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Autoría de las epístolas paulinas



Las epístolas paulinas son los catorce libros en el Nuevo Testamento tradicionalmente atribuidos al apóstol Pablo, aunque muchos impugnan la anónima Epístola a los Hebreos como una epístola paulina.[1][2][3]

Existe un amplio consenso, en la erudición moderna del Nuevo Testamento, en un grupo de epístolas paulinas auténticas cuya autoría es raramente impugnada: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses y Filemón. Varias cartas adicionales que llevan el nombre de Pablo carecen de consenso académico: Efesios, Colosenses, 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo y Tito. La opinión académica está muy dividida sobre si las dos primeras cartas son cartas paulinas; sin embargo, las últimas cuatro (2 Tesalonicenses, así como las tres conocidas como las «Epístolas Pastorales») han sido etiquetadas como obras pseudepigráficas por la mayoría de los eruditos críticos.[1]

Hay dos ejemplos de cartas pseudónimas escritas en el nombre de Pablo, además de las epístolas del Nuevo Testamento, la epístola a los laodicenses y 3 Corintios. Desde los primeros siglos de la Iglesia se debatió acerca de la autoría de la anónima Epístola a los Hebreos; y los eruditos modernos rechazan la autoría paulina.[4]

Los estudiosos utilizan una serie de métodos historiográficos y la crítica mayor para determinar si un texto es atribuido correctamente a su autor. Los principales métodos utilizados para las epístolas de Pablo son los siguientes:

Esto consiste en lo que el autor nos dice sobre sí mismo en la carta, ya sea de forma explícita (el autor se identifica claramente a sí mismo) o implícitamente (proporciona detalles autobiográficos). Esta evidencia es importante a pesar de sus problemas. Por ejemplo, debido a que el autor de la Epístola a los Hebreos nunca se identifica a sí mismo; ya en el siglo III los estudiosos, como Orígenes de Alejandría, sospechaban que Pablo no fue el autor.

Este consiste en referencias, de nuevo, ya sea explícitas o implícitas, en el texto, especialmente durante los tiempos más remotos por los que tenían acceso a fuentes confiables ahora perdidas. Las referencias explícitas serían mencionar el texto o carta por nombre, o una forma reconocible de ese texto. Los ejemplos incluyen una lista de libros aceptados bíblicos, como el fragmento de Muratori, o el contenido de un manuscrito temprano, como el Papiro 46. Por desgracia, estos testigos a menudo están dañados o son demasiado tardíos para proporcionar mucha ayuda.

Las referencias implícitas son citas de Pablo, sobre todo indirectas o no atribuidas, o expresar ideas y frases que aparecen en sus obras. Este uso o referencia implica que el material citado estaba en existencia en el momento que la evidencia externa fue creada. Por ejemplo, la Segunda Epístola a los Tesalonicenses es nombrada por Ireneo a mediados del siglo II, así como por Justino Mártir e Ignacio de Antioquía; es imposible que esta carta hubiera sido escrita después de su época. Por otro lado, la falta de testigos por las fuentes antiguas sugieren una fecha más tardía, un argumento desde el silencio. Sin embargo, el uso de esta línea de razonamiento es peligroso, debido al carácter incompleto de los registros históricos: muchos textos antiguos se han perdido, dañado o han sido revisados.

Una narración escrita de forma independiente de la vida y el ministerio de Pablo, que se encuentra en los Hechos de los Apóstoles, se utiliza para determinar la fecha, y la posible autoría, de las cartas paulinas localizando su origen en el contexto de su vida. Por ejemplo, Pablo menciona que él está prisionero en su Epístola a Filemón 1:7; sobre la base de esta declaración, J. A. T. Robinson argumentó que este cautiverio fue el encarcelamiento de Pablo en Cesarea,[5]​ mientras W. M. Ramsay identificó esto como la cautividad de Pablo en Roma,[6]​ mientras que otros han colocado al cautiverio en Éfeso. Una dificultad con esta posición es la escasez de datos disponibles sobre el marco histórico de Pablo, y esto es particularmente cierto con la finalización de la narración de los Hechos antes de la muerte de Pablo. También se supone que el libro de los Hechos fue escrito por un compañero de viaje real de Pablo.

