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Ética kantiana



La ética kantiana es una teoría ética deontológica formulada por el filósofo Immanuel Kant. Desarrollada como producto del racionalismo ilustrado, está basada en la postura de que la única cosa intrínsecamente buena es una buena voluntad; por lo tanto una acción solo puede ser buena si su máxima —el principio subyacente— obedece a la ley moral. Central a la construcción kantiana de la ley moral es el imperativo categórico, que actúa sobre todas las personas, sin importar sus intereses o deseos. Kant lo formuló de varias maneras. Su principio de universalidad requiere que, para que una acción sea permisible, debe ser posible aplicarla a todas las personas sin resultar contradictoria. Su formulación de la humanidad como un fin en sí misma exige que los humanos nunca sean tratados meramente como un medio para un fin, sino también un fin en sí mismos. La formulación de la autonomía concluye que los agentes racionales están obligados a la ley moral por su propia voluntad, mientras que el concepto de Kant del Reino de los fines exige que las personas actúen como si los principios de sus propias acciones establecieran una ley para un reino hipotético. Kant también distinguió entre deberes perfectos e imperfectos. Un deber perfecto, como el deber de no mentir, es siempre verdadero; uno imperfecto, como donar a la caridad, puede flexibilizarse y aplicarse en un tiempo y espacio particulares.

El filósofo estadounidense Louis Pojman ha citado al pietismo como influencia en el desarrollo de la ética kantiana, mientras que el filósofo político Jean-Jacques Rousseau señala al debate contemporáneo entre racionalismo y empirismo y la influencia de la ley natural. Otros filósofos sostienen que los padres de Kant y su profesor, Martin Knutzen, influenciaron su ética. Aquellos influenciados por la ética kantiana incluyen al filósofo Jürgen Habermas, el filósofo político John Rawls y el psicoanalista Jacques Lacan. El filósofo alemán G. W. F. Hegel criticó a Kant por no proveer suficientes detalles concretos en su teoría moral para afectar la toma de decisiones y por negar la naturaleza humana. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer argumentó que la ética debería intentar describir cómo se comportan las personas y criticó a Kant por ser normativo. John Stuart Mill argumentó que las leyes morales kantianas están justificadas en principios utilitaristas. Michael Stocker ha argumentado que actuar por deber puede disminuir otras motivaciones morales como la amistad, mientras que Marcia Baron ha defendido la teoría al sostener que no lo hace. Michel Onfray sostiene que la filosofía kantiana no permite en ningún caso la desobediencia al deber, siendo así compatible con la obediencia ciega de un genocida y soldado nazi. El sacerdote católico Servais Pinckaers considera que la ética cristiana es más compatible con la ética de las virtudes que con la ética kantiana.

La afirmación de que todos los humanos merecen dignidad y respeto como agentes autónomos implica que los profesionales médicos deberían estar felices porque sus tratamientos se realicen en quienquiera, y que los pacientes nunca deben ser tratados simplemente cómo instrumentos para la sociedad. La actitud de Kant hacia la ética sexual surge por su postura que los humanos nunca deben usarse simplemente como medios para un fin, lo que le llevó a considerar la actividad sexual como degradante y a condenar ciertas prácticas sexuales. Filósofas feministas han empleado la ética kantiana para condenar prácticas como la prostitución y la pornografía debido a que no tratan a las mujeres como fines. Kant también creía que, ya que los animales no poseen racionalidad, no podemos tener deberes hacia ellos excepto el deber indirecto de no desarrollar inclinaciones inmorales mediante la crueldad animal. Usó el ejemplo de mentir como una aplicación de su ética: debido a que existe un deber perfecto de decir la verdad, nunca debemos mentir, incluso si parece que mentir producirá mejores consecuencias que decir la verdad.

Aunque Kant desarrolla su teoría ética a través de toda su obra, es definida más claramente en Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Crítica de la razón práctica y Metafísica de las costumbres. Como parte de la tradición de la Ilustración, basó su teoría ética en la creencia de que la razón debería usarse para determinar cómo debería obrar una persona.[1]​ No intentó prescribir una acción específica, sino que enseñó que la razón debe usarse para determinar cómo comportarse.[2]

Kant diferenció entre la filosofía teórica, que se ocupa de las categorías y formas de conocer un mundo natural, y filosofía práctica, que se ocupa de las cosas en sí mismas. En esta última "usamos la ley moral para construir la idea de un mundo moral (reino de fines) y transformar el mundo natural en el bien supremo".[3]

En la Crítica de la razón pura, Kant afirma que la razón pura lleva las ideas de "Dios, libertad e inmortalidad", pero esta no puede probar su realidad. La importancia de estas ideas es su práctica relacionada con fines morales. El uso práctico de la razón se desarrolla brevemente al final de la Crítica de la razón pura, y con más extensión en la Crítica de la razón práctica.[4]

