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El Dorado



Flag of Cross of Burgundy.svg Virreinato de Nueva Granada

El Dorado es una ciudad legendaria, hecha de oro ubicada en el territorio del antiguo Virreinato de Nueva Granada, en una zona donde se creía que existían abundantes minas de oro.[1]​ La leyenda se origina en el siglo XVI, en Colombia, cuando los conquistadores españoles tienen noticias de una ceremonia realizada más al norte (altiplano cundiboyacense), donde un rey se cubría el cuerpo con polvo de oro y realizaba ofrendas en una laguna sagrada.[2][3]​ Hoy en día se sabe que este pueblo era el Muisca y el sitio donde se realizaba la ceremonia habría sido la laguna de Guatavita (Colombia).[4]​ La noticia de la riqueza muisca atrajo hasta la sabana de Bogotá a expediciones originadas en Quito (Ecuador),[5]Santa Marta (Colombia)[6]​ y Coro (Venezuela).[5]​ La supuesta existencia de un reino dorado motivó numerosas expediciones y se mantuvo vigente hasta el siglo XIX,[7]​ aunque su localización se fue trasladando desde Colombia hacia las Guayanas,[8]​ a medida que avanzaba el proceso de conquista y colonización del territorio sudamericano.[9]

La historia sobre las grandes riquezas de Sudamérica se inicia en Panamá, cuando el conquistador Vasco Núñez de Balboa emprende las primeras expediciones hacia el interior del istmo. En su camino, los españoles se cruzan con la tribu del indio Comagre, del cual reciben esclavos y algo de oro, entre otras cosas. Según las crónicas, cuando Núñez de Balboa realiza el reparto del oro entre los soldados, se produce una riña entre algunos españoles inconformes con la partición. En ese momento, Panquiaco, hijo mayor de Comagre, golpea la balanza, y dice:

Maravillados los españoles le preguntaron a cuanta distancia estaba de allí, a lo que Panquiaco respondió que se llamaba "Tumanamá" y que estaba a seis jornadas de distancia, aunque en su camino debían atravesar unas sierras antes de llegar a la otra mar. Por intermedio de este relato es que en 1513 Vasco Nuñez de Balboa va a descubrir el Océano Pacífico, al cual va a bautizar con el nombre de "Mar del Sur".[11]

En 1519 se funda la ciudad de Panamá[12]​ sobre las costas del Pacífico, y tres años después, Pascual de Andagoya, emprende un viaje hacia las costas del sureste, hasta el Golfo de San Miguel, donde los indios del lugar le cuentan que todas las lunas llenas venía gente por el mar en canoas a hacerles la guerra desde una provincia ubicada al sur llamada "Birú" (luego Perú). Así es que Andagoya se embarca a explorar aquellas costas llegando hasta el actual río San Juan (Colombia), donde recoge las primeras noticias del Imperio Inca. Desde entonces, según relata el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en Darién "no se hablaba de otra cosa, sino de la rica y lejana provincia de Perú".[13]

En 1524, los españoles Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque se asocian para descubrir aquella tierra desconocida.[14]​ Pasaron allí dos años de continuos fracasos, recorriendo las costas de Sudamérica sin encontrar nada relevante. En las luchas con los indios Diego de Almagro incluso perdió un ojo, acuñando la frase "Este negocio me ha costado un ojo de la cara".[15]​ El punto de inflexión se produjo en la Isla del Gallo (Colombia) cuando Diego de Almagro partió hacia Panamá en busca de refuerzos mientras Francisco Pizarro lo aguardaba con el resto de los ochenta soldados en dicha isla, quedándose varios de ellos retenidos en contra su voluntad.[16]​ El gobernador de Panamá, Pedro de los Ríos, enterado de las penurias que estaban pasando aquellos hombres, exige que se les permita regresar sin ningún tipo de impedimento.[16]​ En ese entonces el descontento entre la tropa era ya muy grande y casi todos mostraban intenciones de querer desertar. En esa situación extrema, con todo a punto de perderse, Francisco Pizarro desenvainó su espada, marco una línea en la arena y desafió a sus soldados diciéndoles que debían elegir entre quedarse de ese lado, yéndose a Panamá a ser pobres o arriesgarse a cruzar la línea hacia el Perú donde se harían ricos. Solo trece hombres decidieron continuar en la expedición, quienes luego serían conocidos como los "Trece de la Fama". Poco después, tras continuar navegando hacia el sur, en abril de 1528, Pizarro y sus hombres desembarcaron en Túmbez (Perú) donde hallaron grandes riquezas.[16]​ Tras conseguir lo que tanto habían anhelado, Pizarro retornó a Panamá con el objetivo de que el rey de España lo nombrara Gobernador del Perú, marcando el inicio de la conquista del Imperio Inca.[16]

El primer asentamiento estable de los españoles en territorio neogranadino fue la ciudad de Santa Marta (Colombia), fundada en 1525 por Rodrigo de Bastidas. Allí se inició la conquista de las tribus vecinas que en su mayoría eran ricas en oro, lo cual acrecentó aún más la ambición de los europeos. Las tribus americanas prontamente descubrieron la debilidad de los españoles por los metales preciosos y utilizaron esto a su favor creando numerosas fábulas sobre lugares maravillosos en los confines de la región.[4]

El término "El Dorado", en general, se aplicó a casi todas las creaciones fantásticas, inventadas por los nativos americanos o imaginadas por los propios españoles. El primer "Dorado" del que se tiene registro fue el mítico cerro de oro que supuestamente estaba ubicado en el valle de los Tayronas, unos aborígenes guerreros que dominaban a las demás tribus de la región de Santa Marta.[17][18]

El impulso definitivo para la conquista del continente se produjo en 1528 cuando Francisco Pizarro envió a España los tesoros descubiertos por él en Tumbes (Perú). El desconocimiento general de la geografía sudamericana hizo creer a los españoles que yendo hacia el sur desde la costa colombiana o venezolana podrían encontrar el océano Pacífico, ya que suponían que la costa seguía la misma orientación que en Panamá, es decir en dirección Este-Oeste.[12]

Cuando la noticia de las riquezas descubiertas en Tumbez llegó a Santa Marta, se organizó desde allí una expedición con el objetivo de encontrar una ruta al Mar del Sur y así adelantarse a Pizarro en la conquista del Perú. La primera expedición encabezada por el gobernador interino Pedro Badillo logró bordear la sierra Nevada y llegar a Valledupar. El siguiente gobernador, García de Lerma, encabezó las primeras exploraciones del río Magdalena, convencido de que este atravesaba toda Sudamérica hasta donde estaba el Imperio Inca.[12]

En 1531 el conquistador Diego de Ordás exploró por primera vez el río Orinoco, en busca de los ricos pueblos del Perú. Tras muchas dificultades la expedición llegó a la altura del cruce con el río Meta y los indios del lugar le informaron que había mucho oro, pero río arriba, lo que le hizo suponer que en su origen se hallaban grandiosas minas de oro.[12]​ Los indígenas también le contaron que en esas tierras habitaba un príncipe muy poderoso, que era tuerto, y que utilizaba animales de monta como los caballos, pero que eran más pequeños que los ciervos, por lo que Ordaz supuso que se trataba de Ovejas del Perú (Llamas).[19]

Diego Ordás retornó a la costa pretendiendo realizar una segunda expedición por tierra, sin embargo falleció antes de poder realizarla.[12]

En la misma época, Antonio Sedeño, gobernador de la isla Trinidad, se decidió a intervenir en la costa venezolana en busca del oro que provenía según él de la "Tierra Firme". Sedeño llegó a penetrar en el territorio, sin embargo, falleció envenenado en el valle de los Tiznados en 1537.[12]

En 1533, Jerónimo de Dortal, había sido nombrado Gobernador de Paria al este de Venezuela. Por aquel entonces, Francisco Pizarro seguía avanzando en la conquista del Perú y ese mismo año envía a España el tesoro obtenido en Cajamarca por el frustrado rescate de Atahualpa. Si bien Pizarro recolectaba numerosas piezas de oro, aún no había descubierto donde se hallaban las minas de donde se extraía dicho metal, lo que hacía suponer que estaban en el interior del territorio sudamericano. Dortal llegó a Paria en 1534 y allí se asoció con Alonso de Herrera, antiguo lugarteniente de Diego de Ordás. Herrera remontaría el Orinoco y Ortal realizaría el mismo trayecto pero por vía terrestre, reuniéndose ambos a la altura del cruce entre los ríos Orinoco y Meta. Herrera llegó primero al objetivo y en lugar de esperar a su socio decidió continuar río arriba por el Meta, hasta los llanos, donde murió en un enfrentamiento con los indios. Poco después, Dortal llegó hasta el mismo lugar donde había fallecido Herrera y allí decidió emprender el regreso, convencido de que allí no había oro.[12]

