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Huanca



Huanca (del quechua wanka, "piedra", en relación a un ídolo que se encontraba en lo que hoy es la plaza Huamanmarca en Huancayo) es el nombre de un grupo étnico que se conoció desde el período de los Estados Regionales y Organizaciones Tribales en los años 1000 - 1460 d. C. Cuya capital se ubicaba en el actual distrito de Tunanmarca en la Provincia de Jauja y que habitaba el territorio de las actuales provincias de Jauja, Concepción, Huancayo y Chupaca.[1]​ Fue un pueblo guerrero, cuya economía estuvo basada en la agricultura. En esta, se dedicaron a la siembra y cosecha de maíz, papas y otros productos agrícolas, y en la ganadería se dedicaron al cuidado de llamas en la puna.[2]​ La mayoría de la población radicaba en el Valle de Jatunmayo o Valle de Huancamayo, llamado desde 1782 como Valle del Mantaro.[1]

Estudios arqueológicos plantearon que el origen de los primeros grupos que poblaron la región de los Wankas estuvo en la región selvática, desplazándose desde algún lugar del nor-oriente hacia el sur de la sierra central del Perú. Desde Huánuco (Huargo y Lauricocha) prosiguiendo por Pasco, Junín y Huancavelica; dejando evidencias en Parimachay, Curimachay y Pachamachay en Ondores, Junín y que datan aproximadamente de 9850 a. C. (Rick y Matos 1976, Hurtado de Medoza 1979). Su desplazamiento se proyectó desde la selva central hacia el Valle del Mantaro.[3]​ En el área de Jauja, estudios evidencian ocupaciones de pobladores entre valles rocosos de Tutanya y Helena Puquio en Pachacayo y Canchayllo ambos en el Distrito de Canchayllo (Oreficso y Mota 1984; Mallma 2002).[3]​ En Huancayo y Chupaca también se encontraron evidencias en abrigos rocosos de Tschopik o Callavallauri (Tschopik 1948; Fung 1959; Kaulicke 1994).[3]​ La presencia de material lítico, en colinas como San Juan Pata en Jauja, como esquirlas, lascas, núcleos y performas[4]​ llevaron a planteamientos de esquemas cronológicos por investigadores como (Matos y Parsons 1979), David Browman (1970), Catherine LeBlanc (1980) y Christine Hastorf (1986). En algunos casos en cerámica dejaron evidencias que permitieron plantear esquemas cronológicos. Posteriormente, estos sitios albergaron a sociedades agro-alfareras de los cuales surgió la sociedad Pre-Wanka.[3]

El Dr. Ramiro Matos Mendieta considera que la población en el Valle del Mantaro no es mayor al Formativo Medio:

En Jauja se constituye asentamientos matrices desde donde se difunden los Xauxas y posteriormente los Wankas.[3]​ Es en Jauja donde hasta la actualidad se encuentran mayormente restos arqueológicos que datan desde el Pre-cerámico, Formativo, Horizonte Temprano, Intermedio Temprano. En el Horizonte Medio van a sufrir presiones foráneas de grupos provenientes del sur altiplánico como Tihuanaco y posteriormente se producirá la migración de los Yaros, hoy en día ubicada en la Provincia de Yarowilca.[3]

Los primeros pobladores que ocuparon el Valle del Mantaro, posiblemente procedieron de las zonas altoandinas, de las que descendieron siguiendo el curso de sus afluentes. En los refugios naturales del río Cunas, en el distrito de Chupaca, hay vestigios de la existencia de una sociedad cazadora nómada cuya economía estaba basada en la recolección de frutos silvestres y en la caza de camélidos andinos. Según las evidencias encontradas, la vida humana en el Valle del Mantaro tiene por lo menos 10 mil años de antigüedad.

Estos primeros pobladores, cazadores y recolectores, con el correr del tiempo experimentaron la domesticación de las plantas, es decir, descubrieron la agricultura. Al encontrar esta valiosa fuente de recursos el hombre se volvió sedentario y abandonó las cuevas para construir albergues de piedra, dando origen a las primeras aldeas, de las que existen en todo el valle, numerosos restos con una antigüedad de 3 mil años.

El hombre de Junín, poco a poco, fue perfeccionando sus herramientas de piedra, no solo para la caza de camélidos (de los que extrajo carne para alimentarse, pellejo para cubrirse y huesos para sus usos), sino para iniciar la agricultura y la domesticación de plantas.

Con estos hechos, en la historia del hombre en la sierra central del Perú finaliza el periodo precerámico y comienza otra etapa en la que aparece la cerámica y luego el surgimiento de las aldeas. Aparecen, asimismo, las primeras prácticas de una religión mágica.

Por aquellos tiempos, hace aproximadamente unos 3500 años, se produce la expansión de la cultura Chavín a la Sierra Oriental, y se advierte su influencia en las diversas zonas del Valle del Mantaro. Las últimas investigaciones han encontrado importantes testimonios de la presencia de la cultura Chavín en Ataura (Jauja) y en San Blas, distrito de Ondores, Junín. Hacia 1300 a. C. aparecen los primeros brotes de cerámicas en la sierra central de estilo chavinoide y se inicia lo que se denomina el horizonte temprano.

El proceso continúa siglo tras siglo, con el correr del tiempo las aldeas que recibieron influencia de Chavin entran en decadencia y los pobladores reafirman su individualidad y se independizan de su predominio cultural. Aparecen entonces influencias de otras sociedades como la de Tiahunaco y Huari.

