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Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador



La cultura es el conjunto de expresiones y tradiciones de un pueblo y estas consisten de costumbres, prácticas, códigos, normas, reglas y paisaje, de la manera de ser, vestirse, religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias si es muy importante hacer relación con la cultura de San Salvador

En El Salvador existen diferentes tipos de trajes típicos, en la cual la mayoría son utilizados en diferentes festividades, aunque hay algunos pueblos que aún utilizan estos. En el traje femenino es común ver elementos como un escapulario, un chal, un paño y diferentes adornos de colores, y con tela de algodón.[1]​ y pueden estar con una falda y una blusa, o un vestido, en el calzado se usan sandalias. En el traje masculino es común ver un traje de algodón, también en las fiestas tradicionales, se utilizan mahones modernos, con una camisa de manta, en el calzado sandalias o botas, y un sombrero. Realmente son de carácter rural, y presentan diferentes variaciones dependiendo del lugar.[2]


La dieta básica del salvadoreño consistía en el pasado en la «tortilla» (ruedas de masa de maíz, de unos diez a quince centímetros de diámetro y uno de ancho, cocidas sobre el comal), la sal y los frijoles «parados» o frijoles sancochados. En la actualidad, la dieta se ha ampliado con arroz, verduras y algunas carnes. Durante los cortes de café aún se suelen dar las chengas, tortillas mucho más grandes y gruesas que las anteriores, hechas de maíz muy oscuro o de maicillo (gramínea de granos pequeños en haces), sobre las que se ponen frijoles y sal; algunas veces también llevan queso y otro aditamento. Estos forman parte del «con qué» o acompañamiento de las tortillas. Sería impensable una comida típica salvadoreña sin las famosas pupusas, tortillas, de maíz o arroz, rellenas con queso, chicharrón molido o frijoles,arroz,las más comunes («revueltas» son las que tienen más de un ingrediente). Otras, menos comunes, llevan chipilín (pequeñas hojas comestibles), pepescas (pescaditos fritos), ayotes (especie de calabaza). El plato está completo cuando las pupusas se acompañan con «curtido», picadillo de repollo preparado en vinagre; se le suele agregar rodajas de cebolla y zanahoria. Algunos curtidos son especialmente picantes, al gusto del cliente. También se suele agregar salsa sea caliente o fría, para acompañar. Ahora bien, las pupusas constituyen solo uno de los muchísimos derivados del maíz. Este cereal nativo americano sigue siendo el grano sagrado se lo prepara de múltiples maneras. A la mazorca se le llama elote y se puede comer asada a las brasas, con limón y sal; cocida, se suele preparar con mayonesa, queso y otros aditamentos: son los elotes locos que se venden en las ferias populares, con un palito que atraviesa la mazorca para poder agarrarlo. Continúa el desfile de los derivados del maíz con los tamales. Los clásicos son los de gallina y consisten en unos rectángulos de masa de maíz de unos quince centímetros de largo por cinco de ancho envueltos en hojas de huerta (plátano o guineo) y rellenos con carne de pollo o gallina; otros de los tamales comunes son de elote, y de chipilín; algunas veces, hasta con papas, ciruelas, alcaparras, chile y recaudo (salsa). Los tamales se cuecen en peroles grandes. Los tamales de elote son elaborados con una masa compacta de maíz tierno, aunque algunas veces se tornan blanditos porque llevan leche. Se preparan en tusas (piel de la mazorca) y se comen acompañados con crema. Un miembro poco común de la familia es el conocido como tamal de viaje, tamal pisque, tamal de ceniza o nixtamal. Es mucho más grande que el de pollo y se supone que se preparaba para comerlo durante el viaje en carreta o tren por varios días, aunque es común su preparación en semana santa. Dada su sólida consistencia, el nixtamal se puede partir en pequeñas rodajas; algunas veces lleva frijoles molidos en su interior.

