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Inmigración en Argentina



La inmigración al territorio actual de la Argentina comenzó hace varios milenios a. C., con la llegada de seres humanos de origen asiático al continente americano por Beringia, según las teorías más aceptadas, y fueron poblando lentamente el continente americano. Al momento de llegada de los conquistadores españoles, los habitantes del actual territorio argentino eran aproximadamente 300 000 personas,[1]​pertenecientes a numerosas civilizaciones, culturas y tribus distintas.

Sobre este sustrato, el territorio argentino ha experimentado distintas corrientes migratorias:

Al momento de organizarse constitucionalmente a mediados del siglo XIX, Argentina era un país escasamente poblado, con menor población que otros países sudamericanos como Bolivia, Chile y Perú. Mediante la política inmigratoria, Argentina pasó de tener una población de 1,1 millones de habitantes en 1850 (3,5% de América Latina), para alcanzar 11,8 millones de habitantes en 1930 (11,1% de América Latina).[25]​ El primer censo nacional (en 1869) arrojó un total de 1 737 000 habitantes. Hacia 1960, el país tenía ya un poco más de 20 millones, es decir que en 90 años había multiplicado su población inicial por 10, mientras que en el mismo lapso, la población mundial se multiplicó por 5.[26]​ Entre 1870 y 2000, el saldo migratorio del país (resultado neto de inmigración menos emigración) se estimaba en alrededor de 6,3 millones de personas.[27]

El censo de 2010 registró que al momento, Argentina contaba con casi 1.900.000 inmigrantes.[28]​Según un informe de la ONU de 2017, se estima que el país alberga a cerca de 2.200.000 extranjeros, la mayor cantidad de toda América Latina, y ubica a Argentina en el puesto 28 del ranking mundial.[29][30]

Las composiciones étnicas derivadas de la inmigración, es muy variada según las zonas y hasta localidades del país, pero a grandes rasgos:

El poblamiento arcaico del territorio que hoy conforma la Argentina fue realizado por diversas corrientes, quizás una inicial de paleoamericanos descendientes de las migraciones que ingresaron a América por Siberia y luego por otras más recientes de amerindios. De acuerdo al estado actual de las investigaciones, en la Patagonia se encuentran algunos de los asentamientos humanos más antiguos del territorio americano. Puntualmente, la primera presencia humana se ha registrado en Piedra Museo (provincia de Santa Cruz) y se remonta a casi 13 000 años adP.

Se han sostenido hipótesis sobre la posibilidad de otras corrientes poblacionales precolombinas. Una de ellas, que ha encontrado cierto apoyo en los descubrimientos de Monte Verde (Chile) y otros sitios, la temprana existencia de tal asentamiento, al parecer anterior a la mayoría de los asentamientos ubicados más al norte en América parece desmentir (según lo que se conoce en el 2008) la teoría que ha sido predominante: la de un poblamiento primero a través del istmo de Beringia que se habría desplazado hacia el sur por el centro de Norteamérica utilizando un supuesto corredor que atravesaba los campos de hielos del wurmiense; la ratificación de la antigüedad de Monteverde induce a pensar que la principal corriente de poblamiento de las Américas —hasta el territorio que es actualmente argentino— se realizó siguiendo las costas por largas extensiones en un tiempo relativamente breve; también se sostiene la posibilidad de un poblamiento australoide que pudo haber ingresado desde Australia alrededor del XIII milenio a. C., aprovechando las costas de la calota glaciar existente en la última glaciación. Esta hipótesis busca explicar las evidencias de poblamiento muy temprano del sur de América y las características fisiotípicas de los huárpidos (incluyendo a los llamados comechingones), e incluso algunas características de los pámpidos, difícilmente compatibles con el modelo que sostiene el poblamiento exclusivo del continente por Beringia.

Las corrientes indoamericanas ingresaron por etapas, siguiendo diferentes líneas: una lo hizo por las quebradas del NOA, otra avanzó por las costas del Atlántico, una tercera —quizás la última— lo hizo por el sistema de la cuenca del Plata especialmente aprovechando la hidrovía del río Paraná.

