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José Lezama Lima



¿Qué día cumple años José Lezama Lima?

José Lezama Lima cumple los años el 19 de diciembre.


¿Qué día nació José Lezama Lima?

José Lezama Lima nació el día 19 de diciembre de 1910.


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La edad actual es 113 años. José Lezama Lima cumplirá 114 años el 19 de diciembre de este año.


¿De qué signo es José Lezama Lima?

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¿Dónde nació José Lezama Lima?

José Lezama Lima nació en La Habana.


José María Andrés Fernando Lezama Lima (La Habana, 19 de diciembre de 1910 — ib., 9 de agosto de 1976) fue un poeta, novelista, cuentista, ensayista y pensador estético cubano.

Es considerado uno de los autores más importantes de su país y de la literatura hispanoamericana, especialmente por su novela Paradiso, una de las obras más importantes en la lengua castellana y una de las cien mejores novelas del siglo XX en ese idioma, según el periódico español El Mundo.[1]

Principal referente de lo que Severo Sarduy llamó neobarroco americano,[2]​ su obra se caracteriza por su lirismo y el uso de metáforas, alusiones y alegorías, asentada sobre un sistema poético que desarrolló en ensayos como Analecta del reloj (1953), La expresión americana (1957), Tratados en La Habana (1958) o La cantidad hechizada (1970).

Nació el 19 de diciembre de 1910 en el campamento militar de Columbia, en La Habana, siendo el segundo de los tres hijos de José María Lezama y Rodda, coronel de artillería e ingeniero, y de Rosa Lima Rosado. La profesión de su padre llevó a la familia a instalarse, primero, en la Fortaleza de La Cabaña, y más tarde a Florida, cuando el coronel Lezama se ofreció como voluntario en las tropas aliadas en la Primera Guerra Mundial. Su muerte a causa de una gripe en 1919,[4]​ marcó el carácter y la vocación del escritor:

En 1920, de regreso en Cuba, Lezama ingresó en el colegio Mimó, donde concluyó sus estudios primarios en 1921. Comenzó sus estudios de segunda enseñanza en el Instituto de La Habana, donde se graduó como bachiller en ciencias y letras en 1928.

La situación económica de la familia era difícil, por lo que en 1929 se trasladaron de la casa de su abuela, en Paseo del Prado 9, a una casa mucho más pequeña a pocas cuadras de distancia, en Trocadero 162, donde Lezama residió por el resto de su vida.[4]

El mismo año inició los estudios de Derecho en la Universidad de La Habana. Participó el 30 de septiembre de 1930 en los movimientos estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado, que provocaron la clausura de la casa de estudios. En 1935 publicó su primer trabajo, el ensayo Tiempo negado, en la revista Grafos, en la que al año siguiente se publica su primer poema titulado Poesía, al mismo tiempo que retomaba sus estudios universitarios.

El año 1937 fue especialmente significativo para Lezama, ya que publicó su primer poema de repercusión, Muerte de Narciso, y conoció a Juan Ramón Jiménez, con quien forjó amistad. Un año más tarde se recibió de abogado y apareció su obra Coloquio con Juan Ramón Jiménez.[4]

Entre 1937 y 1943 fundó tres revistas, Verbum (1937), Espuela de Plata (1939-1941) y Nadie parecía (1942-1944), y publicó el poemario Enemigo rumor. Por esta época conoció a los poetas Gastón Baquero, Eliseo Diego y Cintio Vitier, que más tarde integraron el Grupo Orígenes.

