El Manuscrito Voynich es un libro ilustrado, de contenidos desconocidos, escrito por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el denominado voynichés. Aunque no se sabe cuándo fue escrito, según pruebas del carbono 14, el pergamino en el cual está escrito fue fabricado entre 1404 y 1438.
El nombre del manuscrito se debe al especialista lituano en libros antiguos Wilfrid M. Voynich (1865-1930), quien lo adquirió en 1912. Está catalogado como el ítem MS 408 en la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale.
El manuscrito ha sido objeto de intensos estudios por numerosos criptógrafos profesionales y aficionados, incluyendo destacados especialistas estadounidenses y británicos en descifrados de la Segunda Guerra Mundial. Hasta febrero de 2014[cita requerida] ninguno había conseguido descifrar una sola palabra. Esta sucesión de fracasos ha convertido al manuscrito en el Santo Grial de la criptografía histórica, pero a la vez ha alimentado la hipótesis de que el libro no es más que un elaborado engaño, una secuencia de símbolos al azar sin sentido alguno.
Sin embargo, el que cumpla la ley de Zipf (que establece que en todas las lenguas humanas la palabra más frecuente en una gran cantidad de texto aparece el doble de veces que la segunda más frecuente, el triple que la tercera más frecuente, el cuádruple que la cuarta, etc.) hace pensar que se trata no solo de un texto redactado en un lenguaje concreto, sino también que ese lenguaje se basa en alguna lengua natural, ya que los lenguajes artificiales, como los élficos de Tolkien o el klingon de Star Trek, no cumplen esta regla. Es prácticamente imposible que el autor del Manuscrito Voynich conociera dicha ley, enunciada varios siglos después, y que por tanto la aplicase a una lengua inventada por él.
En 2009, investigaciones de la Universidad de Arizona (en Estados Unidos) demostraron, mediante la prueba del carbono 14, y con una fiabilidad del 95 %, que el pergamino del manuscrito podía datarse entre 1404 y 1438. Por otra parte, el McCrone Research Institute de Chicago demostró que la tinta fue aplicada no mucho después, confirmando así que el manuscrito es un auténtico documento medieval.
Sobre el lugar en que pudo haberse escrito, existen pocas pistas. En una de sus ilustraciones aparece una ciudad amurallada, y son sus almenas dibujadas las que aportan una orientación. Su forma es la de las almenas llamadas de cola de golondrina, un estilo estético que, más tarde, en el Renacimiento, se popularizó por toda Europa, pero que en el momento en que se supone que se elaboró el manuscrito, según los últimos estudios de la Universidad de Arizona, solo se podía encontrar en el norte de Italia, quizá en la amplia región entre Milán y Venecia.
Según estudios publicados en 2014, por el botánico Arthur Tucker de la Universidad Estatal de Delaware, el origen del manuscrito podría ser mesoamericano. Esta hipótesis se basa en la similitud de algunas plantas ilustradas en el manuscrito con sus contrapartes americanas y en el hecho de que el estilo con el que están realizadas dichas ilustraciones concuerda con el estilo usado en ilustraciones botánicas del siglo XVI d. C. en México.
En febrero de 2014, Stephen Bax, profesor de la Universidad de Bedfordshire (Reino Unido), aseguró haber traducido 10 palabras del manuscrito pero ha sido desacreditado.
El libro tiene alrededor de 240 páginas de pergamino, con vacíos en su numeración (la cual es aparentemente posterior al texto, quizás del siglo XVI d. C.), lo que sugiere que varias páginas se habían extraviado ya antes de su compra por Voynich. Para evitar extravíos posteriores, el padre Theodore C. Petersen lo fotocopió en 1931, repartiendo dichas copias entre varios investigadores interesados en su estudio e intento de traducción.
Se utilizó pluma de ave para escribir el texto y dibujar las figuras con pintura de colores; según se puede apreciar, el texto es posterior a las figuras, ya que en numerosas ocasiones el texto aparece tocando el borde de las imágenes, algo que no ocurriría si estas hubiesen sido añadidas posteriormente.
Las ilustraciones del manuscrito no aclaran los contenidos del texto pero denotan que el libro consta de seis "secciones", con diferente materia y estilo. Exceptuando la última sección, que contiene únicamente texto, casi la totalidad de las páginas contiene al menos una ilustración. Las secciones y sus nombres convencionales son:
El texto (llamado voynichés) fue claramente escrito de izquierda a derecha, con un margen derecho desigual. Las secciones más largas se encuentran partidas en párrafos, a menudo con "viñetas" en el margen izquierdo. No hay evidencia de signos de puntuación.
El texto es fluido, como si el escriba entendiera lo que estaba escribiendo mientras lo hacía; el manuscrito no da la impresión de que cada carácter haya tenido que ser calculado antes de ser escrito en la página.
El texto consiste de más de 170.000 glifos, normalmente separados unos de otros por pequeños espacios. La mayoría de los glifos están escritos con uno o dos trazos simples. Considerando que existen disputas sobre si ciertos glifos son distintos o no, se calcula que el alfabeto entero consta de entre 20 y 30 glifos totales para casi todo el texto, con raras excepciones de algunas docenas de caracteres "extraños", encontrados una o dos veces en todo el texto.
Los espacios más anchos dividen el texto en alrededor de 35 000 "palabras" de longitud variada. Estas parecen seguir una cierta fonética o reglas ortográficas de cierto tipo; por ejemplo, algunos caracteres deben aparecer en cada palabra (como las vocales en el castellano), algunos caracteres nunca siguen a otros, algunos pueden ser dobles pero otros no.
