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Extremismo de derechas



Extrema derecha, derecha radical o ultraderecha son términos políticos utilizados para describir movimientos o partidos políticos que promueven y sostienen posiciones o discursos ultraconservadores, ultranacionalistas y autoritarios considerados extremistas.[1]

Utilizado para describir las experiencias del fascismo y el nazismo, hoy en día la política de extrema derecha incluye el neofascismo, el neonazismo, la derecha alternativa, el supremacismo blanco y otras ideologías u organizaciones que presentan aspectos xenófobos, racistas, homofobos, machistas, teocráticos o reaccionarios.[2]​La política de extrema derecha puede conducir a la opresión, la violencia política, la limpieza étnica o el genocidio contra grupos de personas en función de su supuesta inferioridad o su percepción de amenaza para el grupo étnico nativo, la nación, el estado, la religión o cultura dominante o instituciones sociales conservadoras.[3]

Las expresiones derecha o extrema derecha tienen su origen en el lugar donde se sentaban los diputados en el parlamento francés surgido tras la Revolución francesa: los monárquicos y los conservadores de la época se sentaban siempre en el lado derecho y los republicanos y liberales en el izquierdo.[4]​ La extrema derecha se contrapone así a la izquierda radical, y es en cierto modo un movimiento antagónico a las ideas revolucionarias de la izquierda. Su origen ideológico reside en el pensamiento contrarrevolucionario conservador del francés Joseph de Maistre, quien, a partir de finales del siglo XVIII, reivindicaba la Edad Media como modelo, situando la ruptura en el fin del Antiguo Régimen con la Revolución de 1789, con una postura que se acercaba más al involucionismo político.

En la primera mitad del siglo XX, el fascismo y nazismo protagonizaron trágicos episodios en Europa, pero acabaron siendo claramente derrotados en la Segunda Guerra Mundial. Las ideas que estos movimientos representaban han ido teniendo continuidad a lo largo del tiempo, como el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD), fundado en 1964 o Falange Española, partido sucesor del fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, este último con unas ideas basadas en el fascismo italiano de Benito Mussolini con ideas nacionalsindicalistas.

Así, se consideraron partidos de extrema derecha a aquellas formaciones políticas cuyo ideario estuviera vinculado ideológicamente con el fascismo[6]​ a través de referencias a sus mitos y símbolos, además del seguimiento del programa fascista. También desarrollaron una activa labor de deslegitimación de la democracia mediante una oposición antisistema,[7]​ aunque también se incluyen los grupos neonazis, cuya inspiración es la ideología nazi (contracción de la palabra alemana Nationalsozialistische, que significa «nacional-socialista»).[n. 1]

El politólogo alemán Klaus von Beyme distinguió en 1988 tres olas en la historia de la ultraderecha después de la Segunda Guerra Mundial.[8]​ Treinta años después el politólogo neerlandés Cas Mudde añadió una cuarta ola que se habría iniciado en el año 2000.[9]

La primera ola de la ultraderecha comenzó en 1945 y terminó hacia 1955. Se caracterizó por la existencia de pequeños grupos que se mantuvieron leales a la causa fascista a pesar de la derrota. Estos grupos, llamados neofascistas (aunque nada tenían de nuevos, pues seguían fieles a la vieja ideología nazi o fascista), se situaron en los márgenes del sistema político y de la sociedad debido al consenso antifascista alcanzado tras el final de la Segunda Guerra Mundial (el nunca más), y se agruparon inicialmente en asociaciones de apoyo a los excombatientes de la Wehrmacht. Los que constituyeron partidos neofascistas (algunos de los cuales fueron prohibidos por los tribunales como el alemán Partido Socialista del Reich o el neerlandés Movimiento Social Europeo Nacional), o no concurrieron a las elecciones, o cuando lo hicieron obtuvieron un escasísimo apoyo. La excepción la constituyó el Movimiento Social Italiano (MSI, siglas también leídas como Mussolini Sei Immortale -Mussolini, eres inmortal-). Lo encabezaba Giorgio Almirante, un antiguo cargo del gobierno fascista, y consiguió entrar en 1948 en el Parlamento de la recién proclamada República italiana, que no abandonaría (al revalidar su representación en todos los comicios) hasta que en 1995 se transformó en la "post-fascista" Alianza Nacional.

Los partidos neofascistas europeos fundaron en 1951 el Movimiento Social Europeo, estimulados por el éxito del MSI italiano y en el que también participó el fascista británico Oswald Mosley (de la Unión Británica de Fascistas), pero fue una iniciativa que no tuvo ninguna repercusión, como tampoco la tuvo la propuesta del neofascista estadounidense Francis Parker Yockey de formar el Frente Europeo de Liberación en 1948. Fuera de Europa solo surgieron pequeños grupos neofascistas en América Latina muy influidos por el régimen salazarista de Portugal y el régimen franquista de España.[10][8]

La segunda ola de la ultraderecha (1955-1980) se caracterizó por el predominio del populismo de derecha, que se definía por su oposición a las élites de la posguerra. El ejemplo más importante del populismo de derecha lo constituyó el poujadismo, por el nombre del líder de la Unión de Defensa de Comerciantes y Artesanos Pierre Poujade. A diferencia de los partidos neofascistas, el poujadismo no era abiertamente antidemocrático, aunque uno de sus rasgos era el antiparlamentarismo (Poujade llegó a decir que la Asamblea Nacional de Francia era "el burdel más grande de París"). En 1955 se convirtió en un movimiento de masas llegando a alcanzar los cuatrocientos mil miembros y logrando dos escaños en las elecciones francesas de 1956, uno de ellos ocupado por el líder de las Juventudes Poujadistas Jean-Marie Le Pen. Con el advenimiento de la Quinta República Francesa en 1958, el poujadismo desapareció. En otros países europeos también surgieron partidos populistas de derechas como el Partido del Progreso (Dinamarca), que en 1973 logró el 15,9 % de los votos, o el Partido del Progreso (Noruega), que no pasó del 5% de los votos. Ambos partidos defendieron el neoliberalismo económico, oponiéndose a los impuestos altos y al sector público (el partido danés llegó a pedir la supresión del presupuesto de defensa).[11]​ En Estados Unidos el populismo de derecha estuvo representado por la John Birch Society, por el senador Joseph McCarthy, y por los candidatos a la presidencia Barry Goldwater y el racista George Wallace, este último al frente del Partido Independiente Americano (con conexiones con el Ku Klux Klan (KKK) y el Citizens' Council)..[12]

El neofacismo de la primera ola continuó estando presente durante la segunda ola en la escena política de los países occidentales, aunque sin abandonar la marginalidad. La excepción la constituyó en Europa el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD), fundado en 1964 por antiguos altos cargos nazis y que convirtió la oposición a la inmigración de origen no europeo en una de sus señas de identidad. Por las mismas fechas se fundó en Gran Bretaña el abiertamente racista Frente Nacional ("Alto a la inmigración" o "Hagamos Gran Bretaña grande de nuevo" eran algunos de sus lemas). [13]​ Sin embargo, durante esta segunda ola, "las formaciones ultraderechistas no pasaban de ser un fenómeno político marginal. Los grupos neonazis apenas podían manifestarse por las calles sin ser detenidos y los partidos antiimigración no obtenían casi ningún apoyo electoral".[14]

