quien gira la historia aparente, pues es quien hila las tres escenas de esta parábola, el pecado (desobediencia, rebeldía), el arrepentimiento (sufrimiento, necesidad) y el perdón (misericordia, amor, cariño). Representa y trasciende de un caso particular a una situación general, el de la humanidad pecadora y descarriada que se ha olvidado de Dios y la religión. Su entrada comienza informándonos que es el menor de dos hermanos y que le pide al padre su parte de la herencia. Teológicamente, podría interpretarse a dicha herencia como los dones y la gracia que Dios pone en cada uno de nosotros, por lo que la escena rememora el Jardín del Edén en el momento de la caída en el pecado; el hijo exige poder utilizar esa riqueza (dones y gracia), con libertad para usarla sin la voluntad de su padre. Posteriormente se señala que malgasta esa herencia viviendo como un libertino e irresponsable, o sea su pecado no está tanto en la reclamación de su riqueza, sino, en la libertad mal utilizada de la misma, (derroche, libertinaje), que lo lleva al fracaso. Esto enseña que el pecado y la vida de libertinaje lleva al hijo pródigo, en un acto desesperado, a cometer un acto abominable y como consecuencia, empeora más su situación. Para la comunidad judía de ese tiempo el cerdo era un animal inmundo, tal como se describe en la ley mosaica ley de Moisés (Levítico 11,7), a punto tal que ni siquiera se lo podía criar.

Esta parábola describe posteriormente la escena del arrepentimiento. Tras la vida de derroche y libertinaje, el hijo cae en la miseria y reflexiona acerca de su provecho personal y cae en cuenta que le traerá mayor bienestar regresar donde el padre que seguir por su cuenta. Aquí hay varios aspectos muy interesantes desde una perspectiva teológica, en primer lugar refleja que las desgracias que provoca el pecado no son castigos divinos sino resultado de las malas acciones que siempre acaban mal, por otro lado refleja una actitud interesada en la conversión, es decir se arrepiente racionalmente y no sentimentalmente, va buscando un provecho personal y no la santidad en sí, de ahí que prepare una disculpa para el padre en la que le pida que lo acepte como trabajador. Parte de regreso a casa de su padre y encuentra en este un perdón incondicional. Se puede decir que su verdadera conversión, el arrepentimiento real, ocurre en este momento pues ve en la actitud del padre desinterés y amor, principales características de una verdadera conversión. Esta conversión ocurre al acudir a Dios y al arrepentirnos de las malas acciones de nuestra vida.

Este es verdaderamente el personaje central de la parábola. Representa a Dios Padre y fundamentalmente su atributo de misericordia. Desde el comienzo de la parábola se nos lanza una enseñanza, el padre tenía dos hijos. Aquí los dos hijos representan a la humanidad entera, uno a los pecadores que se alejan de la voluntad del Padre y el otro a los que se someten a esta, pero ambos son merecedores de la herencia paterna.

La otra aparición del padre es la manifestación de su plena misericordia. Al ver a su hijo que regresa sale a buscarlo corriendo y antes de que diga palabra alguna lo abraza y lo besa. En esta imagen se explica cómo Dios, incluso sabiendo que la conversión no es completa y que puede haber un trasfondo, sale en busca de aquel que lo necesita y lo llama, aceptándolo sin reprocharle su descarrío o su indiferencia anterior. Por otra parte en su diálogo con su primogénito se transluce cómo Dios no descuida a aquellos que lo han seguido justamente y cómo ante el pecado de los justos su reclamo es tierno pero firme.

El hijo mayor es el personaje que menos participa en la parábola. Representa a los hijos de Dios que se consideran a sí mismos justos y fieles, y que dicen someterse en todo a la voluntad del Padre. El verdadero sentido de este personaje es mostrar como los fieles de Dios también caen en el pecado, en este caso los celos. Representa muy bien a los fariseos y escribas a los que Jesús le hablaba. Al reprocharle al padre lo que le hace a su hermano en comparación con lo que ha hecho por él se muestra que también en su obediencia existía un móvil interesado.

Esta parábola transmite una enseñanza tanto para los fariseos y escribas como para los pecadores y publicanos. Hoy en día puede decirse que sirve de enseñanza para los fieles cristianos y para el resto de las personas.

A los primeros les muestra su debilidad ante la tentación. Indica que el pecado de soberbia puede alojarse fácilmente en ellos por profesar una fe, al mismo tiempo transluce que la fe cristiana no consiste solamente en participar en ritos y liturgias sino en practicar la misericordia y no juzgar a los demás. En relación a los segundos consiste en una invitación a la conversión. Así se les muestra las consecuencias del pecado y de las malas acciones, la importancia de un verdadero arrepentimiento y la misericordia de Dios que todo lo perdona.

De las parábolas de los Evangelios esta es una de las cuatro más representadas en el arte medieval, junto con las de las diez vírgenes, la del rico y Lázaro y la del Buen Samaritano. En el Renacimiento son representadas diversas escenas de la parábola –la exigencia de la partición de la herencia, trabajando con los cerdos, y el regreso-, y el Hijo Pródigo se convirtió en un tema clásico. Alberto Durero hizo un grabado a buril del Hijo Pródigo en medio de los cerdos (1496), un tema popular en el Renacimiento flamenco y neerlandés, y Rembrandt bosquejó la parábola varias veces, en pinturas y grabados; El retorno del hijo pródigo (1662, Museo del Hermitage, San Petersburgo) es uno de sus trabajos más sobresalientes.

En el siglo XV y XVI el tema fue tratado hasta la saciedad en el teatro isabelino como alegoría de la moral inglesa.

Las adaptaciones al ballet incluyen El hijo pródigo (Op. 46, 1929),[6]​ con coreografía de George Balanchine sobre la música de Sergéi Prokófiev y libreto de Borís Kojnó; y un oratorio de Arthur Sullivan.

En el cine muchas de las adaptaciones sumaron escenas al material bíblico para la representación de la historia; por ejemplo, la película El hijo pródigo de 1955 hizo aportes considerables, como añadir a una tentadora sacerdotisa de Astarté en la historia.



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