En 1528, los banqueros alemanes Welser de Augsburgo obtuvieron la gobernación de Venezuela. Un año después, Ambrosio Alfinger llegó a Coro, desde donde encabezó una expedición hacia el sur del lago Maracaibo donde pretendía encontrar un paso hacia el océano Pacífico. A su regreso a Coro, Alfinger dijo haber visto ovejas del Perú y hombres vestidos con mantas.[12]​ Al no encontrar oro en el interior de Venezuela los expedicionarios alemanes decidieron aventurarse por el río Magdalena. En 1530 llegaron a las tierras que actualmente forman los departamentos del Cesar y Norte de Santander en Colombia, y avanzando por el Valle de Upar la expedición llegó en 1532 hasta la Sabana de los Caracoles, lugar donde hoy se encuentra Bucaramanga.[20]​ Allí Alfinger tuvo noticia por los indios de la existencia de una provincia muy rica llamada “Xerira”, aunque se le hacía imposible llegar hasta ella por falta de gente y armamento. Durante el viaje de regreso Alfinger fue muerto por los indios, aunque la noticia de "Xerira" llegó hasta la costa Caribe.[21]​ Hoy en día se entiende que “Xerira” era simplemente la meseta de "Jerida" (o Jerira) habitada por los indios de la comunidad chibcha, sin embargo, este relato sobre una provincia rica y la muerte de Alfinger, no hicieron más que alimentar la versión de una tierra mítica ubicada en el suroeste.[21]

En una carta de la Real Audiencia de Santo Domingo, fechada el 30 de enero de 1534, se informa a Su Majestad sobre las riquezas del Perú y su temor de que los colonos abandonen las islas del Caribe para irse a Sudamérica. Sin embargo, lo interesante del relato es que describe la existencia de una tierra aún más rica que el Perú, ubicada en el interior del continente:

Así es que en Venezuela se conjeturan tres posibles ubicaciones para esta tierra mítica, dos de ellas vinculadas directamente a la influencia muisca. La primera referencia es la obtenida por Alfinger en el bajo del río Magdalena, sobre una rica provincia llamada "Xerira", o sea parte de la meseta muisca. La segunda variante la había aportado Diego de Ordás cuando los indios del Meta, probablemente los goahibo, le cuentan sobre las grandes riquezas que había río arriba, en los Andes orientales, cerca del lugar donde habitaban los muiscas. La tercera versión es la de la propia Real Audiencia de Santo Domingo, que ubicaba estas grandes riquezas al sur de Venezuela a la altura de la línea del Ecuador.[22]

Jorge de Espira o Spira, fue designado por los Welser como nuevo Gobernador de Venezuela, tras la muerte de Alfinger. Espira llegó a Coro en 1534 y organizó inmediatamente una expedición rumbo a las tierras al sur del lago de Maracaibo y más allá de las sierras de Carora, donde se suponía existía oro en abundancia. El nuevo Gobernador encargó a Nicolás de Federmann partir a Santo Domingo en busca de los recursos necesarios para semejante viaje y luego encontrarse ambos en las sierras de Carora.[23]​ El objetivo de los conquistadores venezolanos era llegar a la mítica provincia de "Xerira" y si bien el camino más sencillo era ingresando por Valledupar, Espira decidió no hacerlo por allí ya que dicho territorio pertenecía a Santa Marta, cuyas autoridades habían designado un destacamento en el lugar con el fin de evitar nuevas intromisiones de los venezolanos.[22]​ Otro camino directo hubiese sido el valle del río Zulia, sin embargo, la muerte de Alfinger por parte de indios belicosos hizo que se descartara esta opción. La única vía posible era entonces rodear la Cordillera Oriental, considerado un cordón montañoso aislado como la Sierra Nevada de Santa Marta, y desde allí ingresar a Xerira, sin embargo, Espira descubrió que las montañas continuaban hacia el suroeste, siendo este un ramal de la Cordillera de los Andes, que se extiende desde allí hasta el lejano Estrecho de Magallanes, en la otra punta del continente.[22]​ Sin noticias de Federmann y acosado por los indios y las lluvias Espira decide acampar en las orillas del río Upía, donde fueron diezmados por los tigres que habitaban en la zona.[23]​ Allí los indios le comentan a los europeos sobre la existencia de los muiscas, sin embargo, convencido de que se trataba de un engaño para desviarlo de su camino, el Gobernador decide continuar por los llanos un poco más hacia el sur, sin obtener resultado alguno. Desalentada, la expedición emprende el definitivo retorno a la costa venezolana.[23]

Mientras tanto, en 1536, Nicolás de Federmann parte finalmente desde Coro con la misión de socorrer a Espira de quien no se había tenido más noticia. El itinerario de esta exploración sería por los Llanos de Carora, hasta la cabecera del río Guaviare. Allí Federmann también descubre que la cordillera oriental no era un cordón montañoso aislado, por lo que resolvió emprender su cruce ya que los indios del lugar le afirmaron que el oro lo adquirían de “la otra banda de la Sierra que quedaba sobre mano derecha hacia el poniente”.[5]​ Federman y su gente llegaron a la sabana de Bogotá en marzo de 1539.[5]

En 1534, mientras Cuzco caía en manos de Pizarro, hacia el Norte Sebastián de Belalcázar emprendía la conquista de Quito (Ecuador), que se suponía igualmente rica, aunque los españoles no encontraron tesoros allí.[11]​ Belalcázar continuó explorando el territorio ya que un indio en Latacunga (Ecuador) le comentó sobre su lugar de origen, una tierra más al norte llamada Cundinamarca, cuya tribu había perdido una gran batalla con los chizcas (chibchas). Según aquel prisionero, el rey de su tribu solía cubrirse el cuerpo con oro en polvo para ofrendarlo a los dioses, naciendo allí la actual leyenda de El Dorado,[2][3]​ que más tarde se fusionaría con otros rumores y mitos que llevaron a creer que se trataba de toda una ciudad o reino construido enteramente en oro. Desde aquel entonces, los españoles de Quito comenzaron a denominar ese territorio como la provincia de El Dorado.[24]

Así es que Belalcázar sale “en demanda de una tierra que se dice El Dorado y Pasquies”, según declara el tesorero, Gonzalo de la Peña en julio de 1539.[5]​ La ilusión de Belalcázar era conquistar estas tierras y llegar al mar de las Antillas, que se suponía cercano a Quito. Desde allí, evitando el viaje por el Pacífico hasta Panamá, podría embarcarse directamente rumbo a España sin tener que cruzarse con Pizarro, del cual pretendía independizarse.[2]​ Las tropas de Belalcázar y su madre avanzaron por las provincias de Pasto y Popayán, atravesaron el valle de Neiva y llegaron hasta la sabana de Bogotá[5]​ donde se encontraron con las expediciones de Nicolás de Federmann y Gonzalo Jiménez de Quesada que habían avanzado desde Coro y Santa Marta respectivamente.[3]

En 1535, llega a Santa Marta el teniente de gobernador, Gonzalo Jiménez de Quesada, quien decidió organizar una excursión hacia el interior del territorio, siguiendo el curso del río Grande (río Magdalena), con el objetivo de alcanzar el Perú. En su camino, Quesada observó un hecho curioso: a lo largo del río los indios consumían granos de sal traídos desde la costa de Santa Marta, sin embargo, una vez recorridas setenta leguas de distancia, la sal era ya muy cara y escasa. Luego de esto, comenzaron a observar indios que consumían otra sal, ya no en granos sino en panes similares a los terrones de azúcar y a medida que avanzaban por el río la sal era cada vez más barata, lo que llamó la atención de los conquistadores. Según los indios, las tierras de donde provenía dicha sal pertenecían a un señor poderoso que poseía grandes riquezas.[6]

Los españoles decidieron explorar el origen de dicha sal, llegando así hasta las tierras de la Confederación muisca, un pueblo rico en oro y esmeraldas que habitaba en el altiplano cundiboyacense.[6]​ Allí Jiménez de Quesada llevaría adelante la conquista de este pueblo y fundaría la ciudad de Bogotá.[25]

Las costumbres religiosas de los muiscas incluían ofrendar oro y piedras preciosas a sus dioses, en adoratorios retirados, casi inaccesibles, que eran principalmente lagunas ubicadas en la cúspide de las montañas. El principal adoratorio lo constituía la laguna de Guatavita, que era a su vez, la plaza mejor fortificada de los muiscas.[4]​ Una de las costumbres que más llamó la atención de los españoles fue la que se realizaba para investir a los nuevos caciques de Guatavita, que fue bautizada por los europeos como la ceremonia de El Dorado. Según los cronistas, cuando moría el cacique de Guatavita, su sobrino y futuro cacique era ungido con una masa pegajosa de tierra mezclada con oro en polvo y trasladado al centro de la laguna de Guatavita, donde debía arrojar piezas de oro y esmeraldas como ofrenda. Sin embargo, este ritual se había dejado de efectuar tras la pérdida de autonomía que sufrió Guatavita[26]​ La veracidad de este relato se confrmó en 1856 mediante el hallazgo de una pieza de oro, conocida como la "balsa muisca", aunque esta luego desapareció y más tarde se descubrió una similar en 1969, que actualmente está expuesta en el Museo del Oro en Bogotá. Paradójicamente, ninguna de estas dos balsas se encontró en la laguna de Guatavita, sino que la primera se descubrió en la laguna Siecha y la segunda apareció en una cueva del municipio de Pasca.[27]