Entre 1980 y 2000 se produjo la tercera ola de la ultraderecha, durante la cual los partidos europeos del populismo de derecha de la segunda ola fueron entrando en los parlamentos, especialmente durante la década de 1990 (años en los que alcanzaron un porcentaje medio de votos del 4,4 %, cuando en la década de 1980 apenas superaban el 2 %), y convirtiéndose para el final de la tercera ola en la ideología dominante de la extrema derecha. Su crecimiento se debió al aumento del desempleo provocado por las sucesivas crisis del petróleo de 1973 y 1979, y a los efectos del aumento de la inmigración. Los primeros en entrar en sus respectivos parlamentos fueron el flamenco Vlaams Blok en 1978, el Partido del Centro (Países Bajos) en 1982 (cuyo lema era "Los Países Bajos no son un país de inmigrantes. ¡Alto a la inmigración!") y el Frente Nacional (Francia) del antiguo poujadista Jean-Marie Le Pen en 1986 (que obtuvo el 9,6 % de los votos). Por otro lado, antiguos partidos conservadores tradicionales se transformaron en partidos de derecha radical, como el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) de Jörg Haider y el Partido Popular Suizo de Christoph Blocher. Tras las revoluciones de 1989 que provocaron la caída del comunismo en Europa Oriental, se formaron partidos de ultraderecha como el Partido Croata de los Derechos, el Partido Nacional Eslovaco o el Partido de la Gran Rumanía.[15]

Estos partidos se caracterizaban, además de por el populismo de derechas de la segunda ola, por el autoritarismo y el nativismo, por lo que se diferencian de la derecha populista de la segunda ola y se les conoce como derecha radical populista. "Criticaban a los inmigrantes y/o las minorías autóctonas [como los gitanos en el Este de Europa], así como a la élite europea y la nacional, al tiempo que se presentaban a sí mismos como la voz popular que decía lo que el pueblo piensa".[16]​ Sin embargo, no lograron formar ninguna alianza internacional. Fuera de Europa, también creció la ultraderecha; en India, el Partido Popular Indio (BJP) se fundó en 1980, y en Australia, Pauline Hanson fundó en 1997 el One Nation Party. En Israel fueron prohibidos en 1994 los neofascistas Kach y su sucesor Kahane Chai del rabino Meir Kahane.

El crecimiento de la ultraderecha durante la tercera ola, en concreto de los partidos de derecha radical populista, fue respondido por la sociedad y por el resto de formaciones políticas, por lo que estos partidos continuaron relegados a los márgenes del sistema político. Por ejemplo, en 1982 hubo una gran manifestación en La Haya frente a la sede del Parlamento para protestar por la entrada en el mismo del ultraderechista Partido del Centro de Hans Janmaat. Los manifestantes portaban pancartas en las que se podía leer: "Han vuelto" o "El racismo es odio a las personas". En 2000 la entrada en el gobierno de Austria del ultraderechista FPÖ provocó protestas multitudinarias y un boicot de la comunidad internacional. Dos años después, cuando el líder del Frente Nacional Jean-Marie Le Pen alcanzó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Francia de 2002, se produjo una enorme movilización a favor del otro candidato, el gaullista Jacques Chirac, que obtuvo más del 80 % de los votos.[17]

La cuarta ola de la ultraderecha se inició hacia el año 2000 y llega hasta la actualidad. El historiador italiano Steven Forti la caracteriza por el predominio de la nueva extrema derecha, a la que propone llamar extrema derecha 2.0,[18][n. 2] porque uno de sus principales rasgos es "su capacidad de utilizar las nuevas tecnologías, sobre todo en lo que respecta a la propaganda política". Esta nueva extrema derecha constituye un fenómeno político radicalmente nuevo, que no hay que confundir con el fascismo del periodo de entreguerras ni con el neofascismo de la segunda mitad del siglo XX, aunque esto no quiere decir que no represente una amenaza para la pervivencia de la democracia liberal.[20]

Forti incluye en esta macrocategoría a los partidos que integran los grupos Identidad y Democracia y Conservadores y Reformistas Europeos del Parlamento Europeo (el Frente Nacional/Agrupación nacional francesa, la Liga italiana, el Partido de la Libertad de Austria y el de Holanda, Hermanos de Italia, Vox, Chega!, Fidesz, Ley y Justicia, Alternativa para Alemania, el Partido Popular Danés, los Demócratas Suecos, Partido del Progreso noruego, el Partido de los Finlandeses, la Nueva Alianza Flamenca, Solución Griega, etc.), así como el Brexit Party, el trumpismo y el bolsonarismo.

Quedarían fuera de esta macrocategoría los grupos neofascistas y neonazis, "por la vinculación ideológica directa con el fascismo de entreguerras y por asumir la violencia como una herramienta imprescindible en su estrategia política"; así como los gobiernos (y los movimientos políticos que los respaldan) de Duterte en Filipinas, Modi en India, Erdogan en Turquía o Putin en Rusia, que Forti engloba dentro del autoritarismo competitivo ("regímenes que se basan en el recurso periódico a elecciones formalmente libres, pero cuya realización es fraudulenta").[21]​ En América Latina, la ultraderecha suele compartir los objetivos de los partidos y grupos de derechas; proyectos que, a su vez, cuentan con el visto bueno y, en ocasiones, el apoyo, de Estados Unidos.[22]

La principal diferencia de la cuarta ola respecto a las tres anteriores es que los partidos de ultraderecha han dejado de ser marginales. Los partidos tradicionales han empezado a adoptar algunos de sus postulados y a considerarlos posibles aliados en el gobierno o en la oposición, debido fundamentalmente a que la ultraderecha ha comenzado a tener un peso electoral y político cada vez mayor, incluso en países donde había tenido una escasa implantación.[23]​ Otra de las características de la cuarta ola es la heterogeneidad de la ultraderecha, que incluye no solo a los predominantes partidos de derecha radical populista, sino también a partidos conservadores transformados en populistas (entre los que destacan el Fidesz húngaro y el PiS polaco, que han llegado a alcanzar el gobierno de sus respectivos países), y a partidos neofascistas como el griego Amanecer Dorado o el eslovaco Kotleba-Partido Popular Nuestra Eslovaquia.[19]

