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Movimiento feminista



El feminismo es un movimiento político y social, una teoría política y una perspectiva filosófica que postula el «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre».[1]​ El feminismo lucha por el reconocimiento de las mujeres como sujetos humanos y sujetos de derecho y sostiene que ningún ser humano debe ser privado de ningún bien o derecho a causa de su sexo. Busca conseguir que las mujeres tengan iguales libertades que los hombres​ y busca eliminar la dominación y violencia de los varones sobre las mujeres.​ Surgió alrededor del siglo XVIII con la publicación de la obra Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft en 1792, y ha tenido un importante desarrollo teórico, político y filosófico desde entonces. El feminismo centra su análisis en el rol del patriarcado en estructurar las relaciones desiguales de poder entre varones y mujeres. El feminismo realiza una crítica de la visión androcéntrica de la sociedad, a la que busca transformar para conseguir sus objetivos de una sociedad más justa e igualitaria. Como movimiento social ha buscado promover los derechos de las mujeres, incluyendo derechos civiles y políticos como votar y ocupar cargos públicos; derechos económicos como recibir igual remuneración por igual tarea, ejercer las potestades propias del derecho privado, tales como suscribir contratos, derechos sociales como recibir una educación, ejercer sus derechos reproductivos y proteger a otras mujeres de diferentes formas de violencia como el abuso, el acoso sexual y la violencia doméstica. El feminismo además ha jugado un rol importante en denunciar y cambiar los estereotipos de género. A medida que el movimiento feminista adquirió relevancia en el mundo académico, fue generando un cuerpo teórico que ha dado lugar a la aparición de disciplinas como, por ejemplo, la geografía feminista, la historia del feminismo o los estudios de género. La filosofía política feminista sirve como campo para desarrollar nuevos ideales, prácticas y justificaciones sobre cómo deberían organizarse y reconstruirse las instituciones.

Como movimiento social formado por grupos organizados, el feminismo se ha desarrollado en una sucesión de etapas o fases, a las se ha denominado «olas». En cada fase u «ola» se han desarrollado ideas y conceptos, teorías, estrategias, acciones y corrientes muy diversas, por lo que se utiliza, en algunos casos la noción de «feminismos» para denotar esa diversidad.​ Como movimiento de transformación de la sociedad, tiene una vocación de influencia sobre la forma en la que se conceptualiza la realidad y en el discurso científico.

Aunque el tema de la igualdad se trataba en publicaciones del siglo XVII, como De l'Égalité des hommes et des femmes (1622), de Marie Le Jars de Gournay o De l'Egalité des deux sexes (1673), de François Poullain de la Barre, el neologismo francés féminisme se formó a finales del siglo XIX, a partir de la palabra latina «femina» y el sufijo «isme». El primer uso del término, aunque con un significado distinto, se produce en 1871, cuando un estudiante de medicina, Ferdinand-Valérie Fanneau de la Cour, lo utilizó en su tesis, Du fèminisme et de l'infantilisme chez les tuberculeux (Del feminismo y el infantilismo en los tuberculosos), para referirse a la patología que aquejaba a los varones que sufrían de este mal. Según su tesis, se producía una detención del desarrollo del cuerpo, lo que derivaba en el debilitamiento del individuo enfermo, y, finalmente, se presentaba una feminización del cuerpo masculino. Es poco probable, sin embargo, que se diseminara este término, tanto por su contexto como por la coyuntura en el que se produce.[2]

Meses después, en 1872, Alexandre Dumas hijo, escritor y dramaturgo, retomó el término, ahora con un sentido político, en sus panfletos «Feminismo» y «El hombre-mujer» para desprestigiar a los varones que apoyaban decididamente el movimiento de mujeres que demandaban el acceso a sus derechos ciudadanos. Según la historiadora y filósofa francesa Geneviéve Fraisse, Dumas utilizó el término feminismo en el marco de un debate sobre temas como el adulterio y el divorcio.[3]​ No fue hasta la década de 1880, cuando Hubertine Auclert, sufragista francesa, retomó el término, ahora con una connotación dirigida a los movimientos que buscaban la justicia social y política para las mujeres.[4]

Por su parte, el Diccionario de la lengua española recoge por primera vez el neologismo en 1914 y no modifica la definición hasta 1992[cita requerida] (del latín femĭna, mujer, hembra, e -ismo).[1]​ Hasta esta fecha ha definido feminismo como «doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los varones». En su segunda acepción, es el movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los varones. Esta segunda acepción la incorpora la edición de 1992.[1]

Se reconocen varias modalidades de feminismo, entre otras: el feminismo cultural, el feminismo liberal, el feminismo radical, el ecofeminismo, el anarcofeminismo, el feminismo de la diferencia, el feminismo de género, el feminismo de la igualdad, el feminismo marxista, el feminismo socialista, el feminismo separatista, el feminismo filosófico, el feminismo islámico, y el feminismo lésbico. Todo ello hace que se hable de «feminismos» (en plural) y no de un solo «feminismo». En esta línea, se define feminismo como el conjunto heterogéneo[5]​ de ideologías y de movimientos políticos, culturales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre varones y mujeres.

