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Tifoidea



La fiebre tifoidea o fiebre entérica es una enfermedad infecciosa producida por Salmonella entérica subgrupo enterica serotipo typhi (bacilo de Eberth) o S. enterica sub. enterica serotipos paratyphi A, B o C, bacterias del género Salmonella. Su reservorio es el humano, y el mecanismo de contagio es fecal oral, a través de agua y de alimentos contaminados con deyecciones. No debe confundirse con el tifus, que se produce por varias especies del género Rickettsia, transmitidas por parásitos externos (piojos).

La bacteria ingresa por vía digestiva y llega al intestino y pasa a la sangre, lo que causa una fase de bacteriemia hacia la primera semana de la enfermedad; posteriormente, se localiza en diversos órganos y produce fenómenos inflamatorios y necróticos, debidos a la liberación de endotoxinas. Finalmente, las salmonelas se eliminan al exterior por las heces.

En el período de incubación, que dura de 10 a 15 días, se aprecian trastornos del estado general, una fase de bacteriemia con fiebre que aumenta progresivamente hasta alcanzar 39-40 °C, en cuyo momento se mantiene, cefalea, estupor, roséola en el vientre, tumefacción de la mucosa nasal, lengua tostada, úlceras en el paladar y, a veces, hepatoesplenomegalia y diarrea.

La enfermedad puede evolucionar a la curación en 2 semanas o prolongarse con localizaciones focales a partir de la quinta semana. Si no se somete a un tratamiento adecuado pueden presentarse complicaciones graves, como hemorragia y perforación intestinal, choque séptico. Se produce un cierto grado de inmunidad que, aunque no protege frente a las reinfecciones, cuando éstas se producen son más benignas. El estado de portador puede ser transitorio o crónico.

Hacia 430–426 antes de Cristo, una devastadora pandemia, que algunos piensan que se debió a la fiebre tifoidea, mató a un tercio de la población ateniense, incluyendo a su líder Pericles, poniendo fin a la Edad Dorada de Grecia. El historiador Tucídides también contrajo la enfermedad, pero él sobrevivió y pudo escribir sobre la pandemia. Sus escritos dan una pista sobre el origen. La causa de la pandemia ha sido discutida durante largo tiempo. La mayoría de los académicos piensa que se debió al tifus epidémico. Un estudio de 2006 detectó secuencias de ADN similares a las de las bacterias causantes de la fiebre tifoidea.[1]​ Otros científicos se oponen a esta tesis, y presentan numerosos errores metodológicos en el estudio del ADN dental.[2]​ Sin embargo, las duras condiciones de higiene durante el asedio del Ática causaron sin duda la epidemia.

Es muy probable que la desconocida enfermedad que detuvo el avance de los indígenas mapuches, liderados por Lautaro, sobre Santiago de Chile en 1554, haya sido la tifoidea, a la que los mapuches le llamaron chavalongo («fuego en la cabeza»).

La fiebre tifoidea también es la principal enfermedad sospechosa de devastar México en el siglo XVI tras la llegada de los españoles. Allí el bacilo de Eberth, Salmonella enterica, se habría cobrado 15 millones de vidas, el 80 % de la población.[3]

A finales del siglo XIX, la tasa de mortalidad en Chicago alcanzó 65 casos por cada 100 000 habitantes. El peor año fue 1891, cuando la tasa de mortalidad por fiebre tifoidea fue de 174 casos por 100 000 habitantes.[4]

El agente causante de la enfermedad, Salmonella typhi, lo descubrió el patólogo alemán Karl Joseph Ebert en 1880.[5]​ En 1897, Almroth Edward Wright desarrolló la primera vacuna.

La más notable portadora de la fiebre tifoidea fue Mary Mallon, conocida como «Typhoid Mary».[6]​ En 1907, ella fue la primera portadora identificada y vigilada. Algunos creen que contagió la enfermedad a centenares de personas. Está asociada con al menos 47 casos y tres muertes.[7]​ Mary Mallon trabajaba como camarera en Nueva York. Las autoridades encargadas de la salud pública la conminaron a que renunciara a su trabajo o a que se le extirpara la vesícula biliar. Dejó su trabajo, pero volvió a trabajar usando un seudónimo. La descubrieron, la detuvieron y la sometieron a cuarentena después de otro brote de fiebre tifoidea.

En España la última gran epidemia se dio en Barcelona en 1914. La epidemia que causó 2 500 muertes se debió al agua de bebida contaminada procedente de Moncada.[8]

La última epidemia de la que se tiene noticia tuvo lugar en la República Democrática del Congo entre 2004-2005, la cual reportó más de 42 000 casos, de los cuales murieron 214.

