Las guerras civiles argentinas fueron una serie de guerras civiles ocurridas entre 1814 y 1880 en el actual territorio de la Argentina, aunque también se extendieron parcialmente al territorio del Uruguay entre los años 1839 y 1852 (Guerra Grande) donde se mezclaron con las guerras civiles uruguayas.
El conflicto tuvo lugar tras la guerra de la independencia y enfrentó al Partido Federal y al Partido Unitario. Los federales buscaban el establecimiento de una república federal mientras que los unitarios querían mantener el sistema centralista heredado de la administración colonial. No obstante, en distintos períodos hubo enfrentamientos entre sectores de cada uno de estos partidos, y durante la llamada Organización Nacional los partidos enfrentados fueron los centralistas de Buenos Aires, que habían abandonado su nombre de unitarios, y sus antagonistas de las provincias interiores, que se presentaban ocasionalmente con nombres distintos al tradicional de federales.
En 1880 se logró un acuerdo general en torno a la economía liberal y aperturista y la organización federal del gobierno basado en la Constitución Argentina de 1853. En ese año se decidió la federalización de la ciudad de Buenos Aires como capital de la República Argentina.
En diversos períodos participaron en los conflictos fuerzas extranjeras, de países vecinos y de potencias europeas, los cuales apoyaron en general al bando centralista en defensa de sus intereses comerciales y estratégicos.Provincias Unidas del Río de la Plata como después de su independencia, dentro del contexto más amplio de la llamada Guerra Grande (1839-1851).
Además, varias etapas de estas guerras se extendieron al vecino Uruguay, tanto durante el período en que este formó parte de lasEn la tradición histórica occidental, se denomina guerra civil a cualquier enfrentamiento bélico armado que se desarrolla en un mismo país, enfrentándose entre sí personas de un mismo lugar, defendiendo dos ideologías o intereses distintos. En estas conflagraciones intervienen también a veces fuerzas extranjeras, ayudando o colaborando con los distintos bandos de la misma.
Muchas veces, en las guerras civiles participan fuerzas militares no regulares, formadas u organizadas por personas de la población civil. En el caso argentino, la diferencia entre fuerzas regulares e irregulares se diluyó mucho con el paso del tiempo.montoneras.
Las fuerzas irregulares de caballería llevaron generalmente el nombre deLos límites entre los conceptos de «revolución» y «guerra civil» suelen confundirse. En general, se llaman revoluciones a enfrentamientos de corta duración –horas o días– y que se desarrollan en un punto determinado, generalmente una misma ciudad. Las guerras civiles, por el contrario, se desarrollan a lo largo de un territorio más o menos extenso, con operaciones bélicas en distintos puntos, generalmente a campo abierto, y duran considerablemente más tiempo.
Al menos en Argentina, las distancias entre las ciudades obligaron a los ejércitos al desplazamiento durante semanas de una a otra ciudad; fue por ello que las operaciones de guerra duraron, como mínimo, varias semanas. Algunas de las guerras civiles que asolaron Argentina llegaron a durar varios años, con alineaciones permanentes de los contendientes.Santa Fe y el Directorio duró cerca de cinco años, bien que con diversas interrupciones. La campaña de Lavalle contra Rosas duró casi tres años, sin ninguna interrupción ni tregua.
Por ejemplo, la guerra entreSe suelen clasificar como «guerras civiles argentinas» a todos los enfrentamientos que incluyeron desplazamientos de tropas fuera de las ciudades, o entre las mismas. No obstante, dado que están relacionadas con las guerras civiles, varias revoluciones ocurridas en ese período están incluidas en las mismas.
Las revoluciones ocurridas en la Argentina en los años posteriores –comenzando con la Revolución del Parque, del año 1890– no suelen ser incluidas en las llamadas «guerras civiles», debido a que duraron mucho menos tiempo, involucraron casi exclusivamente operaciones dentro de ciudades y dirimieron conflictos políticos de origen completamente distinto.
Habitualmente se menciona la ambición de los caudillos provinciales como principal causa de las guerras civiles. Si bien es posible que algunos hayan tenido la habilidad de conducir masas de soldados por el solo interés de su jefe, el apoyo a un líder debe ser interpretado, en general, como la identificación con las ideas de este, a sus intereses de grupo, o la pertenencia a un grupo al que se supone que ese líder favorecía.
Entre las cuestiones que se dirimieron por medio de guerras civiles, las más importantes estuvieron ligadas a la preeminencia de la capital, Buenos Aires, o de distintas alianzas de provincias en una forma federal o confederación; el establecimiento del liberalismo o del conservadurismo como forma de gobierno; la apertura comercial o el proteccionismo; y la organización constitucional que definiera todas estas cuestiones.
En su ya clásico ensayo «Estudio sobre las guerras civiles argentinas», Juan Álvarez revelaría que los cambios en la estructura económica de la cuenca del Río de la Plata a partir de la disolución del Virreinato del Río de la Plata significaron desfasajes económicos entre las regiones, dando una preponderancia económica a la provincia de Buenos Aires, que las demás juzgaron excesiva e injusta. Esta situación habría llevado a la reacción de los caudillos federales contra el centralismo porteño; es decir, contra la expresión política de esa preponderancia económica.
Hubo también enfrentamientos entre dos o tres provincias, en las que las causas pudieron ser las anteriores, pero a las que se les agregó la pretensión de los gobiernos de una provincia de inmiscuirse en los asuntos de otra. O, más tempranamente, la secesión de algunos distritos para erigirse en provincias autónomas.
Por último, hubo varias guerras civiles internas en las provincias, en que la participación de fuerzas foráneas fue escasa o nula. Si algunas veces dirimieron cuestiones ideológicas, más frecuentemente se trató de luchas por el poder entre facciones.
Antes de que se iniciaran las guerras civiles propiamente dichas, hubo varios enfrentamientos internos de cada provincia. Algunos de ellos, como una revuelta contra el gobernador de Jujuy, o el intento de deponer el teniente de gobernador de San Juan, tuvieron lugar a fines del siglo XVIII, en plena época virreinal. Pero, por lo general, estos conflictos siempre estuvieron moderados por la común dependencia del gobierno real, al que siempre se podía acudir para zanjar diferencias.
El enfrentamiento civil más grave que ocurrió en los últimos años del régimen colonial fue la Asonada de Álzaga, dirigida contra el virrey Santiago de Liniers el 1 de enero de 1809, con la intención de instalar una junta de gobierno local. Fue sofocada el mismo día, al precio de unos pocos muertos y varios heridos.
Durante los primeros años posteriores a la Revolución de Mayo, los problemas internos quedaron enmascarados por la guerra contra el enemigo común, los realistas. Solo se destacaron algunos motines y revueltas locales, que se saldaron en general sin lamentar muertes.
La excepción más notable la constituye el Motín de las Trenzas de fines de 1811, en Buenos Aires, que fue violentamente reprimido y se saldó con el fusilamiento de sus cabecillas.
Hubo también una Revolución en San Juan, dirigida por Francisco Laprida. Y, finalmente, la revolución de octubre de 1812, que reemplazó al Primer Triunvirato por el Segundo. Pero fueron casos aislados, más calificables como revoluciones –incluso como motines– que como guerras civiles.
El caudillo José Artigas, de la Banda Oriental, participó en el Sitio de Montevideo (1811). Pero cuando este fue levantado, se negó a aceptar la decisión y llevó al llamado Éxodo oriental a los habitantes de la Provincia Oriental, como comenzaba a ser llamada. Al reiniciarse el Sitio de Montevideo (1812-1814), hubo serios conflictos entre los jefes porteños como Manuel de Sarratea y Artigas.
Estos conflictos se agravaron cuando el Segundo Triunvirato convocó a la Asamblea del año XIII, a la cual los diputados orientales viajaron con instrucciones de reclamar la independencia absoluta de España y organizar el estado en forma federal. La Asamblea, dominada por la Logia Lautaro, grupo dirigido por Alvear, rechazó a los diputados.
El 20 de enero de 1814, Artigas abandonó el sitio, seguido por sus hombres, iniciando las guerras civiles argentinas. Poco después se rebeló la actual provincia de Entre Ríos, siguiendo a Artigas, y tras el combate de El Espinillo obtuvo la autonomía. También la provincia de Misiones y la de Corrientes se incorporaron al federalismo. Una breve recuperación de Corrientes, por parte de Genaro Perugorría, terminó con la derrota y ejecución del mismo.
La guerra se trasladó a la Banda Oriental, donde el general Alvear derrotó a Fernando Otorgués, y Manuel Dorrego venció al propio Artigas en la Marmarajá. Pero tras la victoria federal en la batalla de Guayabos o de Arerunguá del 10 de enero de 1815, toda la provincia quedó en manos federales. El nuevo Director Supremo, Alvear, entregó Montevideo a los federales y otorgó la independencia a la Banda Oriental; pero la oferta fue rechazada.
En marzo de ese año estalló una revolución federal en Santa Fe, que llevó al gobierno al estanciero Francisco Candioti. En respuesta, Alvear lanzó en su contra una invasión, pero el jefe de la misma, Ignacio Álvarez Thomas, se rebeló contra su autoridad, pactó con los federales y derrocó al Director. En su lugar fue elegido el general José Rondeau, que estaba en la Tercera expedición auxiliadora al Alto Perú, por lo que el mismo Álvarez Thomas fue nombrado su delegado. La Asamblea y la Logia fueron disueltas y fue convocado el que sería el Congreso de Tucumán.