La razón por la cual esta ceremonia se realizaba en la laguna de Guatavita era porque los sacerdotes muiscas afirmaban que allí se había arrojado la Cacica con su hijo huyendo del Cacique que la había acusado por infidelidad. Según la historia, la Cacica y su hijo vivían en un magnífico palacio construido en el fondo de la laguna. Esta creencia también se difundió entre los españoles dando fama a aquel "Dorado".[4]

El derecho sobre estos territorios recién descubiertos permaneció unos años en disputa entre Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcázar y del alemán Nicolás de Federmán. El segundo, proveniente de Quito (Ecuador), reclamaba el territorio a nombre de Francisco Pizarro, conquistador del Perú, y el tercero, que venía de Coro (Venezuela), lo hacía por los banqueros alemanes Welser, arrendatarios de la provincia de Venezuela.[25]

La ceremonia del indio dorado de la laguna de Guatavita fue la que probablemente dio origen a la leyenda del mítico reino dorado. Desde tiempos remotos la laguna de Guatavita era el centro de adoración de una deidad desconocida que se manifestaba en forma de un pequeño dragón o culebra al cual otorgaban ofrendas. Luego, según las crónicas, ocurrió una tragedia en las aguas de la laguna cuando la Cacica se arrojó a sus aguas junto a su hijo acusada de infidelidad por parte del Cacique. Se suponía que ambos vivían en un maravilloso templo ubicado en el fondo de la laguna. Más tarde se instauró la ceremonia religiosa que debía ser realizada por los futuros caciques antes de ejercer el poder. Allí el gobernante debía ser cubierto totalmente con polvo de oro y luego trasladarse en balsa al medio de la laguna donde arrojaba objetos de oro y esmeraldas en símbolo de ofrenda. Sin embargo, esta ceremonia había dejado de llevarse a cabo mucho antes de la llegada de los españoles.[28][4]

Sobrino del Adelantado Pedro de Alvarado, conquistador de gran parte de América Central, Alonso de Alvarado sirvió al mando de su tío, primero en Guatemala y luego en Ecuador.[30]​ Posteriormente Francisco Pizarro lo nombró capitán y le encomendó el descubrimiento del país de los Chachapoyas. Una vez concluido dicho objetivo Alvarado fundó el pueblo de San Juan de la Frontera de los Chachapoyas y continuó su avance hacia el Oriente. Sin embargo, a medida que ingresaba en la amazonia, la tierra se volvía más boscosa y el clima más lluvioso lo que agotó a las tropas, decidiendo Alvarado poner fin a aquella travesía.[30]​ Poco después se produjo el alzamiento del Manco Inca contra Cusco, por lo que Francisco Pizarro lo convocó para sofocar la rebelión. Alonso de Alvarado respondió a la llamada de Pizarro decidiendo el traslado de la población de San Juan de la Frontera hacia Trujillo, mientras que él iría hacia Lima y luego hacia Cusco para socorrer a las tropas españolas. Tras el sofocamiento de la rebelión incaica estalló la guerra civil entre los conquistadores del Perú, Francisco Pizarro y Diego de Almagro, ubicándose Alvarado en el bando de los pizarristas.[30]​ Tras la victoria en la Batalla de las Salinas, Alonso de Alvarado solicitó proseguir con la conquista de la región de los Chachapoyas, petición que fue aceptada por Hernando Pizarro. Nuevamente refundó San Juan de la Frontera y procedió a buscar un gran río del cual hablaban los naturales del lugar, siendo este el río Huallaga, afluente del Marañon.[30]​ Estando allí recibió la noticia que al otro lado del río, a quince jornadas de distancia y pasando una gran montaña se hallaba una tierra llana con un gran lago donde habitaba un "orejón del linaje de los incas" llamado Ancallas (Ancoallo).[31]​ Alonso inició la construcción de una barca para cruzar las correntosas aguas del Huallaga, sin embargo, cuando estaba por terminarla le informaron sobre un amotinamiento de los indios de San Juan de la Frontera, por lo que tuvo que regresar dejando a cargo de su hermano, Hernando de Alvarado, el descubrimiento de aquel gran reino. Hernando debió avanzar por terrenos desfavorables, penetrando selvas y montañas hasta que la tropa amenazó con amotinarse, lo que determinó el regreso a San Juan de la Frontera.[30]

Conseguida la tregua con los curacas Chachapoyas, Alonso de Alvarado decidió viajar a Lima para traer refuerzos e informar al marqués sobre su descubrimiento, sin embargo, mientras regresaba con más gente a San Juan de la Frontera se produce la ejecución de Francisco Pizarro por parte de los almagristas dirigidos por Almagro el Mozo, hijo de Diego de Almagro, quien a su vez había sido asesinado en 1538 por los pizarristas. Alonso de Alvarado nuevamente respondió al bando de los pizarristas quienes consiguieron la derrota de Almagro el Mozo, tras lo cual Alvarado decidió regresar a España donde permanecería durante tres años. Ansioso de retornar a Chachapoyas y ante la nueva guerra civil que esta vez enfrentaba a Gonzalo Pizarro con el Virrey Blasco Nuñez Vela, el príncipe solicitó a Alvarado que acompañara a Pedro de la Gasca, quien tenía la misión de restaurar el orden en el Perú. Si bien Gonzalo Pizarro fue rápidamente vencido las sublevaciones continuaron, siendo Alvarado uno de los principales defensores de la autoridad real. Alonso de Alvarado finalmente resultó herido de muerte tras la batalla de campo de Chuquinga, sin poder regresar a Chachapoyas.[30]

Tras la deslealtad de Sebastián de Belalcazar, Francisco Pizarro decide nombrar a su hermano, Gonzalo, como Gobernador de Quito y Capitán General de la expedición que debía descubrir un lugar al que llamaban el "País de la Canela".[12]​ Dicha expedición partió desde Quito en diciembre de 1540 hacia el oriente,[12]​ hasta Cumaco, un lugar ubicado en la base de un volcán, donde se hallaban los árboles de canela que buscaban.[11]​ Sin embargo, esta canela era de inferior calidad que la de las Indias Orientales, cuyo monopolio pertenecía a los portugueses.[32]​ Disconforme con este hallazgo Pizarro decidió seguir hasta el río Coca, al que llegaron en julio de 1541.[12]​ Luego descendieron río abajo, hasta que no pudieron avanzar más debido al hambre que estaban padeciendo. Allí, Francisco de Orellana se ofreció a continuar con un bergantín en busca de comida para luego regresar y socorrer al resto de la expedición. Gonzalo Pizarro accedió y así fue que acompañado por 57 hombres y el fray Gaspar de Carbajal, Orellana partió el 26 de diciembre de 1541, continuando río abajo por el Coca y luego por el Napo.[12]​ El plan de Orellana no era retornar adonde estaba Pizarro, sino encabezar su propia expedición en busca de riquezas. Una vez encontrados los ansiados alimentos, Orellana continuó su curso hasta el río Grande, el que luego sería conocido como río de las Amazonas o de Orellana.[12]​ Al ver que no había novedades de la avanzada, Pizarro decidió continuar por tierra, hasta que finalmente confirmó la deserción de Orellana y decidió emprender el duro regreso a Quito.[11]

Mientras tanto, en la provincia de Machifaro, ubicada sobre el río Amazonas, Orellana tuvo noticia de que tierra adentro, a mano izquierda, existía un gran señor llamado Aomagua.[33]​ Poco más adelante, en una aldea los españoles hallaron algo de oro y plata, y gran cantidad de loza vidriada. Allí los aldeanos confirmaron que yendo tierra adentro, había muchos de aquellos metales.[33]​ Orellana decidió investigar dicha noticia, descubriendo a su paso dos caminos reales, por los que avanzó unas dos millas, observando que dichos caminos se ensanchaban más a cada paso. Finalmente Orellana volvió a la aldea y se embarcó para continuar con su gente río abajo.[33]​ El 24 de junio de 1542 la expedición fue atacada por feroces indias guerreras, que les hicieron recordar a las mitológicas mujeres "amazonas", particularidad que terminó marcando el nombre de aquel río y de toda la región.[12]​ Una vez llegado al océano Atlántico, Orellana partió rumbo a España con el fin de ser nombrado conquistador del País de las Amazonas. En virtud del importante descubrimiento realizado, el Consejo de Indias, relativizó la traición a Gonzalo Pizarro y le extendió la capitulación. Sin embargo, en febrero de 1546 Orellana falleció víctima de las fiebres en la desembocadura del río Amazonas cuando se disponía a incursionar nuevamente por aquellas tierras.[12]

En 1540 Hernan Pérez de Quesada, hermano de Gonzalo Jiménez de Quesada, salió de Bogotá en busca de "El Dorado". Marchó hacia el Oriente hasta los llanos y luego al sur hasta Pasto. Las penalidades sufridas por la expedición fueron tales que el conquistador español debió sacrificar sus caballos para alimentar a la hambrienta tropa. Después de su infructuosa búsqueda Pérez de Quesada retornó a Bogotá con la mitad de la gente.[4]

