Califato omeya o Califato de los omeyas (en árabe, بنو أمية banū umayya o الأمويون al-umawiyyūn; en persa, امویان omaviyân; en turco, emevi) fue un linaje árabe que ejerció el poder de califa, primero en Oriente, con capital en Damasco, y luego en al-Ándalus, con capital en Córdoba. El término omeya proviene de un antepasado de la familia, Umayya. Estrictamente hablando, la dinastía comienza con Mu‘awiya I, y termina con Marwán II, con la Revolución abasí en el 750.
El Califato omeya (árabe: الخلافة الأموية, trans. al-ḫilāfa al-ʾumawiyya) fue el segundo de los cuatro principales califatos islámicos establecidos después de la muerte de Mahoma. El califato se centró en la dinastía omeya (árabe: الأمويون, al-ʾUmawiyyūn y بنو أمية, Banū ʾUmayya, "Hijos de Umayya"). La familia omeya, desde el miembro más antiguo, Ummayah al-Akbar ibn 'Abd Shams ibn 'Abd Manaf, nacido en 533, había llegado primero al poder bajo el tercer califa, Uthmán (Uthmán ibn Affán) (r. 644-656), pero el califato omeya fue fundado por Mu‘awiya (Mu‘awiya ibn Abi Sufyán), antiguo gobernador de Siria con Uthmán, con la finalización de la primera guerra civil o fitna musulmana en 661 (41 AH). Siria seguirá siendo la principal base del poder de los omeyas y Damasco su capital. Los omeyas continuaron las conquistas musulmanas, incorporando el Cáucaso, Transoxiana, Sind, el Magreb y la península ibérica (al-Ándalus) en el mundo musulmán. En su mayor extensión, el Califato omeya tenía unos 15 000 000 km², el imperio más grande que había visto el mundo hasta la fecha y el quinto más grande de los que han existido.
Al mismo tiempo, los tributos omeyas y las prácticas administrativas fueron ampliamente percibidas como absolutistas, opresivas e injustas. Junto con las rivalidades entre las tribus árabes, su gobierno se vio afectado por disturbios en las provincias fuera de Siria, especialmente durante la segunda guerra civil musulmana de 680-692 y la Rebelión bereber de 740-743. Durante la segunda guerra civil, el liderazgo del clan omeya pasó de la rama sufyánida de la familia a la rama marwánida. Como las constantes campañas militares agotaron los recursos y la mano de obra del estado, los omeyas, debilitados por la tercera guerra civil musulmana de 744-747, fueron finalmente derrocados por la Revolución abásida en 750 (132 AH). Uno de los pocos sobrevivientes tras la revolución, Abderramán I, huyó a través del norte de África hacia al-Ándalus, donde fundó el Emirato de Córdoba, que posteriormente derivó en el Califato de Córdoba, que duró hasta 1031 antes de caer por la Fitna de al-Ándalus.
Los omeyas eran un clan de la tribu Quraysh, de La Meca, a la que pertenecía Mahoma. El antepasado que da nombre a la familia, Umayya ibn Abd Shams, era sobrino de Háshim, bisabuelo de Mahoma que da nombre a los hashimíes o hachemíes.
El primer paso de los omeya con el califato se produce cuando un miembro del clan, Uthmán ibn Affán, rico comerciante de La Meca y esposo sucesivo de dos hijas de Mahoma, es elegido sucesor del califa Omar a la muerte de este en el año 644, convirtiéndose de este modo en el tercero de los llamados califas bien guiados. La elección de los califas entra en conflicto, cada vez que se produce, con las reivindicaciones del llamado Partido de Alí, que afirma que Ali ibn Abi Tálib, primo y yerno del profeta, es quien debe ocupar el cargo debido a su estrecha proximidad con Mahoma. Uthmán es asesinado en el año 656 y Alí es elegido califa. Sin embargo, esta elección es contestada por otro miembro del clan omeya, Muawiya I, a la sazón gobernador de Siria. Mu‘awiya acusa a Alí de complicidad en el asesinato de su predecesor y se levanta en armas contra él. Ambos ejércitos se enfrentan en la batalla de Siffin, acontecimiento de gran importancia pues es el que marca el origen de las tres grandes divisiones doctrinales del islam. Alí es derrotado y se retira a su plaza fuerte de Kufa (Irak), mientras que Mu‘awiya se proclama califa en Damasco, trasladando de este modo la capitalidad del Estado islámico desde Medina, en el Hiyaz (en la actual Arabia Saudí), a la urbe siria.
Los omeyas estaban divididos en dos ramas familiares: los sufyánidas, descendientes de Abu Sufyan ibn Harb que gobernaron entre 661 y 684, comenzando por Muawiya ibn Abi Sufyan y terminando con Muawiya II, y los marwánidas de Marwan ibn al-Hakam y sus descendientes, que gobernaron entre 684 y 750 con Marwán II.