Pero, faltando a sus promesas de paz, Álvarez Thomas invadió la provincia de Santa Fe y la sometió a su autoridad a mediados de 1815.
La incorporación de la provincia de Córdoba al federalismo fue incruenta: bastó una amenaza de Artigas para que el 29 de marzo el gobernador Francisco Ortiz de Ocampo renunciara y en su lugar fuese elegido José Javier Díaz. mientras La Rioja volvía a la obediencia del gobierno directorial de Córdoba. Díaz se reconocía aliado de Artigas, pero no rompió con el Directorio y envió sus diputados al Congreso de Tucumán.
El cabildo de La Rioja –jurisdicción dependiente de la de Córdoba– se negó a reconocer la autoridad de Díaz, y esa provincia permaneció controlada por el Directorio.
La provincia de Salta logró su autonomía provincial cuando el coronel Martín Miguel de Güemes, jefe de las partidas de gauchos que defendían la frontera norte del país, fue elegido gobernador por el cabildo local, el 6 de mayo de 1815: era la primera vez que las autoridades de Salta eran elegidas en la propia provincia. No solo se rebeló contra la autoridad de Rondeau; también se apoderó de armamento del Ejército del Norte e impidió pasar refuerzos para el mismo, convencido de que sus jefes tenían orden de deponerlo.
Después de su derrota en la batalla de Sipe Sipe, Rondeau regresó a Salta, ocupó la ciudad y declaró traidor a Güemes. Este se limitó a retirarse y hacerse perseguir por Rondeau, privándolo de víveres. De esa forma, Rondeau se vio obligado a firmar con Güemes el Tratado de los Cerrillos, en que lo reconocía como gobernador de Salta y le encargaba la defensa de la frontera. Esto le costaría a Rondeau el cargo de Director Supremo. La derrota de Sipe Sipe causaría, meses más tarde, su relevo del comando del Ejército del Norte, reemplazado por Manuel Belgrano.
Güemes nunca acordó ninguna alianza con Artigas, pero su autoridad era autónoma. Tácitamente, se le concedió a Güemes lo que los porteños nunca quisieron ceder a Artigas: el Ejército nacional era un aliado que prestaba su ayuda como auxiliar del ejército salteño.
Hubo también dos revoluciones federales en Santiago del Estero, dirigidas por el coronel Juan Francisco Borges. Se oponía a que su provincia dependiera de la de Tucumán. El 4 de septiembre de 1815 se autotituló gobernador y logró dominar la ciudad. Pero fue vencido y capturado apenas cuatro días después. Huyó y regresó a su provincia, donde volvió a sublevarse el 10 de diciembre de 1816, proclamando la autonomía provincial y la alianza con Artigas. Pero, nuevamente derrotado, fue fusilado el primer día de 1817.
Si el acceso del federalismo al poder en Córdoba había sido pacífico, su caída demandó enfrentamientos armados: Juan Pablo Bulnes, jefe de las milicias de la ciudad, se sublevó contra Díaz, y lo acusó de connivencia con el Directorio. Lo derrotó y lo obligó a renunciar, pero en su lugar asumió el gobernador nombrado por el director Supremo, Ambrosio Funes, suegro de Bulnes. Una segunda sublevación de Bulnes, del 26 de enero de 1817, fue también sofocada por la reacción del gobierno nacional. En marzo de ese año asumía como gobernador el salteño Manuel Antonio Castro, nombrado por el director Supremo Juan Martín de Pueyrredón.
En el sur de la provincia, permanecieron insurrectos varios caudillos federales, entre los que se destacó Felipe Álvarez, de Fraile Muerto, manteniendo la insurrección federal por otros tres años. Esto motivó el envío de una división del Ejército del Norte, al mando del coronel Juan Bautista Bustos.
A principios de 1816, las milicias urbanas y rurales de Santa Fe se sublevaron, eligiendo gobernador el 31 de marzo a Mariano Vera. Álvarez Thomas lanzó en su contra una nueva invasión, pero el jefe de su vanguardia pactó con Vera y se retiró, causando la renuncia del Director Sustituto. Fue reemplazado por Juan Martín de Pueyrredón, que exigió el sometimiento de Santa Fe; su propuesta fue rechazada, y las provincias del Litoral no estuvieron representadas en la Declaración de la Independencia de Argentina.
Pueyrredón lanzó una cuarta invasión sobre Santa Fe, que alcanzó a ocupar la ciudad durante 25 días antes de ser expulsada; pero durante el año 1817 no hubo nuevas hostilidades.
En la Banda Oriental, Artigas pudo llevar adelante un gobierno progresista y democrático. Hizo profundas reformas sociales y repartió entre los pobres las tierras, el ganado y los bienes muebles de los emigrados.
Pero, a mediados de 1816, con la excusa de algunas correrías –reales o supuestas– de gauchos en el sur del Brasil, el rey de Portugal inició la invasión Luso-Brasileña a la Provincia Oriental. Pueyrredón no hizo nada por defender a la provincia invadida, y llegó a pactar con el jefe invasor. A mediados de 1817, los portugueses lograron capturar Montevideo, aunque Artigas y sus fuerzas resistieron aún tres años más en el interior de la provincia.
En 1818 hubo nuevas ofensivas directoriales: la segunda guerra entre el Directorio y Artigas en Entre Ríos constó de tres ofensivas desde el río Paraná sobre esa provincia, con apoyo de algunos caudillos menores. Pero el nuevo comandante de Concepción del Uruguay, subordinado de Artigas, Francisco Ramírez, los venció con llamativa facilidad. No era el gobernador, pero controlaba la situación militar de Entre Ríos y organizaba sus montoneras en forma eficaz.
Por su parte, la provincia de Corrientes se vio sacudida por desavenencias entre los mismos federales, solucionadas por la ocupación de la capital por el cacique guaraní Andrés Guazurary, ahijado de Artigas, y el marino irlandés Pedro Campbell.
El gobernador santafesino Mariano Vera fue derrocado por los partidarios más exaltados de Artigas en julio de 1818. Como estos no lograron formar un gobierno, el coronel Estanislao López, jefe de las milicias rurales, ocupó la ciudad el 23 de julio y se nombró a sí mismo gobernador. Más tarde sería elegido por el cabildo y tendría un enorme apoyo popular.
En respuesta, Pueyrredón envió a finales de 1818 un ejército de 5000 hombres al mando de Juan Ramón Balcarce. Balcarce logró ocupar fugazmente la capital provincial, pero se vio obligado a retroceder. Simultáneamente avanzó la columna del Ejército del Norte comandada por el coronel Bustos para tomar entre dos fuegos a López, pero este lo atacó en Fraile Muerto, dejándolo sin movilidad. A continuación obligó a Balcarce a evacuar Rosario; en venganza, Balcarce –que había saqueado media provincia– incendió Rosario.
Poco después, el general Viamonte intentaba una nueva invasión, pero López repitió su estrategia: atacó a Bustos en La Herradura y, como no logró vencerlo, avanzó hacia Córdoba y lo obligó a retroceder. Luego giró hacia el sur y se presentó frente a las fuerzas de Viamonte en Coronda, obligándolo a retirarse nuevamente a Rosario, donde ambos acordaron una tregua que duraría ocho meses.
En junio de 1819, el Congreso eligió como Director Supremo al general José Rondeau, que pidió ayuda a los portugueses para combatir a los federales. También ordenó a San Martín regresar con su ejército desde Chile para atacar Santa Fe, pero este desobedeció abiertamente. El Ejército del Norte, que –comandado por Francisco Fernández de la Cruz– se dirigía hacia el sur, se negó a continuar la guerra civil en el motín de Arequito. A continuación regresó a Córdoba, donde el gobernador Castro fue reemplazado por José Javier Díaz. Poco después hubo elecciones, por las cuales Juan Bautista Bustos fue elegido gobernador; parte del primer federalismo cordobés pasó a la oposición.
Antes de estos hechos, el 11 de noviembre de 1819, había sido derrocado el gobernador tucumano, reemplazado por el general Bernabé Aráoz. Casi simultáneamente con el motín de Arequito, estalló en San Juan una rebelión de las tropas del Ejército de los Andes, que inició un proceso de caos político que llevó a la disolución de la provincia de Cuyo.
A fines de enero, Francisco Ramírez y Estanislao López invadieron la provincia de Buenos Aires, derrotando a Rondeau en la batalla de Cepeda. Esto causó la disolución del Congreso y la renuncia de Rondeau.
En su lugar, fue elegido gobernador de la provincia Manuel de Sarratea, que firmó con los líderes federales el Tratado del Pilar. Cada provincia asumía su soberanía en forma absoluta, dejaba de existir un gobierno nacional, y se llamaba a un congreso a reunirse para sancionar una constitución y formar un gobierno, naturalmente federal. Por una cláusula secreta se acordaba la entrega de armamento a los ejércitos federales.