El análisis estadístico del texto reveló patrones similares a los de lenguas naturales. Por ejemplo, la frecuencia de palabras sigue la Ley de Zipf y la entropía (alrededor de 10 bits por palabra) es similar a aquella de textos en latín. Algunas palabras aparecen exclusivamente en ciertas secciones, o solo en algunas páginas; otras son frecuentes en todo el manuscrito. Existen muy pocas repeticiones entre las miles de "leyendas" adjuntas a las ilustraciones. En la sección «herbario», la primera palabra de cada página aparece solamente en esa página, pudiendo representar el nombre de la planta.
Por otro lado, el "idioma" del Manuscrito Voynich, el voynichés, es distinto de los idiomas europeos en varios aspectos. En particular, no existen palabras con más de 10 letras. Además, la distribución de letras dentro de una palabra es algo peculiar: algunos caracteres aparecen solamente al principio de una palabra, otros solamente al final y algunos siempre en el medio. Tal característica es muy particular en lenguas como el árabe, donde la misma letra se representa de diferentes formas, dependiendo de su posición en la palabra, por lo que se escribe diferentemente al inicio, en el centro o al final, lo que puede dar a entender que se trata de un alfabeto más reducido, en el entendido de que se ven como símbolos distintos lo que podría ser el mismo.
El texto parece ser más repetitivo que los típicos idiomas europeos: existen secuencias en las cuales la misma palabra común aparece hasta tres veces consecutivas.
Se atribuye a los primeros propietarios reales del manuscrito la creencia de que su autor fue Roger Bacon (1214-1294). El manuscrito presenta notables parecidos con una obra del autor inglés Anthony Ascham, A Little Herbal (‘un pequeño herbario’), publicada en 1550.
Los primeros propietarios teóricos del manuscrito habrían sido Rodolfo II de Bohemia (1552-1612) (nieto de Carlos I de España) y Jacobus Horcicky de Tepenecz (que lo habría poseído entre 1612 y 1622), quien a su vez se lo habría pasado a Georgius Barschius (quien en teoría lo habría tenido entre 1622-1665). De este último personaje no se tienen noticias más que por unas cartas que posiblemente escribió Johannes Marcus Marci (poseedor del libro en 1665), dirigidas a Athanasius Kircher. Quizá emulando al orientalista Andreas Mueller, que había conseguido estafar a Kircher con un texto fraudulento, y con la colaboración de Raphael Missowsky, habría escrito el manuscrito y creado toda la representación anterior.
Permanecería en manos de Athanasius Kircher desde 1665 hasta 1680, sin que pudiera descifrarlo, pasando a la biblioteca del Collegio Romano (actualmente la Universidad Pontificia Gregoriana) hasta 1912, momento en el que lo compraría Wilfrid M. Voynich (entre 1912 y 1930) para pasar posteriormente a su viuda, Ethel Boole Voynich (entre 1930 y 1961), a Hans Peter Kraus (entre 1961 y 1969), el cual lo cedió a la Universidad de Yale.
Dado que el alfabeto del Manuscrito Voynich no se asemeja a ningún tipo de escritura conocida, y que el texto continúa sin ser descifrado, la única prueba práctica de la edad y origen del libro son sus ilustraciones, en especial, los atuendos y peinados de las figuras humanas, y algunos castillos vistos en los diagramas. Todo es característicamente europeo y, basándose en ello, la mayoría de los expertos fechan el libro entre 1450 y 1520. Esta estimación es apoyada por otras pistas secundarias.
El primer dueño confirmado del manuscrito fue un cierto Georgius Barschius, un oscuro alquimista que vivió en Praga a comienzos del siglo XVII d. C.. Aparentemente, Barschius se encontraba tan confundido con respecto al libro como nos encontramos en la actualidad. Tras enterarse de que Athanasius Kircher, un erudito jesuita del Collegio Romano, había publicado un diccionario de copto (etíope) y "descifrado" los jeroglíficos egipcios, envió una muestra del manuscrito a Kircher en dos ocasiones, pidiéndole pistas. Su carta a Kircher en 1639, recientemente hallada por René Zandbergen, es la mención más antigua del manuscrito hallada hasta la fecha.
Se desconoce si Kircher respondió al pedido, pero aparentemente se encontraba lo suficientemente interesado como para intentar adquirir el libro, que Barschius se negó a vender. Tras la muerte de Barschius, el manuscrito pasó a manos de su amigo Johannes Marcus Marci, en aquel entonces rector de la Universidad Carolina de Praga, quien rápidamente lo envió a Kircher, su amigo corresponsal. La carta de Marci (1665) se encuentra aún adjunta al manuscrito: en ella, le ofrece el manuscrito para su descifrado y menciona que fue adquirido por el emperador Rodolfo II de Bohemia (1552-1612) por 600 ducados de oro. La carta menciona luego que en la corte de Rodolfo II se creía que el autor del manuscrito era Roger Bacon (el fraile franciscano que vivió entre 1214 y 1294).