Los estudios feministas europeos, entre los que destacan los que se realizan en idioma español, distinguen como primera fase la del feminismo e Ilustración, también llamada la polémica feminista.

Una de las primeras mujeres filósofas con principios feministas fue Hiparquía, esposa de Crates de Tebas. Era miembro de la escuela cínica, por lo que se despojó de sus posesiones, familia y comportamiento acuerdo a la sociedad, dejó el rol tradicional dado a la mujer y comenzó a vestir ropa de hombre a modo de no seguir las tradiciones de la sociedad griega. Teodoro el Ateo, que se reía de ella, le preguntó por qué no se dedicaba a las tareas propias de su sexo. Hiparquía, consciente de lo que podía haber de revolucionario en su actitud, le respondió: «¿Crees que he hecho mal en consagrar al estudio el tiempo que, por mi sexo, debería haber perdido como tejedora?».[6]

Si bien las polémicas sobre la mujer se remontan hasta la Edad Media y aunque arrancan con el preciosismo, siendo de destacar la obra de Poullain de la Barre (1673), es en el siglo XVIII cuando la polémica sobre igualdad y diferencia entre los sexos se plantea con un discurso crítico, a través de la filosofía de la Ilustración, que era contemporánea. El detonante fue la publicación de la obra Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft (1792). La segunda ola fue el feminismo liberal sufragista, centrado en el derecho al sufragio y a la educación. Fue un interregno, después de las Guerras, con la llamada mística de la feminidad. La tercera ola comienza en los años setenta con lo que las feministas llamaron «el malestar que no tenía nombre», y el análisis del patriarcado, los techos de cristal, así como la situación de las mujeres en el resto del planeta donde no se reconocen los derechos humanos que se declararon universales e inalienables. En esta tercera ola sigue el feminismo, que es un internacionalismo, en la segunda década del siglo XXI.[7]

Otra cronología distingue[8][9]​ la primera ola, que apareció a finales del siglo XIX y principios del XX y se centró mayormente en el logro del derecho al sufragio femenino; la segunda ola aparece en los años 60 y 70 y se centra en la liberación de la mujer; por último, la tercera ola comienza en los años 1990 y se extiende hasta hoy en día, y constituye una continuación y una reacción a las lagunas que se perciben en el feminismo de la segunda ola.[10]

Se denomina protofeminismo o feminismo premoderno[11]​ a las protestas expresadas por mujeres como «memorial de agravios»[12]​ y a la defensa de las mujeres que se llevó a cabo en el contexto de las polémicas sobre mujeres, durante la época que precede a La Ilustración y que se remonta hasta la Edad Media.[11]​ Este feminismo premoderno no surge del discurso de exaltación de las virtudes femeninas que es parte de la tradición europea del siglo XIII conocida como Amor cortés.[13]​ Tampoco es un discurso que reivindique la igualdad entre los sexos, pues se mueve en el marco de una sociedad estamental en la que rige el prejuicio de que es por voluntad divina que existan diferentes «estados» y diferentes formas de servir al amo, según los sexos.

Según Simone de Beauvoir, la primera mujer que utilizó una pluma para defender a las mujeres fue Christine de Pizan, quien en el siglo XV escribió, entre otras obras, la que tituló como Ciudad de Damas y la que publicó bajo el título Epître au Dieu d'Amour (Epístola al dios del amor).[14]

Ahora bien, esta defensa no se ajusta completamente al concepto de feminismo nacido con la Ilustración, al feminismo moderno, que trasciende de la mera enumeración de agravios y entra en el terreno de la vindicación de la mujer y la crítica racionalista de las estructuras sociales.

