El Canon occidental es el corpus de obras de arte y literarias que han formado la denominada alta cultura en la civilización occidental. Ya sea por su calidad, su originalidad, o por ciertos rasgos formales y temáticos, dichas obras han trascendido en la historia, arte y cultura occidentales, sin perder vigencia ni quedar obsoletos. Usualmente se identifica con las obras clásicas, consideradas como seminales. Restringido a la literatura se denomina canon literario.
El corpus de obras que forma el canon occidental comprende obras literarias y artísticas de cualquiera de las denominadas bellas artes (término que incluye a su vez a la poesía, la danza y la música junto a las denominadas artes mayores —pintura, escultura y arquitectura—, con exclusión de las llamadas artes menores). En las obras literarias no solo incluye la literatura artística o de ficción en todos sus géneros (poesía, teatro, novela —o épica, dramática y lírica—), sino los ensayos o tratados de cualquier disciplina (religión, filosofía, ciencias —sociales, naturales o formales—) que se consideren de importancia trascendental.
Los dos pilares del canon literario occidental, que han suministrado la mayoría de sus tópicos culturales, son fundamentalmente los poemas homéricos y la Biblia, sobre los que se apoyan los demás autores: un abundante número de clásicos grecolatinos (Hesiodo, Safo, Anacreonte, Píndaro, Esopo, Platón, Aristóteles, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Heródoto, Tucídides, Hipócrates, Euclides, Arquímedes, Plauto, Terencio, Cicerón, César, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Tito Livio, Estrabón, Plinio, Séneca, Marcial, Tácito, Plutarco, Apuleyo, Ptolomeo, Galeno), algunos de entre los principales teólogos y místicos cristianos (Agustín, Aquino, Kempis), una selecta tríada de italianos bajomedievales (Dante, Petrarca y Boccaccio) y un grupo más heterogéneo y discutible de autores del renacimiento, el barroco y la ilustración (italianos, franceses, españoles, portugueses, neerlandeses —flamencos y holandeses—, ingleses, alemanes, suizos, polacos, suecos, etc. —muchos de ellos no tuvieron una nacionalidad marcada, o tuvieron varias—, escribiendo unos en latín, otros en lenguas vernáculas, muchos en ambas: Maquiavelo, Castiglione, Ariosto, Tasso, Vasari, Calvino, Ronsard, Rabelais, Montaigne, Rojas, Vives, Las Casas, Vitoria, Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Camoens, Erasmo, Vesalio, Moro, Lutero, Melanchton, Agrícola, Paracelso, Copérnico —siglo XVI—, Campanella, Galileo, Molière, Corneille, Racine, La Fontaine, Descartes, Pascal, Bayle, Bossuet, Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Calderón, Gracián, Arminio, Jansenio, Grocio, Spinoza, Huygens, Shakespeare, Bacon, Hobbes, Bunyan, Milton, Newton, Locke, Kepler, Leibniz —siglo XVII—, Vico, Goldoni, Beccaria, Montesquieu, Voltaire, Diderot, D'Alembert, Beaumarchais, Buffon, Lagrange, Lavoisier, Laplace, Berkeley, Hume, Pope, Swift, Defoe, Burke, Gibbon, Smith, Malthus, Winckelmann, Kant, Lessing, Goethe, Schiller, Rousseau, Euler, Linneo —siglo XVIII—), mientras que para los siglos XIX y XX el consenso es mucho más difícil, dada la extraordinaria abundancia de producción literaria que se incorpora a la tradición occidental, ya no limitada a Europa occidental, sino extendida a la oriental (especialmente a los autores rusos) y a todos los continentes extraeuropeos (coincidiendo con los procesos históricos expansivos de la Edad Contemporánea, como la revolución industrial, el imperialismo y la globalización); y sobre todo a causa de la cercanía, que hace inevitablemente polémica cualquier selección.