Vocabulario, estructura de las oraciones, el empleo de expresiones idiomáticas y frases comunes, etc. son analizados por coherencia con otras obras conocidas del autor. Un estilo similar implica autoría común, mientras que un vocabulario radicalmente divergente implica diferentes autores. Por ejemplo, E. J. Goodspeed argumentó que el vocabulario de la Epístola a los Efesios muestra una relación literaria con la Primera Epístola de Clemente, escrita a finales del siglo I.[7]​ Del mismo modo, E. Percy sostuvo que el discurso y el estilo de Colosenses se asemejan con mayor fuerza a la autoría paulina.[8]​ Por supuesto, el estilo y el lenguaje pueden variar por razones distintas a diferentes autorías: el tema de la carta, el destinatario, las circunstancias de los tiempos, o simplemente la maduración por parte del autor.

De manera similar a la evidencia interna, la coherencia doctrinal y el desarrollo son examinadas contra otras obras conocidas del autor. Temas teológicos como la escatología o la ley mosaica podrían reaparecer en diferentes trabajos, pero de una manera similar. Un punto de vista consistente implica un autor común; enseñanzas contradictorias o no relacionadas implican múltiples autores. Por ejemplo, W. Michaelis vio la semejanza cristológica entre las Epístolas Pastorales y algunas de las obras indiscutibles de Pablo, y argumentó a favor de la autoría paulina.[9]​ Un problema con este método es el análisis de la coherencia de un conjunto de enseñanzas diversas y en desarrollo. Esto se observa en el desacuerdo entre los estudiosos. Por ejemplo, con las mismas epístolas mencionadas anteriormente, B. S. Easton argumentó que sus ideas teológicas no estaban de acuerdo con otros trabajos paulinos, y rechazó la autoría paulina.[10]​ G. Lohfink argumentó que la teología de las epístolas pastorales era cercana a Pablo, pero tomó esto como prueba de que una persona deseaba disfrutar de la autoridad del apóstol copiando al famoso líder de la iglesia.[11]

La denominación de epístolas «indiscutibles» representa el tradicional consenso de los expertos, afirmando que Pablo fue autor de cada carta. Sin embargo, incluso las menos controvertidas epístolas, como Gálatas, han encontrado críticos.[12]​ Por otra parte, la unidad de las cartas es cuestionada por algunos estudiosos. 1 y 2 Corintios han obtenido una particular sospecha, con algunos estudiosos, entre ellos Edgar Goodspeed y Norman Perrin, suponiendo que uno o ambos textos como los tenemos hoy en día son en realidad fusiones de varias cartas individuales. Sigue existiendo un considerable debate en cuanto a la presencia de posibles interpolaciones significativas. Sin embargo, esa corrupción textual es difícil de detectar y más aún de verificar, dejando poco acuerdo en cuanto a la medida de la integridad de las epístolas. Un caso es la crítica radical, que sostiene que la evidencia externa para atribuir alguna de las cartas a Pablo es tan débil, que se debe considerar que todas las epístolas que aparecen en el canon de Marción fueron escritas con el nombre de Pablo por los miembros de la Iglesia marcionita y fueron después editadas y aprobadas por la Iglesia católica.

Estos siete cartas son citadas o mencionadas por las más antiguas fuentes, y se incluyen en todos los cánones antiguos, entre ellos el de Marción (c. 140).[13]​ No hay registro de dudas académicas en relación a la autoría hasta el siglo XIX, cuando, alrededor de 1840, el erudito alemán Ferdinand Christian Baur aceptó solamente cuatro de las epístolas con el nombre de Pablo como genuinas, denominándolas la Hauptbriefe (Romanos, 1 y 2 Corintios y Gálatas). Por su parte, Hilgenfeld (1875) y H. J. Holtzmann (1885) aceptaron las siete cartas mencionadas anteriormente, añadiendo a la lista de Baur Filemón, 1 Tesalonicenses, y Filipenses. Pocos estudiosos han argumentado en contra de esta lista de siete epístolas, unidas por temas comunes, énfasis, vocabulario y estilo. También exhiben una uniformidad de la doctrina relativa a la Ley de Moisés, Cristo y la fe.

Aunque Colosenses es atestiguada por las mismas fuentes históricas que las de los textos indiscutibles, la autoría paulina de esa epístola ha encontrado algunos críticos. Era disputada originalmente por F. C. Baur, aunque otras personas que trabajaron desde su tesis general, como H. J. Holtzmann, argumentaron que un breve texto original paulino experimentó muchas interpolaciones por parte de un editor posterior.[14][15]​ La base para la objeción temprana era que la carta estaba dirigida a refutar el gnosticismo, una herejía que no alcanzó su ascenso hasta principios del siglo II. Esta tesis fue cuestionada en un análisis del gnosticismo por R. Wilson,[16]​ donde se sostuvo que los supuestos paralelismos eran incompatibles.