En el conjunto de sus escritos, Kant construyó las bases para una ley ética a partir del concepto del deber.[5]​ Comenzó su teoría ética argumentando que la única virtud que puede ser incondicionalmente buena es una buena voluntad. Ninguna otra virtud tiene este estatus debido a que todas las otras virtudes pueden usarse para lograr fines inmorales (la virtud de la lealtad no es buena si se es leal a una persona malvada, por ejemplo). La buena voluntad es única en que siempre es buena y mantiene su valor moral incluso cuando fracasa en el logro de sus intenciones morales.[6]​ Consideró la buena voluntad como un principio moral individual que libremente elige usar a las otras virtudes para fines morales.[7]

Para Kant una buena voluntad es una concepción más amplia que una voluntad que actúa por deber. Una voluntad que actúa por deber es distinguible como una voluntad que supera los obstáculos con el fin de cumplir la ley moral. Es por tanto un caso especial de buena voluntad que se hace visible en condiciones adversas. Kant sostiene que solo los actos realizados por deber tienen valor moral. Esto no quiere decir que los actos realizados solamente en conformidad con el deber sean despreciables (estos todavía merecen aprobación y apoyo), pero las acciones que se realizan por deber poseen una consideración especial.[8]

La concepción kantiana del deber no implica que las personas realicen sus tareas de mala gana. Aunque el deber a menudo limita a las personas y las motiva a actuar en contra de sus inclinaciones, todavía proviene de la voluntad de un agente: desean mantener la ley moral. Por lo tanto, cuando un agente realiza una acción por deber es porque los incentivos racionales le importan más que sus inclinaciones opuestas. Kant deseaba ir más allá de la concepción de la moral como deberes externamente impuestos y presentar una ética de autonomía, donde los agentes racionales reconocen libremente las exigencias que la razón les hace.[9]​ Para Kant, el sentido de la vida es vivir conforme a una correcta conducta moral "para que la conciencia no nos reproche nada, nos satisface y tranquiliza".[10]

Al aplicar el imperativo categórico, surgen deberes debido a que el fracaso de cumplirlos resultará ya sea en una contradicción en la concepción, ya sea en una contradicción en la voluntad. Los primeros se clasifican como deberes perfectos, los últimos como imperfectos. Un deber perfecto es cierto siempre: existe un deber perfecto de decir la verdad, por lo que nunca debemos mentir. Un deber imperfecto permite flexibilidad: la caridad es un deber imperfecto porque no estamos obligados a ser completamente caritativos en todo momento, pero podemos elegir las ocasiones y lugares en los que lo somos.[11]​ Kant creía que los deberes perfectos son más importantes que los deberes imperfectos: si surge un conflicto entre deberes, debe seguirse el deber perfecto.

La formulación primordial de la ética kantiana es el imperativo categórico,[12]​ de la que deriva cuatro formulaciones adicionales.[13]​ Kant hace una distinción entre imperativos categóricos e hipotéticos. Un imperativo hipotético es uno que debemos obedecer si queremos satisfacer nuestros deseos: "ir al médico" es un imperativo hipotético, porque solo estamos obligados a obedecerlo si queremos mejorarnos. Un imperativo categórico nos obliga a pesar de nuestros deseos: todo el mundo tiene el deber de no mentir, independientemente de las circunstancias e incluso si hacerlo nos beneficia a nosotros mismos. Estos imperativos son moralmente vinculantes ya que se basan en la razón, en lugar de hechos contingentes sobre un agente.[14]​ A diferencia de los imperativos hipotéticos, que nos obligan en la medida en que somos parte de un grupo o sociedad con los que tenemos deberes, no podemos excluirnos del imperativo categórico porque no podemos optar por dejar de ser agentes racionales. Le debemos obligación a la racionalidad en virtud de ser agentes racionales; por lo tanto, el principio moral racional se aplica a todos los agentes racionales en todo momento.[15]

La primera formulación de Kant del imperativo categórico es el de la universabilidad:[16]

Cuando alguien obra, es de acuerdo a una regla o máxima. Para Kant, una acción solo está permitida si uno está deseando que la máxima que permite la acción sea una ley universal conforme todos obrasen.[17]​ Las máximas fallan esta prueba si producen una contradicción en la concepción o en la voluntad cuando son universalizadas. La primera ocurre cuando, si una máxima fuese universaliza, deja de tener sentido ya que la "máxima necesariamente se destruiría a sí misma tan pronto como se hiciese una ley universal".[19]​ Por ejemplo, si la máxima "Es aceptable romper promesas" se universalizara, nadie confiaría en ninguna promesa, así que la idea de una promesa perdería su sentido; la máxima sería autocontradictoria, ya que al universalizarse, las promesas dejan de tener significado. La máxima no es moral porque es lógicamente imposible de universalizar: no podríamos concebir un mundo en el que esta máxima fuese universalizada.[20]​ Una máxima también puede ser inmoral si crea una contradicción en la voluntad cuando se universaliza. Esto no significa que sea lógicamente contradictoria, sino que la universalización de la máxima conduce a un estado de cosas que ningún ser racional podría desear. Por ejemplo, Driver argumenta que la máxima 'No haré caridad' produce una contradicción en la voluntad cuando se universaliza porque un mundo en el que nadie da a la caridad no sería deseable para la persona que se comporta bajo esa máxima.[21]

