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Palacio de Caserta



El Palacio Real de Caserta (en italiano Reggia di Caserta) es un palacio barroco situado en Caserta, en la región italiana de Campania. El edificio fue encargado por el rey Carlos VII para que sirviese de centro administrativo y cortesano del nuevo Reino de Nápoles, al tiempo que símbolo del poder real. El monarca quiso dotar a la dinastía Borbón-Dos Sicilias de una residencia de la talla de Versalles. Fue encargado al reconocido arquitecto napolitano Luigi Vanvitelli, y también participó en su construcción Francesco Sabatini, que emprendería también proyectos en Madrid.[1]

El arquitecto elegido fue Luigi Vanvitelli, en cuya obra predominaba el Barroco racionalista, muy próximo al Neoclasicismo. Vanvitelli se hizo cargo del diseño del parque y los jardines, aparte de dirigir las obras del palacio.

No obstante, Carlos jamás vio su proyecto finalizado, pues hubo de partir de Nápoles para ocupar el trono español a la muerte de su hermano, Fernando VI. El palacio sirvió de residencia veraniega a su hijo Fernando y a los demás monarcas de las Dos Sicilias hasta su incorporación al Reino de Italia.

El rey Víctor Manuel III lo donó al pueblo italiano en 1919. El edificio, junto con los jardines y el complejo arquitectónico de San Leucio, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997.[2]​ En la actualidad es un museo abierto al público y ha sido empleado en varias ocasiones como escenario para películas de ficción.

En términos de volumen, el Palacio Real de Caserta es la residencia real más grande en el mundo con más de dos millones de metros cúbicos.

En el año 1734, el Primer Pacto de Familia concedió a la dinastía borbónica española los reinos de Nápoles y de Sicilia, que habían estado bajo dominio austriaco desde la Guerra de Sucesión española. No obstante, el tratado estipuló que Nápoles y Sicilia debían formar un estado único e independiente que no podría estar bajo la soberanía de la Corona de España.

Carlos de Borbón, tercer hijo de Felipe V y su segunda mujer, Isabel de Farnesio, ocupó el trono como Carlos VII de Nápoles y Sicilia. Fue un magnífico monarca ilustrado que emprendió numerosas reformas administrativas y sociales para la modernización del reino.

Uno de sus principales proyectos fue la creación de una residencia real que sirviese de sede cortesana y gubernamental del nuevo reino, siguiendo el ejemplo del palacio de Versalles en Francia. Esta nueva capital estaría situada cerca del mar, pero no en la costa, para evitar la continua amenaza a la que estaban sometidas ciudades como Nápoles.[5]​ El emplazamiento elegido fueron las tierras de Michelangelo Gaetani d'Aragona, conde de Caserta, que le fueron compradas por 489 343 ducados.[6]​ Mientras se construía el palacio, la casa real casertana se instaló en la antigua residencia de los Gaetani, el Palazzo Vecchio.

El ambicioso proyecto del rey no se limitaba a la edificación de un palacio, sino a crear una nueva ciudad que tuviese todos los adelantos urbanísticos de la época y fuese la capital más avanzada de toda Europa. Se barajaron muchos nombres de arquitectos para recibir el singular encargo, como Ferdinando Fuga o Nicola Salvi, aunque finalmente se tomó la decisión de contratar a Luigi Vanvitelli.[6]

Este arquitecto trabajaba en Roma a las órdenes de Benedicto XIV, que le había contratado para preparar el jubileo de 1750. El rey Carlos hizo una visita a los Estados Pontificios, con el fin de pedir permiso al papa para contratar a su protegido,[7]​ objetivo que finalmente logró. En 1751, Vanvitelli presentó su proyecto a don Carlos, que quedó gratamente satisfecho del mismo.