El corpus de grandes obras de la cultura occidental no puede considerarse como una lista cerrada; incluso el núcleo europeo original de lo que se viene llamando mundo occidental comprende múltiples tradiciones culturales en diferentes idiomas, de manera que cualquier selección o antología suele estar influida por la propia capacidad de los que la elaboran para juzgar la valía o relevancia de cada obra u autor. Así, en las listas con pretensiones canónicas realizadas por intelectuales del mundo anglosajón, o las listas de lecturas universitarias de sus prestigiosas universidades, el número de obras de autores de su lengua supera en mucho al de cualquier otra; y lo mismo podría decirse de las instituciones de la cultura francesa, alemana, italiana, rusa o española. Cada cultura nacional genera su propio canon nacional, además de producir una versión diferente del canon occidental.
El hecho de que no se incluyan dentro del canon occidental las obras de otras civilizaciones, por mucha importancia que hayan podido tener (orientales —china, japonesa—, africanas, americanas precolombinas), no deja de ser problemático; especialmente para los casos de aquellas que han influido de forma determinante en la civilización occidental, como la árabe (el Corán, Las mil y una noches y los autores de la edad de oro islámica —Avicena, Averroes, Ibn Jaldún—) y la india (los Vedas, el Mahábharata, el Ramaiana, el Pancha-tantra). Eso hace que algunas prestigiosas selecciones, como la de Harold Bloom, incluyan parte de ellas, junto a obras de las civilizaciones del Próximo Oriente Antiguo (Gilgamesh, Libro de los muertos) y las altomedievales en lengua vernácula (Beowulf, Chanson de Roland, Cantar de mio Cid o el ciclo artúrico).
Desde una postura relativista (relativismo cultural), se niega la universalidad de cualquier canon cultural, dado que depende del criterio de quien lo establece (sea un individuo o un grupo humano), contaminado por su época, su contexto ideológico y todo tipo de circunstancias, personales o sociales, reales o imaginarias, que susciten la creación de una identidad (racial, religiosa, de clase, sexual, etc.); de modo que el corpus del canon varíe en función de ellas. Desde una postura identificada con el perennialismo educativo (filosofía perenne), por el contrario, las creaciones humanas más sublimes deben tener validez universal.
La historicidad del canon es difícilmente cuestionable, así como su continua revisión en el espacio público de una sociedad abierta, aun cuando quienes lo reforman o lo limitan pretendan impedir una nueva revisión. En realidad, no existe solamente un canon, sino un cruce entre muchos cánones de distinta genealogía:
el canon de la muchedumbre o, simplemente, del público mayoritario; las bibliotecas y antologías; el canon universitario; el canon del poder; la ruptura estética (el canon de autores y críticos modernos), el canon mestizo e intercultural al que ya se ha hecho referencia, por la colusión entre culturas mundializadas; así como el canon de las mujeres, fruto de la investigación durante las últimas décadas, a cargo de centenares de especialistas, sobre las obras olvidadas y marginadas de autoras en todas las lenguas, no solo europeas, por el hecho de ser mujeres. Uno de los intentos más notables fue el programa de los Great Books of the Western World. Desarrollado en el tercio medio del siglo XX, surgió en torno al currículo de la Universidad de Chicago, cuyo presidente, Robert Hutchins, en colaboración con Mortimer Adler, desarrollaron un programa que ofrecía listas de lectura, libros y estrategias organizacionales para clubes de lectura propuestos al público en general.
Un ejemplo temprano, los Harvard Classics (1909), fueron iniciativa de Charles W. Eliot, presidente de la Universidad de Harvard, que coincidía con la tesis de Thomas Carlyle: The greatest university of all is a collection of books («La mayor universidad de todas es una colección de libros»).
Ha habido un constante e intenso debate político acerca de la naturaleza y el estatus del canon al menos desde los años 60. En Estados Unidos, y en particular por la corriente denominada multiculturalismo, se ha atacado un compendio de libros escrito por dead white males («varones blancos [europeos] muertos»), que no representan el punto de vista de muchos otros en las sociedades contemporáneas por todo el mundo. Por ejemplo, el canon excluye con frecuencia la literatura producida por mujeres, esclavos, homosexuales y disidentes políticos y la que tiene más interés humano y social que meramente estético y se ve frecuentemente forjado por intereses económicos y culturales que excluyen a las minorías. Otros, notablemente Allan Bloom, lo han discutido enérgicamente. Autores como Harold Bloom (profesor de humanidades de la Universidad de Yale que no tiene relación familiar con el anterior) se han pronunciado a su vez a favor del canon, que en general permanece como una idea fuertemente institucionalizada, si bien sus implicaciones se siguen debatiendo intensamente.