Kant creía que la moralidad es la ley objetiva de la razón: así como las objetivas leyes físicas exigen acciones físicas (las manzanas caen a causa de la gravedad, por ejemplo), las objetivas leyes racionales obligan acciones racionales. Por consiguiente creía que un ser perfectamente racional también debe ser perfectamente moral, porque un ser perfectamente racional subjetivamente encuentra necesario hacer lo que es racionalmente necesario. Debido a que los seres humanos no son perfectamente racionales (obran en parte por instinto), creía que los seres humanos deben someter su voluntad subjetiva a las leyes racionales objetivas, lo que llamó la obligación de sometimiento.[22]​ Argumentó que la ley objetiva de la razón es a priori, existente externamente del ser racional. Del mismo modo que las leyes físicas existen antes de los seres físicos, las leyes racionales (moral) existen antes de los seres racionales. Por lo tanto, según Kant, la moral racional es universal y no puede cambiar dependiendo de las circunstancias.[23]

La segunda formulación de Kant del imperativo categórico es tratar a la humanidad como un fin en sí misma:

Kant sostenía que los seres racionales nunca pueden tratarse simplemente como un medio para un fin; siempre deben tratarse también como fines en sí mismos, lo que requiere que sus propios motivos razonados deban ser igualmente respetados. Esto se deriva de su afirmación de que la razón motiva la moral: exige que respetemos la razón como un motivo en todos los seres, incluidas otras personas. Un ser racional no puede racionalmente consentir ser utilizado simplemente como un medio para un fin, por lo que siempre deben tratarse como un fin.[26]​ Kant lo justifica argumentando que la obligación moral es una necesidad racional: aquello que es deseado racionalmente es moralmente correcto. Debido a que todos los agentes racionales desean racionalmente ser un fin y nunca solo un medio, es moralmente obligatorio que se les trate como tales.[27][28][29]​ Esto no significa que no podamos tratar nunca a un humano como un medio para un fin, sino que cuando lo hacemos tenemos que tratarlo además como un fin en sí mismo.[26]

La fórmula de autonomía kantiana expresa la idea de que un agente está obligado a seguir el imperativo categórico debido a su voluntad racional, en lugar de cualquier influencia exterior. Kant creía que toda ley moral motivada por el deseo de cumplir algún otro interés rechazaría el imperativo categórico, lo que lo llevó a argumentar que la ley moral solo debe surgir de una voluntad racional.[30]​ Este principio requiere que las personas reconozcan el derecho de los demás a actuar de manera autónoma y significa que, ya que las leyes morales deben ser universalizables, lo que se requiere de una persona se requiere de todos.[31][32][33]

Otra formulación del imperativo categórico es el Reino de los fines:

Esta formulación requiere que las acciones se consideren como si su máxima fuese proporcionar una ley para un hipotético Reino de los fines. En consecuencia, las personas tienen la obligación de obrar bajo principios que una comunidad de agentes racionales aceptaría como leyes.[36]​ En tal comunidad, cada individuo solo aceptaría máximas que puedan regir a todos los miembros de la comunidad sin tratar a ningún integrante meramente como un medio para un fin.[37]​ A pesar de que el Reino de los fines es un ideal —las acciones de otras personas y los eventos de la naturaleza aseguran que acciones con buenas intenciones a veces resulten en daños— todavía se nos exige actuar categóricamente, como legisladores de este reino ideal.[38]

El filósofo alemán Jürgen Habermas ha propuesto una teoría de la ética del discurso que, según él, es descendiente de la ética kantiana.[39]​ Propone que la acción debe basarse en la comunicación entre los involucrados, en la que se discuten sus intereses e intenciones para que todos puedan entenderlos. Rechazando cualquier forma de coerción o manipulación, Habermas cree que el acuerdo entre las partes es crucial para alcanzar una decisión moral.[40]​ Al igual que la ética kantiana, la ética del discurso es cognitivateoría ética, en el sentido de que supone que la verdad y la falsedad pueden atribuirse a proposiciones éticas. También formula una regla por la cual se pueden determinar las acciones éticas y propone que las acciones éticas deben ser universalizables, de manera similar a la ética de Kant.[41]

Habermas argumenta que su teoría ética es una mejora en la ética de Kant.[42]​ Rechaza el marco dualista de la ética de Kant. Kant distinguió entre el mundo de los fenómenos, que los humanos pueden sentir y experimentar, y el noúmeno, o mundo espiritual, que es inaccesible para los humanos. Esta dicotomía era necesaria para Kant porque podría explicar la autonomía de un agente humano: aunque un humano está atado al mundo fenoménico, sus acciones son libres en el mundo inteligible. Para Habermas, la moralidad surge del discurso, que es necesario por su racionalidad y necesidades, más que por su libertad.[43]

Karl Popper modificó la ética de Kant y se centró en las dimensiones subjetivas de su teoría moral. Al igual que Kant, Popper creía que la moral no puede derivarse de la naturaleza humana y que la virtud moral no es idéntica al interés propio. Radicalizó la concepción de autonomía de Kant, eliminando sus elementos naturalistas y psicológicos. Argumentó que el imperativo categórico no puede justificarse por naturaleza racional o motivos puros. Como Kant presuponía la universalidad y la legalidad que no se pueden probar, su deducción trascendental falla en la ética como en la epistemología.[44]

