El mobiliario urbano de Barcelona está gestionado por el Área de Ecología, Urbanismo y Movilidad del Ayuntamiento de Barcelona. Su evolución se ha desarrollado acorde a los progresos realizados en el conjunto del urbanismo barcelonés y, en general, a la evolución histórica y territorial de la ciudad, y en consonancia con otros factores definitorios del espacio público, como la arquitectura, las infraestructuras urbanas y la adecuación y mantenimiento de espacios naturales o de construcción. Si bien su principal característica ha sido desde siempre la funcionalidad, por regla general han sido frecuentemente objetos de diseño y de consideración estética, ya que amueblan el espacio público donde se desarrolla la sociedad urbana.
La evolución urbanística de la Ciudad Condal ha sido constante desde su fundación en época romana hasta la actualidad, si bien ha sido desde el siglo XIX cuando se ha acentuado gracias al plan de Ensanche y la agregación de municipios limítrofes. Fue también a finales de ese siglo cuando el mobiliario urbano empezó a tener una consideración especial y a ser objeto de diseño y planificación, gracias a la labor de los sucesivos responsables de Edificaciones y Ornamentación del Ayuntamiento como Antoni Rovira i Trias y Pere Falqués.
Comprende toda una serie de elementos destinados a la gestión urbana de la ciudad y a la planificación y ejecución de todos aquellos factores relacionados con la adaptabilidad del medio físico a la vida humana y al desarrollo de la sociedad tales como farolas, bancos, papeleras, buzones, fuentes, semáforos, paradas de transporte público, pavimentos, contenedores de basura, jardineras, quioscos, parquímetros, cabinas telefónicas y un largo etcétera de objetos y elementos de microarquitectura.
Barcelona tiene una superficie de 102,16 km² de los cuales el 25,7 % corresponde a espacios públicos y, de estos, un 16,3 % son calles y el resto zonas verdes. En 2009 había contabilizados 703 540 elementos urbanos en los espacios públicos de Barcelona, uno por cada 8 m² de acera.
Por regla general, los elementos urbanos deben cumplir ciertos criterios: diseño, basado en la calidad estética, la autenticidad y la originalidad; funcionalidad y ergonomía; fácil mantenimiento y bajo costo; accesibilidad y seguridad; y sostenibilidad social y ambiental. Para su instalación y mantenimiento se debe hacer un estudio del terreno y de las necesidades sociales, que por lo general se basa en una reglamentación municipal preestablecida. En función del elemento a instalar se debe estudiar el material idóneo (los más empleados son la madera, piedra, hormigón, metal, vidrio y plástico), su resistencia, su mantenimiento —un factor a tener en cuenta es el vandalismo—, su colocación y su utilización. Otros factores que se han tomado en consideración en los últimos tiempos han sido la sostenibilidad y la multifuncionalidad. También se debe considerar su coste económico en función de sus características técnicas, la relación inversión-amortización, su coste de compra y fabricación, su montaje y colocación, su mantenimiento y su consumo de agua, gas o electricidad. Por último, un factor a tener en cuenta es su accesibilidad y facilidad de utilización, especialmente en consideración a personas con movilidad reducida o algún tipo de discapacidad física o sensitiva.
Existe una gran variedad de elementos urbanos, que pueden clasificarse según su función:
Pavimento: «flor de Barcelona», Josep Puig i Cadafalch.
Vado.
Alcorque.
Reja.
Tapa.
Escaleras del paseo de Jean C.N. Forestier.
Ascensor con reloj de la Vía Favencia.
Barandilla.
Bolardos.
Rótulo de la plaza de Cataluña.
Indicador de itinerario.
Señales de tráfico.
Placa identificadora de árbol.
Loseta de la Ruta del Modernismo.
Farol de pared, calle Petritxol.
Farola de pie tipo Lira, avenida Diagonal.
Candelabro de la plaza de San Jaime.
Columna Nikolson, playa de Bogatell.
Columna modelo Kanya, parque Central de Nou Barris.
Báculo clásico, muelle de Bosch i Alsina.
Báculo moderno, Gran Vía de las Cortes Catalanas.
Semáforo, plaza de las Glorias Catalanas.
Banco del parque Güell.
Fuente modelo Barcelona, plaza de Pablo Neruda.
Papelera.
Jardineras.
Área de juegos infantiles.
Aparatos de gimnasia, parque del Camp de la Bota.
Zona de picnic, parque del Putget.
Marquesina Foster.
Andén de autobús.