Dirigida por Lezama y José Rodríguez Feo, Orígenes fue una de las publicaciones culturales más importantes de Cuba en aquella época, alcanzó a publicar cuarenta números entre 1944 y 1956, y nucleó a un grupo de artistas e intelectuales entre los que se encontraban, entre otros, Gastón Baquero, Eliseo Diego, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Virgilio Piñera, Octavio Smith, Mariano Rodríguez y René Portocarrero. Entre los colaboradores extranjeros se encontraron Juan Ramón Jiménez, Aimé Césaire, Paul Valéry, Vicente Aleixandre, Albert Camus, Luis Cernuda, Paul Claudel, Macedonio Fernández, Paul Éluard, Gabriela Mistral, Octavio Paz, Alfonso Reyes y Theodore Spencer, entre otros.[6][7]

La actividad de Lezama en este período fue casi febril: además de dirigir y editar Orígenes, entre 1945 y 1959 fue funcionario en la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, publicó dos poemarios (Aventuras sigilosas y La fijeza), dos ensayos (Arístides Fernández y Analecta del reloj) y emprendió los dos únicos viajes que hizo fuera de la isla, el primero a México en 1949 y el segundo a Jamaica en 1950.[4]​ También, fue en esos años que publicó los primeros capítulos de su novela Paradiso, que no terminó hasta casi veinte años después.[8]

En 1954 una disputa entre Lezama y Rodríguez Feo provocó el alejamiento de este último de Orígenes, que solo publicó tres números más hasta su cierre dos años después.

En enero de 1957 dictó una serie de cinco conferencias en el Instituto Nacional de Cultura, que fueron recogidas en su libro La expresión americana, una de sus obras ensayísticas más importantes, y al año siguiente publicó Tratados en La Habana, colección de artículos y ensayos escritos entre 1937 y 1957.

Con el triunfo de la Revolución cubana, fue nombrado director del Departamento de Literatura y Publicaciones del Instituto Nacional de Cultura, desde donde dirigió importantes colecciones de libros clásicos y españoles.

En 1961 actuó como jurado del Premio Casa de las Américas, en la categoría de poesía, volviendo a participar en otras dos ediciones (1965 y 1967).[4][9]

En el marco de esa convocatoria conoció personalmente a Julio Cortázar en 1963, que había sido invitado como jurado en la categoría de novela, y con quien se escribía desde 1957, a partir de un ejemplar de Orígenes que le habían enviado al argentino. La amistad entre ambos autores fue uno de los encuentros más célebres y fructíferos entre dos figuras emblemáticas de la literatura hispanoamericana. Además de la correspondencia y las sentidas dedicatorias que el cubano le hizo,[10]​ la mutua admiración produjo un generoso intercambio crítico: Cortázar fue un gran difusor de la obra de Lezama gracias a su ensayo «Para llegar a Lezama Lima», incluido en su libro-collage La vuelta al día en ochenta mundos, publicado en 1967;[11]​ y a su vez, Lezama escribió el prólogo a la edición cubana de Rayuela, «Cortázar y el comienzo de la otra novela»,[12]​ recogido más tarde en La cantidad hechizada.[13]

El 12 de septiembre de 1964 sufrió un duro golpe con la muerte de su madre, con quien tenía un fuerte vínculo afectivo. Esta pérdida fue la segunda más importante de su vida, después de la de su padre, y lo acompañó por el resto de sus días, al punto de decir «Yo empecé a envejecer el día que murió mi madre».[14]

El 5 de diciembre del mismo año contrajo matrimonio con su secretaría, Maria Luisa Bautista. En 1965 ocupó el cargo de investigador y asesor del Instituto de literatura y lingüística de la Academia de Ciencias. Es en esa época cuando publicó su Antología de la poesía cubana en tres volúmenes.

En 1966 publicó su primera y única novela aparecida en vida, Paradiso. El laborioso proceso de escritura, que insumió diecisiete años, demuestra el carácter central que le otorgó Lezama a este texto dentro de su obra.[8]

Concebida como la síntesis y culminación de su sistema poético, la novela sigue la formación del poeta José Cemí, desde su infancia, remontando sus orígenes familiares, hasta sus años universitarios. Se trata de un texto complejo, no solo por su barroquismo y su exuberancia poética, sino también por su carácter heterogéneo, que combina elementos narrativos, poéticos y ensayísticos, en una obra de carácter iniciático y parcialmente autobiográfica, lo que ha llevado a algunos a considerarla como novela de aprendizaje.