La teoría del contrato social del filósofo político John Rawls, desarrollada en su obra A Theory of Justice, fue influenciada por la ética de Kant.[45]​ Rawls argumentó que una sociedad justa sería justa. Para lograr esta justicia, propuso un momento hipotético antes de la existencia de una sociedad, en el que se ordena la sociedad: esta es la posición original. Esto debería tener lugar desde detrás de un velo de ignorancia, donde nadie sabe cuál será su propia posición en la sociedad, evitando que las personas se vean influidas por sus propios intereses y garantizando un resultado justo.[46]​ La teoría de la justicia de Rawls se basa en la creencia de que los individuos son libres, iguales y morales; él consideraba a todos los seres humanos como poseedores de cierto grado de razonabilidad y racionalidad, lo que veía como los constituyentes de la moralidad y el derecho de sus poseedores a la igualdad de justicia. Rawls descartó gran parte de los dualismos de Kant, argumentando que la estructura de la ética kantiana, una vez reformulada, es más clara sin ellos: describió esto como uno de los objetivos de A Theory of Justice.[47]

El psicoanalista francés Jacques Lacan relacionó el psicoanálisis con la ética kantiana en sus obras La ética del psicoanálisis y Kant avec Sade y comparó a Kant con el marqués de Sade.[48]​ Lacan argumentó que la máxima del goce de Sade —la búsqueda del placer o disfrute sexual— es moralmente aceptable según los criterios de Kant porque puede ser universalizada. Propuso que, si bien Kant presentaba la libertad humana como crítica para la ley moral, Sade argumentó que la libertad humana solo se realiza plenamente a través de la máxima del goce.[49]

Nagel ha tenido una gran influencia en los campos relacionados de la filosofía moral y política. Supervisado por John Rawls, Nagel ha sido un defensor desde hace mucho tiempo de un enfoque kantiano y racionalista de la filosofía moral. Sus ideas distintivas se presentaron por primera vez en la monografía corta La posibilidad del altruismo, publicada en 1970. Ese libro busca mediante la reflexión sobre la naturaleza del razonamiento práctico para descubrir los principios formales que subyacen a la razón en la práctica y las creencias generales relacionadas con el yo que son necesarias para que esos principios sean verdaderamente aplicables a nosotros. Nagel defiende la teoría del deseo motivado sobre la motivación de la acción moral. Según la teoría del deseo motivado, cuando una persona está motivada a una acción moral, es cierto que tales acciones están motivadas, como todas las acciones intencionales, por una creencia y un deseo. Pero es importante acertar en las relaciones justificativas: cuando una persona acepta un juicio moral, está necesariamente motivada para actuar. Pero es la razón que hace el trabajo justificativo de justificar tanto la acción como el deseo. Nagel contrasta este punto de vista con un punto de vista rival que cree que un agente moral solo puede aceptar que él o ella tiene una razón para actuar si el deseo de llevar a cabo la acción tiene una justificación independiente. Una cuenta basada en presuponer simpatía sería de este tipo.

La afirmación más llamativa del libro es que existe un paralelismo muy cercano entre el razonamiento prudencial en los propios intereses y las razones morales para actuar para promover los intereses de otra persona. Cuando uno razona con prudencia, por ejemplo sobre las razones futuras que tendrá, uno permite que la razón en el futuro justifique la acción actual sin referencia a la fuerza de los deseos actuales. Si un huracán destruyera el automóvil de alguien el próximo año en ese momento, querrá que su compañía de seguros le pague para reemplazarlo: esa razón futura le da una razón, ahora, para contratar un seguro. La fuerza de la razón no debe ser rehén de la fuerza de los deseos actuales. La negación de esta visión de la prudencia, argumenta Nagel, significa que uno no cree realmente que es una y la misma persona a través del tiempo. Uno se está disolviendo en distintas etapas de la persona.

Mientras Friedrich Schiller apreciaba a Kant por basar la fuente de la moralidad en la razón de una persona más que en Dios, también criticaba a Kant por no ir lo suficientemente lejos en la concepción de la autonomía, ya que la restricción interna de la razón también le quitaría la autonomía a una persona al ir en contra de su sensualidad. Schiller introdujo el concepto de "alma bella", en la cual los elementos racionales y no racionales dentro de una persona están en tal armonía que una persona puede ser guiada completamente por su sensibilidad e inclinaciones. "Gracia" es la expresión en apariencia de esta armonía. Sin embargo, dado que los humanos no son naturalmente virtuosos, una persona muestra "dignidad" al ejercer control sobre las inclinaciones e impulsos a través de la fuerza moral.[50]

Kant respondió a Schiller en una nota al pie de página que aparece en La religión dentro de los límites de la mera razón. Si bien admite que el concepto del deber solo puede asociarse con la dignidad, la gracia también es permitida por el individuo virtuoso cuando intenta cumplir con valentía y alegría las demandas de la vida moral.[51]

