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Maximiliano de México



Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena (en alemán, Ferdinand Maximilian Joseph María von Habsburg-Lothringen. Viena, Austria; 6 de julio de 1832-Querétaro, México; 19 de junio de 1867) fue un noble político y militar austriaco-mexicano. Si bien nació con los títulos de archiduque de Austria y príncipe real de Hungría y Bohemia como Fernando Maximiliano de Austria, renunció a ellos para ser emperador de México con el título de Maximiliano I; su reinado fue el único del Segundo Imperio Mexicano, paralelo al gobierno republicano de dicho país encabezado por Benito Juárez. Además, dentro de la historiografía mexicana, es conocido simplemente como Maximiliano de Habsburgo.

Era hermano menor del emperador de Austria Francisco José I, y en 1857 se casó con la princesa Carlota de Bélgica, mismo año en que se le nombró virrey del reino de Lombardía-Véneto, el cual Austria adquirió en el Congreso de Viena y que se rebeló ante el poder de la Casa de Habsburgo. Su política hacia los rebeldes italianos, demasiado indulgente y liberal ante los ojos de las autoridades austriacas, lo obligaron a dimitir el 10 de abril de 1859.

Con la suspensión de pagos a la deuda externa, Francia (aliada de España y Reino Unido) inició en 1861 una intervención en México. Aunque sus aliados se retiraron de la batalla en abril de 1862, el ejército francés permaneció en el país. Como estrategia para legitimar la intervención, Napoleón III apoyó a un grupo de monárquicos del partido conservador —opositores del gobierno liberal que ya se habían reunido en la Asamblea de los Notables— y establecieron la Segunda regencia imperal. El 3 de octubre de 1863, una delegación de conservadores le ofreció a Maximiliano la corona de México; este condicionó su aceptación al trono a la celebración de un referéndum acompañado de sólidas garantías financieras y militares. Después de meses de dubitación, finalmente el 10 de abril de 1864 accedió a la petición.

El Segundo Imperio Mexicano obtuvo el reconocimiento internacional de diversas potencias europeas (entre ellas Reino Unido, España, Bélgica, Austria y Prusia); sin embargo, Estados Unidos —por influjo de la doctrina Monroe— reconoció al bando republicano de Juárez que, tras un largo plazo, no pudo ser vencido por el Segundo Imperio. En 1865, con el fin de la Guerra de Secesión, Estados Unidos patrocinó las fuerzas republicanas, que aunado a la retirada del ejército francés en el territorio al siguiente año, debilitó aún más la situación de Maximiliano. Su esposa, la emperatriz Carlota, regresó a Europa con la intención de conseguir apoyo definitivo de Napoleón III, sin embargo, fue en vano. Derrotado en el Cerro de las Campanas en Querétaro, Maximiliano fue capturado, juzgado por una corte marcial y, tal y como lo marcaba su sentencia, fusilado el 19 de junio de 1867. Tras su muerte, se reinstauró el sistema republicano en México, que dio inicio al periodo denominado como la República Restaurada.

Maximiliano nació en el Palacio de Schönbrunn, cerca de Viena en Austria el 6 de julio de 1832[1]​. Fue el segundo hijo del archiduque Francisco Carlos de Austria y la archiduquesa consorte Sofía de Baviera y nieto del emperador reinante Francisco I de Austria por parte de su padre. Su primer nombre (Fernando Maximiliano José) rinde homenaje a su padrino y tío paterno, quien en 1835 se convirtió en emperador Fernando I de Austria, y a su abuelo materno, el rey Maximiliano I de Baviera[2]​; además, fue hermano menor del futuro emperador Francisco José I.

Un rumor recurrente ve en Maximiliano el hijo del duque de Reichstadt (Napoleón II), criado en la corte de Austria entre los Habsburgo[3]​. La archiduquesa Sofía se había vuelto muy cercana al duque de Reichstadt después del nacimiento de Francisco José en agosto de 1830. Cuando el duque de Reichstatdt murió el 22 de julio de 1832, Sofía estaba tan molesta que no pudo amamantar a Maximiliano, que solo tenía dos semanas de edad. Maximiliano se crio por primera vez por una institutriz, la baronesa Louise Sturmfeder von Oppenweiler, antes de ser, a los siete años, educado por preceptores a la cabeza de los cuales se coloca el conde Heinrich de Bombelles, diplomático de origen francés al servicio de Austria[4]​. Maximiliano en su infancia sufrió de mala salud y constantemente se resfría en las habitaciones del Palacio de Hofburg con poca calefacción. Apreciaba particularmente el jardín privado del emperador, el cual, tenía un espacio personal conformado por una arboleda de palmeras y plantas tropicales donde anidan una pareja de loros; de ahí nació su gusto por el dibujo del paisajismo que se vio reflejado con dibujos que hizo en años posteriores de los jardines que las residencias que habitó a lo largo de su vida[5]​.

Entre todos los hijos de su madre, ella declaraba que Maximiliano era el más cariñoso: mientras que su hermano Francisco José era «precozmente ahorrativo», Maximiliano revela una naturaleza más soñadora y derrochadora. Aunque, todos los hijos de Francisco Carlos fueron educados de la misma manera, tuvieron que inclinarse desde una edad temprana a los rigores de la etiqueta de la corte en Viena.[6]

Maximiliano y Francisco José fueron muy cercanos. Desde 1835, su tío Fernando había reinado en Austria; los dos adolescentes se complacían en burlarse de él considerándolo intelectualmente deficiente[7]​. Cuando Maximiliano cumplió trece años de edad (en 1845), él y su hermano recorrieron las provincias italianas pertenecientes a Austria en compañía del mariscal Radetzky. Compartieron un horario escolar denso: hasta cincuenta y cinco horas de estudio por semana cuando Maximiliano tenía diecisiete años[8]​; de idiomas aprendieron —además de su nativo alemáninglés, francés, otros utilizados en el vasto imperio como italiano, húngaro, polaco, rumano y algunos rudimentos del checo[9]​; además, Maximiliano también aprendió piano, modelado, filosofía, historia, derecho canónico y equitación[10]​.

En febrero de 1848, la revolución de los italianos ganó rápidamente todo el imperio. El despido de Klemens von Metternich marcó el final de una era. El emperador Fernando I fue reconocido como incapaz de gobernar. Su hermano y sucesor legítimo, el archiduque Francisco Carlos, alentado por su esposa la archiduquesa Sofía, renunció a sus derechos al trono en favor de su hijo mayor Francisco José, quien comenzó su reinado el 2 de diciembre de 1848.[11]

Desde el principio, Francisco José se tomó el poder con seriedad y eficacia. Los húngaros resistieron hasta el verano de 1849, cuando Francisco José puso a Maximiliano al mando de operaciones militares. Mientras permanecía impasible, Maximiliano informó: «Las balas silban sobre sus cabezas y que los rebeldes les disparan desde casas en llamas»[12]​. Tras la victoria sobre los húngaros, se ejerció una represión implacable contra los opositores, algunos de los cuales fueron ahorcados y fusilados en presencia de los archiduques. A diferencia de su hermano, Maximiliano quedó impresionado por la brutalidad de las ejecuciones[13]​. Maximiliano admira la naturalidad con la que su hermano recibió el homenaje de ministros y generales. Ahora él también tienía que pedir audiencia antes de ver a su hermano[14]​.

Los análisis de su personalidad son contrastados: O. Defrance lo presenta como menos talentoso y de carácter más complejo que su hermano mayor,[15]​ mientras que L. Sondhaus indica, por el contrario, que a menudo había eclipsado a su hermano desde la infancia y que este último parecía más aburrido y menos talentoso en comparación[16]​. Maximiliano a los dieciocho fue descrito como atractivo, soñador, romántico y diletante[17]​.

En 1850, Maximiliano se enamoró de la condesa Paula von Linden, la hija del embajador de Württemberg en Viena. Sus sentimientos fueron recíprocos, pero debido al menor rango de la condesa, Francisco José puso fin a este idilio enviando a Maximiliano a Trieste para familiarizarlo con la marina austriaca, en la que está llamado a hacer carrera.[18]

Maximiliano se embarcó en la corbeta Vulcain para un breve crucero por Grecia. En octubre de 1850 fue nombrado teniente de marina antes de realizar, en el a principios de 1851, un viaje a bordo del Novara. Aquel primer viaje largo le encantó tal comom alguna vez lo exprexó: «Voy a cumplir mi sueño más querido: un viaje por mar. Con algunos conocimientos, dejó la querida tierra austriaca. Este momento es una fuente de gran emoción para mí»[19]​. Este viaje lo llevó en particular a Lisboa. Allí conoció a la princesa María Amelia de Braganza, de diecinueve años, única hija del difunto emperador de Brasil Pedro I y descrita como hermosa, piadosa e ingeniosa, recibió una educación refinada[20]​. Ambos se enamoraron. Francisco José y su madre autorizan un posible matrimonio. Sin embargo, en febrero de 1852, Maria Amelia contrajo escarlatina. Con el paso de los meses, su salud empeoró antes del brote de tuberculosis. Sus médicos le aconsejaron que se fuera de Lisboa a Madeira, a donde llegó en agosto de 1852. A finales de noviembre, se perdió toda esperanza de recuperar su salud[21]​. Ella murió el 4 de febrero de 1853, razón por lo que Maximiliano sufrió un profundo dolor[22][23]​.

Maximiliano se perfeccionó en comandar tripulaciones y recibió una sólida formación técnica naval. El 10 de septiembre de 1854 fue nombrado Comandante en Jefe de la Armada de Austria y ascendió a contralmirante; de ahí agarró un particlar gusto por yendo a distintos destinos, como lo hizo en los años siguientes a Beirut, Palestina o Egipto[24]​.