Otro argumento se centra en las diferencias de estilo y vocabulario. W. Bujard demostró diferencias estilísticas significativas entre Colosenses y otras obras de Pablo, como construcciones inusuales en genitivo (1:27, 2:11, 2:19, 3:24).[17]

El extenso desarrollo teológico en la epístola en comparación con otras también ha llevado al escepticismo en relación con la autoría paulina. H. Conzelmann realizó tal argumento, señalando diferentes conceptos teológicos de la «esperanza».[18]​ Otros, aceptando este análisis, han afirmado que el texto no es más que un escrito tardío de Pablo, aunque la tesis no ha encontrado una amplia concurrencia académica.[19]

La conexión entre Colosenses y Filemón, una carta indiscutible, es significativa. Un cierto Arquipo es referido en ambas epístolas (Filemón 1:2, Colosenses 4:17), y los saludos de ambas cartas tienen nombres similares (Filemón 1:23-24, Colosenses 4:10-14). Sin embargo, la conexión entre las dos cartas puede ser utilizada por aquellos en ambos lados del debate paulino vs. deutero-paulino. Para los partidarios de la autoría paulina de Colosenses, esto es evidencia de la misma autoría; para sus detractores, esto, combinado con otras evidencias, indica a un falsificador hábil.

El autor de la epístola dice ser Pablo en el discurso de apertura, en sí idéntico al de 2 Corintios y Colosenses. Había pocas dudas en la iglesia primitiva que Pablo escribió Efesios: fue citada autoritativamente por los padres de la iglesia, entre ellos Tertuliano,[20]Clemente de Alejandría[21]​ e Ireneo,[22]​ entre otros. La carta también aparece en el canon de Marción (140)[23]​ y el fragmento de Muratori (180).

La autenticidad de esta carta fue disputada por primera vez por el erudito renacentista holandés Erasmo de Róterdam, y en tiempos más recientes ha generado críticas detalladas. La carta está compuesta por 50 oraciones, 9 con más de 50 palabras. La carta más cercana (Romanos) tiene 3 de cada 581 oraciones con dicha longitud. E. J. Goodspeed[24]​ y C. L. Mitton[25]​ argumentaron que el estilo era diferente al de otras obras de Pablo. Muchas palabras en la carta no se encuentran en las epístolas «indiscutibles». A. van Roon argumentó que el estilo es consistente con Pablo, y consideró dudoso a todo el análisis lingüístico.[26]​ En la antigüedad, los Padres de la Iglesia griega, muchos de los cuales notaron el estilo griego divergente de Hebreos, no hicieron tales comentarios acerca de Efesios.

Teológicamente, la palabra ecclesia es usada para referirse a la iglesia universal en lugar de, como Pablo emplea normalmente, para las iglesias locales que él había fundado. Además, el tono escatológico es más moderado que en otras cartas: la expectativa del inminente regreso de Cristo no es mencionada, mientras que las futuras generaciones son una preocupación para el orden social. W. G. Kümmel argumentó que la teología va más allá de Pablo.[27]

Existe una relación literaria estrecha entre Colosenses y Efesios. Más de cuarenta pasajes de Efesios son ampliaciones o variaciones de los pasajes en Colosenses. E. F. Scott argumentó que Pablo usó una carta como modelo para la otra,[28]​ mientras que otros han considerado a Efesios como derivando de Colosenses, editado y reelaborado por otro.[29]​ Donald Guthrie resumió las implicaciones de esto: «A los defensores de la autoría no paulina les resulta difícil concebir que una mente podría haber producido dos obras que poseen tan notable grado de similitud en el tema y la fraseología y, sin embargo, diferentes en tantos otros aspectos, mientras que los defensores de la autoría paulina son igualmente enfáticos en que dos mentes no podrían haber producido dos de estas obras con tanta interdependencia sutil mezclada con independencia».[30]