Salvo excepciones, los principales autores varones de la Ilustración relegaron el papel de la mujer en la modernidad. Tanto Rousseau como Kant consideraban que las mujeres, al igual que los niños, estaban excluidas «por naturaleza» del derecho de ciudadanía.[15]Celia Amorós estudió el tema, señalando que aunque el feminismo se encontraba ínsito en «la cara romántica de la Ilustración», registrando importantes iniciativas aún desde sus etapas más tempranas, sería finalmente una «senda no transitada», que llevó a que el pensamiento feminista sea habitualmente ignorado en los estudios sobre del movimiento ilustrado.[15]

Entre los intentos más notables de incluir igualitariamente a las mujeres en el movimiento racionalista, se encuentran los clubes de mujeres en la Revolución francesa y la publicación en 1791 de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, redactada por Olympe de Gouges, con el fin de completar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada dos años antes por la Asamblea Nacional Constituyente de Francia. Pero aquellos intentos fueron «brutalmente acallados», en la expresión de Amorós, como lo evidenció la prohibición de los clubes de mujeres y la ejecución de Olympe de Gouges.[15]

Se genera cierta literatura de carácter liberal a favor de la mujer: John Stuart Mill o Nicolas de Condorcet van a ser ejemplos de líderes (varones) que defienden los derechos de la mujer, pero el vacío y aparente olvido de la relegada figura de la mujer dentro del estado liberal, que perdura hasta el siglo XX, no va a ser denunciado hasta la aparición de autoras como Mary Wollstonecraft autora de Vindicación de los derechos de la mujer, que rompe con la tónica de las obras escritas hasta el momento por mujeres, descritas como «memorial de agravios» y pasa a la «vindicación», componente esencial del feminismo.[17]

En el Imperio español también hubo expresiones feministas ligadas a la Ilustración. Benito Jerónimo Feijoo escribió el discurso "Defensa de mujeres", considerado el primer tratado del feminismo español. Josefa Amar y Borbón en la Real Sociedad Aragonesa de los Amigos del País, defendiendo la equidad de las mujeres ante el hombre. Una de sus obras disponibles actualmente en internet, es el Discurso en defensa del talento de las mujeres:

La segunda fase o primera ola del feminismo se refiere al movimiento feminista que se desarrolló en Inglaterra, Estados Unidos y otras partes del mundo como Iberoamérica a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX.

Originariamente, se concentró en la obtención de igualdad frente al varón en términos de derecho de propiedad e igual capacidad de obrar, así como la demanda de igualdad de derechos dentro del matrimonio. A finales del siglo XIX, los esfuerzos se van a concentrar en la obtención de derechos políticos, en concreto el derecho al sufragio.[19]

En las décadas de 1830 y 1840 se destaca en el movimiento socialista francés, la peruana Flora Tristán, con obras como La emancipación de la mujer, considerada como precursora del movimiento feminista moderno.

Un hito del feminismo es la Convención de Seneca Falls en Nueva York en 1848, donde trescientos activistas y espectadores se reunieron en la primera convención por los derechos de la mujer en Estados Unidos, cuya declaración final fue firmada por unas cien mujeres. Durante ese tiempo, los sansimonianos defendían la emancipación de la mujer.[20][21]​ En este grupo se encontraban las mujeres como Angélique Arnaud, Caroline Simon y Claire Démar.[22][23]

Al iniciarse el siglo XX aparecen en el Reino Unido las suffragettes, activistas por los derechos cívicos de las mujeres, en particular el derecho al sufragio. El movimiento fue liderado por Emmeline Pankhurst y numerosas autoras y activistas, en su mayor parte de Estados Unidos y Reino Unido, que van a llevar el feminismo al terreno del activismo, especialmente en un contexto de vindicación de igualdad de derechos frente al Estado.

Los acontecimientos históricos del momento, especialmente la abolición de la esclavitud, van a ser muy influyentes en el devenir del movimiento feminista, pudiendo encontrar una correlación entre la lucha por la abolición y la lucha por los derechos de la mujer: muchas de las líderes de esta primera corriente son esposas de líderes abolicionistas.

Una vez conseguida la abolición, se van a producir contactos entre las feministas y las mujeres negras, poniéndose de relieve las grandes diferencias en la situación de las mujeres blancas de clase media-alta, las únicas feministas hasta el momento, con las mujeres negras. Este encuentro lo personaliza la figura de Sojourner Truth y su discurso Ain't I a Woman? (1851). Las diferencias y características específicas de los problemas de la mujer negra junto con los de las mujeres obreras (un grupo que va a comenzar a hacer aparición) van a generar fricciones y problemas como por ejemplo, la incompatibilidad del modelo femenino de la mujer obrera con el de las pioneras del feminismo.