La primera cultura agroalfarera en territorio argentino, la cultura Tafí (200 a. C.), fue consecuencia de una migración proveniente del altiplano boliviano.[31]​ A partir de entonces esta región mantuvo intercambios comerciales y migratorios con las etnias que habitaban al occidente de la cordillera de los Andes, y las antiguas culturas de lo que hoy es Bolivia y Perú. Entre 1470 y 1490 se produjo la conquista incaica dirigida por Túpac Inca Yupanki que derivó en la difusión parcial de la cultura y el idioma quechua en el norte argentino.[32]

El actual territorio argentino (como casi todo el Cono Sur), en tiempos prehispánicos, estaba en promedio menos poblado que otras áreas sudamericanas, aunque existían zonas densamente pobladas como el cuadrante noroeste, el centro-oeste andino, y las zonas ribereñas de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay y sus afluentes.

Tradicionalmente se ha estimado que la población existente en el actual territorio argentino al momento de la conquista española llegaba a 300 000 indígenas.[33]​ Posteriormente, otra estimación señaló que la población era de 500 000 habitantes, de los cuales 200 000 habitaban en las sociedades de agricultores del noroeste.[34]

Las corrientes españolas que conquistaron y colonizaron la zona donde hoy está ubicada la Argentina fueron principalmente tres:

Los conquistadores y colonizadores hispanos eran provenientes principalmente de Vizcaya, como de Galicia y Portugal, fundando ciudades y, desde ellas, establecieron explotaciones rurales llamadas estancias para abastecerse de productos agrícolas y ganaderos. La escala de las explotaciones fue reducida, orientada sobre todo al mercado interno y a la provisión de la metrópoli.

Los asentamientos principales se ubicaron en las zonas más densamente pobladas por culturas indígenas agrarias, como los centros mineros del Alto Perú en pleno territorio incaico, y el noreste andino perteneciente al Reino del Tucma, donde se fundaron ciudades como San Miguel de Tucumán, Salta, la efímera ciudad de El Barco primero y Santiago del Estero después; algo más al sur se fundó Córdoba.

Otro importante centro poblacional fueron las ciudades de Asunción del Paraguay y Corrientes fundadas en el área de la civilización guaraní, y con importantes puertos sobre ríos navegables. Paralelamente, la migración andina proveniente de Chile se afincaba en San Juan y Mendoza.

Posteriormente, con el auge del contrabando y la multiplicación espontánea del ganado vacuno en la llanura pampeana, comenzaron a tomar cierto auge Buenos Aires y otras ciudades del litoral mesopotámico.

La población de los asentamientos coloniales integró, aunque de manera desigual y con fuertes variaciones regionales, a indígenas y españoles, y sus descendientes criollos, constituyendo estos últimos los terratenientes, comerciantes, administrativos y gobernantes, que residían principalmente en las ciudades. El mestizaje fue importante, ya que en general los colonizadores se vincularon con numerosas mujeres nativas americanas y dieron origen a una población criolla, étnica y culturalmente híbrida, de la que formarían a través de generaciones en los llamados gauchos, un tipo de poblador rural característico de la región.

El número exacto de migrantes hispánicos hacia América es difícil de precisar, debido a lo fragmentario de las fuentes disponibles hasta el momento. No obstante, existen varias estimaciones realizadas a partir de fuentes y cálculos diversos. De todos modos sus porcentajes fueron bajos con respecto a la población total, en torno al 1-2 %, no superando en ningún caso el 5 %.[35]

El gobierno argentino informa que en 1810, habitaban en territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata unos 6000 españoles peninsulares, sobre una población total entre 500-700 000 habitantes.[36]​ Es decir, que representaban aproximadamente el 1 % de la población.

La población indígena disminuyó drásticamente en muy breve período, tanto a causa de las muertes producidas por la conquista como por el contagio de enfermedades —como la viruela— hasta entonces desconocidas en el continente, y por el fuerte costo en vidas humanas de las explotaciones mineras de la región andina; las cifras exactas se desconocen, y es probable que sea imposible establecerlas de manera fiable, pero la mayoría de los estudios[37]​ concuerdan en sostener que este fue uno de los rasgos principales de la catástrofe demográfica en América tras la llegada de los europeos, aunque el resto se fue vinculando con el elemento hispano o criollo.