El filósofo alemán G. W. F. Hegel presentó dos críticas principales a la ética kantiana. Primero argumentó que la ética kantiana no proporciona información específica sobre lo que la gente debería hacer porque la ley moral de Kant es únicamente un principio de no contradicción.[52]​ Argumentó que la ética de Kant carece de contenido y, por lo tanto, no puede constituir un principio supremo de moralidad. Para ilustrar este punto, Hegel y sus seguidores han presentado varios casos en los que la Fórmula de la Ley Universal no proporciona una respuesta significativa o da una respuesta obviamente incorrecta. Hegel utilizó el ejemplo de Kant de que se le confía el dinero de otro hombre para argumentar que la Fórmula de la Ley Universal de Kant no puede determinar si un sistema social de propiedad es algo moralmente bueno, porque cualquiera de las respuestas puede entrañar contradicciones. También utilizó el ejemplo de ayudar a los pobres: si todos ayudaran a los pobres, no quedarían pobres para ayudar, por lo que la beneficencia sería imposible si se universalizara, lo que lo haría inmoral según el modelo de Kant.[53]​ La segunda crítica de Hegel fue que la ética de Kant obliga a los humanos a un conflicto interno entre la razón y el deseo. Para Hegel, no es natural que los humanos repriman su deseo y lo subordinen a la razón. Esto significa que, al no abordar la tensión entre el interés propio y la moralidad, la ética de Kant no puede dar a los humanos ninguna razón para ser moral.[54]

El filósofo alemán Arthur Schopenhauer criticó la creencia de Kant de que la ética debería referirse a lo que debería hacerse, e insistió en que el alcance de la ética debería ser tratar de explicar e interpretar lo que realmente sucede. Mientras que Kant presentó una versión idealizada de lo que debería hacerse en un mundo perfecto, Schopenhauer argumentó que la ética debería ser práctica y llegar a conclusiones que pudieran funcionar en el mundo real, capaces de presentarse como una solución a los problemas del mundo.[55]

Schopenhauer crítico la deontología kantiana caracterizada por un deber incondicionado racional al afirmar que todos los imperativos son hipotéticos, pues ningún deber está separado se su fuerza motivacional. Siguiendo a David Hume, Schopenhauer consideró a la razón como un mero instrumento y la compasión como la base de la moral, que "impulsada por la conciencia del sufrimiento de otra persona" trasciende el egoísmo.[56]​ Schopenhauer trazó un paralelo con la estética, argumentando que en ambos casos las reglas prescriptivas no son la parte más importante de la disciplina. Debido a que creía que la virtud no se puede enseñar (una persona es virtuosa o no lo es), echó el lugar adecuado de la moralidad como restricción y guía del comportamiento de las personas, en lugar de presentar leyes universales inalcanzables.[57]

El filósofo Friedrich Nietzsche criticó todos los sistemas morales contemporáneos, con un enfoque especial en la ética cristiana y kantiana. Argumentó que todos los sistemas éticos modernos comparten dos características problemáticas: primero, hacen una afirmación metafísica sobre la naturaleza de la humanidad, que debe ser aceptada para que el sistema tenga alguna fuerza normativa; y segundo, el sistema beneficia los intereses de ciertas personas, a menudo sobre los de otras. Aunque la objeción principal de Nietzsche no es que las afirmaciones metafísicas sobre la humanidad sean insostenibles (también se opuso a las teorías éticas que no hacen tales afirmaciones), sus dos objetivos principales, el kantismo y el cristianismo, hacen afirmaciones metafísicas, que por lo tanto ocupan un lugar destacado en la crítica de Nietzsche.[58]

Nietzsche rechazó los componentes fundamentales de la ética de Kant, particularmente su argumento de que la moral, Dios e inmoralidad se pueden mostrar a través de la razón. Nietzsche sospecha del uso de la intuición moral, que Kant utilizó como fundamento de su moralidad, argumentando que no tiene fuerza normativa en la ética. Intentó además socavar conceptos clave en la psicología moral de Kant, como la voluntad y la razón pura. Al igual que Kant, Nietzsche desarrolló un concepto de autonomía; sin embargo, rechazó la idea de Kant de que valorar nuestra propia autonomía requiere que respetemos la autonomía de los demás.[59]​ Una lectura naturalista de la psicología moral de Nietzsche es contraria a la concepción de razón y deseo de Kant. Según el modelo kantiano, la razón es un motivo fundamentalmente diferente de desear porque tiene la capacidad de alejarse de una situación y tomar una decisión independiente. Nietzsche concibe el yo como una estructura social de todos nuestros diferentes impulsos y motivaciones; por lo tanto, cuando parece que nuestro intelecto ha tomado una decisión en contra de nuestras unidades, en realidad es solo una unidad alternativa que domina sobre otra. Esto está en contraste directo con la visión de Kant del intelecto en oposición al instinto; en cambio, es solo otro instinto. Por lo tanto, no hay auto-capacidad de retroceder y tomar una decisión; La decisión que se toma a sí mismo está determinada simplemente por el impulso más fuerte.[60]​ Los comentaristas kantianos han argumentado que la filosofía práctica de Nietzsche requiere la existencia de una persona capaz de retroceder en el sentido kantiano. Para que un individuo cree sus propios valores, que es una idea clave en la filosofía de Nietzsche, debe ser capaz de concebirse a sí mismo como un agente unificado. Incluso si el agente está influenciado por sus impulsos, debe considerarlos como propios, lo que socava la concepción de autonomía de Nietzsche.[61]