El palacio se propuso como un edificio de enormes dimensiones (una superficie de 44 000 metros cuadrados) de planta rectangular. Del pabellón central arrancarían cuatro galerías alrededor de un patio en forma de plaza, una estructura utilitaria muy similar a la del Palacio de Versalles.[8]​ Las fachadas presentarían dos plantas principales sobre una doble primera planta de gran altura, siendo diseñadas exteriormente con dos pórticos en los extremos y uno en el centro. De este modo, la estructura y organización interiores podrían ser observadas desde el exterior, al tiempo que los elementos arquitectónicos respondiesen a las exigencias funcionales del palacio. Además, otros cuatro patios fueron proyectados para iluminar las 1.200 habitaciones que se construirían, de las cuales solo 134 serían destinadas a la Familia Real.[8]

Se dispuso una sucesión de planos y espacios concebidos en una perspectiva escénica, que habrían de satisfacer las exigencias ceremoniales y administrativas. El palacio debía albergar un teatro, las oficinas estatales, una capilla y muchas otras dependencias palatinas, por lo que resultó muy difícil armonizar el conjunto.[8]​ Vanvitelli supo alcanzar el objetivo del rey, emular sus dos palacios favoritos: Versalles y el Buen Retiro madrileño.

El 20 de enero de 1752, coincidiendo con el aniversario del nacimiento del rey,[9]​ se puso la primera piedra en el Palacio de Caserta. Un enorme cortejo acompañó al monarca durante la ceremonia, entre los que destacaban la reina María Amalia, el primer ministro Tanucci y el nuncio apostólico.

Los trabajos comenzaron con gran apoyo económico, por lo que avanzaron con rapidez. No obstante, en 1759, el rey hubo de partir a España para ocupar el trono tras la muerte de su hermano Fernando, lo que supuso un estancamiento en las obras del palacio. Tanucci se convirtió en regente del reino, pues el nuevo rey Fernando de Borbón solo contaba ocho años de edad, y no mostró un gran interés en el proyecto de Caserta. De hecho se redujo la plantilla de obreros a la mitad[10]​ y el propio Vanvitelli se lamentó de la marcha del rey Carlos – «Las obras darán un magnífico resultado, pero ¿para qué sirve? El Rey Católico se mostraba muy interesado en el palacio, ahora somos ignorados».[11]

No obstante, el arquitecto se mantuvo ilusionado con la construcción del palacio, a pesar del poco apoyo que recibió por parte del gobierno de la «maligna creatura».[12]​ En 1766, aunque las obras no habían acabado, el embajador Galiani quedó extasiado ante la belleza de la construcción, juzgándola aún más bella que Versalles.[13]

Un año más tarde, el Vesubio entró en erupción, por lo que el rey Fernando tuvo que abandonar su residencia de Portici y mudarse a Caserta. Con esto se produjo un incremento del presupuesto de las obras y de la plantilla, que posibilitó la finalización de la mayor parte del proyecto. En 1773 Vanvitelli murió y dejó a su hijo Carlo a cargo del último tramo de la construcción del palacio, aunque su talento artístico era inferior al de su padre.[15]

El palacio que planeó Vanvitelli nunca se culminó, pero las obras se dieron por terminadas en 1847. El capital invertido ascendía a 6 133 547 ducados,[16]​ pues se emplearon los más lujosos materiales: toba de San Nicola la Strada, travertino de Bellona, cal de San Leucio del Sannio, puzolana de Bacoli, azulejos de Capua, hierro de Follonica, mármol gris de Mondragón y mármol blanco de Carrara.

Desde entonces, el Palacio Real de Caserta sería una residencia habitual de los soberanos de las Dos Sicilias junto a los palacios de Portici, Nápoles y Capodimonte, aunque nunca llegó a ser la idílica capital con la que había soñado el rey Carlos de Borbón.[17]

El rey Fernando IV eligió el Palacio de Caserta como su residencia veraniega y se convirtió en una de las principales cuando tuvo que abandonar su Real Sitio favorito, el Palacio de Portici, tras la erupción del Vesubio de 1767. Su esposa María Carolina se encargó de la decoración del palacio, pues tenía un gusto exquisito que ya había demostrado en diversas ocasiones,[18]​ reuniendo una importante pinacoteca y una gran colección de porcelana.