Autoras y activistas importantes de la primera ola del feminismo son: Lucretia Mott, Lucy Stone, Elizabeth Cady Stanton, y Susan B. Anthony, muchas de ellas vinculadas al abolicionismo e influenciadas por el pensamiento cuáquero. El carácter del feminismo predominante en ese momento vindica la mujer a través de cualidades positivas consideradas femeninas como la templanza, la vida piadosa o la abstención de beber alcohol. Sin embargo, esta vindicación de la mujer a través de la templanza no es menoscabo para enérgicas protestas y un activismo beligerante, con acciones como encadenarse en lugares públicos, romper escaparates, huelgas de hambre, desobediencia civil o actos desesperados y extremadamente peligrosos como tirarse delante del caballo del rey durante una carrera.

En Argentina la anarquista Virginia Bolten lidera un movimiento feminista sindical alrededor del periódico La Voz de la Mujer (1896-1899), publicado bajo el lema «Ni Dios, ni patrón, ni marido». Pocos años después Bolten integró la mesa de conducción de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Instalada en Uruguay participó del movimiento que conquistó el derecho al sufragio para las mujeres (primero de un país iberoamericano) y el divorcio.[24]

La abolición de la esclavitud va a llegar pero, para decepción de las mujeres, la igualdad de raza no se extiende a la igualdad de género, de modo que el movimiento feminista va a tener que buscar un camino propio, separándose del movimiento abolicionista. Tras grandes esfuerzos, se conseguirá el derecho al sufragio en 1918, cuando en Inglaterra se regula el voto para mujeres mayores de treinta años y poseedoras de una casa. En Alemania se consigue el sufragio en noviembre de 1918. En 1928, la edad para votar se equipara a la de los varones. Por su parte, en Estados Unidos, la Decimonovena Enmienda de 1920 otorga derecho al voto en todos los estados del país. La mayor parte de los grandes estados europeos van a tomar medidas semejantes con algunas excepciones como Francia o Italia, que aún postergarán unos veinte años el derecho al sufragio femenino.

Con la consecución de la igualdad de iure, la primera ola va a perder su razón de ser, tras un periodo de poca actividad en lo que a feminismo se refiere. Aparecerán nuevas corrientes feministas, centradas en el progreso e igualdad social y cultural de la mujer y para diferenciarlas, se les va a calificar como la «Segunda ola», nombrando de forma retrospectiva a la «Primera ola».

La rumana Sarmiza Bilcescu (27 de abril de 1867-26 de agosto de 1935) fue la primera mujer de Europa licenciada en derecho por la Universidad de París y fue la primera mujer en el mundo que consiguió un doctorado de Derecho, con una tesis titulada Sobre la condición jurídica de la madre (1890), donde mostraba todas las contradicciones y la carencia de derechos de las mujeres y, muy especialmente, de las madres.

Elisa Leonida Zamfirescu (1887-1973) fue la primera mujer ingeniero del mundo. En 1909 se inscribió en la Academia Real Técnica de Berlín, «Charlottemburgen», y se graduó en 1912. Al registrarse, el decano trató de convencerla de que renunciara, citando «las tres kas» («kirche, kinder, küche», «iglesia, niños, cocina») que definían el perfil de la mujer en aquella época. Los directores de la Academia estaban situados ante una situación nueva: era la primera candidata de la historia de la Academia, pero escribía y hablaba perfectamente el alemán y tenía conocimientos sobresalientes de matemáticas, física y química. Finalmente, la aceptaron.

La Segunda Ola Feminista, del Movimiento de la Mujer o de liberación de la mujer hace referencia un período de actividad feminista que comienza a principios de los años 1960 y dura hasta los años 1990 del siglo XX.

Así como la primera ola del feminismo se enfocaba principalmente en la superación de los obstáculos legales (de jure) a la igualdad legal (sufragio femenino, derechos de propiedad, etc.), la segunda ola tenía una amplia variedad de temas: la desigualdad no-oficial (de facto), la sexualidad, la familia, el lugar de trabajo y quizá de forma más controvertida, los derechos en la reproducción.[25]

En esta etapa se encuentra la Segunda Guerra Mundial, donde compañías como Westinghouse Electric hicieron carteles que animaban a las mujeres a trabajar en los puestos que los hombres habían dejado vacíos al marchar a la guerra, es decir, propaganda de guerra para invitar a las mujeres a unirse a la fuerza laboral, o que de la misma forma no eran para la contratación, sino para exhortar a las mujeres ya contratadas a trabajar más duro. Pero la verdad es que la intención de promover la idea de la mujer trabajadora fue creada con la idea de que cumplieran con su obligación de esposas llenando los puestos de trabajo dejados por sus maridos para ir a la guerra, casi como si se tratara de un deber patriótico. De aquí salió el cartel de Rosie the Riveter o también llamado We Can Do It, que actualmente constituye un símbolo del feminismo contemporáneo más allá de que, de la misma forma en que surgió este cartel, surgieron muchos otros al final de dicha guerra, cuando muchas mujeres fueron prácticamente forzadas a renunciar y volver a «sus verdadera obligaciones»: limpiar, cocinar, cuidar de los niños, etc., ya que los hombres iban a volver a ocupar los puestos. Así, constituye una paradoja para el feminismo.