También hay que señalar como otra característica específica de la cuarta ola la importancia cada vez mayor de los partidos de ultraderecha en la formación de gobiernos, apoyando a gobiernos en minoría (como el DF danés o el PVV neerlandés), formando parte de gobiernos de coalición (como el FPÖ en Austria, la Unión Nacional Ataque en Bulgaria, la Concentración Popular Ortodoxa en Grecia o la Liga Norte en Italia), o incluso formando gobiernos en solitario, como el Fidesz en Hungría o el PiS en Polonia.[24]​ Fuera de Europa, tres de las democracias más pobladas del planeta han estado o están gobernadas por líderes ultraderechistas: Narendra Modi del BJP en India, Jair Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en Estados Unidos.[25]

Por último, hay que destacar como característica de la cuarta ola que los partidos ultraderechistas han conseguido incluir sus temas en el debate público (la inmigración, la seguridad ciudadana, lo "políticamente correcto", la islamofobia, el "buenismo", el euroescepticismo, el terrorismo, etc.) y que la derecha tradicional ha asumido algunos de ellos en su agenda política. Lo mismo ha pasado con algunos de sus principios, como el nativismo, el populismo o el autoritarismo, llegando la derecha tradicional a aplicarlos cuando llegan al gobierno. Según Cas Mudde, "la desmarginación de la ultraderecha (en cuanto a su ideología, sus propuestas y su organización) característica de la cuarta ola ha hecho que las fronteras entre la derecha radical y la tradicional o convencional (y, en algunos casos, la izquierda, como ha sucedido en la República Checa o Dinamarca) se hayan vuelto cada vez más difíciles de establecer".[26]

Una parte importante de la ultraderecha en Europa se caracteriza por un gran sentimiento euroescéptico y antiglobalización, y una fuerte oposición a la inmigración de forma nacionalista y, en ocasiones, xenófoba y racista.[27]​ Igualmente tiende a tener una ideología conservadora, en sus vertientes nacionalista, liberal o social. La ultraderecha tiene una fuerte presencia en países como Países Bajos,[28]Austria,[29]Italia,[30]Francia, Reino Unido,[31]Suecia,[32]Finlandia,[33]Bélgica,[34]Alemania, España o Grecia.[35]​ Este crecimiento de la ultraderecha ha provocado una enorme preocupación por el recuerdo de los episodios de la primera mitad del siglo XX.[n. 3]

En la segunda década del siglo XXI los partidos de extrema derecha en Europa alcanzaron de media un 7,5 % de apoyo electoral (cuando veinte años antes era del 4 %), y algunos partidos consiguieron ser los más votados en sus respectivos países, como el DF danés, el Fidesz húngaro, el Frente Nacional francés, el PiS polaco o el SVP suizo.[19]

El crecimiento de la ultraderecha en la cuarta ola se ha debido, según Cas Mudde, al impacto de tres crisis: el 11-S de 2001, la Gran Recesión de 2008 (causante de la creciente inseguridad con que los ciudadanos ven su futuro)[36]​ y la crisis de los refugiados de 2015 (a la que Mudde concede especial relevancia, pues la considera el catalizador del proceso de desmarginación de la ultraderecha en Europa, ya que a partir de entonces "las manifestaciones antiinmigración se han convertido en habituales en las calles de muchas ciudades europeas importantes, y también la violencia ultraderechista contra antifascistas, inmigrantes, miembros de la comunidad LGTBQ y refugiados ha experimentado un notable incremento").[19]

Steven Forti coincide con Mudde al señalar que las formaciones de la nueva extrema derecha "son hijas de este comienzo de principios del siglo XXI" caracterizado por "el miedo a los cambios rápidos que estamos viviendo (en el mundo del trabajo, las comunicaciones, la tecnología, etc.) [que] han conllevado una verdadera crisis cultural y de valores difícilmente comparable con épocas anteriores".[37]

A unas conclusiones similares ha llegado la politóloga española Beatriz Acha, aunque reconoce que "no es fácil explicar el porqué del ascenso de la ultraderecha". Acha señala que ha crecido porque había "demandas [de los ciudadanos] no cubiertas por los partidos ya existentes" (más concretamente, cómo hacer frente al problema de la inmigración), un espacio político que los partidos de ultraderecha han sabido ocupar. "La convergencia hacia el centro del espacio competitivo de los partidos tradicionales, y, muy singularmente, la moderación de los partidos de derechas [por ejemplo, en materia de inmigración] suele actuar, así, como un buen catalizador del éxito de la ultraderecha". Pero también se produce la paradoja de que cuando, por el contrario, la derecha tradicional se radicaliza, abre la puerta a la legitimación de las políticas defendidas por la ultraderecha, y sus votantes potenciales pueden "preferir el original a la copia", según la célebre frase del líder histórico del Frente Nacional Jean-Marie Le Pen.[38]

Beatriz Acha también se ocupa del votante-tipo de la ultraderecha, que se suele identificar con "los perdedores de la globalización". Así, su perfil sería un votante joven, varón, de clase trabajadora y de bajo o medio nivel educativo, y su voto sería más de protesta que ideológico. Pero cuando se habla de "perdedores", matiza Acha, no solo se incluyen los grupos sociales que han sido víctimas, o temen serlo, de los profundos cambios económicos, laborales y sociales que ha traído la globalización, sino también a aquellas personas que se sienten "perdedoras" de la modernización cultural. Es lo que Pippa Norris y Ronald Inglehart, citados por Acha, han llamado reacción cultural o cultural backlash: la reacción a "la silenciosa revolución en los valores culturales de décadas pasadas desde posiciones autoritarias exacerbadas por el empeoramiento de las condiciones económicas y el aumento de la diversidad social". La socióloga Arlie Russell Hochschild, citada también por Acha, lo ha explicado para el caso de la clase obrera blanca estadounidense que vive en comunidades racialmente homogéneas y que en 2016 votó mayoritariamente por Donald Trump: "Ellos también se sentían marginados en lo cultural: sus opiniones sobre el aborto, el matrimonio gay, los roles de género, la raza, las armas y la bandera confederada se ridiculizaban en los medios nacionales, que los consideraban atrasados. […] En lo económico, cultural, demográfico o político, uno se siente de pronto extraño en su propia tierra" (subrayado de Acha).[39]

Se ha señalado la dificultad de definir el término «extrema derecha» porque las formaciones que la representan se definen mucho mejor por aquello que rechazan que por lo que proponen. «Más que ofrecer un programa los representantes de la extrema derecha se presentan como salvadores ante cualquier situación de crisis, real o inventada, y como la alternativa al supuesto fracaso del liberalismo y de la democracia», afirma el José Luis Rodríguez Jiménez.[40]​ Sin embargo, este mismo historiador español a pesar de la dificultad para delimitarla propuso en 1997 (antes de la eclosión de la «derecha radical populista») una definición de la extrema derecha que incluía lo siguientes rasgos característicos: «el rechazo a la filosofía del derecho natural propagada por el mundo de la Ilustración, negando la noción de sociedad como suma de individuos en beneficio de su descripción como un todo orgánico»; «el temor a los cambios de mentalidad y a las transformaciones sociales y económicas (no en el caso del fascismo), el antipluralismo y el rechazo a la democracia»; «una visión providencialista y conspirativa de la historia»; «el ultranacionalismo y una insistencia reiterativa en la importancia de preservar la “identidad nacional”»; y la defensa de «una estructura social jerarquizada en la que desempeñan un papel de primer orden los líderes carismáticos y las minoría dirigentes, y [de] un modelo de organización política de tipo corporativo».[41]