El general Balcarce derrocó a Sarratea y asumió como gobernador, pero los caudillos federales lo forzaron a dimitir una semana después. López y Ramírez volvieron a sus provincias, y en su ausencia, se sucedieron como gobernadores Sarratea, Alvear y Ramos Mejía.
Ramírez y López no firmaron el Tratado como subordinados de Artigas, sino como gobernadores autónomos: unos días antes de la batalla de Cepeda, el 29 de enero, este había sido derrotado en la batalla de Tacuarembó y había evacuado la Banda Oriental hacia Corrientes.
Artigas no aceptó el Tratado del Pilar, que lo dejaba de lado y posponía indefinidamente la recuperación de su provincia. Acusó a Ramírez de traición e inició la guerra entre Artigas y Ramírez: tras algunos triunfos de parte de Artigas, Ramírez lo derrotó en una rápida sucesión de victorias. Finalmente, el fundador del federalismo argentino fue obligado a asilarse en Paraguay, alejándose para siempre de la política.
El 29 de septiembre de 1820, Ramírez fundó la República de Entre Ríos, una provincia federal que deseaba unirse a las demás en una federación de iguales, no un estado independiente.
Por su parte, Estanislao López, acompañado de Alvear y del general chileno José Miguel Carrera, volvió a invadir Buenos Aires al frente de 1200 hombres. El general Soler se hizo elegir gobernador y lo enfrentó, siendo completamente derrotado en la Cañada de la Cruz, el 28 de junio de 1820.
Soler renunció al gobierno, para el cual fue nombrado Manuel Dorrego, que también salió a campaña contra López. Tuvo más suerte que su antecesor, ya que logró derrotar a las fuerzas de Alvear y Carrera en San Nicolás de los Arroyos, y luego al mismo López en Pavón. Pero, abandonado por los jefes de las milicias rurales porteñas –Martín Rodríguez y Juan Manuel de Rosas– fue completamente derrotado el 2 de septiembre en la sangrienta batalla de Gamonal.
Poco después era elegido gobernador Martín Rodríguez, que –con ayuda de Rosas– derrotó a una breve revolución dirigida por el coronel Manuel Pagola.
Mientras tanto, Carrera se unió a los caciques ranqueles en el saqueo de algunos pueblos de la provincia, para reunir así medios con los que volver a Chile, donde pretendía derrocar a O'Higgins. El gobernador Rodríguez respondió a esos ataques lanzando una campaña contra los indios del sur de la provincia, que nada tenían que ver, y que causó una sangrienta serie de represalias de parte de los indígenas. De regreso de su campaña al sur, Rodríguez y Estanislao López firmaron el 24 de noviembre el Tratado de Benegas, con la mediación de Bustos, por el que se acordaba la reunión de un Congreso Federal en Córdoba, y una fuerte indemnización de Buenos Aires a Santa Fe, encargando su provisión a Rosas.
Indignado por haber sido dejado de lado por el Tratado de Benegas, Ramírez decidió atacar a Buenos Aires, invadiendo primeramente a Santa Fe. Cruzó el río Paraná y se estacionó en Coronda, esperando allí que se le uniera el coronel Lucio Norberto Mansilla. Pero lo traicionó para evitar un ataque a su provincia, y se retiró a Entre Ríos.
De todos modos, Ramírez derrotó –dos veces en unos días– al coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid, al servicio de Buenos Aires. López incorporó los restos de su fuerza a las santafesinas, con las cuales derrotó a Ramírez el 26 de mayo, obligándolo a huir con menos de 300 hombres hacia Córdoba.
Mientras tanto, Carrera había invadido Córdoba, derrotando al gobernador Bustos. Desde allí invadió San Luis y luego retrocedió hacia el sur de Córdoba para unirse a Ramírez y al caudillo local Felipe Álvarez. Atacaron en Cruz Alta a Bustos, pero este se había atrincherado eficazmente y no pudieron derrotarlo.
De modo que Ramírez intentó volver a Entre Ríos por el Chaco, pero fue derrotado el 10 de julio en la batalla de Río Seco, cerca de Villa de María y de San Francisco del Chañar, y ultimado en la huida. La cabeza de Ramírez fue llevada a López, que la hizo embalsamar para exhibirla en una jaula.
Por su parte, Carrera intentó regresar a Chile. Derrotó al general Bruno Morón en Río Cuarto e invadió San Luis, pasando a Mendoza. Pero fue derrotado por el coronel José Albino Gutiérrez, en la batalla de Punta del Médano. Fue fusilado en Mendoza el 4 de septiembre de 1821, acompañado por Felipe Álvarez y el soldado Monroy, el que había ultimado a Morón.
El 23 de septiembre de 1821, el coronel Mansilla, derrocó al sucesor de Ramírez, su medio hermano Ricardo López Jordán (padre); este fue vencido un mes más tarde y obligado a expatriarse en Paysandú.
La República fue dada por desaparecida: Corrientes recuperó su autonomía, y se mantuvo en paz durante los gobiernos de Juan José Fernández Blanco y Pedro Ferré.
El 22 de enero de 1823 se firmó el Tratado del Cuadrilátero entre Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, en el cual, por presión del ministro porteño Bernardino Rivadavia, se dejaba sin efecto el congreso federal de Córdoba, que ya estaba reunido.
El gobierno de Mansilla fue casi una intervención porteña en Entre Ríos; los partidarios de López Jordán hicieron un último intento de rebelión en Concepción del Uruguay en mayo de 1822, pero fueron derrotados. Desde entonces, si bien Entre Ríos no obtuvo estabilidad política, al menos se mantuvo en paz por varios años, tanto a lo largo del gobierno de Mansilla, como durante el de su sucesor, Juan León Solas.
La provincia de Santa Fe, la más castigada por la guerra civil hasta entonces, pudo disfrutar de una década de paz.
La revolución iniciada en San Juan por Mariano Mendizábal, había desembocado en un absoluto caos. El Batallón de Cazadores marchó hacia Mendoza, dirigido por el coronel Francisco Solano del Corro. Aunque fue vencido, causó la renuncia del gobernador Toribio de Luzuriaga. En San Luis, el cabildo depuso en forma pacífica a Vicente Dupuy, reemplazándolo por José Santos Ortiz, que gobernó casi toda esa década.
En La Rioja, al saberse de la disolución del Directorio, el 1 de marzo de 1820 había asumido el gobierno el general Francisco Ortiz de Ocampo, que expulsó a los miembros de la familia Dávila. Semanas más tarde, la provincia era invadida por Del Corro, que lo derrotó cerca de Patquía y ocupó La Rioja. Pero fue expulsado al poco tiempo por el comandante del Departamento de la Sierra de los Llanos, Facundo Quiroga, al frente de una división de 80 hombres; fue la primera victoria del famoso caudillo. Todavía Del Corro logró reunir un pequeño grupo con el que pretendió cruzar la provincia de Tucumán, pero fue vencido por las fuerzas del gobernador Aráoz.
El coronel Nicolás Dávila asumió el gobierno riojano y gobernó en paz por dos años. Hacia el final de su gobierno se enfrentó con la legislatura, que llamó en su ayuda a Quiroga. Este derrotó a Dávila en la batalla de El Puesto y fue elegido gobernador. Renunciaría tres meses después, y desde entonces gobernó la provincia de hecho, desde el cargo de comandante de armas.
En Córdoba, una revolución contra Bustos dirigida por el futuro general José María Paz fue vencida casi sin lucha. El mismo Paz, que despreciaba a las montoneras que participaban en ella, no se esforzó realmente por el triunfo.
Poco después de la revolución que lo había llevado al poder, Bernabé Aráoz había proclamado la República de Tucumán y le había dado una constitución.
Pero la República no fue aceptada en Santiago del Estero. Su cabildo eligió gobernador al jefe de la frontera del Chaco, coronel Juan Felipe Ibarra, el 31 de marzo, y declaró formalmente la autonomía de la provincia. Aráoz protestó y lanzó amenazas, pero recién en abril del año siguiente, con ocho meses de atraso, envió contra Santiago del Estero una expedición, fácilmente derrotada por Ibarra.
El caudillo santiagueño había ayudado a llegar hasta Salta a algo menos de la mitad del Ejército del Norte, al mando del coronel Alejandro Heredia. Con esto se ganó el apoyo de Güemes, que intentaba lanzar una nueva campaña al Alto Perú con sus gauchos y los hombres que había traído Heredia. Pero el gobernador tucumano se negó a entregarle las armas del Ejército del Norte tomadas en noviembre de 1819. En respuesta, Güemes atacó a Aráoz: fuerzas salteñas ocuparon Catamarca, mientras Heredia e Ibarra marcharon sobre Tucumán. En la batalla de Rincón de Marlopa, del 3 de abril de 1821, los tucumanos al mando del coronel Abraham González derrotaron completamente a los salteños y santiagueños.
En ese momento, Güemes se enteró de que había sido depuesto por una revolución de las clases altas en Salta. Regresó a su ciudad y retomó el gobierno sin problemas.
Aráoz logró recuperar también Catamarca; pero el 5 de junio, por medio del Tratado de Vinará, reconocía la autonomía de Santiago del Estero.