A finales de 1855, mientras navegaba por mares agitados en las aguas del Adriático, encontró refugio en el golfo de Trieste; inmediatamente pensó en construir allí una residencia algún día. Los trabajos de construcción del Castillo de Miramar comenzaron en marzo de 1856. Después de la guerra de Crimea, el Tratado de París firmado el 30 de marzo de 1856 ofreció a Maximiliano la oportunidad de visitar Francia con Napoleón III y su emperatriz Eugenia,[25]​ dos personajes que serían influyentes en su vida los años posteriores.

En mayo de 1856, Francisco José le pidió a Maximiliano que regresara de París, y antes de regresar a Viena, se detuviera en Bruselas para visitar al rey de los belgas Leopoldo I. El 30 de mayo de 1856, Maximiliano llegó a Bélgica donde fue recibido por Felipe, Conde de Flandes, hijo menor del rey Leopoldo. Acompañado por los príncipes de Bélgica, Maximiliano visitó las ciudades de Tournai, Cortrique, Brujas, Gante, Amberes y Charleroi[26]​. En Bruselas, Maximiliano conoció a la hija única del Rey y de la difunta reina Luisa de Orleans, la princesa Carlota de dieciséis años, que inmediatamente cayó bajo su encanto[27]​.

El padre de Carlota, habiendo notado los sentimientos de su hija por él, le sugirió a Maximiliano que pidiera su mano. Maximiliano, por tanto, así lo hizo. Recibió una cordial bienvenida en la corte belga, pero no pudo dejar de juzgar la sobriedad del Castillo de Laeken —donde observó que las escaleras eran de madera y no de mármol— tan alejado del lujo de las residencias imperiales vienesas[26]​. A su futuro yerno, el rey Leopoldo le escribió: «En mayo te ganaste […] toda mi confianza y mi benevolencia. También noté que mi niña compartía estas disposiciones; sin embargo, era mi deber proceder con cautela»[28]​.

En realidad, tras aceptar el matrimonio con la princesa belga, pero no mostró entusiasmo ni señales de estar enamorado[29]​. Negoció amargamente la dote de su novia[30]​. Despreciado por Carlota, el príncipe Jorge de Sajonia le adviertió al rey Leopoldo contra «el carácter calculador del archiduque de Viena»[31]​. En cuanto al duque de Brabante, el futuro Leopoldo II, le escribió a la reina Victoria: «Max es un niño lleno de ingenio, conocimiento, talento y bondad. […] El archiduque es muy pobre, busca sobre todo enriquecerse, ganar dinero para completar las diversas construcciones que ha emprendido»[32]​.

Mientras continúan las amargas transacciones financieras entre Viena y Bruselas con vistas al matrimonio, el rey Leopoldo solicitó que se redactara un acto de separación de bienes para proteger los intereses de su hija[32]​. Poco preocupada por el arreglo de estas consideraciones puramente materiales, Carlota declaró: «Si, como está en cuestión, el Archiduque fue investido con el Virreinato de Italia, eso sería encantador, eso es todo lo que quiero». El compromiso se concluyó el 23 de diciembre de 1856.

Unas semanas más tarde, el 28 de febrero de 1857, Maximiliano fue nombrado oficialmente virrey del reino de Lombardía-Véneto que Austria había adquirido en el Congreso de Viena y que se rebeló ante el poder de la casa de los Habsburgo.[33]

El 27 de julio de 1857, Maximiliano se casó con la princesa Carlota de Bélgica en el palacio real de Bruselas. Carlota era además prima de la reina Victoria, cuyo esposo, el príncipe consorte Alberto, hizo el viaje para llegar a la boda en Bruselas. Esta alianza aumentó el prestigio de la reciente dinastía belga, que se aliaba, una vez más, con la secular Casa de Habsburgo.[34]

Maximiliano y Carlota hicieron su entrada gozosa en Milán el 6 de septiembre de 1857, lugar donde oficialmente residirían, y que era sede del gobierno de Lombardía-Véneto; además, se quedaron intermitentemente en el palacio real y a veces en la villa de Monza[35]​. Como gobernador, Maximiliano vivió como un soberano, rodeado por un imponente patio formado por chambelanes y mayordomos[36]​. Comandante en jefe de la armada austríaca, Maximiliano desarrolló la flota imperial y alentó la expedición de la fragata Novara que llevó a cabo la primera gira mundial marítima comandada por el Imperio austríaco, una expedición científica que duró más de dos años (1857-1859) en el que participan los eruditos vieneses[37]​.

Durante su gobierno en Lombardía, Maximiliano continuó la construcción del castillo de Miramar. La construcción del castillo termina a finales del año 1860 según los planes de Maximiliano y en particular gracias a la dote de Carlota. Su hermano, el futuro Leopoldo II, anotó alguna vez en su diario: «La construcción de este palacio en estos días es una locura sin fin»[38]​.

Políticamente, el Archiduque Maximiliano estuvo muy influenciado por las ideas progresistas en boga en ese momento. Su nombramiento al virreinato, en sustitución del viejo mariscal Joseph Radetzky, respondió al creciente descontento de la población italiana por la llegada de una figura más joven y liberal. La elección de un archiduque, hermano del emperador de Austria, tiendía a fomentar una cierta lealtad personal a la Casa de Habsburgo.

A pesar de los esfuerzos realizados, Maximiliano y Carlota, sin embargo, no alcanzaron el éxito esperado en Milán. Carlota intentó conquistar sus nuevos designios hablando en italiano e hizo todo lo posible por complacer a su gente: visitaba instituciones benéficas, inaugura escuelas y llegó a vestirse como una campesina lombarda para atraer las buenas gracias de los italianos[39]​. En la Pascua de 1858, vestidos con ropas ceremoniales, ella y Maximiliano caminaron por el Gran Canal de Venecia, intoxicados por su importancia[40]​. Sin embargo, los sentimientos antiaustríacos crecieron entre la población italiana a pesar de todos los intentos de seducir a los ciudadanos[33]​.

El trabajo de Maximiliano en las provincias que gobernaba fue fructífero y rápido: revisión del catastro, distribución más equitativa de los impuestos, establecimiento de médicos cantonales, profundización de los pasos de Venecia, ampliación del puerto de como, drenaje de las marismas para frenar la malaria y fertilizar el suelo, irrigación de las llanuras de Friul, saneamiento de las lagunas. También una serie de mejoras urbanísticas: la Riva se extiendió a los jardines reales de Venecia, mientras que en Milán, los paseos ganaron importancia, la plaza del Duomo se ensanchó, se trazó una nueva plaza entre La Scala y el Palacio Marino, y se restauró la biblioteca Ambrosiana[41]​. El Ministro de Relaciones Exteriores de Reino Unido escribió en enero de 1859: «La administración de las provincias lombardo-venecianas fue dirigida por el Archiduque Maximiliano con gran talento y un espíritu imbuido de liberalismo y la más honorable conciliación»[42]​.

Maximiliano era oficialmente el virrey de Lombardía-Véneto, pero su autoridad quedaba limitada por el poder ejercido por los soldados del Imperio austríaco opuestos a cualquier tipo de reforma liberal. Maximiliano fue a Viena en abril de 1858 para pedirle a su hermano que concentrara personalmente los poderes administrativos y militares, mientras seguía una política de concesiones. Francisco José I rechazó aquella solicitud y lo obstaculizó para liderar una política más represiva[33]​.

Maximiliano se redujo a desempeñar el papel de una especie de prefecto de policía, mientras aumentan las tensiones con Piamonte. El 3 de enero de 1859, Maximiliano, por razones de seguridad y por temor a que la atacaran en público, envió a Carlota de regreso a Miramar y envió sus objetos más preciados fuera de los territorios que gobernaba. Solo en el palacio de Milán, compartió sus quejas con su madre: «Así que aquí estoy desterrado y solo como un ermitaño […]. Soy el profeta que es ridiculizado, que debe probar, pieza por pieza, lo que predijo palabra por palabra a oídos sordos»[43]​.

En febrero de 1859, se llevaron a cabo numerosas detenciones en Milán y Venecia. La mayoría de los prisioneros pertenecen a las clases pudientes de la población y son enviados a Mantua y a las fortalezas de la monarquía. La ciudad de Brescia estaba ocupada por la milicia, mientras que muchos batallones acamparon en Plasencia y a lo largo de las orillas del Po. El archiduque Maximiliano intentó moderar las severas disposiciones del general Ferencz Gyulai. Maximiliano acababa de obtener el permiso de su hermano para reabrir las escuelas de derecho privadas en Pavía, así como la Universidad de Padua. En marzo de 1859 estallaron incidentes entre la policía y los milaneses, al igual que en Verona. En Pavía, uno de los estados gobernados por Maximiliano, Austria creó una verdadera tripulación de asedio militar. La situación en Italia se volvió aún más crítica: el orden ya no se podía mantener allí excepto por tropas extranjeras.

La obra conciliadora de Maximiliano se derrumbó, sus proyectos para intentar mejorar el bienestar de sus ciudadanos sometidos a la ocupación extranjera se abortaron. Sus esfuerzos por regenerar Lombardía-Véneto chocaron con la oposición de Austria, que combatió cualquier elemento que perturbara su programa unitario. El 10 de abril de 1859, Maximiliano, a quien el gobierno de Viena considera demasiado liberal en las reformas que deseaba emprender, demasiado indulgente con los rebeldes italianos y demasiado derrochador,[44]​ fue obligado por su hermano a dimitir de su cargo[45]​.

