El unicornio es una criatura mitológica del folclore europeo representada habitualmente como un caballo blanco con patas de antílope, ojos y pelo de cabra y un cuerno en la frente. En las representaciones modernas, sin embargo, es idéntico a un caballo, sólo diferenciándose en la existencia del cuerno.
Aunque las primeras representaciones documentadas de animales unicornio se remontan a la civilización del Indo, hace más de 4000 años, la historia del unicornio occidental puede trazarse desde la descripción que de él hiciera el erudito griego Ctesias de Cnido, en la segunda mitad del siglo V a. C. Bajo la influencia de Physiologus y otros textos antiguos, los bestiarios occidentales de la Edad Media lo describieron como un animal dotado de un único y largo cuerno, con propiedades de antídoto, que podía ser capturado únicamente a través del olor de una doncella virgen. Este desarrollo legendario llegó a configurar esquemas simbólicos de diversa naturaleza, desde el animal como figura cristológica, asociada a la encarnación de Cristo, hasta como imagen del caballero que sufre por amor o inclusive como símbolo de la muerte y el pecado.
Durante la modernidad, la disparidad en las descripciones del unicornio llevará a que varios autores pongan en duda su existencia, mientras el epíteto de «animal fabuloso» recae en él con más frecuencia a partir de la época de la Ilustración. Ya en la edad contemporánea, el unicornio como gran caballo blanco «mágico», con un solo cuerno en medio de la frente, inspira historias de fantasía y magia, así como una abundante producción de mercancías para el público infantil.
Era común que los exploradores confundiesen a los animales conocidos con una criatura de un solo cuerno. Para Odell Shepard, el unicornio de Ctesias de Cnido mezcla historias sobre el rinoceronte indio, a cuyo cuerno se le atribuyen tradicionalmente propiedades terapéuticas, con el onagro (o asno salvaje), conocido en la Antigüedad por su rapidez y su combatividad, y el antílope tibetano. El descubrimiento de la supervivencia hasta tiempos relativamente recientes de algunas especies extintas de rinoceronte lanudo como las del género Elasmotherium sugiere que este tipo de animales también pudieron haber influido en la leyenda (ya sea directamente o mediante sus imponentes esqueletos).
El narval jugó un papel central en la larga creencia en el unicornio occidental. Su gran y único diente espiral se vendió como cuerno de unicornio desde finales de la Edad Media, especialmente en el siglo XVI, proporcionando evidencia material de la existencia del animal legendario. Y aunque el descubrimiento de su verdadera procedencia condujo a un brusco descenso en los precios, no sacudió definitivamente la creencia en el unicornio, sino que incluso la reforzó. Así, en una fecha tan tardía como 1825, Jean-François Laterrade defendía su existencia en base a una analogía: a cada animal marino, como el narval, le debe corresponder uno terrestre.
Los especialistas creen que tanto el asno indio de Ctesias como el monoceros descrito por Megástenes se trataban, en realidad, de un mismo animal conocido: el rinoceronte indio o rhinoceros unicornis, a cuyo cuerno todavía hoy los lugareños le atribuyen las mismas propiedades medicinales que Ctesias asoció con su asno unicornio y que, posteriormente, las fuentes medievales recogerían para el monoceros o unicornio.
Si bien Plinio el Viejo describió al rinceronte separado de otras bestias de un solo cuerno, en el siglo VI el erudito hispalense Isidoro de Sevilla lo equipararía al monoceros y al unicornis, mezclando sus respectivas leyendas y descripciones. Marco Polo describió unicornios en sus viajes a Oriente, pero otros estudiosos no tardaron en deducir que el explorador veneciano había avistado rinocerontes:
El Elasmotherium sibiricum habitó las estepas de Rusia y Asia Central hasta finales del Pleistoceno, aproximadamente hace unos 10000 años. Este tipo de animal tenía un cuerno único, muy largo y grueso, creciendo en medio de la cabeza, y se cree que la trasmisión oral de su descripción, así como sus restos fosilizados, pudieron haber inspirado la leyenda del unicornio.
Algunas variedades de antílope pueden haber contribuido a la difusión de la leyenda del unicornio, en particular a través del comercio de sus cuernos, atestiguado en el Tíbet con el antílope local. Claudio Eliano se refiere a este tipo de animal al describir el cuerno negro helicoidal que pertenecería al monoceros.oryx árabe, un antílope blanco con dos cuernos largos y delgados apuntando hacia atrás, al igual que el eland, animal bóvido que lleva los cuernos retorcidos en espiral, parecen un caballo unicornio visto de lado y desde la distancia. Aristóteles le atribuye al primero un solo cuerno en su Historia de los animales, así como Plinio el Viejo, en su Historia natural.
ElCiertas malformaciones en un mamífero pueden producir que solo se desarrolle uno de sus dos cuernos, o incluso que ambos se mezclen y fusionen, haciendo que parezca que el animal lleva solo uno. Estos casos, documentados desde la antigüedad, no constituyen una especie, sino que caen bajo la teratología. Por ejemplo, Plutarco cuenta cómo Anáxagoras abrió la cabeza de un carnero unicornio y demostró que se trataba de un accidente de la naturaleza. En el siglo XVIII, un ciervo unicornio fue avistado y capturado en un pueblo de Asia Central:
Una reserva natural de la localidad italiana de Prato alberga desde 2007 a un ciervo con una asta única en medio de la frente: el director del parque, Gilberto Tozzi, declaró que este tipo de deformación podría ser el origen de la leyenda del unicornio.
Los casos de «unicornios» creados artificialmente están documentados tanto en Occidente como en Oriente y África. Aunque esta práctica pudo haber jugado un papel en la creencia en el unicornio, el sociólogo francés Bruno Faidutti no cree que haya tenido una influencia real en la construcción de su imagen.
A diferencia del unicornio occidental, los unicornios artificiales asiáticos eran originalmente cabras de Angora cuyos cuernos se unían con hierro y fuego, generando un cuerno artificial corto, parecido a dos velas trenzadas. Esta práctica ha desaparecido desde entonces, debido a su crueldad hacia los animales. En Occidente, el caso más conocido es el de los huesos fósiles desenterrados en el macizo de Harz (Alemania) por el alcalde de Magdeburgo, Otto von Guerick, en 1663, esqueleto que Gottfried Wilhelm Leibniz reprodujo ensanblando huesos de mamut y un cráneo de rinoceronte lanudo con un colmillo de narval adjunto.
Mucho más recientemente, en 1982, los cuernos de una cabra llamada Lancelot fueron modificados quirúrgicamente para formar uno solo.
Se lo presentó como «un unicornio viviente» en varios circos estadounidenses, pero cinco años después, en medio de las prostestas de los activistas protectores de animales, su creador decidió retirarlo y sustituirlo por un elefante.La primera representación de un unicornio se encuentra en sellos y sellamientos de sitios en la región norte del Indo, fechados en c. 2600 a. C. Este motivo, que no se registra en ninguna otra civilización contemporánea, siguió utilizándose durante 700 años y desapareció junto con la escritura del Indo y otros elementos de diagnóstico de su ideología y burocracia en c. 1900 a. C.
El primer descubrimiento de un sello con este motivo animal tuvo lugar en 1872-1873.Alexander Cunningham lo describió de la siguiente forma:
Aunque Cunningham describió el motivo animal como un «toro sin joroba», en realidad se trataba del hoy conocido como «unicornio del Indio».
