La Semana Santa en Baeza es la conmemoración anual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo llevada a cabo a través de los cultos externos de las corporaciones penitenciales —y tres gloriosas— de la ciudad con ocasión de la celebración litúrgica de la Pasión y la Pascua en el seno de la Iglesia católica.
Entre el Domingo de Ramos y el de Resurrección veintidós hermandades (tres de gloria, dieciocho de penitencia y una más que reúne ambas dimensiones) efectúan veintidós procesiones con un total de treinta y cuatro pasos (2017). Tan extensa nómina cofrade no solo da cuenta de la importancia de la Semana Santa en la vida actual de la ciudad, sino que habla del rico pasado conventual de Baeza durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna, cuando era una de las mayores urbes agrarias y manufactureras del Alto Guadalquivir, además de sede episcopal y de la Universidad teológica Santísima Trinidad.
En su configuración actual la Semana Santa en Baeza está regulada por la Agrupación Arciprestal de Cofradías en el seno de la cual se deciden los horarios e itinerarios a seguir por las distintas hermandades en cada una de sus procesiones. La Agrupación es la responsable de publicar estos datos y de velar por su cumplimiento. Para posibilitar este cometido todas las cofradías —según el horario acordado— han de pedir venia de paso por la carrera oficial establecida al efecto —situada, desde 2010, en la mitad baja de la calle S. Pablo.
La Semana Santa de Baeza fue declara Fiesta de Interés Turístico en 1980TVE: en 1975 su Procesión General, y en 1999 dos procesiones —el Jueves y el Viernes Santo— para las cuales se había dividido ad hoc la participación de las corporaciones penitenciales de la ciudad. Desde 2014 el ayuntamiento de la ciudad financia la retransmisión en directo vía Internet del paso por carrera oficial de todas las cofradías.
y de Interés Turístico Nacional de Andalucía en 1997; y ha sido retransmitida en dos ocasiones porLa primera referencia a una devoción pasionista corporativa en la ciudad nos habla de la fundación de la hermandad del Cristo de La Yedra (crucificado proveniente del convento de S. Francisco) por el obispo R. Fernández de Narváez en 1411, hace seis siglos. Sin embargo, la primera corporación plenamente penitencial sería la cofradía de la Vera+Cruz, establecida también en la casa franciscana hacia 1540, con estatutos confirmados por el ordinario diocesano en 1555 y que realizaba estación de penitencia en la tarde del Jueves Santo. Esta fundación marca el inicio de la primera etapa en la historia de las corporaciones semanasanteras de la ciudad (más o menos coincidente con el período en que se celebran las sesiones del concilio de Trento) y que se extiende a través de las siguientes fundaciones:
Las primeras hermandades marcarían la pauta de lo que habría de ser este movimiento asociativo durante la Edad Moderna: un grupo de fieles laicos que se gobernaban a sí mismos, reunidos en torno a una advocación pasionista a cuya devoción celebraban una serie de cultos anuales (el más propio de los cuales era la estación de penitencia en diversos templos de la ciudad, en la que los hermanos de sangre se disciplinaban) y que poseían capilla propia en la iglesia conventual en la que residía la corporación; lugar en el que realizaban sus cultos y enterraban a sus hermanos difuntos. Así pues, la promoción de un cierto culto público y la celebración de exequias y sufragios funerarios eran las notas distintivas de estas corporaciones, generalmente integradas por individuos que precisaban de este tipo de asociación para costearse un nivel de exequias y sufragios a los que no tendrían acceso por la cuantía de su propia hacienda. Del mismo modo, las hermandades colaboraban al sustento de las órdenes mendicantes que las acogían merced a los estipendios que ofrecían por la celebración de sus cultos de reglas; de aquí la estrecha relación (e interdependencia) entre órdenes y hermandades al menos hasta que se cumpla el primer tercio del s. XIX.
Veinticuatro años separan los dos impulsos fundacionales originales del mundo cofrade baezano; los que trascurren entre el ya mencionado establecimiento de La Humildad y el de El Paso en el convento de Carmelitas Descalzos de S. Basilio en 1587. Esta corporación celebraba estación de penitencia en la madrugá del Viernes Santo y su fundación fue inmediatamente seguida de otros tres hitos en la historia cofrade de Baeza:
A excepción de la mencionada hermandad de La Expiración, que parece no haber sobrevivido a la mitad de siglo, la vida de todas las corporaciones hasta aquí referidas continúa y se expande a lo largo del s. XVII con la hechura de algunas nuevas imágenes cristíferas y particularmente marianas. En lo tocante a las nuevas fundaciones del período, he aquí el probable orden de las mismas:
El resto del Siglo Ilustrado y los dos primeros tercios del s. XIX no son favorables a la fundación de nuevas instituciones penitenciales. De hecho, en la segunda mitad del s. XVIII las hermandades de penitencia habrán de hacer frente al intervencionismo de la monarquía de Carlos III que prohíbe la presencia de disciplinantes en los cortejos (1777) e impone severas restricciones a la penitencia pública, a la vez que extiende su control sobre el mundo cofrade al demandar un laborioso proceso de visado de las antiguas reglas corporativas ante el Consejo de Castilla (proceso sustanciado en su mayor parte bajo el reinado de Carlos IV). También durante este período comienza a legislarse en contra del enterramiento dentro de las iglesias, privando a las hermandades de una de sus principales funciones y razones de ser según la mentalidad de la sociedad que las había originado.
