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Parábola de la oveja perdida



La parábola de la oveja perdida, llamada a veces parábola de la oveja extraviada,[1][2]​ o parábola de la oveja descarriada,[3]​ es una comparación (mashal) contenida en el Evangelio de Lucas (15, 3-7) que tiene en un pasaje del Evangelio de Mateo (18, 12-14) un texto con paralelismos evidentes que ilustra la misma idea general. En ambos casos la parábola se presenta puesta en labios de Jesús de Nazaret. Si bien esos dos pasajes del Nuevo Testamento tienen marcos diferentes y algunas características propias, presentan un núcleo central con tres elementos en común:

En el Evangelio de Lucas, la parábola de la oveja perdida es una de las parábolas de la misericordia —también llamadas parábolas de la alegría—,[4][5]​ junto con la parábola de la moneda perdida y la del hijo pródigo. El conjunto de esas tres parábolas caracteriza la figura y el mensaje misericordioso de Jesús de Nazaret tal como lo muestra el evangelista Lucas, a punto tal que llegó a considerárselas «el corazón del tercer evangelio».[6]​ En el Evangelio de Mateo, la parábola es más breve y forma parte de una regla de vida que tiene por objeto mostrar a los pastores de la Iglesia el espíritu con el que deben ejercer su ministerio, particularmente hacia los más pequeños y desprotegidos.[7]

También existe una versión en el extracanónico Evangelio de Tomás –el logion 107–[8]​ que, por los cambios que presenta, se diferencia del carácter más novedoso del mensaje de la parábola tal como lo transmiten las versiones de Lucas y de Mateo: que se ha de buscar a quien está extraviado, no porque sea bueno sino porque se ha perdido.[9]​ Una cuarta versión de la parábola, con formato de comentario y lenguaje manifiestamente gnóstico, aparece en el Evangelio de la Verdad.[10]

El cuidado individual de que es objeto la oveja perdida por parte del pastor tiene su correlato en el Evangelio de Juan, donde Jesús se presenta como el Buen Pastor que llama una por una a sus ovejas por su nombre (Juan 10, 3b). Así, suele asociarse la parábola de la oveja perdida con la advocación de Jesucristo como Buen Pastor:[11]​ «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10, 11). Joseph A. Fitzmyer sugirió que la atención del pastor por la oveja perdida depende de la tradición del Evangelio de Juan.[12]

En palabras de otro teólogo y biblista contemporáneo:

Entre las expresiones artísticas que en número considerable aluden a la parábola de la oveja perdida destacan las referencias que a ella hicieron varios literatos de primer orden del Siglo de Oro español: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca y Francisco de Quevedo, entre otros, encontraron en esta parábola una fuente de inspiración.

La parábola de la oveja perdida se encuentra en dos evangelios del Nuevo Testamento, el de Lucas (15, 3-7) y el de Mateo (18, 12-14), cuyos textos originales se escribieron en griego koiné. Existen papiros y códices muy antiguos que contienen la parábola, entre los que destacan particularmente los siguientes, catalogados según la clasificación de Aland y Aland en la Categoría I:

Esta parábola —o, en palabras de Bultmann, «semejanza»—[15]​ es un relato que describe breve pero vivamente el interés que muestra una persona que al perder una oveja —considerada quizá por otros como insignificante en comparación con el conjunto del rebaño— sale en su búsqueda, y la alegría que siente al encontrarla. Las dos versiones canónicas de la parábola son las siguientes:

No existe unanimidad de criterios sobre cuál de las dos versiones canónicas de la parábola es la más próxima a la versión inicial. Rudolf Karl Bultmann,[15]​ Eta Linnemann,[16]​ y Joseph A. Fitzmyer[17]​ sugirieron que la versión mateana es la más cercana a la original. Por su parte, Joachim Jeremias y Josef Schmid señalaron que la forma más próxima a la original es la del Evangelio de Lucas.[18]​ Claude Montefiore comentó que la forma original de la parábola podría conservarse de manera compartida: en algunos puntos el Evangelio de Mateo y en otros el de Lucas podrían preservar el material original de forma más precisa.[19]​ Por su parte, Charles Harold Dodd y François Bovon consideraron que posiblemente ninguna de las versiones que llegaron hasta nosotros sea la original,[20]​ aunque Dodd sugiere que la versión lucana parece ajustarse mejor a los términos de la parábola.[21]

La mayoría de los especialistas actuales acepta que la parábola de la oveja perdida tendría por origen la fuente Q,[22][23][24][25][26][27]​ una fuente hipotética común al Evangelio de Mateo y al de Lucas.