La aparición de Paradiso representó un acontecimiento en el panorama literario de la época. Los más efusivos reconocimientos le llegaron del extranjero, contándose a Octavio Paz y Julio Cortázar entre los más entusiastas. El Nobel mexicano le escribió:

A José Lezama Lima, en La Habana.

Querido amigo:

Cortázar, por su parte, expresó:

También el crítico mexicano Carlos Monsiváis se pronunció al respecto, evidenciando la dificultad de encasillar la obra en el género novelístico:

Estos comentarios contrastaron con la dura crítica oficial, que con excepciones como Vitier o Carpentier, la calificó de «obra hermética, morbosa, indescifrable y pornográfica», especialmente por sus pasajes homoeróticos. Durante esta polémica (que incluyó el retiro de la novela de las librerías) fue fundamental el apoyo de Cortázar, quien logró que se publicara su ensayo «Para llegar a Lezama Lima» en la revista Casa de las Américas, lo que significó un respaldo importante para Lezama ante los ataques de los sectores más ortodoxos del gobierno.[18]​ Finalmente, la novela volvió a ser publicada, autorizada por Fidel Castro.[19]

En 1968, la editorial mexicana Era publicó una edición revisada y corregida de la novela, ilustrada por René Portocarrero y al cuidado de Cortázar y Monsiváis, enmendando las erratas de la descuidada edición cubana.[8]​ El mismo año, Lezama formó parte del jurado del Premio Julián del Casal, fallando a favor del poemario Fuera del juego de Heberto Padilla, contraviniendo el veredicto de la UNEAC, lo que profundizó aún más la distancia entre el escritor y las autoridades culturales oficiales.[20]

A pesar de ya no contar con el apoyo oficial, Lezama siguió vinculado a la Casa de las Américas, por tercera y última vez como jurado del Premio de poesía en 1967 y como asesor literario en 1969; también llegó a publicar su Poesía completa y los volúmenes Las imágenes posibles y La cantidad hechizada, que recogían ensayos escritos en años anteriores.[4]

El episodio conocido como Caso Padilla en 1971 marcó el comienzo del llamado Quinquenio gris (1971-1976),[21]​ un período en el que el intento de imponer el realismo socialista desde los organismos culturales oficiales provocó una ola de persecución y censura a escritores y artistas considerados "contrarrevolucionarios",[22]​ como Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas y el propio Lezama, quien desde entonces sufrió un ostracismo público, con la prohibición de la edición de sus obras o la mención de su nombre en los medios.[23]​ Posteriormente, las autoridades rectificaron esa posición, con la reedición de la obra de los autores censurados y la difusión de trabajos críticos y homenajes.[24]

De esos años de exilio interno da testimonio la correspondencia que Lezama mantuvo con su hermana Eloísa.[25]​ Cuando en 1972 le otorgaron el Premio Maldoror de Poesía en Madrid y el premio a la mejor obra hispanoamericana traducida al italiano por Paradiso, Lezama no pudo ir a recoger ninguno de los dos galardones:

Con frecuencia, las quejas apuntaban a la negativa del gobierno a autorizar su salida del país:

La salud de Lezama, asmático de toda la vida, comenzó a desmejorar en sus últimos meses, por sus hábitos de fumador y su obesidad. El 8 de agosto de 1976 fue ingresado al Hospital Calixto García a raíz de una infección pulmonar que había desarrollado, pero falleció en la madrugada a causa de un infarto provocado por su debilitado estado general. No obstante, existen controversias respecto a la atención recibida. Mientras que el doctor que acompañó a Lezama en sus últimas horas, José Luis Moreno del Toro, hace recaer parte de la culpa en el mismo Lezama (dado que este rehusó ser hospitalizado un día antes cuando ya se tenía todo listo), se especula con que la atención recibida en el hospital no fue la adecuada, y que el equipo médico que recibió al escritor no supo tratar la situación.[28][29]

Fue enterrado al día siguiente en el sepulcro familiar del Cementerio Colón, junto a sus padres.[30]​ Un año después apareció su novela póstuma e inacabada, Oppiano Licario, secuela de Paradiso; y en 1978 Fragmentos a su imán, su último poemario, con un prólogo de Cintio Vitier. La edición mexicana, nuevamente a cargo de Era, llevó un poema-prólogo de Octavio Paz.

