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Pompeyo



Pompeyo, Cneo Pompeyo o Cneo Pompeyo Magno (en latín, Gnaeus Pompeius Magnus; Piceno, 106 - Pelusio, 48 a. C.), también conocido como Pompeyo el Grande o Pompeyo el Triunviro,[1]​ (abreviatura en latín clásico: CN·POMPEIVS·CN·F·SEX·N·MAGNVS)[n. 1]​ fue un político y general romano.

Provenía de una rica familia itálica oriunda del Piceno (región centro-oriental de Italia),[2]​ y alcanzó por sí mismo el rango de la nobleza romana a través de su exitoso liderazgo en diversas campañas. Sila se dirigió a él con el cognomen Magnus (el Grande) y se le concedieron tres triunfos.

Pompeyo fue un rival de Marco Licinio Craso y, al principio, aliado de Julio César. Se unió a ellos en una inestable alianza política conocida como el Primer Triunvirato, que dominó los acontecimientos políticos y militares de finales de la República Romana. Tras la muerte de Craso y de Julia, esposa de Pompeyo e hija de César, luchó contra César por el liderazgo del estado romano en la guerra civil. Fue un episodio significativo en la gran revolución romana que vio el final de la República y el advenimiento del Principado y el Imperio romano.

Pompeyo luchó del lado de los optimates, la facción aristocrática y conservadora del Senado Romano, hasta que fue derrotado por César en la batalla de Farsalia. Buscó refugio en Egipto, donde fue asesinado el 28 de septiembre del año 48 a. C.

El padre de Pompeyo, Cneo Pompeyo Estrabón, fue un rico terrateniente itálico oriundo de la región del Piceno, el primero de su familia que entró en el senado. Era lo que la nobleza romana llamaba despectivamente «un hombre nuevo», es decir, proveniente de la nobleza rural. Pompeyo Estrabón ascendió por el tradicional cursus honorum, convirtiéndose en cuestor en 104 a. C., pretor en 92 a. C. y cónsul en el 89 a. C., y adquirió una reputación por su avaricia, su duplicidad política y carácter despiadado en lo militar. Murió en 87 a. C., bien alcanzado por un rayo, o como una baja de una plaga pandémica, o posiblemente ambos, durante la guerra civil entre Mario y Sila.[3]​ En el relato de Plutarco, su cuerpo fue arrastrado desde su ataúd por la muchedumbre.[4]​ Su hijo de diecinueve años, Cneo Pompeyo, heredó su patrimonio y aparentemente, la lealtad de sus legiones.

Pompeyo se formó como militar en el ejército por su padre, prestando dos años de servicio bajo el mando de su padre, y participó en los momentos finales de la guerra social contra los socii itálicos. De esta época data su mote de adulescentulus carnifex (el «adolescente carnicero»)[n. 2]​ por su frialdad y crueldad en el campo de batalla.

Pompeyo, como un óptimas, se vio obligado a no llamar la atención. Regresó a Roma y fue perseguido por malversación de botín en el saqueo de Asculum: su compromiso con la hija del juez, Antistia le aseguró una rápida absolución.[5]

Durante los años siguientes, el partido de los populares estuvo en posesión de Italia.[6]​ En el año 83 a. C., Sila regresó de su campaña en Grecia, y Pompeyo alzó tres legiones en Piceno en apoyo de Sila contra el régimen popular de Cneo Papirio Carbón.[n. 3]

Cuando Pompeyo, mostrando grandes habilidades militares a la hora de oponerse a los generales de Mario que lo rodeaban, logró unirse a Sila a través de una mezcla de chantaje y arrogancia, Sila lo aclamó como imperator. Sila, entonces el dictador de Roma, ordenó a Pompeyo que se divorciara de su esposa Antistia y se casara con Emilia, la joven hijastra de Sila, que estaba embarazada de su primer marido (Sila les obligó a divorciarse porque el esposo le había criticado). Esto le unió al joven aliado más estrechamente y lanzó la carrera de Pompeyo.[7]​ Después de casarse con Pompeyo, no obstante, Emilia falleció a los pocos meses en el parto.

Acabada la guerra de Italia, Sila envió a Pompeyo contra el partido de Mario, primero en Sicilia y luego en África.[8]Perpenna y Cneo Domicio Enobarbo se habían apoderado de Sicilia y África. Pompeyo reunió al ejército y recuperó rápidamente la isla. En 82 a. C., Pompeyo aseguró Sicilia, y garantizó el suministro de grano a Roma. Ejecutó a Cneo Papirio Carbón y a sus partidarios fuera de control, lo que puede haber llevado a que se le llamara entonces adulescens carnifex esto es «adolescente carnicero».[9]​ Poco después, en 81 a. C., desembarcó en África con cinco legiones. Allí dio muestras, de nuevo de su capacidad militar, derrotó a Enobarbo y al rey Hiarpas de Numidia, después de una batalla muy reñida.[10]

Gracias a sus éxitos, Pompeyo logró un gran prestigio entre sus tropas, hasta el extremo de que ofrecieron sublevarse contra Sila en su favor, según nos cuenta Plutarco. Por esta serie de victorias ininterrumpidas, Pompeyo fue proclamado Imperator por sus tropas en el campo de batalla de África. Regresó a Roma ese mismo año, y fue entusiásticamente recibido por el pueblo. Fue saludado por Sila como Magnus («Grande»). El propio Pompeyo solo usó este título más tarde en su carrera; es casi seguro que Sila fuera sarcástico, considerando la edad de Pompeyo, y pretendiera poner en su sitio a Pompeyo. A pesar de su aclamación en el campo, oficialmente era un mero privatus («ciudadano privado») y como tal no estaba calificado para el Cursus honorum.[11]