El 25 de agosto de 1821, también Catamarca declaró su autonomía. Tras un turbulento y breve gobierno de Nicolás Avellaneda y Tula, asumió el gobierno el líder federal Eusebio Gregorio Ruzo. Algunos de los jefes adictos a Avellaneda, como Manuel Antonio Gutiérrez, debieron pasar un tiempo en el exilio bajo la protección de Aráoz.
Unos días después del Tratado de Vinará, la última invasión de los realistas lograba ocupar Salta y causar la muerte de Güemes, pero fueron expulsados unas semanas más tarde. Asumió el mando el partido que había sido opositor de Güemes, que nombró gobernador a José Antonio Fernández Cornejo.
El 22 de septiembre, los miembros del partido que siempre había sido leal a Güemes derrocaron a Cornejo por medio de una sangrienta revolución, y en su lugar colocaron al general José Ignacio Gorriti. Este hizo un gobierno de unión: nombró al federal Pablo Latorre comandante de armas y a Fernández Cornejo como teniente de gobernador de Jujuy. De todos modos tuvo que vencer una revolución en su contra en diciembre.
En Tucumán, Aráoz fue derrocado el 28 de agosto de 1821 por sus propios oficiales dirigidos por el general Abraham González, que asumió el gobierno con apoyo del cabildo. Logró mantenerse en el poder unos meses, hasta ser derrocado el 8 de enero de 1822. En su lugar fue elegido Javier López, líder de las milicias urbanas; por su parte, Aráoz era sostenido por las milicias rurales y los hacendados. La provincia fue sacudida por una seguidilla de revoluciones, batallas y saqueos que llevaron alternativamente al gobierno a Bernabé Aráoz, su primo Diego Aráoz, Javier López y Nicolás Laguna. Con el paso del tiempo se formaron dos partidos: el de López y el de Aráoz, cada uno decidido a vencer completamente al otro.
Tras un largo gobierno –casi un año– de Bernabé Aráoz, Javier López logró expulsarlo el 5 de agosto de 1823 hacia Salta, donde no tenía aliados. Allí siguió conspirando, pero fue arrestado y enviado por orden del gobernador Arenales a Tucumán, donde fue fusilado el 24 de marzo de 1824. La paz duraría en Tucumán casi dos años.
En 1824 se reunió en Buenos Aires el Congreso, firmemente controlado por los porteños. Su misión era sancionar una constitución, pero la campaña de los Treinta y Tres Orientales en la Banda Oriental, que dio inicio a la Guerra del Brasil, obligó a crear un ejército nacional. Para financiarlo y dirigirlo, el mismo Congreso creó el cargo de Presidente de la República Argentina, para el que fue elegido el líder del partido unitario, Bernardino Rivadavia. No solo se dedicó organizar la guerra del Brasil, sino que también tomó decisiones sobre asuntos que, hasta entonces, habían sido privativos de cada provincia.
A poco de iniciado su gobierno, Rivadavia disolvió el gobierno de la provincia de Buenos Aires, perdiendo con ello el apoyo de los estancieros porteños. Además profundizó las medidas que había tomado durante el gobierno de Martín Rodríguez, incluyendo una moderada tolerancia religiosa y el firme control sobre la iglesia católica local. En los círculos conservadores del interior del país, estas medidas fueron interpretadas como "herejías". Algún tiempo después, el mismo Congreso sancionó una Constitución unitaria, que mereció el repudio de la mayoría de las provincias, que preferían el federalismo.
Los primeros problemas en el interior comenzaron en la provincia de San Juan, donde el gobernador Salvador María del Carril intentó imitar las reformas de Rivadavia. Fue derrocado por una revolución dirigida por clérigos en julio de 1825 y obligado a huir a Mendoza. Allí logró el apoyo del gobernador unitario Juan de Dios Correas, que había llegado al poder poco antes, por medio de una revolución dirigida por su pariente político Juan Lavalle. Este envió una expedición que, al mando del coronel José Félix Aldao –que sería en el futuro uno de los más destacados caudillos federales– derrotó a los rebeldes en septiembre de 1825, devolviendo el gobierno a los unitarios.
En Catamarca, hacia el final del gobierno de Ruzo hubo un serio enfrentamiento entre dos comandantes que aspiraban al gobierno: Manuel Antonio Gutiérrez y Marcos Antonio Figueroa. La legislatura decidió conservar la paz ante todo, y –con la garantía del comandante riojano Facundo Quiroga– logró un arreglo entre los contendientes, por el que Gutiérrez fue elegido gobernador en julio de 1825. Su gobierno era dirigido por el hacendado Miguel Díaz de la Peña –unitario y partidario de Rivadavia– que lo convenció de eliminar de la legislatura a los opositores federales.
A principios de 1826 apareció en Catamarca el coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid, enviado por Rivadavia a reunir el contingente militar que debía participar en la Guerra del Brasil. Gutiérrez lo convenció de volver a Tucumán, donde derrocó a Javier López, que había hecho fusilar a su tío Bernabé Aráoz. López estaba en el sur de la provincia, y a su regreso fue derrotado por Lamadrid en el "Rincón de Marlopa", en las afueras de la capital. En Catamarca, Figueroa y Facundo Quiroga derrocaron a Gutiérrez. Este llamó en su ayuda a Lamadrid, que regresó a Catamarca y derrotó a Figueroa en agosto de 1826.
Facundo Quiroga tenía varias razones simultáneas para lanzarse a la guerra: en primer lugar, era el principal accionista de una empresa que explotaba las minas del Cerro de Famatina, pero el presidente Rivadavia era el gestor de una empresa rival, a la cual adjudicó –en su carácter de presidente de la República– los derechos exclusivos sobre los mismos yacimientos. También estaba muy alarmado por los avances anticlericales del gobierno de Rivadavia, y contra las pretensión del Congreso de imponer por la fuerza la constitución unitaria de 1826.
Por su parte, Rivadavia financió al ejército de Lamadrid, a quien encargó eliminar la resistencia de los jefes federales del norte, Facundo Quiroga, Juan Bautista Bustos y Felipe Ibarra. La traición de Gutiérrez le dio la razón final para lanzarse al ataque. En octubre de 1826 invadió Catamarca y repuso a Figueroa en el gobierno. Como Lamadrid saliera en su defensa, lo derrotó en la batalla de El Tala, del 27 de octubre, en el límite norte de Catamarca. Este fue dado por muerto, y Quiroga ocupó la capital de la provincia, abandonándola a los pocos días.
Poco tiempo después, Facundo regresó hacia su provincia, adelantándose a la orden de Rivadavia de atacarlo desde el sur. El coronel Aldao desarmó a los unitarios mendocinos, ayudando al general Juan Rege Corvalán a asumir el gobierno de esa provincia. Simultáneamente, Quiroga invadió San Juan, donde la legislatura decidió no combatirlo y nombró gobernador a un pariente suyo.
Mientras tanto, en Tucumán, Lamadrid había salvado su vida y recuperado el gobierno. Para vengarse de los federales, envió al coronel Francisco Bedoya a invadir Santiago del Estero. Pero el gobernador Ibarra lo dejó ocupar la capital y lo sitió, dejándolo sin víveres y obligándolo a retirarse una semana más tarde. Por su parte, en Catamarca, Gutiérrez volvió a ocupar el gobierno. Poco tiempo después, el gobernador salteño Arenales fue derrocado por el coronel Francisco Gorriti, que unos días más tarde derrotó en Chicoana a Bedoya, que resultó muerto. El 8 de febrero de 1827, Arenales huyó hacia Bolivia y Gorriti volvió a asumir el gobierno provincial.
Lamadrid invadió Santiago del Estero, derrotando a Ibarra; pero igualmente debió abandonar la provincia, e Ibarra volvió al gobierno acompañado por Facundo Quiroga.batalla de Rincón de Valladares, cerca de la capital de la provincia, el 6 de julio de 1827. Lamadrid huyó a Bolivia, mientras el riojano ocupaba la ciudad y la sometía al pago de fuertes reparaciones de guerra. Al dejar la provincia, asumió el gobierno el federal Nicolás Laguna.
Desde allí, los federales ocuparon Catamarca y marcharon sobre Tucumán. Quiroga derrotó por segunda vez a Lamadrid en laA fines de 1827, todas las provincias –excepto Salta– estaban en manos de miembros del partido federal.
En Buenos Aires, después de la renuncia de Rivadavia y la disolución del Congreso, gobernaba la provincia el federal Manuel Dorrego, que dio por nula la constitución unitaria y obtuvo de la mayoría de las provincias la delegación en su persona de las relaciones exteriores del conjunto de ellas.
Pese al éxito de la campaña terrestre durante la Guerra del Brasil, el bloqueo marítimo llevó a un desafortunado tratado de paz firmado por el enviado de Rivadavia, que le costó a este el puesto y al Congreso su desaparición. Buenos Aires reconquistó su autonomía provincial y fue elegido gobernador Manuel Dorrego, que se entendió con los dirigentes federales del interior, los cuales le delegaron la responsabilidad por el ejército en campaña y las relaciones exteriores. En reemplazo del Congreso, se reunió en Santa Fe una "Convención Nacional" para sentar las bases constitucionales del país.