La proclamación de la República Partenopea en 1799 quitó el control del palacio y las demás propiedades a la Familia Real, aunque fue derrocada ese mismo año con ayuda internacional. El edificio no sufrió grandes daños pero fue saqueado y gran parte del mobiliario desapareció, aunque las piezas más importantes habían sido puestas a buen recaudo.[19]​ La reina se afanó en la redecoración de los apartamentos reales, cuyo aspecto es el que principalmente se mantiene en la actualidad.

En 1806, Napoleón conquistó el Reino de Nápoles y le otorgó la corona a su hermano José. La familia real huyó a Sicilia abandonando todas sus propiedades, que quedaron en manos del nuevo rey. Con la conquista de España en 1808, José fue enviado a gobernar allí y su cuñado Murat se convirtió en el nuevo monarca. Murat sentía una especial predilección por el palacio de Caserta y mandó instalar unos apartamentos de estilo Imperio.

Tras el Congreso de Viena de 1815, se restauró la monarquía borbónica en el nuevo Reino de las Dos Sicilias. En lo sucesivo, el palacio serviría como residencia veraniega de los reyes aunque entró en un estado de decadencia. En 1860 todo el reino fue incorporado al Reino de Italia y el palacio fue utilizado ocasionalmente por algún miembro de la Casa de Saboya, como el duque de Aosta, pero acabó siendo donado al pueblo italiano por Víctor Manuel III en 1919.

Los apartamentos reales del palacio se abrieron como museo en 1919, mientras que el resto de las estancias acogieron organismos oficiales. Sin embargo, Mussolini cedió todo el edificio como sede de la Academia de la Aeronáutica Militar que estuvo allí instalada entre 1926 y 1943.[20]

El 14 de diciembre de 1943, tras la Invasión aliada de Italia durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el cuartel general de los aliados en la península. Entre sus muros se firmó la rendición incondicional de las tropas alemanas de Italia (27 de abril de 1945), pero el palacio había sufrido grandes daños durante el conflicto.

Tras el fin de la guerra, se iniciaron largos trabajos de restauración en el palacio y en el jardín, especialmente dañado. Los dibujos de boj y el diseño de algunas fuentes tuvieron que ser recuperados de los planos originales que diseñó Vanvitelli. Las piezas más importantes del mobiliario, la biblioteca y la pinacoteca habían sido trasladadas a otros palacios, por lo que se redecoró siguiendo documentos y cuadros que describían las estancias.

Las obras terminaron alrededor de 1958 y se abrió un museo que englobaba los apartamentos reales, el teatro de la corte y los jardines. El resto del espacio fue destinado a diversas asociaciones municipales: La Sociedad Storia Patria, la Intendencia del Patrimonio Cultural de Caserta, la Oficina regional de Turismo y la Escuela superior de Turismo.[21]

En 1994 el presidente de la República Italiana, Oscar Luigi Scalfaro, ofreció una cena a los jefes de estado del G7.[22]​ Tres años más tarde, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco junto con los jardines, el Acueducto Carolino y el complejo arquitectónico de San Leucio.

El conjunto palatino ocupa una superficie de alrededor de 47 000 metros cuadrados (o 61 000 metros cuadrados), teniendo dos fachadas principales iguales: una sobre el patio de armas y otra sobre el majestuoso parque. No obstante, el edificio difiere en algunos aspectos del proyecto inicial, pues no se construyeron la cúpula central ni los torreones en sus ángulos.[8]​ Además, en lugar de que las fachadas fueran coronadas por una balaustrada, se había planeado una larga hilera de estatuas alegóricas alusivas a las virtudes del rey.[23]

La estructura del palacio sigue rigurosamente los planos de Vanvitelli, un área rectangular con dos cuerpos cuya intersección en forma de cruz da lugar a cuatro patios interiores. La colocación de las ventanas y las columnas es muy precisa, dando la sensación escenográfica tan característica del estilo vanviteliano,[8]​ a cuya homogeneidad contribuyen los pórticos centrales y los situados en los extremos.