Simone de Beauvoir, con su libro El segundo sexo, Betty Friedan con La mística de la feminidad, Kate Millett con Sexual Politics o Shulamith Firestone con La dialéctica del sexo son algunas de las autoras más representativas de esta corriente de pensamiento. Termina en los años noventa con la llegada de la tercera ola, con caracteres posmodernos, que diversifica de forma radical el feminismo, tanto en sus visiones como en sus propuestas.

Feminismo de tercera ola es un término identificado con diversas ramas del feminismo cuyo activismo e investigación en Estados Unidos comienza en 1990 y se extiende hasta el presente. El movimiento surgió como una respuesta a los fallos percibidos en el llamado Feminismo de segunda ola: la toma de conciencia de que no existe un único modelo de mujer, por el contrario, existen múltiples modelos de mujer, determinados por cuestiones sociales, étnicas, de nacionalidad, clase social, orientación sexual o religión.[26]

Esta corriente se aleja del esencialismo y las definiciones de feminidad, asumidas en ocasiones como universales y que sobrestimaban las experiencias de la clase media-alta de raza blanca norteamericana. Las interpretaciones dadas al género y al sexo son esenciales dentro de la tercera ola, caracterizándose por su posestructuralismo. La variedad de enfoques, propuestas, visiones de los problemas de esta corriente y la carencia de un objetivo común claro refleja el carácter posmodernista de la tercera ola del feminismo que incorpora múltiples corrientes del feminismo teniendo componentes de la teoría queer, del antirracismo, teoría post colonial, ecofeminismo, transexualidad, o la visión positiva de la sexualidad, entre otros.

El replanteamiento del feminismo de tercera ola se manifiesta por ejemplo en que algunas feministas de esta corriente tienen una percepción diferente de la sexualidad femenina y han replanteado las posturas ante el trabajo sexual o la pornografía de la segunda ola del feminismo.[27]

Las feministas de tercera ola se centran en la «micropolítica» y desafían el concepto de lo que es bueno o malo para la mujer de la segunda ola.[28][29][30]

La tercera ola del feminismo surgió como respuesta a la segunda ola, pero algunos acontecimientos marcaron el comienzo de esta corriente, como por ejemplo el caso de Anita Hill, una mujer que denunció por acoso sexual a Clarence Thomas, nominado para el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Thomas negó las acusaciones y tras extensas deliberaciones, el Senado votó 52 a 48 a favor de Thomas.[29][31]​ Como respuesta a este caso, Rebecca Walker publicó un artículo titulado Becoming the Third Wave (Convertirse en la tercera ola) en el cual declaró: «I am not a post-feminism feminist. I am the third-wave» («no soy una post-feminista, soy la tercera ola»),[9]​ Otro hito en la historia de la tercera ola son los debates llamados «Guerras feministas por el sexo», considerados a veces como el inicio de la tercera ola, constituyeron una serie de encendidos debates en torno a las posturas ante el sexo, la prostitución, el sadomasoquismo y la transexualidad que enfrentaron al movimiento feminista de la tercera ola con la comunidad feminista lésbica.[32][33][34][35][36]

El feminismo ha conllevado importantes cambios en parte del mundo; gracias a su influencia, en muchas sociedades las mujeres han logrado el acceso a la educación, el ejercicio del derecho al sufragio activo y pasivo, la protección de sus derechos sexuales y reproductivos —incluyendo, en algunos países, la interrupción voluntaria del embarazo— entre muchos otros que configuran la noción de ciudadanía en la democracia. Unas de las aportaciones más importantes del feminismo es el edificio teórico que han construido las diferentes autoras a lo largo de siglos; la teoría feminista ha introducido en la sociedad y en el mundo académico, multitud de nuevos conceptos y áreas de estudio que, de no ser por la vitalidad del movimiento feminista, no habrían aparecido. Entre estos podemos destacar ejemplos como los estudios de género, la crítica literaria feminista, la teoría y crítica feminista de cine, la teoría legal feminista.[cita requerida]