Pompeyo exigió un triunfo por sus victorias africanas, lo que Sila rechazó correctamente, ya que era ciudadano particular; Pompeyo mismo rechazó licenciar a sus legiones y apareció con su exigencia a las puertas de Roma. Pompeyo le recordó a Sila que «es normal que el pueblo prefiera el sol naciente frente al sol que se pone». Sila, exasperado, se rindió.[12]​ Sin embargo, Sila tuvo primero su propio triunfo, luego permitió a Metelo Pío que tuviera su triunfo, relegando a Pompeyo al tercer lugar en una rápida sucesión de triunfos. Ese día, Pompeyo intentó eclipsar a sus mayores en un carro triunfal llevado por un elefante, representando sus exóticas conquistas africanas pero el elefante no podía pasar por la puerta de la ciudad. Se necesitó un rápido replanteamiento, para gran embarazo de Pompeyo y entretenimiento de los presentes.[13]

Cuando Sila murió, en el 78 a. C., fue Pompeyo quien llevó su cuerpo a Roma y presidió su funeral. El Senado, entregó a Pompeyo el mando del ejército, con el que reprimió la revuelta del excónsul Lépido (a quien él en principio había apoyado como cónsul, en contra de los deseos de Sila) a las puertas de Roma. Tras esto el general sitió y rindió la ciudad de Mutina, donde se habían refugiado los partidarios de Lépido.

Roma, decidida a reconquistar Hispania, creó un ejército especial y pidió a los cónsules que se hiciesen cargo, pero se negaron a emprender esa campaña. El deseo de Pompeyo de lograr la gloria militar y su desconsideración hacia una carrera política convencional[14]​ continuó cuando, después de reprimir la revuelta de Lépido, exigió el imperium proconsular para ir a Hispania a luchar contra Quinto Sertorio, un general partidario de Mario. La aristocracia, sin embargo, comenzaba entonces a temer al joven y exitoso general, y se mostró renuente a proporcionarle la autoridad necesaria. Pompeyo respondió rechazando licenciar sus legiones hasta que se le concediera su petición.[15]​ Sin embargo, en Hispania, Sertorio se había opuesto durante tres años con éxito a Quinto Cecilio Metelo Pío, uno de los más capaces generales de Sila, y al final se hizo necesario enviarle alguna ayuda efectiva. Como resultado, el Senado, con considerable falta de entusiasmo, decidió enviar a Pompeyo a Hispania contra Sertorio, con el rango de procónsul, y con poderes idénticos a los de Metelo.[16]

Pompeyo y su ejército hicieron la gran obra de construir una calzada por el Col de Montgenèvre (en italiano, Passo del Monginevro), puerto de montaña por los Alpes Cocios. Fue el primer camino artificial que hubo en los Alpes. Años más tarde, en el 58 a. C., lo usó César para llevar sus legiones a la Galia. Fue necesario construir esta ruta porque el camino de la costa estaba ocupado por el pueblo de los salvios (bárbaros vecinos de Marsella), que estaban en pie de guerra. Al pasar Pompeyo por la nueva ruta construida sorprendió a los salvios por el flanco y los venció sin dificultad, pudiendo así seguir por la carretera de la costa, cruzar los Pirineos y entrar en Hispania el año 77 a. C. con un ejército de 50 000 infantes y 1000 jinetes.

Pompeyo sufrió inmediatamente una derrota en la batalla junto al río Sucro. Solo la llegada a tiempo de Metelo salvó la vida de Pompeyo. Sertorio, vanagloriándose por el combate, dijo: "Sin esa vieja (Metelo), habría mandado a Roma a ese niño (Pompeyo) luego de haberle dado de palos".

Tradicionalmente se ha venido pensando que por entonces los vascones, o una parte de ellos, concertaron una alianza con Pompeyo (aunque no hay ninguna fuente que confirme este hecho), quien avanzado el año 75 a. C. y encontrándose escaso de víveres, se retiró a su territorio, contextualizándose en ese momento la fundación de Pompaei-ilun (ciudad de Pompeyo) (la actual Pamplona) sobre una aldea vascona preexistente quizá identificable con la Bengoda o Benkota que aparece en las monedas acuñadas bajo la leyenda barskunes. A pesar de que Estrabón recoge la afirmación de que fue Pompeyo quien dio nombre a la actual Pamplona, una reciente teoría afirma que este pasaje de la guerra sertoriana de la estancia de Pompeyo en territorio vascón ha pivotado sobre un error de Plutarco que, recogiendo materiales previos, confundió el pueblo de los vascones con el de los vacceos, en la meseta norte, que es a donde realmente se habría retirado Pompeyo en busca de víveres.[17]​ En cualquier caso no se puede obviar la presencia en los alrededores de Pamplona de pruebas que demuestran fehacientemente la presencia de al menos el ejército de Sertorio y probablemente del de Pompeyo también, como son el hallazgo de una serie de glandes inscriptiae con inscipción alusiva a Sertorio y la existencia de un posible campamento y campo de batalla fechable en ese periodo.[18]

Sea como fuere, en el 74 a. C., Pompeyo y Metelo avanzaron en dos frentes: el primero por el valle del Duero hacia el oeste, y el segundo en el frente oriental, a lo largo del valle del Jalón. Asedió los puntos fuertes de Sertorio, destruyó los campos y trató de atraerse a la población indígena. Las dificultades de Sertorio parecían venir confirmadas por el pacto suscrito con Mitrídates VI, rey del Ponto y eterno enemigo de Roma quizá ya a finales del 75. Pompeyo y Metelo se unieron, a finales de esta campaña, en su intento de tomar Kalakorikos, ciudad aliada de Sertorio. El fracaso les obligó a retirarse y esperar, tras el invierno, a una nueva campaña.