En consonancia con las medidas del intervencionismo ilustrado es de notar también la renovación de estatutos llevada a cabo en 1785 por la hermandad de Las Angustias. Con las nuevas reglas se dejaba de realizar la ceremonia del desenclavamiento que precedía a su estación penitencial vespertina del Viernes Santo, sustituyendo los pasos de la urna y la Soledad de María por un único grupo de la Piedad.
A principios del s. XIX la crítica situación en que el intervencionismo regalista había puesto a las hermandades se intensifica con la dominación napoleónica y los lamentables estragos que supuso en la ciudad. No obstante, tras la Francesada el reinado de Fernando VII se presenta más favorable a instituciones tradicionales como lo son las hermandades de penitencia, momento en el que se refunda en Baeza La Expiración (1830).
Sin embargo, muy pronto suena la hora de la crisis más aguda y en 1836 —bajo la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias— la Desamortización del ministro Mendizábal da lugar a la abolición de los conventos en los que residían nuestras hermandades, que ante esta situación —y ya de por sí debilitadas por las circunstancias más arriba mencionadas— se ven obligadas a tomar cuantos enseres pueden reunir, a abandonar en muchos casos capillas propias que ya no podían mantener (Vera+Cruz, Soledad, Humildad, Caída) y finalmente a encontrar en la ciudad casas religiosas supervivientes o parroquias en las que poder radicarse con sus imágenes titulares.
Asentadas nuestras hermandades en nuevas sedes, desaparecidos los disciplinantes de sus cortejos y privadas de la capacidad de ofrecer un lugar de enterramiento a sus cofrades, en los cuarenta del s. XIX nos encontramos ya con los elementos que apuntan hacia la aparición de las cofradías del período romántico: primer episodio de la semana santa tal y como la concebimos hoy. El consistorio municipal empezará a intervenir en la gestión de las procesiones que, de algún modo, comienzan a verse no solo como ejercicios de piedad pública sino como la más destacada celebración colectiva de la ciudad. Así, desde mediados del s. XIX se apoya y subvenciona la realización de la Procesión General, que a la caída de la tarde del Viernes Santo agrupaba en un solo cortejo y por orden de Pasión a todas las hermandades que habían hecho procesión penitencial durante ese día y los precedentes. Este nuevo cortejo lo cerraba la urna de La Soledad de Sto Domingo, que de acuerdo con la posición de preeminencia que su paso de Cristo adquiere en La General parece abandonar su antigua titulación mariana para adoptar la de Sto Sepulcro que aún ostenta en la actualidad. Sabemos además que en 1906 el título de La Soledad ya había pasado a la dolorosa del hospital de La Concepción, que bajo esta advocación venía a cerrar la noche del Viernes Santo. Parece pues lógico que esta última procesión —origen de la actual corporación homónima— se hubiera celebrado de igual manera desde que, con el inicio de La General, La Soledad de Sto Domingo se transformara en Sto Sepulcro. Es también en esta época cuando comienza a interprestarse (1860) en la s.i. catedral el Miserere que para ella compuso Hilarión Eslava, y que aún hoy constituye uno de los hitos de la semana santa baezana cada Martes Santo.
Este estado de cosas —en la segunda mitad del s. XIX— parece precipitar de manera cada vez más clara en una mentalidad que cultiva lo espectacular de los cortejos por encima de su original aspecto penitencial. Así, a partir de los sesenta, el gusto por las procesiones de "penitentes" (que ya no de disciplinantes) da lugar en Baeza a la reavivación de las hermandades tradicionales (tanto la Vera+Cruz como La Humildad y La Caída abren nuevos libros de actas —inexistentes al menos desde que abandonan sus capillas originales— o incluso redactan nuevos estatutos), junto a la aparición de nuevas corporaciones creadas en torno a otros pasos cristíferos de aquellas mismas hermandades; pasando así a multiplicarse el número de las procesiones:
En este contexto se produjo además la fundación ex novo de El Resucitado (1910) ganándose así el Domingo de Resurrección para la celebración pasionista baezana.