La expresión «extrema derecha» ha sido utilizada por diferentes estudiosos de manera un tanto contradictoria debido a las diferentes configuraciones ideológicas,[42]​ al no existir un consenso sobre una ideología concreta que defina a todos los grupos enmarcados en la extrema derecha, especialmente si tenemos en cuenta las variaciones ideológicas sufridas a lo largo del tiempo. Así, en opinión del profesor mexicano Rodríguez Araujo, el término derecha «es también un concepto que ha variado según las tradiciones y el tipo de sociedad y de poder que se han defendido a lo largo de la historia. Muchas de las posiciones políticas que ahora consideramos de derecha fueron de izquierda en otro momento».[43]

En consecuencia, podemos afirmar que no todos los grupos de extrema derecha comparten los mismos ideales, pero la mayoría tiene una visión del mundo conspirativa y ultranacionalista, que les permite recoger el voto de protesta contra las imperfecciones de la democracia parlamentaria representativa. Tienen en común al menos alguna de las siguientes características:

El politólogo neerlandés Cass Mudde, uno de los principales expertos sobre la ultraderecha —ha publicado artículos sobre el tema en los principales diarios de referencia como, por ejemplo, el que escribió para The Washington Post analizando el ascenso de la ultraderecha en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014[55]​ ha propuesto diferenciar dentro de la ultraderecha (far right) los partidos de extrema derecha (extreme right) de los partidos de la derecha radical populista (populist radical right):[56]

Las razones de estas diferencias son históricas y geográficas.[59]​ Por un lado, muchos países de Europa Oriental (como Rumania, Hungría, Croacia, Alemania Oriental) pasaron tanto por dictaduras fascistas autóctonas como por regímenes comunistas donde se daba a menudo persecuciones antijudías. En estos países además de tener partidos que pueden derivar directamente de las agrupaciones tradicionales históricas del fascismo, el discurso «clásico» racial, nacionalista e irredentista no escandaliza tanto a la sociedad, y debido a que la cantidad de inmigrantes musulmanes es relativamente menor se requiere un nuevo «chivo expiatorio» (minorías como gitanos y judíos). Por el contrario en Europa Occidental, la mayoría de países no han tenido dictaduras fascistas y su principal contacto con el fascismo se dio durante la ocupación nazi, por lo que en muchos casos se enorgullecen de las luchas antinazis del pasado. Por ello, salvo excepciones, los partidos de ultraderecha de estas naciones dejan de lado ataques contra las pequeñas comunidades judías y se enfocan en el discurso anti-islámico [60]​ siendo la inmigración musulmana un problema mayor para muchos sectores de la ciudadanía e incluso comparan al islam con el nazismo, el Corán con Mein Kampf, etc., y el discurso racista se deja de lado (al punto de que personas de etnia negra o judía pueden pertenecer a estos partidos). [61]

Según la politóloga española Beatriz Acha, la ultraderecha actual atenta «contra los principios esenciales de la democracia y amenazan la paz y la cohesión social». Acha pone el ejemplo del Asalto al Capitolio de los Estados Unidos de 2021, que puso en evidencia el riesgo que supone la extrema derecha «para la supervivencia de las democracias». «El peligro para la democracia y sus instituciones, si acceden al poder [los partidos de ultraderecha], es real», concluye Beatriz Acha.[62]

Muchos partidos políticos de ultraderecha adquieren unas posturas de defensa exacerbada de la identidad nacional y no abogan por el mantenimiento de las instituciones y las libertades democráticas.[n. 4]​ Otros dicen aceptar las normas democráticas y así lo perciben sus electores.[n. 5]​ Varios de los dirigentes de partidos de extrema derecha suelen negar tener algún tipo de relación con la ideología de tipo fascista.[n. 6][n. 7]​ Sin embargo, «se encuentran incómodos en el marco de la democracia liberal. Aunque la respeten formalmente, no comulgan con algunos de los principios fundamentales que la sustentan, como la igualdad. De ahí que haya que ser cautos al considerarlos formaciones democráticas, pues defienden una ideología de la exclusión incompatible, incluso, con su versión meramente procedimental».[63]

La extrema derecha ha experimentado un crecimiento en las últimas décadas (los partidos de ultraderecha han llegado a superar el umbral del 20% de los votos en algunos lugares). Las causas de este crecimiento relativo (y oscilante)[64]​ son difíciles de delimitar porque, según Beatriz Acha, los partidos implicados «tratan de evitar su categorización como extremistas/radicales», «por su carácter ubicuo (pasa en todos los países, en distinta medida) y por la dificultad de acotarlo: ¿representan lo mismo Le Pen, Salvini o Wilders? ¿podemos compararlos con los partidos que gobiernan en países como Polonia o Hungría? ¿podemos incluir también en este grupo a líderes como Trump, Bolsonaro y Putin?».[65]

En su análisis de la ultraderecha actual, el politólogo neerlandés Cas Mudde diferencia los términos ultraderecha (far right) y extrema derecha (extreme right). El término ultraderecha englobaría a todos los derechistas que son «antisistema», es decir, que son hostiles a la democracia liberal, mientras que la extrema derecha sería uno de los dos subgrupos en que Mudde divide a la ultraderecha y que estaría caracterizado por rechazar la esencia de la democracia, es decir, «la soberanía popular y el principio de la mayoría», y cuyo ejemplo más trágicamente famoso sería el fascismo. El otro subgrupo de la ultraderecha sería la derecha radical populista (populist radical right) que, a diferencia de la extrema derecha en la terminología de Mudde, acepta la esencia de la democracia, «pero se opone a elementos fundamentales de la democracia liberal, y de manera muy especial, a los derechos de las minorías, al Estado de derecho y a la separación de poderes». Este segundo subgrupo de la derecha radical populista (que el historiador italiano Steven Forti denomina «extrema derecha 2.0» por su «capacidad de utilizar las nuevas tecnologías, sobre todo en lo que respecta a la propaganda política»)[66]​ es el que, según Mudde, predomina en la ultraderecha del siglo XXI (dentro de lo que Mudde denomina cuarta ola de la ultraderecha iniciada en el año 2000 y que llega hasta nuestros días, y cuyos grandes «ejes temáticos» serían la inmigración, la seguridad, la corrupción y la política exterior, además de la cuestión del género).[67]​ Así pues, la extrema derecha (extreme right) y la derecha radical populista (populist radical right), según Mudde, se distinguirían porque «mantienen posturas intrínsecamente diferentes respecto de la democracia».[68]

Cas Mudde señala los siguientes componentes de la ideología de la ultraderecha actual:[69]