El filósofo utilitarista John Stuart Mill criticó a Kant por no darse cuenta de que las leyes morales están justificadas por una intuición moral basada en principios utilitarios (que se debe buscar el mayor bien para el mayor número). Mill argumentó que la ética de Kant no podía explicar por qué ciertas acciones están mal sin recurrir al utilitarismo.[62]

Como base para la moralidad, Mill creía que su principio de utilidad tiene una base intuitiva más fuerte que la confianza de Kant en la razón, y puede explicar mejor por qué ciertas acciones son correctas o incorrectas.[64]

La ética de las virtudes es una forma de teoría ética que enfatiza el carácter de un agente, en lugar de actos específicos; Muchos de sus defensores han criticado el enfoque deontológico de Kant hacia la ética. Elizabeth Anscombe criticó las teorías éticas modernas, incluida la ética kantiana, por su obsesión con la ley y la obligación.[65]​ Además de argumentar que las teorías que se basan en una ley moral universal son demasiado rígidas, Anscombe sugirió que, dado que una ley moral implica un legislador moral, son irrelevantes en la sociedad secular moderna.[66]​ En su obra After Virtue, Alasdair MacIntyre critica la formulación de Kant de la universalización, argumentando que varias máximas triviales e inmorales pueden pasar la prueba, como "Cumple todas tus promesas a lo largo de toda tu vida, excepto una". Él desafía aún más la formulación de Kant de la humanidad como un fin en sí mismo argumentando que Kant no proporcionó ninguna razón para tratar a los demás como medios: la máxima "Que todos, excepto yo, sean tratados como un medio", aunque aparentemente inmoral, puede ser universalizada.[67]​ Bernard Williams argumenta que, al abstraer a las personas del carácter, Kant tergiversa las personas y la moralidad y Philippa Foot identificó a Kant como uno de un grupo selecto de filósofos responsables del abandono de la virtud por la filosofía analítica.[68]

El sacerdote católico Servais Pinckaers consideraba la ética cristiana como más cercana a la ética de la virtud de Aristóteles que a la ética de Kant. Presentó la ética de la virtud como libertad por excelencia, que considera la libertad como actuar de acuerdo con la naturaleza para desarrollar las virtudes de uno. Inicialmente, esto requiere seguir las reglas, pero la intención es que el agente se desarrolle virtuosamente y considere que actuar moralmente es una alegría. Esto está en contraste con la libertad de indiferencia, que Pinckaers atribuye a William Ockham y compara a Kant. Desde este punto de vista, la libertad se enfrenta a la naturaleza: las acciones libres son aquellas que no están determinadas por pasiones o emociones. No hay desarrollo ni progreso en la virtud de un agente, simplemente la formación del hábito. Esto está más cerca de la visión de Kant de la ética, porque la concepción de autonomía de Kant requiere que un agente no se guíe simplemente por sus emociones, y se pone en contraste con la concepción de Pinckaer de la ética cristiana.[69]

Kant creía que la capacidad compartida de los humanos para razonar debe ser la base de la moral y que es la capacidad de razonar lo que hace a los humanos moralmente significativos. Por lo tanto, creía que todas las personas debían tener el derecho común a la dignidad y el respeto.[70]​ Margaret Eaton argumenta que, de acuerdo a la ética kantiana, un profesional médico debe alegrarse de que sus prácticas sean usados por y en todo el mundo, incluso si el mismo fuera el paciente. Por ejemplo, un investigador que deseara realizar pruebas en un paciente sin su consentimiento debe estar feliz de que todos los investigadores lo hagan.[71]​ También sostiene que el requisito kantiano de autonomía significaría que un paciente debe ser capaz de realizar una decisión totalmente informada sobre su tratamiento, lo que haría inmoral realizar ensayos en pacientes desinformados. La investigación médica debería estar motivada por el respeto del paciente, por lo que este debería estar informado de todos los hechos, aun si esto probablemente lo disuada.[72]​ Jeremy Sugarman plantea que la formulación kantiana de la autonomía requiere que los pacientes nunca sean usados meramente para el beneficio de la sociedad, sino siempre tratados como personal racionales con sus propios fines.[73]​ Aaron Hinkley señala que la explicación de Kant de la autonomía requiere el respeto de las decisiones que se toman racionalmente, no de las elecciones realizadas por medios idiosincráticos o no racionales. Argumenta que puede existir una diferencia entre lo que eligiría un agente puramente racional y lo que un paciente realmente elige, la que es el resultado de idiosincrasias no racionales. Aunque un médico kantiano podría no mentir o coercionar a un paciente, Hinkley sugiere que alguna forma de paternalismo —como ocultar información que podría provocar una respuesta no racional— podría ser aceptable.[74]