Pero Dorrego, debido a la falta de fondos y la presión inglesa, se vio obligado a firmar un tratado de paz que incluía la independencia de la Provincia Oriental como República Oriental del Uruguay. Los oficiales del ejército, sintiéndose ultrajados, decidieron deponer a Dorrego. El general Juan Lavalle llevó de regreso la mitad del ejército a Buenos Aires, y el 1 de diciembre de 1828 derrocó a Dorrego, haciéndose elegir gobernador por una reunión de sus partidarios.
Sin embargo Dorrego alcanzó a huir al sur de la provincia, donde contaba con el apoyo de las milicias rurales del coronel Juan Manuel de Rosas. Hasta allí fue a buscarlo Lavalle, que lo derrotó en la batalla de Navarro y pocos días después, instigado por sus aliados unitarios, ordenó su fusilamiento. Rosas se trasladó a la provincia de Santa Fe, cuyo gobernador, Estanislao López, se puso al frente de una campaña para deponer a Lavalle.
En el interior de la provincia de Buenos Aires se formaron montoneras federales, que fueron perseguidas por los coroneles Isidoro Suárez, Federico Rauch –que fue derrotado y ejecutado– y Ramón Bernabé Estomba, que enloqueció. Poco después, Lavalle apoyó la invasión del general José María Paz a Córdoba.
Lavalle invadió Santa Fe, pero López lo desgastó sin combatirlo y lo obligó a retroceder hacia el sur, derrotándolo –junto con Rosas– en la batalla de Puente de Márquez.
Rosas sitió a Lavalle dentro de la ciudad de Buenos Aires, obligándolo a negociar con él.Convención de Cañuelas, por la que se llamaba a elecciones, en las que debía presentarse solamente una lista "de unión". Pero algunos unitarios hicieron fracasar las elecciones y el sitio fue restablecido. Lavalle firmó con Rosas el Pacto de Barracas, por el que fue elegido gobernador el general Juan José Viamonte. Este convocó a la legislatura disuelta por Lavalle, que el 8 de diciembre eligió gobernador a Juan Manuel de Rosas. Le concedió a este, además, "todas las facultades ordinarias y extraordinarias que crea necesarias, hasta la reunión de una nueva legislatura".
El resultado fue laComenzaba la llamada "época de Rosas".
Después del fusilamiento de Dorrego, el general José María Paz invadió la provincia de Córdoba al frente de unos 1000 hombres. Allí gobernaba aún el general Bustos, su compañero en el motín de Arequito y su enemigo del año 1821. Este abandonó la capital ante su avance y se fortificó en San Roque, a las puertas de las Sierras de Córdoba. Pidió ayuda a Facundo Quiroga y, para ganar tiempo, nombró a Paz gobernador interino e inició tratativas con él.
Paz se le adelantó y lo derrotó el 22 de abril de 1829 en la batalla de San Roque. Regresó a la capital y se hizo elegir gobernador titular por una alianza de antiguos unitarios y viejos autonomistas de la época de José Javier Díaz. Pero los comandantes del norte y el oeste de la provincia se negaron a reconocerlo como gobernador.
Se comunicó con los gobernadores Javier López, de Tucumán, y José Ignacio Gorriti, de Salta. El primero se trasladó hasta Córdoba con una división, mientras el segundo invadió Catamarca y La Rioja. En ausencia de Quiroga, ocuparía la capital de esta última provincia.
Bustos se refugió en la provincia de La Rioja y regresó un mes más tarde como segundo en el ejército de Quiroga. Este se trasladó hacia el Valle de Traslasierra y de allí hacia el sur, para incorporar las fuerzas puntanas y mendocinas que comandaba el general Aldao. Esto engañó a Paz, que abandonó la capital marchando hacia el sur. Quiroga apareció frente a la ciudad y la ocupó; pero, para no ensangrentar su población, salió de allí para enfrentar a Paz en la batalla de La Tablada, el 22 de junio. La batalla terminó con una completa victoria de Paz. Pero, para su sorpresa, Quiroga reunió a sus hombres y lo volvió a atacar a la madrugada siguiente; de todos modos, fue nuevamente derrotado. Paz recuperó la capital provincial, donde el coronel Román Deheza ordenó fusilar decenas de prisioneros.
Quiroga retrocedió a La Rioja, donde reprimió duramente a quienes habían apoyado la invasión de Gorriti.
Paz envió partidas militares al mando de Pedernera, Lamadrid y Pringles a "pacificar" el oeste y el norte de la provincia, donde sus oficiales cometieron toda clase de excesos y atropellos. Una revolución dirigida en Mendoza por Juan Agustín Moyano nombró gobernador al general Rudecindo Alvarado, excolaborador de San Martín. Pero fue derrotado en la batalla de Pilar por Aldao, que regresaba de Córdoba y fusiló a los vencidos en represalia por el asesinato de su hermano. Solo Alvarado salvó su vida.
Facundo Quiroga reunió nuevamente y avanzó hacia Córdoba dividiendo su ejército en dos columnas: la más adelantada invadió la provincia desde el sur, pero la otra se retrasó defendiendo Catamarca. Por ello fue derrotado el 25 de febrero de 1830 en la batalla de Oncativo, también llamada de Laguna Larga. Quiroga huyó a Buenos Aires y Aldao fue capturado.
Tras la victoria, Paz envió divisiones de su ejército a las provincias que habían apoyado a Quiroga: a Mendoza envió al coronel José Videla Castillo, que se hizo nombrar gobernador. En Catamarca, San Juan y San Luis, varios jefes federales secundarios fueron arrollados por el rápido avance unitario. El gobernador riojano, general Villafañe, debió huir a Chile. Paz envió a esa provincia al general Lamadrid, que se dedicó a saquear violentamente la provincia. También Santiago del Estero fue dominada por el general Deheza, pero este nunca logró afirmarse en el gobierno.
Una vez cambiados los gobiernos enemigos por otros adictos, Paz convocó a sus representantes, con los que firmó un tratado general, la llamada Liga del Interior. Esta proclamaba la fracasada Constitución Argentina de 1826, de corte netamente unitario, y nombraba a Paz "Jefe Supremo Militar"; las provincias quedaban completamente sometidas a su autoridad.
El general Lavalle había emigrado al Uruguay, desde donde regresó para derrocar al gobernador santafesino con la ayuda de López Jordán. Si bien este logró capturar la capital de la provincia, lo hizo en nombre de los federales, por lo que Lavalle lo abandonó; López Jordán duró apenas un mes en el gobierno. En marzo de 1831 lo volvieron a intentar, pero fracasaron aún más estrepitosamente.
Las cuatro provincias federales –Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes– firmaron el Pacto Federal, por el que se declaró la guerra a la Liga del Interior.
La dirección de la guerra quedó en manos de Estanislao López, que avanzó con sus tropas hacia la frontera de Córdoba, apoyando las rebeliones de los hermanos Reynafé en el norte de esa provincia. Rosas envió en su ayuda al ejército porteño, al mando del general Juan Ramón Balcarce.
El general Quiroga regresó a la lucha al frente de las tropas que le dio Rosas: 450 delincuentes de las cárceles. Con ellos avanzó hacia el sur de Córdoba.
A principios de 1831, el coronel Ángel Pacheco derrotó en la batalla de Fraile Muerto al coronel Pedernera. La mayoría los derrotados eran federales incorporados a la fuerza, que fueron incorporados al ejército de Quiroga. Con ese refuerzo, Quiroga ocupó la villa de Río Cuarto tras varios días de sitio, avanzó sobre San Luis y derrotó en dos batallas al coronel Pringles. A los pocos días entró en Mendoza, donde el 22 de marzo de 1831 derrotó al gobernador Videla Castillo en la batalla de Rodeo de Chacón. Debió dirigir la batalla desde el pescante de una diligencia, ya que el reuma no le permitía montar.
Quiroga se aseguró la elección de federales en los gobiernos de las provincias cuyanas, y apoyó la rebelión de Tomás Brizuela en La Rioja. De regreso a Mendoza, vengó el asesinato del general Villafañe, mandando fusilar veintiséis prisioneros
Mientras tanto, el general Paz confiaba en restablecer la situación en una gran batalla. Mientras se adelantaba para obligar a López a presentar combate, fue capturado por un tiro de boleadoras y llevado prisionero a Santa Fe.
Lamadrid asumió el mando del ejército y ordenó la retirada a su provincia, Tucumán, donde nombró "Supremo Jefe Militar" al general Alvarado, gobernador de Salta. Pero este tenía sus propios federales para enfrentar y no le envió ayuda. Después de una complicada campaña en Catamarca, Quiroga derrotó por tercera vez a Lamadrid en la batalla de La Ciudadela, del 4 de noviembre de 1831. Lamadrid y la mayor parte de sus oficiales huyeron a refugiarse en Bolivia.
El gobierno cordobés pasó a las manos del comandante miliciano José Vicente Reinafé, partidario de Estanislao López. López también logró colocar como gobernador de Entre Ríos a Pascual Echagüe, su ministro hasta entonces, que llevó la paz a una provincia muy inestable.
En Tucumán fue elegido gobernador el federal Alejandro Heredia, y Alvarado prometió entregarle el poder al caudillo salteño Pablo Latorre; de todos modos, este debió derrotar a sus enemigos en una batalla en Cerrillos, en febrero de 1832, para ocupar el gobierno.