Resulta imposible brindar una exposición completa y detallada de la poética lezamiana, dado lo vasto de sus influencias y lo complejo de su entramado. Por consiguiente, lo que sigue es una síntesis de algunos de sus elementos más importantes, con fines meramente orientativos.

Lejos de pensarse como una mera teoría literaria, la de Lezama es una cosmovisión, una visión del mundo de trazos neoplatónicos con tintes panteístas en la que el Eros o el Amor Universal, Dios, establece una armonía entre todos los seres. La vida, entonces, no sería otra cosa que una búsqueda por aprehender la fijeza, la esencia única del mundo en el permanente devenir temporal. Para Lezama, Dios emana al mundo de su propia sustancia, pero se encuentra en una esfera superior al ámbito del mundo e inaccesible para el hombre.[37]

Dentro de esta cosmovisión, que Lezama denominó sistema poético del mundo, el concepto de imagen ocupa un lugar central, especialmente la imagen poética. Lezama piensa a la poesía como un camino de perfección espiritual, una ascesis, ya que esta permitiría acceder a la contemplación de la fijeza o esencia del mundo. Y dado que el instrumento de la poesía es la palabra, esta debe usarse de una forma que la haga trascender de su inmediato fin comunicativo, debiendo ser transmutada en imagen, por lo que los textos de Lezama trabajan sobre una compleja serie de asociaciones de imágenes y alusiones, que el lector debe ir reconstruyendo. Así, el barroquismo poético lezamiano no responde a un mero alarde retórico, sino una condensación de imágenes y sentidos que busca aprehender el sentido del mundo, la imagen pura y esencial.

A partir de esta concepción de la imagen y la poesía, Lezama postula otro concepto relevante en el corpus de su obra: las eras imaginarias, que enuncia parcialmente en La expresión americana, pero desarrollará más en profundidad en ensayos posteriores. Las eras imaginarias no siempre coinciden con la continuidad cronológica de la historia, sino que se trata de momentos o individuos que logran trascender su momento y su época, y acceder a un plano superior, de la imago poética. Como escribió Lezama en «A partir de la poesía»:

Alvina Camacho-Gingerich define a las eras imaginarias como «circunstancias, conceptos, períodos excepcionales, que al ser atrapados por la imaginación e imagen poéticas se hacen arquetípicos y, por tanto, vivientes, eternos y universales», cuyos rasgos más sobresalientes son «lo fabuloso, lo maravilloso o sobrenatural, lo incondicionado, lo distinto y un afán de integración e incorporación en una totalidad o unidad».[39]

En el mismo estudio, y siguiendo a Lezama, la autora menciona las siguientes eras imaginarias:

El intento más temprano de Lezama Lima por ensayar una teorización sobre la condición americana data de 1937, cuando tuvo lugar su Coloquio con Juan Ramón Jiménez, publicado un año después en la Revista Cubana y recogido mucho más tarde en Analecta del reloj. En su encuentro con el poeta español, Lezama desarrolla una reivindicación de la «insularidad» cubana, entendida esta no como una condición geográfica sino en el plano de la sensibilidad poética. Así, Lezama distingue entre una sensibilidad insular y una sensibilidad continental, representadas por Cuba y México respectivamente.

