Clemente de Roma, Clemente Romano o san Clemente I, fue un cristiano insigne de finales del siglo I, uno de los llamados Padres apostólicos por haber transmitido el «eco vivo» de la predicación de los apóstoles de Jesús de Nazaret. Fue obispo de Roma, de lo que ya dio noticia la lista de obispos compilada por Ireneo de Lyon, quien lo llamó el «tercero después de los Apóstoles» y le dedicó un espacio considerable. Se suele situar la elección de Clemente en el año 88 y su muerte en 97. En cambio, el Liber Pontificalis le asigna nueve años de episcopado en tiempos de los emperadores Galba y Vespasiano, y el martirio por la fe, mientras que la cronología de Eusebio de Cesarea (Historia eclesiástica III, 15) y la biografía que trazó Jerónimo de Estridón (Vir. ill. 15) sitúan su muerte en el tercer año del reinado de Trajano, es decir, en el año 101. Por su carácter de obispo de la «ciudad eterna», la Iglesia católica lo considera su cuarto papa.
Su identificación con el autor de la célebre Epístola a los Corintios, cuyo nombre aparece en la inscriptio en todas las versiones de los manuscritos, es opinión concorde y formulada ya en tiempos muy antiguos. Clemente habría gozado del trato con los apóstoles y recibido el elogio de San Pablo por la colaboración prestada a los filipenses (Filipenses 4:3).
En la Iglesia católica se lo venera como santo y mártir, y su festividad se celebra el 23 de noviembre. En Roma existe una antiquísima basílica, la Basílica de San Clemente de Letrán, levantada sobre su tumba.
Sus restos fueron resguardados por la Confraternidad de los Santos Ángeles Custodios, en la Sacristía de la Capilla Paulina del Vaticano.
Dos ciudades latinoamericanas se disputan el poseer los restos de San Clemente: las ciudades de Mérida en Venezuela y la de Linares en Chile.
En su obra Contra las herejías, san Ireneo expuso una lista de los obispos romanos, situando a Clemente Romano como el tercer sucesor de los apóstoles Pedro y Pablo:
En esta enumeración no aparece citada la palabra «papa». De allí que se haya sugerido que su presentación como «lista papal» no sea del todo correcta en cuanto al sentido del obispado se refiere, sino que se trate de un enunciado ordenado del que se valió el autor para establecer la sucesión apostólica en la Iglesia, tomando como ejemplo la Iglesia de Roma, considerada una de las más estables de aquel tiempo:
Esta obra se escribió con el fin de combatir el brote gnóstico que se dio durante todo el siglo II, y que trataba de conquistar las iglesias de todo el Mediterráneo. Ya durante el ministerio episcopal de Clemente de Roma aparecieron los primeros cismas y herejías en la Iglesia: el gnosticismo y el ebionismo.
Eusebio mencionó también a Clemente de Roma como tercer sucesor de San Pedro, y encuadró su obispado entre los años 92 al 102. Tertuliano escribió que fue consagrado obispo por el mismo apóstol Pedro; Epifanio de Salamis relató que renunció al primado en favor de Lino y Anacleto, primer y segundo sucesor de Pedro, pero que a la muerte de estos recuperó el cargo. Es posible que Clemente conociese a San Pablo, el apóstol de los gentiles, y que haya sido el destinatario del elogio del Apóstol por la colaboración prestada a los filipenses (Filipenses 4:3). De hecho, Ireneo de Lyon indicó que «Clemente había visto personalmente a los apóstoles y escuchaba con sus propios oídos la predicación de ellos».
Durante su obispado, en el año 95,Corinto. Clemente, como obispo de la Iglesia de Roma, envió a los corintios una carta llamándolos al orden y a la obediencia a sus respectivos pastores evocando conmovedoramente el recuerdo de los apóstoles Pedro y Pablo y comparando la disciplina eclesiástica con la de la legión romana.
surgieron levantamientos contra los presbíteros-epíscopos enLa fama extraordinaria de Clemente de Roma, acreditada por la cantidad de escritos pseudoepigráficos que se le atribuyeron, propició también la aparición de algunas leyendas hagiográficas fantasiosas, como la que narra la deportación de Clemente al Quersoneso Táurico (actual Crimea) y su martirio por ahogamiento en el mar, donde habría sido arrojado con un áncora al cuello en medio de prodigios. Sin embargo, su carácter de mártir resulta fundado a partir de una evidencia epigráfica: una dedicatoria fragmentada de fines del siglo IV con el término «martyr» encontrada en el antiguo titulus Clementis, basílica dedicada a Clemente por el papa Siricio, por lo que la noticia de su martirio se remontaría al menos hasta esa época.
Es probablemente el único obispo de Roma cuyos restos descansan fuera del continente europeo.