En épocas prehispánicas se hacían los totopostes, bolas, bolas de endurecidas de masa de maíz que llevaban los campesinos cuando se trasladaban a trabajar en su milpa (cultivo del maíz); a la hora del almuerzo sumergían los totopostes en agua y de esta manera se formaba una especie de sopa fría, muy rica en calorías. En la actualidad, los totopostes son como panes de maíz, pero simples (insípidos). Vienen luego la especie de atoles. El más conocido es el atol de elote, líquido pastoso preparado a veces con leche; se suele acompañar con elotes cocidos o con riguas (tortas dulces de maíz). El shuco es un atol de maíz oscuro al que se le agrega un poco de alhuashte (pasta a base de semillas de ayote), unos cuantos frijoles y chile. El shuco suele venderse durante las madrugadas o al atardecer. El chilate con nuégados consiste en un atol simple (insípido), que se sirve tradicionalmente en un huacal (tazón grande) de morro, y que suele acompañarse con panecillos de yuca bañados en miel (nuégados). La chicha es otra bebida derivada del maíz a la que se pone a fermentar en vasijas que se entierran durante varias semanas. Dependiendo del tiempo que haya estado bajo tierra, la chicha puede ser solo un refresco algo dulce o bien una bebida con un alto grado de alcohol. Por eso, y por fabricarse clandestinamente para no pagar impuestos, las «sacaderas de chicha» fueron perseguidas. Hasta una policía especial, la policía de Hacienda, recibió el mote de «La chichera» por especializarse en controlar los expendedores de la típica bebida. Otra bebida de maíz es el tiste que se hace de maíz y cacao se puede tomar fría o caliente.

Otra ejemplo de la cocina popular salvadoreña es el gallo en chicha, plato singular en cuanto que consiste en carne adobada con frutas y caldo de sabor dulce. Los panes con chumpe atraen permanentemente la atención de los paladares salvadoreños; se los adoba con salsas y ensaladas, y hay puestos de ventas que funcionan todo el año. Curiosa es la costumbre de comer la flor de izote, una estructura de flores blancas que parece un arbolito de Navidad. Con ellas se hace sopa, se envuelve con huevo, y hasta las yemas y capullos son preparados en curtido para degustarlos luego con bastante limón y sal. La yuca con chicharrones o con pepesca sigue siendo un platillo bastante; se sirve tradicionalmente en hojas de huerta y consiste en trozos de yuca cocida, acompañados de curtidos y chicharrones (gordura asada del cerdo) y/o pepesca (pescaditas de río).

Entre las bebidas más populares pueden citarse la horchata (hecha con semillas de Ayotesemillas de morro/cutuco —pepitoria—, cebada, cacao y arroz; a veces se le agrega leche), la cual suele ir acompañada con marquezote (pan dulce muy compacto) en fiestas infantiles o en rezos (novenarios); el fresco de Chan (de semillitas carnosas), el de marañón, de mango, de tamarindo (semillas ácidas de color café), de melón, de piña; el fresco de ensalada es muy singular porque lleva picadillo de marañón, piña y otras frutas. A pocos les gustan ya los refrescos de Carao (frutas que se da en largas vainas y que tiene un olor y sabor muy penetrantes) o de Achote (de color rojo intenso y sabor algo urticante).Otra de los refrescos populares son"la chicha", una bebida natural que se forma a partir de la fermentación de la fruta(chicha) dicha bebida puede ser fermentada según la preferencia de cada quien, si se quiere normal o con poca fermentación esta se debe dejar al menos una semana, también se puede dejar por dos semanas, pero con dos semanas de fermentación esta puede llegar a ser una bebida alcohólica, aunque no tanto como la cerveza o los licores de fábrica.

El pan dulce es obligado cuando se toma el café del desayuno o de las cuatro de la tarde. Dentro de la categoría de pan dulce entran: la semita (placas largas, rectangulares de harina, manzanas, peras colocadas en canastitas o en cajas decoradas. Por tradición, hay familias que fabrican esta clase de dulces, junto con otros como los dulces de leche, de toronja, conservas de coco, conservas de papaya, coservas de nance etcétera. Las hay de estas familias en Santa Ana y en San Vicente, ciudad especializada en los dulces de camote (tortitas o volcancitos hechos de azúcar y rellenos con jalea de camote). En las ferias aparecen profusamente los dulces pintados, elaborados a base de moldes con forma de hojas, flores y aún rostros y figuras humanas. Son de consistencia dura pero quebradiza, de color blanco, y sobre ellos se trazan rayas de colores, recalcando los rasgos del objetos representado. La canasta no estaría completa sin otros dulces comunes en las fiestas, como los de tamarindo, de nance, de zapote. A todo ello hay que añadir la preparación casera que aún se estila: mangos, jocotes e higos en miel; dulce de cáscara de naranja o de limón; dulce de ayote o de chilacayote (otra especie de calabaza) y de sandía. En fin, uno puede acabar empalagado si además prueba algunos postres caseros como el arroz con leche o el majar blanco (dulce de leche, de consistencia pastosa, adornado con polvo de canela).