Del centro del edificio, rodeado por los cuatro patios, arrancan cuatro galerías y en ambas plantas lo ocupa el vestíbulo. Ambas son piezas de forma octogonal que representan perfectamente el Barroco equilibrado que prima en el palacio, muy cercano al Neoclasicismo. El vestíbulo inferior consta de ocho columnas de orden dórico que dividen la estancia en ocho nichos en los que se colocaron esculturas romanas de la colección Farnesio, como el famoso Hércules.[24]

A la derecha del vestíbulo, para no entorpecer la perspectiva del parque, se encuentra la escalera de honor que arranca en un solo tramo y se divide en dos al alcanzar el primer rellano, permitiendo contemplar toda la estructura arquitectónica de los vestíbulos. Sus 117 peldaños y los demás elementos decorativos (balaustrada, frisos...) están tallados en mármoles de diversas tonalidades.

El vestíbulo superior reproduce las proporciones y el esquema del inferior, aunque está dotado de mayor grandiosidad gracias a su mayor tamaño y a la gran bóveda de estilo palladiano que lo cubre.[25]​ Es destacable la armonía y el equilibrio que consiguió Vanvitelli entre el Barroco y el Clasicismo, evitando la sobrecargada suntuosidad del primero y la repetición de esquemas del segundo.

La capilla ocupa una de las cuatro alas del palacio que arrancan del vestíbulo superior, con una estructura muy similar a la del Palacio de Versalles, pues se debía adaptar a las exigencias del ceremonial cortesano.[26]​ Tiene la misma forma que una galería, rematada por un ábside semicircular y flanqueada por una columnata de mármol.

Está consagrada a la Inmaculada Concepción como representa el único cuadro que adorna el sencillo altar, obra de Francesco Solimena, y fue inaugurada en la misa del gallo de 1784, en presencia del rey y toda la corte.

Los apartamentos reales eran las habitaciones destinadas a la Familia Real y ocupaban la mitad sur del piano nobile del palacio, la otra mitad del palacio jamás se llegó a terminar. Dichas salas destacan sobre todo por su decoración y mobiliario, que permanece igual que cuando eran habitadas por los soberanos.[28]​ En la mayoría de las estancias predomina el estilo imperio, pero algunos cuartos han mantenido un aspecto típicamente rococó.[29]

Los aposentos reales pueden dividirse en tres áreas: las salas de guardias, el Appartamento vecchio y Appartamento nuovo.[30]

Situadas a continuación del vestíbulo central, las salas de los Alabarderos, de los Guardias de Corps y de Alejandro destacan por su gran tamaño y sus proporciones rectangulares. Sus paredes están cubiertas de paneles decorativos de diversos minerales,[31]molduras bañadas en pan de oro y están decoradas con escasos muebles y cuadros, lo que acrecienta su imponentes medidas.

El conjunto de cuartos rococó fue el primer appartement habitado por el rey Fernando de Borbón y su esposa María Carolina, en su origen estaba destinado al príncipe heredero.[32]​ Las estancias se caracterizan por su reducido tamaño, sus bóvedas pintadas al fresco y la abundancia de cuadros, espejos y boiseries que cubren sus paredes, creando una atmósfera muy diferente al resto del palacio. Además, contiene una importante colección de porcelana dieciochesca reunida por la reina María Carolina. Las salas de la Primavera, el Otoño, el Invierno y el Verano, el despacho y el dormitorio de Rey, dónde falleció Fernando II, y el apartamento de la Reina, con su boudoir y su sala de baños,[33]​ son los ejemplos más notables.