Anclaje para bicicletas.
Cabina telefónica.
Buzón.
Contenedores de basura y de recogida selectiva.
Lavabo público, parque Güell.
Banderola.
Columna Expresión Libre.
PIM-OPI.
TAM.
Terraza de bar.
Quiosco de prensa.
Quiosco de lotería.
Quiosco de castañas.
El concepto de mobiliario urbano es relativamente contemporáneo por lo que no es extrapolable a épocas pasadas, tiempos en los que no se ponía un especial interés en los elementos comunes de la convivencia ciudadana. De la época medieval o moderna subsisten algunas fuentes, que si bien eran de uso público eran de construcción individualizada, por lo que no se puede hablar de un proyecto sistematizado de regulación de su uso y distribución. Algunos ejemplos son: la fuente de Santa Ana, en la avenida del Portal del Ángel con Cucurulla (1356); la de San Justo, en la plaza homónima (1367); la de Santa María, en la plaza homónima (1403) y la de Puertaferrisa, en la calle homónima (1680).
Otro antecedente de los elementos de ámbito público es la iluminación nocturna, que se efectuaba mediante tederos instalados en las vías públicas, con combustible de madera resinosa o alquitrán. En 1599 Barcelona tenía 60 tederos en sus vías públicas, de los que aún se conserva alguno, como los de la plaza del Rey o los de la iglesia de Santa María del Mar. Posteriormente se evolucionó a los faroles de aceites combustibles, de los que en 1752 había 1500 esparcidos por la ciudad; por su coste, solo se encendían en las noches oscuras.
La atención a los elementos urbanos comenzó incipientemente en el siglo XVIII, época en que empezó a considerarse el entorno urbano como digno de embellecimiento y de acomodación a las necesidades del ciudadano, y se inició la regulación de aspectos como el alcantarillado y las redes de saneamiento, o la separación entre transeúntes y tránsito rodado.
Sin embargo fue en el siglo XIX cuando el mobiliario urbano se consolidó como una parte consustancial a cualquier planificación urbanística de la ciudad y a ser objeto de diseño y de una especial planificación para su construcción de acuerdo a unas necesidades preestablecidas y una ubicación predeterminada. Para ello coadyuvaron especialmente factores como los nuevos procesos de fabricación industrial surgidos en esa época y la utilización de materiales como el hierro, que permitía su fabricación en serie y resultaba de mayor resistencia y durabilidad.
Durante ese siglo se estableció la separación definitiva de las vías públicas entre calzada y acera para peatones, la cual ofrecía una plataforma perfecta para la colocación de toda una serie de elementos destinados a la regulación de las actividades ciudadanas y a la acomodación del espacio a las necesidades de la población. Entre los primeros elementos instalados se encuentran los bancos, de los que los primeros públicos fueron unos de piedra instalados en el paseo de San Juan (1797), el jardín del General (1815) y diversas plazas situadas en los solares dejados por conventos quemados o desamortizados en 1835-1836; las fuentes, que en estas fechas proliferaron gracias a la canalización de las aguas de Moncada realizada por el marqués de Campo Sagrado, aunque eran fuentes individualizadas y que aún no se construían en serie, como más adelante sería habitual; y los quioscos, ya fuesen para venta de prensa, flores, mascotas, lotería, bebidas u otros productos —incluyendo los ocasionales, como los de petardos para la verbena de San Juan, los de helados en verano o los de castañas en otoño—, de los que los más paradigmáticos son los situados en la Rambla, aparecidos a mediados del siglo XIX.
Esta eclosión de elementos urbanos se vio favorecida por el desarrollo de las nuevas tecnologías, como la iluminación de gas, iniciada en 1842 por la compañía Sociedad Catalana para el Alumbrado por Gas, siendo la primera ciudad española en su utilización. Las primeras calles iluminadas fueron la Rambla, la calle de Ferran y la plaza de San Jaime. En 1845 había ya 500 faroles de gas, y en esa fecha aparecieron las farolas de pie. En 1880 apareció la iluminación eléctrica, que fue sustituyendo paulatinamente a la de gas en las vías públicas: en 1882 se colocaron las primeras farolas en la plaza de San Jaime, y entre 1887 y 1888 se electrificaron la Rambla y el paseo de Colón. Durante un tiempo, entre 1885 y 1912, convivieron la luz de petróleo, de gas y la eléctrica: en 1905 había 711 farolas de petróleo, 13 378 de gas y 228 eléctricas; en 1913 desapareció el petróleo, y en 1967 el gas. La generalización de la luz eléctrica no se produjo hasta inicios del siglo XX, con la invención de la bombilla, y no se concluyó hasta 1929.