Pablo fundó y construyó la iglesia en Éfeso; sin embargo, esta carta no parece contener los saludos específicos habituales, vistos en otras cartas de Pablo, dirigidos a la gente que él recuerda. Existe alguna evidencia de que la carta a los Efesios podría haber sido enviada a varias iglesias diferentes. Algunos de los manuscritos más antiguos de esta carta no se dirigen a «pueblo santo de Dios que está en Éfeso», sino simplemente al «pueblo santo de Dios». Marción, alrededor de 140, cita de esta carta y la atribuye a la «carta a a los laodicenses» de Pablo. En el siglo XVII, James Ussher sugirió que la epístola podría haber sido una «circular» que Pablo envió a varias iglesias, incluyendo Éfeso y Laodicea. Esto explicaría el motivo por el cual los saludos personales habituales de Pablo están ausentes: estos no pudieron ser incluidos en una carta enviada a varias iglesias diferentes.

Resumen de las razones para pensar que Efesios no es de Pablo:[31]

La epístola fue incluida en el canon de Marción y el fragmento de Muratori; fue mencionada por su nombre por Ireneo, y citada por Ignacio, Justino y Policarpo.[32]​ En los últimos tiempos, la crítica de la autoría paulina fue planteada por H. J. Holtzmann y G. Hollmann (véase arriba). Gran parte de la controversia se refiere a la similitud lingüística entre 1 Tesalonicenses y 2 Tesalonicenses. Por ejemplo, 1 Tesalonicenses 2:9 es casi idéntica a 2 Tesalonicenses 3:8. Esto ha sido explicado de la siguiente manera: Pablo escribió 2 Tesalonicenses poco después de escribir 1 Tesalonicenses o con la ayuda de una copia de 1 Tesalonicenses; o Pablo escribió solamente 1 Tesalonicenses, pero un escritor posterior lo imitó; o las similitudes lingüísticas son consideradas lo suficientemente sutiles para convertir a la imitación una hipótesis innecesaria.

Udo Schnelle argumentó que 2 Tesalonicenses era significativamente diferente en el estilo de las epístolas indiscutibles, caracterizándola como general y pequeña, y no como una discusión viva y abrupta acerca de una serie de cuestiones. Por otra parte, Alfred Loisy argumentó que refleja el conocimiento de los evangelios sinópticos, los cuales, de acuerdo con el actual consenso de los expertos, no se habían escrito cuando Pablo escribió sus epístolas. Bart Ehrman considera a la insistencia de autenticidad dentro de la carta y de la fuerte condena de falsificación en su principio como tácticas comúnmente utilizadas por los falsificadores. Sin embargo, G. Milligan observó que sería poco probable que una iglesia que poseía una carta auténtica de Pablo aceptara una falsa dirigida a ellos.[33]​ Sin embargo, el análisis de Milligan asume que 2 Tesalonicenses no es una falsificación tardía y, por lo tanto, fue recibida por la comunidad de Tesalónica.

C. Masson argumentó que la escatología de cada carta a los Tesalonicenses es considerablemente diferente.[34]

Norman Perrin afirmó que, en la época de Pablo, el ruego solía tratar a Dios Padre como último juez, en lugar de Jesús. A partir de esta hipótesis, contrastó 2 Tesalonicenses 3:5 y 1 Tesalonicenses 3:13, y sostuvo que la carta fue escrita después de la muerte de Pablo. Por el contrario, Nicholl[35]​ ha presentado un argumento[36]​ a favor de la autenticidad de Segunda de Tesalonicenses. Sostiene que «el punto de vista del pseudónimo es [...] más vulnerable que la mayoría de sus partidarios conceden. [...] La falta de consenso en torno a una fecha y destino [...] refleja un dilema para esta posición: por un lado, la fecha debe ser lo suficientemente temprana para la carta, al haber sido aceptada como paulina [...] [pero por] el otro lado, la fecha y el destino tienen que ser tal que el autor podía estar seguro de que ningún contemporáneo de 1 Tesalonicenses [...] podría haber expuesto a 2 Tesalonicenses como [...] una falsificación».[35]

La Primera Epístola a Timoteo, la Segunda Epístola a Timoteo y la Epístola a Tito son denominadas a menudo Epístolas Pastorales, y son los más disputadas de todas las epístolas atribuidas a Pablo.[37]