En El Salvador el idioma oficial es el idioma castellano. La forma de hablar puede mezclar palabras de origen indígena como en la gastronomía, ocasionando lo que son los diferentes modismos o salvadoreños.[3]​ Una pequeña cantidad de la población habla idioma Náhuat, como en Izalco y otros pueblos,[4]​ actualmente no toma la necesidad de aprenderlo, o solo es recordada por personas mayores. Entre las lenguas precolombinas están chorotega, cacaopera, idioma chortí, idioma xinca, lenca, idioma pocomam.

Las culturas indígenas que poblaban el continente americano antes de la llegada de los españoles hicieron un uso intensivo de la tradición oral. Existía la escritura jeroglífica[5]​ (conservada en códices, vasijas y murales), pero estaba destinada a las clases superiores y, aun entonces, los signos servían muchas veces como recurso mnemotécnico para la explicación oral. Náhuas de Kuskatan (Náhuas llegados en sucesivas migraciones desde México central y del sur), mayas (específicamente las etnias chorti o apay y pokomames), lencas (extendidos por Honduras y el oriente de El Salvador), Kakawiras (también llamados cacaoperas o ulúas) fueron dejando huellas escritas de su estadía o de su paso por la región. En efecto, aún en nuestros días el país entero está plagado de topónimos (nombres dados a lugares específicos) de neta raíz indígena. El mestizaje cultural implicó la desaparición de muchos de aquellos nombres y la deformación fónica de otros, pero, en todo caso, incluso con ropaje de santos cristianos, muchísimos topónimos aún sobreviven.[5]

Conviene comenzar por el nombre con el que asimismo se conoce al país: Cuscatlán. Algunos lo traducen como «tierra de premios, tesoros o preseas», otros por «lugar junto a la joya».[5]​ Joya por antonomasia era, para los Náhuas de Kuskatan, el jade, el chalchihuite. Debido a su color verde intenso, también algunas lagunas eran consideradas joyas, de modo que Cuscatlán hace referencia a un lugar ubicado cerca de un lago o de una laguna especialmente hermosa. Allí, junto a una laguna de color verde jade y rodeada de vegetación exuberante, fundaron los Náhuas de Kuskatan la capital de su reino. Otros nombres de raíz Náhua especialmente significativos son: Cojutepeque (cerro de las pavas o faisanes), Acelhuate (río de ninfas y lilas), Soyapango (lugar amurallado de palmeras), Chalchuapa (laguna de los jades o chalchihuites), Guazapa (río del guas o halcón reidor), Apopa (lugar de vapores de agua), Ususlután (tierra de ocelotes o tigrillos), Suchinango (lugar defendido por flores), Zacamil (lugar sembrado de hiervas), Suchitoto (lugar del pájaro-flor)... Y así, centenares y centerares de topónimos náhuas resuenan incluso debajo de la advocación de santos cristianos: Santiago Texacuangos (Valle de altas piedras), San Juan Tepezontes (en lo estrecho del cerro), San Pedro Masahuat (donde abundan los venados), San Pedro Nonualco (los de la lengua extraña).[5]​ Los Náhuas de Kuskatan, lencas, pokomames, chortís, ulúas o apay que habitaron El Salvador precolombino no fueron portadores ni representantes de una alta cultura.[5]​ Ocuparon más bien un lugar periférico y marginal respecto de los grandes centros y metrópolis de Mesoamérica. Sin embargo, esos hombres y mujeres sencillos lograron impregnar de color y poesía los cerros, ríos, valles y quebradas por donde pasaban o en los que se establecían.