En Barcelona, como en el resto de Europa y a diferencia de las ciudades estadounidenses, el mobiliario urbano fue controlado en exclusiva por el ayuntamiento, que estableció cuidadosas reglamentaciones para su instalación. Los nuevos productos urbanos fueron entrando en el mercado a través de catálogos o de su difusión en las exposiciones internacionales que solían efectuarse en aquella época, como la celebrada en la misma Ciudad Condal en 1888. Empresas como las francesas Durenne o Val d'Osne, o la alemana Mannesmann, colocaron sus productos por toda Europa, y ayudaron a hacer del mobiliario urbano un objeto de moda y de apreciación tanto práctica como estética.
La introducción del mobiliario urbano en Barcelona fue favorecida por Ildefonso Cerdá, que en su Plan de Ensanche ya incluía muchos de estos elementos como partes integrantes del tejido urbano. Seguramente influyó en ello su visita a París, donde eran comunes elementos como quioscos, relojes, fuentes y otros elementos urbanos, que eran objeto de una planificación especial. La influencia parisina fue preponderante en esta primera etapa del mobiliario urbano barcelonés, no solo en cuanto a inspiración sino también en cuanto a encargos específicos a empresas francesas, como las farolas tipo Ville de Paris encargadas en 1866 a la fundición Val d'Osne, o los faroles murales con linterna tipo Montmartre, de los que aún quedan varios en el casco antiguo.
Otro pionero en la introducción de mobiliario urbano fue Josep Fontserè, autor del proyecto del parque de la Ciudadela (1872), que incluía algunos elementos de diseño innovador, algunos de los cuales fueron proyectados por su ayudante, un joven Antoni Gaudí que trabajaba como delineante para costearse los estudios. Obra suya fue también una fuente-farola-reloj en el mercado del Borne (1875), realizada en hierro fundido; tenía una base con una fuente con caños que salían de unas figuras de cisnes, sobre los que se encontraban cuatro esculturas de nereidas que sostenían sendas farolas de gas, con un reloj en la parte superior. Este diseño era muy parecido al coronamiento de una fuente monumental diseñada por Gaudí para la plaza de Cataluña como proyecto de carrera del curso 1876-1877 en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, por lo que hace pensar que la autoría podría ser del arquitecto reusense, que por aquel entonces trabajaba como delineante de Fontserè.
Del mismo Gaudí cabe mencionar uno de sus primeros proyectos nada más titularse, los quioscos Girossi, un encargo de un comerciante que habría consistido en 20 quioscos repartidos por toda Barcelona, cada uno de los cuales habría incluido unos retretes públicos, un puesto de flores y unos paneles de cristal para publicidad, además de reloj, calendario, barómetro y termómetro; sin embargo no llegó a realizarse. Otro proyecto no realizado de Gaudí fue el de iluminación eléctrica para la Muralla de Mar (1880), que habría consistido en ocho grandes farolas de hierro decoradas con motivos vegetales, frisos, escudos y nombres de batallas y de almirantes catalanes. Aun así, el arquitecto modernista realizó dos modelos de farolas que aún perduran: las de la plaza Real (1878) y las de Pla de Palau (1889).
Por otro lado, en el terreno del diseño cabe destacar la colección de dibujos titulada Album enciclopédico-pintoresco de los industriales (1857), de Luis Rigalt, un compendio de dibujos de diversos diseños de corte industrial realizados en la época en los campos de la jardinería, la fundición, los trabajos en mármol y piedra, la ebanistería, la joyería, la arquitectura y las artes aplicadas.