Philipp von Hutten (o Felipe de Utre), Teniente General de Coro y veterano de la malograda expedición Welser de Jorge de Espira,[34]​ partió en 1541 desde la costa venezolana siguiendo el recorrido hecho por Espira y Federmann, llegando hasta la zona de los llanos, donde se entera que recientemente había estado Hernan Pérez de Quesada, decidiendo ir tras sus pasos.[34]​ En una aldea de la provincia de Papamene, el indio principal le aconseja a Utre no seguir el camino de Quesada, sino que debía regresar sobre sus pasos hacia donde nacía el sol, hasta la ciudad de "Macatoa", ubicada en la otra margen del río Guayuare (hoy Guaviare), porque allí había un reino abundante en riquezas, donde un hermano suyo había sustraído ciertas manzanas de oro y plata.[34]​ Utre inicialmente desestimo el consejo del indio considerando que era un invento para sacarlo de sus tierras y continuó su camino tras el rastro de Quesada. La obstinación del Teniente General se mantuvo durante ocho días, mientras su gente estaba cada vez más desalentada y enojada por no haber seguido la ruta indicada por el indio. Así fue que Utre aceptó virar hacia el sudeste hasta una sierra alta a la que llamaron "Punta de Pardaos", perteneciente a una cordillera supuestamente inexplorada, conocida hoy en día como sierra de la Macarena. Las pésimas condiciones de la expedición los obligaron a retornar a San Juan de los Llanos, para reabastecerse y emprender la búsqueda de la ciudad de Macatoa. A su paso Utre recopiló más noticias sobre el reino que buscaba, pudiendo averiguar que esas tierras pertenecían a los omeguas o ditaguas, según las tribus de la región.[34]

Guiada por los indios, su expedición llegó al caudaloso río Guaviare. Allí uno de ellos le informó que Macatoa estaba a poca distancia río arriba y Utre decidió enviarlo en una canoa como embajador en nombre de la expedición. Como fruto de esta iniciativa, al día siguiente aparecieron cinco canoas con noventa indios, siendo uno de ellos el hijo del Cacique de Macatoa, quien ofreció trasladar a los europeos hasta su ciudad.[34]​ Así fue que al día siguiente marcharon todos a Macatoa, la cual se hallaba desocupada, ya que sus habitantes habían sido sacados por el Cacique para que los forasteros se pudiesen hospedar más a gusto. Se trataba de una ciudad para ochocientas personas, en perfecto estado de conservación, con calles y plazas. Allí los recibió el Cacique, un hombre de mediana estatura, quien les aconsejó no seguir a lo de los omeguas con tan poca gente, por tratarse de una tribu muy belicosa.[34]​ Sin embargo, el cacique confirmó las riquezas que poseía dicha tierra y se ofreció a acompañarlos con cien indios hasta la primera población de los omeguas. Tras cinco días de marcha por anchos caminos divisaron a lo lejos una gran población con calles rectas, casas muy juntas y un edificio elevado que sobresalía entre medio de todas las construcciones.[33]​ Los españoles preguntaron al Cacique cual era la función que cumplía semejando edificio, a lo cual este contestó que se trataba de una morada y templo con muchos ídolos de oro macizo y además afirmó que más adelante existían otros pueblos aún más ricos y poderosos. Allí el Cacique dio por finalizada su intervención y aconsejó a Utre capturar alguno de los nativos que andaban deambulando por las cercanías para obtener de él más información sobre el territorio. En esta caza es que el propio Felipe de Utre resulta herido entre las costillas, generando incertidumbre entre el resto de la expedición sobre los peligros de continuar adelante. El estruendo de grandes tambores y el alarido de numerosa gente en el fondo de la selva sirvieron para confirmar la retirada, no sin antes sufrir una escaramuza por parte de los omeguas. Los europeos se marchaban convencidos de haber visto los umbrales de "El Dorado".[33]

Mientras tanto, después de cinco años sin noticias de Felipe de Utre, la Real Audiencia de Santo Domingo decide nombrar a Juan de Carvajal como gobernador interino. Como las familias de Coro estaban sufriendo numerosas penalidades por hallarse la ciudad en una tierra desértica, la primera medida de Carvajal es fundar un nuevo asentamiento sobre tierras fértiles, llamada El Tocuyo. Por allí pasará Utre a la vuelta de su expedición, generando un conflicto entre ambos gobernadores. Felipe de Utre decide llevarse a las familias devuelta hacia Coro y Carvajal, enfurecido, llega hasta él y ordena a los suyos que lo decapiten. Acto que le costará la vida al propio Carvajal un mes después, tras un breve juicio.[33]

En 1560 partió desde el Perú una expedición al mando de Pedro de Ursúa, organizada por el propio virrey, Andrés Hurtado de Mendoza, con el objetivo de buscar El Dorado, que según se creía estaba por el lado del río de Orellana, también conocido como Marañón o Amazonas. Esta versión sobre la existencia de El Dorado en aquella región también se sustentaba en el relato de unos indios, que según contaban eran originarios de la costa del Brasil y que habían partido rumbo al Perú en busca de mejores tierras. Originalmente esta migración habría estado compuesta por unos diez o doce mil indios brasiles que atravesaron todo el continente durante diez años, hasta que finalmente 300 de ellos lograron llegar al pueblo español de Chachapoyas. Allí relataron a los españoles sobre las características de la región amazónica, resaltando sobre todo las innumerables riquezas y la gran cantidad de aborígenes que vivían en la provincia de Omagua.[35]

Los cuatrocientos soldados que componían la expedición de Ursúa habían sido reclutados sobre la base de su valentía y experiencia en campañas anteriores, sin tener en cuenta su moral o su apego a la autoridad, lo que marcaría el inesperado futuro de la expedición.[36]​ Los primeros meses de viaje por el río Amazonas no arrojaron resultado alguno, incrementando el desánimo entre los soldados. A pesar de que varias veces se le advirtió a Pedro de Ursúa de que se estaba organizando una conspiración en su contra, este no le dio mayor importancia. Ursúa finalmente resultó asesinado a puñaladas la noche del 1º de enero de 1561, en un pueblo de indios de la provincia de Machífaro, donde habían parado a acampar y a investigar un camino que iba tierra adentro.[35]​ El ideologo de la conspiración había sido el soldado Lope de Aguirre, quien ya tenía numerosos antecedentes en levantamientos e insurrecciones. Aguirre, que viajaba en la expedición junto a su hija mestiza Elvira, había logrado ganarse el aprecio de todos los oficiales poniéndolos en contra de la autoridad de Ursúa, quien tenía una actitud rígida y distante hacia sus subordinados.[36]

A la mañana siguiente del asesinato, los amotinados se juntaron para definir el futuro de la expedición, que pasó a estar a cargo de don Fernando de Guzmán, mientras que Lope de Aguirre fue nombrado maestre de campo.[35]​ La mayor parte de los oficiales, capitanes y demás integrantes de la sublevación estaban de acuerdo en continuar con la búsqueda de la tierra de los Omaguas (El Dorado), ya que el cumplimiento de la misión les garantizaría la indulgencia real por el asesinato del Gobernador.[35]

Dos días después de la muerte de Pedro de Ursúa, retornó al campamento la avanzada que había salido a explorar el camino que conducía al interior de la selva. Sancho Pizarro, encargado de aquella misión, informó que tierra adentro solo había encontrado dos pueblos de indios sin mayor importancia.[35]​ A los pocos días, la expedición partió de aquel campamento y lo que siguió fue una sucesión de asesinatos, intrigas y disputas internas.[35]​ Lope de Aguirre, que no había emitido opinión en la primera junta, comenzó a pregonar el retorno y la conquista del Perú. Según él, una vez muerto el Gobernador, ya no se debían a la autoridad del Rey y conseguir las tierras buscadas tampoco les garantizaba la indulgencia.[35]

En una escala del recorrido, los que se adherían a la postura de Aguirre sabotearon la chata de los caballos, lo que mantuvo frenada a la expedición durante tres meses. Allí Aguirre convenció a Guzmán de que era mejor abandonar la misión original y embarcarse en la "guerra del Pirú", lo que elevaría su estatus a la altura del rey Felipe.[35]​ Entusiasmado con la idea, Guzmán se autoproclamó "Príncipe de Tierra Firme y Pirú, y Gobernador de Chile", y todos comenzaron a llamarlo Excelencia. El nuevo plan de los "Marañones" consistía en salir al océano lo antes posible para reabastecerse en isla Margarita y luego tomar la región de Panamá para, finalmente, lanzarse a la conquista del Perú, donde especulaban con la adhesión de otros españoles y, sobre todo, de los negros esclavos, quienes serían armados y liberados. Incluso, ya soñaban con el futuro reparto del Perú entre ellos, no solo de las propiedades y las haciendas, sino también de las mujeres.[35]