La biblioteca Palatina, que puede incluirse en dicho aposento, está compuesta dos salas de lectura y tres de bibliotecas[34]​ que custodian un importante archivo referente al Reino de las Dos Sicilias. Aparte de sus colecciones, destaca por la belleza de los muebles que la guardan[35]​ y un enorme pesebre napolitano que guarda gran similitud con el que se conserva en el Palacio Real de Madrid.[36]

Estos aposentos no fueron ultimados hasta la primera mitad del siglo XIX.[37]​ La Sala de Marte y la Sala de Astrea destacan por su imponente arquitectura neoclásica y por la profusión de minerales con las que están decoradas. No obstante, la más bella y remarcable estancia de este grupo es el Salón del Trono, sala inaugurada en 1845, que representa perfectamente el prototipo de palacio real de la época. Esta sala debía desplegar todo el fasto y riqueza de la Casa de Borbón, como reflejan sus profusos estucos dorados, sus mármoles y sus abundantes molduras: elementos que representan las armas del Reino de Nápoles y las virtudes del monarca o retratan a los más destacados reyes.

Siguiendo el estilo decorativo de las anteriores salas, prosiguen una serie de estancias destinadas a albergar a la Familia Real.[38]​ Aunque fueron proyectadas en época de Murat, solo se terminaron durante el breve reinado de Francisco II, que fue el único en habitarlas.[39]​ Debido a su función, tienen un menor tamaño y las molduras y paneles decorativos se sustituyen por frescos de estilo pompeyano. Están amuebladas en estilo Imperio, de una manera menos ligera que el Appartamento Vecchio.[40]​ Entre estas salas se encuentran el Salón del Consejo, el dormitorio y el baño de Francisco II y el despacho y el dormitorio de Murat, así llamados por albergar muebles de dicho soberano.[39]

El teatro del palacio fue asimismo ideado por Vanvitelli y guarda enormes similitudes con el Teatro de San Carlos de Nápoles, pero su reducido tamaño le confiere una notable armonía.[41]​ Consta de cinco logias de palcos, un palco real y una platea; que acogían durante las representaciones a los nobles más encumbrados, a la familia real y a los cortesanos de menor rango respectivamente.

Su interior está decorado con damasco azul y sencillas estructuras doradas, alejándose mucho de los suntuosos teatros europeos que emplean terciopelo rojo y profusas estructuras bañadas en oro.[41]​ El escenario es muy pequeño, pero en su época contaba con la más avanzada tecnología, pues su parte trasera se podía abrir al parque creando un fondo natural. La primera representación fue la ópera L'incoronazione di Poppea de Monteverdi, el 5 de mayo de 1769, pero el teatro quedó prácticamente inactivo tras el reinado de Fernando IV.

El parque del Palacio Real de Caserta es uno de los jardines reales más bellos de Europa, rivalizando con los de Versalles, Aranjuez o Peterhof.[42]​ No solo destaca por su diseño paisajístico, realizado por el propio Vanvitelli, ni por la calidad de sus esculturas; sino por ser el marco perfecto para el Real Sitio. El edificio queda engrandecido, se muestra imponente y su dominio arquitectónico se expande por un espacio mucho mayor gracias a este decorado.

El diseño original de Vanvitelli (hoy modificado en la zona frontal del palacio) estaba concebido como una «enorme línea de fuga que, llegando por la carretera real de Nápoles, atravesaba el propio palacio y se perdía en el horizonte. Las vías del ferrocarril han arruinado el efecto escenográfico en la fachada principal, ya que cortan perpendicularmente el viejo camino e impiden toda perspectiva. Sin embargo, en la fachada trasera el parque se mantiene intacto: praderas, lagos artificiales, glorietas con estatuas e hileras de árboles que flanquean el larguísimo estanque que sirve de eje del conjunto».[43]

Vanvitelli decidió introducir dos tipos de jardín en el parque del palacio: uno italiano que rodease al edificio y un passeggio monumental con numerosas fuentes, siguiendo el modelo francés.[44]​ Para aprovechar el agua de los montes, se proyectó una hilera de fuentes en sus laderas que llegase hasta el palacio, reservando el resto del espacio para el jardín de boj.