La dimisión de Maximiliano fue recibida con satisfacción por un importante actor de la unificación italiana, Camilo Cavour, que declaró: «En Lombardía, nuestro enemigo más terrible […] era el archiduque Maximiliano, joven, activo, emprendedor, que se entregó por completo a la difícil tarea de conquistar a los milaneses y que iba a triunfar. Su perseverancia, su forma de actuar, su espíritu justo y liberal ya nos habían privado de muchos seguidores; nunca las provincias lombardas habían sido tan prósperas y tan bien administradas. Gracias a Dios, el buen gobierno de Viena intervino y, como de costumbre, aprovechó sobre la marcha la oportunidad de cometer una locura, un acto descortés, el más fatal para Austria, el más ventajoso para Piamonte […]. Lombardía ya no podía escapar de nosotros».[46]

Poco después de la destitución de Maximiliano, Austria perdió el control de la mayoría de sus posesiones italianas. La magnánima política de Maximiliano comenzaba a dar sus frutos, pero el 26 de abril de 1859 no pudo evitar que Austria declarara la guerra al rey de Cerdeña Víctor Manuel II. Este último, apoyado por la Francia de Napoleón III, salió victorioso y, tras el armisticio de Villafranca confirmado por el Tratado de Zúrich en noviembre de 1859, anexó Lombardía (excepto las fortalezas de Mantua y Peschiera) al reino de Cerdeña.[46]

La rica ciudad de Milán deja, por tanto, el redil austriaco a la gran ira de los vieneses que vilipendian al emperador Francisco José I, instándolo a abdicar en favor del popular Maximiliano. En cuanto a Venecia, durante su encuentro en Villafranca en julio de 1859, Napoleón III propuso a Francisco José I crear un reino veneciano independiente al frente del cual se colocarían Maximiliano y Carlota. Francisco José I rechaza categóricamente la posibilidad.[46]

A los veintisiete años, el archiduque, ahora sin actividad oficial y sin perspectivas reales, dejó Milán para retirarse a la costa dálmata donde Carlota acababa de adquirir la isla de Lokrum y su convento en ruinas. Rápidamente transformó la antigua abadía benedictina en un segundo hogar antes de poder mudarse a su Castillo en Miramar en la Navidad de 1860, donde el trabajo estaba casi terminado.[47]​ Mientras se encontraban los obreros aún haciendo trabajo en el castillo, la pareja primero ocupó los apartamentos en la planta baja antes de poder hacerlo con el resto del castillo.[48]

Mientras tanto, Maximiliano y Carlota se embarcaron en un viaje a bordo del yate "Fantasía" que los llevó a Madeira en diciembre de 1859, al lugar donde la princesa María Amelia de Brasil, exprometida de Maximiliano, murió seis años antes.[49]​ Allí, Maximiliano fue presa de los lamentos melancólicos. Escribió: «Veo con tristeza el valle de Machico y la amable Santa Cruz donde, hace siete años, habíamos vivido momentos tan dulces… Siete años llenos de alegrías, fructíferos en pruebas y amargas desilusiones. Fiel a mi palabra, vuelvo a buscar sobre las olas del océano un descanso que la tambaleante Europa ya no puede dar a mi alma inquieta. Pero una profunda melancolía se apodera de mí cuando comparo las dos épocas. Hace siete años desperté a la vida y caminé con paso vivo hacia el futuro; hoy ya siento fatiga; mis hombros ya no son libres y ligeros, tienen que soportar el peso de un pasado amargo… Es aquí donde murió la única hija del Emperador de Brasil: una criatura consumada, dejó este mundo imperfecto, como un puro ángel de luz, para volver al cielo, su verdadera patria. Desde el hospital, fundado por una madre desafortunada en recuerdo de su hija, me fui no muy lejos a la casa donde el ángel llorando amargamente dejó la tierra, y permanecí un largo tiempo envuelto en pensamientos de tristeza y luto».[50]

Sufriendo, Carlota se quedó sola en Funchal durante tres meses, mientras Maximiliano continuaba en su propio peregrinaje tras los pasos de su difunta prometida a Brasil, donde visitó tres estados: primero Bahía, luego Río de Janeiro y finalmente Espírito Santo.[50][51]​ Este viaje incluyó una estancia en la corte del emperador Pedro II, y también presentó aspectos científicos y etnográficos. Maximiliano se embarcó en una aventura en la selva y visita varias plantaciones.[51]​ Consiguió la ayuda de su médico personal, August von Jilek, aficionado a la oceanografía y especializado en el estudio de patologías infecciosas como la malaria.[51]​ Maximiliano no se contentó con apreciar líricamente la belleza de estas regiones; recogió mucha información sobre temas como botánica, ecosistemas o métodos agrarios.[51]​ Juzgó el empleo de esclavos en el sistema latifundista como cruel y manchado de pecado.[51]​ En cuanto a los sacerdotes, los consideró inmodestos y demasiado poderosos en el Imperio.[52][51]

Al regresar de su viaje por Brasil, Maximiliano regresó por Funchal donde él y Carlota se preparaban para regresar a Europa, no sin antes haber hecho escala en Tetuán donde aterrizaron el 18 de marzo de 1860.[53]​ Ahora en Europa, mientras su esposa estaba deprimida en Lokrum, Maximiliano se escapó a Viena, donde le es infiel, pero la vida vienesa lo cansó rápidamente. Durante este exilio dorado pero forzado, Carlota le pintó a su familia un retrato idílico de su retiro, ignorando el alejamiento cada vez más marcado de los cónyuges y su vida marital reducida a nada.[54]

En Francia, las ambiciones imperialistas de Napoleón III lo llevaron a intervenir en la política mexicana. Aprovechando la Guerra de Secesión que paralizó a Estados Unidos y con el pretexto de obtener el reembolso de las deudas del gobierno de Benito Juárez, Francia ratificó el 31 de octubre de 1861 el Convenio de Londres. Aquel tratado, contrario a la doctrina Monroe (que condenaba cualquier intervención europea en los asuntos de las «Américas»), constituyó el preludio de la Intervención a México en la que Francia se alió junto a los españoles e ingleses. Después de la partida de sus aliados en abril de 1862, Francia decidió quedarse y nutrió el ambicioso plan de ocupar el país para que se convirtiera en una nación industrializada que competiría con Estados Unidos.[55]

Tras la toma de Puebla en mayo de 1863 que abrió el camino a México, las tropas francesas, al mando de los generales Frédéric Forey y François Achille Bazaine, entraron a México en junio y ocuparon Ciudad de México.

El objetivo de Napoleón III era que México fuera un protectorado francés. Si México se volvía teóricamente independiente y pronto se dotaba de un soberano que llevase el título de emperador, todo lo concerniente e a la política exterior, el ejército y la defensa podría ser administrado por los franceses. Además, Francia se convertiría en el principal socio comercial del país: favorecida para inversiones, compras de materias primas y otros productos de importación. Francia intensificó el envío de colonos (en particular los Barcelonnettes, originarias de Barcelonnette y el valle de Ubaye, en los Alpes de Alta Provenza) para fortalecer su presencia en suelo mexicano.[56]

En México, la Guerra de Reforma de 1858 a 1861, había dejado en la ruina a todos los niveles. A lo largo de los gobiernos de Juan Álvarez, Ignacio Comonfort y Benito Juárez se habían expedido las Leyes de Reforma. A través de ellas, se suprimieron los fueros de la Iglesia y del Ejército, se decretó la libertad de imprenta, se desamortizaron los bienes eclesiásticos y de las corporaciones civiles, se prohibieron las obvenciones parroquiales, se decretó la libertad de cultos, se creó el Registro Civil y se le arrebató a la Iglesia el control monopólico de los matrimonios y defunciones.

Dichas leyes polarizaron la sociedad mexicana, lo que dio inicio a un cruenta guerra que duraría tres años, en la cual los conservadores mexicanos y religiosos lucharían por mantener sus privilegios contra un ejército estatal. Los grandes terratenientes formaron sus propios ejércitos, y aprovechando la Guerra de Secesión, acorralaron a las fuerzas del presidente Juárez y pidieron ayuda a Europa.

En territorio francés, Napoleón III planeó ofrecer la corona imperial mexicana a Maximiliano, que conocía personalmente y cuyas cualidades apreciaba.[57]​ Esta estima era recíproca; Maximiliano escribió durante su primer encuentro: «Aunque el emperador no tiene el genio de su famoso tío, sin embargo tiene, afortunadamente para Francia, una personalidad grandísima. Domina su siglo y dejará su huella en él»,[58]​ antes de declarar: «No es admiración lo que le tengo, sino adoración».[58]

En julio de 1862, Napoleón III citó directamente el nombre del Archiduque Maximiliano como candidato a Francia. Maximiliano, por su parte, visitó Brasil, única monarquía del continente americano, lo que lo fascinó durante su viaje en 1860.[50]

Tras la derrota republicana en México, se acordó que se restauraría el tradicional sistema de gobierno en el Imperio Mexicano, con lo que se encomendó al Partido Conservador una búsqueda por encontrar un príncipe europeo que cumpliera con ciertas aptitudes para gobernar un territorio tan complejo como lo era México, pues se pedía que fuera católico y además que respetara las tradiciones de la nación —cosa que habían incumplido los gobiernos republicanos—.[59][60][61]

El 21 de julio de 1864 se formó entre los conservadores la Junta Superior de Gobierno (también llamada Asamblea de notables o Junta de los treinta y cinco, por su número de integrantes), siendo su presidente Teodosio Lares asignado por Frédéric Forey, ministro plenipotenciario de los franceses. Durante varios meses, se discutió sobre posibles candidatos, entre los que se encontraron el infante Enrique de Borbón, duque de Sevilla, entre otros. Finalmente, Napoleón III decidió proponer él a un candidato que cumpliera con los requisitos del Congreso Mexicano, como era quizás el único que de hecho conocía personalmente a estos príncipes europeos, su candidato gozaba de mayor credibilidad que los del resto.[59]

Al concluir las largas discusiones, se aprobó la candidatura propuesta por el emperador francés y se creó una comisión de personalidades notables para que fueran a entrevistarse con dicho candidato, y pedirle que aceptara el trono del imperio, evidentemente, ese candidato era el archiduque Maximiliano de Austria, retirado en su Castillo de Miramar, en la costa del Mar Adriático.[62]

El 10 de julio de 1863, la Junta Superior de Gobierno se disolvió oficialmente emitiendo como último acto el siguiente dictamen que se publicó al día siguiente:[63]

La delegación conservadora se escogió cuidadosamente, todos debían ser dignos de representar a México y su historia, teniendo también cuidado que fueran personas que representasen adecuada y dignamente al país frente al archiduque. Por su parte, Maximiliano ya sabía lo que estaba por ocurrir y había tenido tiempo de considerarlo con seriedad.