El feminismo ha tenido una importante repercusión en la legislación de gran parte de países del mundo e influido amplias áreas del ordenamiento jurídico, con leyes contra la violencia de género o leyes de paridad electoral: por poner algunos ejemplos, cabe mencionar la Ley 581 de 2000 en Colombia que impone una cuota mínima del 30 % de mujeres; la Ley 7142 de 1990 de Costa Rica que impone un mínimo del 40 %; el Código Federal de Procedimientos Electorales de México que limita al 70 % la presencia de cualquiera de los sexos; la Ley para la Igualdad efectiva de mujeres y hombres en España (2007) que establece la obligación de paridad, o la resolución del Consejo Electoral Venezolano de 2008, que obliga a que las postulaciones de los partidos tengan un 50 % de mujeres,[38]​ y la Ley de Paridad de Género en Ámbitos de Representación Política de 2017 en Argentina. En Chile el presidente Gabriel González Videla, firmó la Ley N.º 9292, que otorgó el sufragio pleno de la mujer.[39]

Sin embargo, en ningún país del mundo se ha logrado igual salario por igual trabajo,[40]​ el aborto espontáneo sigue siendo causa de muerte de muchas mujeres en el mundo (tercera causa de mortalidad materna en el mundo[41]​) y aún hay muchos países donde las mujeres no tienen derecho a votar en igualdad con los varones.[42]​ Al respecto, la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, comentó que, a fecha de 2015, los avances desde finales del siglo XX se habían producido de forma desigual y no se había alcanzado una situación de igualdad en ningún país.[43]

En 2017 «feminismo» fue declarada palabra del año por el diccionario estadounidense Merriam-Webster revelando que en 2017 las búsquedas de este término se incrementaron un 70 % respecto al ejercicio anterior.[44]​ Analistas consideran que los movimientos feministas están en expansión[45]​ señalando como ejemplos el movimiento Ni una menos en Hispanoamérica, la Marcha de las Mujeres de enero de 2017 en Washington o el impacto del movimiento Me Too («Yo también») iniciado con las acusaciones de abuso sexual contra el productor de cine estadounidense Harvey Weinstein por parte de diversas mujeres publicada el 5 de octubre de 2017 por The New York Times[46]​ y que se ha extendido en otros países.[45]

El amplio conjunto de conceptos, tecnicismos, que utiliza el feminismo tiene un enfoque muy concreto que se debe conocer para poder interpretar la teoría feminista de forma adecuada, algunos de los más importantes son:

El concepto de patriarcado es central dentro de la crítica racionalista a la sociedad que, como regla general, hace el feminismo. Antes de ser reformulado por la teoría feminista, el significado de este término se correspondía exactamente con su etimología: la palabra «patriarca» se compone de las palabras griegas «άρχω» (mandar) y «πατήρ» (padre)[48]​ y desde antiguo denominó a la organización social que otorga la primacía a la parte masculina de la sociedad, e institucionaliza la influencia del padre de familia.[49][50]

La introducción del concepto «patriarcado» en el debate feminista se debe a Kate Millett, en su libro Sexual Politics (1970), y hoy en día es un componente esencial de casi todos los enfoques del feminismo, en particular, del feminismo radical. Dentro de la teoría feminista, el patriarcado ha pasado a significar el dominio del orden social por los varones, que se manifiesta de innumerables formas, creando un estado de cosas que configura, de forma exterior a las mujeres, todos los aspectos de su existencia, a través de una violencia simbólica, de mitos y creencias que convierten la situación de subordinación en «lo natural», algunos ejemplos de esta subordinación patriarcal serían:

El concepto de «género» es central en la teoría feminista, que define el género (lo masculino/lo femenino), no como una realidad natural, consustancial al ser humano, si no como una construcción cultural.[59]​ El género sería el resultado de la inmersión en un conjunto de valores socialmente construidos que dan lugar a la concepción de «lo femenino» o de «lo masculino». Las características meramente biológicas (el sexo), a través de una evolución social, han sido revestidas de un conjunto de comportamientos, actitudes, percepciones, pensamientos, etc; que la humanidad ha impuesto a la mujer, ligando a las características biológicas sexuales una imagen concreta de lo que «debe» ser, creando la relación entre sexo (macho/hembra) y género. Uno de los principales objetivos de la teoría de género es desmontar la creencia de que la biología determina la condición femenina (o masculina), afirmando su naturaleza social.[60]