La característica principal que distinguía este y otro sellos similares, como el que se compró en El Cairo en 1912 y otro en Punhaba —luego donado al Museo de Bellas Artes de Boston—, era la presencia de un animal armado con un solo cuerno que emerge de la parte posterior del cráneo y se arquea hacia adelante. Este cuerno es más ancho en la base y se estrecha suavemente en una larga curva en «S», a veces liso y otra veces estriado o con espirales. El parecido con otras bestias conocidas, como el buey y el antílope, planteó problemas de identificación.John Marshall indicaba que, puesto que los grabadores del Indo no habían tenido problemas en representar animales de dos cuernos cuando habían querido, el motivo de los sellos era «una criatura de un solo cuerno», de naturaleza fabulosa «a menos que haya algo de verdad en la antigua tradición de un buey de un cuerno en la India». No obstante, para otros estudiosos como Mackay y Possehl, el motivo corresponde con un bóvido dibujado de perfil, una «convención artística» donde el segundo cuerno se asume escondido detrás del que está en primer plano. Un posible argumento contra la hipótesis de un animal bicornio dibujado de perfil es el descubrimiento de figuras tridimensionales de unicornios, es decir, estatuillas de terracota representando animales de un solo cuerno.
Se cree que la técnica de dibujar animales de perfil también fue utilizada en los bajorrelieves de la antigua capital del imperio persa, Persépolis, donde es común el motivo del enfrentamiento entre un león y un toro unicornio.
Las primeras noticias escritas sobre un animal unicornio llegaron a principios del siglo V a. C. de la mano del historiador griego Ctesias de Cnido. Su obra Índica, un compendio de informaciones sobre la fauna, flora y cultura de la India, describía una bestia parecida a un burro salvaje, de igual o mayor tamaño que un caballo, cuerpo blanco, cabeza púrpura y ojos azules, provista de un solo cuerno en su frente, de un codo de largo, afilado arriba y esmaltado con tres colores distintos —blanco en la base, negro en el medio y rojo en la punta—. Siendo más fuerte y rápido que cualquier otra criatura conocida, su fiereza impedía capturarlo vivo. Los cazadores aprovechaban el momento en que pastaba con sus crías para rodearlo y darle muerte. De él no se utilizaba su carne, demasiado amarga para consumir, sino su astrágalo y su cuerno tricolor, dotado con valiosas propiedades de antídoto:
Megástenes (c. 300 a. C.), que fue embajador del rey sirio en la corte del emperador indio Chandragupta, trasmitió otra descripción de un animal unicornio. Las fuentes posteriores que recogieron su testimonio lo llamaron monókeros (monocerote) o kartázonos, un caballo con cabeza de ciervo, pies inarticulados como los del elefante, cola de jabalí y crines rojizas, armado en su frente con un cuerno negro muy fuerte, afilado y helicoidal. Estrabón se refería a este animal en su obra Geografía:
Aristófanes de Bizancio (c. 257 a. C.-c. 180 a. C.) parecía distinguir entre los animales descritos por Ctesias y por Megástenes, pues dice que en la India hay «asnos» y «caballos», que son especies distintas. El «asno indio» era igualmente citado por Aristóteles en su obra De las partes de los animales, junto a un nuevo animal unicornio: el oryx o antílope de un solo cuerno. Otra especie de dos cuernos, como el rinoceronte africano, también comenzó a asociarse desde el siglo II a. C. con un animal unicornio. El historiador y geógrafo Agatárquidas describió al rhinókeros que habita Etiopía como una bestia fuerte similar al elefante, aunque más bajo, piel durísima de color rojizo y un único cuerno sobre la nariz, el cual afila contra las rocas para defender sus pastos.
Según el general romano Julio César, las tierras galas del otro lado del Rin son habitadas por un animal cuadrúpedo a similitud de un «buey con cabeza de ciervo» y con un único cuerno en su frente, entre las orejas, de cuya punta «se despliegan a lo ancho algo así como unas ramas de palmera». Sin embargo, ningún tratadista posterior recogió el testimonio de César, acaso por no ser considerado general autoridad en la materia.
Plinio el Viejo describió al rinoceronte como un animal con un solo cuerno en la nariz, enemigo natural del elefante. Había sido traído a Roma y exhibido en los juegos de Pompeya. También habló sobre el «asno indio» —descrito por Ctesias—, el «buey indio» de un solo cuerno y pezuña solípeda —tal vez otra forma de llamar al asno indio—, el antílope unicornio de Aristóteles y el monoceronte de Megástenes, de quien elaboró la siguiente descripción:
Claudio Eliano (siglos II-III), en su obra Sobre la naturaleza de los animales, pasó revista de varios animales de un solo cuerno. Al igual que Aristófanes, diferenciaba «asnos» y «caballos» de un solo cuerno, aunque éste tendría las mismas propiedades curativas en ambas especies, y comentaba detalladamente el comportamiento del monókeros o kartázonos: tranquilo con otras bestias aunque pendenciero con los de su misma especie, dotado de «la más disonante y altisonante voz de entre todos los animales», a esta bestia le gusta pacer a solas y vagar solitario de un lado a otro, y cuando se empareja con una hembra, los dos se hacen sociables y comparten el pasto juntos, pero cuando ha pasado este momento y la hembra queda preñada, entonces vuelven a su soledad.
El gramático Julio Solino (siglo IV) describía el monoceronte en su libro Las maravillas del mundo como un «monstruo de horrible bramado», tan rápido que era imposible capturarlo, con cuerpo de caballo, cabeza de ciervo, pie de elefante y cola de cerdo, provisto de un gran y magnífico cuerno de cuatro pies de largo, el cual perforaba con facilidad. Para el historiador arriano Filostorgio (c. 368-439), este animal tiene un cuerno sinuoso «no muy largo», la cabeza de dragón y la mandíbula inferior cubierta de barba, con la larga cérviz extendida hacia arriba y cuerpo parecido al de un ciervo, pero pies de león.
Según narra Pseudo Calístenes en Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, Alejandro y sus hombres debieron combatir al odontotirano indio, descrita como una fiera mayor que el elefante y con un solo cuerno en la frente. La figura histórica de Alejandro ejerció una gran influencia durante los siglos medievales. Hasta Bucéfalo, el célebre caballo que lo acompañaba en sus conquistas, también sería dibujado como una bestia unicornio en varios manuscritos.
En su libro de viajes Topografía cristiana, datado en el siglo VI, el marino griego Cosmas Indicopleustes distinguió entre el rinoceronte, animal parecido al elefante en su piel y sus pies, y el unicornio, «bestia terrible e invencible» que cuando es acorralada por cazadores se arroja desde la cima de un precipicio y escapa ilesa, pues su único cuerno puede amortiguar todo el impacto de la caída. Él no fue testigo de este animal en la naturaleza, pero pudo dibujarlo tal como lo vio representado en cuatro estatuas de bronce expuestas en el palacio del rey etíope.
Contrario a la diferenciación entre ambas especies, para San Isidoro de Sevilla los vocablos rhinoceros y monoceros designaban en griego al mismo animal, el unicornis en latín o unicornio, armado en medio de la frente con un solo cuerno de cuatro pies de longitud, «tan afilado y fuerte que puede perforar todo lo que ataque con él». La exposición del erudito hispalense en sus célebres Etimologías fue recogida casi literalmente por el teólogo alemán Rábano Mauro en Del universo. El francés Alain de Lille, aunque se refirió al rinoceronte y el unicornio en apartados diferentes, piensa que ambos son el mismo animal con un cuerno único en la nariz. El unicornio también aparece en Speculum Ecclesiae, del obispo alemán Honorio de Autun, como una bestia feroz, prefiguración de Cristo y emblema de la encarnación. La definición del monoceronte dada por el mismo autor en De Immagine Mundi es la de un animal con cuerpo de caballo, cabeza de ciervo y pies de elefante, dotado con un cuerno de cuatro pies en medio de su frente, que puede ser capturado, pero no domesticado.