No se encuentran menciones del libro en los dos siglos siguientes, aunque muy probablemente lo conservaron, junto con la correspondencia de Kircher, en la biblioteca del Collegio Romano (actualmente la Universidad Pontificia Gregoriana). Allí permaneció probablemente hasta que las tropas de Víctor Manuel II de Italia conquistaron la ciudad en 1870, anexionando los Estados Pontificios al nuevo Estado italiano. El nuevo Gobierno italiano decidió confiscar muchas de las propiedades de la Iglesia, incluida la biblioteca del Collegio. De acuerdo con las investigaciones de Xavier Ceccaldi y otros, justo después de este acontecimiento se transfirieron precipitadamente muchos de los libros de la biblioteca de la universidad a las bibliotecas personales de su facultad, donde quedaban a salvo de la confiscación. La correspondencia de Kircher, incluyendo el manuscrito, se encontraba entre estos libros.
Parece ser que alrededor del año 1912 el Collegio Romano se encontraba en una situación económica precaria y decidió vender, discretamente, algunas de sus propiedades. Así fue cómo Wilfrid Voynich adquirió 30 manuscritos, entre ellos el que nos ocupa. Treinta años después de la muerte de Voynich, en el año 1961, su viuda vendió el libro a otro marchante de libros antiguos, llamado H. P. Kraus. Como no pudo encontrar un comprador, Kraus donó el manuscrito a la Universidad de Yale en 1969.
Se han propuesto muchos posibles autores del Manuscrito Voynich. A continuación se citan solo los más populares.
La carta, adjunta al manuscrito, de Marci a Kircher (1665), dice que, según su último amigo Raphael Mnishovsky, el Emperador Rodolfo II de Bohemia (1552-1612) habría comprado el libro por 600 ducados (unos miles de dólares en moneda contemporánea). Según la carta, Rodolfo (o tal vez Raphael) creían que el autor era el fraile y polígrafo franciscano Roger Bacon (1214-1294).
A pesar de que Marci dijo que «no opinaba» acerca de la anterior afirmación, Voynich la tomó bastante en serio e hizo todo lo posible por confirmarla. Su convicción influyó poderosamente en la mayoría de los intentos de desciframiento durante los 80 años siguientes. Sin embargo, los estudiosos que han visto el manuscrito y están familiarizados con la obra de Bacon han negado rotundamente tal posibilidad. También hay que advertir que Raphael murió en 1644, y la compra debió ocurrir antes de la abdicación de Rodolfo, en 1611 —al menos 55 años antes de la carta de Marci—.
La hipótesis de la autoría de Roger Bacon condujo a Voynich a concluir que la única persona que pudo vender el manuscrito a Rodolfo fue John Dee (1527-1608), un matemático y astrólogo de la Corte de Isabel I de Inglaterra, y conocido por ser propietario de una gran colección de manuscritos de Bacon. John Dee y su scrier (ayudante médium) Edward Kelley (1555-1597) vivieron varios años en Bohemia, donde habían esperado ofrecer sus servicios al Emperador. Sin embargo, los minuciosos diarios de John Dee no mencionan esta venta, lo que la hace bastante improbable. De todas formas, si el autor no fuera Bacon, la relación de John Dee con el manuscrito simplemente desaparece. Por otra parte, el propio John Dee lo podría haber escrito, y luego propagó el rumor de que era una obra original de Bacon, con la esperanza de venderlo posteriormente.
El compañero de John Dee en Praga, Edward Kelley (1555-1597), era un extravagante alquimista, que presumía de poder transmutar el cobre en oro gracias a un polvo secreto que había extraído de la tumba de un obispo en Gales. Como adivino de John Dee, también afirmaba ser capaz de invocar a los ángeles con una bola de cristal, y mantener largas conversaciones con ellos, que John Dee anotaba escrupulosamente. Al lenguaje de los ángeles lo llamaba "enoquiano", derivado de Enoc, el padre de Matusalén; según el apócrifo Libro de Enoc, Enoc fue llevado a visitar el Cielo en un carro tirado por ángeles, y luego escribió un libro acerca de lo que allí vio. Algunos han sugerido que, igual que Kelley inventó el "enoquiano" para engañar a John Dee, podría haber creado el Manuscrito Voynich para estafar al emperador (quien además pagaba a Kelley por sus presuntos conocimientos alquímicos). Sin embargo, si Roger Bacon no es el autor del manuscrito, la relación de Kelley con él es tan improbable como la de John Dee.
Se ha sospechado en muchas ocasiones que el propio Wilfrid Voynich elaboró el manuscrito. Como anticuario de libros, seguramente tenía los conocimientos y medios necesarios, y un "libro perdido" de Roger Bacon habría valido una fortuna. Sin embargo, el reciente descubrimiento de la carta de Baresh (Georgius Barschius) a Kircher ha eliminado completamente esta posibilidad, salvo que Wilfrid Voynich hubiese "quitado" la carta del libro original que la contenía y hubiese falsificado un libro nuevo basándose en el contenido de dicha carta.
Una reproducción fotostática de la primera página del Manuscrito Voynich, hecha por Wilfrid Voynich en algún momento anterior a 1921, mostraba el rastro débil de unas palabras que habían sido borradas. Con la ayuda de algunos productos químicos, se pudo leer que el texto decía «Jacobj à Tepenece»: es decir, Jakub Horcicky de Tepenec, en latín Jacobus Sinapius, un especialista en hierbas medicinales, médico personal de Rodolfo II y encargado de sus jardines botánicos. Wilfrid Voynich, y muchos otros después, dedujeron de esta "firma" que Jacobus poseía el Manuscrito Voynich antes que Baresh, y vio en ello una confirmación de la historia de Raphael. Otros han sugerido que el propio Jacobus pudo ser el autor.