Algunos nombres procedentes de la toponimia lenca son los siguientes: Jocoaitique (cerro poblado de mimbres), Guascatique (cerro de piedras y manantiales), Chilanguera (ciudad de las nostalgias), Gualococti (cerro de palmeras y ríos). Los ulúas o kakawiras, por su parte, han dejado los siguientes topónimos: Jocoro (bosque de los pinos orientales), Cacaopera (cerro de los cacaos), Mililihua (vertiente de los zenzontles), Jucuarán (cerro de las hormigas guerreras), Carranpinga (cerro de las flores de ilusión), Goascorán (cero de los sapos).[5]​ Los apay o chortís no se quedaron atrás en eso de ponerle nombres hermosos a los lugares: Anguiatú (cerca del cerro de las arañas, Güija (laguna rodeada de cerros), Poy (espanto o animal nocturno).[5]​ Finalmente, de los pokomames ha quedado alguna toponimia: Pampe (lugar de flores de jardín).[5]

Ahora bien, en El Salvador el sustrato indígena no se limitó a invadir el topónimo de la lengua. También la botánica, la zoología y aun la vida cotidiana y doméstica quedaron desde entonces enriquecidas.[5]​ Aparecieron para quedarse animales como el quetzal (ave de hermosísimo plumaje), el tacuacín (zarigüella u opossum), la masacuata (culebra con cuernos como de venados, culebra que come venaditos o culebra que corre como venado), el guas (halcón que se ríe), el tecolote (búho de mala suerte), el tenguereche (lagarto o dragoncillo), la chachalaca (gallina montesa muy alborotadora), la chiltota (oropéndola), el azacuán (halcón peregrino) y muchos animales más.[5]​ Al idioma español le crecieron plantas y árboles de variadas características y utilidades: el chilamate (árbol mezcla de chile y amate), el quequeishque (planta de hojas grandes acorazonadas), el jiote (árbol que se despelleja), el amate (árbol de cuya corteza se hacía papel), el achiote (árbol cuyo fruto produce un tinte rojo), el ṕashte (enredadera cuyo fruto es como una esponja).[5]​ Se multiplicaron frutos a cual más sabroso: el zapote, el guayabo, el aguacate, la zunza, el cacao, la guanaba, el güisquil, la jícama, el jocote, el ujushte, el chile, el cuchampere, el ayote, el tomate y muchos otros dignos de figurar en una larguísima cornucopia.[5]​ En las casas y vidas cotidianas de los salvadoreños más cercanos al campo o a la vida sencilla aún se hace uso de objetos y productos raigambre indígena.[5]​ Así, el comal (laja redonda para cocer, sobre todo, productos derivados del maíz), el metate (piedra para moler), el yagual (trapo enrollado sobre la cabeza para sostener el canasto o cesta), el tapexco (armazón para guardar alimentos, utensilios o ropa), el tecomate (calabaza en forma de pera grande para llevar agua), lo caites (sandalias rústicas), el petate (estera para dormir), amén de los alimentos y productos para la cocina conocidos por todos los salvadoreños.[5]​ Curioso es el repertorio de nahualismos que comienzan con «ch» o «sh» usados por todos los salvadoreños indistintamente:[5]chirimol (picadillo de tomate y cebolla para echarle a la carne asada), chingaste (residuos del polvo de café ya cocido), shuco (atol de maíz oscuro), chipuste (pedazo pequeño de excremento), chindondo (inflamación debida a golpe), chiche (pecho femenino), chagüiste (lodazal), chilate (atol, insípido o simple), etcétera. Y siempre en lo referente al español que se habla en El Salvador, es de notar el uso de arcaísmos de las gentes del campo:[5]​ «Aloye» por ¿oye?, «agora» por ahora, «lo vide» por lo vi, «fierro» por hierro, «alzar» por guardar, «apiar» por bajar. Ciertas palabras son, por los demás, tan típicas de la jerga salvadoreña que prácticamente funcionan como señas de identidad. Dondequiera que se oigan, ahí está un salvadoreño.[5]​ La lista es larga, por lo que a continuación se citan las más típicas.[5]​ Palabras para designar a un niño «cipote», «bicho», «mono». Aunque ahora se oyen también palabras de origen mexicano (chavo, chamaco), también sigue escuchándose «chero» para referirse al amigo o a cualquier persona que se mencione. «Maishtro» (maestro) es un apelativo para referirse a determinado señor o para llamar la atención de alguien que no se conoce. «Bayunco» es aquel que se viste o comporta con mal gusto. «Chabelear» parece ser el verbo preferido de los salvadoreños porque en él se indican todas aquellas operaciones destinadas a fabricar imitaciones o reconstrucciones de objetos originalmente provenientes del exterior.