En su obra How Kantian Ethics Should Treat Pregnancy and Abortion, Susan Feldman razona que el aborto debería ser defendido de acuerdo a la ética kantiana. Propone que una mujer debería ser tratado como una persona autónoma con dignidad y control sobre su cuerpo, como Kant sugiere. Feldman cree que la libre elección de las mujeres debiera ser primordial en la ética kantiana, por lo que el aborto debería decidirlo la madre.[75]​ Dean Harris ha notado que, si se usa la ética kantiana en la discusión del aborto, debería decidirse si un feto es una persona autónoma.[76]​ El ético kantiano Carl Cohen argumenta que el potencial de ser racional o participar en una especie generalmente racional es la distinción relevante entre los humanos y los objetos inanimados o animales irracionales. Cohen cree que incluso cuando los humanos no son racionales debido a la edad (como los bebes y fetos) o discapacidad mental, los agentes aún están moralmente obligados a tratarlos como fines en sí mismos, equivalente a un adulto racionales como la madre que busca un aborto.[77]

Kant consideraba a los humanos como sujetos a los deseos animales de autoconservación, preservación de especies y preservación del disfrute. Argumentó que los humanos tienen el deber de evitar las máximas que los dañan o degradan, incluidos el suicidio, la degradación sexual y la embriaguez.[78]​ Esto llevó a Kant a considerar las relaciones sexuales como degradantes porque reduce a los humanos a un objeto de placer. Admitió sexo solo dentro del matrimonio, lo que consideró como "una unión meramente animal". Él creía que la masturbación es peor que el suicidio, reduciendo el estado de una persona a un nivel inferior al de un animal; argumentó que la violación debe ser castigada con castración y que la bestialidad requiere la expulsión de la sociedad.[79]​ La filósofa feminista Catharine MacKinnon ha argumentado que muchas prácticas contemporáneas serían consideradas inmorales por los estándares de Kant porque deshumanizan a las mujeres. El acoso sexual, la prostitución y la pornografía, argumenta, objetivan a las mujeres y no cumplen con el estándar de autonomía humana de Kant. El sexo comercial ha sido criticado por convertir a ambas partes en objetos (y por lo tanto usarlos como un medio para un fin); el consentimiento mutuo es problemático porque al consentir, las personas eligen objetivarse a sí mismas. Alan Soble ha señalado que los especialistas en ética más liberales kantianos creen que, dependiendo de otros factores contextuales, el consentimiento de las mujeres puede reivindicar su participación en la pornografía y la prostitución.[80]

Debido a que Kant veía la racionalidad como la base para ser un paciente moral, una consideración moral debida, creía que los animales no tienen derechos morales. Los animales, según Kant, no son racionales, por lo tanto, uno no puede comportarse inmoralmente hacia ellos.[81]​ Aunque no creía que tuviéramos ningún deber hacia los animales, Kant sí creía que ser cruel con ellos era incorrecto porque nuestro comportamiento podría influir en nuestras actitudes hacia los seres humanos: si nos acostumbramos a dañar a los animales, entonces es más probable que veamos dañar a los humanos como aceptable.[82]

El ético Tom Regan rechazó la evaluación de Kant del valor moral de los animales en tres puntos principales: Primero, rechazó la afirmación de Kant de que los animales no son conscientes de sí mismos. Luego desafió la afirmación de Kant de que los animales no tienen un valor moral intrínseco porque no pueden hacer un juicio moral. Regan argumentó que, si el valor moral de un ser está determinado por su capacidad de hacer un juicio moral, entonces debemos considerar a los humanos que son incapaces de pensamiento moral como una consideración moral igualmente indebida. Regan finalmente argumentó que la afirmación de Kant de que los animales existen simplemente como un medio para un fin no tiene respaldo; el hecho de que los animales tengan una vida que pueda ir bien o mal sugiere que, como los humanos, tienen sus propios fines.[83]

Sin embargo, Christine Korsgaard reinterpretó la teoría kantiana para establecer que los derechos animales están implícitos en sus principios morales.[84][85][86]

Immanuel Kant enfoca el dilema del suicidio bajo la perspectiva del imperativo categórico, o principio necesario. Según su punto de vista rechaza el suicidio, así como cualquier acto autodestructivo, por dos razones. Por un lado porque tal acción no podría considerarse una ley universal de la naturaleza ya que destruir la vida misma sería un acto contradictorio en sí mismo. Querer no querer sería un acto inconsistente.

Por otro lado aunque la felicidad constituya el motivo de vivir como punto de referencia, el deber (la moral) es lo que articula las acciones, y entonces si la vida radicara en el placer que generase carecería de todo valor moral. El deber del ser humano es preservarse a sí mismo para poder autoperfeccionarse a nivel moral para vivir dignamente, y al suicidarse el individuo se estaría tratando a sí mismo como un medio para su propia autodestrucción, se estaría cosificando, y esto atentaría contra el principio de la dignidad de la persona. La libertad no debe ser absoluta, sino que debe supeditarse a principio supremo de no ser utilizada para destruirse, que está por encima incluso de la propia vida.[87][88][89]