A lo largo del año 73 a. C., Pompeyo, sin la ayuda ya de Metelo, llevó a cabo una intensa campaña de conquistas en la Celtiberia, lo que obligó a Sertorio a hacerse fuerte en el valle del Ebro (especialmente en las ciudades de Ilerda, Osca y Kalakorikos). Las plazas fuertes de Sertorio en el Levante (Tarraco, Dianium) también cayeron durante estos meses. Pompeyo permaneció en Hispania entre cinco y seis años, del 76 al 71 a. C., pero ni él ni Metelo fueron capaces de lograr una victoria clara o ganar ninguna ventaja decisiva en el campo de batalla sobre Sertorio. Pero cuando Sertorio fue asesinado a traición por su propio oficial, Marco Perpenna Ventón en 72 a. C., la guerra llegó rápidamente a su final.[19]​ Pompeyo derrotó con facilidad a Perpenna en su primera batalla. Pompeyo tomó Kalakoricos que pasó a llamarse Calagurris. Osca se sometió a Pompeyo. Las últimas ciudades en sucumbir a las tropas leales a Pompeyo fueron Uxama y Clunia. Toda Hispania quedó sometida en la primera parte del año siguiente, el 71 a. C.[19]

En los meses posteriores a la muerte de Sertorio, sin embargo, Pompeyo reveló uno de sus más significativos talentos: un genio para la organización y administración de la provincia conquistada. Extendió su red clientelar[20]​ con términos generosos por toda Hispania y la Galia meridional. Mientras Pompeyo se enfrentaba con Sertorio, se produjo la rebelión de Espartaco, que estalló en Capua en el 73 a. C. Cuando Pompeyo regresó a Italia, en el año 71 a. C., desembarcó en Regio, en el sur de Italia, con su ejército. En su marcha hacia Roma se encontró con los restos del ejército de Espartaco, y capturó a unos cinco mil rebeldes que habían quedado aislados. Pompeyo despedazó a estos fugitivos, y pretendió que, además de sus otras hazañas, a él le correspondía la gloria de acabar con la revuelta. En un acto de prepotencia, Pompeyo escribió al Senado diciendo que aunque era Craso quien había vencido a Espartaco, él era quien «había extirpado el mal de raíz», terminando la guerra y reclamando buena parte del mérito. Su intento de llevarse el mérito por acabar con la guerra servil enfureció a Craso.[21]

Sus oponentes, especialmente Craso, decían que estaba desarrollando un talento para llegar en el último momento de una campaña y llevarse toda la gloria por su terminación exitosa.[cita requerida] La creciente enemistad entre Craso y Pompeyo no se resolvería en una década. De vuelta a Roma, Pompeyo era entonces un candidato al consulado; aunque según la ley era inelegible, ya que estaba ausente de Roma, no había alcanzado la edad legal y no había desempeñado ninguno de los cargos menores del Estado, aun así su elección era segura. Los admiradores de Pompeyo vieron en él al más brillante general de su tiempo; como se sabía que la aristocracia veía a Pompeyo con envidia, mucha gente dejó de considerarlo como perteneciente a este partido y confiaban en obtener, a través de él, una restauración de los derechos y privilegios de los que habían sido privados por Sila.[22]

Al llegar a Roma, el Senado le autorizó para celebrar otro triunfo en virtud a sus victorias frente a Sertorio y los esclavos, mientras que Craso debía conformarse con una ovación. El 31 de diciembre de 71 a. C., Pompeyo entró en la ciudad de Roma en su carro triunfal, un simple eques, celebrando su segundo triunfo extralegal por las victorias en Hispania.

En el año 71 a. C., con solo 35 años de edad, Pompeyo fue elegido cónsul por vez primera, desempeñando el cargo en el año 70 a. C. como colega de Craso, con el apoyo aplastante de la población romana. El nombramiento de Pompeyo fue una excepción en la que el Senado se saltó las normas y leyes por las que se regían entonces para obtener este título. Nunca antes un hombre se había elevado desde el rango de privatus al de cónsul, en un rápido movimiento como este. Pompeyo, que no era ni siquiera senador, nunca fue perdonado por la mayoría de los nobles romanos, especialmente los boni al forzar a ese cuerpo a aceptar su candidatura en las elecciones. En su consulado, Pompeyo rompió abiertamente con la aristocracia y se convirtió en el gran héroe popular.

La difícil relación entre los cónsules les impidió colaborar. Su única iniciativa de importancia fue restablecer algunas de las antiguas prerrogativas de los tribunos de la plebe abolidas por Sila. Para el año 69 a. C., Pompeyo era el favorito de las masas romanas, aunque muchos Optimates tenían hondas sospechas respecto a sus intenciones. Propuso y logró una ley restaurando a los tribunos el poder del que se habían visto privados por Sila.[22]​ También concedió su poderosa ayuda a la Lex Aurelia, propuesta por el pretor Lucio Aurelio Cota, por la que los jurados estarían formados en el futuro por senadores, caballeros y tribunos aerarii, en lugar de solo los senadores, como Sila había establecido. Al llevar a cabo ambas medidas, Pompeyo se vio muy apoyado por César, con quien comenzó entonces una estrecha relación.