El 3 de octubre de 1863 llegaría al Castillo de Miramar la delegación mexicana encabezada por el diplomático José María Gutiérrez de Estrada, seguido de Juan Nepomuceno Almonte (hijo bioloógico del insurgente José María Morelos y Pavón), José Pablo Martínez del Río, Antonio Escandón, Tomás Murphy, Adrián Woll, Ignacio Aguilar y Marocho, Joaquín Velázquez de León, Francisco Javier Miranda, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar y Ángel Iglesias como secretario.[64]

José María Gutiérrez Estrada, político mexicano conservador, al frente de una diputación oficial de México, fue a Miramar para ofrecer la corona imperial mexicana a Maximiliano. Afirmó ser el portavoz de la Asamblea de Notables que se reunió en la Ciudad de México el 3 de julio. Maximiliano respondió oficialmente: «Es halagador para nuestra casa que los ojos de sus compatriotas se hayan vuelto hacia la familia de Carlos V en cuanto se pronunció la palabra monarquía. […] Sin embargo, reconozco, en perfecto acuerdo con S. M. el Emperador de Francia, cuya gloriosa iniciativa permitió la regeneración de su hermosa patria, que la monarquía no podía establecerse allí sobre una base legítima y perfectamente sólido sólo si toda la nación, expresando su voluntad, llega a ratificar el deseo de la capital. Por tanto, es del resultado de los votos de la generalidad del país que debo hacer depender en primer lugar, la aceptación del trono que se me ofrece».[65][66]

Maximiliano, por tanto, postergó las cosas antes de aceptar la proposición. Aconsejado por su suegro, el rey de los belgas Leopoldo I, Maximiliano exigió la celebración de un referéndum popular acompañado de garantías sobre el apoyo financiero y militar de Francia.[67]

En marzo de 1864, Maximiliano y Carlota viajaron a París, donde el emperador Napoleón III y la emperatriz Eugenia les dieron una cálida bienvenida para animarlos a aceptar el trono de México. El emperador se comprometió a mantener 20 000 soldados franceses en México hasta 1867. Maximiliano contrajo frente a Napoleón III una obligación de 500 millones de pesos mexicanos, equivalente en ese momento a dos mil quinientos millones de francos de oro, destinados a subsidiar sus proyectos cuando reinó en México. En cuanto al rey Leopoldo, prometió enviar una fuerza expedicionaria belga a México para apoyarlos.[68]

El mismo mes más tarde Maximiliano fue a Viena a visitar a su hermano, el emperador Francisco José I, quien le pidió que firmara un pacto familiar que lo obligaba a renunciar para él y sus descendientes a sus derechos a la corona austriaca, a una posible herencia, así como a su patrimonio mueble e inmueble en Austria, de lo contrario no podrá reinar en México. Maximiliano intentó agregar una cláusula secreta que le permitiría, en caso de que falle en México, recuperar sus derechos familiares si regresara a Austria. Francisco José I rechazó la adición de esta cláusula, sin embargo prometió subsidios y soldados voluntarios (seis mil hombres y trescientos marineros), así como una pensión anual.[69]

Los padres de los dos intentaron, en vano, influir en la decisión de Francisco José I. Sin embargo, acompañado por sus hermanos Carlos Luis y Luis Víctor, así como por otros cinco archiduques y dignatarios del Imperio Austriaco, Francisco José I aterrizó en Miramar porque Maximiliano finalmente resolvió aceptar las severas condiciones impuestas por su hermano. Desanimado por estos drásticos requisitos, Maximiliano consideró dejar de ir a México.

Sin embargo, después de una larga y muy violenta discusión entre los dos hermanos, Francisco José I y Maximiliano firmaron el pacto familiar deseado el 9 de abril de 1864. Aunque, cuando se dejaron en el andén de la estación, se abrazaron con gran emoción.[70]

Al día siguiente, el 10 de abril de 1864 en Miramar, Maximiliano declaró a los delegados mexicanos que aceptaba la corona imperial[71]​, convirtiéndose oficialmente en Emperador de México. Afirmó que los deseos del pueblo mexicano le permitían considerarse como el legítimo representante electo del pueblo. Aunque, en realidad, Maximiliano fue engañado por algunos conservadores mexicanos, entre ellos el general Juan Nepomuceno Almonte, quien le aseguró un hipotético apoyo popular masivo. Para tener un supuesto documento de que ratificara el apoyo al emperador, la diputación mexicana lo produjo, agregando al margen el número de la población en la localidad en la que residía cada uno de los delegados, como si todos los habitantes hubieran ido a las urnas.[72]

Ese mismo 10 de abril estaba prevista una cena oficial en Miramar en el gran salón de Les Mouettes. Al borde de un ataque de nervios, Maximiliano se retiró a sus apartamentos, donde fue examinado por el doctor August von Jilek. El médico lo encontró postrado y tan abrumado que le sugirió que descanse en el pabellón de Gartenhaus para tranquilizarse. Carlota, por tanto, presidió el banquete sola.

La salida hacia México se fijó para el 14 de abril de 1864. A bordo de la fragata austriaca SMS Novara, escoltado por la fragata francesa Thémis, Maximiliano se encontró más sereno. Carlota y él hicieron escala en Roma para recibir la bendición del papa Pío IX. El 19 de abril de 1864, durante la audiencia pontificia, todos evitaron mencionar directamente el expolio de los bienes del clero por parte de los republicanos mexicanos, pero el Papa no pudo dejar de subrayar que Maximiliano debiese respetar los derechos de sus pueblos y los de la Iglesia.[73]

Durante la larga travesía, Maximiliano y Carlota rara vez evocaron las dificultades diplomáticas y políticas a las que pronto se enfrentarán, pero concibieron con gran detalle la etiqueta de su futura corte. Empezaron a escribir un manuscrito de seiscientas páginas relacionado con lo ceremonial, estudiado en sus aspectos más minuciosos. El Novara se detuvo en Madeira y Jamaica. Los viajeros soportaron fuertes tormentas antes de una última escala en Martinica.[74]

Maximiliano llegó a México el 28 de mayo de 1864 por el puerto de Veracruz. Con la fiebre amarilla en Veracruz, la nueva pareja imperial cruzó la ciudad sin detenerse allí. Esta epidemia y la temprana hora de su desembarco les valió una mala acogida por parte de la población de Veracruz. Carlota estaba particularmente impresionada.

Cruzar tierras cálidas, malas condiciones climáticas y un accidente automovilístico ayudaron a proyectar una sombra desfavorable sobre sus primeros pasos en México. En Córdoba, sin embargo, Maximiliano y Carlota fueron aclamados por los nativos que los veían como libertadores.[75]​.

Las ovaciones siguieron produciéndose en camino a Ciudad de México. La llegada a otras ciudades, las recepciones fueron muy jubilosas y de gran algarabía, lo cual se expresó especialmente en Puebla. Ya más cercanos a Ciudad de México se les ofreció un panorama distinto: un país herido por la guerra y profundamente dividido en sus convicciones. En un corto período de tiempo, Maximiliano se enamoró de los hermosos paisajes de su nuevo país y de su gente.

El 12 de junio de 1864, la pareja imperial hizo su entrada oficial en la capital. Se detuvieron en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, donde les esperaba una parte importante de la sociedad de la Ciudad de México. Las diputaciones de las provincias del interior también dieron testimonio de su entusiasmo[76]​.

Mientras, las tropas francesas continuaban peleando en territorio mexicano. Inmediatamente Maximiliano comenzó a construir museos y trató de conservar la cultura mexicana, lo cual queda como una de sus grandes contribuciones como emperador. La emperatriz Carlota comenzó a organizar fiestas para la beneficencia mexicana a fin de obtener fondos para las casas pobres.

El Palacio Nacional de México —que había sido, desde la consumación de la Independencia, históricamente utilizado como residencia oficial presidencial— no correspondió con la idea que tienen Maximiliano y Carlota de una residencia imperial. Entregado a las chinches, el edificio era una especie de cuartel austero y ruinoso que requería un trabajo importante.[77]

Una semana después de su llegada, Maximiliano y Carlota prefirieron instalarse en el Castillo de Chapultepec, ubicado en una colina de Ciudad de México.[77]​ Este castillo, que Maximiliano rebautizó con el nombre de «Miravalle», está ubicado en un sitio anteriormente ocupado por mexicas.[78]

Poco después de su llegada, Maximiliano pidió que se trace una avenida desde el castillo de Chapultepec hasta el centro de la capital. La avenida, originalmente nombrada en honor a Carlota, «Paseo de la Emperatriz», años después se convirtió en Paseo de la Reforma[79]​. La pareja imperial también disfrutó del Palacio de Cortés en Cuernavaca en verano. Maximiliano realizó numerosas y costosas mejoras en sus diversas propiedades, mientras que la situación de Hacienda era catastrófica.[80]

A fines de julio de 1864, seis semanas después de su entrada triunfante a la Ciudad de México, Maximiliano se quejó de la ineficacia de la escuadra francesa que no salía de Veracruz, dejando los puertos de Manzanillo, Mazatlán y Guaymas en manos de disidentes, donde recogían el producto de la aduana a expensas del imperio. Las tropas de Juárez en todas partes se retiraban, pero la guerra se convierte en escaramuzas lideradas por guerrillas. Para Bazaine, mariscal desde el 5 de septiembre, y sus tropas, esta forma de combate era particularmente desconcertante.[81]

