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San Ignacio de Loyola



Ignacio de Loyola (Loyola, c. 23 de octubre de 1491-Roma, 31 de julio de 1556) fue un militar y luego religioso español, surgido como un líder religioso durante la Contrarreforma. Su devoción a la Iglesia católica se caracterizó por la obediencia absoluta al papa. Fundador de la Compañía de Jesús de la que fue el primer general, la misma prosperó al punto que contaba con más de mil miembros en más de cien casas —en su mayoría colegios y casas de formación— repartidas en doce provincias al momento de su muerte.[3]​ Sus Ejercicios espirituales, publicados en 1548, ejercieron una influencia proverbial en la espiritualidad posterior como herramienta de discernimiento.[4]​ El metodista Jesse Lyman Hurlbut consideró a Ignacio de Loyola como una de las personalidades más notables e influyentes del siglo XVI.[5]​ La Iglesia católica lo canonizó en 1622, y Pío XI lo declaró patrono de los ejercicios espirituales en 1922.[3]

Íñigo López de Loyola inició su carrera como hombre de armas formando parte de las tropas oñacinas del reino de Castilla. En mayo de 1521, a los treinta años de edad cayó herido en la Batalla de Pamplona cuando defendía la ciudad de las tropas francesas de Enrique II de Navarra.[6]​ Este hecho sería determinante en su vida, pues la lectura durante su convalecencia de libros religiosos lo llevaría a profundizar en la fe católica y a la imitación de los santos. Propuso entonces peregrinar a Jerusalén, para lo cual necesitaba llegar antes a Roma, pero antes pararía en Montserrat y Manresa, donde comenzó a desarrollar sus Ejercicios espirituales, base de su espiritualidad.[7]

un mono su vuelta de Tierra Santa, comenzó sus estudios y a dedicarse a la predicación, basándose en el método de sus Ejercicios. Sus actividades le hicieron sospechoso de heterodoxo e incluso llegó a ser procesado en distintas ocasiones. Tras ver cerradas las puertas a la predicación, decidió continuar sus estudios en París, donde cursó filosofía y tuvo por compañeros a Pedro Fabro y Francisco Javier, entre otros.[7]

Ignacio y sus compañeros acabaron pronunciando un voto de pobreza, iniciaron la Compañía de Jesús y decidieron peregrinar a Jerusalén, pero esta empresa resultó imposible y finalmente optaron por ponerse a disposición del papa. Ignacio partió a Roma junto con Pedro Fabro y Diego Laínez, experimentando durante todo el viaje multitud de sentimientos espirituales y una especial confianza en que Dios les sería favorable en esa ciudad.[7]

Allí se dedicó a impartir sus Ejercicios, pero pronto sufrió las críticas de personalidades influyentes que difundieron rumores en su contra, acusándolo de ser un fugitivo de la Inquisición. Para impedir que las acusaciones prosperasen y acabasen impidiendo su actividad, Ignacio quiso que se abriese un proceso formal para así ser declarado públicamente inocente.[7]

Después de esto se procedió a designar al primer general de la Compañía de Jesús, resultando Ignacio elegido unánimemente por sus compañeros. Sin embargo, rechazó la designación y pidió que la votación se repitiese tras madurarlo más profundamente. Volvió a ser elegido en segunda votación y, tras reflexionar y confesar sus pecados, finalmente aceptó.[7]

Estuvo quince años al frente de la Compañía de Jesús como General, permaneciendo en Roma. Murió el 31 de julio de 1556 y su cuerpo, que fue inicialmente sepultado en la iglesia de Santa Maria della Strada, fue trasladado a la iglesia del Gesù, sede de la Compañía. El papa Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622 junto con Francisco Javier, Felipe Neri, Teresa de Jesús e Isidro Labrador.[7]

Nacido como Íñigo López de Loyola según fuentes jesuitas,[1][8]​ las referencias de la propia Compañía de Jesús nombraron también en ocasiones a Ignacio como Íñigo López de Recalde, aunque este nombre, al parecer, un copista se lo dio por error. En 1537, por decisión personal, lo cambió por el de Ignacio —Ignatius— latino, cuando se graduó de Magistero, como él mismo decía, "por ser más común a las otras naciones" o "por ser más universal".

En los primeros años tras su conversión, firmaba sus cartas como «De bondad pobre, Íñigo». En 1537 aparece por primera vez el nombre de Ignacio en sus cartas, firmando en latín. Desde entonces, aparecen en sus escritos ambos nombres: cuando escribe y firma en castellano, usa «Íñigo», y cuando lo hace en latín o italiano, escribe «Ignacio». Y desde 1542 desaparece el «Íñigo», que reaparece sólo en una ocasión, en recado escrito por Fr. Barberá en 1546. Fuera de este caso, en los catorce años últimos de su vida siempre firmó como «Ignacio».