Hacia el año 1460, las tropas incaicas llegaron al Valle del Mantaro. Los cuzqueños dieron dos opciones a elegir a los huancas, la entrega y rendición pacífica de su región o la conquista a través de las armas. Los curacas y demás líderes huancas repudiaron a las fuerzas imperiales incaicas y dieron tenaz resistencia pero las tropas del Cuzco. Fueron guerreros rebeldes, en conmemoración se le da el título de: Ciudad Incontrastable, en 1822 a la ciudad de Huancayo. Tras largos enfrentamientos, más adelante se anexaron pero los huancas siguieron manteniendo sus privilegios.

Al tener noticias sobre la llegada de unos extranjeros al norte del Imperio y que estos habían derrotado y apresado al Inca Atahualpa, los huancas no dudaron en aliarse a los hispanos. Después de la ejecución de Atahualpa en Cajamarca, los huancas proveyeron a los españoles con comida y soporte militar. Fueron estos junto con los chancas, chachapoyas, huaylas y cañaris los pueblos más fieles y acérrimos aliados de los conquistadores. Los huancas participaron en el bando español en la toma del Cuzco y de las siguientes batallas contra los rebeldes cuzqueños de Vilcabamba.

Durante el Virreinato, los huancas fueron reconocidos por la Corona de España por su ayuda en la lucha contra los incas. Felipe II otorgó un blasón a los huancas en señal de la unión entre ambas naciones. Los curacas y la nobleza huanca recuperaron sus privilegios y el gobierno español mediante Real Cédula prohibió el establecimiento de latifundios en territorio huanca.

El reino Huanca estuvo dividido en cuatro grandes parcialidades: Xauxa (Shawsha), en la región actual de Jauja; Lurinhuanca, en San Jerónimo; Ananhuanca, en la zona de Sicaya y Chuncos en la actual Chongos bajo. Cada una de ellas estaba gobernada por un caudillo poderoso que tenía poder de decisión en los conflictos entre las parcialidades. Los caudillos tenían señorío sobre los individuos y materiales y objetos domésticos que pertenecían al ayllu. Repartían la tierra a los recién nacidos y recuperaban las de los difuntos. Vigilaban obras y cultivos. El cargo era hereditario y tenían una sola mujer. Todo el reino estuvo gobernando por un jatuncuraca, de carácter hereditario y poderes omnímodos.

En el reino huanca los habitantes se concentraban en centros poblados llamados llactas. Estaban construidas en lugares elevados y casi inaccesibles. En la actualidad hay a lo largo del valle restos de 20 llactas y más de ochenta centros de almacenamiento de alimentos llamados colcas. La capital del reino fue una gran urbe llamada Siquillapucara, conocida en la actualidad con el nombre de Tunanmarca, en la actual ciudad de Jauja. Fue una ciudad fortificada de más de 2 kilómetros de ancho y más de medio de largo. Sus casas de piedra y barro eran de tipo circular de un solo piso con techo de paja, aunque existen algunas con techo abovedado con lajas de piedra. Cada habitación era una vivienda para una familia.

Los huancas reconocieron como lugar de origen o pacarina a la fuente de Huarivilca, a seis kilómetros de Huancayo, y como supremo creador a Apu Con Ticsi Viracocha Pachayachachi, a quien ofrecían sacrificios de ganado, cuyes y presentaban ofrendas de oro y plata. Viracocha fue un dios universal del mundo andino, pero los huancas tuvieron a dos dioses nacionales propios que fueron Huallallo Carhuancho y Pariacaca, al cual también ofrecían sacrificios. Los huancas creían en la inmortalidad del alma, por cuyo motivo momificaron a los muertos. Los envolvían en pellejos de llama, los cosían y le deban figuras humanas y los enterraban en sus casas.

Después de la llegada de los españoles al valle del Mantaro, y con la disolución de la llamada Cultura Huanca, los pobladores de la zona, al igual que en gran parte del Perú, adoptaron el cristianismo católico como su religión.

Existen muy pocas evidencias de la organización social de los huancas, aunque esas pocas huellas señalan que se trató de una sociedad cuyo desarrollo se basaba en el patriarcado y el trabajo colectivo. Cada ayllu estaba regido por un jefe que recibía apoyo y consejo de los ancianos. Como la labor principal era la agricultura, los ayllus participaban mancomunadamente en la siembra y cosecha y construcción de colcas para las reservas de alimentos, sobre todo granos y papas. Para la defensa de la integridad territorial también intervenían los ayllus de las diversas parcialidades en la construcción de sus fortalezas. La misma colaboración se daba en la práctica de los oficios religiosos y en la presentación de sacrificios y ofrendas.

Además de la agricultura y la ganadería, los huancas practicaron el comercio con los reinos vecinos y avanzaron hasta la costa. El principal intercambio fue con los tarumas y los Chincha de donde se aprovisionaban de sal. Los productos utilizados para el trueque eran maíz, charqui, lana, coca. Llevaban también sus productos hasta la selva para proveerse de ají, algodón y condimentos.

Los huancas fueron muy pobres en sus manifestaciones culturales. La cerámica de rústico acabado y monocroma, era más de carácter utilitario que artístico. Para las ceremonias religiosas utilizaban vasijas pequeñas a manera de juguete. Tuvieron instrumentos musicales de arcilla, pero lo peculiar del reino era una especie de corneta hecha del cráneo de los perros, animal al que guardaban especial aprecio para sus ritos. La música de dichos cráneos era melodiosa y en las guerras tocaban con estruendo, para producir terror en sus enemigos. La lengua fue un dialecto del runashimi que todavía se sigue hablando en algunos poblados.



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