Son los bailes populares que cumplen una función social, uno de los bailes más conocidos es el "Torito Pinto". También se encuentran "El carnaval de San Miguel", "Adentro Cojutepeque", "Ahuachapan", "El Carbonero"... Que son de los más populares. También existen otros tales como: "Las Cortadoras", "Las Floreras del Boquerón", entre otros. Estos bailes en cierta forma comprenden gran parte de la cultura salvadoreña. Se utiliza la vestimenta tradicional, y pueden representar diferentes sucesos históricos o actividades rurales, como agricultura, ganadería, son bailados por varias parejas. Pueden tener diferente coreografía dependiendo de lo que se va a representar, acompañados con música tradicional. Se suelen celebrar en distintas fechas y en diferentes lugares.[6]​ la clasificación de estas danzas es: Autóctonas y Tradicionales.

Los escritores Francisco Gavidia (18631955), Alberto Masferrer, Salvador Salazar Arrué, Claudia Lars, Alfredo Espino y Manlio Argueta, y el poeta Roque Dalton están entre los artistas más importantes que provienen de El Salvador.

Y naturalmente las comidas como pupusas u otros cosas son como una de las principales características del país Salvadoreño, por ejemplo:

-la Danza, la literatura, música, pinturas, etcétera.

Está la música autóctona y la música popular. El Xuc (se pronuncia Suc), conocida también como la Música folklórica de salvadoreña, es un baile típico de El Salvador, que fue creado por Paquito Palaviccini en compañía de Hugo Parrales, en Cojutepeque ubicado en el departamento de Cuscatlán en 1942, este ritmo nació con la famosa canción salvadoreña “Adentro Cojutepeque”, y fue compuesta en honor a las fiestas de la caña de azúcar.

Se considera que la pintura comenzó con el autor Francisco Wenceslao Cisneros. En esa época era un tiempo de diferentes fenómenos, como terremotos o de carácter social como el neoliberalismo. Juan Cisneros (como el padre de Francisco) participó en una reunión presidida por José Matías Delgado en la que se firmó un acta protestando contra de la anexión de Centroamérica al Imperio Mexicano.[7]​ De todos esos sucesos, este pintor se mueva a Francia, con diferentes sufrimientos que ha tenido en la vida y su porvenir[8]

En Ilobasco, departamento de Cabañas reconocido por el miniaturismo en barro. [9][10]​ La primera artesana en realizar estas figuras fue Dominga Herrera[11]​.

En La Palma, departamento de Chalatenango, además del barro para elaborar jarros y animalitos de todo tipo, desde hace un tiempo se trabaja también la madera en talleres artesanales que hacen toda clase de adornos: cofrecitos, cuelga-llaves, servilleteros, nacimientos... También trabajan la semilla de copinol (de unos dos centímetros de largo por uno de ancho), sobre la que se pintan escenas religiosas o campestres. El hecho es que proyectos artesanales como el de La Semilla de Dios, iniciado por Fernando Llort, han dado a conocer las artesanías de la región a escala internacional. Por lo que respecta a la madera, también hay que señalar la existencia de lugares donde se fabrican imágenes para las iglesias. Tradición que viene desde la época colonial, aún ahora encuentra continuadores: cristos e imágenes de santos se elaboran por encargo en Izalco, Sonsonate y Ataco, departamento de Ahuchapán. También las máscaras para historiantes se elaboran en esos talleres de larga tradición. Los cayucos o lanchas son típicos de zonas lacustres o costeras, como en Puerto El Triunfo, departamento de Usulután; se hacen del tronco del árbol de conacaste e implican una larga y paciente labor de tallado.

