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Antigüedad grecolatina



El término Antigüedad clásica es una expresión historiográfica para referirse al período greco-romano de la Edad Antigua en Europa, un largo período histórico que se sitúa entre la Alta Antigüedad (la época de las primeras civilizaciones del Próximo Oriente Antiguo)[1]​ y la Baja Antigüedad (o Antigüedad Tardía); y que propiamente corresponde al mundo grecorromano: la Cuenca del Mediterráneo y el Próximo Oriente, áreas donde la antigua Grecia y la antigua Roma desarrollaron la civilización greco-romana. El término "clásico" significa "de mayor plenitud" o "modelo digno de imitación",[2]​ y su utilización para designar al período es marcadamente admirativa, a partir de una visión idealizada posterior sobre la época y su influencia en la conformación de la civilización occidental.

La Antigüedad clásica se puede localizar temporalmente, de forma restringida, en el momento de plenitud de las civilizaciones griega y romana (siglo V a. C. al siglo II d. C.) o, de forma amplia, en toda su duración (siglo VIII a. C. al siglo V d. C.). Hitos del comienzo y final de este período son los poemas homéricos, los primeros Juegos Olímpicos (776 a. C.) o la mítica fundación de Roma (753 a. C.) y la cristianización (380 d. C.) o la caída del Imperio romano de Occidente (476 d. C.) La herencia cultural clásica sobrevivió incluso a los denominados "siglos oscuros" de la Alta Edad Media (500-1000 d. C.); y se revitalizará con el Renacimiento, el Clasicismo y el Neoclasicismo de la Edad Moderna, llegando hasta nuestros días.

La dimensión espacial de la Antigüedad Clásica coincide con la cuenca del Mediterráneo, extendida hacia el Oriente Próximo con el Imperio de Alejandro Magno y el Helenismo, y hacia Europa Occidental con el Imperio romano.

En último término, la Antigüedad clásica pervive y cruza la historia de Occidente configurando una morfología persistente así como una "teoría" y una "idea".[3][página requerida]

El período clásico de la Grecia antigua corresponde a los siglos siglo V a. C. y IV a. C.; como hitos de inicio y final, desde la caída de la tiranía en Atenas (510 a. C.) hasta la muerte de Alejandro Magno (323 a. C.) Se suele considerar como momento culminante el período denominado siglo de Pericles, a mediados del siglo V, cuando se dio en Atenas un deslumbrante conjunto de creaciones culturales en todos los ámbitos que, no obstante, mantenía la tradición helénica de la Época arcaica (siglos VIII al VI a. C.)

En 510 a. C., tropas espartanas ayudaron a los atenienses opuestos al tirano Hipias, hijo de Pisístrato. Cleómenes I, rey de Esparta, puso en su lugar una oligarquía pro-espartana liderada por Iságoras, que a su vez fue apartada del poder con las reformas de Clístenes (508 a. C.) sentándose las bases de lo que se conoce como democracia ateniense.

El prolongado enfrentamiento entre griegos y persas (guerras médicas, 499-449 a. C., hasta la Paz de Calias) tuvo como consecuencia la posición dominante de Atenas en la Liga de Delos, situación que se mantuvo durante el prolongado período de paz denominado Pentecontecia, pero que desembocó en un conflicto con la Liga del Peloponeso, liderada por Esparta. La subsiguiente guerra del Peloponeso (431-404 a. C.) liquidó el dominio ateniense y estableció la hegemonía espartana. En el 395 a. C., los gobernantes espartanos destituyeron a Lisandro de su cargo y Esparta perdió su supremacía naval. Atenas, Argos, Tebas y Corinto (estas dos últimas anteriormente aliadas a Esparta) desafiaron el dominio espartano en la guerra de Corinto, que tuvo un fin no concluyente en 387 a. C. Más tarde, los generales tebanos Epaminondas y Pelópidas consiguieron una victoria decisiva en la Batalla de Leuctra (371 a. C.), lo que significó el fin de la supremacía espartana y el establecimiento de la hegemonía tebana, que se mantuvo hasta que fue eclipsada por el poder creciente del Reino de Macedonia.

Los macedonios, bajo el reinado de Filipo II, tras expandirse por los territorios de los peonios, tracios e ilirios, intervinieron en Grecia a partir del 346 a. C., culminando su conquista en la batalla de Queronea (338 a. C.) y estableciendo su hegemonía sobre una confederación helénica en la que participaban todas las polis a excepción de Esparta (Liga de Corinto, 337 a. C.) El hijo de Filipo, Alejandro Magno, logró derrotar al imperio persa (batallas de Gránico, 334 a. C., e Issos, 333 a. C.), incorporando todos sus dominios, incluyendo el Imperio egipcio (sitio de Gaza, 332 a. C.), e incluso aumentándolos en Asia Central y en la India (batalla del Hidaspes, 326 a. C.) Convencionalmente, el período clásico termina con la muerte de Alejandro en 323 a. C. y la fragmentación de su imperio, divido entre los Diádocos.