En otra escala del itinerario, Fernando de Guzmán y sus capitanes, viendo el mal camino que llevaban y arrepentidos del amotinamiento que le habían perpetrado a Pedro de Ursúa, se juntaron para reexaminar la situación. Allí plantearon que lo mejor sería retomar la misión original y que para ello sería necesarío deshacerse de Lope de Aguirre, quien siempre estaba rodeado de gran cantidad de amigos fuertes y bien armados, y que por lo tanto, lo mejor sería matarlo cuando estuviesen navegando en los bergantines.[35]​ Sin embargo, uno de los capitanes, llamado Gonzalo Guiral de Fuentes, avisó a Aguirre sobre el plan del príncipe y este a su vez decidió adelantarse a ellos, matando primero a unos hombres de confianza de Guzmán, luego a un clérigo de misa y finalmente al propio Príncipe.[35]

Tras la muerte de Guzmán, Aguirre justificó sus actos como normales para una situación de guerra y se autoproclamó General. Así los "Marañones" continuaron su viaje hacia el Atlántico, arribando y tomando por asalto la isla de Margarita, donde fueron asesinados, tanto el Gobernador, como varios religiosos y algunos hombres y mujeres. Luego Aguirre pasó con su gente a Tierra Firme y en su camino saqueó e incendió varias poblaciones. Finalmente, sus propios hombres, tan crueles y feroces como su líder, le traicionaron y le dieron muerte en Barquisimeto (actual Venezuela). Antes de morir, Lope de Aguirre apuñaló a su propia hija, según él, para que ella no pagara por sus crímenes.[36]

Partícipe de las conquistas de Perú, Ecuador y Colombia, el español Pedro Malaver de Silva escuchó en esta última región las noticias sobre una tierra ubicada hacia el Este donde se hallaban pueblos de indios altamente desarrollados, lo que motivó a que en 1568 Malaver partiera rumbo a España con la intención de conseguir una licencia del Rey para la conquista de dichas tierras. Tras este pedido la Corte lo declara Adelantado, Gobernador y Capitán General de la "Nueva Extremadura", un territorio de trescientas leguas que abarcaba las provincias Omaguas, Omeguas y el Quinaco.[37]​ La gobernación de Malaver estaría contigua a la Provincia de Nueva Andalucía, un territorio otorgado a Diego Hernández de Serpa, que abarcaba unas trescientas leguas entre las desembocaduras de los ríos Orinoco y Unare, este último ubicado en el actual estado venezolano de Estado Anzoátegui.[37]​ Ambos gobernadores reclutaron hombres en distintas regiones de España motivándolos con la posibilidad de hallar El Dorado.[37]

Pedro Malaver de Silva inició su itinerario en la ciudad venezolana de Valencia y desde allí comenzó a avanzar rumbo al sur, siempre bordenado la cordillera. Pronto la expedición comenzó a sentir las penurias de aquella zona inhóspita y despoblada. Aunque inicialmente la esperanza de encontrar grandes fortunas hizo que los hombres soportaran todas las penalidades, la infinidad de los llanos terminó desanimándolos. La fatiga también afectó el temperamento de Pedro Malaver de Silva, que en lugar de alentar a sus soldados se volvió cada vez más distante e intratable.[38]

Tras cinco meses sin obtener resultado alguno el Adelantado resolvió enviar al Capitán Céspedes, junto con treinta hombres, para que hiciese un reconocimiento del territorio antes de seguir avanzando. Cumpliendo dichas órdenes, veintiséis días después de su partida Céspedes halló un gran lago que un integrante de la avanzada, mestizo conocedor del lugar, afirmó que sus aguas discurrían cerca de la ciudad de Barquisimeto.[38]​ Deseosos de abandonar la malograda expedición todos pidieron a Céspedes seguir el rumbo indicado por el mestizo, lo cual el Capitán aceptó sin mayores reparos, con la única condición de enviar a un mensajero donde estaba Pedro Malaver de Silva junto con una nota escrita sobre la corteza de un árbol informándole de la decisión en los siguientes términos:

El encargado de llevar el mensaje fue un indio criado del Capitán, cuya mujer había quedado junto con Malaver y el resto de la expedición, por lo que aceptó gustosamente el mandato de Céspedes. Al enterarse del desacato de sus soldados, el Gobernador exigió a otro Capitán, don Luis de Leiva, que junto con otros treinta soldados fuese en busca de Céspedes para ahorcarlo y traer consigo a los demás desertores. El Capitán aceptó el encargo, sin embargo, al poco tiempo y al igual que Céspedes, Luis de Leiva despachó a un indio para informar al Gobernador que no perdiese tiempo esperándolo porque no pensaba retornar.[38]​ Siguiendo el rastro dejado por los desertores, pronto la gente del Capitán Luis de Leiva alcanzó a la de Céspedes, que se hallaba descansando junto a un arroyo abundante en peces. Allí, ambos capitanes, decidieron unir sus fuerzas para continuar el viaje hasta Barquisimeto, poblado al cual llegaron unos días después.[38]

Tras recibir el mensaje de don Luis de Leiva, Pedro Malaver debió aceptar que había perdido la lealtad de sus más fieles seguidores y que no podía continuar en esas condiciones, por lo que decidió seguir el camino dejado por sus capitanes, llegando a la ciudad de Barquisimeto, en marzo de 1570.[38]​ Sin embargo, las numerosas pérdidas materiales, la deserción de sus soldados y la real posibilidad de haber muerto en los llanos, no fueron suficientes para disuadir a Pedro Malaver en su obsesión de encontrar El Dorado, empresa que igualaría las glorias de Cortés y Pizarro. Así fue que a los pocos días, el Adelantado partió rumbo a la ciudad peruana de Chachapoyas, donde vendió todos los bienes que tenía para recaudar el dinero suficiente y luego dirigirse rumbo a España.[38]

La segunda exploración de Pedro Malaver de Silva partió de San Lucar, con ciento sesenta hombres, que en 1574 arribaron a un lugar ubicado entre los ríos Amazonas y Orinoco. Allí terminó falleciendo casi la totalidad de la expedición, algunos por las inclemencias del territorio y los otros resultaron asesinados por los indios caribes, incluyendo en este grupo a Pedro Malaver y a dos de sus hijas. Uno de los sobrevivientes fue el soldado Juan Martín de Albujar, que tras pasar algún tiempo cautivo entre los indios logró, diez años después, llegar a la desembocadura del río Esequibo donde pudo contactar a los españoles que habitaban en la isla Margarita, viviendo allí algunos años y luego en la ciudad de Carora.[38]

Cabe destacar que la falta de mayores precisiones, generó posteriormente diferencias entre los historiadores sobre si la gobernación de Nueva Extremadura se hallaba al oeste o al sur de la Nueva Andalucía.[37]​ Una de las versiones sostenía que Nueva Extremadura se extendía desde el río Unare unas 300 leguas hacia el Oeste y de Norte a Sur desde la costa Caribe hasta el río Amazonas, ya que la capitulación abarcaba los territorios de "Omaguas, Omeguas y Quinaco", sin embargo, la existencia de la gobernación de Venezuela imposibilitaba la ocupación de la región ubicada sobre el mar Caribe al oeste del río Unare. La otra versión, establecía que la Nueva Extremadura estaba al sur de la Nueva Andalucía, o sea, desde el río Amazonas hasta la región del Mato Grosso, con la Línea de Tordesillas (frontera con el Brasil) como límite al Este. Dicha reflexión se basaba en el relato del fray Pedro Simon según el cual "...Silva comenzara la suya (su gobernación) desde los términos de ésta (la gobernación de Serpa), corriendo siempre al Sur".[37]​ Por su parte, una carta del Virrey del Perú, Francisco de Toledo, fechada el 1º de marzo de 1572, protestaba argumentando que la gobernación de Silva podría estar incluyendo ciudades tan importantes como Cuzco y La Paz, sin embargo, esta afirmación, imposible en cualquiera de las dos teorías, se justificaba en la falsa creencia geográfica de que la costa americana del Pacífico emulaba a la del Atlántico.[37]

Diego Hernández de Serpa, fue durante algunos años un perseguidor de corsarios en el mar Caribe y algunas fuentes lo vinculan al primer viaje por el Orinoco realizado por Ordaz en 1531.[37]​ Paralelamente, su hermano, Ginés Hernández, fue uno de los que acompañó a Orellana en el descubrimiento del Amazonas (1542), trayendo de ese viaje la noticia sobre "grandes reinos y poblaciones y tierras de grandes riquezas".[37]

Tras la muerte de Orellana en 1546, esa tierra quedó liberada y así fue que poco después, en 1549, Diego Hernández se embarcó en una expedición con rumbo a la Guayana, travesía que fue desautorizada por la Audiencia de Santo Domingo.[37]​ Finalmente, en 1568 se le extendió la licencia para gobernar un territorio de trescientas leguas denominado "Nueva Andalucía".[37]​ Dicho territorio abarcaba toda la costa Caribe entre los ríos Unare y Orinoco, extendiéndose hacia el Sur hasta el río Amazonas.[37]