Sus defensores mantienen que sus detractores minimizan el significado cultural del canon conforme a intereses básicamente políticos, y que la medida de calidad representada por su corpus de obras del canon es más de naturaleza estética que política; con lo que cualquier objeción hecha al canon desde tal perspectiva es, en definitiva, irrelevante.
Para la cultura española, especialmente para la literatura en castellano, se han realizado recopilaciones y corpus semejantes a los elaborados por las instituciones culturales anglosajonas. El canon literario español se fue formando desde el siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX por medio de los programas de enseñanza media y de la obra de críticos como Pedro Estala, Antonio Gil y Zárate, Marcelino Menéndez Pelayo, Ramón Menéndez Pidal o Juan Bautista Bergua. Desde finales del siglo XX ha sido notable la aportación de las últimas generaciones de la crítica filológica, representada por Fernando Lázaro Carreter, José Manuel Blecua Perdices, Francisco Rico o José Carlos Mainer.
Debe situarse el canon literario en el marco de un estudio integral (antropológico, psicológico, social, filosófico) sobre las formas canónicas de aprendizaje humano.prototipos para construir categorías cognitivas. En el ámbito social, esa regla de construcción promueve estereotipos por medio de una tautología: la repetición de un esquema incuestionable y la retroalimentación del prejuicio contra los géneros y las obras consideradas inferiores, en mayor medida que la simple recomendación de experiencia en favor de las obras más estimadas. La locura puede llegar al punto de comparar la formación del canon con la selección natural, de modo explícito. No es de extrañar que el desafío a un canon exterminador se convierta en objetivo del movimiento por los derechos civiles.
Ni el canon literario, ni aun el canon bíblico son ajenos a la limitación humana que obliga a usarDe otro modo, el ensayismo acerca de qué sea lo canónico en la ética, la estética y la filosofía está unido íntimamente al esclarecimiento de la condición humana: la realidad y el misterio, la razón, la vulnerabilidad y la compasión en medio de la violencia, los fundamentos del derecho, la libertad y la tiranía, la aceptación de la propia sombra o la inclusión de la alteridad. Tampoco es casual que las posturas más rigoristas con respecto al canon sean herederas del integrismo o del puritanismo estético e ideológico, cuando la confección de una lista era un anticipo del Juicio Final.
El interés primordial de una selección de obras entre el caudal ingente de la creación cultural y literaria responde a la capacidad de aprender por su medio, no solo a través de su imitación (o por el ansia de ser original ante ellas), sino también por una conjunción de valores que son inseparables de la estética. La pregunta clave para señalar unas obras en lugar de otras debería ser, entonces, en qué medida han servido al desarrollo humano, en su sentido más amplio, abierto e integrador: imaginación, invención y fantasía, profundidad y trascendencia mística, testimonio personal y compromiso social frente a la mera vanagloria del poder, el dinero, la etnia, la clase o el género dominantes. Si Shakespeare ha sido crucial para el teatro moderno, Ana Frank lo ha sido para el género de los diarios. Se diferencian de Hitler, Stalin, Mao o los best sellers, aunque no en número de lectores, sino por motivos que reconcilian el sentimiento estético con las cualidades del mundo de la vida en que se desea vivir.
En la lista canónica propuesta por Harold Bloom (Part I. The teocratic Age) se recogen 16 griegos antiguos, 7 griegos helenísticos —extrañamente, incluye a Esopo— y 15 romanos.
La justificación de una lista como la propuesta aquí puede verse en textos como La Europa clásica, donde se cita, entre otras fuentes secundarias, a Jacques Le Goff.