Para reemplazar la mano de obra indígena, los europeos decidieron trasladar a América, de manera forzada, a miles de africanos reducidos a la esclavitud. Se calcula que 60 millones de africanos fueron enviados a América, de los cuales solo llegaron con vida doce millones.[38]​ Esa población negra ingresó al Cono Sur a partir de 1596[39]​ a través del puerto de Buenos Aires primero, y de Montevideo después,[40]​ y fueron enviados principalmente a las ciudades existentes en el país.

En el primer censo, llevado a cabo por el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo en 1778, se registró la presencia de una gran población negra en todo el territorio del virreinato: 54 % en la ciudad de Santiago del Estero, 52 % en San Fernando del Valle de Catamarca, 46 % en la ciudad de Salta, 44 % en la ciudad de Córdoba, 42 % en San Miguel de Tucumán, 30 % en la ciudad de Buenos Aires, 24 % en la ciudad de Mendoza, 20 % en la ciudad de La Rioja, 16 % en la ciudad de San Juan, 13 % en San Salvador de Jujuy y 9 % en la ciudad de San Luis.[41]

El censo de 1778 registró una población total de 380 000 habitantes para todo el virreinato. En los territorios bajo dominio español de la actual Argentina (esto es, excluyendo las zonas del Chaco, la Patagonia y buena parte de las pampas, bajo control de los pueblos originarios), es decir, en las nuevas intendencias de Córdoba (Cuyo y Córdoba), Salta (actuales provincias del noroeste), Buenos Aires (una pequeña franja costera de la actual provincia de Buenos Aires —incluyendo la ciudad de Buenos Aires—, Mesopotamia y Santa Fe) y Misiones (actual Misiones más territorios actuales de Paraguay y Brasil) vivían unas 180 000 personas.[42]​ La mayoría de la población se concentraba en los asentamientos del noroeste, mientras que en la llanura pampeana se asentaba solo un 20 % del total. En todo Tucumán (todo el noroeste, incluida Córdoba, pero no el Cuyo —San Luis, Mendoza y San Juan—) se registran en 1778, 126 000 personas: 35 000 eran blancos (criollos y peninsulares), un número similar indios, unos 11 000 esclavos negros y 44 000 castas libres (mulatos, negros libres, mestizos, etc.). Hacia 1809, la población total de Tucumán y Cuyo se elevaba a 250 000 personas, aproximadamente la misma que fuentes de autores de origen europeo atribuyen para la época de la conquista.[43]​ Los actuales territorios de Perú y Bolivia contaban con una población considerablemente mayor que la que se encontraba en el actual territorio argentino.[44]

Durante la época colonial, el actual territorio argentino se encontraba también poblado por pueblos originarios, que se mantuvieron independientes del dominio del Imperio español, en la Región Chaqueña, la llanura Pampeana, la Puna y la Patagonia. Aunque no existen datos precisos sobre la situación de los pueblos originarios independientes durante la colonia, algunos especialistas han sostenido que la densidad demográfica en esos territorios no superaba un habitante por km². Este argumento fue luego utilizado para considerar que se trataba de territorios desiertos que podían ser legítimamente ocupados por el Estado Argentino (ver conquista del desierto).

La baja densidad poblacional que registraba el territorio argentino al momento de la independencia (1810-1816), impulsó un proyecto de desarrollo socioeconómico que consideraba a la inmigración como uno de sus fundamentos esenciales. En 1853 ese proyecto tomaría cuerpo en la Constitución nacional, como un mandato terminante a los gobiernos de fomentar la inmigración europea para poblar el país.

Los poderes ejecutivos son archivos

Aunque influyeron decisivamente en la organización política, social y cultural de la Argentina, los españoles que migraron durante la colonia al actual territorio argentino fueron relativamente pocos, en relación con la población existente, la mayoría de ellos conquistadores o colonizadores y sus descendientes. El gobierno argentino informa que en 1810, habitaban en territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata unos seis mil españoles peninsulares, sobre una población total entre 500 000-700 000 habitantes.[36]​ Es decir que representaban aproximadamente el 1 % de la población.