Respecto a los tejidos merecen destacarse los de hilo y los de fibra. Entre los primeros debe distinguirse entre tejidos elaborados con el telar de cintura y los hechos con el telar de palanca. El de cintura es de neta procedencia indígena; manipulado por las mujeres servía y sirve aún para elaborar superficies más bien estrechas: tapados (mantas pequeñas para cubrirse la cabeza) y fajas delgadas para atarse a la cintura. Todavía en Panchimalco, departamento de San Salvador, queda alguna tradición en ese sentido. El telar de palanca fue introducido por los europeos y sirve para hacer tejidos más anchos, como las colchas que se fabrican en San Sebastián, departamento de San Vicente, o como las hamacas (de nailon, henequén o algodón) salidas de talleres de Cacaopera, departamento de Morazán. Lo tejidos de fibra comprenden muchos productos y objetos. Los sombreros se hacen de palma y presentan gran variedad de formas y colores. La fabricación del sombrero sigue siendo importante porque esa prenda es parte indispensable del atuendo campesino; el sombrero sirve para librarse del sol y de la lluvia, y hasta de «contra» para los malos espíritus. En Tenancingo, departamento de Cuscatlán, hay familias especializadas en su elaboración. Las escobas se fabrican con fibra de sorgo. Candelaria de la Frontera, en el departamento de Santa Ana, es un lugar con vocación de ayudar en la limpieza de los hogares salvadoreños y aun guatemaltecos, ya que de ahí parte una regular cantidad de escobas. Las tombillas de barril y las tombillas cuadradas están hechas a base de vara de bambú y de carrizo y tiene múltiples usos, pues al ser como barriles de casi un metro de alto y unos sesenta centímetros de ancho, sirven para guardar ropa, juguetes y hasta papeles. Nahuizalco, en el departamento de Sonsonate, se caracteriza, entre otras cosas, por sus tombillas. Los canastos son cestos grandes hechos con vara de castilla o de bambú. Tiene múltiples usos: desde portadores de fruta y verduras hasta acompañantes obligados para los cortadores y cortadoras, quienes se afanan en llenarlos hasta el tope, con los granos rojos y mieludos del café. En Zacatecoluca, departamento de La Paz, se fabrican canastos baratos y resistentes. El mimbre se utiliza también en la fabricación de canastas, paneras y adornos en forma e animales. Con mimbre se hacen asimismo unos muebles muy elegantes en Nauhizalco, departamento de Sonsonate. Termina el recorrido por los tejidos de fibra con la mención de los petates (esteras) y las alfombras a base de fibra de yute. De la fibra de henequén salen redes y costales o sacos que sirven para transportar cerámica, frutas y granos.

El hierro y otros metales sirven para la fabricación de armas y adornos. El corvo o machete largo y delgado ha sido otro amigo y compañero fiel del campesino salvadoreño. Hecho de hierro y profusamente decorado, tanto en la parte metálica como en la vaina, es ahora un souvenir muy codiciado en El Salvador. Sin embargo la historia del corvo está teñida también de sangre, y todavía se recuerda los «indios machetudos» que intentaron botar al gobierno en 1932, o a los «macheteros» que resolvían sus querellas de juego de azar volándole la cabeza al oponente. La cuma (machete corto, ancho y de punta curvada) sirve para cortar zacate y grama; más que un arma es un instrumento de labranza que se ha llevado consigo los campesinos que llegan buscando suerte a las ciudades. Corvos y cumas se fabrican a escala industrial en fábricas especializadas y casi muy poco tiene que ver ya con las verdaderas artesanías. Con hierro se elaboran candelabros, lámparas y balcones en talleres que conservan aún el sabor artesanal. Pero el trabajo que ha captado la atención de nacionales y extranjeros por su originalidad ha sido la forja de la chatarra o fibras metálicas de desecho. Del morro se hacen cucharas, cucharones y guacales. Santiago de María, en el departamento de Usulután, se pinta para eso. Aunque en cuanto al morro pintado, propiamente, queda algún lugar que otros taller en Izalco, departamento de Sonsonate. Todavía salen de ahí maracas y animalitos como tuncos de monte, recordándonos que esa tradición artesanal viene desde épocas precolombinas. En San Alejo, departamento de La Unión, se fabrican metales o piedras de moles, las formas de esos implementos caseros muy poco han cambiado desde las remotas épocas en que se habitó Joya de Cerén, en el departamento de La Libertad. Flores de papel, puros (tabaco) y toda la gama de dulces y aún comidas constituyen la expresión de un pueblo diestro en manejar las manos, hábil para hacer cualquier «tontera»: un muñeco o un adorno bonito.