Pese a estos primeros antecedentes, el mobiliario urbano no empezó a ser objeto de una planificación sistemática hasta la designación en 1871 de Antoni Rovira i Trias como responsable de Edificaciones y Ornamentación del Ayuntamiento. Este arquitecto fue el primero en poner un especial empeño en aunar estética y funcionalidad para este tipo de aderezos urbanos. Hasta el año de su fallecimiento, en 1889, fue el responsable de una gran cantidad de productos instalados en la vía pública. Algunos de ellos eran de importación, generalmente de Francia: en 1876 sustituyó el surtidor de la plaza Real por una fuente ornamental fabricada por la empresa francesa Durenne, la fuente de las Tres Gracias; en 1877 inició la instalación de unos urinarios públicos de origen también parisino conocidos como vespasiano (vespasienne), realizados en metal con un cuerpo circular con capacidad para seis personas, sobre el que se elevaba una sección hexagonal destinada a publicidad, coronada por una cupulita. Sin embargo, también diseñó personalmente una gran cantidad de estos elementos: en 1875 diseñó una mesa de hierro y palastro para la venta de flores en la Rambla, donde también situó un quiosco de madera para bebidas en 1877, el quiosco de Canaletas; el mismo 1877 diseñó una fuente para la plaza de Jonqueres que más tarde se extendió por toda la ciudad, elaborada en serie por La Maquinista Terrestre y Marítima; en 1882 colocó unos urinarios públicos en el paseo Nacional (actual paseo de Juan de Borbón), y al año siguiente diseñó otro modelo de urinario inspirado en un modelo de la empresa neoyorquina Mott Iron Works, que fue repartido por toda la ciudad; entre 1882 y 1886 diseñó la barandilla sobre los muros de contención de la zanja del ferrocarril de la calle de Aragón, así como las barandillas, bancos de piedra, farolas y jarros de hierro del paseo de Colón; y en 1886 se encargó también de las barandillas, jarros ornamentales y detalles de acabamiento del Salón de San Juan (actual paseo de Lluís Companys).
El sucesor de Rovira fue Pere Falqués, quien siguió embelleciendo la ciudad con diseños originales de gran valor artístico, en consonancia con el estilo modernista de moda en el momento. Así, en 1889 diseñó una fuente-farola para Canaletas, en el inicio de la Rambla cerca de la plaza de Cataluña, que se ha convertido en un icono de la ciudad; el modelo se extendió luego a otros lugares del municipio. Cerca de la fuente de Canaletas instaló en 1890 un quiosco de bebidas, que sustituía al de madera de Rovira. En 1893 ideó otra fuente-farola para la plaza de San Pedro, de inspiración gótica. En 1896 diseñó un quiosco de descanso y parada de coches con reloj y teléfono público, situado en la esquina de la Gran Vía con el paseo de Gracia. En 1905 diseñó los bancos-farola del paseo de Gracia, así como las farolas de la plaza del Cinco de Oros, que hoy día se encuentran en la avenida de Gaudí.
Durante este período surgieron numerosos modelos de faroles murales, farolas de columna y candelabros, con diversas tecnologías que evolucionaron del gas a la electricidad. Faroles murales los había de linterna (cuadrada o hexagonal) o con globo colgante (uno, dos o tres); las farolas podían tener columna y luminaria de linterna (circular, cuadrada o hexagonal), globo o con un remate tipo «lira»; y los candelabros podían tener de dos a seis faroles, circulares, hexagonales o de lira. Hubo también un modelo de farola de columna con buzón incorporado, sito en la Vía Layetana y desaparecido en 1913. Otros modelos tuvieron por un tiempo soportes para cables de tranvía.
A finales del siglo XIX se empezó a urbanizar las calles con aceras de losetas y calzada de adoquines, sustituidos en los años 1960 por asfalto. Los adoquines solían ser de piedra de Montjuic, de 25 cm de diámetro, mientras que las losetas para aceras solían ser de mortero de cemento, en baldosas de 20 x 20 cm, con diversos diseños entre los que destacan uno de flores creado por Josep Puig i Cadafalch o uno de motivos marinos ideado por Antoni Gaudí (loseta Gaudí). En 1906 el Ayuntamiento aprobó seis tipos de losetas para aceras, confeccionadas desde 1916 por la casa Escofet, realizados en cemento hidráulico. En 1916 aparecieron también unas losetas con letras, que permitían escribir el nombre de las calles en las aceras; se dejaron de instalar en los años 1960, fecha desde la cual han ido desapareciendo paulatinamente, aunque aún quedan algunos ejemplos, como en las calles Londres y París.
Pasado el período de esplendor del mobiliario urbano protagonizado por Rovira y Falqués, los sucesivos consistorios que gobernaron la ciudad no pusieron un especial interés en este terreno, más allá del mantenimiento de los elementos existentes o su sustitución por otros de escasa creatividad. Excepciones puntuales fueron la urbanización de la avenida Diagonal o la renovación del paisaje urbano con motivo de la Exposición Internacional de 1929.