Harmodio y Aristogitón, los tiranicidas.

Pericles.

Alejandro.

El período clásico griego terminó con el ascenso del reino de Macedonia y las conquistas de Alejandro Magno, dando paso al período helenístico. La koiné se convirtió en la lingua franca mucho más allá de la Grecia misma, y la cultura griega interactuó con las culturas de Persia, Asia central, India y Egipto. Además del desarrollo del pensamiento especulativo (filosofía helenística, en particular con los seguidores de Aristóteles -Liceo, escuela peripatética, aristotelismo-, los de Platón -Academia-, las escuelas estoica y epicúrea, y las instituciones alejandrinas -Museion y Biblioteca de Alejandría-), se realizaron avances significativos en ciencias y técnicas (geografía[4]​ y astronomía -Eratóstenes-, matemáticas y física[5]​ -Arquímedes-, etc.)

El período helenístico terminó con la conquista romana de Grecia (146 a. C.), aunque algunos historiadores fechan su fin con la Batalla de Accio (31 a. C.), la cual marcó la caída del Egipto Ptolemaico, último reino remanente de las conquistas de Alejandro Magno.

Atenas clásica.

Topografía de la Antigua Roma

El período republicano de la Antigua Roma, que comenzó con el derrocamiento de la monarquía romana (509 a. C.), se prolongó casi medio milenio hasta su subversión, tras una serie de guerras civiles, en un principado que abrió el período imperial (27 a. C.) Durante la República, Roma pasó de ser un poder regional en el Latium a la potencia dominante del Mediterráneo. La unificación de Italia bajo la hegemonía romana fue un proceso gradual, provocado por una serie de conflictos en el siglo IV y III: las guerras samnitas, guerras latinas y guerras pírricas. La victoria romana en las guerras púnicas y en las guerras macedónicas establecieron a Roma como un poder supra-regional para el siglo II a. C., seguida por la adquisición de Grecia y Asia Menor. Este incremento tremendo de poder fue acompañado por inestabilidad política y malestar social, factores que llevaron a la conjuración de Catilina, la guerra social y el primer triunvirato. Como resultado, la República romana se transformó en el Imperio romano en la última mitad del primer siglo a.C.

La loba capitolina (Luperca).

El llamado "togado Barberini", un ejemplo del uso de las maiorum imagines.

El llamado "Augusto de Prima Porta".

Determinar el final preciso de la república romana es una tarea de disputa para historiadores modernos;[6][¿quién?] los ciudadanos romanos de esa época no se percataron que la república había dejado de existir. Los primeros emperadores, la dinastía Julio-Claudia, mantuvieron la ficción de la pervivencia de las instituciones republicanas, aunque bajo la protección de sus poderes extraordinarios, y se mantenía como posibilidad el eventual retorno a su forma tradicional. El Estado romano continuó llamándose a sí mismo Res publica tanto tiempo como el que mantuvo el latín como idioma oficial, o sea, más que la propia existencia del Imperio romano de Occidente.

Roma ya había adquirió un carácter imperial (en cuanto a la dimensión de su dominio territorial) desde que en el siglo III a. C. sus victorias frente a Cartago le dieron el control de Sicilia y el este y sur de Hispania; incrementado en los siglos II y I a. C. con la adquisición del resto de Hispania, África (no el continente, sino una zona de la costa mediterránea, con centro en Cartago), Galia, Iliria, Grecia, Asia Menor, Siria y Judea. Egipto fue la última conquista republicana o la primera imperial, del joven Octavio, aún no encumbrado como Augusto (batalla de Actium, 31 a. C.) Al momento de la máxima extensión del Imperio bajo el mandato de Trajano (117 d. C.), Roma controlaba toda la Cuenca del Mediterráneo, además de proyectarse hacia el norte por Europa (Galia, partes de Germania y Britania, los Balcanes, Dacia) y hacia el este por el Cáucaso y Mesopotamia.

Culturalmente, el Imperio romano fue significativamente helenizado, pero también asumió tradiciones orientales sincréticas, tales como el mitraísmo, el gnosticismo y el propio cristianismo, que se terminó convirtiendo en dominante.

El secular declive del Imperio romano se produjo a partir de la crisis del siglo III.

La Antigua Roma contribuyó grandemente al desarrollo de todo tipo de rasgos de la civilización occidental: el derecho, las instituciones, la guerra, el arte, la arquitectura, la ingeniería, la literatura y las propias lenguas (no solo las lenguas románicas derivadas directamente del latín, sino también las lenguas germánicas, muy influenciadas).



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