Pompeyo pasó los dos años siguientes (69 a. C. y 68 a. C.) en la capital. Su primacía en el Estado se vio reforzada por dos mandos proconsulares extraordinarios, sin precedentes en la historia romana. El comercio y el precio del grano se resintieron por los ataques de los piratas, que dominaban el Mediterráneo, asaltando no pocas ciudades en las costas de Grecia y Asia. Procedían casi todos de las costas de Cilicia en Asia Menor (en el golfo de Alejandreta, frente a la isla de Chipre). Llegaron a desembarcar en la desembocadura del Tíber, adentrándose hasta las afueras de Roma.

Dadas las circunstancias, en el año 67 a. C. la asamblea de la plebe aprobó la Lex Gabinia propuesta por el tribuno de la plebe Aulo Gabinio. Pompeyo fue nombrado comandante de una fuerza naval especial para hacer campaña contra los piratas. Este mando, como el resto de los acontecimientos en la vida de Pompeyo, estuvo rodeado por la polémica. La facción conservadora del Senado sospechaba de las intenciones de Pompeyo y temía su poder. Los Optimates intentaron por todos los medios posibles impedir este nombramiento, cansados de su constante búsqueda de nombramientos ilegales y mandos extraordinarios.[23]​ Significativamente, César fue de nuevo uno del puñado de senadores que apoyaron el mando de Pompeyo desde el principio. En virtud de la Lex Gabinia, los poderes de Pompeyo se extendían por todo el Mediterráneo, y las costas hasta 50 millas tierra adentro, colocándole por encima de todos los líderes militares en el Este. A esta ley se opuso la aristocracia con la mayor vehemencia, pero fue aprobada: la capacidad de Pompeyo como un general era demasiado conocida para enfrentársele en las elecciones, incluso su colega excónsul Craso.

Tan pronto como Pompeyo recibió el mando, comenzó a hacer sus preparativos para la guerra, y los terminó a finales del invierno. Sus planes fueron coronados con éxito total. Pompeyo dividió el Mediterráneo en trece regiones separadas, cada una bajo el mando de uno de sus legados. En cuarenta días expulsó a los piratas del Mediterráneo occidental,[23]​ y restauró la comunicación entre Hispania, África e Italia. Después siguió al cuerpo principal de los piratas en sus baluartes de la costa de Cilicia; después de derrotar a su flota, indujo a gran parte de ellos, a través de promesas de perdón, a rendirse a él. Muchos de estos los asentó en Soli, que fue a partir de entonces llamada Pompeyópolis.[24]

Al final le llevó a Pompeyo todo el verano limpiar el Mediterráneo del peligro de piratas. En tres breves meses (67-66 a. C.), las fuerzas de Pompeyo habían barrido a los piratas del Mediterráneo, mostrando extraordinaria precisión, disciplina y capacidad organizativa; de manera que, para adoptar el panegírico de Cicerón:[n. 4]

La rapidez de la campaña mostró que él era también un general con talento tanto en el mar como en la tierra, con fuertes habilidades logísticas. Pompeyo fue saludado como el primer hombre de Roma, Primus inter pares (el «primero entre iguales»).

Pompeyo se dedicó durante el resto de este año y el principio del siguiente a visitar las ciudades de Cilicia y Panfilia, y proveyendo para el gobierno de los distritos recién conquistados. En el 74 a. C. estalló la tercera guerra mitridática entre el Ponto, dirigido por su rey Mitrídates VI, y Roma. El encargado de dirigir la guerra fue el antiguo lugarteniente de Sila, Lucio Licinio Lúculo, un noble plebeyo de buena familia.

Durante su ausencia de Roma (año 66 a. C.), el tribuno Manilio propuso una ley que confiaba a Pompeyo la guerra contra Mitrídates, nombrándole procónsul en Cilicia, Asia y Bitinia. A la ley se opusieron los oligarcas, temerosos de la popularidad de Pompeyo. Lúculo hizo saber que estaba indignado ante la perspectiva de ser reemplazado por un «hombre nuevo» como Pompeyo. Pompeyo respondió llamando a Lúculo «Jerjes en toga». Lúculo replicó llamando a Pompeyo «buitre» porque siempre se alimentaba del trabajo de otros, refiriéndose a su nuevo mando en la guerra actual, así como a las acciones de Pompeyo en el clímax de la guerra contra Espartaco. La propuesta del tribuno Manilio logró triunfar gracias al apoyo de los senadores Cayo Julio César y Marco Tulio Cicerón (pro Lege Manilia), a pesar de la intensa oposición de la aristocracia. El poder de Mitrídates había sido quebrantado por victorias precedentes de Lúculo, y solo le quedaba a Pompeyo llevar la guerra a una conclusión. Este mando esencialmente confiaba a Pompeyo la conquista y reorganización de todo el Mediterráneo oriental. También, este era el segundo mando de Pompeyo, que César apoyó.

Pompeyo se unió a Lúculo en Galacia. Al acercarse Pompeyo, Mitrídates se retiró hacia Armenia pero fue derrotado[25]​ entre el Éufrates y Nicópolis. Huyó hacia Dioscurias, donde invernó (66-65 a. C.). Tigranes el Grande rechazó recibirle en sus dominios. Mitrídates decidió internarse en el corazón de la Cólquide, y luego hizo su camino a sus propios territorios en el Bósforo Cimerio. Pompeyo entonces se volvió contra Tigranes. Sin embargo, el conflicto se acabó cuando los dos imperios alcanzaron un acuerdo y se convirtieron en aliados.[25]​ En el año 65 a. C., Pompeyo se puso en camino en persecución de Mitrídates pero encontró mucha oposición de los íberos y albanos; y después de avanzar llegando hasta Fasis en Cólquide, donde se encontró con su legado Servilio, el almirante de la flota euxina, Pompeyo decidió dejar estos distritos. En consecuencia, regresó sobre sus pasos, y pasó el invierno en el Ponto, que convirtió en provincia romana. En el año 64 a. C., marchó a Siria, depuso al rey Antíoco XIII Asiático, e hizo de ese país, también una provincia romana.[25]​ Gracias a esta nueva adquisición y a los anteriores saqueos cometidos en Asia, Pompeyo logró duplicar los ingresos del tesoro de Roma y aumentar aún más su fortuna personal.