En octubre de 1569 Serpa arribó a Nueva Córdoba (hoy Cumaná) y desde allí despachó a dos capitanes con la misión de avanzar durante cuarenta días sin detenerse con el objetivo de examinar el territorio y establecer contactos que permitieran el reabastecimiento de alimentos.[39]​ A su retorno, ambos capitanes, que habían tomado rumbos distintos, informaron al Gobernador haber visto pepitas y piezas labradas en oro.[39]​ El plan de Serpa era llegar hasta el Orinoco a la altura de Caboruto, pasar allí la estación de lluvías y luego continuar hasta la Guayana. Sin embargo, a los pocos días de haberse iniciado la trevesía, algunos de los hombres desertan y unos indios atacan a la expedición, provocando la muerte del Gobernador.[39]

En enero de 1569, el rey Felipe II le entrega a Juan Ponce de León II, la capitulación para el poblamiento de las islas de Trinidad y Tabago (Tobago). El nuevo gobernador llega a Trinidad en diciembre de ese mismo año y levanta el fuerte y ciudad de la Circuncisión en el mismo lugar donde, años atrás, Sedeño había levantado un asentamiento y donde, años después, Antonio de Berrío fundaría el pueblo de San José de Oruña.[39]

Una vez instalados allí, los españoles de Trinidad establecieron contactos con los indios del Golfo de Paria, quienes estaban interesados en comerciar con los europeos. Según una carta del fray Miguel Diosdado, los indios les habían relatado que el oro que tenían se sacaba del valle del río Caroní.[39]

Sin embargo, el hambre, las enfermedades y la resistencia de los indios nativos de la isla provocaron que Trinidad fuese nuevamente despoblada.[39]

En 1569, la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá le otorgó a Gonzalo Jiménez de Quesada el gobierno de un extenso territorio de 400 leguas de longitud y latitud entre los ríos Pauto y Papamene, el derecho de usufructo para él y un heredero y la concesión del título de marqués o conde de la tierra que ocupare, así como el de alguacil. Con este reconocimiento, y acosado por penurias económicas, Jiménez de Quesada inicia una expedición a San Juan de los Llanos al oriente de los Andes, en busca de "El Dorado". Dicha empresa finalizó en 1573 sin ningún resultado.[25]

Desde el siglo XVI surgió en las Guayanas el rumor de que en el interior del continente existía un gran lago. Los indígenas llamaban a ese lugar Paragua o Parava, que en lengua Caribe significa justamente mar o lago grande y que los misioneros de Piritú comenzaron a denominar Lago Casipa en honor a los indios casipagotos que vivían por esa zona.[19]

El 3 de enero de 1584 el conquistador español Antonio de Berrío, heredero de la capitulación de Gonzalo Jiménez de Quesada, emprende una expedición hacia la cuenca del Orinoco.[40]​ A la altura del río Meta los indios le "certifican que en diez leguas hay diez mil indios...".[40]​ Desde allí emprende por tierra el camino hasta el río Guaviare, lugar donde divisa una cadena montañosa hacia el Este y afirma "...que en la cordillera hay una laguna grandísima y que de la otra parte de ella hay grandes pobladores,... y gran riqueza de oro y piedras...",[40]​ sin embargo, con sus fuerzas menguadas decide retornar y labrar un acta con los resultados de la expedición. Los aportes de Berrio permitieron conocer mejor la geografía del inexplorado escudo guayanés, sin embargo también sirvieron para plasmar en los mapas un mito geográfico: el gran lago de la Ciudad de Manoa (El dorado), un valle inundado, rodeado por altas montañas, ubicado entre las cuencas de los ríos Orinoco y Amazonas.[40]​ Cabe destacar que en lengua achagua, el término "manoa" se utilizaba para identificar a todas las lagunas, por lo tanto, decir Ciudad de Manoa era lo mismo que decir Ciudad de la Laguna.[8]

En 1587, Berrio emprende otra expedición hacia las montañas que había divisado algunos años atrás. Allí intentó infructuosamente encontrar un paso o alguna población importante para poder reabastecerse de alimentos. Tras dos meses sin resultados y sin recibir refuerzos decide volver a la isla Margarita. A pesar de su fracaso Berrio está convencido de que tras esas montañas se hallaba un lago con la magnífica ciudad de Manoa.[40]

En 1590 Berrio emprende su tercera exploración, avanzando nuevamente por el río Orinoco y luego por el Caroní, sin embargo le faltan los recursos para seguir avanzando, tras lo cual decide pedir refuerzos.[40]​ Como pasaban las semanas y no había novedades, Berrio decidió ir personalmente a Margarita, pasando primero por la isla Trinidad, buscando cual sería el lugar perfecto para instalar un pueblo que le sirviese de centro logístico para su conquista de El Dorado, ya que Berrio daba por hecho que Trinidad formaba parte de su capitulación.[40]​ Sin embargo, a su llegada a Margarita le informan de la muerte de su mujer, tras lo cual decide dar por finalizada la expedición.[40]

La principal fuente consultada por Berrio, era un supuesto diario depositado en Puerto Rico, escrito por un hombre llamado Iones Martínez, quién había participado en la expedición de Diego de Ordaz.[19][41]​ Según contaba la historia, por un descuido de Martínez se había incendiado un polvorín, tras lo cual se procede a castigarlo abandonándolo solo en una canoa cuando aún estaban en el río Orinoco, lo que significaba prácticamente una sentencia de muerte.[40][41]​ Sin embargo, unos indios guayaneses lo encontraron y lo llevaron a la gran ciudad de "Manoa" donde vivió siete meses.[41]​ Según él Manoa era un ciudad donde el oro abundaba y se utilizaba para diversas cosas, como por ejemplo, para la fabricación de armaduras y escudos de guerra. Incluso el rey de esta ciudad, solía organizar fiestas donde todos se desnudaban para ungirse con un bálsamo blanco llamado "curcai", tras lo cual unos criados del rey soplaban polvo de oro a través de unas cañas hasta que se lograba cubrir la totalidad del cuerpo. Una vez finalizado este proceso, todos se sentaban a beber, incluso durante varios días seguidos, siendo este el principal vicio en Manoa.[41]​ En un momento dado el gran cacique de la ciudad le pregunta al español si quiere volver con los suyos o quedarse allí y así es que Martínez decide partir de aquel reino remontando el Orinoco, siendo asaltado en el camino por unos indios llamados orenoqueponi, que estaban enfrentados a los naturales de Manoa. En este hecho le arrebatan todo el tesoro que el cacique le había entregado, quedándole únicamente unas vasijas llenas de cuentas labradas en oro ya que los indios supusieron que solo contenían agua en su interior.[41]​ Tras pasar por Trinidad y Margarita, Martínez desembarco en Puerto Rico, donde murió antes de poder seguir viaje a España.[41]​ Allí entregó las vasijas llenas de oro a la Iglesia y narró todo lo sucedido en la travesía, quedando su diario en la cancillería de San Juan de Puerto Rico.[41]​ Así fue Berrio imaginó una Manoa con techos y calles doradas donde habitaba un Inca, como afirma al Rey en una carta de 1593: "...que se dice por cosa cierta que los reyes incas de estas provincias salieron a conquistar el Pirú y después con discordia que hubo entre dos hermanos, el uno de miedo del otro, se volvió huyendo a estas provincias."[40]

Continuando con su plan de encontrar El Dorado, Berrio funda en la isla grande de Trinidad el pueblo de San José de Oruña (1592) y se instala allí al año siguiente. Este acto le traerá pleitos con los gobernadores de Caracas, Cumaná y Margarita, quienes aludían que Berrio no tenía derechos sobre la isla.[42]

En 1594 la escuadra de Walter Raleigh interceptó una embarcación española donde iban las cartas de Berrío en las que informaba de que había conseguido El Dorado. Esta noticia impulsó a Raleigh a desembarcar en Trinidad en marzo de 1595, tras lo cual incendia la ciudad y se lleva prisionero a Berrio.[42]​ Así los ingleses subieron por el río Orinoco hasta el río Caroní, cuya fuerte corriente les impidió avanzar. Allí Raleigh envió a una comisión para que contactara al cacique más próximo, quien se presentó al día siguiente: se trataba de Wanuretona, quien acostumbrado a tratar con los españoles, le informó que todos los pueblos guayanos del sur, eran súbditos del Inca y que se unirían para defender el oro de Manoa.[40]​ Las fuertes lluvias del invierno decidieron el retorno a Inglaterra, pasando primero por Cumaná, donde Berrio es liberado como parte de un canje de prisioneros.[42]

Nuevamente libre, Berrío reunió gente y partió desde Margarita hacia el Orinoco, fundando en 1595 la ciudad de Santo Tomé de Guayana (hoy Ciudad Bolívar) para desde allí organizar la expedición a Manoa. Berrío esperó la llegada de su hijo Fernando quién traería refuerzos desde Bogotá, sin embargo este llega dos años después, encontrando el poblado abandonado y a su padre a punto de morir.[42]

Posteriormente, Fernando de Berrío, heredo la gobernación de su padre y realizó varias expediciones al macizo de Guayana con el fin de hallar El Dorado, siendo este el primer europeo en observar la cascada denominada Salto Ángel.[43]