Luis Vitale ha señalado la escasa migración de españoles hacia América, contrastándola con la de los portugueses:

La inmigración total procedente de España que se dirigió a los actuales territorios argentinos con anterioridad a la formación del Estado-nación es difícil de cuantificar. Según los cálculos de Boyd-Bowman, sobre más de 50 000 pobladores no americanos del siglo XVI (entre una cuarta parte y un quinto del total) identificados por nombre, lugar de procedencia y de destino, aproximadamente un 5,2 % del total de los pasados a América se dirigió a los países del Plata, lo que significa que entre 10 500 y 13 125 hispánicos (y en mucha menor cuantía extraamericanos de otras procedencias) inmigraron a las actuales Argentina y Paraguay en el siglo XVI, de los cuales una mayoría de entre dos tercios y tres cuartos a territorios de la actual Argentina y el resto a Paraguay.[46]

Respecto a la procedencia de estos colonizadores, se dispone de los mismos estudios de Boyd-Bowman, que indican una clara predominancia de los andaluces en dicho periodo. Según los cálculos generales para toda América, los andaluces hubieran alcanzado un 36,9 % del total (entre 80 916 y 101 145 andaluces).[47]​ Durante los siglos siguientes, el dominio porcentual de los andaluces sobre el total de hispánicos se mantuvo, aunque disminuyendo relativamente hasta en torno a un tercio en el siglo XVII y una cuarta parte en la segunda mitad del XVIII (los cálculos de estos dos siglos están realizados sobre una población con origen localizado mucho menor que la de los cálculos de Boyd-Bowman para el siglo XVI, siendo en todos los estudios de unos pocos miles). De todos modos, la presencia de andaluces era muy pequeña, y en una ciudad como Córdoba, en 1813, solo uno de cada mil habitantes era de ese origen.[48]

Tras los andaluces, las principales grupos de conquistadores y colonizadores del siglo XVI pertenecían también a regiones ubicadas al sur de la península ibérica: los extremeños (16,4 %) y manchegos —habitantes del reino de Toledo o de Castilla la Nueva en la terminología de Boyd-Bowman— (15,6 %). Los únicos que mantuvieron cierta relevancia porcentual tras los sureños peninsulares, fueron los castellanos viejos (14 %), pero tras estos ninguna otra etnia ibérica superó el 5 % del total de inmigrantes. Fue importante la afluencia de vascos (sobre todo vizcaínos) y cantábricos, que ya en este siglo de predominio andaluz y sureño alcanzaron un 3,8 % del total, cifra por encima de su porcentaje en el total de la población de la monarquía hispánica de la época. Los extranjeros, no súbditos del rey de España, eran alrededor de un 2,8 %, la mayoría portugueses, aunque con una importante participación de genoveses y otros italianos. En los siglos siguientes, parece ser que el porcentaje de embarcados en Europa hacia el Río de la Plata sobre el total de los idos a América fue mayor, alcanzando el 10 % que se ha descrito en algún estudio.[49]

La herencia cultural más notable de los españoles en América fue la lengua castellana, que es el idioma dominante en la actualidad en todos los países hispanoamericanos. A lo largo de los años, los estudiosos han discutido la mayor o menor importancia de las distintas influencias que dieron origen a los dialectos que integran el español americano, diferenciándose dos grandes corrientes: la hispanista (Amado Alonso, Juan Antonio Frago Gracia),[50]​ que sostiene que la forma de hablar el español en América dependió principalmente del origen de los colonizadores; la americanista (Rodolfo Lenz), que sostiene que la influencia principal provino de los hablantes, mayoritariamente de origen indígena y africano.[48]

Aunque desde el principio existieron diferencias en el castellano hablado en las diferentes zonas, motivadas tanto por el diferente peso de determinados emigrantes en cierta zona como por la influencia de las lenguas originarias, la creciente diferenciación de dichas variedades americanas se acrecentó en los siglos XVII y sobre todo XVIII, así como, de manera notable en ciertos países como Argentina, tras la llegada masiva de nuevos inmigrantes en los siglos XIX y XX.

Los colonizadores españoles impusieron también la fe católica y la evangelización de los nativos. En materia de relaciones laborales, a diferencia de las colonias inglesas en Norteamérica, establecieron una cultura que consideraba al trabajo como una actividad vil, moralmente inapropiada para los europeos, razón por la cual establecieron sistemas de trabajo esclavo y servil, a los que fueron sujetados los indígenas y mestizos, y gran cantidad de personas secuestradas en África.