En el año 63 a. C., marchó aún más al sur, para establecer la supremacía romana en Fenicia, Celesiria y Judea. Las ciudades helenizadas de la región, particularmente las ciudades de la Decápolis, durante siglos contaron la fecha desde la conquista de Pompeyo, un calendario llamado la era pompeyana.

Después de esto, Pompeyo capturó Jerusalén. En aquella época, Judea estaba quebrantada por la guerra civil entre dos hermanos judíos que favorecieron a diferentes facciones religiosas: Hircano II (apoyando a los fariseos) y Aristóbulo II (apoyando a los saduceos). La guerra civil estaba causando la inestabilidad y expuso el flanco desprotegido de Pompeyo, así que sintió que tenía que actuar. Ambas facciones dieron dinero a Pompeyo por su ayuda, y una delegación seleccionada de fariseos fueron en apoyo de Hircano II. Pompeyo decidió unir sus fuerzas a las del bondadoso Hircano II, y su ejército conjunto de romanos y judíos asediaron Jerusalén durante tres meses, después de los cuales la tomaron de Aristóbulo.[n. 5]​ Aristóbulo fue encarcelado y sus partidarios se refugiaron en el templo, que fue tomado en el año 63 a. C. muriendo 12 000 judíos. Pompeyo entró en él, incluso hasta el Sanctasanctórum. Fue al templo para comprobar si los judíos carecían de estatuas o imágenes físicas de su Dios en el lugar más sagrado de veneración. Para Pompeyo, era inconcebible rezar a un Dios sin retratarlo en un tipo de parecido, como una estatua. Lo que Pompeyo vio no se parecía a nada que él hubiera visto en sus viajes a lugares santos. No encontró ninguna estatua, imagen religiosa o descripción pictórica del dios hebreo. En lugar de ello vio rollos de la Torá y quedó confundido.[cita requerida]

Fue durante la guerra en Judea que Pompeyo supo de la muerte de Mitrídates.[25]​ Habiendo sido abandonado por las ciudades griegas del Euxino septentrional, su ejército le abandonó por su hijo Farnaces, con lo cual Mitrídates cometió suicidio.[25]​ Con Tigranes como amigo y aliado de Roma, la cadena de protectorados romanos se extendía entonces hacia el Este alcanzando el mar Negro y el Cáucaso.

Aristóbulo partió para Roma con sus hijos, para formar parte del triunfo de Pompeyo, e Hircano fue nombrado de nuevo sumo sacerdote. La cantidad de tributo y botín que Pompeyo llevó a Roma fue casi incalculable: Plutarco habla de 20.000 talentos en oro y plata añadidos al tesoro, y el incremento de los impuestos para el tesoro público alcanzó de 50 a 85 millones de dracmas anualmente. Pompeyo vinculó Judea a la provincia de Siria, aunque dejándole a Hircano una parte de autoridad sobre Judea, Perea y Galilea. Su brillantez administrativa fue tal que sus disposiciones perduraron mucho tiempo sin cambiar hasta la caída de Roma.

Pompeyo llevó a cabo las campañas de 65 al 62 a. C. y Roma se anexionó gran parte de Asia al oeste de lo que modernamente es Irak firmemente bajo su control. Impuso un pacto general sobre los reyes de las nuevas provincias orientales, lo que tuvo en cuenta inteligentemente los factores geográficos y políticos involucrados en crear la nueva frontera de Roma en el Este.

En el apogeo de su gloria, Pompeyo regresó a Roma. Su tercer triunfo se celebró el 29 de septiembre del año 61 a. C., en el 45.º cumpleaños de Pompeyo, celebrando las victorias sobre los piratas y en el Este, y sería un acontecimiento inolvidable en Roma. Se programaron dos días enteros para el enorme desfile de despojos, prisioneros, el ejército y estandartes mostrando escenas de batalla para completar la ruta entre el Campo de Marte y el templo de Júpiter Óptimo Máximo. Para concluir las festividades, Pompeyo ofreció un inmenso banquete triunfal e hizo diversas donaciones al pueblo de Roma, aumentando aún más su popularidad.[n. 6]​ Aunque se encontraba en su momento cumbre, para esta época en que Pompeyo había estado en gran medida ausente de Roma durante cinco años, ya había surgido una nueva estrella. Pompeyo había estado ocupado en Asia durante la conspiración de Catilina, cuando César opuso su voluntad contra la del cónsul Cicerón y el resto de los Optimates. Su antiguo colega y enemigo, Craso, había prestado dinero a César. Cicerón estaba en decadencia, ahora perseguido por la malevolencia de Publio Clodio y sus bandas sectarias. Se habían hecho nuevas combinaciones y el héroe conquistador no estaba al corriente.

De vuelta en Roma, Pompeyo hábilmente licenció su ejército, desbaratando las preocupaciones de que él pretendiera surgir de sus conquistas para dominar Roma como dictador. Pompeyo buscó nuevos aliados y movió los hilos para controlar gran parte del funcionamiento real del Senado; a pesar de sus esfuerzos, Pompeyo comprobó que sus círculos más íntimos le estaban vedados. Se presentó ante el Senado pidiendo la aprobación de su política en Oriente[26]​ y el reparto de tierras entre sus veteranos como recompensa. Para su sorpresa, el Senado se negó a aceptarlo.