El Califato omeya acaba con el sistema de elección del califa por un consejo de notables y da paso a un sistema puramente hereditario, convirtiéndose de este modo los omeyas en dinastía, desde que el considerado primer califa omeya, Muawiya eligió a su sucesor entre uno de sus hijos, Yazid I.
De cara al exterior, los omeyas prosiguieron las conquistas de la época precedente. Es durante este periodo cuando se dan las últimas grandes expansiones del Imperio islámico: por el oeste se conquista el Magreb (fundándose la ciudad de Kairuán) y la península ibérica; por el este se acaba de someter Irán y se hacen incursiones más allá de sus límites, hacia Afganistán y China, donde es detenida la conquista.
En un plano de política interior, los omeyas tienen muchos enemigos. Los alíes o partidarios de Alí, así como la rama de los jariyíes, escindida de los alíes en Siffín, siguen muy activos en varios lugares y especialmente en Irak: Basora es un foco de disidencia jariyí, empeñada en combatir a los que llaman califas ilegítimos, mientras que Kufa sigue siendo bastión de los alíes (más tarde llamados chiíes). Mu‘awiya logra apaciguar la situación llegando a un acuerdo de paz con Hasan, hijo mayor y sucesor de Alí, quien había muerto en el año 661, evitando así una nueva guerra civil. La muerte de Mu‘awiya marca el inicio de un nuevo conflicto, pues se abre otra vez la cuestión sucesoria. Aunque había nombrado heredero a su hijo Yazid, esta transmisión familiar del cargo es contestada y muchos vuelven sus ojos hacia Husáyn, hijo menor de Alí. Husáyn y el pequeño ejército que le acompañaba es masacrado por las tropas del nuevo califa en la batalla de Kerbala (680), cuando se dirigía a Kufa a ponerse a la cabeza de una rebelión. La muerte de Husáyn, personaje respetado por todos los musulmanes, causa gran conmoción y añade material a las acusaciones de impiedad y falta de escrúpulos que desde el principio se esgrimieron contra los omeyas. Con la muerte de Husáyn queda establecida definitivamente la línea sucesoria, que será reconocida por la mayoría de los musulmanes. Alíes y jariyíes seguirán sin embargo su labor de oposición y a la larga contribuirán a la caída de los omeyas.
En términos generales, se podría decir que los omeyas emprendieron la tarea de organizar administrativamente un territorio considerablemente mayor que el que controlaron sus predecesores, y con una población mayoritariamente no árabe, formada por no musulmanes o por personas recién convertidas al islam, características que no tendrá cuando pase a manos de sus sucesores abasíes un siglo más tarde. Los califas omeyas tuvieron tendencia a actuar más como reyes, es decir, a preocuparse de la administración, que como líderes religiosos. La conversión al islam no fue estimulada, pues podía suponer una mengua en los ingresos del Estado debido al mayor volumen de impuestos pagado por los cristianos y judíos, e incluso se llegó a prohibir en algunas ocasiones. De ahí la acusación de ser malos musulmanes que sus enemigos lanzaron contra ellos. A pesar de los muchos problemas planteados por la complejidad social del territorio que gobernaban y de la oposición incesante de alíes y jariyíes, durante la época omeya no se registraron ni grandes problemas nacionales (es decir, entre las distintas etnias del imperio, y especialmente entre los árabes y las demás) ni tampoco choques entre comunidades religiosas ni entre los no musulmanes y el poder central.
Hacia el año 740 el Califato omeya se hallaba debilitado debido, por un lado, a las luchas intestinas en el seno de la propia familia omeya y, por otro, a la presión constante de jariyíes y alíes. Fueron estos últimos quienes iniciaron una revuelta en Irán que pretendía restituir el poder califal al clan de los hashimíes (al que habían pertenecido Mahoma y Alí). A la cabeza de la revuelta, en el último momento y sin que los historiadores hayan conseguido explicar bien cómo, se puso Abu l-Abbás (también conocido como As-Saffah), jefe de los abasíes, una rama secundaria de los hashimíes. Su ejército de estandartes negros (los de los omeyas eran blancos) entró en Kufa, un importante centro islámico en el sur de Irak, en el año 749 y se declaró califa. Su primera prioridad era eliminar a su rival omeya, el califa Marwán II. Este último fue derrotado en febrero de 750 en la batalla del Gran Zab, disputada a orillas del río Zab, al norte de Bagdad; este descalabro supuso el fin del gran Califato omeya, fundado en el 661.
El califa omeya, Marwán II, huyó a Egipto y Abu l-Abbás se convirtió en califa, inaugurando así el Califato abasí. Todos los omeyas fueron asesinados; incluso se sacó a los muertos omeyas de sus tumbas, para borrar de este modo los rastros de la familia. Sólo uno logró escapar a la matanza, y con el tiempo reapareció en el otro extremo del mundo islámico, en al-Ándalus.
Uthmán (644-656), el tercero de los cuatro primeros califas, pertenecía a la familia omeya, aunque no se le suele incluir en esta lista sino en la de los califas ortodoxos.