Steven Forti coincide casi completamente con Mudde en los rasgos ideológicos que caracterizan a la derecha radical populista, que Forti prefiere llamar «extrema derecha 2.0» por su «capacidad de utilizar las nuevas tecnologías, sobre todo en lo que respecta a la propaganda política». Forti no incluye el populismo, aunque reconoce que utiliza «las herramientas populistas».[21]

Steven Forti propone añadir otras tres características (partiendo de la idea de que «la ultraderecha se propone socavar la cualidad del debate público, promover percepciones erróneas, formentar una mayor hostilidad y erosionar la confianza en la democracia, el periodismo y las instituciones. Lo que le permitirá tener el terreno mucho más abonado para la siguiente competición electoral»):[71]

La politóloga española Beatriz Acha coincide con Mudde y con Forti en los rasgos que definen la ideología de la ultraderecha actual: «el término genérico de “ultraderecha” designa a formaciones que defienden temas como el rechazo a la inmigración y al proceso de construcción europea, el ultranacionalismo, la ley y el orden, la familia tradicional, y otros en los que podrían acercarse a las posiciones de partidos conservadores pero que en ellos siempre son mucho más radicales y extremas; y que, a diferencia de estos, mantienen posiciones mucho menos definidas ―si es que las tienen― en materia económica».[77]​ De estos rasgos Acha destaca tres: [78]

Como Forti, Beatriz Acha también añade a los rasgos propuestos por Mude la crítica a la democracia liberal. «Cierto es que la mayoría de ellos no aboga por recurrir a la violencia para subvertir los regímenes democráticos. Ahora bien, como los propios expertos reconocen, se encuentran incómodos en el marco de la democracia liberal. Aunque la respeten formalmente, no comulgan con algunos de los principios que la sustentan, como la igualdad. De ahí que haya que ser cautos al considerarlos formaciones democráticas, pues defienden una ideología de la exclusión incompatible, incluso, con su versión meramente procedimental».[63]

También coincide con Forti en no considerar el populismo como un rasgo esencial de la ultraderecha y además advierte —en lo que vuelve a estar de acuerdo con Forti— que «el concepto de populismo aplicado a la ultraderecha dificulta a veces su análisis, por su imprecisión y amplia extensión (se aplica a muchos otros partidos)». Y añade que «puede conferir cierta legitimidad a los partidos de ultraderecha, cuando no una imagen de moderación. Prueba de esto es que los propios ultraderechistas aceptan de buen grado esta denominación (mientras rechazan violentamente la de "extremistas" o "ultras")».[79]​ Acha pone el ejemplo de Jörg Haider, primer líder del FPÖ austríaco, cuando manifestó:[80]

En cuanto a los temas que forman parte de la agenda política de la ultraderecha Cas Mudde afirma que hasta el año 2000 aparecía únicamente la inmigración, pero con el auge de la derecha radical populista han aparecido otros cuatro temas que se han sumado a aquel: la seguridad, la corrupción, la política exterior y la cuestión de género.[81]​ Steven Forti añade un quinto tema: la economía.[82]​ Por su parte, Beatriz Acha considera la inmigración como el tema central de la ultraderecha ya que «constituye el agravio fundamental sobre el que movilizan a sus votantes» y además «resulta ser un tema transversal que se vincula a muchos otros», como la seguridad tanto interna (el aumento de la criminalidad en las calles) como externa (la amenaza del terrorismo islámico).[83]

Los partidos políticos no son la única forma de articulación de la ultraderecha, aunque constituyen su núcleo central en el siglo XXI. También existen los movimientos sociales de ultraderecha, que están bien organizados pero que a diferencia de los partidos no se presentan a las elecciones, y las subculturas ultraderechistas, que carecen de organización. Dentro de los movimientos sociales se encuentran las organizaciones intelectuales, las organizaciones mediáticas y las organizaciones políticas. Las organizaciones intelectuales «están centradas en desarrollar ideas de ultraderecha y en innovar en ese terreno y en formar sobre todo a los activistas ultraderechistas». La más importante sería la Nouvelle Droite cuyos orígenes se remontan a la fundación del GRECE en París en 1968 y cuya figura principal es Alain de Benoist. A la Nouvelle Droite habría que sumar diversos think tanks de Estados Unidos, como el islamófobo Gatestone Institute de John Bolton, la American Renaissance de Jared Taylor o el National Policy Institute de Richard B. Spencer (estas dos últimas organizaciones ligadas a la alt-right). En Europa hay que citar dos centros educativos superiores de ultraderecha: el Instituto de Ciencias Sociales, Economía y Política de Marion Maréchal-Le Pen y la Universidad de Cultura Social y Mediática del sacerdote católico polaco Tadeusz Rydzyk. En cuanto a las organizaciones mediáticas hay que destacar los sitios web estadounidenses Stormfront (neonazi), Breitbart News (de derecha radical), The Daily Stormer (neonazi), InfoWars (conspirativa), y VDARE (supremacista blanca). En Europa destacan Junge Freiheit y Gazeta Polska, y en Israel Arutz Sheva.[100]

En cuanto a las organizaciones políticas de ultraderecha, que suelen estar estructuradas como los partidos políticos pero que se diferencian de estos en que no se presentan a las elecciones (o han dejado de hacerlo), hay que subrayar que la mayoría de ellas son marginales y cuentan con muy pocos activistas. Algunas de las más conocidas son el Movimiento Nacionalsocialista de Estados Unidos, la Liga de Defensa Inglesa (EDL), la alemana PEGIDA o la japonesa Zaitokukai. Sin embargo hay una organización política de ultraderecha con muchos afiliados y muy poderosa: la Nippon Kaigi (‘Conferencia Japón’).[100]​ También destaca el movimiento identitario —ideológicamente un derivado de la Nouvelle Droite— que está activo en varios países europeos y en Estados Unidos y Canadá —en estos dos últimos países en conexión con la alt-right—.[101]

Entre las subculturas de ultraderecha hay muchas de ámbito nacional como, por ejemplo, la del Uyoku dantai de Japón, pero son muy pocas las de ámbito verdaderamente internacional:[102]

Un caso especial lo constituye CasaPound de Italia ya que es al mismo tiempo una subcultura y un movimiento, que se define como «fascista» ―de ahí el nombre que ha adoptado―, y también se presenta a las elecciones aunque con escaso éxito, además de haberse visto implicada en episodios de violencia política.[104]