Un ámbito en el que se siente la presencia de aquel sustrato indígena es el de las leyendas y los mitos populares. Muchos de ellos han llegado hasta nosotros ya mestizados y otros están desapareciendo debido a la fuerte influencia de los modernos medios masivos de comunicación y la nueva cultura popular que de ellos deriva.

Los tres mitos más profusamente difundidos en todos los estratos de la población son el del cadejo, y sus afines, el de la sihuanaba y el cipitío.

El Cadejo es un perro misterioso que se aparece en los caminos solitarios a los trasnochadores. Se dice que cuando su silbido se oye cerca, es que el cadejo está lejos. Pero se habla también de dos cadejos: de uno blanco, el de las mujeres, y de otro negro, el de los hombres. O de que el blanco es bueno y el negro es malo. El hecho es que, al acercársele al desdichado, los ojos del cadejo brillan como brasas y, a consecuencia del susto, el pobre desafortunado puede acabar loco, «jugado» o, al menos, enfermar con fuertes fiebres y calenturas.

Según la versión salvadoreña, la Siguanaba se aparece también a los trasnochadores; se la ve en los ríos lavando ropa a la luz de la luna o de las estrellas.

Características suyas son el pelo larguísimo y las dos chiches o pechos que le cuelgan hasta la cintura. Parece que el susto mayor de quienes se topan con ella se produce cuando oyen su risa estentórea y burlona, al mismo tiempo que el ¡plash!...¡plash! de las chiches azotadas contra el agua. El mito tiene su origen en un antiguo relato náhua, según el cual una bella princesa indígena cometió el delito de adulterio y por ese delito los dioses la castigaron a sufrir eternamente tan horrible transformación.

Algunos ven en el mito más bien resonancias de una antigua costumbre náhua: las prostitutas no podían ejercer su oficio dentro de los poblados, por eso lo ejercían en las afueras del pueblo, en las quebradas y sitios enmontados. Su metamorfosis en ese ser horrible sería una expresión del repudio moral con que la iglesia católica condena la prostitución.

A este duende se lo hace hijo de la Sihuanaba, aunque posee un carácter festivo e inocente del que carece la madre. El Cipitío, por otra parte, es bajito, barrigón y tiene los pies vueltos al revés, de modo que su huellas engañan: uno cree que va en una dirección cuando en realidad lo hace exactamente en la contraria. El personaje Cipitío puede estar emparentado con una deidad precolombina: el Xipe Totec. Este dios era el patrono de la regeneración vegetal, por consiguiente tendrían que ver también con él los frutos y las flores. La leyenda dice que es un duende enamorado que les tira pequeñas pidresitas a las muchachas que le gustan.

Esta leyenda narra la historia de un espíritu que se encariña de las féminas más jóvenes del lugar, las acosa y no las deja de molestar hasta que las deja solteronas. El único modo de lograr que el duende las deje tranquilas es que realicen acciones como no bañarse o cualquier práctica antihigiénica que le luzca repulsiva al duende, provocando que se distancie de ellas y emitiendo un ruido muy atronador.

Se dice que a media noche pasa una carreta vieja, chillando va a su paso y quien la vea está se la lleva.

Según se dice lleva cuerpos de los muertos en la guerra, y que quien la escuche tiene que apagar las luces e ir a la cama, ¡nunca hay que verla!.

En la historia de El Salvador ha habido personajes que han gozado de gran popularidad debido a sus acciones en favor de —o en todo caso, del agrado de— las clases subalternas.

El indio Anastasio Aquino es uno de los más populares. Indagando al ver cómo trataban los patronos a sus peones indios, Aquino comandó una peligrosa insurrección en la región de los nonualcos (zona paracentral del país) durante el año 1833. Tanta fuerza cobró el levantamiento que Aquino pudo penetrar con sus tropas en la ciudad de San Vicente y tuvo, además, la osadía de coronarse, él mismo, Rey de los nonualcos, utilizando para ello la corona que ostentaba uno de los santos del templo donde coronó. Aquino dictó leyes draconianas («Al que robe una vez se le cortará una mano; al que robe de nuevo se lo fusilará») y solo fue vencido a causa de la traición de uno de sus lugartenientes.