A pesar de ello, estas epístolas fueron aceptadas como genuinas por muchos, quizás la mayor parte de los Padres de la Iglesia ante-Nicenos.[38]​ Algunos estudiosos han argumentado que las cartas fueron sin duda aceptadas como paulinas en la época de Ireneo. También fueron incluidas en el fragmento de Muratori. Según Jerónimo, el gnóstico cristiano Basílides rechazó estas epístolas, y Taciano, aceptando Tito, rechazó las otras epístolas pastorales. Marción (c. 140) excluyó las tres, junto con Hebreos, de su otra forma completa del corpus paulino, y es imposible determinar si él conocía las pastorales o no. Donald Guthrie, por ejemplo, sostiene que la teología de las epístolas habría sido la causa para rechazarlas, ya que era incompatible con ciertos pasajes, como 1 Timoteo 1:8 y 1 Timoteo 6:20, mientras que Ehrman sugiere que los cristianos proto-ortodoxos del siglo II tenían la motivación para falsificar las Pastorales para combatir el uso gnóstico de otras epístolas paulinas. Incluso el antiguo escritor Tertuliano (c. 220), en Adv. Marc. V.21, expresa confusión en cuanto a por qué estas epístolas no se habían incluido en el canon de Marción. Los eruditos modernos postulan que las epístolas paulinas originalmente circularon en tres formas, por ejemplo, en el The Canon Debate, atribuido a Harry Y. Gamble:

A partir de principios del siglo XIX, muchos eruditos bíblicos alemanes comenzaron a cuestionar la atribución tradicional de estas cartas a Pablo. El vocabulario y la fraseología utilizada en las Pastorales es a menudo contraria al de las otras epístolas. Más de un tercio del vocabulario no es utilizado en ningún otro lugar en las epístolas paulinas, y más de 1/5 no es usado en ningún otro lugar en el Nuevo Testamento, mientras que 2/3 del vocabulario no paulino es utilizado por los escritores cristianos del siglo II. Por esta razón, y debido a un precedente alegado de 1 Clemente, algunos estudiosos han asociado estas obras con los escritos cristianos posteriores del siglo segundo. El precedente de 1 Clemente fue desafiado por R. Falconer, mientras que L. T. Johnson impugnó el análisis lingüístico basado en la agrupación arbitraria de las tres epístolas conjuntamente: argumentó que esto oscurece las supuestas similitudes entre 1 Timoteo y 1 Corintios, entre Tito y las otras cartas de viaje, y entre 2 Timoteo y Filipenses.

Norman Perrin argumentó que los viajes de Pablo a Creta (Tito 1:5-6), de nuevo a Éfeso (1 Timoteo 1:3), Nicópolis (Tito 3:12), y Troas (2 Timoteo 1:15, 4:13) no pueden ser adaptados en cualquier reconstrucción de la vida u obras de Pablo, determinados a partir de las otras epístolas o de Hechos. En esto fue precedido por varios eruditos que rechazaron la autoría paulina. Robinson argumentó en contra de este análisis, mientras que otros han debatido sobre si esto debe ser motivo de rechazo de la autoría paulina, ya que Hechos concluye cuando Pablo seguía vivo. Harnack, Lightfoot y otros estudiosos han sugerido escenarios hipotéticos que tendrían estas epístolas escritas cerca del final de la vida de Pablo, sin contradecir la información biográfica en las otras epístolas o Hechos. Los eruditos que argumentan por la autenticidad de las pastorales postulan una «segunda carrera» de Pablo para explicar el motivo de las visitas mencionadas en estas cartas, aunque los eruditos contemporáneos generalmente consideran la «segunda carrera» de Pablo como una creación de comunidades cristianas posteriores.

Se han aducido otras razones para una fecha del siglo II. Las Epístolas Pastorales diseñan la organización de la iglesia sobre el carácter y la necesidad de obispos, ancianos, diáconos y viudas. Algunos estudiosos sostienen que estos cargos no podrían haber aparecido durante la vida de Pablo. En términos de teología, algunos estudiosos afirman que las Pastorales reflejan más las características del pensamiento de la Iglesia del siglo II (proto-ortodoxa), que el del siglo I. En particular, mientras que en el siglo I la idea del regreso inmediato de Cristo era corriente (véase parusía; como también se describe en las epístolas no pastorales), en el siglo II fue considerado como más distante, igualando el tono de las pastorales sobre establecer instrucciones para mucho tiempo después de la desaparición de los apóstoles. Por último, algunos han argumentado que las Pastorales condenan formas del misticismo y el gnosticismo helénico, que son considerados como no significativos en el siglo I; sin embargo, recientes investigaciones sugieren un predominio de los puntos de vista gnósticos en ese siglo.