Entrado el siglo XIII, Alberto Magno pasó revista de varios animales unicornios en su obra De los animales. Entre los cuadrúpedos terrestres citó al monoceronte, recogiendo la descripción clásica de Plinio, el onagro indio, bestia de «de gran tamaño y fuerza» con un cuerno enorme en medio de la frente, pezuñas sólidas y afiladas, que disfruta arrancar las astillas de una roca «sin otra razón que la demostración de su poder», y el unicornio, un animal que habita en montañas y desiertos, «de tamaño moderado con respecto a su fuerza», pezuñas hendidas y un cuerno muy largo que afila contra las rocas y con el que puede atravesar hasta un elefante. Además, el polímata alemán hizo mención de una criatura marina con un solo cuerno en su frente, al que llamó monoceros piscis. De la clasificación de Alberto Magno se hicieron eco otras obras contemporáneas como el Libro de la naturaleza de las cosas, del teólogo belga Thomas de Cantimpré, y Flor de la naturaleza, de Jacob van Meerlant.
Juan Gil de Zamora, en su Historia natural, precisó que todos los animales con cuernos tienen las pezuñas partidas, «salvo el asno índico, que tiene un solo cuerno en la frente», y además sus cuernos son huecos, «excepto [en] el ciervo y el unicornio», haciendo así una diferenciación entre ambas bestias. En la traducción francesa de la carta del Preste Juan, el unicornio tiene un cuerno tan largo como un brazo y los hay de tres pelajes diferentes, rojo, blanco y negro, pero son los blancos quienes tienen más fuerza.
Los bestiarios medievales, inspirados en El Fisiólogo, recogieron la descripción del unicornio que se hacía en dicha obra como la de un pequeño animal semejante a un cabrito. El erudito Bartolomeo Ánglico llamó a esa especie egloceros, separándola del monoceros descrito por Plinio y del rinoceros o rinoceronte. La confusión entre estos animales continuó a lo largo de toda la Edad Media. Así, para Giovanni di San Geminiano (1260-1332) «Cristo está asociado con el rinoceronte, o el unicornio, del que se dice que tiene un cuerno en su frente, o en el lugar de la nariz». En Hortus sanitatis, de 1475, el alemán Johannes de Cuba admitía la existencia de cinco animales unicornios: monoceronte marino, onagro indio, rinoceronte, monoceronte y unicornio.
Monoceronte, f. 71r.
Onagro indio, f. 73v.
Unicornio, f. 80v.
El arte medieval acostumbró a retratar al unicornio con pezuña artiodáctila, probablemente porque muchos animales de esta orden portan cuernos o huesos frontales en la frente (como la cabra o el ciervo), y en varias ocasiones también con barba de chivo. Por lo demás, su morfología corporal adoptó las formas más variadas: equina, cérvida, caprina, bóvida, canina, suida (como un jabalí), felina o hasta similar a la de un roedor o conejo. Lo mismo ocurría con el color de su pelaje, pues encontramos unicornios blancos, ocres, marrones o hasta azulados y negros, a veces dependiendo de los recursos de pigmento a disposición del artista. Su cuerno podía dibujarse relativamente grande, relativamente pequeño, de muy fino a muy grueso, a veces curvado hacia atrás, otras veces hacia adelante o directamente recto. Generalmente nace del centro de su frente, aunque no faltan ejemplos de cuernos en el hocico (como en el bestiario latino Ms. Laud Misc. 247 de la Universidad de Oxford). Es muy frecuente que presente un patrón helicoidal (en espiral), similar al que tiene el cuerno del narval.
Desde la Baja Edad Media, bajo la influencia de las cualidades simbólicas y alegóricas atribuidas al animal, los artistas comienzan a orientar la figura del unicornio hacia el tipo que conocemos hoy: un pequeño équido, de pelaje blanco, pezuñas partidas de cabra, con una perilla de chivo y un cuerno largo, recto y helicoidal.
Detalle de La Dama y el unicornio (c. 1500), tapiz en exhibición en el Museo de Cluny.
El unicornio cautivo (c. 1500), en un tapiz de la serie La caza del unicornio (museo The Cloisters).
Detalle de Las perfecciones de María (c. 1530), tapiz exhibido en el palacio de Tau, Francia.
Virgen con unicornio. Pintura de Domenico Zampier (1581-1641). Pueden distinguirse sus claros rasgos equinos, pero conservando la barba de chivo.
En el siglo XII, la abadesa Hildegarda de Bingen recomendaba tratar la lepra con un ungüento a base de hígado de unicornio —animal «más caliente que frío»— y yema de huevo, así como usar su piel para hacer un cinturón y zapatos. Sin embargo, ignoró totalmente las propiedades anti-veneno de su cuerno, que reaparecieron en una historia narrada por versiones tardías de El Fisiólogo. Según éstas, donde vive el unicornio hay un gran lago o fuente a donde todos los animales acuden para beber. Pero antes llega la serpiente y derrama su veneno en las aguas. Los animales aguardan, entonces, la llegada del unicornio, que entra y hace la señal de la cruz con su cuerno; así el veneno se torna inofensivo y todos beben con tranquilidad.
El tema de la purificación de las aguas fue pronto muy popular en la literatura e iconografía tardomedieval.XIV, el cual también resumió las propiedades medicinales atribuidas al cuerno de unicornio de la siguiente manera:
Se incluyó en un manuscrito del Libro de los secretos de la naturaleza, copiado en Francia a finales del sigloEn la Historia de las Cruzadas de Jacques de Vitry (fallecido c. 1240), obispo de Saint-Jean d'Acre, se incluyen entre los animales «que vemos en la tierra prometida y en otras tierras del este» al rinoceronte, que puede atraerse mediante una joven hermosa y bien vestida, y al monoceronte o unicornio, un «monstruo horrible» cuya descripción el autor toma prestada de Plinio. Años después Johann van Hesse (m. 1311) reclamó haber sido testigo de la escena de la purificación del agua por el unicornio, en el río Mara de Tierra Santa: «al amanecer, el unicornio sale del mar, sumerge su cuerno en la corriente y extrae el veneno (...) Lo que estoy describiendo lo he visto con mis propios ojos». También en Palestina vieron Bernard von Breydenbach y el dominicano Félix Faber un «unicornio o rinoceronte de playa», según les indicó su guía, que ellos inicialmente confundieron con un camello. A principios del siglo XV, un napolitano casado en la legendaria tierra del Preste Juan le describió al viajero Bertrandon de la Broquière una fauna étiope compuesta, entre otros animales, por unicornios.
En la India situó Vicente de Beauvais al burro índico, el monoceronte y el unicornio, tres especies aparentemente distintas.XIII, describió al unicornio de estas tierras como un animal gris y rechoncho, apenas más pequeño que un elefante, que autores posteriores asociaron más bien a un animal conocido: el rinoceronte. Jourdan de Séverac, un misionero que partió hacia Oriente en 1320, decía haber escuchado de «testigos fiables» que la India era habitada por verdaderos unicornios (unicornes veri) y otras bestias hoy fabulosas como grifos, cinocéfalos y dragones. La edición alemana de 1398 de los viajes de Jean de Mandeville incluyó al unicornio entre los animales que habitan el huerto de la abadía de la ciudad de Hangzhou, al sur de China.