En el Evangelio de Lucas, Jesús formula la parábola de la oveja perdida como respuesta a la murmuración indignada de los fariseos y escribas, quienes cuestionaban su conducta de recibir a los pecadores y admitirlos a su mesa.[28]​ Se trata del escenario y del motivo de la parábola,[29]​ es decir, en el Evangelio de Lucas la parábola está dirigida a los enemigos y críticos de Jesús.[30]​ Es una respuesta a los rabinos fariseos que mantenían un principio de no relación con aquellas personas consideradas pecadoras por su oficio o condición: «El hombre no debe relacionarse con el impío ni para enseñarle la Ley».[31]

En el Evangelio de Mateo la parábola presenta un auditorio diferente, puesto que Jesús no la dirige a los fariseos adversos a él sino a sus propios discípulos. En el marco histórico en el que se escribe ese evangelio, datado de los años 80 a 90 por la mayoría de los biblistas,[32][33][34]​ «los discípulos» significan los jefes de la comunidad cristiana.[35]​ Según Joachim Jeremias y Josef Schmid, la situación real que dio origen a la parábola se aproxima más a la descripta en el Evangelio de Lucas.[36][18]

Ambos relatos tienen un punto llamativo en común: ninguno de los dos nombra explícitamente el término «pastor» o «buen pastor», lo que sí hace el Evangelio de Juan (10, 11-14). Por otra parte, existen otros detalles diferentes en ambas versiones de la parábola. En Mateo, el pastor deja a sus ovejas en la montaña, mientras que en Lucas lo hace en el desierto. El Evangelio de Lucas es el único que presenta al dueño llevando a la oveja descarriada en sus hombros. Los autores cristianos de los primeros siglos tendieron a aunar las dos versiones para crear una nueva versión de la parábola con elementos obtenidos, en distinta proporción, tanto de los textos de Mateo y de Lucas como del Evangelio de Juan. Los relatos de Mateo y de Lucas se impusieron en los primeros siglos del cristianismo, mientras que el pasaje del Evangelio de Juan empezó a tener más notoriedad a finales del siglo IV y comienzos del siglo V.[37]

La parábola de la oveja perdida está también presente en el extracanónico Evangelio de Tomás (logión 107),[8]​ y existe consenso en que ese pasaje del evangelio apócrifo guarda cierto paralelismo con las parábolas de los evangelios sinópticos de Lucas y de Mateo. Podría haberse generado en una tradición independiente de la de los sinópticos.[38]​ Algunos autores han supuesto que este pasaje es más antiguo que los de Lucas y de Mateo,[38][39]​ pero Joseph A. Fitzmyer desestima esa opinión.[12]​ Otros autores consideraron este pasaje del Evangelio de Tomás, como derivado de los de Lucas y de Mateo,[40]​ y hasta como una distorsión de aquellos.[41]

La versión del Evangelio de Tomás presenta varias diferencias respecto de la parábola de los evangelios sinópticos de Lucas y de Mateo.

En primer lugar, no se trata tanto de una parábola apologética signada por la misericordia como en el Evangelio de Lucas, ni una parábola de carácter eclesial como en el Evangelio de Mateo, sino de un pasaje kerigmático, [10]​ con el formato de una parábola del Reino: «El Reino se asemeja a un pastor...».[8]

Además, añade que la oveja perdida era la más gorda, [44][43]​ y la más amada,[45]​ con lo que encuentra una justificación diferente para la búsqueda de la oveja: era la más apreciada por el pastor, la mejor.[9][45]​ Esa aclaración elimina el aspecto más original, paradójico y hasta escandaloso de la parábola de Jesús tal como la presentan los evangelios de Mateo y Lucas, en los cuales el pastor buscaba la oveja, no porque fuera buena o valiosa sino porque estaba perdida.[9][45]

Existe una cuarta versión, que aparece en el Evangelio de la Verdad,[46][47]​ atribuido a Valentín el gnóstico. En palabras de François Bovon, esta versión «parece más un comentario que una cita».[10]

En la época de Jesús de Nazaret se conceptuaba a los pastores de forma muy dispar.[48]​ Se los mencionaba en varias listas de trabajos considerados despreciables: se trataba de uno de los oficios que un padre no debería enseñar a sus hijos por ser «oficios de ladrones».[49]