Chile:
Las reliquias de Clemente de Roma fueron resguardados por la Confraternidad de los Santos Ángeles Custodios, en la Sacristía de la Capilla Paulina del Vaticano hasta 1934. En ese año, el entonces rector del Seminario Pontificio de Santiago don Juan Subercaseaux se las solicitó al papa Pío XI para ser trasladadas a Chile. Poco después, el papa promovió a Mons. Subercaseaux para la Diócesis de Linares y habiéndose encontrado el nuevo obispo con el desafío de levantar la catedral diocesana, continuó las gestiones para que las reliquias de este mártir del siglo I fueran entregadas a la iglesia catedral de San Ambrosio de Linares, lo que finalmente consiguió, llegando las sagradas reliquias a Valparaíso en el vapor «Orazio» en septiembre de 1936. Desde ahí fueron llevadas privadamente a la Casa Matriz de las Hermanas de la Providencia de Santiago para que el profesor de la Universidad Católica Dr. Ricardo Benavente recompusiera el esqueleto y se procediera a revestirlo con los ornamentos que tiene hasta hoy. El 11 de octubre de ese año se transportó solemnemente la urna con las reliquias de san Clemente desde la Casa de la Providencia al Seminario Pontificio, en una fiesta presidida por Mons. Horacio Campillo, arzobispo de Santiago, y la mayor parte del episcopado chileno. El 1 de enero de 1937 continuaron viaje a Linares en un tren especial, siendo recibido en esa ciudad en medio de demostraciones de fe, según las crónicas de la época.
España:
En la ciudad de Santa Cruz de Tenerife en las Islas Canarias (España), se encuentra la canilla de San Clemente, regalo del Sr. Sidotti (Patriarca de Antioquía) a la Iglesia Matriz de la Concepción. Históricamente ha sido una de las reliquias más veneradas de la ciudad.
El único escrito que se conserva de Clemente Romano es la Epístola a los Corintios. Es la primera obra de la literatura cristiana, fuera del Nuevo Testamento de la que consta históricamente el nombre de su autor, la situación y la época en que se escribió. La obra llegó hasta nuestros días a través de dos manuscritos en el original griego, además de dos traducciones coptas, una siríaca y otra latina.
Según la epístola, dirigida a la comunidad de Corinto, el autor parece provenir de ambientes culturales judeo-helenísticos y es un experto en el Antiguo Testamento como también en literatura y filosofía paganas.
Durante el reinado del emperador Domiciano surgieron disputas en el seno de la Iglesia de Corinto que obligaron al autor a tomar parte. Las facciones que San Pablo condenara tan severamente estaban de nuevo irritadas. El problema era claro: algunos miembros de la comunidad se habían sublevado contra la autoridad eclesiástica, deponiendo de sus cargos a los eclesiásticos legítimos de dichos cargos jerárquicos. Solamente una mínima parte de la que integraba la comunidad permanecía fiel a los presbíteros que habían sido depuestos. La intención de Clemente Romano era la de unificar las diferencias que habían surgido y reparar el escándalo que con ello se estaba dando a los paganos.
Su obra consta de dos partes, en la primera da exhortaciones de carácter general (a la humildad, etc.) en la segunda parte se ocupa de los conflictos entre los cristianos de Corinto, finalmente una conclusión en la que expresa su ansia de un feliz desenlace. Es posible destacar varios puntos:
Los católicos ven en esta carta el primado de Roma, dado el intento de la Iglesia de Roma de hacer de conciliadora y mediadora, reivindicando una autoridad sobre las demás iglesias.
Los superiores eclesiásticos son llamados obispos, y diáconos, en algunos pasajes se les llaman presbíteros, los cuales no pueden ser destituidos por la comunidad, puesto que han sido instituidos por los apóstoles en nombre de Cristo.
Es importante el capítulo quinto, que nos da un testimonio de San Pedro y del viaje de San Pablo a Roma, además del martirio de los apóstoles.
El capítulo XX habla de la armonía y del orden de la creación, los capítulos XXV y XXVI hablan de la resurrección de los muertos, tema importantísimo puesto que era atacado por los paganos. Tertuliano dice que él también atacó antes el tema de la resurrección de los muertos, porque es el tema más difícil de creer. El capítulo XXV se refiere a la leyenda del ave Fénix (resucitado de sus cenizas) como símbolo de resurrección.
Es de destacar la plegaria que precede a la conclusión, de uso litúrgico.
El autor de la carta no se menciona a sí mismo, sino a la Iglesia de Dios que mora en Roma, habla siempre de «nosotros», no cabe duda de que ese «nosotros» es un plural mayestático. Por su unidad, está clarísimo que la obra fue compuesta por una sola persona. Quizás intuyó que sería leída y de dominio público. Al igual que la Didaché fue leída en la asamblea litúrgica.
Además de ello, restableció el uso de la confirmación según el rito de San Pedro. Empieza a usarse en las ceremonias religiosas la palabra «Amén».
Existen otros documentos cuya autoría se atribuyó a Clemente como resultado de la fama extraordinaria de que gozó este obispo. Varios de ellos se consideran escritos pseudoepigráficos.
La Iglesia católica en su liturgia romana conmemora el martirio de San Clemente el día 23 de noviembre y ha inscrito su nombre en el Canon romano de la Eucaristía, en el memento de los santos.
San Clemente I es santo patrón de Castromonte (Valladolid, España), Escobar de Campos (León, España), Lorca (Murcia, España), Pombriego (León, España), San Clemente (región del Maule, Chile), la ciudad balnearia de San Clemente del Tuyú (provincia de Buenos Aires, Argentina) y la ciudad de Inkerman en la península de Crimea.
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