Marco Polo, que visitó la India y China a finales del sigloEn El Fisiólogo, un compendio de los siglos II-IV d. C. que reúne descripciones de animales, plantas y minerales insertadas en un esquema alegórico-religioso con objetivo moralizador,
el monoceros o unicornio aparece desde el principio como un pequeño cabrito, muy fiero, al cual se caza llevando cerca de su morada una muchacha virgen; el animal se lanza sobre su regazo, ella lo amansa y así lo lleva al palacio del rey. Para la versión árabe del pasaje, el unicornio mama de los pechos de la doncella, quien «alarga la mano y aferra el cuerno que el animal lleva en la frente». San Isidoro, alrededor de los siglos VI-VII, integró la leyenda a sus Etimologías, pero prescindiendo de la interpretación religiosa ofrecida en El Fisiólogo.Philippe de Thaon, primero en ser escrito en una lengua romance, describe la caza de la siguiente forma:
Esta última obra formó la base común de todos los bestiarios medievales. El deSi la doncella no llegase a ser virgen, Bartolomeo Ánglico precisa que el unicornio la matará por «corrupta e impura».
La atracción del animal se asociaba con algún tipo de «olor a castidad», de tal forma que Richard Fournival puede decir que el unicornio es «cazado por el olfato». Sin embargo, según el relato del poeta bizantino John Tzetzes, la estrategia tenía éxito incluso si era un hombre joven, vestido con ropa de mujer y muy perfumado, quien se sentaba fuera de la guarida de la bestia. Cuando el viento soplaba, el unicornio salía de allí y quedaba aturdido por el maravilloso aroma, momento que los cazadores aprovechaban para atacar y cortarle su cuerno.Cyranides, otra obra griega contemporánea a El Fisiólogo, ofrece un posible precedente contemporáneo del relato de la caza. Allí el rhinókeros es un cuadrúpedo con forma de ciervo que solo puede ser capturado «con el perfume y la belleza de mujeres distinguidas».
Los eruditos creen que el origen de esta leyenda se remonta a la historia india de Rishyasringa, un hombre nacido con cuernos de ciervo que es seducido por una princesa y llevado al palacio del rey, donde finalmente se casa con ella y hereda el reino. Cuando se compuso la Biblia Septuaginta en el siglo III a. C., el vocablo hebreo reʼém, que pretendía designar a algún tipo de bóvido de grandes dimensiones desaparecido a lo largo del primer milenio antes de Cristo, fue traducido por monókeros, la bestia de un solo cuerno mencionada por Megástenes (Nm. 23:22, 24:28; Dt. 33:17; Job. 39:9, y Sl. 21:22; 28:6; 77:69, 91:11). En la Vulgata, la edición latina de la Biblia más influyente en Occidente hasta entrado el siglo XVI, el griego monókeros algunas veces pasó a ser rhinocerotis (p. ej: Núm. 23:22, 24:8; Deut. 33:17 etc.) y en otras unicornis (Sl. 21:22, 28:6, 91:22; Is. 34:7). El más conocido de los versos bíblicos que ponía en escena al unicornio es el salmo 21:22 (22:21 en las biblias actuales):
La difusión de la Biblia Vulgata llevó a que la exégesis de la era patrística se hiciese eco del animal designado en ella como unicornis. En su comentario a Dt. 33:17, Tertuliano dice que los dos cuernos del toro son ambos extremos de la cruz y «el unicornio el poste erigido en el centro». San Justino, refiriéndose al mismo pasaje, declara categóricamente que «nadie puede decir o probar que los cuernos del unicornio puedan encontrarse en cualquier otro objeto o en cualquier otra forma que no sea la representada por la cruz». Prisciliano puntualiza que «unicornis est Deus, nobis petra Christus, nobis lapis angularis Jesus, nobis hominum homo Christus», esto es, «Dios es unicornio, Cristo una roca para nosotros, Jesús una piedra angular, Cristo el hombre de los hombres», y San Basilio lo hace «filius unicornium». Para Ambrosio, el origen del unicornio es un misterio equiparable a la concepción virginal de Jesús.
En El Fisiólogo, Cristo es el «unicornio espiritual», animal cuyo aspecto de cabrito recuerda el sacrificio expiatorio de la cruz y que, además, tiene fama de ser «pequeño», aludiendo a la humildad de su encarnación, pero también de «muy fiero», pues la muerte no tuvo poder para retenerlo; su único cuerno representa la unidad que hay entre el Padre y el Hijo, expresada por éste en el evangelio de Juan como «yo y el Padre uno somos» (Jn. 10:30). Rábano Mauro también reivindicó la identificación del unicornio con Cristo, basándose en pasajes como Jb. 31 y 39, Dt. 33 y Sl. 21 y 28, mientras que Gregorio Magno primero equiparaba al unicornio con el pueblo hebreo y, más adelante, veía en él la imagen o prefiguración del Mesías. El sermonario de Antonio de Padua incluía al unicornio entre las criaturas con el cuerno curvado hacia atrás, símbolo o imagen de los hombres hipócritas que ocultan sus pecados bajo un manto de falsa apariencia religiosa.
Desde el principio la caza del unicornio fue interpretada como una alegoría de la encarnación.XII, el obispo Honorio de Autun expresó el misterio de la siguiente forma:
Para el autor de El Fisiólogo, Cristo fue apresado y condenado a muerte habiéndose hecho carne y morado en el seno de la virgen María. Esta formulación chocaba con el infeliz papel que la doncella desempeña en el mito como la «entregadora» del unicornio, papel que naturalmente no podía ser atribuido a la virgen María. En el sigloEl bestiario de Pierre de Beauvais en prosa (1175-1217) y el de Guillaume le Clerc se refieren a Cristo como el unicornio celestial que bajó al pecho de la Virgen y al cual los judíos prendieron para llevarlo ante Poncio Pilato. En la versión de Philippe de Thaon, el unicornio representa a Dios y la doncella a Santa María, quien descubre su seno —figuración de la Iglesia cristiana—para que el animal pueda besarlo —símbolo de la paz— y dormirse ante ella —en representación del sufrimiento de muerte en la cruz, pues a ello le sigue su captura—. El autor de un bestiario toscano de 1468 imaginó una lectura radicalmente diferente de la escena: el unicornio es símbolo de hombres violentos y crueles a quienes nada les puede resistir, pero que pueden ser vencidos y convertidos por el poder de Dios (como Saulo de Tarso).
Aunque el motivo de la purificación del agua por el unicornio generalmente se abordó sin ningún comentario religioso, su interpretación cristológica era demasiado evidente: la serpiente que envenena el agua es el diablo sembrando el pecado en el mundo, mientras que el unicornio es el Cristo Redentor que lo quita.
Desde mediados del siglo XIII, el motivo de la caza del unicornio se puso al servicio de una orientación nueva: el código de amor cortés. En su Bestiario de amor, Richard de Fournival (1202-1260) habla del amor como un «cazador astuto» que puso en su camino a una joven en cuyo aroma se durmió «y me hizo morir de una muerte como la que corresponde a Amor, a saber, la desesperación sin esperanza de merced», utilizando el motivo de la caza del unicornio como comparación de su desgracia:
El rey poeta Teobaldo I de Navarra (1201-1253), aunque prescindiendo de los detalles del olfato y la virginidad, puso de manifiesto el tema de la atracción del caballero por la doncella y su muerte «a traición» en el regazo de ella:
En la canción Amor, da cui move tuttora e vene, el poeta siciliano Stefano Protonotaro (fl. 1261) utiliza la figura del unicornio para desarrollar el tópico del amor que tiene prisionero al amante, quien, ante la visión de la felicidad que aquél le ha mostrado, se ha rendido y caído en su poder.Wolfram von Eschenbach, la dama llama a su amigo «unicornio de fidelidad» y envidia su muerte.