Si bien en varios pasajes de la Biblia hebrea se presentaba a Moisés, a David y al propio Yahvé como pastores, la literatura rabínica en general contenía juicios desfavorables sobre quienes ejercían ese oficio.[49]​ De hecho, se igualaba a los pastores con los publicanos y recaudadores de impuestos. Se decía: «A los pastores, a los recaudadores de impuestos y a los publicanos les es difícil la penitencia», debido a que supuestamente no podían conocer a todos aquellos a quienes habían dañado o engañado como para hacer una reparación.[49]​ En el Evangelio de Lucas Jesús se presenta criticado por los escribas y fariseos en razón de que acoge a los publicanos. En respuesta, pronuncia una parábola en la que el protagonista misericordioso es un pastor, figura igualmente menospreciada. De allí que se haya llamado a este conjunto el «Evangelio de los marginados», ya que parece tener como uno de sus objetivos mostrar la cercanía de Dios y su misericordia para con quienes viven agobiados por el desdén y el rechazo de los demás.[50]

La parábola de la oveja perdida fue objeto de variadas interpretaciones desde el cristianismo primitivo hasta el presente. Entre los significados más atribuidos y los matices más comentados destacan los siguientes.

Tradicionalmente se considera que la parábola de la oveja perdida –particularmente en la versión del Evangelio de Lucas– constituye un pasaje que tiene por nota la misericordia de Dios para con los pecadores,[52]​ y una referencia directa al carácter positivo del perdón, en el marco de una enseñanza que diferencia el pecado del pecador.[53]

Según Agustín de Hipona, la misericordia es la compasión que experimenta el corazón humano ante la miseria del otro, sentimiento que compele a socorrer si está a nuestro alcance.[54]​ En la teología cristiana, se considera la misericordia como el atributo de Dios por excelencia: la misma misericordia está presente en todo su actuar.[55]​ Cuando Tomás de Aquino se preguntó cuál es la virtud más eminente, concluyó que en el ser humano es la caridad teologal porque es la que une al alma con Dios, el ser supremo; pero en Dios, que no tiene superior, la virtud más eminente es la misericordia (Suma Teol. II-II, q. 30, a.4).[56]Hans Urs von Balthasar hace referencia a Karl Barth al decir que «el Dios de Jesucristo es, en su esencia, misericordioso» y «que en su propio y libre poder (es), en su esencia más íntima, abierto, dispuesto, inclinado (propensus) a la compasión por el dolor ajeno y, por lo tanto, al apoyo, a la propia intervención ante este dolor ajeno».[57]

Este aspecto supone una subversión de ciertos procederes establecidos. En palabras de José María Cabodevilla, entre los hombres suele practicarse una variante de la parábola que no es trivial, la de «la oveja sarnosa»,[Nota 2]​ que manifiesta que para evitar el contagio debe arrojarse tal oveja fuera del aprisco.[58]​ Cabodevilla sugiere con sutileza el aire de superioridad de quien así opera, «el celoso guardián de las ovejas sanas y robustas, orgullo de su redil». Tal principio de intransigencia no halla respaldo alguno en las páginas del evangelio, sino que entra en abierta oposición con la enseñanza de Jesús de Nazaret,[58]​ expresada en parábolas como la de la oveja perdida.

La parábola no se interesa tanto por la historia de la oveja, que según el propio relato simboliza al hombre pecador caído en desgracia («Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta...»). El personaje central de la parábola es el pastor, con el que se representa a Dios Padre («De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños») o por extensión al propio Jesucristo. La psicología del pastor se manifiesta en dos cuadros:[60]

Al percibir la pérdida de la oveja, el pastor no manifiesta sentimientos de cólera, simplemente la preocupación por encontrarla. La pena y el dolor lo obligan a entrar en acción, a buscar afanosamente.[62]Charles Péguy enfatizó el tema en estos términos: «El pecador, que se apartó y estaba a punto de perderse, ha provocado la angustia en el corazón de Dios» [...] «La angustia de no encontrar la oveja perdida. De no estar seguro.»[63]

Si bien la búsqueda en el primer cuadro de la parábola refiere el amor del pastor por lo extraviado, la alegría por haber encontrado lo perdido constituye el núcleo central del relato.[64]​ En la bula Misericordiae Vultus con la que se convocó el Jubileo extraordinario de la misericordia, el papa Francisco hizo referencia a la alegría como aspecto fundamental de la parábola de la oveja perdida:

José María Cabodevilla enfatiza aún más los alcances interpretativos de las parábolas de la misericordia, en particular la de la oveja perdida y la de la moneda perdida.