El sexo dominante es el del varón o macho humano, que, a través de la estructura patriarcal establece un dominio sobre la mujer o hembra humana. La mujer es oprimida debido a su sexo y la opresión se da a través del género. Debido a esto, el surgimiento de los estudios de género en los años 70 en EUA va a provocar una ruptura en otras ciencias sociales, que van a verse obligadas a redefinir sus paradigmas, que hasta entonces estaban diseñados en clave meramente masculina, así, la sociología, la geografía o la psicología, en cuanto aparece la mujer (sexo) como objeto de estudio separado del género, tienen que redefinirse. Dejan de lado el paradigma del determinismo biológico y aparece una construcción racional de la relación de la sociedad con la mujer.[61]

El género como construcción social y no biológica originariamente es una construcción teórica creada por médicos, psicoanalistas, etnólogos y sexólogos como John Money o Robert Stoller, quienes propusieron distinguir el concepto de sexo del de género, es decir, separar los rasgos biológicos, fisiológicos, cromosómicos y genéticos del macho y de la hembra humanos de la construcción social que se hace de esas diferencias biológicas sexuales.[62]​ Por ejemplo: el rosa y los juguetes domésticos para las niñas y el azul o celeste y los juguetes de acción y guerra para los niños. Eso es género.[63]​ A partir de la década de 1970, hasta los 90, las feministas van a hacer suyo los estudios de género. El género, desde la perspectiva de los estudios de género feminista, es lo que la sociedad dice que una mujer debe ser y lo que no debe ser.[60]

El feminismo no cuestiona, de este modo, únicamente la construcción de la feminidad y de la mujer, sino también de la masculinidad el concepto de varón, puesto que tanto la primera como la segunda forman parte del sistema sexo/género, al que dio forma y que supone en la actualidad una categoría de análisis antropológica. Según Gayle Rubin, el sistema sexo/género asigna características culturales y, en consecuencia, artificiales y perfectamente modificables, a cada uno de los sexos, opresión del patriarcado que no sería inevitable, sino consecuencia de las relaciones sociales que organizan el llamado sistema sexo/género.[64]​ Es decir, para cada sexo biológico correspondería determinado género. A los machos humanos les corresponde la masculinidad y a las hembras la femineidad, con un sistema de jerarquía en el cual el varón opresor ocuparía un puesto superior y dominaría a la mujer, en situación de subordinación y oprimida. Las diferencias generarían desigualdades jerárquicas.[65]​ Diferencias biológicas y relaciones políticas entre los sexos que, gracias al género, resultan desiguales y asimétricas en la vida social, jurídica, política, sexual, en el desarrollo económico, el acceso a la tierra, a la educación, a la cultura y al trabajo. Las cinco claves de la opresión de género son la inferiorización, la discriminación, la exclusión, la marginación y la expropiación de las mujeres.[66]

El «androcentrismo» es la visión del mundo y de las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino,[1]​ el androcentrismo convierte la visión del varón en la única posible y establece una serie de paradigmas de estudio y análisis de la realidad concretos, que además incluyen los sesgos raciales, de clase y de edad del sector dominante de la sociedad.

En el caso de la investigación social, un estudio con enfoque androcéntrico sería «un estudio, análisis o investigación desde la perspectiva masculina únicamente, y utilización posterior de los resultados como válidos para la generalidad de los individuos, hombres y mujeres».[67]​ La práctica totalidad de la producción intelectual ha sido, hasta bien entrado el siglo XX, de carácter androcentrista, siendo ésta circunstancia instrumental para la creación de la identidad femenina a la medida del varón (sector masculino de la sociedad).[cita requerida] Dado que a lo largo de la historia de la humanidad, la parte masculina (y propietaria, de raza blanca y de edad adulta) de la sociedad ha sido la que ha escrito y teorizado sobre la sociedad, el androcentrismo es una consecuencia a la vez que una condición posibilitadora de este dominio, el androcentrismo se extiende a todos los ámbitos de la sociedad en general y de la producción intelectual en particular, afectando a ámbitos como la escuela y sus materiales educativos,[68]​ los medios de comunicación, la producción científica, la administración pública, la sanidad, la justicia, etc. El sesgo androcéntrico de la producción intelectual de una sociedad, además de su carácter «de género», incluye otras condiciones ventajosas como la clase social, el color, la etnia o la edad. Los privilegios de estas condiciones sociales convierten la visión del varón blanco, adulto y propietario en la única posible, posibilitando dicho monopolio de la visión de la sociedad el dominio intelectual de la misma.[69]

Un claro ejemplo de androcentrismo lo encontramos en el Décimo mandamiento:

Una de las corrientes del feminismo de tercera ola, el ecofeminismo, ha recibido críticas contra el por su carácter esencialista, lo que ha llevado al rechazo de tal denominación por las feministas que se definen también como ecologistas.[71]​ Tal esencialismo se interpreta como una visión dicotómica y estricta, un dualismo que en el fondo sigue enfocándose en diferencias de género, y no en aspectos comunes,[72]​ hasta el punto de relacionar el ser mujer con una supuesta moralidad superior, y tender a mostrar a los varones «con una capacidad innatamente inferior en áreas de desempeño consideradas significativas», por ejemplo, al atribuirles fenómenos como la violencia, y a desligarles de valores como la paz, sin haber evidencias científicas y prácticas que respalden estas relaciones.[72]​ Este punto de vista ha sido denunciado como innecesario en el feminismo y como ideología sexista.[72]

Según el psicólogo Sebastián Girona, las versiones más radicales del feminismo achacan a los hombres toda la culpa de la opresión que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia sin reconocer la responsabilidad propia de las mujeres. Esta perspectiva puede conducir a culpar al hombre de todos los males societales, y en consecuencia, cosificarlo a la figura del mal y en algunos casos puede devenir en un odio o aversión hacia los varones, llamado técnicamente misandria, que se puede manisfestar abierta o sutilmente.[73]

El feminismo recibe críticas desde la ideología conservadora. Por ejemplo, la periodista Naomi Schaefer Riley, sostiene que el feminismo ha perjudicado a las mujeres y a las familias al promover una cultura que supuestamente considera las relaciones sexuales casuales como «empoderantes», rechaza la necesidad de la presencia del hombre en el hogar y minusvalora el trabajo doméstico de las mujeres, a la vez que invita a la victimización de la mujer.[74]​ En la misma vena, la actriz Alessandra Cantini, candidata del partido Forza Italia opina que el feminismo promueve un terrorismo de género y que las reivindicaciones de feminismo obedecen al propósito de derribar el orden capitalista.[75]​ La economista paleolibertaria Vanessa Vallejo ve un vínculo entre medidas como leyes de cuotas o cupos y el colectivismo y el autoritarismo político.[76]​ Tanto Vallejo como Cantini denuncian la forma en que estas medidas podrían atentar contra principios como la libertad empresarial, o la meritocracia.[75][76]

Las críticas hacia tendencias totalitarias del feminismo más radical, provienen también del sector del feminismo igualitario. Por ejemplo, Camille Paglia y Christina Sommers acusan a las «feministas de género» de encasillar a las mujeres en el rol de víctimas del patriarcado y lamentan una supuesta deriva hacia la intoleracia y la censura del feminismo hacia los puntos de vista disidentes en las instituciones académicas.[77]

Otros conceptos de la segunda y tercera ola del feminismo han sido cuestionadas, como el patriarcado, la identidad de género y los constructos sociales.[cita requerida]

Como un supuesto movimiento de igualdad, se denuncia el abandono del feminismo por proteger y velar por la discriminación, la explotación y el abuso hacia los varones. Por ejemplo, Carol Fontena y Andrés Gatica, en una investigación sobre la violencia hacia los hombres, comentan sobre el problema de la violencia doméstica:[78]

Cantini, por su parte, opina que «el status quo actual discrimina a los hombres en tanto y en cuanto no existe ninguna ley humanitaria que los defienda de los abusos que reciben».[75]

Algunos colectivos de hombres y mujeres han mostrado su desacuerdo contra el feminismo, como fue el caso de la campaña en Internet llamada «Mujeres contra el feminismo» de 2014 en reacción a la campaña «#YesAllWomen»,[79]​ o el «Frente de hombres contra el feminismo» en Alemania.[80]​ En 2013 el patriarca Kirill de la Iglesia ortodoxa cuestionó al feminismo argumentando que «es muy peligroso y puede destruir Rusia».[81]

En los primeros años de la década de 1990 el periodista conservador estadounidense Rush Limbaugh comenzó a difundir el término peyorativo «feminazi», asociando algunas corrientes feministas con el nazismo. El término ha sido criticado por promover la creencia de que Hitler era feminista.[82]​ La feminista Gloria Steinem ha criticado también a Limbaugh, exponiendo cómo Limbaugh apoya la mayoría de las posturas que el nazismo tenía contra el feminismo.[83]

También el ejecutivo de medio Steve Bannon, jefe de Asesores del presidente estadounidense Donald Trump y director del medio de extrema derecha Breitbart News, y Milo Yiannopoulos, periodista británico de extrema derecha, sostuvieron que el feminismo era una enfermedad como el cáncer.[84]



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