Todo el país estaba, por primera vez, en manos de gobernantes federales.
La victoria total del Partido Federal significaba la primera oportunidad histórica para este de organizar la Argentina a su manera. Si las provincias lograban ponerse de acuerdo, simplemente debían sancionar una constitución enteramente federal y organizar su gobierno.
Las influencias políticas predominantes eran las de Facundo Quiroga, con decisiva influencia en las provincias cuyanas, y el noroeste, Estanislao López, en las de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba, y con gran influencia en Corrientes y Santiago del Estero, y Rosas, en Buenos Aires.
En Santa Fe se reunió la "Comisión Representativa" de diputados de todas las provincias, y todas ellas suscribieron el Pacto Federal. Pero Rosas – convencido de que las provincias debían organizarse internamente antes de sancionar una organización nacional, y deseoso de conservar la preeminencia económica de Buenos Aires a través del control de su Aduana – trató de convencer a los demás gobernadores y diputados de su posición. Aprovechó las rivalidades entre Quiroga y López para indisponer a los gobiernos provinciales unos con otros: una imprudente carta del diputado correntino Manuel Leiva le dio la oportunidad para retirar los diputados porteños de la Comisión. Su ejemplo fue seguido por casi todas las provincias.
La organización constitucional fue aplazada indefinidamente, y toda la organización que el país conservó fue la mera delegación de las relaciones exteriores en el gobernador porteño.
El primer gobierno de Rosas terminó el 17 de diciembre de 1831. En su lugar fue elegido el general Juan Ramón Balcarce, héroe de la Guerra de Independencia, mientras Rosas organizaba una Campaña al Desierto, para debilitar las fuerzas de los indígenas del sur y, en lo posible, ganar tierras.
Balcarce aprovechó su ausencia para debilitar el control de Rosas y sus partidarios sobre el partido federal porteño y sobre el gobierno, reemplazándolo con federales moderados, a quienes los rosistas llamaban "lomos negros". En respuesta, los partidarios de Rosas organizaron, en 1833, la llamada "Revolución de los Restauradores", sitiando durante varios días a Balcarce dentro de la capital. La esposa de Rosas dirigía las acciones de agitación de las clases pobres de la población y organizaba la Sociedad Popular Restauradora y su brazo armado, La Mazorca. La mayor parte del ejército se unió a los sublevados, y el propio Rosas se pronunció por ellos. El 28 de octubre, en las márgenes del arroyo Maldonado Manuel de Olazabal, comandante en Jefe de las fuerzas de la caballería de Buenos Aires, derrotó a los que se oponían a Rosas, al mando del coronel Martín Hidalgo.
Balcarce renunció el 4 de noviembre de 1833. Su sucesor fue el general Juan José Viamonte, bajo cuyo gobierno la Mazorca atacó a los partidarios del gobierno depuesto. El partido federal no solo no volvió a tolerar disidencias externas, sino que consideró como traición cualquier gesto de autonomía frente a Rosas. Muchos de los lomos negros más destacados emigraron a Montevideo; se unirían a los unitarios en su lucha contra Rosas a fines de esa década.
Viamonte renunció al año siguiente y, tras varias renuncias de Rosas a asumir el gobierno, fue elegido Manuel Vicente Maza, el amigo del Restaurador, en carácter de interino.
Facundo Quiroga se consideraba injustamente desplazado de la influencia a que se creía con derecho en Córdoba y decidió apoyar a los opositores en esa provincia. En septiembre de 1832, el comandante José Manuel Salas, Juan Pablo Bulnes y Claudio María Arredondo –yerno del fallecido exgobernador Bustos– se lanzaron a la revolución contra los hermanos Reynafé. Fueron vencidos en un combate en las cercanías de la capital cordobesa.
Poco después de la campaña al desierto de 1833, el general José Ruiz Huidobro, comandante de la columna del centro, dirigió una nueva revolución contra los hermanos Reynafé: a mediados de junio, el coronel Del Castillo, comandante de la frontera sur de la provincia, marchó hacia la capital; también se les unió Arredondo, en el este de la provincia, y Ramón Bustos en el norte. Pero la rápida reacción de Francisco Reinafé, jefe de las milicias del norte de la provincia, del comandantes del Río Tercero, Manuel López, y del Río Segundo, Camilo Isleño, desbarataron el plan. Del Castillo fue derrotado en una escaramuza en las afueras de Córdoba, los fugitivos fueron derrotados por Isleño en Yacanto y Bustos también fue derrotado en el norte. Con excepción de Arrendondo y Bustos, todos los oficiales derrotados fueron fusilados.
El general Ruiz Huidobro fue llevado a Buenos Aires, donde fue enjuiciado. Los hermanos Reynafé quedaron resentidos contra Quiroga –que estaba evidentemente detrás de todas estas conspiraciones– y se propusieron librarse de él en la primera oportunidad.
A fines de 1832, el comandante Manuel Puch, partidario de los hermanos Gorriti, dirigió una sublevación en Salta. El gobernador Pablo Latorre debió huir, pero una semana más tarde derrotó a Puch en la batalla de Pulares.
En agosto de 1833, el coronel Pablo Alemán, colaborador hasta entonces en el gobierno de Latorre, dirigió otra revolución en su contra. Fracasó y se refugió en Tucumán, bajo la protección del gobernador Alejandro Heredia, que rechazó el pedido de extradición que le dirigió Latorre.
A mediados de 1834, Heredia intervino activamente en la política catamarqueña, apoyando al comandante Felipe Figueroa contra el gobernador, y logrando que Manuel Navarro ocupara su lugar.
En Tucumán, el dirigente unitario Ángel López –sobrino del general Javier López– intentó derrocar a Heredia, pero fracasó y huyó a Salta. Latorre se vengó de la revolución de Alemán, ayudando a los López a intentar una invasión a Tucumán, pero estos fracasaron y huyeron a Bolivia. Heredia reclamó por los gastos causados por la invasión de los López, y avanzó hasta el límite con Salta, exigiendo la renuncia del gobernador Latorre. Este pidió al gobernador porteño que intercediera entre ellos; la respuesta tardaría demasiado.
En noviembre de 1834, aprovechando los ataques de Heredia, los dirigentes de la ciudad de San Salvador de Jujuy y su jurisdicción –que aún eran una dependencia de la de Salta– se pronunciaron por la autonomía en un cabildo abierto. El teniente de gobernador José María Fascio se unió a ellos y se hizo nombrar gobernador de la nueva provincia.
Heredia reclamó a Latorre que reconociera la autonomía jujeña, mientras enviaba a su hermano Felipe Heredia y a Alemán a invadir Salta.
Latorre abandonó la capital provincial, y fue depuesto en ausencia. Las fuerzas militares estaban aún en manos de Latorre, que enfrentó la invasión de Fascio desde el norte en la batalla de Castañares. El coronel Mariano Santibáñez fingió pasarse a las filas de Latorre y logró capturarlo, provocando la dispersión de sus hombres.
Un grupo de dirigentes unitarios salteños depuso a Latorre y eligió en su lugar al anciano coronel José Antonio Fernández Cornejo, que reconoció la autonomía jujeña. Fascio regresó a Jujuy, dejando una pequeña escolta en Salta, al mando de Santibáñez, que unos días más tarde hizo asesinar a Latorre en su celda.
Latorre había pedido la intercesión del gobernador porteño Maza. Este envió como mediador al general Facundo Quiroga, que se enteró de la derrota y muerte de Latorre al llegar a Santiago del Estero. Desde allí ayudó a Heredia a colocar en el gobierno de Jujuy a Pablo Alemán, y en el de Salta a su hermano Felipe Heredia.
De regreso hacia el sur, y a poco de ingresar en la provincia de Córdoba, el general Quiroga fue asesinado en el apartado paraje de Barranca Yaco por una partida comandada por el capitán Santos Pérez, enviado por los hermanos Reynafé. Los Reynafé intentaron responsabilizar al santiagueño Ibarra por la muerte de Quiroga, pero pronto su responsabilidad quedó en evidencia.
La noticia del crimen conmovió a todo el país: Rosas fue llamado de urgencia a asumir el gobierno porteño y se le concedió la "suma del poder público", es decir, la dictadura más absoluta. No obstante, la legislatura siguió funcionando.
Poco después terminó el período de gobierno de José Vicente Reinafé, y en su lugar fue elegido primeramente Pedro Nolasco Rodríguez. Este intentó proteger a los Reynafé, pero renunció ante la evidencia de su participación en el crimen. Su sucesor, Sixto Casanova, arrestó a Santos Pérez y a los hermanos Reynafé que encontró; poco después era derrotada la montonera que había logrado armar Francisco Reinafé en el norte de la provincia.
El 17 de noviembre, el comandante del Río Tercero, Manuel López, ingresó a la capital provincial y se hizo elegir gobernador. Envió a los hermanos Reynafé a Buenos Aires, para ser juzgados por el crimen. Francisco, que había logrado huir, sería el único de los Reynafé que se salvaría de ser juzgado y ejecutado.
Poco tiempo después de la muerte de Quiroga, fue descubierta una conspiración en Mendoza, por la cual fue ejecutado el coronel Lorenzo Barcala, protegido del ministro de gobierno de San Juan, y el general Aldao reclamó su entrega.