El autor de otro soneto anónimo de la lírica siciliana también compara su estado con el de otros animales que, como rasgo común, no pueden liberarse de la atracción irresistible que los llevará a la muerte, y entre ellos menciona el unicornio, mientras que en el poema épico Parzival, del alemánEn la historia de san Barlaam y Josafat, Barlaam es un sabio eremita que convierte al príncipe Josafat (Buda) al cristianismo instruyéndolo con una serie de historias moralizadoras o exemplas. Uno de estos exemplas es el relato sobre un hombre que se adentra en el bosque y huye del unicornio que lo persigue subiéndose a un árbol, donde espera que el animal siga su camino y lo deje en paz. Mientras tanto, recoge los frutos sin percatarse que las raíces están siendo desgastadas por dos roedores, uno blanco y el otro negro, que cuatro serpientes las sostienen más abajo y que, además, el árbol se encuentra junto a un pozo donde descansa un dragón. Al final, este hombre incauto termina cayendo al pozo y es devorado por la bestia.
Esta fábula oriental, que alcanzó gran difusión en el occidente cristiano medieval al insertarse dentro de otros escritos como salterios, libros de horas o sermonarios, expone un esquema simbólico donde el unicornio es figura de la muerte que persigue al hombre como mortal que es, los dos roedores simbolizan el paso del tiempo (el blanco el día, el negro la noche) y el dragón la entrada al infierno, a donde el hombre cae por anteponer, a la redención de su alma, el amor por los placeres terrenales.
Según las Etimologías de San Isidoro, el unicornio a menudo pelea con elefantes y los hiere en el estómago, una historia sin dudas tomada de Plinio el Viejo.
El bestiario divino de Guillaume le Cler precisa que lo hace «tan fuerte bajo el vientre con su pezuña cortante como una hoja, que lo destripa del todo». Que aquí el unicornio utilice sus pezuñas para atacar se debe, probablemente, a un error de traducción del texto isidoriano. Otro de los enemigos del unicornio era el león.General Estoria de Alfonso el Sabio, el león se detiene junto a un gran árbol y, cuando el unicornio se dispone a herirle, lo esquiva de manera que éste golpea el árbol con fuerza y su cuerno queda atascado en él, y entonces el león «lo mata con mucha astucia».
Según la versión francesa de la carta del Preste Juan y laEn un texto francés del género cortesano, El romance de la Dama con el Unicornio y el Bello Caballero con el León (del siglo XV), el unicornio ha sido ofrecido a la dama por sus virtudes femeninas («Dama del Unicornio») y será el animal que la proteja y guíe preservándola de toda impureza y vicio que la puedan apartar del amor verdadero —remitiendo a las tradicionales propiedades purificadores del cuerno—. Por otro lado, el caballero («Bello Caballero») recibe el emblema del león, símbolo de poder, de fuerza soberana e invencible, por su virilidad y valía. La innovación de esta novela implica la «reconciliación» de dos animales tradicionalmente enemigos; durante la travesía para liberar a la dama que estaba encarcelada en el castillo del traidor Caballero de la Cabeza de Oro, el unicornio y el león son cabalgados por sus respectivos amos y colaboran juntos para un mismo fin, simbolizando el nuevo ideal de perfección y amor absoluto donde se unen elementos «opuestos» en sentido superlativo pero, a la postre, complementarios.
Las supuestas propiedades medicinales del cuerno de unicornio lo convirtieron en uno de los remedios más caros y famosos durante el Renacimiento. Podía consumirse tanto en polvo (diluido en agua) como en pequeñas pastillas, e incluso se valoraba su uso como amuleto atado al pecho.André Thevet, los cuernos pequeños provenían del rinoceronte, mientras que las piezas grandes eran falsificaciones hechas con marfil. El botánico suizo Johannes Gessner, en 1559, ya había sugerido que el marfil puede hervirse para darle la apariencia de un cuerno de unicornio, y siete años después el Discurso contra la falsa opinión del unicornio (1566), del veneciano Andrea Marini, advertía que estas piezas eran más numerosas en Inglaterra que en cualquier otro lugar, probablemente porque su origen estaba en alguna criatura marina. Para Thomas Bartholin, según expuso en su tratado de 1645, los «dientes de ballena de Groenlandia» se ahuecan y esculpen artificialmente para venderlos como de unicornio a precios altísimos, aunque admitió que unos pocos podrían provenir de tierras auténticas y unicornios cuadrúpedos. Esta era la opinión compartida por científicos como Nicolaes Tulp (1652), César de Rocherfor (1668) y Olfert Dapper (1676). Otro factor que alimentaba el escepticismo fue la gran longitud de los supuestos cuernos de unicornio, demasiado pesados para que un cuadrúpedo del tamaño de un caballo pudiese portarlos en la cabeza.
No obstante, había una sospecha compartida de que al menos algunos de los ejemplares podían ser falsos y se vendían fraudulentamente buscando lucro económico. Para el reconocido explorador francésEl conocimiento del narval ciertamente condujo a una caída significativa en el precio del cuerno, pero no sacudió definitivamente la creencia en el unicornio terrenal.
Otros autores no veían en él más propiedades que las que se atribuían a los cuernos de otros animales bien conocidos, como el ciervo. Entonces, para diferenciar un cuerno «genuino» de uno falso (perteneciente a otra especie), se popularizaron ciertas pruebas experimentales como:Sin embargo, muy pronto la eficacia de estos experimentos fue cuestionada. El médico francés Ambroise Paré, en su célebre tratado de 1582 sobre la realidad del unicornio, explicaba que la prueba del burbujeo del agua podían pasarla los cuernos de cualquier animal —como el buey o la cabra— debido a su porosidad, mientras que atribuía la exhudación en presencia de veneno a un efecto fortuito producido por la humedad del aire cuando toma contacto con superficies pulidas. Para falsar la creencia de que era útil como antídoto, Paré empapó el cuerno en agua y luego sumergió un sapo en ella: el animal seguía vivo tres días después. En un trabajo posterior concluía que la idea de un contraveneno universal carece de sentido desde la teoría de los cuatro humores, misma observación que ya hiciera Andrea Marini en 1566 y el doctor Jacques Grévin en 1567. En un afán por defender la existencia del animal y las propiedades de su cuerno, el médico catalán Catelan Laurent (1624) abogó por el funcionamiento del principio «lo similar cura lo similar»: la virulencia que se concentra en el cuerno del unicornio, contraida por las alimañas de las que se alimenta, las aguas infectadas donde bebe y los pantanos insalubres que son su hábitat, es la que combate el veneno.
Durante su viaje a la región de Arabia, en 1503, el explorador italiano Ludovico de Varthema creyó haber visto dos unicornios en un recinto de La Meca, aparentemente enviados por un rey de Etiopía como prenda de alianza para el sultán de la ciudad. Al más grande, «bestia orgullosa y discreta», lo describió como del tamaño de un potro de un año y un cuerno de cuatro palmas de largo, pezuña partida de una cabra, la cabeza y los pies como de un ciervo, el cuello corto y el pelo corto colgando de un lado. Idaith Aga, embajador del Solimán en el corte del emperador Maximiliano, habría visto rebaños enteros de este animal. Según Paulus Venetus, los unicornios del reino de Basman disfrutan revolcarse en el barro, al igual que los cerdos, y son casi tan grandes como elefantes, con el pelo de camello y cabeza de jabalí.
En su Relación de una embajada al Preste Juan (1565), el viajero portugués Jodo Bermúdez indicó que un animal unicornio, similar a un caballo pequeño, puebla las montañas de Abisinia —Etiopía—.Paolo Giovio (1485-1552) a un «potro de color ceniciento, con crin y barba de cabra, armado en la parte delantera de su frente con un cuerno de dos codos (...) pulido y blanco como el marfil, pero abigarrado de colores cálidos». André Thevet mencionó unicornios en Sudáfrica, el Cabo de Buena Esperanza y Madagascar, mientras que para Luis del Mármol Carvajal, viajero español, el hábitat de este animal era «la alta Etiopía, en las montañas de Beth o [de] la Luna». También el franciscano Luis de Urreta ubicaba al unicornio en las montañas de la Luna —una manera de designar a las cumbres del Alto Nilo—, pero reconocía que lo inaccesible del lugar le había impedido ver personalmente algún ejemplar.