La valoración positiva de la violencia constituye un elemento esencial del fascismo (y del nazismo). Y en las últimas décadas, según Cas Mudde, «la violencia ultraderechista ha adquirido un carácter más planificado y regular, y una mayor letalidad, como lo demuestran los atentados terroristas cometidos en, entre otros lugares, Christchurch (Nueva Zelanda), Pittsburgh (Estados Unidos) y Utoya (Noruega). Mudde cita un estudio de un especialista en terrorismo de la Universidad de Oslo en el que se han contabilizado 578 incidentes violentos protagonizados por la ultraderecha entre 1998 y 2015 en Europa occidental y en los que hubo 303 muertos. En otro estudio, referido a Estados Unidos, se constata que hubo 368 muertos causados por activistas de ultraderecha entre 1990 y 2013 ―de hecho en Estados Unidos la ultraderecha ha sido responsable de más violencia política que la extrema izquierda; lo mismo ocurre en Alemania, Suecia o India―. La mayor parte de las víctimas, tanto en Europa occidental como en Estados Unidos, eran personas percibidas por los ultraderechistas como «degeneradas» (feministas, izquierdistas, homosexuales, personas sin techo…) o «extranjeras» (inmigrantes, refugiados, minorías étnicas), como en los pogroms antigitanos de Europa del Este o en los pogroms contra musulmanes y sijs en India. Hay partidos de extrema derecha en los que la violencia forma parte esencial de su ideario y de sus actividades, como el griego Amanecer Dorado, los Lobos Grises, el ala juvenil del Partido del Movimiento Nacional (MPH) turco, o el partido judío Kach.[105]

Mudde afirma que «el terrorismo de ultraderecha se ha convertido en una amenaza creciente en los últimos años». Suele ser obra de «lobos solitarios», como en el tiroteo en Macerata de 2018 en el que resultaron heridos seis inmigrantes africanos ―el perpetrador fue un antiguo candidato de la Liga Norte―, pero la policía ha desarticulado organizaciones terroristas ultraderechistas, como Clandestinidad Nacionalsocialista de Alemania, Acción Nacional de Gran Bretaña o Abhinav Bharat de India. También ha participado en acciones terroristas la estadounidense Liga de Defensa Judía y su heredero israelí, el partido Kach que fue finalmente prohibido.[105]

Uno de los protagonistas de la violencia ultraderechista son los grupos paramilitares. Los europeos, aunque usan uniformes, no están armados ―aunque hay excepciones como el Batallón Azov, encuadrado en la Guardia Nacional ucraniana― y varios de ellos están (o estaban) ligados a determinados partidos, como la Guardia Húngara fundada por Jobbik, mientras que otros no, como los escandinavos Soldados de Odín. En cambio en Estados Unidos están fuertemente armados por lo que son más conocidos como milicias, la mayoría de las cuales tienen una marcada orientación anti-gobierno federal, aunque tras acceder Donald Trump a la presidencia en enero de 2017 muchas pasaron a apoyar al nuevo presidente, como los Oath Keepers o los Three Percenters. La actitud anti-gobierno federal es compartida por el movimiento de los sovereing citizens (‘ciudadanos soberanos’) que también han protagonizado incidentes violentos con armas de fuego. En Alemania existe un movimiento similar al de los “sovereing citizens” conocido como Movimiento Ciudadanos del Reich, algunos de cuyos miembros también han estado implicados en tiroteos con fuerzas del orden. Sin embargo, el grupo paramilitar más numeroso y más violento se encuentra en India. Es la Asociación de Voluntarios Nacionales (RSS), próxima al BJP, cuyos militantes ‘’hindutva’’ han participado en numerosos actos violentos contra colectivos que perciben como enemigos nacionales, como las personas que comen carne de vacuno (la vaca es un animal sagrado en el hinduismo) o la minoría musulmana (sus militantes participaron en la demolición de la mezquita Babri Masjid en 1992 por lo que la RSS fue ilegalizada durante un año).[106]

En la siguiente tabla se incluye la evolución electoral de diversos partidos considerados de ultraderecha en Europa. Se incluyen todos aquellos partidos de marcado carácter anti-inmigración, populistas y nacionalistas, aunque algunos de estos partidos defienden políticas contrarias en determinados puntos, como el apoyo a Israel del PVV, o el antisemitismo de Amanecer Dorado.

Organizaciones transnacionales:

Esta deriva pone en peligro a la propia Unión al alejarse de los ideales europeos cristianos sobre los que se fundó. Hoy, algunos burócratas y algunos partidos creen, equivocadamente, que pueden promover agendas sin legitimidad democrática, que va en contra de las necesidades de los europeos y de la supervivencia de la propia civilización occidental.
Ante esta situación, nosotros, los participantes de la Cumbre, nos comprometemos a defender Europa de las amenazas exteriores e interiores. Haremos frente a las corrientes que propugnan una Unión Europea ajena a su historia y que, apartadas de la realidad, conducen al suicidio demográfico y a la transformación poblacional. Europa está en declive demográfico. Debemos apoyar políticas de apoyo a la familia.
Amamos Europa, porque amamos a nuestras naciones. Y defenderemos Europa, porque defendemos nuestras naciones. Por ello, no dejaremos de exigir una Unión volcada en los valores comunes europeos, en personas, en sus familias, en la protección de sus fronteras y en la libertad de disponer de energía, de industria y de un sector primario fuerte. Tenemos que recuperar la cultura del respeto mutuo entre los Estados miembro y con las instituciones de la UE, donde se salvaguarden las identidades constitucionales y no se las critique. Denunciamos los ataques motivados políticamente desde Bruselas contra Polonia y Hungría, los cuales demuestran un total desprecio a los principios básicos de la UE y violan el espíritu de los Tratados.

En el Parlamento Europeo estos partidos suelen asociarse entre ellos y con otros partidos de iguales características en función de su carácter euroescéptico, nacionalista y conservador. El primer grupo oficial de la ultraderecha que se formó en el Europarlamento fue el Grupo de las Derechas Europeas (1984-1989) del que formaban parte el Movimiento Social Italiano (MSI), el Frente Nacional (FN) y la Unión Política Nacional griega. Le sucedió el Grupo Técnico de las Derechas Europeas (1989-1994) integrado por el FN, Los Republicanos de Alemania y el Vlaams Belang (VB) flamenco. Después se formaron la Unión por la Europa de las Naciones (1999-2009), el Grupo por la Europa de las Democracias y de las Diferencias (1999-2004), Independencia y Democracia (2004-2009), Identidad, Tradición, Soberanía (2007), Europa de la Libertad y la Democracia (2009-2019) y la Europa de las Naciones y de las Libertades (2014-2019).[198]​ Luego, como partido político europeo que agrupa a algunos de ellos están el EuroNat (fundado por Jean-Marie Le Pen en 1997) y la Alianza Europea de Movimientos Nacionales.

Tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2019, Liga Norte, Agrupación Nacional (antiguo FN), Alternativa por Alemania, Partido Popular Danés (DF), FPÖ, Vlaams Belang, Libertad y Democracia Directa, EKRE, Partido de los Finlandeses y Partido por la Libertad (PvV) formaron el grupo Identidad y Democracia, ID, (sucesor del grupo Europa de las Naciones y las Libertades), mientras que el PiS, Foro para la Democracia (FvD), Demócratas de Suecia, Vox, Organización Revolucionaria Interna de Macedonia – Movimiento Nacional Búlgaro, Solución Griega, Hermanos de Italia y Alianza Nacional se integraron en el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). Los partidos de extrema derecha Amanecer Dorado, Jobbik y Kotleba - Partido Popular Nuestra Eslovaquia decidieron quedarse en el grupo de los «no adscritos».[198]

En julio de 2021, los partidos integrantes de ID, ECR, y el Fidesz húngaro que acaba de abandonar el grupo Partido Popular Europeo, firmaron una declaración conjunta en la que afirmaban su «compromiso en defensa de una Europa respetuosa con la soberanía, la libertad y las tradiciones de los Estados miembros». La declaración serviría como «base para un trabajo común cultural y político, respetando el papel de los actuales grupos políticos». La primera cumbre de «las fuerzas patrióticas y conservadoras de Europa» tuvo lugar a principios de diciembre de 2021 en Varsovia bajo los auspicios del PiS, partido de ultraderecha gobernante en Polonia. Allí acordaron «la alineación de nuestros votos en temas comunes relativos a la protección de la soberanía de los Estados miembros».[199]

La siguiente cumbre tuvo lugar el 29 de enero de 2022 en Madrid y en la misma, como había sucedido en Varsovia, tampoco se llegó a alcanzar un acuerdo para crear un único grupo en el Parlamento Europeo, pero en el comunicado final se dio un paso adelante al afirmar el propósito de «crear una oficina de coordinación como una forma de una cooperación más fuerte entre las formaciones políticas presentes..., con el objetivo de aunar fuerzas y voto en el Parlamento Europeo». El primer ministro polaco Mateusz Morawiecki (del PiS) declaró: «Uno de los asuntos [que hemos tratado] fue acercarnos a un grupo más fuerte dentro del Parlamento Europeo, pero ahora lo importante es trabajar en los valores y el resto de movimientos ya vendrán después».[199]

En la cumbre de Madrid el posible acuerdo entre los partidos de la ultraderecha europea se vio dificultado por las diferentes posturas sobre la crisis ruso-ucraniana de 2021-2022, aunque al final el atlantista primer ministro polaco Morawiecki logró arrancar un acuerdo de mínimos que decía: «Las acciones militares de Rusia en la frontera oriental de Europa nos han conducido al borde de una guerra». Por su parte el prorruso primer ministro de Hungría Viktor Orbán (de Fidesz) se limitó a declarar a la prensa que pedía «desescalada y negociación» pero sin señalar a Rusia como responsable del aumento de la tensión internacional (se trata de «una cuestión militar muy complicada que nadie conoce exactamente», dijo), como sí había hecho Morawiecki («Tenemos un acuerdo en este asunto. Rusia está amenazando a Ucrania y por eso estamos discutiendo este asunto profundamente. Somos conscientes de los riesgos. La integridad de Ucrania debe ser respetada», dijo). En lo que sí estuvieron totalmente de acuerdo los partidos presentes fue en criticar a la Unión Europea por la «ineficacia» de su diplomacia, además de acusarla de querer convertirse en un «megaestado ideologizado», que «desprecia la identidad y la soberanía nacional», se aleja «de los ideales europeos cristianos sobre los que se fundó» y pone en riesgo «la supervivencia de la propia civilización occidental». En su lugar proponían que «cada nación debería tener una voz fuerte y solidaria para preservar la paz, la integridad territorial y la inviolabilidad de las fronteras de las naciones europeas» y «la primacía de las constituciones nacionales sobre el derecho de la Unión Europea». Además denunciaron «los ataques motivados políticamente desde Bruselas contra Polonia y Hungría, los cuales demuestran un total desprecio a los principios básicos de la UE y violan el espíritu de los Tratados».[199]

El anfitrión de la cumbre de Madrid, el líder de Vox Santiago Abascal (que evitó pronunciarse sobre la crisis ruso-ucraniana), declaró que «todos los políticos que nos reunimos en Madrid tenemos grandes coincidencias en el diagnóstico de los desafíos de Europa y voluntad de colaboración para construir una Unión Europea fuerte de naciones soberanas que colaboren libremente». Además Abascal hizo un llamamiento a «aprovechar la oportunidad» para «desenmascarar» el «pacto» «entre la extrema izquierda y la élite globalista». En la reunión de Madrid participaron además de Orbán y Morawiecki, Marine Le Pen (Francia) y otros líderes de ultraderecha de Austria, Bélgica, Bulgaria, Estonia, Lituania, Países Bajos y Rumanía. Matteo Salvini, líder de la Liga, y Giorgia Meloni, de Hermanos de Italia, no acudieron a Madrid a causa de la elección del presidente de la República de Italia que estaba teniendo lugar en Roma. Tampoco asistió ningún dirigente de Alternativa por Alemania. La siguiente cumbre estaba previsto celebrarla en Budapest.[199]

Como en otros países, el fenómeno del surgimiento de la ultraderecha y de movimientos que claman ser nacionalistas e irredentistas apareció en Costa Rica. Distintos movimientos asociados con ideas de extrema derecha y opuestos a la inmigración (especialmente a la nicaragüense) proliferaron en los últimos años.

En 2018 una oleada de noticias falsas difundidas por páginas de la red Facebook de inclinación ultraderechista han sido señaladas como responsables por instigar odios y acrecentar la xenofobia.[200][201]​ Las páginas difundieron falsamente que grupos de nicaragüenses habían quemado la bandera costarricense (cuando se trataba de anarquistas costarricenses en una manifestación muchos años atrás) y que habían "tomado" el parque La Merced en San José (conocido lugar de reunión de inmigrantes) cuando en realidad se había izado temporalmente una bandera nicaragüense para recolectar víveres para refugiados.

Una marcha contra los migrantes nicaragüenses se realizó el 19 de agosto de 2018 en la que participaron grupos neonazis y barras bravas,[202][203][204]​. Aunque no todos los participantes estaban vinculados a estos grupos, la protesta se tornó violenta y la Fuerza Pública intervino con un saldo de 44 arrestados, 36 costarricenses y el resto nicaragüenses.[205]

En 2019 páginas de la red social Facebook como Diputado 58, Resistencia Costarricense y Salvación Costa Rica descritas como «ultranacionalistas» y radicalmente opuestos a la inmigración convocaron a una manifestación anti-gobierno el 1 de mayo, con escasa asistencia.[206][207]

En 2019 surge a la luz pública una agrupación paramilitar que se autodenomina Frente Patriota 7 de Julio y que hace un llamado mediante un video cuyos participantes utilizaban máscaras y ropa de fatiga, para realizar un golpe de estado violento que depusiera al gobierno. El excandidato presidencial Juan Diego Castro acusó al gobierno de estar detrás del video y de ser un montaje,[208]​ aunque esto resultó ser falso cuando las autoridades judiciales descubrieron a los responsables.