Sin embargo, la caligrafía de las palabras difuminadas no coincide con la de la firma de Jacobus, que aparece en un documento recientemente localizado por Jan Hurich. Por ello es posible que la escritura de la primera página fuera añadida posteriormente por un dueño o librero, y sería solo la hipótesis de esta persona acerca del autor del manuscrito. En los libros de historia de los jesuitas de los que disponía Kircher, Jacobus era el único alquimista o médico de la corte de Rodolfo que merece una entrada de una página completa mientras que, por ejemplo, apenas si mencionan a Tycho Brahe. Además los productos químicos aplicados por Voynich han deteriorado tanto el pergamino que actualmente apenas si se puede ver rastro de la escritura, así que también existe la sospecha de que la firma fuera falsificada por Voynich para contribuir al fortalecimiento de la hipótesis de la autoría de Roger Bacon.
Johannes Marcus Marci conoció a Kircher cuando encabezaba una delegación de la Universidad Carolina de Praga a Roma en 1638, y en los 27 años siguientes los dos eruditos intercambiaron correspondencia sobre una gran variedad de disciplinas científicas. La misión de Marci formaba parte de la lucha continua de la facción secularista de la Universidad para mantener su independencia respecto a los jesuitas, quienes dirigían el Colegio Clementinum de Praga, rival de la Universidad. A pesar de esos esfuerzos, las dos universidades se fusionaron en 1654 bajo control de los jesuitas. Por tanto, se ha especulado que la animosidad política contra los jesuitas llevó a Marci a "fabricar" la carta de Baresch y, más tarde, el Manuscrito Voynich, en un intento de desacreditar a su "estrella" Kircher.
La personalidad y conocimientos de Marci parecen adecuados para llevar a cabo esta tarea, y Kircher, un "Doctor Sabelotodo", era una presa fácil, pues se le recuerda más por sus errores espectaculares que por logros genuinos. Incluso la carta de Baresch guarda cierto parecido con un fraude que el orientalista Andreas Mueller hizo al propio Kircher: Mueller elaboró un manuscrito ininteligible y se lo envió a Kircher, con una nota adjunta que explicaba que procedía de Egipto. Pidió a Kircher una traducción, y se sabe que Kircher hizo una inmediatamente.
Merece la pena señalar que las únicas pruebas de la existencia de Georg Baresch son tres cartas enviadas a Kircher: una remitida por Baresch (1639) y dos por Marci (como un año después). También es curioso que la correspondencia entre Marci y Kircher acaba en 1665, precisamente con la carta adjunta al Manuscrito Voynich. Sin embargo, el resentimiento secreto de Marci contra los jesuitas es pura conjetura: era un católico devoto, él mismo había estudiado para hacerse jesuita, y poco después de su muerte en 1667 le fue concedida la pertenencia honorífica a la Orden.
Raphael Missowsky, amigo de Marci al que se atribuye la historia de Bacon, era criptógrafo entre otras muchas cosas, y parece que inventó un cifrado presuntamente indescifrable. Esto ha llevado a la hipótesis de que elaboró el Manuscrito Voynich como una demostración práctica de dicho cifrado, y convirtió al pobre Baresh en un involuntario conejillo de Indias. La hipótesis sigue con que después de que Kircher publicase su libro sobre el copto, Raphael pensó que engañar a éste sería un trofeo mucho más jugoso que engañar a Baresch, y convenció al alquimista para que pidiera ayuda al jesuita. Habría inventado la historia de Roger Bacon para motivar más a Barech. El hecho de que se abstuviera de dar su opinión en la carta adjunta al Manuscrito Voynich puede significar que Marci sospechaba que era una mentira. Sin embargo, no hay pruebas definitivas de esta hipótesis.
El doctor Leonell Strong, investigador del cáncer y criptógrafo aficionado, intentó descifrar el Manuscrito Voynich. Strong dijo que la solución era «un peculiar sistema doble de progresiones aritméticas de un alfabeto múltiple». Strong defendía que el texto revelaba que el autor del Manuscrito Voynich era el autor inglés del siglo XVI d. C. Anthony Ascham, cuya obra incluía A Little Herbal (Un pequeño herbario), publicado en 1550. Aunque el Manuscrito Voynich contiene secciones parecidas al herbario, el principal argumento contra esta hipótesis es que se desconoce dónde habría obtenido este autor los conocimientos literarios y criptográficos necesarios.
Antonio Averlino (alrededor de 1400-1469) a mediados del siglo XV d. C. se trasladó a Milán, llamado por el propio Francesco Sforza, para el cual construyó el Ospedale Maggiore (alrededor de 1456). Las hipótesis a favor de Filarete como autor del código Voynich (o implicado en su redacción) se basan en varios detalles. A saber: que en una parte del Manuscrito se representa lo que podría ser el sistema de circulación de agua basado en cañerías de terracota, utilizado por Filarete en el Ospedale Maggiore; que la fortaleza que aparece en su representación de una ciudad circular coincide con el castillo Sforza, en cuya ampliación también estuvo implicado (aparte de ser autor de un tratado sobre un modelo de ciudad ideal) y, por último, que el propio Filarete era aficionado a los códigos, llegando a incluir en ocasiones anagramas en los textos que escribía. Además, se apunta a que Filarete, tras perder el favor de los Sforza, se encontraba en una situación complicada para continuar desarrollando su profesión. Unido a la relación de amistad que tenía con otros hombres de ciencia que trabajaban para el Imperio Otomano (potencia rival de Milán en el Mediterráneo), el Manuscrito Voynich podría ser una forma de llevarse sus secretos (algunos de los cuales suponían la muerte si las autoridades lo descubrían).