Del 10 de agosto al 30 de octubre de 1864, Maximiliano viajó a caballo por el interior de las tierras de su imperio, escoltado por dos pelotones de caballería. Visitó el departamento de Querétaro, luego las ciudades de Celaya, Irapuato, Dolores Hidalgo y León de los Aldamas (en el departamento de Guanajuato), Morelia (en el departamento de Michoacán) y finalmente Toluca (en el departamento de Toluca), donde Carlota lo acompañó para actuar en su compañía una excursión de tres días antes de regresar a Ciudad de México. En Toluca, en presencia de Bazaine, pudieron observarse las bandas de Juárez galopando por el campo a menos de dos kilómetros de distancia, pero no llegó nada a mayores.[82]

Cuando terminó el año 1864, el ejército francés logró que se reconociera la autoridad imperial sobre la mayor parte del territorio de México. Sin embargo, la existencia del imperio seguía siendo frágil. Los éxitos militares franceses son los únicos cimientos sobre los que descansaba el edificio imperial. Se debieron enfrentar nuevos desafíos: la pacificación de Michoacán, la ocupación de los puertos del Océano Pacífico, la expulsión de Juárez de Chihuahua y el sometimiento de la provincia de Oaxaca.[83]

Para consternación de sus aliados conservadores que lo llevaron al poder, Maximiliano defiendió varias ideas políticas liberales propuestas por la administración republicana de Benito Juárez, como las reformas agrarias, la libertad de religión y la extensión del derecho al voto más allá de las clases territoriales. Antes incluso de aceptar la corona mexicana, Maximiliano había ofrecido una amnistía a Juárez y sus hombres si juraban lealtad a la corona, ofreciéndole incluso el cargo de primer ministro; Juárez, sin embargo, se negó categóricamente a reunirse con Maximiliano.[84]

Maximiliano, cuyo temperamento liberal ya se había expresado en Lombardía, se esforzaba por defender los intereses franceses, oscilando entre liberales y conservadores, pero sin lograr ejercer un dominio real sobre México. Las medidas tomadas por su gobierno solo se aplican a partes del territorio controladas por guarniciones francesas. Maximiliano alienó a los conservadores y al clero al aprobar la secularización de la propiedad eclesiástica en beneficio del dominio nacional, pero unió a los liberales moderados a su causa.[85]

Cuando él estaba ausente de la Ciudad de México, a veces durante varios meses, Maximiliano dejaba gobernar a Carlota: ella presidía el Consejo de Ministros y daba, en nombre de su esposo, una audiencia pública los domingos.[86]

Ya en 1864, para europizar México, Maximiliano invitó a los europeos a establecerse en la «colonia de Carlota» donde se asentaron unas seiscientas familias de agricultores y artesanos,[87]​ predominantemente prusianos.[88]​ Otro plan para la creación de una docena de asentamientos más por los exconfederados de los Estados Unidos fue ideado por el oceanógrafo Matthew Fontaine Maury, él mismo exconfederado. Sin embargo, este ambicioso proyecto de inmigración tuvo poco éxito.[89]​ En julio de 1865, solo mil cien colonos, más soldados que agricultores, provenientes principalmente de Luisiana, se asentaron en México y permanecieron acantonados en el estado de Veracruz, esperando que el gobierno imperial los dirigiera a la tierra que se suponía que debían cultivar. Este plan naturalmente desagrada al gobierno en Washington D. C., que vio con malos ojos a sus ciudadanos para despoblar los Estados Unidos para servir a un «emperador extranjero».[90]

Maximiliano también intentó, sin éxito, atraer la colonia inglesa de Honduras Británica (actual Belice) a Yucatán antes de abandonar este proyecto. De hecho, si bien la cantidad de territorios en México es amplia, pocos pertenecían al dominio público: toda la tierra tienía (aún en nuestros días) un amo con derechos de propiedad más o menos regulares. Los grandes hacenderos (terratenientes), por lo tanto, obtuvieron pocos beneficios del establecimiento de colonos. Por tanto, las nuevas colonias agrícolas abandonaron rápidamente México a favor de Brasil.[91]

El Imperio Mexicano usó la frase Equidad en la Justicia.[92]​ Contaba con el apoyo del partido conservador, de la Iglesia Católica en México encabezada por el arzobispo Labastida y Dávalos, y de buena parte de la población de tradición católica, aunque tuvo una oposición férrea por parte de los liberales.[93]

Durante su gobierno, Maximiliano trató de desarrollar económica y socialmente los territorios mexicanos bajo su custodia, aplicando los conocimientos aprendidos de sus estudios en Europa, y de su familia, los Habsburgo, una de las casas monárquicas más antiguas de Europa, de tradición abiertamente católica.[94]

Maximiliano también se interesó por el peonaje y las condiciones de vida de los indígenas en las haciendas. Si la mayoría de los indígenas de los pueblos gozaban de libertad, los de las haciendas eran sometidos a un amo que puediera castigarlos con hierros, prisión o látigo. El 10 de abril de 1865 Maximiliano instituyó una junta (asamblea política) «Protectora de las clases necesitadas» cuya misión era reformar los abusos cometidos contra los siete millones de indígenas presentes en suelo mexicano. El 1 de noviembre de 1865, el emperador dictó un decreto aboliendo el castigo corporal, reduciendo la jornada laboral y garantizando los salarios. Este decreto, sin embargo, no tuvo el alcance deseado porque los hacenderos se negaron a emplear a los peones, quienes a menudo se vieron reducidos nuevamente a su servidumbre inicial.[95]

La justicia y el bienestar de todos fueron sus objetivos más importantes. Uno de sus primeros actos, como emperador, fue el restringir las horas de trabajo y abolir el trabajo de los menores. Canceló todas las deudas de los campesinos que excedían los diez pesos y restauró la propiedad común. También rompió con el monopolio de las «tiendas de raya» y decretó que la fuerza obrera no podía ser comprada o vendida por el precio de su decreto.[96]

Comenzando con la trascendencia legislativa, pues el segundo imperio fue el primer gobierno mexicano que instauró leyes, reglamentos y normativas que protegían y fomentaban los derechos sociales. Fuera de su acción gubernativa fue relevante la fascinación despertada, sobre todo en la capital, del sistema monárquico, la vida dentro y fuera del castillo de ambos emperadores y el boato de la corte.

La cercanía con la población que siempre mostró la pareja, manifestado en su intento de adoptar y divulgar la identidad del país que gobernaban, con acciones como la práctica de la charrería, el estudio de las especies vegetales y animales del bosque de Chapultepec y el interior del Imperio (que incluso lo llevó a financiar el Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia), la traducción al náhuatl de los decretos imperiales, las fiestas del castillo organizadas por la emperatriz para recabar fondos destinados a la caridad y la visita del Emperador a Dolores Hidalgo siendo, el 15 de septiembre de 1864, el primer gobernante en dar el grito de independencia en el lugar original en el que se produjo.

Existen un sinfín de libros, novelas, cuentos, cartas y textos inspirados en la pareja imperial que decidió gobernar un país no natuvo como propio,[97][98]​ tal como se ve en otra sección del artículo.

También se pueden enlistar otros hechos trascendentes de este periodo histórico. Maximiliano fue quien contrató al ingeniero M. Lyons para la construcción del ferrocarril de La Soledad al Cerro del Chiquihuite, que creció, más tarde, a la línea de Veracruz a Paso del Macho, el 8 de septiembre de 1864. Reorganizó la Academia de Artes de San Carlos. La remodelación de Palacio Nacional y el Castillo de Chapultepec aportarían eventualmente tesoros artísticos y ornamentales que aún perduran en exhibición en ambos recintos. La construcción del Paseo de la Emperatriz dio inicio al de reordenamiento y embellecimiento de la Ciudad de México, siendo este el modelo que concretaría el Porfiriato. Finalmente fue de amplia relevancia el que, varias de las políticas sociales fuesen ejecutadas por la Emperatriz Carlota Amalia, lo que, de conformidad con lo dispuesto en el estatuto imperial, la convirtió en la primera mujer gobernante de la historia de México.[99][100][101][102][103][104]

Sin hijos de su matrimonio, Maximiliano, para gran desaprobación de Carlota,[105]​ decidió en septiembre de 1865 adoptar a los dos nietos del anterior emperador Agustín I de México, Agustín de Iturbide y Green y su primo Salvador de Iturbide y Marzán, fundando así la casa de Habsburgo-Iturbide. Agustín tenía solo dos años cuando fue adoptado y debía ser, según los deseos de Maximiliano, separado de su madre. Esta situación ofendió unánimemente a la opinión pública.[106]​ En cuanto a Estados Unidos, la Cámara de Representantes votó una resolución solicitando al presidente que presentara al Congreso «la correspondencia relativa al secuestro del hijo de un estadounidense en la Ciudad de México por parte del usurpador de esa república nombrado emperador, con el pretexto de convertir a este niño en príncipe […]. Esta resolución se refiere al hijo de la sra. Iturbide».[107]

Desde un punto de vista personal, una hipótesis que afirma la pertenencia de Maximiliano a la masonería, sin llamar a ninguna controversia real, deja sin embargo lugar a la duda porque no es citada por ningún autor ni obra de referencia. Según Álvarez de Arcila, Maximiliano era masón. En México, pertenecería a una logia que practicaba el antiguo y aceptado rito escocés. Arcila precisa que el 27 de diciembre de 1865 se formó el Consejo Supremo del Gran Oriente de México, que ofreció a Maximiliano el título de Soberano Gran Comendador, pero que éste lo rechazó.[108]​ Por otro lado, la historia masónica de México muestra que recibió una oferta del recién constituido Gran Oriente de México, que creó un Consejo Supremo en 1865, proponiendo a Maximiliano la calidad de gran maestre y gran comendador. Rechazó esta oferta por motivos políticos y sugirió en cambio que lo representaran su chambelán Rudolfo Gunner y su médico Federico Semeler, quienes se integraron a las órdenes en junio de 1866. Maximiliano, sin embargo, se colocó como protector de la masonería.[109][110]