En materia de relaciones sexuales y reproductivas, en un primer período los españoles desalentaron las relaciones entre europeos, indígenas y africanos, imponiendo la doctrina hispana de la limpieza de sangre, que establecía que solo la «sangre» española era «limpia», en tanto que la de los indígenas y africanos estaba manchada, y que en caso de mestizaje con europeos, la sangre de sus descendientes quedaba manchada. Pese a la prohibición, fue habitual que los españoles mantuvieran relaciones sexuales con mujeres indígenas y africanas, y viceversa, surgiendo como consecuencia una población altamente mestizada y a la vez discriminada por los Estatutos de limpieza de sangre.[51][52][53]

A partir de mediados del siglo XVIII, el mestizaje fue alentado para que así los descendientes de amerindios y negros fuesen racialmente más cercanos a los blancos y, de ésta manera, teóricamente más adaptables y funcionales a la sociedad moderna que se pretendía crear (según la visión eurocentrista de las autoridades).

Los españoles introdujeron también la escritura en la mayor parte del territorio argentino, la imprenta, y los ganados vacuno, ovino y equino. Este último se reprodujo como animales salvajes en las pampas, sin intervención del hombre, y constituyeron luego una de las bases de la economía nacional. Muchas de las actuales ciudades argentinas fueron fundadas por los colonizadores españoles.

Los primeros judíos llegaron al territorio de la actual República Argentina durante la conquista española, ocultando su condición debido a la persecución a la que eran sometidos por la monarquía católica. Los estudios al respecto han sido llamativamente escasos.[54]​ Precisamente uno de los casos más importantes de la persecución de judíos en la colonia fue la llamada «Gran Complicidad», en 1639, cuando la Inquisición de Lima procesó y ajustició a Francisco Maldonado da Silva, médico tucumano, cuyo padre era portugués. Una novela del escritor argentino Marcos Aguinis, la Gesta del Marrano, narra el caso y la situación de los judíos en el Río de la Plata durante la colonización española. El investigador argentino Boleslao Lewin también se ha dedicado a estudiar la inmigración judía a la Argentina antes de 1810, en libros como «El judío en la época colonial: un aspecto de la Historia rioplatense» (1939), «Mártires y Conquistadores Judíos en la América Hispánica, Candelabro, Buenos Aires» (1958), entre otros.

La inmigración, durante el período prehispánico, de los guaraníes fue de gran importancia para los aborígenes del territorio que actualmente es la Argentina, sobre todo para los del área de la cuenca del Río de la Plata. Antes aun de llegar los europeos, la cultura agroceramista guaraní había poblado el noreste del territorio argentino, junto con el Paraguay y el este de Brasil. Cuando los españoles llegaron, aproximadamente 1 500 000 guaraníes vivían en ese territorio.

Los avá (más conocidos como «guaraníes») se establecieron en territorio de lo que actualmente es la Argentina entre mediados-finales del siglo XV y comienzos del XVI, avanzando desde el noreste principalmente por los ríos y otros cursos de agua. Se subdividieron en distintos grupos dependiendo de la zona donde habitaban, como los guaraníes de las islas (en las islas del Delta del Paraná), los del Carcarañá, de Santa Ana (en el norte de Corrientes, los cáingang o cainguás (en la región mesopotámica) y los chiriguanos (en Chaco).

La cultura guaraní ha influido considerablemente en la cultura argentina, difundiendo su idioma, música, costumbres, cultivos como la mandioca, la batata, la calabaza, el zapallo , el poroto, el algodón y la yerba mate, que usaban para preparar la bebida que aún hoy se sigue tomando, íntimamente relacionada con la nacionalidad argentina, entre otros aportes.

A partir de la conquista española, Asunción se convirtió en uno de los principales centros pobladores del territorio argentino. El asunceño Hernandarias encabezó la expedición proveniente del Paraguay, que llevó las primeras vacas y toros al territorio de la llanura pampeana, los que una vez allí se multiplicaron en estado salvaje en gran cantidad, y constituirían desde el siglo XVIII la base de la economía del Virreinato del Río de la Plata, con centro en Buenos Aires.