La impresión general que proporcionan las páginas que nos han llegado del manuscrito sugieren que su propósito era servir como una farmacopea o desarrollar temas comunes en la medicina medieval o renacentista. Sin embargo, los detalles intrigantes de las ilustraciones han alimentado muchas hipótesis acerca del origen del libro, su contenido, y los fines para los que fue concebido. Nuevas corrientes de estudio han relacionado algunas de las ilustraciones con secretos de los gremios de artesanos de Milán (farmacopea de venenos, producción de cristal, etc.), los cuales estaban protegidos tradicionalmente hasta el punto de que su transmisión a potencias extranjeras suponía graves castigos.
La primera sección del libro es casi seguro un herbario, pero han fracasado completamente todos los intentos para identificar las plantas, ya sea con especies existentes o con los dibujos estilizados de los herbarios contemporáneos. Solo se pueden identificar con alguna certidumbre un par de plantas, entre las que se incluyen el pensamiento silvestre y el helecho "culantrillo" o "cabello de Venus". Los dibujos del herbario que se asemejan a los bocetos "farmacológicos" parecen ser "copias en limpio" de estos, salvo que se completaron las partes que faltaban con detalles inverosímiles. De hecho, muchas de las plantas parecen ser compuestas (jocosamente se les ha llamado "frankenplantas"): se juntan las raíces de una especie con las hojas de otra y las flores de una tercera; en ocasiones las raíces han sido adornadas con "ojos", zarpas o incluso garras: se desconoce qué significan estos adornos (salvo que fuesen claves o pistas visuales de algún tipo).
Brumbaugh cree que una ilustración representa un girasol del Nuevo Mundo, lo que ayudaría a fechar el manuscrito y abriría posibilidades intrigantes acerca de su origen. Sin embargo, la semejanza es escasa, sobre todo si se la compara con la especie silvestre original; y puesto que se desconoce la escala del dibujo, la planta podría representar un ejemplar de una amplia familia botánica, compuesta por muchas especies (margarita, camomila, …) y extendida por todo el mundo.
Otra de las posibles especies que se distinguiría en las hojas y en los frutos es la planta Ricinus communis.
Los recipientes y tubos de la sección "biológica" podrían indicar una relación con la alquimia, lo que sería relevante si el libro contuviera instrucciones para la preparación de compuestos médicos. Sin embargo los libros alquímicos del periodo comparten un lenguaje visual común, en el que se representan los procesos e ingredientes por medio de imágenes específicas (el águila, el sapo, un hombre en una tumba, una pareja en la cama, el sol, etc.) o símbolos textuales convencionales (un círculo con una cruz, etc.); no se identifica ninguno de ellos en el manuscrito.
Sergio Toresella, experto en herbarios antiguos, señaló que el Manuscrito Voynich podría ser un herbario alquímico, que de hecho no tiene nada que ver con la alquimia. Se trata de un herbario ficticio con dibujos inventados, con el que los curanderos cargaban para impresionar a sus clientes. Parece que existió una pequeña industria doméstica de tales libros en alguna parte de Italia Septentrional, justo en esa época. Sin embargo, esos libros eran muy diferentes del Manuscrito Voynich en estilo y diseño, y siempre estaban escritos en lenguaje normal.
Las consideraciones astrológicas siempre tuvieron un papel importante en la recolección de hierbas medicinales, sangrías y otros procedimientos médicos comunes en la época más probable de elaboración del manuscrito (ver, por ejemplo, los libros de Nicholas Culpeper). Sin embargo, aparte de los obvios signos zodiacales, y un diagrama que parece mostrar los planetas clásicos, nadie ha sido capaz de interpretar las ilustraciones dentro de las tradiciones astrológicas conocidas (sean europeas o de otros lugares).
Un dibujo circular en la sección «astronómica» (folio 68 vuelto, sección 3) representa un objeto de forma irregular con ocho brazos curvados y estrellas amarillas y azules en su interior; algunos lo han interpretado como el dibujo de una galaxia, que solo se puede observar con un telescopio e incluso se ha insinuado que el propio Roger Bacon pudo fabricar uno con un espejo cóncavo: sin embargo incluso con los mayores telescopios actuales ninguna galaxia presenta ese aspecto salvo que se utilice la fotografía; la Galaxia de Andrómeda aparece bastante de canto y no de frente como la que se aprecia en el manuscrito.
El parecido es muy discutible: en una inspección ocular el centro de la "galaxia" se asemeja más bien a un estanque de agua mientras que los presuntos brazos son líneas espirales con texto, no con estrellas amarillas o azules.
Se han interpretado otros dibujos como células vistas a través del microscopio: ello implicaría un origen moderno del manuscrito (siglo XVII d. C.), más que medieval.
Jacques Bergier, en su obra Les livres maudits (editorial J' ai Lu, París, 1971), traducida al español como Los libros condenados (Plaza & Janés, 1973), propone una extraña hipótesis: el autor del Manuscrito Voynich poseía conocimientos extraordinariamente avanzados y demasiado peligrosos para el mundo moderno, por ejemplo el secreto de las estrellas novas, por lo cual los ocultó para evitar nuestra propia autodestrucción.