En una insólita reacción, el gobernador Martín Yanzón invadió la provincia de La Rioja con un pequeño ejército y la ayuda del comandante Ángel Vicente Peñaloza. Contaba con lograr una sorpresa, pero el general Tomás Brizuela lo derrotó cerca de la capital. Brizuela invadió San Juan, obligando a Yanzón a huir a Chile. En su lugar fue elegido gobernador Nazario Benavídez, protegido de Rosas, que llegaría a ser un destacado caudillo durante más de veinte años. Meses después, también Brizuela asumía como gobernador de La Rioja.
A mediados de 1835, Javier López y su sobrino Ángel invadieron Salta desde el norte. Cruzaron los Valles Calchaquíes, pero al ingresar en la provincia de Tucumán fueron derrotados y fusilados, por orden de Heredia,
Una vez librado de los López, el caudillo tucumano invadió Catamarca, acusando a su gobierno de connivencia con ellos. Derrotó al comandante de armas catamarqueño Felipe Figueroa, y en lugar de Navarro fue elegido gobernador el riojano Fernando Villafañe, títere de Heredia, que debió aceptar la pérdida de casi todo el oeste de la provincia en manos de la provincia de Tucumán, y que declaró a Heredia "Protector" de la provincia que gobernaba.
Desde entonces, Heredia pasó a ser el "Protector de las Provincias del Norte". A principios de 1836, debió hacerse cargo del comando del Ejército del Norte en la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana.
A principios de 1838, cuatro provincias –San Luis, Mendoza, La Rioja y Santiago del Estero– eran gobernadas por gobernadores que habían perdido gradualmente su autonomía frente a Rosas. Otros dos gobernadores –los de San Juan y Córdoba– debían su gobierno al mismo Rosas. En vista la enfermedad terminal de Estanislao López, también Echagüe se acercó a Rosas.
En cambio, en el norte, de Catamarca hasta Jujuy, la hegemonía de Heredia era total.
La Banda Oriental se había transformado en la República Oriental del Uruguay, un estado independiente, pero esa independencia no aisló completamente sus problemas de los conflictos internos de la Argentina. El general Juan Antonio Lavalleja, héroe de los Treinta y Tres Orientales, había sido desplazado por el general Fructuoso Rivera, que había asumido la presidencia en noviembre de 1830. El desorden y la corrupción minaron su gobierno, por lo que Lavalleja intentó derrocarlo, pero cuatro sucesivos intentos fracasaron por completo.
En 1835 fue elegido presidente el general Manuel Oribe, partidario de Lavalleja, pero que se había mostrado legalista a favor de Rivera. Oribe intentó llevar adelante un gobierno ordenado, pero chocó con las corruptelas instaladas por los ministros de su antecesor. En vista de la protección de Rivera a estos, Oribe suprimió el cargo de comandante de campaña que se había atribuido Rivera al final de su gobierno.
En julio de 1836, cuando Oribe restauró la comandancia de campaña y colocó en ese puesto a su hermano Ignacio Oribe, Rivera se lanzó a la revolución. Por un tiempo logró controlar una parte del país, pero el 19 de septiembre fue derrotado por Ignacio Oribe y Lavalleja en la batalla de Carpintería y obligado a exiliarse en Brasil. En esa batalla se emplearon por vez primera las divisas tradicionales: blanca para los partidarios de Oribe y coloradas para los de Rivera.
Al año siguiente, Rivera regresó con el apoyo de los caudillos riograndenses, e incorporando a varios oficiales argentinos unitarios, exiliados en ese país. Entre ellos se contaba el general Lavalle, que dirigió el ejército en la decisiva batalla de Palmar, del 15 de junio de 1838.
El rey Luis Felipe de Francia decidió fundar un nuevo imperio francés de ultramar, provocando y agrediendo a diversos gobiernos real o supuestamente débiles. Entre ellos estaba la Argentina: con excusas pueriles, sus representantes exigieron al gobernador Rosas el mismo trato que el gobierno porteño daba a Inglaterra, entre otras humillaciones. Rosas se negó, y en respuesta, la flota francesa bloqueó el Río de la Plata y sus afluentes en los últimos días de 1837. A continuación, ofreció levantar el bloqueo a las provincias argentinas que rompieran con Rosas.
En junio de 1838 llegó a Buenos Aires el ministro santafesino Domingo Cullen, con la misión de obtener un acercamiento entre Rosas y el almirante francés. En cambio, negoció con este el levantamiento del bloqueo y el desconocimiento de la autoridad nacional de Rosas.
La muerte de Estanislao López descolocó políticamente a Cullen, que huyó rápidamente a Santa Fe. Allí se hizo elegir gobernador, pero Rosas y Echagüe lo desconocieron en ese carácter, con la excusa de que era español. Desde Buenos Aires partió el coronel Juan Pablo López, hermano de don Estanislao, que el 2 de octubre derrotó al coronel Pedro Rodríguez del Fresno, leal a Cullen. Este huyó a Santiago del Estero, y López fue nombrado gobernador.
En octubre de 1838, la escuadra francesa capturó violentamente la isla Martín García, pero Rosas siguió negándose a negociar lo exigido por Francia.
Aprovechando la debilidad del presidente Oribe, la escuadra francesa le exigió auxilios para el bloqueo a los puertos argentinos, pero Oribe se mantuvo neutral. En respuesta, el capitán francés bloqueó también Montevideo. Con su capital sitiada por tierra y por agua, y bajo amenaza de la flota francesa de bombardearla, Oribe presentó su renuncia a la presidencia el 21 de octubre, aclarando que lo hacía obligado por la violencia.
Oribe continuaba considerándose presidente, pero no podía ejercer el cargo por circunstancias que le eran ajenas, lo que tendría mucha importancia años más tarde. Se trasladó a Buenos Aires, donde Rosas lo recibió como al presidente constitucional del Uruguay.
Rivera asumió la dictadura, hasta el 1 de marzo de 1839, en que fue elegido presidente. La primera medida de su gobierno fue declarar la guerra a Rosas.Imperio del Brasil.
También rompió su alianza con los caudillos riograndenses, aliándose con elEl primer acto de rebelión de los liberales en el Norte fue el asesinato del gobernador tucumano Alejandro Heredia, en noviembre de 1838. El asesino quiso vengar una ofensa personal, pero también recibió ayuda de varios dirigentes unitarios.
Desaparecido Heredia, los nuevos gobernantes se dedicaron a organizar una oposición –muy prudente al principio– contra Rosas. Entre ellos se destacaron José Cubas, de Catamarca y Marco Avellaneda, de Tucumán. Al principio pareció unirse a ellos Ibarra, por incitación de Cullen, que estaba refugiado en Santiago del Estero.
Con ayuda de Ibarra y Cubas, en febrero de 1839 estalló una revolución contra Manuel López en Córdoba. Desde Catamarca partió en su ayuda una columna al mando de Pedro Nolasco Rodríguez, que llegó tarde para ayudar a los revolucionarios. Los derrotados fueron incorporados a su pequeño ejército, y fueron vencidos en un segundo combate; Rodríguez fue fusilado.
Poco después, Rosas exigió a Ibarra la captura de Cullen, que fue enviado a Buenos Aires; fue fusilado por orden de Rosas apenas entró en el territorio de la provincia, a fines de junio.
En diciembre de 1837 fue elegido gobernador de la provincia de Corrientes Genaro Berón de Astrada, cuya preocupación central era la libertad de navegación por el río Paraná. Entró en conflictos con Rosas por esa causa y buscó la alianza de Cullen. Después de la huida de este, Berón se lanzó a la rebelión contra Rosas, sin estar preparado, pero nominalmente aliado con los emigrados unitarios de Montevideo y con Fructuoso Rivera. Esta alianza lo comprometió por completo pero no le reportó ayuda alguna.
Berón reunió un ejército de 5000 hombres, pero sin organización ni instrucción, que fue rápidamente derrotado por el gobernador entrerriano Pascual Echagüe en la batalla de Pago Largo, el 31 de marzo de 1839. Los correntinos dejaron en el campo de batalla más de 1000 prisioneros y casi 2000 muertos, incluido el gobernador Berón de Astrada.
La provincia de Corrientes pasó brevemente a manos de los federales, que nombraron gobernador a José Antonio Romero.
Eliminado el enemigo interno, Echagüe invadió el Uruguay el 29 de julio de 1839, acompañado por Juan Antonio Lavalleja. Rivera lo esperó en el norte del país, y por medio de una retirada lenta lo fue alejando de sus bases, mientras Rivera iba recibiendo nuevos refuerzos. Tras un par de combates menores, los 3000 hombres de Rivera derrotaron a los 6000 de Echagüe en la batalla de Cagancha el 29 de diciembre de 1839.
En Buenos Aires, la posición interna de Rosas parecía sólida después de la eliminación de los unitarios y de los federales lomos negros. Pero el bloqueo francés al Río de la Plata a partir de 1838 creó dos nuevos grupos de descontentos: los jóvenes "románticos", para los que Francia era el más alto grado de la civilización universal, y los estancieros, perjudicados económicamente por el bloqueo, ya que no podían exportar ganado.