Liberales y republicanos, encabezados por Benito Juárez, se oponen abierta y regularmente a Maximiliano. El año 1865 comienza con operaciones militares en las provincias sureñas de Puebla que aún no reconocen la autoridad imperial. Porfirio Díaz, uno de los mejores generales republicanos, se estableció en la ciudad de Oaxaca, con un considerable cuerpo de ejército financiado con recursos locales. Díaz se encuentra cerca de la carretera principal a Veracruz, lo que obliga a Bazaine a mantener puestos militares en esta importante línea de comunicación. El progreso de la pacificación entre las poblaciones, generalmente bien dispuestas hacia el imperio, se ven obstaculizadas en este territorio estratégico.[111]

Por lo tanto, la fuerza expedicionaria francesa lleva a cabo operaciones militares contra los disidentes que detentan el estado de Oaxaca para permitir la construcción de una carretera transitable para los convoyes. El 9 de febrero de 1865, luego de intensos combates, Bazaine logró apoderarse de Oaxaca, pero los líderes guerrilleros se refugiaron en las montañas, de donde fue casi imposible expulsarlos. Lo incompleto de la toma de la provincia de Oaxaca se repetirá en casi todas partes de México: en los estados de Michoacán, Sinaloa y en la Huasteca.[112]

En abril de 1865, después del final de la Guerra Civil estadounidense, el presidente Andrew Johnson, invocando la Doctrina Monroe, reconoció al gobierno insurreccional de Juárez como el gobierno legítimo de México. Estados Unidos ejerce una presión diplomática cada vez mayor para persuadir a Napoleón III de que ponga fin al apoyo francés a Maximiliano y, por lo tanto, retire sus tropas de México. El gobierno de Estados Unidos comienza a suministrar a los partidarios de Juárez depósitos de armas en Texas en El Paso del Norte en la frontera con México.[113]​La perspectiva de una invasión estadounidense para reinstalar a Juárez en su posición de liderazgo en México lleva a un gran número de fieles seguidores del imperio a abandonar la causa de Maximiliano y abandonar la capital.[114][115]

Ante una situación tan compleja como inextricable, Maximiliano resuelve,[116]​ bajo la presión de Bazaine y del ejército francés, llevar a cabo una represión implacable contra los rebeldes. Publicó el «decreto negro» del 3 de octubre de 1865 que, si bien prometía una amnistía a los disidentes que se rindieran, declaraba en su primer artículo:«Todas las personas pertenecientes a bandas armadas o asambleas que existan sin autorización legal, proclamen o no un pretexto político ... serán juzgadas militarmente por consejo de guerra. Si son declarados culpables, aunque sea solo por el mero hecho de pertenecer a una banda armada, serán condenados a muerte y la sentencia se ejecutará dentro de las veinticuatro horas».[117]​ Según este decreto,[118]​ varios cientos de opositores fueron ejecutados sumariamente.[119]

El decreto de Maximiliano, sin embargo, no templa las acciones de los rebeldes. En octubre de 1865, en Paso del Macho en Veracruz, 350 asaltantes descarrilan un tren, desnudan a los viajeros y masacran, después de haberlos mutilado, a 11 soldados franceses. A partir de ahora, cada tren debe ir acompañado de una guardia de 25 soldados. La seguridad vial también se ve siempre comprometida. Así, de Veracruz a la Ciudad de México, los 500 km de carreteras están delimitados por 500 puestos de turcos encargados de ejecutar sumariamente justicia contra cualquier transeúnte armado.[120]

En enero de 1866, rompiendo sus promesas, Napoleón III decidió retirar gradualmente las tropas francesas de México a partir del otoño de 1866.[121]​ El soberano es empujado por una opinión pública francesa que se ha vuelto hostil a la causa mexicana. Por otro lado, Napoleón III estaba preocupado por el desarrollo del ejército prusiano que requería el refuerzo del ejército presente en suelo francés. Además, está constreñido por la oposición oficial de Estados Unidos que le envía un ultimátum ordenando la retirada de las tropas francesas de México. En Nueva York, durante una ceremonia en honor al fallecido presidente Lincoln, el diplomático e historiador George Bancroft pronuncia un discurso en el que describe al emperador mexicano como un «aventurero austriaco». El poder y el prestigio de Maximiliano se debilitan considerablemente.[122]

A partir de ahora, ante la resistencia mexicana, Maximiliano solo se beneficia del apoyo de unos pocos soldados mexicanos, belgas y austriacos a su alrededor. En el Estado de Hidalgo, el 25 de septiembre de 1866, la Legión Belga comandada por el Teniente Coronel Alfred van der Smissen perdió su última gran batalla durante la batalla de Ixmiquilpan. A la cabeza de 250 hombres a pie y dos compañías montadas de 100 hombres, van der Smissen ataca el pueblo de Ixmiquilpan penetrando hasta la plaza principal, pero se ve obligado a retirarse y encuentra inmensas dificultades (las poblaciones desarraigadas rompen puentes y levantan barricadas) para traer de regreso a sus tropas antes de llegar a Tula, dejando 11 oficiales y 60 hombres muertos o heridos.[123]

En la primavera de 1866, la emperatriz Carlota tomó la iniciativa de intentar directamente un paso final con Napoleón III para que pudiera reconsiderar su decisión de abandonar la causa mexicana. Animada por este plan, Carlota dejó México el 9 de julio de 1866 para ir a Europa.[124]​En París, sus peticiones a Napoleón III fracasaron. Ella sufre un profundo colapso emocional. Su familia no puede apoyarla en la causa mexicana: su hermano Leopoldo II, otrora ferviente partidario de las ambiciones de su hermana, ya no puede ignorar la hostilidad de los belgas hacia un país que a menudo les trae malas noticias; en cuanto a su cuñado, el emperador Francisco José I de Austria, derrotado por Prusia en Sadowa, perdió su influencia sobre los estados alemanes. Aislada, Carlota no puede contar con el apoyo de ningún monarca de Europa y envía un telegrama a Maximiliano donde dice: «¡Todo es inútil!».[125]

Como último recurso, Carlota se dirige a Italia para buscar la protección del Papa Pío IX. Es allí donde se declaran abiertamente los primeros síntomas de trastornos mentales que la atormentarán hasta su muerte. Primero fue llevada de regreso al pabellón Gartenhaus en Miramar, donde estuvo confinada durante nueve meses. A Maximiliano, su familia envió un telegrama el 12 de octubre de 1866 informándoles que la Emperatriz sufría de meningitis; pero cuando se entera de que es el famoso médico alienista vienés Josef Gottfried von Riedel quien está tratando a su esposa, Maximiliano, atónito, comprende la verdadera naturaleza de la patología de Carlota.[126]

En julio de 1867, alertado del destino de su hermana, el rey de los belgas envió a Miramar a su esposa, la reina María Enriqueta, nacida archiduquesa de Austria, quien logra traer a la emperatriz de regreso a Bélgica después de dos semanas de delicadas negociaciones con las autoridades austriacas.[127]​Carlota, de quien se oculta durante seis meses la muerte de su marido, está ahora al cuidado de su hermano, el rey Leopoldo II de Bélgica, quien la aloja en el vasto pabellón del parque de Tervueren hasta que se produce el incendio en el construido en 1879. Carlota reside entonces en el Château de Bouchout, en el Brabante Flamenco, adquirido por el rey Leopoldo II de Bélgica y donde permanece hasta su muerte el 19 de enero de 1927.[128]

El viaje de Carlota a Europa fue, por tanto, un completo fracaso. Maximiliano piensa en renunciar a todo. Estaba dividido entre los consejos divergentes de sus confidentes: el austriaco Stephan Herzfeld, un fiel amigo que había conocido durante su servicio militar en el Novara, predijo el fin cercano del imperio y aconsejó a Maximiliano que regresara a Europa, cuanto antes, mientras el padre Augustin Fischer, con un pasado aventurero, suplica a Maximiliano que se quede en México.[129]​ Al principio, Herzfeld logró albergar la idea de la abdicación. El 18 de octubre de 1866 se ordenó a la corbeta austríaca Dandolo que estuviera lista para embarcar al emperador y una suite de 15 a 20 personas para llevarlos de regreso a Europa. Cargan objetos de valor de residencias imperiales y documentos secretos. Maximiliano confía su resolución de abdicar a Bazaine. La decisión se publicita y los conservadores se enfurecen. Enfermo y desmoralizado, Maximiliano parte hacia Orizaba, donde el clima es más suave y donde se acerca al Dandolo que ancla en Veracruz. En el camino, Maximiliano y su séquito hacen muchas paradas. En el camino, Fischer intenta incansablemente disuadir a Maximiliano de que se vaya, evocando el honor perdido, la huida y la vida futura con Carlota ahora con locura. Maximiliano está nuevamente en las garras de la indecisión y pregunta, presumiendo la respuesta positiva, al gobierno conservador si debería quedarse en México. Por lo tanto permanece y continúa la lucha contra Juárez. Maximiliano tuvo que financiar el gasto militar y recaudó nuevos impuestos. A principios del año 1867, Maximiliano -quien en sus cartas a su familia minimiza las dificultades inherentes a su situación real- recibe una carta de su madre que aplaude su decisión de permanecer en México mientras escapa al deshonor de una abdicación impuesta: «Ahora que tanto amor, abnegación y, sin duda, también miedo a la futura anarquía lo mantienen allí, acojo con satisfacción su decisión y espero que los países ricos lo apoyen en el cumplimiento de su tarea».[130]​ El archiduque Carlos Luis de Austria envía un mensaje similar a su hermano: «Ha hecho usted bien en dejarse persuadir de permanecer en México, a pesar de las enormes penas que lo abruman. Mantente y persevera en tu posición el mayor tiempo posible».[131]

El apoyo militar francés, pactado por medio del Tratado de Miramar, dejó de existir y Napoleón III dio la orden de regresar las tropas a Francia, dado que cada vez eran mayores las protestas del pueblo francés, además de que los intelectuales se preguntaban «¿Qué hacemos en México?»; la guerra ya consumía recursos económicos del Imperio Francés y esta se alargaba. México no había sido Argelia, ni tampoco la Indochina francesa (hoy República Socialista de Vietnam); dado que se había convertido en una guerra de desgaste, tanto en lo económico como en recurso humano y ante estas presiones, Napoleón III comenzó el retiro de las mismas en el año 1867, dejando a Maximiliano solo y sin protección.