El Robin Hood salvadoreño —si es que realmente existió— vivió a finales del siglo XIX y se lo conoció como El Partideño. Su sobrenombre deriva de su primer oficio: conducir partidas de ganado de un lado a otro de Centroamérica. Se convirtió en bandido singular cuando un hombre rico le raptó a su novia el mismo día de la boda. La venganza fue terrible: el bandido acuchilló al padre del ofensor y se dedicó, además, a asaltar y a matar a cuanto rico y noble se le cruzaba en el camino. Se cuenta que al final logró acabar también con el raptor de su novia, a pesar de que hacía tiempo que ésta había sido violada y asesinada por el indigno noble. A pesar de lo terrible de sus acciones El Partideño tenía un alto sentido de la justicia porque no permitía que se le robara o hiciera daño a los pobres. El pueblo, la gente sencilla, mitificó al bandido; se llegó a decir que podía convertirse en un racimo de guineos (bananos) o en cualquier animal con tal de escapar de sus perseguidores. El Partideño fue capturado y ahorcado en la ciudad de Santa Ana, pero los ecos de su azarosa vida calaron incluso en obras de arte culto, como es el caso de Ursino, pieza teatral del escritor Francisco Gavidia.

La tradición popular consagró también a un personaje enteramente ficticio. Se trata de Pedro Urdimales, una especie de pícaro traído a América en los relatos y cuentos chuscos de los conquistadores y colonizadores españoles, más tarde incorporado como propio por la tradición oral. El personaje es conocido en casi todo el continente, llevando a cabo casi las mismas bromas y protagonizando parecidas «pasadas» aunque, claro está, con rasgos que han ido variando de una región a otra. Pedro Urdimales se ríe de todo el mundo y, al que se deja, lo embroma. Se ríe de la autoridad eclesiástica. Por ejemplo, una de las anécdotas cuenta que Pedro convenció a un cura de que había capturado a la paloma del Espíritu Santo y que la tenía debajo del sombrero que había colocado en el suelo. Con cuidado, el cura metió la mano debajo del sombrero y, en vez de la sagrada paloma, fue a dar... con los excrementos del irreverente bromista.

La educación en El Salvador, de acuerdo con la Constitución de la República, es un derecho inherente a la persona humana; y en consecuencia, es obligación y finalidad primordial del Estado su conservación, fomento y difusión. Y es por eso que el Estado debe propiciar la investigación y el que hacer científico.[12]​ En ese sentido, es deber del Estado organizar el sistema educativo para lo cual creará las instituciones y servicios que sean necesarios, y también se garantiza a las personas naturales y jurídicas la libertad de establecer centros privados de enseñanza.[13]

En El Salvador se practican varios deportes, siendo el más popular el fútbol. En los últimos años también se ha ido destacando, el Fútbol de playa Así mismo, se practican el atletismo, surf, baloncesto, balonmano, natación, voleibol, entre otros.

La Iglesia católica es la confesión religiosa mayoritaria desde la época colonial aunque ha ido disminuyendo, ya de tener una feligresía cercana al 74% de la población. Ahora tiene menos del 50.4%. Las iglesias evangélicas como las de los anglicanos, luteranos, pentecostales, bautistas, Adventistas del Séptimo Día, mormones y Testigos de Jehová, han experimentado un importante crecimiento desde la década de 1970 y los años 2000. Hoy cerca del 38.2%[14]​de la población pertenece a una de estas iglesias cristianas. Existen también pequeñas comunidades judías e islámicas, originadas por la inmigración.

En 1994 es fundada la Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador (ADAPES), por un grupo de artistas salvadoreños y cuyo objetivo primordial es promover las artes plásticas y la gestión de proyectos culturales en El Salvador, dentro del campo de las artes visuales. Esta organización realiza diversas gestiones en el ámbito cultural propiciando proyectos con los artistas locales en las ramas de pintura, escultura y artes visuales relacionadas.

La asociación está formada por una junta directiva electa cada dos años y por los artistas miembros asociados, aproximadamente 80, y se mantiene con el aporte económico de empresas y artistas. Cuenta con un sitio en internet con información de eventos de Arte en El Salvador y también proporciona información de artistas locales.[15]



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