A partir de ese momento, las maniobras políticas de Pompeyo sugería que, aunque acató la disciplina para evitar ofender a los conservadores, cada vez estaba más estupefacto por la renuencia de parte de los Optimates para reconocer sus sólidos logros. La frustración de Pompeyo le llevó a extrañas alianzas políticas. Buscó aliados entre los senadores demócratas, entonces una minoría en la asamblea. No tardó en lograr el apoyo de dos viejos conocidos: Marco Licinio Craso, el viejo partidario de Sila y ahora hombre más rico de Roma y líder de los équites, y de Cayo Julio César, sobrino de Cayo Mario y líder de los populares. Para el año 61 a. C., estos tres hombres agraviados se aliaron en lo que se llamó más tarde el Primer Triunvirato. Los clientes publicanos de Craso estaban siendo rechazados en la misma época en que los veteranos de Pompeyo estaban siendo ignorados.

Entre las acciones de los triunviros destacarían el apoyo de Craso y Pompeyo para que César, seis años menor que Pompeyo y que estaba a la vuelta de su servicio en Hispania, lograra el consulado en el 59 a. C. Según Plutarco, Catón dijo más tarde que la tragedia de Pompeyo no era que fuese el enemigo derrotado de César, sino que él había sido, durante demasiado tiempo, amigo y partidario de César. Este, siendo ya cónsul, logró ratificar la política en Asia de Pompeyo, la reducción en un tercio de la adjudicación de arriendos y el reparto de tierras del estado entre los ciudadanos pobres y los soldados veteranos. El tempestuoso consulado de César en 59 a. C. dio a Pompeyo no solo la tierra y los asentamientos políticos que buscaba, sino también una nueva esposa: la propia y joven hija de César, Julia.[27]​ Pompeyo estuvo totalmente enamorado de su novia. Además permitieron que el senador y excónsul Marco Tulio Cicerón se viera obligado al exilio como castigo por sus ejecuciones de ciudadanos romanos sin juicio previo durante la Conjuración de Catilina; Cicerón se oponía a la labor del triunvirato, al que tachaba de «monstruo de tres cabezas». Los triunviros favorecieron el ascenso de ciudadanos adictos como Pisón, el suegro de César.

A César se le nombró gobernador de la Galia Cisalpina, Galia Narbonense e Ilírico. Marchó a las Galias, que conquistó en sucesivas campañas entre el año 58 y el 51 a. C. Pompeyo recibió el gobierno de Hispania, pero se le permitió permanecer en Roma, supervisando el crítico suministro de grano a Roma como curator annonae, ejerciendo su mando a través de subordinados.[28]​ Pompeyo manejó el asunto del cereal con eficiencia, pero su éxito en la intriga política es más inseguro.

Pompeyo y Craso quedaron en Roma como árbitros de la situación. La relación entre ambos se fue deteriorando. Así, Pompeyo favoreció el ascenso de Milón, su títere político y enemigo del tribuno Clodio, agente de Craso y César. Clodio y Milón se enfrentaron en una serie de combates callejeros que llevaron a Roma a una situación de caos, inseguridad y desórdenes. Los Optimates nunca habían perdonado a Pompeyo por abandonar a Cicerón cuando Publio Clodio forzó su exilio. Solo cuando Clodio comenzó a atacar a Pompeyo fue persuadido para trabajar con otros en pro de la vuelta de Cicerón en el año 57 a. C. Una vez que Cicerón estuvo de vuelta, su habitual magia vocal ayudó a calmar algo la posición de Pompeyo, pero muchos todavía vieron a Pompeyo como un traidor por su alianza con César. Otros agitadores intentaron persuadir a Pompeyo de que Craso estaba tramando asesinarlo. Un rumor (citado por Plutarco) también sugería que el envejecido conquistador estaba perdiendo interés por la política en favor de la vida doméstica con su joven esposa. Estaba ocupado con los detalles de la construcción del enorme complejo más tarde conocido como Teatro de Pompeyo en el Campo de Marte; no solo era el primer teatro permanente construido nunca en Roma, sino también un asombroso complejo con lujosos pórticos, tiendas y edificios para servicios múltiples.

César, mientras tanto, estaba ganando un nombre más grande como general genial por derecho propio. Para el año 56 a. C., los lazos entre los tres hombres estaban debilitándose.[28]​ Para calmar la situación y lograr mantener el triunvirato, César llamó primero a Craso, luego a Pompeyo, a un encuentro secreto en la ciudad de Italia septentrional de Lucca para replantearse la estrategia y las tácticas. Para entonces, César ya no era el amable socio silencioso del trío. En Lucca acordaron que Pompeyo y Craso serían nombrados de nuevo cónsules al año siguiente. Con su elección, el mando de César en la Galia se prolongaría otros cinco años adicionales, mientras que Craso recibiría el gobierno de Siria, que deseaba para poder conquistar Partia y ampliar sus propios logros. Pompeyo continuaría gobernando Hispania en ausencia después de su año consular. Esta vez, sin embargo, la oposición a los tres hombres era eléctrica, y fue necesaria la corrupción y el soborno a una escala sin precedentes para asegurar la elección de Pompeyo y Craso en el año 55 a. C. Sus partidarios recibieron la mayor parte del resto de los cargos. La violencia entre Clodio y otras facciones que incrementaba el malestar civil se estaba convirtiendo en endémico.[29]