El único superviviente de los omeyas, Abd al-Rahman, se exilia al Magreb, zona por entonces refugio de todas las disidencias debido a su alejamiento de las capitales califales. Huésped de tribus bereberes junto a un puñado de aliados, Abd al-Rahman recaba apoyos entre las tropas sirias de al-Ándalus, hasta que en septiembre del año 755 desembarca en Almuñécar.
Con el apoyo del yund o ejército sirio de al-Ándalus, vence al gobierno de los abbasíes en la batalla de Al-Musara (756) y es nombrado emir por sus partidarios. Abd al-Rahman, llamado al-Muhāŷir ('el emigrante'), gobernará a la defensiva, esto es, pendiente de las conspiraciones de los partidarios de los abbasíes y otros grupos, particularmente los bereberes y los yemeníes, que se rebelarán varias veces entre los años 766 y 776. Abd al-Rahman se apoya en el ejército, que es aumentado en efectivos, y nombra para los cargos de la administración a personas de su confianza. Se rodea también de una guardia personal.
Al-Ándalus se hace así políticamente independiente, aunque Abd al-Rahman evitará hacer explícito su no reconocimiento del califa de Bagdad para mantener la apariencia de unidad en la umma o comunidad de musulmanes. A su muerte, al-Ándalus es un Estado totalmente estructurado. Le sucederán otros cuatro emires antes de que el país se independice también en el plano religioso, dando lugar al califato de Córdoba.
Será el emir Abd al-Rahman III, an-Nāsir, quien consume la ruptura con oriente proclamándose califa en el año 929, ya que de todas maneras la umma había quedado escindida por la creación, en Túnez, del califato chií de los fatimíes. Se proclamó califa basándose en distintos argumentos que dieron solidez a su decisión. Por un lado la familia era procedente de la tribu Quraysh, a la que pertenecía Mahoma y había frenado los intentos de los cristianos del norte de reconquistar al-Ándalus. Con ello, los omeyas consolidan su posición de poder y al mismo tiempo consolidan la posición del país en el exterior.
Tras la ocupación de Melilla en 927, a mediados del siglo x, los omeyas controlaban el triángulo formado por Argelia, Siyilmasa y el océano Atlántico. El poder del califato se extendía, asimismo, hacia el norte y en el 950 el Sacro Imperio Romano intercambiaba embajadores con Córdoba. En el norte de la península ibérica los pequeños reinos cristianos pasan a pagar tributo al Califato, soportando toda clase de imposiciones a cambio de la paz.
Esta es la etapa política de mayor esplendor, en la península ibérica, de la presencia islámica, aunque la misma durará poco tiempo ya que, en la práctica, su apogeo acaba en el 1010. Oficialmente, el califato continuó existiendo hasta el 1031, año en el que fue abolido como consecuencia de la fitna ('guerra civil') provocada por la posesión del trono entre los partidarios del último califa legítimo, Hisham II y los sucesores de su primer ministro o háyib, Almanzor. El final del califato dio paso a la fragmentación de al-Ándalus en diversos reinos conocidos como reinos de Taifas, y que fue causa de su declive favoreciendo la expansión de los territorios cristianos a sus expensas.
Tras la desintegración del Califato de Córdoba, el linaje de los omeyas se diluye lentamente en la población de al-Ándalus.
A finales del siglo xvi, el morisco granadino Fernando de Córdoba y Válor, descendiente de los omeyas, será elegido rey de los moriscos durante la llamada guerra de las Alpujarras, cambiando su nombre cristiano por el árabe Muhámmad ibn Umayya, que pasará a las crónicas como Abén Humeya. Muerto este por traición, le sucedió su primo Abén Aboo quien fue derrotado por D. Juan de Austria. Una vez derrotados se instalaron en la región valenciana donde aún se les permitía practicar el islam; prueba de esto es que la expulsión que tuvo lugar en 1609 fue materializada por la salida del puerto de Alicante de más de un millón de personas. Es muy probable que algunos omeyas de la línea de Muhámmad ibn Umayya existan aún en España bajo apellidos castellanizados como Omeya, Benjumea o Alomía.
Algunos genealogistas y arabistas piensan que el apellido castellano Benjumea y sus variantes (Benhumea, Benjumea, Benhumeda, Benumeya, Alomía, etc.) procede del árabe Ibn Umayya y por tanto sus portadores podrían ser descendientes de los omeyas. Sin embargo, debido a la obligación de cristianizarse de los moriscos que quedaron en España a partir de la expulsión de 1609, podríamos contemplar algunas posibilidades en algunas variantes cristianizadas del apellido Omeya. Conservando intacta la raíz triconsonántica árabe ‘ m y, obviando la primera ‘ que no tiene equivalente en castellano o catalán podríamos asistir a variantes consonánticas como m-y, m-ll o m-y-r, m-ll-r o algunas otras.[cita requerida]
El estandarte omeya era de color blanco.
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