En esta misma región situaba el cronista italianoEn 1682, el capuchino italiano Jérôme Merolla da Sorrento diferenciaba el monoceros europeo —que cree desaparecido— del unicornio que había observado en el Congo, una bestia del tamaño de un buey y, únicamente los machos, con un solo cuerno en la frente.
Según él, los lugareños utilizaban este cuerno por sus propiedades medicinales.Una de las historias que ganó más difusión a finales del siglo XVII y todo el siglo XVIII fue la del padre jesuita Jerónimo Lobo. En 1672 describió así a un animal unicornio de Tonküa, en la provincia de Agau, reino de Abisinia:
Lobo procuró diferenciar este unicornio del rinoceronte, «que tiene dos cuernos, no rectos sino curvos», y su testimonio se consideró creíble en el diccionario de Antoine Furetière (1690), que lo citó junto a los avistamientos de Vincent le Blanc y André Thevet. El artículo del animal en la enciclopedia de Diderot y d'Alembert (1765), aunque refiriéndose a él como «animal fabuloso», retomó palabra por palabra la descripción del misionero portugués.
La presencia del unicornio en tierras africanas fue un rumor ampliamente difundido por viajeros modernos como los franceses Pierre Delalande y Jules Verreaux, el británico Francis Galton, los alemanes Eduard Rüppel, Albrecht von Katte y Joseph Russeger, entre otros. En una publicación del Asian Journal de 1844, el orientalista Fulgence Fresnel no descartaba la existencia de una variedad de oryx unicornio en África Oriental; aseguró haber visto de lejos, en el monte Elba, un animal parecido a una gacela fuerte con un solo cuerno en medio de la cabeza. También la revista The Athenæum, a finales de 1860, confirmó que Andrew Smith había recopilado una gran cantidad de información sobre «un animal unicornio aún desconocido para los europeos», y meses después, en 1862, publicó una carta donde el explorador William Balfour Baikie reclamaba que «la inexistencia del unicornio no está probada», aunque la criatura «no corresponda exactamente al tradicional unicornio inglés»: los nativos africanos habían visto el esqueleto de este animal «con un solo cuerno largo y recto» e incluso conservaban su cráneo. Ese mismo año, Claude Scheffer recibía de la tribu danqali el testimonio sobre un animal unicornio que habita «los bosques más tupidos de las montañas abisinias»; le llamaron abu qarn, diferenciado, así, del rinoceronte o baghal wahchi. «No cabe duda que existía tal animal», escribió en 1863 William Reade, para quien la especie podía estar extinta o, más probablemente, había escapado de las armas de fuego a los «vastos bosques inexplorados y deshabitados de África central».
La curiosidad llevó a que en ocasiones se ofrecieran recompensas monetarias al que presentara un ejemplar de unicornio. Así, en 1793 el colono holandés Cornelius van Jong prometió tres mil florines de recompensa a quien le trajera el animal vivo,
y en 1838 un diario alemán ofrecía cien taleros por un unicornio vivo y cincuenta por uno muerto y bien preservado, «de modo que, si este animal del que hemos hablado durante mucho tiempo realmente existe, podamos próximamente tener un representante de la especie». El unicornio aparece entre los animales que el aventurero Thomas Coryat, en 1616, dijo haber visto en la corte del Gran Mogol, en la ciudad de Ashmere (este de India), describiéndolas sucintamente como «las bestias más extrañas en este mundo».
Tiempo después, a comienzos del siglo XIX, los soldados británicos estacionados en la India afirmaban que el unicornio puebla los valles altos del Himalaya y la meseta tibetana. «Un caballo con un cuerno en medio de la frente», que viene «de muy lejos», era el animal que el rajá de Bután le describió al capitán Samuel Turner poco antes del 1800, mientras que B. Latter, un militar británico en el este de Nepal, se enteraba por medio de los nativos de la existencia de un supuesto unicornio tibetano, «muy salvaje y rara vez capturado vivo», similar al «unicornio de los clásicos». A mediados de siglo, el misionero francés Evariste Huc declaró no tener dudas de que el unicornio, «que tenemos considerado durante mucho tiempo como un ser fabuloso», existe realmente en el Tíbet y está representado en las esculturas y pinturas de los templos budistas.
En 1540, el navegante portugués Jean Alfonse de Saintonge informó que los nativos de la costa canadiense creían que había unicornios en ella, y en la Historia general de los hechos de los Castellanos en las islas y tierra firme del mar Oceano, de 1601, el cronista Antonio de Herrera comentaba rápidamente la existencia de un animal del tamaño de un caballo y con un cuerno redondo en la cabeza. Sin embargo, el mítico unicornio nunca se hizo con un espacio importante en el Nuevo Mundo. Francisco López de Gómara sentenciaba categóricamente que «no hay unicornios en nuestra Indias, ni elefantes».
A mediados del siglo XVI aparecen relatos de exploradores que mencionan extraños unicornios acuáticos. El médico y naturalista portugués García da Orta describió en la región del promontorio de Buena Esperanza y el de Courantes una especie de animal terrestre muy dado al mar, con cabeza y crines de caballo y, en medio de su frente, un cuerno movible de dos palmos de largo, el cual tendría propiedades de antiveneno. Doce años después, en 1575, André Thevet recogió este testimonio en su obra Cosmografía Universal, pero dándole nombre propio a la bestia: naharaph. Inspirado o no en él, Thevet también habló de otro animal exótico que habitaría las islas Molucas, el camphur. Era una bestia terrestre, por la pezuña partida en sus patas delanteras, pero también anfibia, pues llevaba las patas traseras palmeadas y sobrevivía cazando peces. Tenía el tamaño de un ciervo, con abundante pelaje gris alrededor del cuello, y su rasgo característico era el cuerno de tres codos y medio que llevaba en la frente, movible como podría ser la cresta de un gallo. Thevet dice que «hay quienes se han convencido de que se trata de una especie de unicornio, y que su cuerno, que es raro y rico, es muy excelente contra el veneno».
El unicornio de dos cuernos, pirassoupi o pirassoipi, fue también descrito por André Thevet en su Cosmografía Universal como una bestia nativa de Brasil, de tamaño y cabeza similar al de una mula, pelaje abundante como el de un oso pero de color más vivo, tirando a leonado, y pezuñas partidas como las de un ciervo, armado en la frente con dos cuernos muy largos y sin ramificaciones.
Estos cuernos, «que recuerdan al de los estimados unicornios», se sumergen durante seis o siete horas en un agua que, de esa forma, adquiere propiedades curativas. Dado que Thevet no había mencionado esta criatura en su obra de 1557, Singularidades de la Francia Antártica, lo más probable es que se trate de una de sus creaciones posteriores, tal vez basada en la descripción, adornada con elementos imaginarios, de un camélido andino visto a la distancia. Para la mayoría de los eruditos de finales del siglo XVI, el unicornio y el rinoceronte eran animales distintos. El prelado Juan González de Mendoza, a su regreso de Camboya, aseguraba que «todos aquellos que han ido a regiones lejanas y han observado un verdadero unicornio saben que no tiene nada en común con el rinoceronte». La Historia de los animales de Gessner (1551) trataba por separado ambos animales y Ulysses Aldrovandi, en De los cuadrúpedos solípedos (1616), decía categóricamente que «unicornio no es rinoceronte» y «rinoceronte no es un unicornio», pues el rinoceronte es más feroz que el monoceros y tiene dos cuernos —lo cual ciertamente es verdad en la variante africana, pero no en la india—.