En México, los liberales formaron un ejército homogéneo, dejando a las tropas imperiales solos en la capital de México, así como en Veracruz, Puebla y Querétaro. El 13 de febrero de 1867, Maximiliano sale de la Ciudad de México, acompañado por el doctor Samuel Basch, su médico personal, José Luis Blasio, su secretario y dos sirvientes europeos (su ayuda de cámara italiano Antonio Grill y su cocinero húngaro Joseph Tüdös).[132]​ Rodeado de soldados que quería casi exclusivamente mexicanos para mantener su popularidad evitando las susceptibilidades locales (2,000 lanceros de la Emperatriz, el regimiento Rodríguez y húsares austríacos que querían absolutamente unirse a la pequeña columna), Maximiliano se dirigió a Santiago de Querétaro, una ciudad favorable al imperio, a donde llegó el 19 de febrero de 1867.

A pesar de los consejos tácticos que le dieron, Maximiliano decidió quedarse en esta ciudad, cuya configuración era, sin embargo, poco compatible con la celebración de un asedio porque era difícil acceder a los refuerzos. La ciudad está rodeada de colinas hasta el punto que se puede comparar a una especie de cuenca. Desde las alturas, se puede disparar contra todas las casas. La única opción es tener suficientes tropas para proteger Querétaro. Cuando llega a la ciudad, Maximiliano es aclamado con cálidas ovaciones. Se le unió allí una brigada de varios miles de hombres a las órdenes del general Ramón Méndez, a lo que se suma el refuerzo de los guardias fronterizos del general Julián Quiroga, para un total de unos 9.000 hombres que apoyaban al imperio.[133]

El emperador asumió el mando superior de sus hombres encabezados por los generales Leonardo Márquez Araujo (estado mayor), Miguel Miramón (infantería), Tomás Mejía (caballería) y Ramón Méndez (reserva) encargados de la defensa de la ciudad. Los soldados recibieron entrenamiento en maniobras tácticas en el llano de las Carretas.[134]

El 5 de marzo de 1867, las fuerzas comandadas por el general liberal Mariano Escobedo sitiaron la ciudad. El 7 de marzo Maximiliano estableció su cuartel general en el Cerro de las Campanas. Dormiría allí debajo de la tienda, en el suelo. Y celebró un consejo de ministros el 8 de marzo. Las faltas de dinero le impiden cualquier acción significativa, por lo que para construir fortificaciones requiere la ayuda de los habitantes. El 12 de marzo de 1867, Bazaine, cuyas relaciones con Maximiliano se habían vuelto perjudiciales, dejó México para siempre. El 13 de marzo de 1867, Maximiliano abandonó el Cerro de las Campanas para instalarse con su personal en el Convento de La Cruz donde vivió de manera austera. Maximiliano asiste en las maniobras y mantiene su ritmo de vida habitual. Se levantó a las cinco de la tarde, le leyó el correo de la mañana antes de caminar por la ciudad con el cigarro en la boca. Cuando sale a caballo, está vestido con el traje nacional mexicano (chaqueta y sombrero grande) o un uniforme azul. Almuerza en el Convento de la Cruz antes de dirigirse al Palacio Municipal donde preside el Consejo de Guerra. Por la noche, recibe a los oficiales en su mesa.[135]

El 17 de marzo de 1867, Maximiliano decide contraatacar a los rebeldes, pero la operación fracasa tras un desacuerdo entre los generales Miramón y Márquez. En la noche del 22 al 23 de marzo, Márquez, a quien Maximiliano dio plenos poderes, salió de Querétaro con 1200 jinetes y partió hacia México donde tuvo que reclutar refuerzos. El 22 de abril de 1867, un parlamentario republicano propuso que el emperador saliera con los honores de la guerra, pero este se negó.[136]​ Cinco días después, el contingente que reunió a las órdenes del general Miguel Miramón logró el éxito militar. El 27 de abril, en el Cerro del Cimatario, Miramón decidió realizar un ataque con el fin de levantar la moral de las tropas que sufrían de aburrimiento y tentaban la deserción. Los imperialistas querían eliminar la hacienda de Callejas ubicada cerca del cementerio y desde donde las baterías golpeaban la ciudad; derrocan al enemigo y se llevan veinte cañones, una manada de bueyes, así como un cofre de pesos. Al día siguiente, Miramón refuerza su cuerpo de lanceros con algunos elementos de la caballería de Mejía para ocupar el cementerio, pero esta vez los imperialistas se topan con una batería de diez cañones instalados durante la noche que los diezma. Los juaristas se apoderan de las Callejas. La retirada de los imperialistas adquiere la apariencia de una verdadera derrota. Los juaristas casi entran en la ciudad.[137]​El 13 de mayo de 1867, Maximiliano celebró su último Consejo de Guerra. Donde declara: «5.000 soldados mantienen hoy este lugar, tras un asedio de setenta días, un asedio realizado por 40.000 hombres que tienen a su disposición todos los recursos del país. Durante este largo período […] se desperdiciaron cincuenta y cuatro días esperando al general Márquez, quien debía regresar de México dentro de veinte días».[138]​El ataque que debería permitir la fuga estaba programado para el 15 de mayo a las tres de la madrugada. Sin embargo, en la noche del 14 al 15 de mayo de 1867, el coronel Miguel López, comandante del regimiento de la Emperatriz, presuntamente entregó al enemigo una puerta de la ciudad que permitía el acceso al Convento de la Cruz donde residía Maximiliano.[139][140]

El 15 de mayo de 1867 fue tomado Santiago de Querétaro. Advertido de la presencia del enemigo, el emperador Maximiliano se niega a esconderse. Abandona voluntaria y ostensiblemente el convento de La Cruz donde se aloja porque prefiere ser aprehendido fuera. Lo acompaña su ayudante de campo, el príncipe Félix de Salm-Salm. Reconociéndolos, el coronel juarista José Rincón Gallardo, edecán del general Escobedo, sin embargo, los deja pasar, asegurando que Maximiliano y su séquito son burgueses.[141]​ Maximiliano camina hacia el Cerro de las Campanas con los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía. Este último, herido en el rostro y un dedo de la mano izquierda, sugiere a Maximiliano que huya por las montañas, solución que sigue siendo posible; pero tras la negativa del emperador, Mejía se queda voluntariamente a su lado.[142]​Cuando llega al Cerro de las Campanas, Maximiliano es arrestado.

Cautivo, Maximiliano es devuelto al convento de la Cruz en su antigua habitación, que ha estado casi en su totalidad sin amueblar. Sufriendo, se acuesta en el catre con el colchón cortado con la esperanza de encontrar dinero. Allí recibió la atención del doctor Basch. El 17 de mayo de 1867 Maximiliano fue trasladado al convento de las Teresas — del que acababan de ser expulsadas las monjas — donde las celdas estaban limpias y donde era más fácil vigilarlo.[143]

Maximiliano logra encontrarse con el general Escobedo que lo recibe y al que ofrece, a cambio de su libertad y su regreso a Austria, devolver las dos ciudades aún en manos de los imperialistas: Ciudad de México y Veracruz. Escobedo rechaza esta propuesta porque estas dos ciudades estaban listas para caer en manos de los republicanos. Maximiliano, profundamente desanimado, regresa al convento de las Teresas. Al día siguiente de esta entrevista, 24 de mayo de 1867, Maximiliano fue llevado al convento de las Capuchinas que se convirtió en su última prisión.[144]

El 13 de junio de 1867, Maximiliano y los generales Miramón y Mejía debían comparecer ante un consejo de guerra especial celebrado en el teatro de la ciudad. Este consejo de guerra se reúne a las 8 de la mañana. Está integrado por siete oficiales; Lo preside el teniente coronel Rafael Platón Sánchez, quien en su día se distinguió en la Batalla de Puebla. Afectado de disentería, Maximiliano consigue no comparecer ante este tribunal de guerra, pero lo representan dos abogados de México: Mariano Riva Palacio y Rafael Martínez de la Torre.[145]​ Su acusación contiene trece puntos. Al día siguiente, luego de la acusación dictada por el fiscal Manuel Azpíroz quien declara que los hechos son obvios, sobre todo porque los tres imputados fueron tomados con las armas en la mano, se emiten siete votos a favor de la culpabilidad de Maximiliano y de sus dos generales: tres fueron a favor de la muerte y tres por el destierro perpetuo. Pero el presidente del jurado, el teniente coronel Rafael Platón Sánchez, cambia la balanza al también elegir la muerte.[146]

En un intento por proteger a su hermano, Francisco José I lo reintegró por completo en sus derechos como Archiduque de la Casa de Habsburgo. Este último gesto queda en vano, al igual que los telegramas y cartas enviados por soberanos europeos (Reina Victoria, Rey Leopoldo II e Isabel II de España[147]​) y personalidades como Víctor Hugo o Giuseppe Garibaldi pidiendo a Juárez que perdone la vida de Maximiliano.[148][149]

Cuando se conoce el veredicto, los alegatos de los abogados defensores, sumados a los de los miembros del cuerpo diplomático, y en particular del barón Anton von Magnus, ministro de Prusia, y las afligidas damas de San Luis Potosí que literalmente se van a arrojar a los pies de Juárez son impotentes para obtener el perdón de los condenados.[150]​ Inflexible, Juárez les respondeː «La ley y la sentencia son en este momento inexorables, porque así lo requiere la seguridad pública». Presente en México donde acompañó a su esposo, la Princesa de Salm-Salm intenta sobornar a parte de la guarnición de Querétaro para facilitar la fuga de Maximiliano y los demás prisioneros. La maniobra es descubierta por Escobedo.[151][152]