No hay pruebas de tales conocimientos avanzadísimos en el manuscrito, salvo algunos diseños "astronómicos" (por ejemplo estrellas que parecen "explotar" en los folios 68 anverso y 69 reverso, aunque pueden representar cualquier otra cosa): de todos modos es altamente improbable que Wilfrid Voynich en 1912, por no mencionar al dúo mágico-alquimista Dee-Kelley (hacia 1585) o incluso el propio Roger Bacon supiesen qué es la energía nuclear, cómo manipularla o liberarla de modo artificial.
Prescott Currier, un criptógrafo de la Marina de los Estados Unidos, que trabajó con el manuscrito en los 70, observó que se podían separar las páginas de la sección "herbario" en dos conjuntos, las manos A y B, con propiedades estadísticas distintas y caligrafías diversas. Concluyó que el Manuscrito Voynich era la obra de dos o más autores con diferentes dialectos y convenciones ortográficas. Sin embargo, estudios recientes han puesto en duda esta conclusión. Un experto en caligrafía[¿quién?] que examinó el libro opinó que una sola mano había redactado el manuscrito entero. Además, cuando se examinan todas las secciones, se ve una transición más gradual, con el herbario A y el herbario B en los extremos opuestos. Así, las observaciones de Prescott podrían ser tan solo la consecuencia de que las secciones del herbario hubieran sido escritas en dos épocas muy separadas en el tiempo; también cabe la posibilidad de que el manuscrito actual haya sido cosido a partir de secciones que, originalmente, tenían otra disposición.
Se han propuesto muchas hipótesis acerca de la naturaleza de la lengua del Manuscrito Voynich. Sigue una lista no exhaustiva:
Según esta hipótesis, el Manuscrito Voynich contiene texto con significado en alguna lengua europea, que se hizo oscuro a propósito convirtiendo las letras mediante algún sistema de cifrado: un algoritmo que operaba sobre letras individuales. Al parecer, se han reconocido algunos símbolos que apuntarían a que el código utilizado coincidiría con la clave de cifrado de la cancillería Milanesa en el siglo XV d. C.
Ha sido la hipótesis de trabajo en la mayoría de los intentos de desciframiento durante el siglo XX d. C., incluido un equipo de criptógrafos de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) de Estados Unidos, dirigido por William F. Friedman, a principios de los años cincuenta.
Primero agrupó el First Study Group (1944-1946) y luego el Second Study Group. Se descartaron los cifrados de sustitución simple, porque son muy fáciles de descifrar. Por eso los esfuerzos se han dirigido en general hacia los cifrados polialfabéticos, inventados por León Alberti (1404-1472) hacia 1460. Este tipo incluye el popular cifrado de Vigenère, tal vez reforzado por el uso de símbolos vacíos o equivalentes, reordenación de letras, rupturas falsas de palabras, etc. Algunos autores suponen que se eliminaron las vocales antes del cifrado. Algunos han pretendido el éxito en el desciframiento siguiendo estos supuestos; pero ninguno ha logrado amplia aceptación, principalmente porque los algoritmos de desciframiento propuestos dependen de tantas suposiciones por parte del lector, que se podría obtener un texto con significado de cualquier serie aleatoria de símbolos.
El principal argumento para esta hipótesis es que el uso de un alfabeto extraño por parte de un autor europeo no es muy explicable, salvo como un intento de ocultar información. Lo cierto es que Roger Bacon sabía de cifrados, y la fecha estimada para el manuscrito apenas coincide con el nacimiento de la criptografía como disciplina sistemática. Contra esta hipótesis está el argumento de que un cifrado polialfabético normalmente destruiría las características estadísticas "naturales" que se observan en el manuscrito, tales como la Ley de Zipf. Además, aunque los cifrados polialfabéticos se inventaron hacia 1467, las variantes solo se hicieron populares en el siglo XVI d. C., un poco tarde para la fecha estimada del manuscrito.
Según esta hipótesis, las "palabras" del Manuscrito Voynich en realidad serían códigos para consultar en un diccionario o libro de códigos. La prueba principal de este aserto sería que la estructura interna y la distribución de la longitud de esas palabras son similares a las de los números romanos (en ese tiempo habría sido un código natural que elegir). Sin embargo, los cifrados basados en libros de códigos solo son viables en textos cortos, pues son muy engorrosos de leer y escribir.
James Finn propuso en su libro Pandora's Hope (La esperanza de Pandora, 2004) que el Manuscrito Voynich es en realidad hebreo codificado visualmente. Una vez que se han trascrito correctamente las letras, usando como guía el EVA (alfabeto europeo de Voynich), se pueden leer muchas de las palabras del manuscrito en hebreo, y se repiten con diversas deformaciones para confundir al lector. Por ejemplo, la palabra ain del manuscrito significa ‘ojo’ en hebreo, y también aparece con formas distorsionadas como aiin o aiiin para hacerlas parecer palabras diferentes cuando en realidad son la misma. También se utilizan otros métodos de criptografía visual. Esto explicaría el fracaso que los demás investigadores han tenido al descifrar el manuscrito, porque se basan más en una metodología matemática. El principal argumento en contra es que tal codificación cualitativa constituye un obstáculo formidable para el talento del descifrador individual, dada la multiplicidad de posibles interpretaciones visuales alternativas del mismo texto. Sería difícil separar cuánta interpretación es del texto genuino, y cuánta refleja simplemente la subjetividad del intérprete.