La inmigración de portugueses al actual territorio argentino durante la colonización española, sobre todo a Córdoba, Buenos Aires y la zona de las Misiones Jesuíticas, fue considerable, especialmente durante el periodo de unión dinástica entre Castilla y Portugal. Los portugueses radicados en Córdoba y Buenos Aires durante la colonia, casi en su totalidad varones, establecieron una red de relaciones comerciales y familiares de gran influencia en la vida económica de la capital del virreinato.[55]​ Tras la restauración de la independencia de Portugal, prosiguió una cierta inmigración —en este caso bastante forzada— con destinos bastante singulares, por ejemplo, a poco de ser creado el Virreinato del Río de la Plata el naturalista y viajero Thadeus Haenke cita la presencia de portugueses dedicados al cultivo de la vid y la producción del vino en tierras de Mendoza confinados allí por los españoles, quienes los habían deportado desde la isla de Santa Catarina y la Colonia del Sacramento.

La comunidad portuguesa de la ciudad de Buenos Aires estaba dividida en dos grupos sociales. La mayoría eran peones y artesanos pertenecientes a las clases bajas, y mantenían vínculos con los descendientes de españoles, indígenas y africanos. Existía también un grupo de clase media y media alta dedicado al comercio y al contrabando, así como estancieros, que evitaba el mestizaje con descendientes de españoles, indígenas y negros.[56]

La cultura portuguesa tuvo una gran influencia en la cultura argentina, en especial en lo relacionado con la cultura gaucha y en la cultura y habla rioplatense.[57]

Bastante posteriormente, ya a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, arribaron numerosos caboverdianos, pueblo mixogénico con linajes africanos y portugueses en el cual han predominado los rasgos culturales portugueses y que en tiempo de su inmigración a la Argentina poseían el pasaporte portugués. Los caboverdianos (cuyos descendientes directos en el 2001 rondaban las 30 000 personas) se establecieron principalmente en la zona sur del Gran Buenos Aires (partidos de Avellaneda, Lomas de Zamora, Quilmes, Berisso y Ensenada).

Durante los siglos de la colonia española los italianos que llegaron a la Argentina fueron unos pocos, en su mayoría genoveses.[58]​ Hubo una presencia religiosa, pero en su mayoría eran comerciantes, artesanos y marineros originarios del norte de Italia y casi todos crearon familias en la Argentina. De una de estas familias descendió el prócer argentino Manuel Belgrano, creador de la bandera argentina, cuya madre era criolla, y su primo Juan José Castelli.

En la primera mitad del siglo XIX los italianos eran casi 20 000 concentrados en el área de Buenos Aires (bautizada inicialmente en 1535 por el italiano Lazzaro Griveo con el nombre Santa María di Buon Aria) y muchos de ellos se enlistaron para combatir en la «Legione italiana» de Garibaldi en 1846. Sucesivamente en 1852 lucharon, bajo órdenes del mazziniano Coronel Silvino Olivieri, con su «Legión Valiente» para la defensa de Buenos Aires durante el sitio.

Silvino Olivieri empezó la colonización agrícola del sur patagónico con su tentativo infructuoso de crear la colonia «Nueva Roma» (con una mayoría de italianos) cerca de Bahía Blanca en 1856.[59]

La Revolución Industrial en distintos países de Europa implicó cambios profundos en la producción, traslado, información, como así también mayores libertades civiles y políticas. El ferrocarril y el barco a vapor facilitó el movimiento de trabajadores hacia lugares donde la creciente producción agrícola o industrial lo requería. Así se multiplicaron las corrientes migratorias tanto domésticas dentro del continente europea como de ultramar, mayormente desde Europa hacia América. Argentina, al igual que Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Brasil o Uruguay, está considerada como un país de inmigración,[60]​ cuya sociedad ha sido influida en buena medida por el alto impacto que generó el fenómeno inmigratorio masivo, que tuvo lugar a partir de mediados del siglo XIX.