Los padres de la Iglesia consideraron con frecuencia la parábola como una figura del «descenso de Cristo»,[Nota 3]​ es decir, como una figura de su encarnación,[68][69]​ de su pasión y de su descenso a los infiernos.[70][71]​ Así como en el Evangelio de Mateo el pastor deja los montes y desciende para buscar la oveja perdida, Jesucristo descendió en su encarnación y se anonadó en su pasión para salvar a cada hombre, al género humano. Algunos ejemplos son los siguientes:

Entre los padres de la Iglesia, la parábola también fue ocasión de prédica para instar a no dejar en el desamparo a los demás ni desentenderse de su suerte.[51]​ En el Evangelio de Mateo la parábola se dirige a los discípulos como parte de una «regla de vida» de las primeras comunidades cristianas y una de las obligaciones de los pastores de la Iglesia. La parábola evoca que los responsables de las comunidades cristianas deben cuidar de los más desprotegidos, de igual forma que Dios cuida de esos «pequeños».[7]

En la Iglesia católica, el cuidado de los máximos pastores hacia los destinatarios de su ministerio se simboliza con el uso del palio, una faja o banda circular tradicionalmente hecha con lana de cordero. Se coloca sobre los hombros del sumo pontífice y de los arzobispos como símbolo del pastoreo y recordatorio de que deben cargar con las ovejas como el pastor lo hizo en la parábola de la oveja perdida.[75]

Así lo recordó Benedicto XVI, en la misa de inicio de su ministerio petrino, al asociar la imposición del palio con la invitación de llevarnos unos a otros sobre los hombros:

Junto con los numerosos análisis que se hicieron de la parábola de la oveja perdida, se puso de manifiesto su profundidad, que supera el marco estrictamente religioso y que, a través del tiempo, alcanzó diversos campos de la cultura y de las artes.

Desde los tiempos del cristianismo primitivo se asoció la imagen del pastor que sale en busca de la oveja perdida con la de Cristo como Buen Pastor.[13]​ La profusión de representaciones escultóricas y pictóricas del tema del pastor y la oveja en el arte paleocristiano es notable:[77]​ se identificaron hasta 892 representaciones,[78]​ datadas en su mayoría de los siglos III y IV. La representación del Buen Pastor comenzó a menguar en su frecuencia hacia fines del siglo IV y prácticamente desapareció en el siglo V.[79]

Más tarde, el tema del Buen Pastor y de la oveja perdida se entrecruzaron nuevamente en representaciones pictóricas como El Buen Pastor de Bartolomé Esteban Murillo. Tiene su inspiración en el Evangelio de Juan (10, 11-14) donde Jesucristo se identifica con el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas. En el primer plano de esa obra, Jesús niño apoya su mano izquierda sobre una oveja. Madrazo sugirió que esa oveja haría referencia a la oveja perdida del Evangelio de Mateo (18, 12).[80][81]

En la literatura, distintos elementos de la parábola sirvieron de modelo a varios autores de primer orden del Siglo de Oro español. La parábola de la oveja perdida facilitó la incorporación de elementos dramáticos a un subgénero pastoril ya popularizado por las églogas de Gómez Manrique, Juan del Encina, y Garcilaso de la Vega.[82]

Miguel de Cervantes aludió a la parábola de la oveja perdida en el final de la jornada primera de su obra La Gran Sultana, Doña Catalina de Oviedo (1615), en la que Sultana se asimila a una cordera alejada del aprisco que puede ser presa fácil de la «infernal serpiente».[83][84]​ En el romance A la oveja perdida, Lope de Vega presentó a Cristo como un pastor enamorado en busca de su oveja extraviada, que es el alma.[85]​ Lope era un poeta de una espiritualidad intensa, razón por la que el tema de la oveja perdida aparece además como central en El pastor lobo y cabaña celestial,[86]​ y como tema de segundo orden en La venta de la zarzuela, La fianza satisfecha y La buena guarda.[87]Tirso de Molina se inspiró en la parábola del buen pastor para la composición de algunos pasajes de la obra El condenado por desconfiado.[88]​ También Calderón de la Barca destacó por los varios autos sacramentales en los que hizo referencia a la parábola de la oveja perdida,[89]​ entre ellos, El pastor Fido.[90]

En uno de sus Salmos del Heráclito cristiano, Francisco de Quevedo utilizó el «yo poético» a través de pronombres, verbos y posesivos para presentarse como la oveja perdida que se aleja del rebaño:[91]



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