Terminado su consulado, Craso marchó a su provincia proconsular de Siria, a preparar la invasión del reino de los partos. Pompeyo, en cambio, envió a Hispania a sus legados y se quedó en las afueras de Roma. Su esposa Julia falleció de parto; el niño que podría haber conservado el vínculo con César, también murió.[30]​ Al año siguiente, Craso, su hijo Publio (que había servido con honores a las órdenes de César en la Galia), y la mayor parte de su ejército resultaron aniquilados por los partos en la batalla de Carras. El nombre de César, no el de Pompeyo, estaba entonces firmemente en la mente del pueblo como el gran nuevo general de Roma. La confusión pública en Roma dio como resultado rumores ya en el año 54 a. C. de que Pompeyo debería ser nombrado dictador para forzar la vuelta a la ley y el orden. Después de la muerte de Julia, César buscó una segunda alianza matrimonial con Pompeyo, ofreciéndole a su sobrina-nieta Octavia (la hermana del futuro emperador Augusto). Esta vez, Pompeyo lo rechazó. En lugar de ello, se casó en el 52 a. C. con Cornelia, la muy joven viuda de Publio, el hijo de Craso, y la hija de Cecilio Metelo Escipión, uno de los mayores enemigos de César, lo cual es un indicativo más de la deriva de Pompeyo hacia los Optimates. Puede asumirse que los Optimates reputaban a Pompeyo el menor de dos males.

En Roma, Milón asesinó a Clodio. Durante su funeral, las masas incendiaron la Curia Hostilia, sede del Senado. Esto llevó a que el Senado rogara a Pompeyo que restaurara el orden, lo que hizo implacablemente. El juicio del acusado por su asesinato, Milón, destaca porque Cicerón, abogado de la defensa, estaba tan nervioso por el foro bullendo con soldados armados que fue incapaz de acabar su discurso de defensa. Después de que se restaurase el orden, el Senado y Catón, buscando desesperadamente evitar dar a Pompeyo poderes dictatoriales, encontraron la alternativa de nombrarle «cónsul sin colega»; así sus poderes, aunque abrumadores, no eran ilimitados. El título de dictador recordaba a Sila y sus sangrientas proscripciones, algo que nadie podía permitir que aconteciera de nuevo. Como a un dictador no se le podía castigar legalmente por las medidas que tomase mientras desempeñaba el cargo, Roma estaba incómoda dándole a Pompeyo ese título. Al ofrecerle un consulado sin colega, quedaba atrapado por el hecho de que él podía ser llevado ante los tribunales si algo que hiciera era visto como ilegal.

Mientras César estaba luchando contra Vercingétorix en la Galia, Pompeyo procedió con un programa legislativo para Roma, que reveló que ahora estaba secretamente aliado con los enemigos de César. Mientras instituía una reorganización y reforma legales y militares, Pompeyo también aprobó una ley haciendo posible ser perseguido retroactivamente por corrupción electoral, una acción que los aliados de César interpretaron correctamente como una llamada a la persecución a César una vez que dejara de tener imperium. Pompeyo también prohibió a César presentarse al consulado in absentia, aunque esto se había permitido frecuentemente en el pasado, y de hecho se había permitido específicamente en una ley precedente. Esto era un obvio golpe a los planes de César después de que expirara su mando en la Galia. Finalmente, en el año 51 a. C., Pompeyo dejó claro que a César no se le permitiría presentarse como candidato a cónsul salvo que antes depusiera su imperium y dejara el control de sus ejércitos. Como señaló tristemente Cicerón, Pompeyo había empezado a temer a César. Pompeyo había quedado disminuido por la edad, la incertidumbre y el acoso de ser el arma elegida por una oligarquía peleona de Optimates. El conflicto que se avecinaba era inevitable.[n. 7]

El Senado exigió a César que renunciara a sus poderes proconsulares, que entregara sus legiones y volviera a Roma. César puso como condición la retirada de Pompeyo, a lo que este se negó. Entonces el Senado declaró a Julio César enemigo público. Al principio, Pompeyo afirmó que podía derrotar a César y alzar ejércitos simplemente pateando el suelo de Italia. César reaccionó cruzando el Rubicón (49 a. C.) con la XIII Legión y avanzó por Italia sin encontrar oposición. Pompeyo, ante la rapidez de los cesarianos y el apoyo que recibían, reaccionó ordenando evacuar Roma, acompañado por su ejército y el Senado. En el proceso, ni Pompeyo ni el Senado se acordaron de llevar el vasto tesoro con ellos, creyendo probablemente que César no se atrevería a cogerlo él mismo. Fue abandonado convenientemente en el Templo de Saturno cuando César y sus fuerzas entraron en Roma.

Aunque dudó si marchar hacia Hispania (donde tenía abundantes clientes desde la época de la guerra con Sertorio), finalmente prefirió retirarse hacia el puerto de Brundisium, y desde allí, marchar a Oriente, donde pretendía encontrar fuerzas renovadas para hacer la guerra contra César en el Este, donde Pompeyo contaba con numerosos veteranos y reyes adictos.

César le sitió en Brundisium, Pompeyo logró retirarse con su ejército sin apenas bajas en una espectacular fuga. Desembarcó en Dirraquio, un excelente puerto que pensó que podría serle útil para reconquistar Italia. Desde allí, acumuló provisiones y reunió un inmenso ejército. César derrotó a los pompeyanos en Hispania (batalla de Ilerda), pero no en África, donde los pompeyanos contaban con la alianza del rey Juba I de Numidia.

