La historia de los judíos en Portugal está directamente relacionada con la del pueblo sefardí, una división que representa a las comunidades que se originaron en la península ibérica (actuales Portugal y España).
Ha habido poblaciones judías en Portugal desde mucho antes de que se estableciera como estado, en la época romana o incluso antes. Con la caída del Imperio romano, los judíos fueron perseguidos por los visigodos y otros reinos cristianos que controlaban la zona por aquel entonces.
En el 711 d.C, la conquista musulmana de la península ibérica fue vista por muchos judíos como una liberación y marcó el inicio de lo que se conocería como la época dorada de la cultura judía en la península ibérica; incluso aunque los judíos, así como los cristianos (los mozárabes del rito visigodo) fuesen considerados Dhimmi bajo las normas musulmanas y tuviesen que pagar una tasa especial.
Muy pronto, en el siglo VIII, los reinos cristianos de las zonas montañosas del norte de la península ibérica (Reino de Asturias) iniciaron una larga campaña militar contra Al-Ándalus, lo que se conoce como la Reconquista. Los cristianos usaban a los judíos, puesto que muchos sabían hablar árabe, para que ejerciesen como diplomáticos y como espías en una campaña que duró siglos.
El rey Alfonso I de Portugal le otorgó a Yahia Ben Yahi III el puesto de supervisor de recaudación de impuestos y lo nombró el primer jefe rabino de Portugal (un título que hasta entonces solo podía ostentar el rey de Portugal). El rey Sancho I de Portugal continuó con la política de su padre y nombró a Jose Ben Yahi, nieto de Yahi Ben Yahi, ayudante principal del reino. El clero, sin embargo, recordó las restricciones del Cuarto concilio de Letrán, lo que provocó que se presionase mucho a los judíos durante la época del rey Dionisio I de Portugal, pero el monarca adoptó una posición conciliadora.
Hasta el siglo XV, algunos judíos ocupaban puestos de gran importancia en la vida política y económica de Portugal. Así, Isaac Abrabanel fue el tesorero del rey Alfonso V de Portugal. Muchos de ellos también tuvieron un papel muy activo dentro de la cultura portuguesa y mantuvieron su reputación de diplomados y mercaderes. En aquella época, Lisboa y Évora eran un enclave importante para las comunidades judías.
En 1497, bajo la presión de la recién nacida Monarquía hispánica vecina, la Iglesia católica y los propios católicos portugueses, el rey Manuel I de Portugal decretó que todo los judíos debían convertirse al cristianismo o abandonar el país. Fueron malos tiempos para los judíos portugueses, sobre todo por la matanza de 5000 de ellos en Lisboa (1506), la deportación forzosa a Santo Tomé y Príncipe (donde todavía hoy en día hay una gran presencia judía) y el posterior establecimiento de la Inquisición portuguesa en 1536.
La Inquisición realizó su primer Auto da fe en Portugal en 1540. Al igual que la Inquisición española, concentraba sus esfuerzos en erradicar a los convertidos de otras fes (sobre todo del judaísmo) que no se uniesen a la restrictiva ortodoxia cristiana. Tal y como ocurrió en España, los inquisidores portugueses se cebaron con los nuevos cristianos, conversos o marranos. La inquisición portuguesa extendió sus operaciones desde Portugal a todo el Imperio portugués, incluyendo Brasil, Cabo Verde y Goa. Según Henry Charles Learef, entre 1540 y 1794, los tribunales de Lisboa, Porto, Coímbra y Évora quemaron a 1175 personas, se quemaron las representaciones de otras 633 y 29 590 tuvieron que hacer penitencia. Sin embargo, la documentación de, por lo menos, quince autos de fe de entre 1580 y 1640 (el período en el que Portugal estuvo bajo la Casa de Austria) desparecieron, por lo que los números reales pueden ser mayores. La Inquisición Portuguesa fue abolida en 1821 por las Cortes portuguesas.
La mayoría de los judíos portugueses, miles, fueron dejando poco a poco el país para dirigirse a Ámsterdam, Tesalónica, Constantinopla (Estambul), Francia, Marruecos, Brasil, Curação y las Antillas. En algunos de estos lugares, todavía se ve su huella, como en el uso de la lengua ladina de algunos judíos de Turquía, los dialectos basados en el portugués de las Antillas, o las múltiples sinagogas construidas por los que se conocen como judíos españoles y portugueses (así como la Esnoga de Ámsterdam).
De todas formas, muchos judíos permanecieron en Portugal. Un número significativo se convirtió al cristianismo como una simple formalidad, aunque algunos practicaban los ritos judíos en secreto. Estos conversos se conocían como cristianos nuevos y estaban continuamente bajo la vigilancia constante de la inquisición. Algunos de ellos, si no la mayoría, acabarían por abandonar el país con el paso de los siglos para volver más tarde, cuando ya podían practicar abiertamente la fe judía. Éste fue el caso, por ejemplo, de la familia Baruch Spinoza.
Algunos judíos, aunque muy pocos, como los judíos de Belmonte, tomaron una solución diferente y más radical: decidieron practicar su fe en una comunidad secreta, aislada y muy estricta que recibe el nombre de marranos. Una parte de ellos (básicamente solo la comunidad de Belmonte y algunas otras familias aisladas) sobreviven hoy en día practicando la endogamia y manteniendo muy poco contacto con el mundo exterior. Hace todavía poco tiempo que han restablecido el contacto con la comunidad judía internacional y que practican su religión en una sinagoga pública con un rabino formal.
En el siglo XIX, algunas familias adineradas de origen judío-sefardí, provenientes sobre todo de Marruecos, volvieron a Portugal (como los Ruah y los Bensaude)
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