En los años 1920 se instalaron varios lavabos públicos subterráneos, en sustitución de las antihigiénicas vespasianas, como los de las plazas Cataluña, Urquinaona y Teatro. Los de la plaza de Urquinaona (1920-1998) incluían también duchas y diversos servicios, como peluquería, manicura, limpiabotas, perfumería y escribanía, además de un puesto de lotería y cabinas telefónicas.
En 1928, en vistas a la celebración de la Exposición Internacional, se instalaron las primeras papeleras públicas, del modelo Tulipa, formadas por un cilindro metálico de barras verticales que se abrían como una flor en su parte superior. Fueron toda una novedad en la época, ya que la concienciación hacia la limpieza de las calles no estaba muy desarrollada por aquel entonces.
Para la Exposición se instalaron también algunos faroles provisionales llamados «bailarina», situados en medio de las calles suspendidos de unos cables con tensores colocados de fachada a fachada. Con posterioridad al evento fueron retirados, aunque en 1990 se volvieron a instalar algunos en la avenida del Tibidabo. Cabe señalar que en 1929 se instalaron los primeros semáforos para regular el tráfico de vehículos: el primero se situó en el cruce de las calles Balmes y Provenza, y a finales de año había diez funcionando por toda la ciudad, regulados por agentes de la Guardia Urbana. La Guerra Civil supuso un parón en la instalación de semáforos, que fue reactivada en los años 1950. En 1958 se produjo la primera sincronización, en la Vía Layetana. En 1984 se abrió el Centro de Control de Tránsito, que en 2004 controlaba 1500 cruces semafóricos.
En 1930 se instalaron en el paseo de San Juan unos curiosos bancos diseñados por Félix de Azúa que contenían libros en su interior, los llamados «bancos-biblioteca», que tenían unas vitrinas de vidrio sobre su respaldo central en cuyo interior albergaban libros de lectura libre y gratuita, dispensados por un funcionario. Tras la Guerra Civil los bancos perdieron esta función, y en los años 1950 desaparecieron en una reforma del paseo.
Durante la etapa franquista predominaron los criterios pragmáticos y económicos sobre los estéticos, unido a la falta de coordinación en la colocación de estos elementos en el espacio público. Entre las pocas novedades que hubo en estos años se pueden mencionar las fuentes de chorro continuo, de las que existieron dos variedades principales: entre los años 1940 y 1960 se instalaron varias fuentes de piedra artificial, con una base tripartita, fuste octogonal y taza circular con relieves florales, de la que salía un chorro vertical que caía sobre la misma taza; la segunda se dio entre los años 1960 y 1970, hechas de conglomerado de color rosado, con base circular y fuste de sección cónica.
Durante los años 1950 y 1960 el arquitecto municipal Adolf Florensa puso un especial empeño en el diseño de nuevos pavimentos para diversas zonas de la ciudad, especialmente del distrito de Ciutat Vella. Fruto de ello fueron los pavimentos de diversos lugares emblemáticos de la ciudad: el de la plaza de San Jaime (1953), realizado con basalto oscuro en combinación con piedra caliza blanca, que forma un entramado de cuadrados que inscriben un rectángulo en el perímetro de la plaza; el de la plaza de Cataluña (1959), que con losas de terrazo de diferentes colores (blanco, granate, verde y crema) forma un dibujo oval con seis trapezoides en su interior y una estrella o rosa de los vientos en el centro; y el pavimento de la Rambla, elaborado con vibrazo de formas ondulantes (1968).
En 1974 se hizo una reforma del paseo de Gracia en la cual se añadieron unos bancos-jardinera elaborados de cerámica de trencadís, a imitación de los bancos modernistas diseñados por Pere Falqués. Ese mismo año Òscar Tusquets y Lluís Clotet diseñaron el banco modelo Catalano, realizado en acero, con un asiento de deployé pintado con resina de poliéster de color plata, y con un perfil ergonómico inspirado en el banco ondulante del parque Güell diseñado por Gaudí; fue el primer exponente de un cambio de actitud y de una apuesta por el diseño y la innovación en el mobiliario urbano.