Las literaturas patrística, monástica (La primera literatura monástica Archivado el 26 de octubre de 2011 en Wayback Machine. —web ortodoxa— Literatura monástica latina de los primeros siglos —web católica—) y escolástica son muy abundantes, y en ellas destacan figuras que muy bien pueden incorporarse a cualquier repertorio canónico (Orosio, Atanasio, Boecio, Casiodoro, Isidoro, Beda, Alcuino, Escoto Erígena, Erico de Auxerre, Anselmo de Canterbury, Pedro Abelardo, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Buenaventura, Alberto Magno, Rogerio Bacon, Lulio, Occam, Duns Escoto), así como los autores de la calificada como herética (Nestorio, Pelagio, Arrio, Valdo, Dulcino, Wyclif, Huss). La propia Iglesia católica, además de sus propias canonizaciones de carácter espiritual, hace una selección canónica, con criterio intelectual, de los autores cristianos que considera Doctores de la Iglesia.
Este discurso, leído ante la Sociedad de Amantes de las Letras Rusas, se ha calificado de punto de inflexión en la formación de un canon literario ruso [y]... lo que debía ser una literatura nacional. Así Turgenev se enfrentó... a Katkov. Tolstoi declinó su presencia con una carta pública en la que denunciaba la inmoralidad de una literatura alejada del pueblo (Ángeles Huerta González, La Europa periférica: Rusia y España ante el fenómeno de la modernidad, Universidad de Santiago de Compostela, 2004, ISBN 84-9750-366-X, p. 64. Véase en:Mikhail Katkov.
La crisis de la conciencia europea de finales del siglo XVII pasó a matizar ese factor, en beneficio de una convivencia religiosa más tolerante y el avance del librepensamiento en el siglo XVIII. La descristianización y el anticlericalismo surgidos a partir de la Revolución francesa suscitaron la reacción y el fundamentalismo religioso, que se centró a partir de mediados del siglo XIX en polémicas intelectuales y educativas en torno al evolucionismo, así como en la respuesta al desafío del ateísmo militante (no limitado a intelectuales radicales, sino extendido al movimiento obrero).
La visibilidad de intelectuales y artistas de origen judío (en la lista sólo aparece Spinoza, aunque las contribuciones de judíos y criptojudíos a la cultura europea fueron muy importantes desde la Edad Media —escuela de traductores de Toledo, Maimónides—) se hizo notabilísima en la cultura europea a partir de la Edad Contemporánea: Marx, Freud, Einstein, Proust, Kafka, Wittgenstein, Benjamin, Canetti, Ernst, Kandinsky, Mahler, Schoemberg, Stravinsky, Oistrach, Menuhin, Rostropovich (es una selección de Juan Goytisolo, Intelectuales y judíos, El País, 22/12/2001.
Por fortuna, los libros de la vida no son tantos. Hace poco, la revista Pluma, de Bogotá, le preguntó a un grupo de escritores cuáles habían sido los libros más significativos para ellos. Sólo decían [sic, por debían] citarse cinco, sin incluir a los de lectura obvia, como La Biblia, la Odisea o El Quijote. Mi lista final fue ésta: Las mil y una noches; Edipo rey, de Sófocles; Moby Dick, de Melville; Roresta de la lírica española, que es una antología de don José María Blecua [sic, debería decir Floresta... de José Manuel Blecua Perdices] que se lee como una novela policiaca, y un Diccionario de la lengua castellana que no sea, desde luego, el de la Real Academia. La lista es discutible, por supuesto, como todas las listas, y ofrece tema para hablar muchas horas, pero mis razones son simples y sinceras: si sólo hubiera leído esos cinco libros —además de los obvios, desde luego—, con ellos me habría bastado para escribir lo que he escrito. Es decir, es una lista de carácter profesional.
La elaboración de antologías, diccionarios y estudios críticos que establecen rankings de obras literarias imprescindibles es muy extensa, y no se restringe a las obras clásicas, sino que se extiende a las de mayor actualidad. Una obra reciente es Historia de la literatura española. Derrota y restitución de la modernidad: 1939–2010 (véase De la posguerra a la generación X y Memoria histórica para la literatura, reseñas en El País):
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