Al efecto interiorizante que le otorga Juan Ramón a la condición insular, Lezama le contrapone un universalismo optimista: la isla no es un espacio que conduce a la introspección y al desaliento, o que condena al aislamiento cultural (visión que expresa Virgilio Piñera en La isla en peso), sino un espacio privilegiado de tránsito y encuentro, un espacio de creación de una expresión mestiza.[41]​ Con estas ideas, Lezama buscaba proponer el carácter insular como un elemento constituyente de la cubanidad, de la identidad nacional. Esta singularidad de Cuba la colocaría, junto a México y Argentina, como ejes de la identidad americana:

Pero no sería hasta veinte años después que estas ideas cristalizarían en el ciclo de conferencias La expresión americana (1957). En esta obra, Lezama hace una relectura de la historia americana en clave poética, dándole un lugar central al arte barroco, una postura que lo acercará a Alejo Carpentier, el otro autor cubano defensor de este movimiento como clave para explicar la condición americana. No obstante, la visión de Lezama se diferencia notablemente de la del autor de El reino de este mundo.

Carpentier busca inscribir la singularidad latinoamericana en una suerte de continuidad histórica de diferentes épocas y culturas, a través de la "teoría de los contextos", desarrollada en el ensayo Problemática de la actual novela latinoamericana,[43]​ por lo que sostiene que el barroco no es solo un movimiento artístico surgido en Europa en el siglo XVII, sino que se trata de «una suerte de pulsión creadora», una constante que se repite cíclicamente a lo largo del tiempo, dado que «toda simbiosis, todo mestizaje engendra un barroquismo».[44]​ Se trata de una concepción mucho más abarcativa, que diluye la esencia de lo barroco en manifestaciones tan diferentes como la arquitectura rusa, la literatura francesa, la cultura hindú, etc.

Lezama rechaza esta concepción universalista y transhistórica, ya que no le interesa ubicar la singularidad americana en relación con culturas de otras latitudes (no confundir con las eras imaginarias, dado que éstas no están unidas por una estética en común), sino indagar su carácter y su naturaleza. Para Lezama el barroco es una expresión puramente americana e ibérica, resultado del mestizaje. En su ensayo «La curiosidad barroca» describe dos rasgos propios del barroco americano: la tensión y el plutonismo. La tensión se refiere a una forma de organizar los elementos que no se queda en la mera acumulación, sino que produce un contrapunto a partir de la contraposición de estos, contrapunto que busca ser resuelto en una unificación superadora, manifestada en la cultura mestiza. El plutonismo, por su parte, no es un concepto que tiene connotaciones tanáticas, sino que se refiere a la capacidad de crear algo nuevo a partir de la fusión de elementos opuestos y fragmentarios.[45]​ Es por esto que Lezama define al barroco americano como un «arte de la contraconquista», expresión en la que la crítica brasilera Irlemar Chiampi ve una orientación política:

En suma, Lezama coincide con Carpentier en reconocer la importancia de la influencia hispánica, pero restringe el concepto de barroco al ámbito americano, al mismo tiempo que lo actualiza y lo considera un continuo devenir en permanente mutación. Si Carpentier atribuye a lo americano los rasgos de lo real maravilloso como signos de identidad ya cerrada y hecha, Lezama sostiene que lo barroco, por su mismas características (tensión y plutonismo) se renueva y se actualiza a cada momento, incluso en la actualidad.

Estas ideas serían posteriormente retomadas y reelaboradas por diferentes autores, especialmente por Severo Sarduy, que propuso el concepto de neobarroco a partir de las ideas de Lezama, pero puede notarse en otros escritores cubanos, como Reinaldo Arenas y, más recientemente, Fernando Velázquez Medina y Froilán Escobar.

Una interpretación diversa de La expresión americana, con el explicativo subtítulo añadido de "Un Tratado de Estética aplicada", es la elaborada por Aullón de Haro en el estudio que antepuso a su edición de la obra en 2020.[47]​ Este estudio viene a su vez fundamentado en el examen estrictamente filosófico realizado por el mismo crítico diez años antes en su reconstrucción del premeditado laberinto del pensamiento lezamiano mediante la selección de textos netamente teoréticos del autor con el título de Escritos de Estética.[48]​ De esta manera el potente y diseminado laberinto teórico de Lezama es nítidamente reconstruido como Estética para la cultura tanto americana como europea u occidental, incluso en el sentido de una genial alternativa, subsiguiente a la obra crítico-filológica de Curtius y paralela a la estética de la segunda mitad del siglo XX.



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