Se publicaron dos biografías de Ignacio de Loyola:

Íñigo (Ignacio) era el menor de trece hermanos, todos ellos hijos de Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola, VIII señor de la casa de Loyola de Azpeitia, y Marina Sáez de Licona y Balda, natural de la villa vizcaína de Ondarroa, donde nació en la Casa torre Likona perteneciente a su familia. El padre era miembro de la noble e ilustre familia de la casa de Balda de Azcoitia. Su niñez la pasó en el valle de Loyola, entre las villas de Azpeitia y Azcoitia, en compañía de sus hermanos y hermanas. Su educación debió ser marcada por las directrices del «duro mandoble» y del «fervor religioso», aunque nada cierto se sabe de la misma.

En el año 1507 y en coincidencia con la muerte de la madre de Ignacio, la señora María de Velasco —mujer del contador mayor de Castilla, Juan Velázquez de Cuéllar— pidió al padre de Ignacio, Beltrán, que le mandase un hijo para educarlo en la corte.[11]​ Entre los hermanos decidió enviar a Iñigo, el menor, quien marchó a Arévalo, donde pasaría un mínimo de once años, hasta 1518, realizando frecuentes viajes a Valladolid y manteniéndose siempre muy cerca de la Corte, ya que su protector era consejero real, además de contador.

En este tiempo aprende lo que un gentilhombre debe saber, el dominio de las armas. La biblioteca de Arévalo era rica y abundante, lo que dio alas a su afición por la lectura y, en cuanto a la escritura, no dejó de pulir su buena letra. Se le consideró «un muy buen escribano». Él mismo se califica en esos tiempos como «dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra».

En 1517 Velázquez de Cuéllar cayó en desgracia, al morir Fernando el Católico, y al año murió. Su viuda, María de Velasco, mandó a Íñigo a servir al duque de Nájera, Antonio Manrique de Lara, que era virrey de Navarra, donde dio muestras de tener ingenio y prudencia, así como noble ánimo y libertad. Esto quedó reflejado en la pacificación de la sublevación de Nájera en la Guerra de las Comunidades de Castilla (1520-1522), así como en conflictos entre villas de Guipúzcoa, en los cuales destacó por su manejo de la situación.

En 1512 las tropas castellanas conquistaron el Reino de Navarra, con varios episodios bélicos posteriores. En 1521 se produjo una incursión de tropas franco-navarras procedentes de Baja Navarra en su intento de reconquista y expulsión del invasor, en las que participaban los hermanos de Francisco Javier. Al mismo tiempo se sublevó la población de varias ciudades, incluida la de Pamplona. Iñigo, que luchaba con el ejército castellano y se encontraba en Pamplona en mayo de ese año, cuando llegaron las tropas franco-navarras, resistió en el castillo de la ciudad, que fue asediado, arengando a sus soldados a una defensa que resultaba imposible.[12]​ En el combate fue alcanzado por una bala de cañón que pasó entre sus dos piernas, rompiéndole una e hiriéndole la otra. La tradición sitúa el hecho el 20 de mayo de 1521, lunes de Pentecostés. El castillo cayó el 23 o 24 del mismo mes. Se le practicaron las primeras curas y se le trasladó a su casa de Loyola.

La recuperación fue larga y dolorosa, y con resultado dudoso, al haberse soldado mal los huesos. Se decidió volver a operar y cortarlo, soportando el dolor como una parte más de su condición de caballero.

En el tiempo de convalecencia, leyó los libros La vida de Cristo, del cartujo Ludolfo de Sajonia, y el Flos Sanctorum, que hicieron mella en él. Bajo la influencia de esos libros, se replanteó toda la vida e hizo autocrítica de su vida como soldado. Como dice su autobiografía:

Este deseo se vio acrecentado por una visión de la Virgen con el Niño Jesús, que provocó la definitiva conversión del soldado en religioso. De allí salió con la convicción de viajar a Jerusalén con la tarea de la conversión de los no cristianos en Tierra Santa.

En Barcelona se hospedó en el Monasterio de Montserrat de los benedictinos (25 de marzo de 1522), donde colgó su vestidura militar frente a la imagen de la Virgen y abandonó el mismo con harapos y descalzo. De esa forma llegó a Manresa, donde permanecería diez meses, ayudado por un grupo de mujeres creyentes, entre las cuales tuvo fama de santidad. En esta etapa vivió en una cueva en donde meditó y ayunó. De esta experiencia nacieron los Ejercicios espirituales, que serían editados en 1548 y son la base de la espiritualidad ignaciana.