Instalado en San José de Oruña y sin posibilidades de encabezar una gran expedición, el gobernador Antonio de Berrio decide enviar, en 1593, a su Maestre de Campo, Domingo de Vera e Irigoyen (o Ibargoyen) con treinta y cinco soldados y algunos indios, a explorar el interior del continente. Entre estos indios se encuentra un cacique llamado Morequita o Morequito, quien había sido secuestrado por Berrio, pero que tras ser cristianizado procuró guiar a los españoles rumbo al oro de las guayanas.[8]

Así Vera e Irigoyen se introduce en el Orinoco y llega hasta la altura del río Caroní, donde estaba la tribu de Morequito. Una vez allí el cacique es parcialmente liberado con el objetivo de que hiciese honor a su palabra, sin embargo Morequito se propone sabotear la expedición y entre otras cosas advierte a los demás indios que escondan todas las piezas de oro que poseen.[8]

Con el objetivo de seguir tierra adentro y desconfiando de su guía, Vera e Irigoyen decide liberar totalmente a Morequito, aunque tomando a un hijo suyo como rehén. Sin embargo Morequito continúa con su plan y toma contacto con otras tribus para que dificulten en lo posible el paso de los españoles, aunque esta maniobra es descubierta por el conquistador quien ordena volver a encadenar al cacique.[40]

El Maestre de Campo continuó su viaje por tierra a través de un llano habitado por gran cantidad de indios con mucha agua y comida. En un pueblo cuyo cacique se llamaba Parigua decidió informarse sobre lo que le esperaba más adelante. Allí le comentan que ellos pertenecen a la provincia de los Guayana y que a una jornada de distancia empezaba la tierra de los Mucuraguaray, con los cuales estaban en guerra y que detrás de esa provincia había otra llamada Guayacapari, que poseía gran cantidad de habitantes. Según Irigoyen, pasando Guayacapari "esta una laguna grande salada que ellos llaman mar, toda ella a la redonda poblada de muchísimos naturales y que junto a ella nace el río Caroní a la cual dicha laguna, desde esta provincia de Guayana, habrá once o doce jornadas, que conforme a lo que andan ellos habrá 80 o 90 leguas."[8]

Vera e Irigoyen describe que a medida que avanza el camino está poblado por "muchísima gente" y que "tienen oro en las narices, en los pechos, en los brazos, en las piernas y que es gente muy rica".[8]​ En un dato curioso de la trevesía, informa que hacia donde sale el sol hay una cordillera habitada por indios que hablan la lengua ypurgota "que tienen los hombros altos que casi emparejan con la cabeza".[8]

Sin embargo, el Maestre de Campo se entera que Morequito tiene planeado enviar a los españoles por un camino donde no había agua en dos días, para que luego fueran emboscados, hecho que determinó el fin de la travesía, pudiendo Irigoyen y su gente volver a salvo.[8]

En 1595, la reina de Inglaterra, Isabel I, ordenó un importante ataque sobre el Caribe español con el objetivo final de constituir una colonia británica en Panamá. Según el plan, el corsario Walter Raleigh, incursionaría por el río Orinoco, mientras que Amyas Preston, hostigaría las posiciones españolas en Tierra Firme.[40]​ A su paso Raleigh destruyó y saqueó pueblos españoles, ocupó Trinidad y luego ingresó en el río Orinoco y parte del Caroní explorando la zona de Guayana, un territorio que teóricamente pertenecía a España, pero que en los hechos estaba siendo disputado entre Francia, Gran Bretaña y Países Bajos. Raleigh descubrió algunas minas de estaño y emprendió la vuelta a Inglaterra cuando ya no pudo seguir avanzando con sus barcos por aquellos ríos.[44]

Ya de regreso en Gran Bretaña, Raleigh escribe un libro llamado "El Descubrimiento del vasto, rico y hermoso imperio de las Guayanas con un relato de poderosa y dorada ciudad de Manoa (que los españoles llaman El Dorado)" con el fin de concientizar a los británicos sobre las riquezas que podrían encontrar en esas tierras inexploradas.[8]​ Allí habla de un lago interior de agua salada al que compara con el mar Caspio y afirma que durante el verano sus aguas descienden quedando a la vista pepitas de oro de considerable tamaño.[19]

En 1616 Raleigh partió nuevamente hacia Guayana con el objetivo de encontrar las supuestas minas de oro que se encontraban en su interior aunque, esta vez el Rey impuso la expresa condición de no dañar la propiedad de los españoles. Durante el viaje la expedición debió soportar grandes tormentas, enfermedades y escazes de provisiones. Los británicos llegaron a las guayanas en noviembre de 1617, aunque por error ingresaron por el río Galiana, de corrientes muy peligrosas. Allí fueron auxiliados por unos indios y el propio Raleigh debió desembarcar y guardar reposo a causa de su delicada situación física. Sin embargo, ordena que cinco de sus barcos tomen rumbo hacia el Orinoco para continuar con la expedición. En su trayecto estos barcos pasan frente a la fortaleza española de Santo Tomé, desde donde son atacados, muriendo en el enfrentamiento el propio hijo de Raleigh. Los británicos logran tomar el fuerte, aunque no evitan el continuo asedio de los españoles. Entre tanta selva, los británicos comienzan a dudar sobre la existencia de aquellas minas de oro y aunque efectivamente existiesen consideraban que sería muy complicardo trabajarlas y controlarlas.[44]

La deserción del capitán Thidney marcó el fin de la expedición. A su vuelta a Inglaterra en junio de 1618, Raleigh fue condenado a muerte por haber atacado posesiones españolas, en contra de las órdenes del Rey.[44]

Si bien Antonio Berrio había popularizado la existencia de un enorme lago o mar interior en sus búsquedas de El Dorado, esta referencia geográfica no apareció en los mapas sino hasta 1599 cuando Jodocus Hondius lo incorpora con el nombre de Lago Parima (Parime Lake), en base al relato del viaje de Walter Ralegh.[19]​ Desde aquel entonces hasta mediados del siglo XVIII sucesivos mapas se harán eco de este mito geográfico, siempre manteniendo la imagen de un lago desmesuradamente ancho (según el primer boceto de Berrio), atravesado por la línea equinoccial, rodeado de montañas (macizo guayanés) y equidistante a las cuencas de los ríos Orinoco y Amazonas, con la ciudad de Manoa ubicada en la ribera oriental del Lago.[45]​ La realidad es que no existía tal lago, sino que se trataba de un río, conocido luego como el río Parima o Branco, que al estar rodeado por llanuras solía desbordase aparentando la geografía de un gran lago, siendo en realidad un valle de inundación.[19]

A comienzos del siglo XVIII, el padre José Cabarte, de la Compañía de Jesús, pasó treinta y nueve años en las misiones del Orinoco siguiendo los rastros de la expedición que había realizado el tudesco Felipe von Hutten en busca de El Dorado.[8]​ En estas misiones el padre Cabarte catequizó y bautizo a un indio llamado Agustín, que según le relató, a la edad de quince años había sido capturado y esclavizado por los habitantes de la ciudad de Manoa o Enaguas, pasando allí otros quince años. Finalmente él y tres indios más lograron huir a instancias de otro esclavo que conocía el camino. Tras salir de Manoa debieron caminar unos veintitrés días hasta llegar a las orillas del río Orinoco. El indio Agustín le certificó al padre Cabarte que aquella ciudad poseía grandes riquezas y muchos habitantes.[8]

El nombre de "Guayana" se originó por obra de Diego de Ordaz, quien en 1532 levantó la efímera población de Santo Tomás de Guayana (hoy Ciudad Bolívar), en la confluencia de los ríos Orinoco y Caroní. Desde entonces y hasta fines del siglo XVI dicha región permaneció prácticamente inexplorada, lo que condujo a suponer que allí se escondía la legendaria ciudad de El Dorado. En 1591, Antonio Berrio proclamó la creación de la Provincia de Guayana, dependiente de Santa Fe de Bogotá. En 1729, Guayana pasa a formar parte de la Provincia de Nueva Andalucía hasta 1762, cuando este territorio recupera nuevamente el estatus de Provincia, inicialmente a cargo del Virreinato de Nueva Granada y finalmente como parte de la Capitanía General de Venezuela, con sede en Caracas.[9]

El Gobernador de Guayana, Manuel Centurión, se dedicó a poblar, fortificar y cartografiar el territorio con el objetivo de consolidar el dominio español y evitar la intrusión de otras potencias que amenazaban con ocupar la región. Motivado principalmente por una necesidad político-militar, Centurión encaró la misión de desentrañar definitivamente el misterio del Lago Parima y del Cerro Dorado, cuyo control sería fundamental para limitar el avance de los neerlandeses por los afluentes del río Esequibo, de los franceses desde el asentamiento de Cayena y de los portugueses que venían avanzando por el río Negro. Al esfuerzo de Centurión se sumó un cacique de la región llamado Paranacare, quien se ofreció a guiar a los españoles hasta el "Cerro Dorado".[9]