Las condiciones de los últimos días del cautiverio de Maximiliano fueron draconianas: detenido en una celda del convento de las Capuchinas de 2.7 metros de largo por 1.8 de ancho y con disentería, no se le mostró piedad. Una guardia de doce soldados mexicanos ocupaba las habitaciones contiguas a su celda, quienes discutían en voz alta la forma probable en que el emperador sería ejecutado y hacían bromas cuestionables sobre la emperatriz Carlota. Al principio mantenido en secreto, Maximiliano obtuvo el permiso para recibir a sus generales y a otras visitas, especialmente las de su ayudante de campo, el Príncipe de Salm-Salm y su médico. Ni siquiera es alimentado por sus cuidadores y recibe las comidas gracias a la buena voluntad de algunas familias de la ciudad. En un último intento, le escribe a Juárez una vez más para pedir el perdón de sus dos generales Miramón y Mejía, pero resulta en vano.[153]

El 19 de junio de 1867, con sus dos generales, Miramón y Mejía, Maximiliano fue fusilado en los mismos lugares a donde había ido. El miércoles 19, a las tres de la mañana, Maximiliano se pone un traje negro adornado con el Toisón de Oro. Maximiliano recibe a su confesor, el padre Manuel Soria, trastornado hasta el punto de sentirse enfermo. El emperador luego le entrega viales de sales, y al volver en sí, el padre Soria oficia una misa por los tres condenados. Se les sirve pan y pollo que no tocan, pero beben un poco de vino. El amanecer comienza a despuntar. A las seis y media, entró en el convento el coronel Miguel Palacios, los hombres del pelotón de fusilamiento detrás de él. Maximiliano aparece en el umbral de su celda. Tres taxis de alquiler en ruinas aguardan a los condenados. Maximiliano y Soria suben al primero. Poco a poco, la procesión recorre las calles de las Capuchinas y de la Laguna. Rodeados de jinetes y soldados, los coches marcharon hacia el Cerro de las Campanas. Maximilien se baja de su taxi y le dice a su cocinero húngaro Tüdös, quien le ha sido fiel: «Siempre te has negado a creer que esto sucedería. Ves que estabas equivocado. Pero morir no es tan difícil como crees».[154]

Mientras camina hacia el lugar de su ejecución, Maximiliano alimenta en este momento algunas dudas sobre la muerte de Carlota. Al Padre Soria, le entrega su reloj que contiene el retrato de la Emperatriz y le dice: «Mande este recuerdo a Europa a mi muy querida mujer, si ella vive, y dígale que mis ojos se cierran con su imagen que llevaré al más allá.».[155]​ A Tüdös, Maximiliano le lanza su paño mientras le dice en húngaro: «Llévale esto a mi madre y dile que mi último pensamiento fue para ella».[156]​Frente a una pequeña pared de ladrillos secados al sol, los tres condenados están parados. Maximiliano está a la derecha, Miramón en el centro y Mejía a la izquierda. El pelotón de fusilamiento incluye 4 hombres por preso, más 3 reservas, es decir, 15 soldados de infantería comandados por un capitán recién salido de la infancia: Simon Montemayor.[157]​ Maximiliano entrega una moneda de oro a cada uno de los soldados del pelotón pidiéndoles que apunten bien y no disparen a su cabeza. Luego, con voz clara, exclama: «Perdono a todos y pido a todos que me perdonen y que mi sangre, que está a punto de ser vertida, se derrame para el bien de este país. Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México! ¡Viva la Independenciaǃ». Luego se escucha murmurar a Maximiliano: «¡Hombre!».[156]

Con un gesto familiar, Maximiliano se separó las dos ramas de la barba. Montemayor, sin pronunciar palabra, da la señal de fuego bajando su espada. Las detonaciones se hacen. El cuerpo de Maximiliano resbala mientras su brazo izquierdo roza una roca. Su mano aprieta un botón de su abrigo, arrancándolo. El joven oficial indica con su espada la ubicación del corazón a un suboficial, el Sargento de la Rosa, quien sostiene su arma (un rifle de percusión estadounidense) y dispara a quemarropa. El abrigo del emperador se cae, mientras el cocinero Tüdös se apresura a apagar el fuego. Como le había pedido Maximiliano, Tüdös le quita el paño que cubre los ojos del emperador para llevárselo a Carlota. Con desdén, Palacios, que comandaba el pelotón de fusilamiento, declara: «Esto es obra de Francia, señores». [158]

Un médico austriaco, radicado en la Ciudad de México, fue citado tres días antes para traer los productos necesarios para el embalsamamiento. Coloca una sábana sobre el cuerpo de Maximiliano, luego el cuerpo se coloca en uno de los ataúdes almacenados cerca de una cama de cactus. El ataúd de Maximiliano es devuelto a la ciudad, pero los soldados intervienen y se apoderan de él. El barón von Magnus solicita el cuerpo del emperador a Escobedo. Este último rechaza la restitución, pero autoriza al doctor Basch a acudir al convento de las Capuchinas donde cuatro médicos se preparan para practicar el embalsamamiento. [158]

La noticia de la muerte de Maximiliano llegó oficialmente a Estados Unidos, luego a Europa el 1 de julio de 1867 mediante dos despachos sucesivos y concordantes. Su hermano, el emperador Francisco José I, reclama el cuerpo de Maximiliano a las autoridades mexicanas para que pueda ser enterrado en Austria. Varios familiares de Maximiliano (incluido el barón Anton von Magnus, embajador de Prusia y el doctor Samuel Basch, médico personal y confidente de Maximiliano) habían pedido al presidente Juárez que les entregara el cuerpo. Juárez se negó, el ataúd es abandonado en la residencia del prefecto de Querétaro.

Fue la llegada a México del vicealmirante Wilhelm von Tegetthoff, enviado por Francisco José I, lo que animó a Juárez a reconsiderar su decisión. Sebastián Lerdo de Tejada, entonces secretario de Relaciones Exteriores de México, aceptó oficialmente la solicitud de Austria el 4 de noviembre de 1867.[159]

El embalsamamiento se llevó a cabo con demasiada prisa, por lo que fue necesario dejar presentable al cadáver. Por tanto, se transportó a la capilla de San Andrés en la Ciudad de México para sumergirlo en un baño de arsénico. Luego se le vistió con un abrigo negro con reflejos brillantes. El rostro, una vez maquillado, se adornó con una barba postiza porque sus cabellos de barba real y mechones de su cabello fueron vendidos a 80 dólares cada uno por los médicos que realizaron el embalsamamiento. Este último también entregó el hábito del difunto al mejor postor de sus seguidores.

Finalmente cerraron los ojos, que habían sido reemplazados por los de la virgen negra de la catedral de Querétaro. El cuerpo de Maximiliano ya pudo ser repatriado a bordo de la fragata SMS Novara porque salió de Veracruz el 26 de noviembre de 1867.

El 16 de enero de 1868, en el Quai de Trieste, los archiduques Carlos Luis y Luis Victor recibieron los restos de su hermano, a quien escoltaron hasta Viena. Francisco José I había exigido que el féretro fuera sellado en Trieste para que su madre ni siquiera pudiera pensar en querer contemplar los restos de su hijo. Por tanto, desde una ventana de su palacio vio llegar el féretro ricamente decorado donado por la República Mexicana.[160]

Durante la ceremonia fúnebre, todos los países aliados con Austria estuvieron presentes en Viena, con la notable excepción de Estados Unidos. Desde el 18 de enero de 1868, Maximiliano descansa en la necrópolis de su familia, en la cripta de los Capuchinos, en Viena.[161]

La Capilla Conmemorativa del Emperador Maximiliano se encuentra en el Cerro de las Campanas en la ciudad de Querétaro en México. Construido en 1901, se encuentra donde fue ejecutado el emperador Maximiliano I el 19 de junio de 1867 y está dedicado a su memoria. Está ubicado en el parque nacional Cerro de las Campanas creado en 1937.

Maximiliano se consideraba étnicamente alemán, en una época en la que el nacionalismo alemán aspiraba a aglutinar todas las tierras de habla alemana en un único estado-nación. Por otra parte, Maximiliano era un católico devoto que se enorgullecía de descender de los Reyes Católicos.[24]

Valoraba a los amerindios, y en México dedicó mucho esfuerzo a mejorar sus condiciones de vida e integrarlos a su proyecto nacional. Era firmemente contrario a la esclavitud, que todavía se practicaba en muchos territorios americanos.[24]

Su visión para América consistía en la formación de dos grandes imperios Habsburgo: el de México en Norteamérica y el de Brasil en Sudamérica, que gracias a su éxito acabarían atrayendo y absorbiendo a las pequeñas repúblicas vecinas.[24]

Édouard Manet, escandalizado por la muerte de Maximiliano, trabajó durante más de un año en la realización de varias versiones de su pintura «La ejecución de Maximiliano» que constituye una contundente acusación pictórica contra la política liderada en México por Napoleón III.[164]​ Se produjeron tres versiones entre 1867 y 1869. La primera puede verse en el Museo de Bellas Artes de Boston; los fragmentos del segundo se recogen en la National Gallery de Londres; el boceto final está en la Gliptoteca Ny Carlsberg en Copenhague; mientras que la composición final se conserva en la Kunsthalle Mannheim.[165]

Inspirada en el El 3 de mayo en Madrid de Goya, pero tratada de una manera radicalmente diferente, la versión final de «La ejecución de Maximiliano» satisface a Manet, quien sin duda la habría ofrecido al Salón si no le hubieran informado de antemano que su pintura sería rechazada. Maximiliano aparece rodeado por sus dos generales y usa un sombrero que traza un halo alrededor de su rostro. Manet no viste a los soldados del pelotón de fusilamiento con el uniforme mexicano, los representa con el de los soldados del ejército imperial francés. En cuanto al sargento de la gorra roja que recarga su rifle, evoca a Napoleón III.[166]



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