En Manresa se produjo el cambio drástico de su vida, «cambiar el ideal del peregrino solitario por el de trabajar en bien de las almas, con compañeros que quisiesen seguirle en su camino».

Llegó a Roma y, seguidamente, el 4 de septiembre de 1523 a Jerusalén, de donde tuvo que volver a Barcelona.

Su amiga Isabel Roser le aconsejó que iniciase estudios. Aprendió latín y se inscribió en la universidad. Estudió en Alcalá de Henares desde 1526 a 1527; vivió y trabajó en el Hospital de Antezana como enfermero y cocinero para los enfermos. Posteriormente, fue a Salamanca, hablando a todos sobre sus ejercicios espirituales, cosa que no fue bien vista por las autoridades y le acarreó algunos problemas, y lo llegaron a encarcelar algunos días. En vista de la falta de libertad para su plática en España, decidió irse a París.

En febrero de 1528 entró en la Universidad de París, donde permaneció más de siete años, aumentando su educación teológica y literaria, y tratando de despertar el interés de los estudiantes en sus Ejercicios espirituales.

Para 1534, tenía seis seguidores clave: Francisco Javier, Pedro Fabro, Alfonso Salmerón, Diego Laínez, Nicolás de Bobadilla y Simão Rodrigues (portugués).

Viajó a Flandes e Inglaterra para conseguir dinero para su obra. Tenía ya muy perfilado el proyecto y los compañeros que le siguieron. El 15 de agosto de 1534 los siete juraron en Montmartre «servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo» y fundaron la Sociedad de Jesús, que luego sería llamada la Compañía de Jesús. Decidieron viajar a Tierra Santa y, si no podían, ponerse a las órdenes del papa.

Ignacio partió para su tierra por motivos de salud, donde permaneció tres meses. Luego hizo varias visitas a los familiares de sus compañeros, entregando cartas y recados, y se embarcó para Venecia, donde pasó todo el año de 1536, que aprovecharía para estudiar. El 8 de enero de 1537 llegaron los compañeros de París.

El papa Paulo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes. Fueron ordenados en Venecia por el obispo de Arbe el 24 de junio. Ignacio celebraría su primera misa en la noche de Navidad del año 1538. En ese tiempo se dedicaron a predicar y al trabajo caritativo en Italia. Partió a Roma a pedir permiso para ir a Jerusalén y se lo dieron, pero por problemas bélicos no pudieron llegar y se pusieron a las órdenes del Papa.

En el viaje a Roma sucedió un hecho importante en la vida de Ignacio. En La Storta, localidad al norte de Roma, tuvo una experiencia espiritual de excepcional trascendencia, que su autobiografía recoge así:

Esto determinaría la fundación de la Compañía de Jesús; sería el remate a lo que comenzó en Manresa con los ejercicios espirituales. La directriz era clara: ser compañeros de Jesús, alistados bajo su bandera, para emplearse en el servicio de Dios y bien del prójimo.

En octubre de 1538, Ignacio se encaminó hacia Roma, junto con Fabre y Laínez, para la aprobación de la constitución de la nueva orden. Un grupo de cardenales se mostró a favor de la constitución y Paulo III confirmó la orden mediante la bula Regimini militantis (27 de septiembre de 1540), pero limitaba el número de sus miembros a sesenta. Esta limitación fue revocada a través de la bula Injunctum nobis (14 de marzo de 1543). Así nacía la Societas Iesu, la Compañía de Jesús o, como se le conoce comúnmente, «los Jesuitas».

En abril de 1541, Ignacio fue elegido superior general de su orden religiosa. Envió a sus compañeros como misioneros por Europa para crear escuelas, universidades y seminarios donde estudiarían los futuros miembros de la orden, así como los dirigentes europeos.

En 1548, sus Ejercicios espirituales fueron finalmente impresos y fue llevado incluso ante la Inquisición romana, pero fue rápidamente exculpado. Ignacio, con la ayuda de su secretario Juan Alfonso de Polanco, escribió las Constituciones jesuitas, adoptadas en 1554, las cuales crearon una organización monacal, exigiendo absoluta abnegación y obediencia al papa y superiores (perinde ac cadaver, «disciplinado como un cadáver»). Su principio fundamental se volvió el lema jesuita: Ad maiorem Dei gloriam («A mayor gloria de Dios»).

Los jesuitas jugaron un papel clave en el éxito de la Contrarreforma.

La Compañía se extendió por Europa y por todo el mundo y solamente está obligada a responder de sus actos ante el papa.