Esta hipótesis mantiene que el texto del Manuscrito Voynich carece en su mayor parte de significado, pero contiene la información oculta en detalles discretos: por ejemplo, la segunda letra de cada palabra, o el número de letras en cada línea. Esta técnica, llamada esteganografía (en griego, ‘escritura encubierta’) es muy antigua, y la describió, entre otros, el abad Johannes Trithemius en 1499. Se ha sugerido que el texto traducido ha de ser obtenido mediante una rejilla de Cardano de algún tipo. Esta hipótesis es difícil de probar o rechazar, puesto que los textos esteganográficos pueden ser arbitrariamente difíciles de transcribir. Un argumento en contra es que usar un texto que aparenta estar cifrado va en contra del principal objetivo de la esteganografía, que es ocultar la propia existencia del mensaje secreto.
Algunos han sugerido que el texto con significado podría estar codificado en la longitud o forma de ciertos rasgos de la escritura. Hay ejemplos de esteganografía de aproximadamente esa época, que usan el tipo de letra (por ejemplo regular frente a cursiva) para ocultar información. Sin embargo, cuando se examina con un gran aumento, los rasgos de escritura del Manuscrito Voynich tienen un aspecto natural y aparecen afectados principalmente por la superficie rugosa del pergamino.
El lingüista Jaques Guy ha sugerido que el texto del Manuscrito Voynich podría estar expresado en una lengua natural exótica, aunque escrito con un alfabeto inventado. Ciertamente, la estructura de palabras es similar a la de muchas familias lingüísticas de Asia Oriental y Central, principalmente la sino-tibetana (chino, tibetano y birmano), la austroasiática (vietnamita, khmer, …) y tal vez la tai (tailandés, lao, …). En muchas de estas lenguas, las «palabras» (es decir, las unidades lingüísticas más pequeñas con un significado definido) constan de una sola sílaba; y esas sílabas tienen una estructura bastante rica, incluidos patrones tonales.
Esta hipótesis goza de cierta plausibilidad histórica. Aunque esas lenguas disponen en general de sistemas de escritura propios, estos suelen ser notablemente difíciles para los visitantes occidentales, lo que motivó la invención de varios alfabetos fonéticos, habitualmente usando letras latinas, pero a veces se emplearon letras inventadas. Aunque los ejemplos conocidos son muy posteriores al Manuscrito Voynich, la historia registra cientos de exploradores y misioneros que lo podrían haber hecho (incluso antes del famoso viaje de Marco Polo en el siglo XIII d. C.), pero especialmente después de que Vasco de Gama descubriese la vía marítima a Extremo Oriente en 1499. El autor del Manuscrito Voynich podría ser también un nativo del Lejano Oriente que vivía en Europa, o bien se educó en una misión europea.
El principal argumento a favor de esta hipótesis es que es consistente con todas las propiedades estadísticas del texto del Manuscrito Voynich que han sido comprobadas a la fecha, incluyendo las palabras dobladas y triplicadas que aparecen en los textos escritos en chino y vietnamita con la misma frecuencia aproximada que en el manuscrito. También explica la aparente falta de números y de características sintácticas occidentales (tales como artículos y cópulas), y la inescrutabilidad general de las ilustraciones. Otra posible pista la constituyen dos grandes símbolos rojos en la primera página, que han sido comparados con el título de un libro de estilo chino, dado la vuelta y pobremente reproducido. Además, la aparente división del año en 360 grados (en lugar de 365 días), en grupos de 15 y comenzando en Piscis, son rasgos propios del calendario agrícola chino (jie q'i). El principal argumento en contra de esta hipótesis es que nadie (incluidos los eruditos de la Academia de Ciencias de Pekín) ha podido encontrar ningún ejemplo claro de simbolismo oriental o de ciencia asiática en las ilustraciones.
A finales de 2003, el polaco Zbigniew Banasik propuso que el manuscrito es texto redactado en idioma manchú, y dio una traducción incompleta de la primera página del manuscrito.
En el libro Solution of the «Voynich Manuscript»: a liturgical manual for the Endura rite of the cathari heresy, the cult of Isis (‘la solución al Manuscrito Voynich: un manual litúrgico del rito de Endura en la herejía cátara, el culto a Isis", 1987), Leo Levitov afirmó que el manuscrito era una transcripción sencilla de una "lengua oral políglota", que definió como "una lengua literaria comprensible para aquellos que no entendieran el latín, a quienes se les podría leer en esta lengua". Propuso un desciframiento parcial en una mezcla de lengua flamenca medieval con muchos préstamos lingüísticos del francés antiguo y antiguo alto alemán.
Según Levitov, el rito de Endura no era sino un ritual de suicidio asistido, asociado con la fe cátara (aunque la historicidad de este ritual está puesta en duda). Explica que las plantas quiméricas no están destinadas a representar ninguna especie botánica, sino que son símbolos secretos de la fe. Las mujeres en las tinas junto a la red de tuberías representan el propio suicidio ritual, que incluiría la venesección: cortarse las venas para que la sangre se derramase en un bañera con agua caliente. Las constelaciones sin análogo celestial representan las estrellas del manto de Isis.
Se cuestiona esta hipótesis en varios frentes. Uno es que se sabe muy bien que la fe cátara era un gnosticismo cristiano, y no se asociaba de ninguna forma con Isis. Otro es que esta hipótesis sitúa el origen del libro en los siglos XII d. C. o XIII d. C., con lo que sería considerablemente más antiguo que lo que incluso los partidarios de la hipótesis de Roger Bacon defienden. Levitov no ofreció ninguna defensa frente a este argumento, más allá de su traducción.