Así las cosas, bajo la Dictadura de Primo de Rivera se llega a la cumbre de la semana santa como fiesta cívico-religiosa, que en Baeza empieza a copiar formas tomadas de la ciudad de Sevilla que por entonces −y de acuerdo con la imagen creada por el costumbrismo− vive su apertura al turismo internacional en los prolegómenos de su Exposición Iberoamericana. En este contexto, se sustituyen los hábitos románticos de pañoleta por otros tocados de capirote (e incluso capa), se presentan para su aprobación episcopal las reglas de La Soledad (1930) y hacen aparición los primeros pasos procesionados a ruedas (Lanzada y Vera+Cruz, hacia 1930).
Nos encontramos ante una semana santa que nos atrevemos a llamar burguesa por la posición socio-económica de muchos de sus dirigentes, por el papel que la celebración juega en la vida de la ciudad y por la destacada intervención del consistorio municipal en la misma. Estas realidades, combinadas con la conversión de La Sangre, El Descendimiento y La Expiración en sociedades católicas de mutuas laborales, granjean a las hermandades la animadversión de los movimientos políticos de la Izquierda. De este modo, y merced al clima de enfrentamiento social vivido durante los años de la II República, encuentran explicación tanto el ataque sufrido por la cofradía de La Sangre durante su procesión de 1934, como la negativa de las hermandades a procesionar en la semana santa de 1936 y, finalmente, la destrucción de las imágenes (especialmente valiosas eran las de La Columna, La Lanzada —ambas del s. XVII— y El Rescate —s. XVIII) y enseres de muchas de ellas como respuesta de ciertos activistas de Izquierda a la sublevación militar del 18 de julio de dicho año.
Acabada la Guerra Civil Española —y dado que el nuevo régimen político vuelve a respaldar las actividades cofrades— casi todas las energías del momento se vierten en una reconstrucción del patrimonio perdido al comienzo de la contienda. En lo tocante a las imágenes, se recuperaron las consideradas de mayor devoción a expensas del gobierno de la ciudad —que crea al efecto la Federación Municipal de Cofradías presidida por el propio alcalde desde 1944. La hechura de las mismas —confiada en su mayoría a la gubia del joven imaginero Amadeo Ruiz Olmos— se extiende hasta 1948, recuperándose merced a este expediente todas las hermandades anteriores a excepción de El Mandato (que a día de hoy continúa sin vida alguna) y La Lanzada (que resurge más tarde). En 1945 —continuando el recurso a la escisión de corporaciones característico de la etapa anterior— se funda la hermandad de La Fervorosa en torno a la dolorosa titular de La Sangre, resultando en una exitosa estrategia para focalizar la energía reconstructora. Los cuarenta, cincuenta y primeros sesenta del s. XX representan pues la profundización de la semana santa como ejercicio de piedad con esa dimensión de gran fiesta urbana que había adquirido en el período anterior; todo ello en el contexto del nacional-catolicismo patrocinado por el régimen del general Francisco Franco.
En 1957 da sus primeros pasos la hermandad de La Borriquilla —única ex novo del período— iniciando el cénit del impulso reconstructor ahora ya como iniciativa enteramente sufragada por las corporaciones y que se extiende hasta mediados de los sesenta, caracterizándose por una renovación del aparato procesional (principalmente tronos) junto al resurgimiento (1961) de la antigua hermandad de La Lanzada —ahora bajo la advocación de El Calvario— y la hechura de los nuevos: yacente para el Sto Sepulcro (1962) y dolorosa para La Caída (1963). Al mismo tiempo, y con origen a fines de los cuarenta, se estaba produciendo la sustitución por ruedas de los portadores de paso asalariados, en disminución paralela al éxodo agrario de los cincuenta y sesenta del s. XX.
La segunda mitad de los sesenta, y sobre todo la década siguiente, suponen una cierta relativización del esencial catolicismo de la sociedad española, que se ve reflejado en una menor adhesión de la generación ascendente al movimiento cofrade. En Baeza, este período no presenta ni nuevas fundaciones ni nuevas imágenes titulares; llegando incluso la hermandad de La Oración en el Huerto a no procesionar durante varios años consecutivos; mientras, los mayores proyectos cofrades se limitan a la renovación de algunos tronos y hábitos procesionales. Así las cosas, en el año 1967 se vio por última vez en Baeza —y bajo las trabajaderas del Señor de El Paso— la labor de una cuadrilla de portadores profesionales, sustituidos al año siguiente por hermanos horquilleros; y en 1974, a impulsos de algunos cofrades, se funda la Federación de Cofradías con lo que las labores de coordinación de las corporaciones pasionistas quedan oficialmente desligadas del gobierno municipal.
Mención propia en este período merece la interpretación del Miserere de Eslava, que en los cincuenta y sesenta alcanzó —de la mano del director Francisco de la Poza Robles— la maestría y el renombre que lo han acompañado desde entonces. También en el apartado musical, los sesenta ven aparecer las primeras bandas de apertura costeadas por hermandades: principal bandera de enganche para una nueva generación cofrade en las que sus componentes solían tocar la percusión —e incluso a veces las cornetas— vistiendo el hábito estatutario.