Pompeyo cruzó a Epiro donde, durante la campaña hispana de César, Pompeyo reunió una gran fuerza en Macedonia, comprensiva de nueve legiones reforzadas por contingentes de los aliados romanos en el Este.[31]​ Su flota, reclutada por las ciudades marítimas en el Este, controlaba el Adriático. A pesar de ello, César consiguió desembarcar en noviembre de 49 a. C. y procedió a capturar Apolonia.[31]​ Pompeyo consiguió llegar a tiempo para salvar Dirraquio, frente a cuyos muros se libró el primer combate entre César y Pompeyo, terminando con una pequeña victoria para el segundo y la huida de César (Batalla de Dirraquio), que había perdido mil hombres. Aun así, no persiguió a César en el momento crítico de su derrota, y así Pompeyo desperdició la oportunidad de destruir el ejército de César, mucho más pequeño. Como dijo el propio César, «Hoy el enemigo habría ganado, si hubiera tenido un comandante que fuese un ganador» (Plutarco, 65). Según Suetonio, fue en este momento cuando César dijo que «ese hombre (Pompeyo) no sabe cómo ganar una guerra».

Pese a todo, Pompeyo conocía la superior calidad de las tropas cesarianas y era partidario de mantener una estrategia basada en el desgaste. Sin embargo, los senadores, envalentonados por la victoria de Dirraquio, presionaron a Pompeyo para que aceptara enfrentarse a César en una batalla campal. El combate tuvo lugar en Farsalia el 9 de agosto del 48 a. C. La lucha fue amarga por ambos lados y aunque se esperaba que Pompeyo ganase debido a su ventaja numérica, errores de los jinetes de la caballería de vanguardia pompeyana llevó a la victoria de César. La batalla terminó con un triunfo aplastante para el ejército de César.

Como el resto de los conservadores, Pompeyo tuvo que huir para salvar su vida. Marchó hacia la costa del Egeo. Fletó un barco para navegar hasta Mitilene, donde se reunió con su mujer Cornelia y su hijo Sexto Pompeyo. Entonces se preguntó dónde ir después. La opción de acudir a uno de los reinos orientales fue desestimada, prefiriendo ir a Egipto con una pequeña flota, con la intención de pedir ayuda al faraón Ptolomeo.

Pompeyo llegó a las costas de Egipto y envió emisarios al rey. Después de su llegada a Egipto, la suerte de Pompeyo fue decidida por los consejeros del joven rey Ptolomeo XIII. Mientras Pompeyo esperaba en su barco, discutieron sobre el coste de ofrecerle refugio con César ya en ruta hacia Egipto: el eunuco del rey, Potino, se salió con la suya. Tras unos días esperando anclado frente a los bancos de arena, el 28 de septiembre del 48 a. C., una pequeña barca se acercó hasta los navíos romanos. En los últimos y dramáticos pasajes de su biografía, Plutarco narra que Cornelia miraba ansiosamente desde su trirreme mientras Pompeyo dejaba el barco en un pequeño bote con unos pocos camaradas, taciturnos y silenciosos y se dirigía a lo que parecía ser un grupo de bienvenida en la orilla egipcia. Pompeyo se levantó para desembarcar, momento en que fue apuñalado hasta la muerte por sus compañeros Aquilas, Septimio y Salvio. Plutarco hace que encuentre su destino con gran dignidad, un día después de su 59º cumpleaños.

Los egipcios le cortaron la cabeza y se la llevaron, junto con su sello, al rey Ptolomeo. El cuerpo quedó en la orilla. Su leal liberto Filipo lo quemó sobre las planchas podridas de una barca pesquera. La cabeza y el sello fueron más tarde entregados a César, quien no solo lamentó este insulto a la grandeza de su anterior aliado y yerno (lloró cuando recibió el sello de Pompeyo, en el que estaba grabado un león con una espada en la garra [32]​), sino que además castigó a sus asesinos y sus conspiradores egipcios, haciendo matar tanto a Aquilas como a Potino. La cabeza fue enterrada en el Nemeseión, un templo dedicado a Némesis y construido por Julio César para honrar a Pompeyo. Su cuerpo fue rescatado e incinerado según Plutarco por un veterano de las primeras campañas de Pompeyo junto con Filipo, uno de los libertos de Pompeyo. Las cenizas de Pompeyo con el tiempo fueron devueltas a Cornelia, quien las llevó consigo a su casa de campo cerca de Alba.[33]Dión Casio describe las reacciones de César con escepticismo, y considera que lo decisivo en la caída de Pompeyo fueron más sus propios errores políticos que la traición.[34]​ Para Plinio, la humillación de su final es anticipado por el vanidoso orgullo del retrato desmesurado de Pompeyo, tachonado completamente de perlas, que se llevó en procesión durante su mayor triunfo.[35]

Para los historiadores de su propia época, así como de posteriores períodos romanos, la vida de Pompeyo era simplemente demasiado buena para ser verdad. No existía otro modelo más satisfactorio de un gran hombre que logró unos triunfos extraordinarios a través de sus propios esfuerzos, y aun así cayó del poder y fue al final, asesinado a traición.

Era un héroe de la República, quien parecía una vez sostener al mundo romano en su palma solo para caer por su propio mal juicio y César. Pompeyo fue idealizado como un héroe trágico casi inmediatamente después de Farsalia y su asesinato: Plutarco lo retrata como un Alejandro el Grande romano, puro de corazón y mente, destruido por las ambiciones cínicas de aquellos que lo rodeaban. Era este retrato lo que sobrevivió en los retratos renacentistas y barrocos de él, como en la obra de Corneille La muerte de Pompeyo (1642).

Pompeyo ha aparecido como un personaje en varias novelas, obras dramáticas, películas y otros medios. Un retrato teatral lo ofrece la obra de John Masefield La tragedia de Pompeyo el Grande (1910). Fue un personaje principal en la primera temporada de la serie de la HBO Roma, en la que fue representado por Kenneth Cranham.

También aparece en el juego Assassin's Creed Origins.




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