Rosas decidió solucionar la crisis financiera que el bloqueo le causaba exigiendo el pago de los alquileres atrasados de los ganaderos enfiteutas, y que hacía muchos años que no los pagaban. Y poco después obligó a los estancieros que compraran sus campos o los devolvieran al estado provincial. Y según que el solicitante en compra fuera partidario del rosisimo, autorizaba o no las solicitudes de compra de los campos lo que aumentó el malestar de muchos estancieros. La zona en que la enfiteusis era dominante era el entonces sur de la provincia de Buenos Aires, y allí los hacendados decidieron librarse de Rosas. Con ayuda de los unitarios establecidos en Montevideo, organizaron una campaña del general Lavalle, que debía desembarcar en el sur de Buenos Aires y apoyar a los estancieros opositores.
Esperaban coordinarse con una revolución en la ciudad de Buenos Aires, dirigida por el coronel Ramón Maza, hijo del ex gobernador Manuel Maza, pero este fue asesinado y su hijo fusilado. Esto decidió a los conspiradores del sur de la provincia a lanzarse a la revolución, que estalló en Dolores el 29 de octubre de 1839, liderada por Ambrosio Crámer, Pedro Castelli y Manuel Rico, instalando poco después su improvisado ejército en el pueblo de Chascomús. Pero la esperada ayuda de Lavalle se había esfumado, ya que Lavalle había decidido invadir Entre Ríos.
El coronel Prudencio Rosas, hermano del gobernador, los atacó el 11 de noviembre en la batalla de Chascomús, en la cual –tras la huida de su jefe– el coronel Nicolás Granada derrotó a los revolucionarios. La mayor parte de los gauchos se rindieron y fueron indultados por orden de Rosas. Crámer murió en el campo de batalla y Castelli fue muerto en la persecución; otros dirigentes lograron exiliarse, entre ellos Rico, que se uniría al ejército de Lavalle.
Lavalle, que se había unido a las campañas contra Rosas convencido por Florencio Varela, se trasladó junto a varios oficiales a la isla Martín García, aún en manos francesas, donde formó un pequeño ejército de voluntarios.
Cuando llegó la noticia de la invasión de Echagüe al Uruguay, Lavalle cambió de planes y se dirigió a la provincia de Entre Ríos, por lealtad a sus protectores uruguayos, a bordo de buques franceses. Desembarcó en Gualeguaychú, acompañado por jefes prestigiosos como Iriarte, Martiniano Chilavert, José Valentín de Olavarría y Manuel Hornos. La tropa no pasaba de 400 hombres, y Lavalle los organizó como una montonera, de milicianos entusiastas pero sin disciplina ni organización. Varios de ellos iban como "ciudadanos" y se consideraban libres de las obligaciones militares de las tropas de línea.
Avanzaron hacia el norte y, a pesar de la inferioridad numérica, derrotaron a las milicias del gobernador delegado Vicente Zapata en la batalla de Yeruá, el 22 de septiembre de 1839. Lavalle esperaba que la provincia se pronunciara a su favor, pero los entrerrianos se mantuvieron leales a su gobernador.
La noticia de Yeruá decidió a los liberales de Corrientes a la revolución, por la que fue nombrado gobernador Pedro Ferré el 6 de octubre. Como no tenía un ejército, Ferré llamó a Lavalle a Corrientes y lo puso al mando de las milicias. Además firmó un tratado con Rivera, para que este se uniese a la campaña contra Rosas que se estaba planeando. Se le cedía a Rivera el mando supremo de los ejércitos antirrosistas a cambio de ayuda militar, que llegaría en el momento oportuno; el "momento oportuno" debería esperar casi tres años.
El gobernador santafesino Juan Pablo López invadió el sudoeste de Corrientes, pero Lavalle evitó enfrentarlo. Lo desgastó con sucesivas maniobras, hasta que López perdió la paciencia y regresó a su provincia.
Viendo la oposición que iba tomando fuerza en el norte, Rosas envió al general Lamadrid a recuperar las armas que había aportado a Heredia para la guerra contra Santa Cruz: insólita elección, que Rosas tomó creyendo que el tucumano se había sinceramente pasado al bando federal. Es posible que así fuera, solo que Lamadrid era particularmente inconsecuente: el 7 de abril, la provincia de Tucumán lo nombró comandante del ejército provincial y retiró a Rosas la delegación de las relaciones exteriores.
En menos de un mes, Avellaneda convenció de imitar su pronunciamiento a los demás gobiernos del norte: Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja. El 24 de agosto, un tratado formalizaba la Coalición del Norte, por medio de un tratado bastante explícito en sus objetivos, pero que no formalizaba ninguna organización interprovincial. Para terminar de convencer al gobernador de La Rioja, Tomás Brizuela, se lo nombró comandante del ejército de la Coalición. El único gobernador del norte que se negó a unirse a la Coalición fue Juan Felipe Ibarra, de Santiago del Estero.
Lamadrid y Lavalle –directa o tácitamente– acordaron una estrategia que podría haber sido efectiva: Lavalle debía cruzar Entre Ríos, derrotando al gobernador Echagüe, y Lamadrid debía cruzar Córdoba derrotando a Manuel "Quebracho" López. De allí, ambos ejércitos debían atacar Buenos Aires.
A fines de junio, Lamadrid avanzó hacia el sur; al llegar el ejército tucumano a Albigasta, entre Catamarca y Santiago, el coronel Celedonio Gutiérrez lo abandonó con 200 milicianos y se pasó a las filas de Ibarra. De modo que Lamadrid retrocedió a Tucumán. Al mismo tiempo se había sublevado en Córdoba el comandante de los departamentos del norte, Sixto Casanova, aunque fue completamente derrotado por López; la estrategia combinada había fracasado.
Poco después fracasó en Santiago del Estero una sangrienta sublevación contra el gobernador Ibarra, que fue cruelmente castigada.
En la segunda mitad de 1840, Lamadrid partió hacia La Rioja. A su encuentro avanzó el general Aldao; pero, tras una escaramuza menor, debió regresar a su provincia para reprimir una sublevación unitaria.
Lamadrid continuó hacia Córdoba. López no estaba en la capital, ya que –temiendo una invasión de Lavalle– había salido hacia el sur de la provincia con sus milicias. Al saber de la llegada de Lamadrid, los unitarios depusieron al gobernador delegado el 10 de octubre y recibieron en triunfo a Lamadrid. El nuevo gobernador José Francisco Álvarez se unió a la Coalición del Norte.
El gobernador de Salta, Manuel Solá, invadió Santiago del Estero a fines de octubre con 500 hombres, llevando al coronel Mariano Acha como jefe de estado mayor. Ibarra aplicó la estrategia de la "tierra arrasada", de modo que Solá debió continuar su camino hasta Córdoba.
El 1 de enero de 1840, Ferré declaró la guerra a Rosas, y el 27 de febrero Lavalle inició su avance hacia Entre Ríos. Simultáneamente partió una expedición hacia Santa Fe –al mando del ex gobernador santafesino Mariano Vera y del cordobés Francisco Reinafé– que avanzó por tierra hacia Santa Fe. Pero el 26 de marzo fueron completamente derrotados en Cayastá; ambos comandantes murieron en la batalla.
El 9 de abril, los ejércitos de Echagüe y Lavalle chocaron en la batalla de Don Cristóbal, en que triunfó Lavalle, aunque no supo sacar provecho de su ventaja. Una semana más tarde, Fructuoso Rivera invadía Entre Ríos, ocupando Concepción del Uruguay.
Echagüe adoptó una posición defensiva cerca de la capital, rodeado de defensas naturales. Durante casi tres meses, los ejércitos permanecieron uno frente al otro sin combatir, mientras Rosas le hacía llegar a Echagüe importantes refuerzos. Finalmente, el 16 de julio, Lavalle atacó la posición de Echagüe en la batalla de Sauce Grande. Fue rechazado con graves pérdidas, pero esta vez fue Echagüe quien no supo aprovechar la ventaja: Lavalle trasladó su ejército hasta Punta Gorda –actualmente Diamante– donde lo embarcó en la flota francesa.
Los federales creyeron que se retiraría hacia Corrientes. Pero, en un movimiento audaz, Lavalle desembarcó en San Pedro, en la Provincia de Buenos Aires, desde donde avanzó hacia Buenos Aires. Esperaba apoyo de la población para entrar en la capital, pero ésta se mantuvo leal a Rosas: a medida que avanzaba hacia la ciudad, no encontraba más que enemigos. Llegó hasta Merlo, donde se detuvo. Mientras esperaba el pronunciamiento a su favor, Rosas organizó un campamento militar en Santos Lugares y, a sus espaldas, las fuerzas del general Pacheco se iban reforzando.
En el norte de la provincia apareció el ejército santafesino del gobernador Juan Pablo López. Lavalle decidió hacer lo que ya era inevitable, y utilizó a López como excusa: levantó su campamento y lo persiguió hasta su provincia.
Al retirarse Lavalle, estalló en Buenos Aires una sangrienta persecución de opositores, muchos de los cuales fueron asesinados, robados o arrestados por la Mazorca. Tras dos semanas de desmanes, la persecución cesó por completo por orden de Rosas. Esos días de "terror" se repetirían en abril de 1842, y cesarían también por orden de Rosas.
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