La fiebre tifoidea es identificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un problema serio de salud pública, con 16 a 33 millones de casos estimados en el mundo cada año, promediando los 22 millones, causando 216 000 muertes. Su incidencia es mayor en niños en edad escolar y adultos jóvenes.[9]​ La enfermedad esta casi ausente en los países desarrollados, pero aún es frecuente en los países en desarrollo. Su prevalencia es frecuente en el suroeste de Asia, Asía central, algunos países de América del Sur, y África Subsahariana. Países como Chile, en América del Sur han logrado en pocos años reducir eficazmente la incidencia, logrando en el año 2006 una tasa histórica de 1,2 por cada 100 000 hab.[10]​ En España la incidencia es escasa registrándose en 2004 una tasa de 0,25 casos por 100 000 hab.[11]

Las moscas pueden transmitir la fiebre tifoidea en ambientes poco higiénicos, transportando las bacterias a la comida y a la bebida. También se transmite de persona a persona vía fecal-oral, en ambientes insalubres donde las aguas fecales pueden entrar en contacto con la comida y bebida, o debido a una pobre higiene personal en la manipulación de alimentos, incluso las personas convalecientes de fiebre tifoidea y los portadores asintomáticos pueden transmitirla durante un período relativamente largo, ya que puede haber bacterias en su tracto intestinal (se estima en un 5 % de los casos) que se liberan por las deyecciones.

Las bacterias del tipo Salmonella enterica subgrupo enterica serotipo Typhi (bacilo de Eberth) y S. enterica sub. enterica serotipos Paratyphi A, B o C ingresan por vía digestiva, llegan al intestino y pasa finalmente a la sangre, lo que causa una fase de bacteriemia hacia la primera semana de la enfermedad.

Existe una alta probabilidad de adquirir la enfermedad con inóculos (cantidad de bacterias adquiridas en un momento), superiores a 106 y especialmente desde 109 bacterias.[12]

Las bacterias penetran por la boca, llegan al intestino delgado y se multiplican durante un periodo de incubación de 3 a 4 días implantándose en las vellosidades del íleon. A través de las placas de Peyer llegan al epitelio intestinal. A continuación se desplazan e invaden los folículos linfoides intestinales reproduciéndose en su interior. A través de los monocitos llegan a los vasos linfáticos mesentéricos, desplazándose al torrente sanguíneo.

La fiebre tifoidea está caracterizada por fiebre alta constante (40 ºC), sudoración profusa, gastroenteritis y diarrea. Menos comúnmente puede aparecer un sarpullido de manchas aplanadas de color rosáceo.[13]​ Tradicionalmente se divide en cuatro fases y cada una dura una semana aproximadamente.

La muerte sobreviene en 10-30 % de los casos no tratados, con tratamiento temprano se reduce al 1 % de los casos y suele curarse en una o dos semanas, siendo generalmente el pronóstico favorable. La infección es más benigna en niños que en personas maduras.[17]

Se efectúa por aislamiento del germen a partir de la sangre y de las heces, o bien por la demostración de anticuerpos (Ac) en el suero mediante técnicas de aglutinaciones:

El hemocultivo es fundamental para el diagnóstico en el periodo de invasión. En la primera semana de enfermedad el 85-90 % de resultados son positivos.

El mielocultivo o cultivo de médula ósea es el examen que tiene mayor sensibilidad y especificidad (≈ 100 %) para el diagnóstico en cualquier etapa de evolución de la enfermedad, pues tiene el más alto porcentaje de captación del bacilo en una sola muestra (más del 90 %), además no existen riesgos al puncionar la cresta ilíaca o el esternón.

La fiebre tifoidea no siempre se acompaña de diarrea. El germen se elimina por las heces. La positividad es muy alta en las 2-4 semanas, permaneciendo positivo en portadores crónicos. Un solo coprocultivo negativo no descarta la enfermedad, pues las salmonelas se eliminan de manera intermitente. Después de la primera semana de enfermedad, se recomienda hacer un coprocultivo y no hemocultivo, ya que en esta etapa el bacilo se excreta en grandes cantidades en materias fecales.

Para demostrar la presencia de Ac en el suero del enfermo a partir de la primera semana de enfermedad. Widal aplicó el fenómeno de la aglutinación al diagnóstico de las enfermedades infecciosas, a propósito precisamente de la fiebre tifoidea.

La aglutinación se considera como una reacción en 2 etapas. Cuando se añade el antígeno (Ag) al suero se produce una combinación fisicoquímica en la que el Ac se fija a la superficie del Ag; va seguido de una aglutinación en presencia de solución salina. El grado de aglutinación depende de la composición de la solución salina y de la temperatura de la reacción.

El título del suero es la dilución más alta que muestra aglutinación frente al Ag.