En 1551 Ignacio de Loyola quiso que se le sustituyera al frente de la Compañía, pero su solicitud de renuncia fue rechazada. Al año siguiente murió Francisco Javier, a quien Ignacio tenía en mente para que le supliera.

Surgieron divergencias en el seno de la dirección de la Compañía. Simão Rodrigues, uno de los fundadores, se rebeló contra Ignacio desde Portugal, Bobadilla criticó el modo de mando de Ignacio, y su amiga Isabel Roser quiso fundar una compañía femenina, a lo que Ignacio se negó.

Dirigió la Compañía desde su celda en Roma y fue ordenando todo lo que había ido creando hasta poco antes de su muerte. La Compañía creció y pasó a tener miles de miembros, a la vez que se granjeó muchos amigos y enemigos por todo el mundo.

Murió el 31 de julio de 1556 en su celda de la sede de los Jesuitas en Roma, como consecuencia de una larga enfermedad ligada a la vesícula.[14]

San Ignacio de Loyola dejó los siguientes escritos:

San Ignacio de Loyola es el patrono de la ciudad de Junín, Argentina, donde el principal templo católico es la Iglesia Matriz San Ignacio de Loyola. Es patrón de la localidad de Luque, en la provincia de Córdoba. Patrono de la Ciudad de San Ignacio Mini en Misiones.

El 14 de junio de 1960, el SECRETARIO DE ESTADO DE GUERRA de República Federal Argentina, a propuesta de la INSPECCIÓN DE INGENIEROS (SECRETARÍA DE GUERRA - Expte 165/60) resolvió designar Patrono del Arma de Ingenieros del Ejército Argentino a San Ignacio de Loyola (BMP Nro 3159, del año 1960).[16]

Es patrono del cantón de Acosta en la provincia de San José, Costa Rica. Además la principal ciudad de Acosta lleva el nombre del santo, San Ignacio de Acosta, dicho lugar se encuentra ubicado a 30 kilómetros de la capital San José.

Es patrono de dos municipios: San Ignacio de Chiquitos en el Departamento de Santa Cruz y San Ignacio de Moxos en el Departamento del Beni. Colegios prestigiosos de la Ciudad de La Paz, como el San Ignacio de Loyola y el San Calixto tienen como base educativa las enseñanzas de la Compañía de Jesús.

Es santo patrón de las provincias españolas de Guipúzcoa y Vizcaya.

En el siglo XVII se levantó una basílica en su nombre en su ciudad natal de Azpeitia (Guipúzcoa), así como un complejo conventual que rodea su casa natal.

En Deusto (distrito de Bilbao, Vizcaya), un barrio y su estación del metro (San Inazio) se llaman así en su memoria.

En Roma su sepulcro se venera en la Iglesia del Gesù, y en el siglo XVII, al poco tiempo de su canonización, se levantó una iglesia en su nombre como capilla del Collegio Romano, que él mismo había fundado.

Es santo patrono de la ciudad de Guanajuato.[17]

Es patrono de la colonia Lázaro Cárdenas en el municipio de Maravatío en Michoacán.

San Ignacio de Loyola es el santo patrón de la ciudad de San Ignacio Guazú, la primera reducción jesuita de la región.

San Ignacio de Loyola es el santo patrón de San Ignacio de Sabaneta, municipio cabecera de la provincia Santiago Rodríguez.[18]​ En la iglesia principal de la ciudad se celebra anualmente por los devotos el novenario en celebración del día de este santo.

El número de instituciones educativas dedicadas al santo es proporcional a la inmensa labor educativa llevada a cabo por la Compañía de Jesús.

Presente en varias ciudades de la República Mexicana (Ciudad de México, León, Puebla, Tijuana y Torreón), la Universidad Iberoamericana forma parte de Asociación de Universidades confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (AUSJAL) y del Sistema Universitario Jesuita. En la ciudad de Guadalajara cuentan con el ITESO (Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente).

En la ciudad de Santiago de Querétaro, la Universidad Autónoma de Querétaro fue fundada el 20 de agosto de 1625, como Colegio de San Ignacio de Loyola y renombrada el 24 de febrero de 1951 como UAQ.

En el puerto de Acapulco, Guerrero, la Universidad Loyola del Pacífico se fundó en el año de 1992.

En el virreinato del Perú, en el Cuzco, había una universidad regentada por los jesuitas de este nombre.

En Lima se encuentran la Universidad San Ignacio de Loyola, el Colegio San Ignacio de Recalde y el Instituto San Ignacio de Loyola, que paradójicamente llevan el nombre de Ignacio pero no son instituciones jesuitas. La Universidad Antonio Ruiz de Montoya y la Universidad del Pacífico, ambas con sede en Lima, forman parte de AUSJAL.




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