Al igual que en el caso de los otros países mencionados, la Argentina constituyó uno de los principales países receptores de la gran corriente emigratoria europea, que tuvo lugar durante el período que transcurre desde 1875 hasta 1950, aproximadamente. El impacto de esta emigración europea transoceánica, que en América fue muy grande, en la Argentina fue particularmente intenso por dos motivos:

En efecto, en el primer censo de 1869 la población argentina no alcanzaba a 2 millones de habitantes. Por otra parte, ya para 1920, un poco más de la mitad de quienes poblaban la ciudad más grande, Buenos Aires, eran nacidos en el exterior. De acuerdo a la estimación efectuada por Zulma Recchini de Lattes, la población argentina, que de acuerdo al censo de 1960 era de aproximadamente 20 millones de habitantes, si no hubiese existido el aporte de la corriente inmigratoria proveniente de Europa, Cercano y Medio Oriente, Rusia y Japón, sólo hubiera tenido para ese entonces poco menos de 8 millones de pobladores.[61]

Las primeras colonias rurales de inmigrantes tuvieron lugar bajo el gobierno de Justo José de Urquiza; en 1855 la provincia de Corrientes firmó un acuerdo con el médico francés Auguste Brougnes, por el cual este se comprometía a gestionar la llegada de un millar de familias de agricultores en el decenio subsiguiente. La provincia les entregaría 35 hectáreas de tierra apta para el cultivo, además de vituallas, semilla, animales e instrumentos de labranza. Los pobladores arribarían en los años siguientes, asentándose en Santa Ana, Yapeyú, Empedrado, Bella Vista y los alrededores de la ciudad de Corrientes.

En enero de 1856 fue creada la colonia agrícola militar “Nueva Roma” (con una mayoría de italianos) cerca de Bahía Blanca, pero la muerte de su fundador, Coronel Silvino Olivieri, hizo fracasar el tentativo.

En 1857 se fundó, de forma particular, la Asociación Filantrópica de Inmigración, que obtuvo una subvención gubernamental y la concesión de los terrenos anexos al puerto de Buenos Aires en los que se levantaría el Hotel de Inmigrantes. Ese mismo año, Urquiza patrocinó personalmente el poblamiento de la Colonia San José, en Entre Ríos.

Los primeros experimentos datan de finales de 1856 e incluyeron la colonia suiza de Baradero, la colonia Esperanza, que albergaba suizos, franceses y alemanes, encabezados por Aarón Castellanos en Santa Fe, y la colonia galesa de Gaimán, en Chubut, patrocinada por el ministro de Interior Guillermo Rawson.

Sus sucesores Bartolomé Mitre (1862-1868), Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880) darían estímulo a iniciativas similares, aunque inicialmente no hubo una implicación directa del gobierno en las mismas.

Tras las luchas intestinas entre unitarios y federales que impidieron el establecimiento de políticas demográficas consensuadas durante el primer medio siglo de independencia, a partir de 1854 el gobierno nacional decidió dar impulso a la inmigración europea. La decisión no se basaba simplemente en la necesidad de proveer al país de mano de obra que permitiese aumentar la producción de la tierra, para cumplir el papel agroexportador que la división internacional del trabajo vigente le asignaba; respondía también a la decisión de las élites ilustradas de modificar la composición poblacional para corregir lo que Miguel Juárez Celman calificaría de “el turbio entendimiento” del pueblo argentino. Esta política se refleja incluso en el texto del artículo 25 de la Constitución Nacional, que establece:

La intención de los constituyentes, inspirados en la política de gobernar en América es poblar de Juan Bautista Alberdi, era fomentar la inmigración de población anglosajona y alemana. Este último escribe en su carta explicativa “Gobernar es poblar” de 1879:

Esta discriminación entre inmigrantes europeos y no europeos ha sido criticada como racista, entre otros,[63]​ por el escritor Pacho O'Donnell:

Sin embargo, el plan alberdiano no pudo realizarse porque la inmigración anglosajona y alemana se dirigió mayoritariamente a los Estados Unidos de América y las colonias del Commonwealth británico. Argentina entonces recibió mayoritariamente la inmigración europea contra la que alertaba Alberdi, principalmente italianos y españoles y, en segundo lugar cuantitativo, de origen europeo oriental.

En 1896, llegó al entonces Territorio Nacional de Misiones el primer contingente de polacos, y se establece en lo que será la futura localidad de Apóstoles. Más delante llegan inmigrantes alemanes y ucranianos. La casi ausencia de inmigración italiana hace de esta provincia argentina única entre sus hermanas, así como el mayor porcentaje de inmigrantes con respecto a los nativos.

El plan de Alberdi modificaría en menos de medio siglo la composición social del país de manera radical. En 1869 el país contaba con 1.877.490 habitantes, de los cuales 160.000 habían llegado de Europa en la década inmediatamente precedente; la relación crecería exponencialmente, sumando hasta 1930 un total 6.330.000 emigrantes, de los cuales 3.385.000 se establecerían permanentemente en el país (los restantes eran los llamados trabajadores golondrina, que cruzaban el océano dos veces al año para trabajar en la cosecha).