Ningún título aislado puede considerarse diagnóstico. En los individuos no vacunados es significativo un título igual o superior a 1/160 para los Ag O y H; pero en los vacunados, estos títulos pueden aumentar hasta 4 veces en el curso de enfermedades febriles no relacionadas con la fiebre tifoidea, por lo que no debe utilizarse la serología como único método de diagnóstico. Los títulos altos frente al Ag O significan infección en la fase aguda; los títulos altos frente al Ag H corresponden a la fase de convalecencia.

La técnica inicial de Widal se ha sustituido por una técnica más precisa que investiga por separado las aglutininas O y las H aparecidas en el suero como respuesta a la estimulación creada por los Ag somáticos O y flagelares H de Salmonella. El Ag Vi de superficie no suele emplearse en el diagnóstico serológico porque los Ac que produce tienden a desaparecer de la sangre inmediatamente después de la mejoría clínica. Las aglutininas O aparecen con precocidad, alcanzan títulos bajos y desaparecen rápidamente; las H aparecen más tarde, alcanzan títulos elevados y se conservan más tiempo, pudiendo demostrarse títulos bajos durante más de un año. La (vacunación) no aumenta el título de aglutininas O pero sí el de aglutininas H.

En clínica, es importante hacer el diagnóstico diferencial con una apendicitis o con una peritonitis, ya que es muy frecuente la inflamación de los ganglios en el tracto gastrointestinal. En la fiebre tifoidea es notoria a simple vista la inflamación en el yeyuno-íleon, caracterizada por un aumento de volumen en la inserción del mesenterio; esta corresponde a la inflamación de las placas de Peyer, dato característico de esta patología.

Comúnmente se han utilizado antibióticos como la ampicilina, el cloranfenicol, el trimetoprim-sulfametoxazol, conocido también como cotrimoxazol, y la ciprofloxacina para tratar la fiebre tifoidea en los países desarrollados, y así se ha reducido la tasa de mortalidad al 1 por ciento de los casos. Debido a la resistencia que está desarrollando la Salmonella typhi a estos medicamentos, se está considerando el uso de otros antibióticos, como la fleroxacina.[18]

A causa del riesgo de deshidratación causado por las diarreas, también es recomendable reponer los electrolitos por vía intravenosa.[19]​ También se recomienda suministrar a los enfermos dieta blanda.[20]

Es básica la detección precoz para realizar el aislamiento entérico, que consiste en lavar aparte la ropa y los útiles de vajilla utilizados por el enfermo, sumergiéndolos en una solución con 200 mililitros de lejía por cada cinco litros de agua o, si se dispone de lavadora y lavavajillas, utilizar un programa de lavado con temperaturas superiores a 80 ºC. El tratamiento debe hacerse siempre bajo supervisión médica. El antibiótico más utilizado es el cloranfenicol. Dada su toxicidad, en España se utiliza más frecuentemente el cotrimoxazol o la ampicilina. La amoxicilina se reserva para las mujeres embarazadas.

La convalecencia puede durar varios meses, pero los antibióticos disminuyen la gravedad y las complicaciones de la fiebre tifoidea, así como la duración de los síntomas.

También es necesario que la persona se alimente con frecuencia, debido a las hemorragias intestinales u otras alteraciones del tracto digestivo. En ciertos casos debe administrarse alimentación por vía intravenosa hasta que se puedan digerir los alimentos.

El saneamiento e higiene son las medidas críticas que deben tomarse para prevenir la fiebre tifoidea, debido a que la causa de la fiebre tifoidea es la falta de higiene. La adecuada manipulación de alimentos con las manos limpias, cocinar bien los alimentos y hervir el agua son cruciales para prevenir la fiebre tifoidea. Si hay enfermos, también es conveniente aislarlos.[20]​ También es recomendable el tratamiento adecuado del agua y las basuras y la adecuada conservación de los alimentos, resguardándolos de los focos de infección. Los portadores de la bacteria no deben trabajar como manipuladores de alimentos.[21]

Durante la Segunda Guerra Mundial, Ralph Walter Graystone Wyckoff desarrolló una vacuna[22]​ elaborada con células casi muertas, que aún se utiliza en los países en que las nuevas preparaciones aún no están disponibles, pero su uso no es recomendable, ya que tiene una alta tasa de efectos secundarios (principalmente dolor e hinchazón en el área de inyección).[23]

Hay dos vacunas recomendadas por la OMS: la vacuna viva oral Ty21a y la vacuna inyectable Vi capsular polysaccharide (ViCPS).[24]​ Ambas protegen del 50 a 80 por ciento de los casos, y se recomiendan a los viajeros que se desplazan a los lugares donde la fiebre tifoidea es endémica.



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