La situación cambió con la llegada de la democracia y los nuevos gobiernos de tipo socialista en la ciudad, que apostaron por el arte y el diseño como signo de identidad de la ciudad. Se inició entonces una campaña tanto de recuperación del patrimonio histórico como de instalación de nuevos elementos en los que predominaba el diseño como factor definitorio de los nuevos complementos urbanos. Para ello se creó en 1991 el Servicio de Elementos Urbanos, dependiente del área de Proyectos y Obras del Ayuntamiento de Barcelona, que tenía por principales objetivos fijar unos criterios de selección, colocación, normalización y renovación de elementos urbanos con una clara apuesta por el diseño y la modernidad. Se tomaron tres primeras directrices principales: recuperar los antiguos diseños originarios del siglo XIX, como los bancos románticos, las fuentes y farolas de hierro colado; tomar la iniciativa municipal como principal promotor de los proyectos urbanísticos; y diseñar un mobiliario urbano específico para cada proyecto, como un elemento más de cualquier intervención urbanística. Al frente del nuevo departamento estuvo Màrius Quintana, responsable de la selección de mobiliario urbano y su adjudicación mediante concursos públicos a nuevos diseños elaborados por los más prestigiosos arquitectos y diseñadores. Los proyectos urbanos de este período, según Quintana, «significaron un aumento del nivel de diseño y una apuesta por la modernidad y la innovación tanto en los espacios como en el mobiliario urbano».
Un claro ejemplo fue la adjudicación en 1986 de las nuevas marquesinas (modelo Pal·li) para paradas de autobús al diseño realizado por Josep Lluís Canosa, Elías Torres y José Antonio Martínez Lapeña, un diseño práctico pero a la vez innovador, estético y de signo contemporáneo. Con forma de palio, están formadas por una estructura de acero tubular con un techo y un banco de poliéster de color amarillo. Con este modelo se compaginaba además la funcionalidad con el aspecto económico, ya que la incorporación de publicidad —gracias a la idea de Jean-Claude Decaux— permitía sufragar su mantenimiento, en un perfecto maridaje que se extendió a otros elementos de la ciudad.
Desde entonces han sido muchos los arquitectos y diseñadores que han realizado modelos diversos de mobiliario urbano para la ciudad: Jaume Bach y Gabriel Mora (jardinera Barcina, 1982); Beth Galí (farola Lamparaalta, 1983, con Màrius Quintana); Antoni Roselló (modelo Marítim de quiosco de la ONCE, 1986); Jordi Henrich y Olga Tarrasó (farola Pep, 1988; banco Nu, 1991); Albert Viaplana y Helio Piñón (banco U, 1988); Josep Maria Civit (locutorio de Telefónica, 1989); Jaume Artigues (banco Levit, 1989); Leopoldo Milá Sagnier (banco Montseny, 1990); Pedro Barragán (farola Prim, 1991); Enric Batlle y Joan Roig (fuente Atlántida, 1991); Montserrat Periel (barandilla Línea, 1993); Andreu Arriola y Carme Fiol (banco G, 1995; fuente Sarastro, 1995); Enric Pericas (Plataforma Bus, 1995); Moisés Gallego y Franc Fernández (quiosco de prensa Condal, 1996); Norman Foster (marquesina Foster, 1998); Elías Torres y José Antonio Martínez Lapeña (fuente Lama, 2004); Terradas Arquitectes (loseta Diagonal, 2014); etc.
Uno de los factores que más se han tenido en cuenta en el diseño de mobiliario urbano de estos últimos años han sido los criterios de accesibilidad, para la eliminación de las barreras arquitectónicas que dificultaban el tránsito a personas con discapacidades físicas, o bien la instalación de señalizaciones especiales para invidentes.GPS para mostrar el tiempo de espera de los autobuses.
Otro factor en consideración han sido los criterios de sostenibilidad, eficiencia energética y respeto al medio ambiente. Un exponente de ello han sido las nuevas paradas de autobús introducidas en 2010 que incorporan una placa solar, las llamadas «parada solar de información» (PSI), que incorporan un panel digital que funciona conLoseta de 4 pastillas.
Loseta del rombo.
Loseta de las rosas.
Loseta de la B (de Barcelona).
Losetas de letras, calle de París.
Pavimento de la Rambla.
Pavimento de la avenida Diagonal.
Modelo Capilla.
Fuente diseñada por Antoni Rovira i Trias.
Modelo Badalona.
Modelo Georgina.
Modelo Villa Olímpica.
Modelo Sarastro.
Modelo Lama.
Modelo Caudal.
Modelo Neorromántico liviano.
Banco-jardinera del paseo de Gracia.
Modelo G.
Modelo Sócrates.
Modelos Sillarga y Sicurta.
Modelo Lungomare.
Modelo Hebi.
Farol mural de la calle Mayor de Gracia.
Modelo Ciutadella.
Modelo Eixample.
Modelo Pagode.
Modelo Ful.
Farola de la rambla de Prim.
Modelo Andrea.
Modelo Llum-i.
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