La agrupación fue rápidamente identificada por las autoridades policiales y su dirigencia fue arrestada pocos días después del incidente.[209]​ Los cabecillas al parecer tenían vínculos con la extrema derecha ultrareligiosa[210]​ y el antiguo Comando Cobra que realizó actividades violentas contra indígenas en los años 90s.[211]

En Estados Unidos nació una organización de ultraderecha anterior a la aparición de los fascismos en Europa: el Ku Klux Klan (KKK). Fue fundado tras la guerra civil (1861-1865) por militares confederados para sembrar el terror entre los esclavos negros que acaban de ser liberados y también entre los yanquis instalados en el Sur (denominados despectivamente como “carpetbaggers”). En las primeras décadas del siglo XX surgió un segundo KKK que se extendió a algunos estados del norte y que dejó de tener como objetivo a los “yanquis” para pasar a arremeter contra la inmigración católica, además de seguir manteniendo como objetivo principal a los afroamericanos (y a los judíos). El tercer KKK, que es el que existe en la actualidad, surgió como reacción al movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos de la década de 1960, y continuó siendo profundamente racista (blanco) y antisemita, identificándose así cada vez más con las formaciones neonazis.[212]

Tras la Segunda Guerra Mundial surgió un populismo de derecha que estuvo representado por la John Birch Society, el senador Joseph McCarthy y los candidatos a la presidencia Barry Goldwater y el racista George Wallace, este último al frente del Partido Independiente Americano con conexiones con el Ku Klux Klan (KKK) y el Citizens' Council.[12]

A finales del siglo XX y durante el siglo XXI aparecieron diversos think tanks de ultraderecha, como el islamófobo Gatestone Institute de John Bolton, la American Renaissance de Jared Taylor o el National Policy Institute de Richard B. Spencer (estas dos últimas organizaciones ligadas a la alt-right), y también organizaciones mediáticas como los sitios web Stormfront (neonazi), Breitbart News (de derecha radical), The Daily Stormer (neonazi), InfoWars (conspirativa), y VDARE (supremacista blanca).[100]​ En cuanto a los movimientos de ultraderecha destaca el movimiento identitario, en conexión con la alt-right,[101]​ y, en cuanto a las subculturas de ultraderecha, la derecha alternativa (alt-right), impulsada por Richard B. Spencer, y que se concentra casi exclusivamente en el entorno digital (compartiendo ideas con la «manosfera»), aunque también convoca manifestaciones como la manifestación Unite the Right (Charlottesville, 11 al 12 de agosto de 2017) que desembocó en disturbios violentos y el asesinato de un contramanifestante.[102]

La derecha radical populista llegó al poder en 2017 con la elección de Donald Trump como nuevo presidente. Esto se evidenció desde el primer momento. En su discurso inaugural que, según Cas Mudde, «rezumaba la ira y la frustración típicas del discurso político antisistema, pero proyectadas desde el núcleo de las instituciones del sistema», Trump dijo lo siguiente:[213]

Durante la presidencia de Donald Trump (2017-2021) el ultraderechista movimiento de milicias, dejó de tener una marcada orientación anti-gobierno federal para pasar a apoyar al nuevo presidente, como los Oath Keepers o los Three Percenters. Sin embargo, los sovereing citizens (‘ciudadanos soberanos’), que también habían protagonizado incidentes violentos con armas de fuego, mantuvieron la actitud anti-gobierno federal.[106]​ Estos grupos "trumpistas", entre los que se encontraban los Proud Boys, fueron los que protagonizaron el Asalto al Capitolio de los Estados Unidos de 2021, intentando impedir que fuera proclamado como nuevo presidente el demócrata Joe Biden.

En el contexto de la Guerra Fría, distintas guerras civiles entre fuerzas guerrilleras de izquierda y paramilitares de derecha ensagrentaron la región. Distintos regímenes autoritarios tradicionalmente considerados como de extrema derecha dominaron, a menudo en forma de dictaduras, distintas naciones de Centro y Sudamérica.

Entre otros no listados aquí. La mayoría de estos grupos están disueltos o inactivos.

Diferentes movimientos políticos contemporáneos y sus candidatos han sido descritos en la actualidad como de extrema derecha con matices de populismo de derecha y autoritarismo de distinto nivel. Muchos de los receptores de esta descripción por lo general reniegan de ella puesto que es a menudo considerada como peyorativa, por lo que debe tenerse en cuenta que la mención de estos grupos está sujeta a debate y es a menudo refutada.

Sin embargo, distintos analistas han descrito como de extrema derecha a; por ejemplo, el presidente argentino Mauricio Macri y su partido Cambiemos,[252][253][254]​ al mandatario colombiano Iván Duque del Centro Democrático[255][256][257][258][259]​ y el Presidente de Brasil Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal.[260][261][262][263]​ Los partidos políticos mexicanos Partido Acción Nacional y Partido Encuentro Social han sido acusados de tener posiciones ultraderechistas. En Costa Rica han sido acusados de extrema derecha el Movimiento Libertario de Otto Guevara[264][265]​ y Fabricio Alvarado de Nueva República.[266][267][268]​ En Perú existieron dos partidos fascistas: la Unión Revolucionaria (1931-1945), que fue el partido oficialista durante el gobierno de Luis Miguel Sánchez Cerro, y el Movimiento NacionalSocialista Despierta Perú (2000-2009). En Bolivia es acusada de extrema derecha la presidenta Jeanine Áñez del Movimiento Demócrata Social,[269]​ también el partido político Unión Juvenil Cruceñista es acusado de tener posiciones ultraderechistas.[270]

En Argentina destacan organizaciones como el ultranacionalista y neonazi Frente Patriota, comandado a nivel nacional por Alejandro Biondini.[271]​ En Chile, destaca el Partido Repubicano, liderado por su fundador y candidato presidencial ultraconservador José Antonio Kast. En Uruguay han existido partidos de filiación ultraderechista: Unión Patriótica, dirigida por Néstor Bolentini en 1984, el Partido Alianza Oriental en 1994 y el Partido Unión por el Cambio en el 2014.

En México, los inicios de la ultraderecha se remontan a principios del siglo XX, con la fundación del Partido Católico en 1911 y, posteriormente, con el movimiento cristero —auspiciado por la Iglesia católica y compañías petroleras extranjeras— que daría origen a Acción Católica Mexicana, La Legión y La Base. De esta última surgirían el Partido de Acción Nacional (1939) en su vertiente más moderada, y la extremista —fascista en sus inicios— Unión Nacional Sinarquista (UNS, 1937), esta última de ideología anticomunista, antiliberal, ultranacionalista y religiosa fundamentalista y, a su vez, muy influenciada por el nazismo. La UNS organizó tres partidos políticos: Partido Fuerza Popular (1946-1949), Partido Nacionalista de México (1951-1964) y Partido Demócrata Mexicano (1975-1997).[272]

El continente asiático a visto un resurgir de movimientos de ultraderecha en las últimas décadas mayormente de corte ultranacionalista. La siguiente tabla muestra a diversos partidos considerados de ultraderecha en Asia.



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