A diferencia de las trece epístolas anteriores, la Epístola a los Hebreos es internamente anónima. Por otra parte, estudiosos como Robert Grant y Harold Attridge han tomado nota de las múltiples diferencias evidentes en el lenguaje y el estilo entre Hebreos y la correspondencia atribuida explícitamente a Pablo.

Los Padres de la Iglesia y los escritores ante-nicenos como Tertuliano señalaron la forma distinta en que aparece la teología y la doctrina de la epístola. Esta variación llevó a muchos a nombrar a otros candidatos para la autoría, como el compañero de viaje de Pablo llamado Bernabé (favorecido por Tertuliano), un seguidor de Juan el Bautista llamado Apolos (favorecido por Martín Lutero y varios eruditos modernos), así como candidatos menos probables como Silas e incluso Priscila.

Orígenes de Alejandría (c. 240), citado por Eusebio (c. 330) llegó a decir sobre el asunto:

Sobre que el carácter del lenguaje de la epístola titulada A los Hebreos no tiene la rudeza de la dicción del apóstol, quien incluso confesó él mismo ser tosco en la palabra (es decir, en el estilo), pero que la epístola tiene un mejor griego en la elaboración de su dicción; es admitido por todos los que son capaces de discernir las diferencias de estilo. Pero, de nuevo, por otro lado, que los pensamientos de la epístola son admirables, y no inferiores a los de los escritos reconocidos del apóstol, a esto también todos consienten como verdad que quien haya escrito la epístola leía con atención al apóstol [...]. Pero en cuanto a mí, si yo tuviera que expresar mi propia opinión, debo decir que los pensamientos son del apóstol, pero que el estilo y la composición pertenecían a aquel que llama a la memoria las enseñanzas del apóstol y, por así decirlo, hizo notas breves de lo que dijo su maestro. Si cualquier iglesia, por lo tanto, mantiene esta epístola como de Pablo, dejaría que sea elogiada por esto también. Pues no sin razón los hombres antiguos la aceptaron como de Pablo. Pero sobre quién escribió la epístola, en verdad, solo Dios lo sabe. Sin embargo, algunos dicen que Clemente, que fue obispo de los romanos, escribió la Epístola; otros, que fue Lucas, el que escribió el Evangelio y los Hechos.

Los eruditos modernos consideran que la evidencia en contra de la autoría paulina de Hebreos es demasiado sólida para disputarla. Donald Guthrie, en su New Testament Introduction [Introducción del Nuevo Testamento] (1976), comentó que «la mayoría de los escritores modernos encuentran más dificultades para imaginar cómo esta epístola fue siempre atribuida a Pablo que en deshacerse de la teoría». Harold Attridge afirma que «ciertamente no es una obra del apóstol»; Daniel Wallace simplemente dice, «los argumentos en contra de la autoría paulina, sin embargo, son concluyentes». Como resultado, pocos partidarios de la autoría paulina permanecen. Como señala Richard Heard, en su Introduction To The New Testament [Introducción al Nuevo Testamento], «los críticos modernos han confirmado que la epístola no puede ser atribuida a Pablo y concuerdan, en su mayor parte, con el juicio de Orígenes: ‹Pero en cuanto a quién escribió la epístola, Dios sabe la verdad›».

No existen listas conservadas de un canon cristiano del Nuevo Testamento del siglo I O principios del siglo II. Ignacio de Antioquía, que escribió c. 110, parece haber citado de Romanos, 1 Corintios, Efesios, Colosenses y 1 Tesalonicenses, lo que sugiere que estas obras, al menos, existían en el momento que Ignacio escribió sus obras. Ignacio no parece haber citado 2 Tesalonicenses, mientras que Policarpo (69-156 d. C.) no solamente citó 2 Tesalonicenses, sino también el Evangelio de Mateo, el Evangelio de Marcos, el Evangelio de Lucas, los Hechos de los Apóstoles, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, 1 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, la Epístola a los Hebreos, 1 Pedro, 1 Juan, 3 Juan. El estudioso Bruce Metzger señaló: «Se encuentra en la obra de Clemente (150-215 d. C.) citas de todos los libros del Nuevo Testamento con la excepción de Filemón, Santiago, 2 Pedro, y 2 y 3 Juan».

Los más antiguos cánones existentes que contiene las cartas paulinas son del siglo II:



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