En 1557, Giulio Cesare Scaligero reprochó al matemático y filósofo neoplatónico Gerolamo Cardano (1501-1576) que en su obra De subtilitate haya dibujado «el monoceros con el nombre de rinoceronte, siendo que son dos animales muy distintos»: el rinoceronte más parecido a un toro y el monoceronte como un ciervo. Otro testimonio que confirma la diferenciación de estas dos especies en la mentalidad europea es el del portugués García da Orta, quien en su obra de 1563 afirmó que nunca había visto personalmente un rinoceronte, pero que los habitantes de Bengala usaban su cuerno como antídoto, «teniendo la opinión de que es el cuerno de unicornio, aunque no lo es».
La Descripción de los cuadrúpedos de Michel Herr (1546), que pretende reunir a los animales «bien conocidos» y de «existencia probada», incluye al unicornio.Lucifer y se defendió la realidad del unicornio en base a la autoridad y tradición de los autores antiguos. A esta supuesta autoridad, André Thevet le opuso la poca credibilidad que se podía conceder a Plinio el Viejo cuando habló de criaturas fabulosas como grifos y sirenas, de modo que su testimonio sobre el unicornio estaba lejos de ser infalible.
Pocos años después, en 1551, Conrad Gessner publica Historia de los animales en cuatro volúmenes, obra considerada el principio de la zoología moderna, y comenta que los autores europeos habían hablado del animal solamente de oídas, sin haberlo visto jamás. En ella, además, se resaltaba un punto que sería fundamental en la discusión que se estaba gestando sobre la realidad del unicornio: la gran discrepancia entre sus descripciones. El Discurso del unicornio (1582) de Ambroise Paré, que fue la primera obra enteramente dedicada a rebatir su existencia y las propiedades de su cuerno con argumentos científicos, tanto racionales como naturales, encontró réplica inmediata en un texto anónimo llamado Respuesta al discurso de Ambroise Paré sobre el uso del unicornio (1583), donde Paré fue comparado conLa disparidad de descripciones fue explicada proponiendo la existencia de varias especies de unicornio.John Jonston le dedicó al animal en su Historia general de los cuadrúpedos (1652). Pierre Pomet enumeró cinco en Historia general de los medicamentos (1694), entre ellas el camphur y el pirassouppi, pero evitó pronunciarse sobre la existencia del cuadrúpedo.
Catelan Laurent, en su Historia de la naturaleza, caza, virtudes, propiedades y uso del unicornio (1624), recogía ocho tipos: rinocerontes, onagros o «asnos salvajes», bueyes y vacas unicornios, caballos unicornios, el camphur, ciervos y cabras de un solo cuerno, animales mitad ciervo y mitad caballo —que habitan en Finlandia— y el kartázonos descrito por Plinio. Este último, según él, sería el unicornio auténtico o propiamente dicho, dotado de un cuerno negro de dos codos de largo e imposible de domesticar. Para Caspar Bartholin, que publicó su disertación sobre el unicornio en 1628, las especies eran: oryx, camphur, el «unicornio de los mares del norte» —probablemente el narval—, el buey unicornio de las Indias, el burro índico, el caballo unicornio, el rinoceronte y el «monoceros real». Ilustraciones de ocho especies bautizadas con nombres latinos, dos de ellas claramente inspiradas en el camphur, acompañaban la breve descripción queLa censura religiosa también alcanzó a los incrédulos del animal. En 1607, Edward Topsell lamentaba que hubiese «un enemigo secreto trabajando en la naturaleza degenerada del hombre, que cierra los ojos del pueblo de Dios para impedirle ver la grandeza de sus obras».Diluvio Universal, para el jesuita Athanasius Kircher dicha posición equivalía a «negar la providencia divina» y «no temer a la blasfemia».
Y si casi sesenta años antes el zoólogo Gessner había propuesto con cautela la idea de que el unicornio pudo haberse extinguido en elEl interés por este animal comenzó a decaer a partir de mediados del siglo XVII. En su traducción de De la descripción de África al francés (1678), Nicolás Perrot d'Ablancourt comentaba negativamente las menciones del «unicornio gris de Etiopía», lamentando que el autor hubiese contado «fábulas» sobre la fauna del continente. Las Explicaciones de las figuras que se encuentran en el globo terrestre de Marly (1703), de François Le Larg, llamaron al unicornio «quimera pura», pues «no hay dos que coincidan en la descripción que hacen de él». El unicornio es un animal «fabuloso» en Sistema natural de Carlos Linneo (1735), la enciclopedia de Diderot y d'Alembert (1765) y la Historia natural de los cetáceos de Étienne de Lacépède. Otras obras ilustradas hicieron gala del mismo escepticismo:
En la traducción comentada de Historia Natural de Plinio (1771), Jean Étienne Guettard opina que «el unicornio no es un animal imposible», si bien las descripciones antiguas de él fueron hechas por «autores que parecen poco versados en historia natural». Con la misma cautela, Jules Camus se limitó a señalar que «este animal es absolutamente desconocido para los zoólogos modernos». Jean-François Laterrade, profesor de historia natural de Burdeos, publicó en 1825 un Aviso en refutación de la inexistencia del unicornio, artículo en el cual toma prestado el argumento —ya antiguo— de que a cada animal marino (como el narval) le corresponde uno terrestre. El barón de Cuvier niega definitivamente la existencia del unicornio en su comentario a la obra de Plinio (1827), pero supone que puedan haber ejemplos de unicornios diferentes del rinoceronte, sea por mutilación accidental o por defecto de nacimiento. En contraparte, para David Livingstone el unicornio «no puede ser considerado un animal fabuloso, incluso si nuestra representación nacional puede resultar fantasiosa», y sugiere que se trata de una especie a medio camino del rinoceronte y un caballo ligero que habita en África tropical. El Diccionario de Historia Natural, reeditado constantemente entre 1846 y 1872 por Charles Orbigny, se hizo eco de los múltiples testimonios de antílopes unicornio de África y el Tíbet para sostener (con una gran ambigüedad) que «la existencia de un animal provisto de un solo cuerno en medio de la cabeza no es imposible»:
La existencia de antílopes unicornios en el Tíbet, rumor alimentado por los solados británicos estacionados en la India, también fue defendida por Ferdinand Hoefer en su obra Historia de la zoología (1873),
mientras que para el Diccionario Ilustrado Francés (1864), aunque no es inimaginable que exista tal animal, es desde luego «muy improbable». Por su parte, el Diccionario de Ciencias, Letras y Artes (1854) recogió la descripción de las fuentes clásicas, pero advirtiendo que «los eruditos y los estudiosos niegan la existencia de este cuadrúpedo». Este recurso al consenso académico reapareció en el Diccionario de la Academia Francesa (1879), para el cual, «según la opinión más aceptada», el unicornio es un animal fabuloso. Este animal «no tiene existencia real» en el Diccionario de la lengua francesa (1863) y es «fabuloso» o «probablemente fabuloso» en el Diccionario de Bescherelle (1887) y el Diccionario Larousse (1873), respectivamente. Obras como el Diccionario de Zoología o Historia Natural de Saint-Clavien (1863) y Nueva geografía universal de Élisée Reclus (1888) simplemente evitaron cualquier mención del animal. El unicornio es desde el final del siglo XIX una criatura típica de las historias de fantasía y magia. Es protagonista o aparece en obras escritas como A través del espejo (1871) de Lewis Carroll, El unicornio de las estrellas (1907) de William Butler Yeats, La hija del rey del país de los elfos (1924) de Lord Dunsany, El último unicornio (1968) de Peter S. Beagle —donde el héroe es un unicornio, último en su especie, que debe escapar de quienes quieren capturarlo o acabar con él— La dama y el unicornio (1974) de René Barjavel y Olenka de Veer, el Signo del Unicornio (1978) de Roger Zelazny —donde los protagonistas se encuentran a un unicornio blanco solitario en un bosque, animal de pezuñas y cuernos dorados—, el manga Único (1976-1979) de Osamu Tezuka, El unicornio negro (1987) de Terry Brooks —donde el animal es malvado—, la novela La maldición del unicornio, dentro de la trilogía El Ciclo del Fénix (1990) de Bernard Simonay e incluso la célebre serie literaria de Harry Potter (1997-2007), de J. K. Rowling. En televisión, She-Ra y las princesas del poder presenta a Éclair, el caballo de Adora que se transforma en Fougor, un unicornio alado dotado de habla. La serie animada estadounidense La princesa Starla muestra a los caballeros adolescentes de Avalon montando unicornios. En My Little Pony, los unicornios son una de las tres razas principales que pueblan el mundo de Equestria, junto con los ponis y pegasos.