Por aquel entonces se presumía que el río Caroní nacía muy cerca de la supuesta Laguna Parima y que los ríos Caura y Paragua eran las vías naturales de acceso a la región. Además los frailes capuchinos, primeros exploradores de la zona, sabían por los indios caribes de la existencia de algunas vetas de oro y plata en aquel lugar. Centurión comienza su proyecto en 1770 fundando pueblos al sur del Orinoco, que servirían como escalas intermedias en el avance progresivo hacia el interior de la Guayana. Paralelamente este envía una nota solicitando ayuda al Consejo de Indias y al Gobernador y Capitán General de Venezuela, José Solano y Bote, adjuntando un plano esquemático de la provincia advirtiendo que el planteo de la zona central era hipotético. En dicho mapa se muestra la Laguna Parima desplazada hacia el suroeste y como centro aportador de las cuencas del Orinoco (a través del Caroní-Paragua), del Esequibo y del Amazonas, destacándose el caño Blanco como el mayor aporte hídrico de la supuesta laguna.[9]

En 1771 Centurión ordena diseñar un nuevo Plano General de la Provincia de Guayana, incluyendo referencias topográficas, una red hidrológica actualizada y un Lago Parima más reducido en sus dimensiones. En enero de 1772 el Gobernador envía una expedición encabezada por el teniente de artillería Nicolás Martínez para el descubrimiento de la legendaria laguna. Los hombres de la expedición llegaron hasta al alto del río Caura y en la boca del Erebato, mientras se recuperaban físicamente, les llegó la noticia de que la mejor ruta para alcanzar la laguna era siguiendo el río Paragua. Aprovechando la época de lluvias los expedicionarios remontaron el Paragua hasta sus afluentes Paraguamusi y Anacapora, donde tuvieron que retornar por la fatiga que ya tenían los hombres y la imposibilidad de seguir navegando en ríos tan poco profundos.[9]

Por iniciativa de los misioneros capuchinos, distanciados de Centurión y con el fin de adelantársele en la exploración de Parima, en mayo de 1772 partió una avanzada integrada por españoles e indios dirigidos por el fray Benito de la Garriga y el fray Tomás de Mataró. Estos hombres remontaron los cursos fluviales del Caroní, el Icabarú y el Mayarí, siendo atacados en este último río por aborígenes armados por los neerlandeses. Además, los naturales del lugar les informaron que los portugueses habían llegado a la región de Parima. Esta noticia alarmó al gobernador Centurión, quien descubrió que los lusitanos no solo avanzaban por el curso del río Negro, sino que también estaban ocupando el sureste de la guayana española.[9]

En marzo de 1773 el Gobernador despachó una nueva expedición al mando del teniente de infantería Vicente Díez de la Fuente. Siguiendo el curso del Paragua Díez de la Fuente llegó hasta la horqueta conformada por los ríos Paraguamusi y Antavari, donde estableció un campamento y desde allí envió al cabo Isidoro Rendón al mando de un grupo de hombres que remontarían el río Uraricoera hasta la confluencia con el Tacutu y desde allí seguirían por el tramo alto de este, conocido por los indios makuxis como Auaraurú (Abarauru para los españoles). A su regreso Rendón informó haber visto sabanas inundables, pero ninguna laguna o mina de oro. Además, esta avanzada debió afrontar ataques de indios caribes, falleciendo en uno de ellos el cacique aliado Paranacare. Posteriormente Centurión envió a doscientas familias para poblar siete nuevos asentamientos, de los cuales tres se hallarían en la frontera con la región de Parima.[9]

La tercera expedición española partió en octubre de 1775, siendo nuevamente organizada por Díez de la Fuente, quien encomendó el mando del grupo al subteniente Antonio López, con la asistencia de Isidoro Rendón. Tras pasar por los pueblos recientemente fundados, la expedición continuó río arriba por el Tacutu en dirección al "Cerro Dorado" (probablemente el Apucuano). Mientras tanto, la autoridad portuguesa de Barcelos, enterada de la construcción de nuevos asentamientos españoles en la región del Parima, solicitó un batallón de refuerzo con el cual logró desmantelar los pueblos de San Juan Bautista y de Santa Rosa, interceptando luego a la expedición de Antonio López que ya había comenzado el viaje de retorno. Este episodio generó un intercambio de protestas entre los gobernadores españoles y portugueses por la soberanía que pretendían ambas coronas sobre dicha región. A este conflicto se sumó también la pretensión de la corte francesa de ampliar su territorio de ocupación en la Guayana, otorgando facilidades y beneficios a quienes quisieran establecerse y comerciar en la zona.[9]

El Virrey de Nueva Granada, Manuel Antonio Flores, invitó a los gobernadores de Margarita y Guayana a plantear las observaciones y medidas necesarias para impedir que los franceses y portugueses tomaran posesión de dichos territorios. En la Guayana gobernaba provisoriamente José Linares, en reemplazo de Manuel Centurión, quien se hallaba en España para defenderse en el pleito que tenía con los frailes capuchinos. A través de Linares, Centurión envió su misiva junto a un plano de la región en el que se daba por hecho la existencia de la Laguna Parima y del Cerro Dorado. Mientras tanto, el gobernador de Margarita, brigadier Agustín Crame, conocedor de la región de Guayana, envió su informe recomendando ocupar y fortificar la zona de penetración portuguesa, considerándola el verdadero peligro para la región, ya que los franceses aún se hallaban a una distancia considerable de la supuesta laguna Parima. Crame acompañó su misiva con una copia del Mapa General de la Guayana, elaborado por Luis de Surville, donde el territorio francés aparecía menos expandido hacia el interior y se eliminaban además anteriores ambigüedades conrrespecto a las fuentes del Orinoco y la ubicación de la Laguna Parima.[9]

Tras la escalada bélica registrada en 1776 se produjo un acercamiento entre los gobiernos de España y Portugal para fijar nuevos límites en el territorio sudamericano. El arbitraje quedó definido en el acuerdo de San Idefonso de octubre de 1777, a través del cual España logró recuperar algunas zonas de la región del Paraguay y del Río de la Plata, aunque a cambio debió ceder un amplio sector del norte del Amazonas, donde los portugueses evidentemente estaban más consolidados que los hispanos. Una vez resuelto el conflicto con los lusitanos, las autoridades españoles concentraron sus esfuerzos en desarrollar el poblamiento de la Guayana oriental ante el peligro que suponía el plan de ocupación galés. Finalmente, diversos factores que dificultaban el desarrollo de la colonia francesa provocaron el abandono de su proyecto expansionista hacia la década de 1780.[9]

Por aquel entonces, ya existían numerosos indicios de que la legendaria Laguna Parima o Parime no era más que una planicie de inundación de una cuenca fluvial, cuya principal arteria era el río Parime, que durante las crecidas anegaba una extensión considerable del territorio. Dicha teoría fue confirmada tras la expedición de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland, realizada en el territorio de Venezuela en el año 1800, donde estos observaron que la crecida del río Parime era el hecho que había dado origen a la leyenda de la gran laguna en el interior de la Guayana. Sin embargo, hasta la década de 1820 aproximadamente continuron apareciendo mapas que, aunque mucho más rigurosos y precisos en su topografía e hidrografía, siguieron registrando la existencia de la Laguna Parima con su típica forma cuadrangular.[9]

La historia de las ofrendas de oro y esmeraldas también condujo a los primeros intentos por desaguar las lagunas sagradas de los muiscas.

El primer desagüe de la laguna de Guatavita lo realizó Hernán Pérez de Quesada, consiguiendo únicamente el equivalente a tres o cuatro mil pesos de oro. En 1652, un rico mercader de Bogotá, llamado Sepúlveda, obtuvo de Felipe IV la concesión para una segunda pesquisa. Sepúlveda realizó un corte en uno de los cerros con el fin de desaguar la laguna, obteniendo de esta empresa solo una valiosa esmeralda. Finalmente, una compañía inglesa, por concesión del gobierno de Colombia, procedió a desaguar completamente la laguna de Guatavita, descubriendo en su fondo una capa de lodo de tres metros de espesor. Allí fueron encontrados algunos tunjos, esmeraldas y objetos de cerámica.[32]

La laguna Siecha fue parcialmente desaguada en 1856 por los señores Joaquín y Bernardino Tovar, asociados a Guillermo Paris y a Rafael Chacón. El nivel de las aguas descendió unos tres metros permitiendo descubrir varias esmeraldas y algunas piezas de oro, entre las que se destacaba una balsa muisca,[4]​ similar a la hallada en 1969, pero que actualmente se encuentra desaparecida.[27]

En 1870 se realizó un nuevo intento por desaguar la laguna Siecha, llevada a cabo por Crowther y Enrique Urdaneta, que perforaron 187 metros de roca de arenisca sobre el muro occidental. Sin embargo, cuando faltaban 3 metros para finalizar el túnel, los dos señores y un peón murieron asfixiados por las emanaciones viciadas del lodo sumadas al olor de la combustión de la pólvora empleada para la perforación.[4]



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