La peculiar estructura interna de las “palabras” del Manuscrito Voynich ha llevado a William F. Friedman y John Tiltman a postular por separado que el texto podría ser simplemente una lengua artificial y, más específicamente, una lengua filosófica. Las lenguas de este tipo tienen un vocabulario organizado según un sistema de categorías, por lo que se puede deducir el significado general de una palabra por la secuencia de las letras que la componen. Por ejemplo, en la lengua artificial moderna ro, bojo es la categoría de los colores, y cualquier palabra que comience con esas letras sería el nombre de un color: así rojo es bofoc, y amarillo es bofof (es, pues, una versión extrema de la Clasificación Decimal Universal que se usa en las bibliotecas).
Este concepto es bastante antiguo, como lo prueba el libro Philosophical Language (“Lengua Filosófica”) de John Wilkins. En los ejemplos más conocidos, las categorías se subdividen añadiendo sufijos; como resultado, un texto sobre una materia concreta tendría muchas palabras con prefijos similares. Por ejemplo, todos los nombres de plantas empezarían con letras similares, y análogamente con todas las enfermedades, etc. Esta característica podría entonces explicar la naturaleza repetitiva del texto Voynich.
Sin embargo, nadie ha podido asignar un significado plausible a cualquier prefijo o sufijo del manuscrito, además de que todos los ejemplos conocidos de lenguas filosóficas son bastante tardíos (siglo XVII d. C.).
Las extrañas características del texto del manuscrito (tales como las palabras duplicadas o triplicadas) y el contenido sospechoso de sus ilustraciones (tales como las plantas quiméricas) han llevado a muchos a pensar que el manuscrito es en realidad un engaño.
En 2003 el especialista en computación doctor Gordon Rugg mostró que se podía reproducir texto con características similares a las del que contiene el manuscrito, mediante el uso de una tabla con prefijos, raíces y sufijos, que habrían sido seleccionados y combinados por medio de una plantilla de papel perforado. Este mecanismo, conocido como rejilla de Cardano, se inventó hacia 1550 como herramienta criptográfica. Sin embargo los pseudotextos generados en los experimentos de Gordon Rugg no tienen las mismas palabras y frecuencias que el Manuscrito Voynich, y su parecido con el voynichés es solo visual, no cuantitativo. Puesto que también se puede producir un galimatías aleatorio que se parezca al español (o a cualquier otra lengua) en una medida similar.
Según un estudio publicado en el año 2014, por el American Botanical Council la solución podría estar en la combinación de varias de las hipótesis antes mencionadas. Los autores de dicho estudio declaran haber identificado palabras en el texto (relativas a plantas y animales) pertenecientes a las lenguas náhuatl, taína, española y mixteca, lo que apoyaría las hipótesis de que el manuscrito está escrito en una lengua exótica desconocida (en este caso, un lenguaje antiguo mexicano) mientras que utiliza palabras prestadas de otras lenguas (lengua políglota). Este artículo, publicado por los expertos Doctor Arthur O. Tucker y Rexford H. Talbert, ha recibido respuestas positivas por parte de expertos en botánica y etnobotánica, lo que da mayor fuerza a esta hipótesis.
Según un artículo de Romance Studies, aun no contrastado (abril de 2019)Universidad de Bristol, el manuscrito estaría redactado en protorromance. Dicho investigador explica en términos lingüísticos lo que hace que el manuscrito sea tan inusual:
del doctor Gerard Cheshire de laUtiliza una lengua extinta. Su alfabeto es una combinación de símbolos desconocidos y más familiares. No incluye signos de puntuación dedicados, aunque algunas letras tienen variantes de símbolos para indicar puntuación o acentos fonéticos. Todas las letras están en minúsculas y no hay consonantes dobles. Incluye diptongos, trifongos, cuadrifongos e incluso quintifongos para la abreviatura de componentes fonéticos. También incluye algunas palabras y abreviaturas en latín.
Este artículo no fue bien recibido por los especialistas en estudios medievales.
En su libro de 2006, Nick Pelling propuso que el manuscrito de Voynich fue escrito en el norte de Italia por el arquitecto Antonio Averlino (también conocido como "Filarete"). Esta teoría es ampliamente consistente con la datación del radiocarbono que lo ubica en el siglo XV.[cita requerida]
En 2017 el científico ciudadano Andrés Eloy Martínez Rojas propuso que uno de los dibujos del códice Voynich en el folio f68r, sería la representación de un eclipse anular de sol, que fue visible el 15 de abril de 1409 desde varios puntos de Europa y de medio oriente, coincidiendo con la posición del sol junto a la constelación de Tauro, identificada como tal por el profesor Stephen Bax.
En septiembre de 2017 el investigador inglés Nicholas Gibbs creyó haber dado con la solución al enigma.
Dicha solución fue rebatida en noviembre de 2017 en el artículo "El códice Voynich", aparecido en la revista Fronteras de la Ciencia, n.º 2. El 30 de enero de 2018, un grupo de científicos computacionales de la Universidad de Alberta concluyeron a través de inteligencia artificial que se trataba de un volumen escrito empleando alfagramas hebreos.
En diciembre de 2015, la editorial española Siloé, con sede en Burgos, fue elegida a nivel internacional por la Universidad de Yale para hacer una edición facsimilar del manuscrito, iniciando en febrero de 2016 la labor de reproducirlo.
El 3 de noviembre de 2017 anunció la culminación de la única réplica íntegra del códice, siendo su presentación pública el día 10 del mismo mes.
Escribe un comentario o lo que quieras sobre Voynich (directo, no tienes que registrarte)
Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)