La mentira como un acto piadoso fue defendida por filósofos como Platón. Kant creía, al igual que San Agustín,[92]​ que el imperativo categórico nos proporciona la máxima de que no debemos mentir en ninguna circunstancia, pues el mentiroso comete un mal "en general" pues "no perjudica a otra persona en particular, sino a la humanidad, actuando de una manera irreconciliable con las interacciones legítimas como tales", incluso si estamos tratando de provocar buenas consecuencias, como mentirle a un asesino para evitar que encuentren a su víctima prevista. Kant argumentó que, debido a que no podemos saber completamente cuáles serán las consecuencias de cualquier acción, el resultado podría ser inesperadamente dañino. Por lo tanto, debemos actuar para evitar el error conocido, la mentira, en lugar de evitar un error potencial. Si hay consecuencias perjudiciales, no tenemos culpa porque actuamos de acuerdo con nuestro deber. Pero si se elige mentir, aun si es con buen corazón, y dicha acción hace posible que el asesino llegue a su víctima, entonces se es legalmente responsable de dichas consecuencias.

Sus críticos encontraron esta línea dura difícil de aceptar. Benjamin Constant sugirió que un deber surge del derecho de esa persona. Entonces, el deber de decir la verdad surge del derecho del oyente a escucharla. Pero el asesino del hacha perdió su derecho a escuchar la verdad, así que no existe el deber de decircela. Sin embargo, Kant asegura que el deber no es para con el oyente, sino para la humanidad en su conjunto.[93]​ Driver argumenta que esto podría no ser un problema si elegimos formular nuestras máximas de manera diferente: la máxima "mentiré para salvar una vida inocente" puede universalizarse. Sin embargo, esta nueva máxima aún puede tratar al asesino como un medio para un fin, lo cual tenemos el deber de evitar. Por lo tanto, aún se nos puede pedir que digamos la verdad al asesino en el ejemplo de Kant.[94]

Tras la Segunda Guerra Mundial, hubo un gran interés acerca de la cuestión sobre cómo fue posible que se llevase al cabo los genocidios producidos por la Alemania Nazi durante el Holocausto y cómo los nazis "no se veían a sí mismos como bárbaros amorales, sino como agentes morales que actuaban dentro del código moral" el cual normalmente era la ética kantiana.[96]​ Por ejemplo, el teniente coronel nazi de las SS Adolf Eichmann, responsable directo de la Solución final, justificó sus crímenes en su juicio apelando al imperativo categórico: «Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyes generales».[95]

El filósofo objetivista Leonard Peikoff comparó en su libro The Ominous Parallels la cultura de los Estados Unidos con la cultura de Alemania que condujo al nazismo. De éste, dijo Ayn Rand que "rastrea las fuentes filosóficas del altruismo, mostrando la línea ininterrumpida de desarrollo que condujo al crucial punto de inflexión moderno: Kant, y luego a Lenin, Mussolini y Hitler". El filósofo libertario David Gordon también criticó el imperativo categórico de Kant pero, como señaló Gordon, si Peikoff "hubiera citado la segunda formulación del imperativo categórico, habría desmentido de inmediato su acusación de que Kant sentó las bases de la doctrina nazi de la sumisión ciega al omnipotente estado."[97]

La filósofa Hannah Arendt escribió después del juicio y sentencia de Eichmann, escribió su libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. Según Arendt, Eichmann no poseía una trayectoria o características antisemitas como un carácter retorcido o mentalmente enfermo. Él mismo confesó no estar de acuerdo con la Solución final, pero a la vez consideraba que simplemente debía obedecer órdenes. En ese libro, Arendt rachaza que Eichmann fuera un kantiano, alegando que sus actos no venían del deber, no de su propia voluntad, y que Eichmann cambió el imperativo categórico kantiano por el «imperativo categórico del Tercer Reich», donde se ha de comportar "de tal manera, que si el Führer te viera aprobara tus actos".[95][98][99]​ Por otro lado el filósofo Michel Onfray sostiene en su texto Un kantiano entre los nazis y en su obra de teatro El sueño de Eichmann que dicha versión kantiana es correcta, pues la filosofía kantiana no permite en ningún caso la desobediencia al deber, demostrando así que el sistema ético de Kant es compatible con la obediencia ciega de un genocida.[98][99]

El ejemplo del “asesino en la puerta” ha sido también modificado por una nueva versión en la que el asesino se sustituye por un oficial nazi en busca de judíos escondidos.

Imagina que estás en la Europa ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Imagina que estás paseando por un callejón y de repente un niño judío pasa corriendo a tu lado. Mientras se mete en una escalera a oscuras, te suplica: "Por favor, no le digas a los alemanes que me viste o me matarán". Momentos después, un grupo de soldados nazis dobla la esquina y te pregunta: "¿Acabas de ver a un niño pequeño por aquí?" ¿Dirías la verdad o mentirías?[100]

La filósofa Helga Varden considera que el análisis kantiano sobre la mentira no cubre el caso del oficial nazi. Según Kant, "los ciudadanos están obligados legalmente a abstenerse de mentir a los funcionarios públicos", ya que éstos representan a todos y a nadie en particular. No obstante, el régimen nazi era un régimen déspota al no representar a todos negando derechos privados y públicos a grandes grupos de la población, como los judíos.[101]




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