Su imaginería moderna se aleja de la herencia medieval, para convertirse en la de un tierno caballo blanco «mágico» con un solo cuerno en la frente. Inspira una abundante producción que incluye juguetes, adornos para habitaciones infantiles, carteles, calendarios o incluso figuritas, especialmente dirigida a un público infantil femenino. También está presente en juegos de rol como Dungeons & Dragons, donde los hay de diferentes clases. En internet, la religión paródica del unicornio rosa invisible busca resaltar la dificultad que supone refutar las creencias en fenómenos que están fuera de la percepción humana. Para Bruno Faidutti, esta presencia del animal en la cultura popular hace que hoy sea «más conocido que el ornitorrinco o el dodo, y la mayoría de nosotros podríamos describirlo con infinitamente más precisión».
Si ya nadie cree en la existencia física del unicornio, la creencia en los unicornios «espirituales» continúa hoy en la corriente de la Nueva Era. La esoterista estadounidense Deanna J. Conway propone invocar a un unicornio como guía a la tierra de las hadas para obtener un crecimiento espiritual y una mejora en sus valores morales. Diana Cooper y Tim Whild presentaron al unicornio como un ángel guardián intangible, un «ser energético» y un «guía espiritual». Adela Simons asegura que los unicornios viven en una frecuencia vibratoria diferente de los seres humanos, y que su aparición en la Biblia es prueba de su existencia.
De acuerdo con Michel Pastoureau, hasta el siglo XIV el unicornio permaneció en gran parte ausente de los escudos de armas. Su silueta de cabrito dio paso a una figura equina en los albores de la modernidad, aunque conservando la perilla característica. Era representado habitualmente de color blanco y constituía un símbolo de fuerza, modestia y virtud. «Su nobleza mental es tal que prefiere morir antes que ser capturada viva; el unicornio y el valiente caballero son idénticos», decía el tratado de heráldica de John Guillim (1610). Marc de Vulson de La Colombière comentaba, en 1669, que el unicornio es «enemigo del veneno y de las cosas inmundas; puede denotar pureza de vida y servir de símbolo a quienes siempre han huido de los vicios, que son el verdadero veneno del alma». Bartolomeo d'Alviano, capitán al servicio de los Orsini, aprovechó este simbolismo bordando en su estandarte un unicornio que hunde su cuerno en una fuente de agua, acompañado con la leyenda «cazo el veneno». Según Bruno Faidutti, uno de los ejemplos más antiguos del unicornio heráldico debe ser el escudo de armas del caballero de la Mesa Redonda, Gringalas el Fuerte, que llevaba como blasón «de sable, un unicornio de plata, acornado y uñado de azur».
Actualmente, el unicornio está presente en los escudos de armas de muchos países. Por ejemplo, el escudo de Gran Bretaña es sostenido por un unicornio, en representación de Escocia, que lleva dos como tentantes (véase: escudo de Escocia), y un león, en representación de Inglaterra. Su presencia combinada simboliza la unión imperial de las dos coronas. En su obra A través del espejo, Lewis Carroll citó una canción infantil en inglés que recuerda el origen de estos soportes de armas: «El león y el unicornio lucharon por la corona. El león venció al unicornio por toda la ciudad». Como tentantes, ambos animales vuelven a aparecer en el escudo de armas de Canadá, mientras que en el armorial de Lituania (solo la versión presidencial) el unicornio sostiene el escudo junto a un grifo, otra bestia fantástica.
En Francia, el animal es tentante en el escudo de armas de la ciudad de Amiens y emblema del Amiens Sporting Club, un club de fútbol profesional con sede en la misma ciudad. Está representada en el logo del club, que juega sus partidos como local en el Stade de la Licorne («estadio del Unicornio»). El unicornio también está presente en el escudo de armas de la ciudad normanda de Saint-Lô, y en el de la ciudad alsaciana de Saverne, que inspiró una famosa cervecería.
Con el desarrollo de la impresión, el unicornio se convirtió en el animal más representado en las filigranas de papel, y el más común después del fénix en las marcas y carteles de impresores de toda Europa.
Bruno Faidutti cree que, en este contexto, el animal simboliza la pureza del papel y, por tanto, la de las intenciones del impresor. Los bestiarios musulmanes recogieron diversas criaturas de un solo cuerno. La más importante de ellas es el karkadann o rinoceronte (en árabe: كركدن), que Abū Rayḥān al-Bīrūnī (973-1078) describe como de composición similar al búfalo, piel negra y escamosa, cola corta, ojos bajos y un solo cuerno, en la parte superior de la nariz, que se dobla hacia arriba.shâd'havâr (en árabe: شادهوار) o āras (آرس) —descrito por primera vez por el erudito árabe Jabir ibn Hayyan, en el siglo VIII—, un cuadrúpedo que viviría en el país de Rūm (Imperio Bizantino) dotado de un cuerno con 42 ramas huecas que, cuando el viento pasa a través de ellas, produce un sonido agradable que hace que los animales se sienten y escuchen alrededor de él. Finalmente, puede mencionarse al Al-Mi'raj (en árabe: ٱلمعراج), un animal con forma de conejo, pelaje amarillo y un solo cuerno, de color negro, que nace de su cabeza, y que viviría en una isla misteriosa llamada Jazirah al-Tennyn, dentro de los confines del Océano Índico.
Autores posteriores cambiaron la posición del cuerno desde la nariz a la frente del animal y le adicionaron propiedades medicinales y de contra-veneno similares a la del monoceros de Ctesias. Otro es elEl animal de la mitología china llamado qilin, un cuadrúpedo apacible, de cuerno astado y comúnmente asociado a la jirafa, ha sido identificado como un unicornio, aunque esto es poco preciso porque también ha sido representado con dos cuernos. En el Shuowen Jiezi, obra de comienzos del siglo II, se describe al xiezhi como «una bestia fuerte con un solo cuerno» que podía distinguir al inocente del culpable y castigar a este último, atravesándolo con su cuerno. Otros animales unicornios, como el huānshū, el bó, el bómǎ y el zhēng, son mencionados en el Clásico de las montañas y los mares (Shan Hai Jing), un compendio de descripciones fantásticas de la geografía y fauna del país.
La mitología chilota, de los habitantes del archipiélago de Chiloé (Chile), habla del camahueto como una bestia similar al elefante marino, provisto de un único cuerno cuyos fragmentos los brujos pueden «sembrar» para generar un nuevo ejemplar. Este nacimiento implicaría la formación de una laguna alrededor de él, que va creciendo hasta que el camahueto decide mudarse a su morada definitiva, el mar, produciendo a su paso derrumbes en los barrancos y la formación de un pequeño arroyuelo.
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