La penúltima etapa en esta breve historia de las hermandades pasionistas de Baeza dio comienzo en 1980 con la consecución para la Semana Santa baezana del título de Fiesta de Interés Turístico (labor conducida por la Federación de Cofradías en su capacidad de gestor de la promoción turística de la celebración). Estas décadas constituyeron un período de expansión, de enriquecimiento material y de renovación estética producido por una sociedad que volvió a adherirse con confianza al movimiento cofrade; gracias, en no poca medida, al entusiasmo inspirado por la incansable labor docente e investigadora del profesor de E.S., doctor y académico Rafael Rodríguez-Moñino Soriano, historiador de las corporaciones penitenciales baezanas por antonomasia.
Así, el movimiento expansivo propio de este período se manifestó en:
Sin embargo, consecuencia directa del sobreesfuerzo que implicaba para las corporaciones tener que realizar el Viernes Santo una segunda procesión con sus pasos ahora a hombros de los cofrades, se produjo el abandono de la Procesión General (1992) y la introducción, en su lugar, de una carrera oficial. Esta decisión, tomada por el conjunto de las hermandades merced al foro representado por la Federación de Cofradías, fue una de las primeras muestras del creciente peso relativo que, en la organización y gestión de la agenda cofrade baezana, ha venido desplegando desde entonces esta institución, denominada a partir de 1993 Agrupación Arciprestal de Cofradías de acuerdo con sus nuevos estatutos exigidos y aprobados por el obispo de Jaén Santiago García Aracil.
Finalmente, junto a estas realizaciones propiamente procesionales, el citado movimiento expansivo dio lugar a la introducción de realidades cofradieras antes inexistentes:
Finalmente, durante estos últimos años se han producido fenómenos que por su magnitud y su novedad parecen ya anunciar una etapa esencialmente distinta a la que acabamos de describir. Los hombres y mujeres que constituyen hoy el movimiento cofrade, sin dejar de profundizar en la labor llevada a cabo durante la etapa anterior, se están viendo obligados a adaptarla no solo a un contexto social cambiante, sino sobre todo a unos nuevos límites humanos impuestos por la propia expansión inherente al modelo semanasantero heredado del período anterior.
Así, junto a realizaciones esencialmente continuistas:
Encontramos aspectos sociales claramente novedosos:
Novedades acompañadas en lo puramente procesional por la reforma (o introducción en La Misericordia, Las Angustias y La Soledad) de hábitos estatutarios que, como innovación más extendida, han adoptado el capirote de diseño sevillano, con antifaces que suelen desplegarse hasta la cintura y exhiben, en muchos casos, emblemas renovados: El Huerto, La Columna, El Rescate, La Humildad, La Expiración, El Descendimiento, La Santa Cena y La Sangre.
Por otra parte, y como queda dicho, continúa aquella tendencia expansiva que ya venía caracterizando el período anterior; en ella destacan ahora:
Sin embargo, y a modo de obligada contrapartida de esta expansión, se ha hecho necesario alcanzar una mayor cota de efectividad a la hora de portar los pasos; por lo que se viene produciendo una racionalización en los modos de hacerlo conducente a una reducción del necesario número de portadores:
Existen varios platos tradicionales de estas fiestas: el bacalao al estilo de Baeza, los hornazos, la cazuela. Todos ellos son platos de vigilia, es decir, que observan la abstinencia de carne según la norma de la Iglesia católica; además suelen cocinarse por adelantado, de modo que están listos para su consumo durante la Semana Santa sin tener que dedicar tiempo a su preparación durante los días de celebración.
La Borriquilla ante la parroquia de S. Pablo (2009)
La Santa Cena en la Plaza de Sta. María
Cristo de La Misericordia durante su estancia en la s.i. catedral
Mª Stma. Madre de Dios en su Limpia, Pura e Inmaculada Concepción
La Columna ante la capilla de los Descalzos
La Caída a su paso por Carrera Oficial
El Cristo de El Rescate ante el antiguo hospital de La Concepción
Misterio de la hermandad de El Calvario
Palio de la hermandad de El Calvario
Cristo de la Salud, La Sangre; Foto: José Manuel Garrido Montoro
La Fervorosa sale de San Andrés
El Cristo de la Vera+Cruz tras pasar la Puerta de Úbeda
El Señor de El Paso por la C/ Sacramento en 2009
El Cristo de La Expiración abandona la parroquia de S. Pablo
Ntra Sra de La Soledad ante la torre de Los Aliatares en 2009
El Resucitado pasando por la Carrera Oficial
La Virgen de la Cabeza por la calle S. Pablo
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