El jardín a la italiana ocupa el espacio inmediatamente posterior al palacio. Este fragmento del parque tiene un diseño paisajístico muy similar al de los Jardines del Bóboli de Florencia,[45]​ con una estructura geométrica basada en caminos y dibujos de boj. Las especies botánicas son las típicas de la flora autóctona de Italia meridional,[46]​ que debido al descuido que sufrieron en el último siglo, aumentó su espesor haciendo desaparecer parte del diseño original.

En esta zona, también conocida como el viejo bosque, abundan pequeñas construcciones de recreo, como pabellones o casini,[47]​ que servían para amenizar las jornadas que la corte pasaba en el jardín. Cuenta, asimismo, con un gran estanque en el que se criaban los peces para el suministro del palacio. A pesar de la bella arquitectura de estas edificaciones y la antigüedad de sus árboles, es la parte menos valorada del parque.[48]

El passeggio[49]​ representa perfectamente el estilo paisajístico monumental de siglo XVIII, y resalta la función escenográfica del parque. Un camino de más de 3 kilómetros de longitud que recorre la ladera de uno de los montes circundantes, aprovechando su inclinación para crear un complicado conjunto de fuentes y cascadas. Aquí Vanvitelli tuvo que poner en práctica su faceta de ingeniero, aunque contó con la ayuda del experimentado Francesco Collicini.[50]

Muy cerca de la cima del monte, el agua traída por el Acueducto Carolino comienza su descenso a través de la grande cascata[51]​ cuya acentuada verticalidad hace que alcance una gran velocidad que le permitirá continuar su recorrido. A partir de aquí, se suceden muchas fuentes con grandes grupos escultóricos y vertiginosos juegos de agua. Entre ellas destacan:

La fachada posterior del palacio mira al passeggio, de modo que la mayoría de las habitaciones tenían vistas a esta bella sucesión descendente de fuentes. El torrente de agua llega al jardín italiano con mucha menos velocidad, pero sirve para alimentar sus numerosos surtidores.[52]​ El genio de Vanvitelli está especialmente presente en esta obra, en perfecta sintonía con el edificio. No obstante, fue su hijo Carlo quién se encargó de ejecutar los planos y participaron numerosos escultores, como Porzio Lionardi, Gaetano Salomone y Paolo Persico.

Este jardín no fue diseñado por Vanvitelli, pues la reina María Carolina lo encargó poco después de la muerte del arquitecto. De nuevo, su hijo Carlo se encargó del proyecto, asistido por el botánico inglés John Graefer, pupilo de sir Joseph Banks.[54]​ Situado en la parte oriental del parque, reúne en sus 2.500 metros cuadrados una gran variedad de especies exóticas que, sin embargo, se aclimataron muy bien a las suaves condiciones meteorológicas napolitanas. De un estilo completamente diferente al resto, el jardín inglés se introduce perfectamente en el conjunto del parque. Hay varios lagos artificiales, un riachuelo y las plantas crecen en aparente libertad entremezcladas con estatuas, creando un efecto evocador muy del gusto romántico. Aquí no se busca crear un bello decorado con plantas y fuentes, sino acercarse lo más posible a un estado natural, como un bosque en el que se ocultasen pabellones y estatuas.

El palacio de Caserta ha cobrado un creciente auge como escenario de superproducciones del cine de Hollywood, al ofrecer facilidades para tales rodajes frente a las negativas de otros edificios ilustres de Italia, como los Museos Vaticanos, que son más reticentes a estos rodajes por cuestiones de seguridad.



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