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Providencialismo



El providencialismo es la creencia en que Dios es el verdadero protagonista y sujeto de la Historia. El hombre es sólo su objeto, un instrumento en las manos de Dios.

Aunque podría verse providencialismo en los mitos clásicos, el papel de los héroes homéricos y trágicos era autónomo, cabiendo incluso la soberbia (hybris) o la grandeza de la rebeldía humana frente a un destino (fatum) prefijado. El Cristianismo fue campo de cultivo más adecuado. Se suelen atribuir los primeros ejemplos de utilización de argumentos providencialistas en la historiografía a San Agustín, obispo de Hipona, en Civitate Dei (La ciudad de Dios) y a su discípulo Orosio, presbítero de Braga en sus siete libros de Historia contra paganos, que abren la numerosa lista de autores medievales donde puede verse el triunfo del modelo. Ambos vivieron en el siglo V la caída del Imperio Romano de Occidente a manos de bárbaros paganos o heréticos, lo que les ofreció el banco de pruebas idóneo. ¿Cómo podía Dios permitir que los creyentes en la fe verdadera sucumbieran frente a ellos? Es más fácil aceptar que Atila, sin ninguna virtud propia, venza por ser el azote de Dios.

En España, además de las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, las Crónicas (Albendense, Rotense, Mozárabe, etc…) del reino de Asturias-León justificaron la aspiración de sus reyes a la dominación de toda la península ibérica mediante el argumento providencialista: el rey visigodo Don Rodrigo, o el conjunto del reino, debía ser castigado, y Dios utilizó a los musulmanes como instrumento para el castigo y posibilitar la posterior regeneración a cargo de los cristianos que demostraron su fe resistiendo. Es el origen del concepto de Reconquista.

Como extensión del concepto, no sólo otras religiones no cristianas, sino cualquier concepción de la Historia que ponga su protagonismo en instancias superiores al hombre (la raza, la nación) puede tener puntos de contacto con el providencialismo. Considerar que son los individuos excepcionales (reyes, artistas, pensadores) los que protagonizan la historia es también un punto de vista desprestigiado. Otras concepciones de la historia, como el institucionalismo o el materialismo ponen el protagonismo en el hombre como colectivo, a través de las instituciones o de las clases sociales respectivamente.

La construcción lógica del edificio providencialista es inatacable: cualquier cosa que ocurra, da igual que sea buena, mala o incierta, confirma el protagonismo de Dios. Por tanto se trata de una verdad religiosa, no científica (Popper), que proporciona consuelo a los individuos y estabilidad al grupo social.

La Providencia divina es un concepto teológico que se define como la manifestación del amor que Dios tiene al hombre, es la intervención de Dios para permitir que el hombre pueda salvarse. La principal intervención providencial después de la Creación es la Encarnación de Dios hecho hombre en Jesucristo, pero no es la única: constantemente Dios vela por todas sus criaturas (las hojas que se mueven en los árboles, la parábola de las flores que se visten mejor que Salomón) y especialmente por el hombre. Dentro del género humano, Dios se ocupó especialmente del pueblo elegido: los descendientes de Abraham y Jacob, las doce tribus de Israel o pueblo judío, cuya Historia Sagrada se narra en la Biblia para ejemplo de los demás. Ahí se muestra cómo la providencia no es siempre benévola con el hombre (el maná), sino que muchas veces es terrible (el Diluvio, la Torre de Babel) o selectiva: benévola para unos, terrible para otros (las plagas de Egipto frente a los israelitas, Sodoma y Gomorra frente a Lot, su mujer frente a este). No siempre hay un castigo para los pecadores y un premio para los justos (Job). Muchas veces es cíclica (cautiverio y liberación en Egipto y Babilonia) y aunque parezca que Dios no es justo y ha abandonado al hombre, sólo le está probando. El tiempo humano para Dios no tiene valor: la recompensa del hombre no será en la Historia, sino fuera de ella, en la Eternidad (parábola de los talentos). Los designios de Dios son inescrutables y la sabiduría del hombre limitada para comprenderlos.

La constante es que Dios utiliza al hombre como instrumento para sus fines. Nabucodonosor, o Ciro no son judíos, sino gentiles, pueden ser buenos o malos por sí mismos, pero sus actos sobre el pueblo judío están guiados por la mano de Dios para castigar los pecados o recompensar las virtudes de los judíos, no de Babilonia o Persia. La capacidad del hombre para el comportamiento libre en la Historia es algo discutible dentro del modelo providencialista: muestra es la polémica de comienzos del siglo XVI, durante la Reforma, entre la predestinación y el libre albedrío, en la que intervinieron Lutero, Juan Calvino y Erasmo de Róterdam. La interpretación católica (De libero arbitrio de Erasmo) es la que más valor da a las obras humanas, que colaboran con la gracia de Dios para la salvación. La calvinista opta por la predestinación. Lutero (De servo arbitrio) únicamente confía en el acercamiento individual del hombre mediante la palabra de Jesucristo y su fe a la gracia de Dios (sola fides, sola gratia, sola scriptura...).

La mentalidad protestante, sobre todo la calvinista, parece haber contribuido a la formación del espíritu empresarial capitalista (La ética protestante y el espíritu de capitalismo, Max Weber). La católica parece haberse adecuado mejor a la pervivencia del Antiguo Régimen. Sin embargo, algunos pensadores, como Emil Kauder, han criticado la teoría dweberiana del origen protestante del capitalismo, afirmando que el capitalismo surgió mucho antes de la revolución industrial y el protestantismo, en la Edad Media tardía.[1]




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