Los migrantes, en un comienzo, procedían sobre todo de las clases desplazadas por el excedente de mano de obra campesina debido a la Segunda Revolución Industrial y la tecnificación del agro en el hemisferio noroccidental; la existencia de crisis económicas como la de 1875 fue posteriormente la impulsora principal de la migración.

En 1875, durante la presidencia de Avellaneda, el gobierno federal decidió organizar el proceso de población, para lo que creó la Comisión General de Inmigración; al año siguiente se dictó la Ley de Inmigración y Colonización N.º 817, que considera inmigrantes a los extranjeros jornaleros, artesanos, industriales, cultivadores o profesores que con menos de 60 años de edad, buena moralidad y aptitudes suficientes, que lleguen en tercera ó segunda clase (en barco) al territorio de la República para establecerse en ella y establece un régimen para ellos.[65]​ El estímulo incluyó propaganda en Europa a través de agencias oficiales en ciudades y puertos, así como el anticipo de pasajes durante el gobierno de Juárez Celman. Sin embargo, el alto precio alcanzado por la tierra, motivado en parte por la especulación de los sectores afines al gobierno, detuvo en parte el influjo migratorio y movió a muchos de los emigrantes a retornar a su país de origen. Desde 1888 el gobierno federal subsidió anticipos para el importe de pasajes de los inmigrantes, con resultados catastróficos; la Cancillería emitió en 1891 un informe muy negativo acerca de la experiencia, y el 31 de mayo de ese año se eliminó el subsidio. En los años siguientes, la política gubernamental se limitaría a encauzar la inmigración espontánea. Los recién llegados recibían ocho días de alojamiento y manutención en el Hotel de Inmigrantes, mientras intentaban organizar su asentamiento

La inmensa mayoría de los recién llegados se abocó a tareas agrícolas; eran en su mayoría agricultores de origen, y estaban atraídos por la promesa de distribución de tierras en los inmensos despoblados. Sin embargo, la mejor parte de los terrenos públicos se había vendido ya para 1885, dando origen a enormes latifundios en la pampa húmeda, por lo que solo la parte más pudiente de los que se radicaron la región pudo disponer de terreno propio. Las tierras fronterizas con los dominios de mapuches y ranqueles fueron quedando, a medida que el combate contra estos los obligaba a replegarse, en manos de estancias dedicadas a la ganadería; esto no fue favorable al establecimiento de pobladores, ya que la actividad requería escasa mano de obra.

La mayoría de los inmigrantes se dedicó a labores remuneradas, dando impulso a gran cantidad de ciudades. Más efectivos resultaron los programas de colonización en Mendoza, en Entre Ríos —donde la iniciativa del barón Maurice de Hirsch dio lugar a las colonias judías, cuya memoria narró Alberto Gerchunoff— y en el norte apenas poblado, en especial Misiones y el Chaco. En estas últimas provincias el motor del asentamiento fueron las empresas forestales; la Forestal Land, Timber & Railway Company, de capitales británicos, pobló el Chaco —a medida que talaba sin remedio sus extensos quebrachales— con braceros y hacheros, muchas veces originarios de Europa del Este. Otras de sus competidoras hicieron lo propio en Santiago del Estero, y aún Salta y Jujuy.

Los asentamientos en la Patagonia argentina fueron mucho menores, dada la importante presencia de aborígenes al sur del río Negro, pero aumentaron paulatinamente, e incluyeron la importante presencia galesa en la actual provincia del Chubut. La región andina fue la menos favorecida por estos movimientos, lo que se refleja aún hoy en su demografía y sus hábitos lingüísticos.

No solo la migración directa redundó en el aumento de la población; gran parte de los inmigrantes formó familias numerosas, un fenómeno natural en el campo, donde los hijos representan mano de obra disponible ya desde temprana edad. Así, las zonas más aptas para la agricultura recibieron directamente un mayor influjo de población, y mostraron luego además tasas más elevadas de crecimiento. De ese modo, las áreas más pobladas del país ocupan gran parte de las provincias de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Buenos Aires.

El volumen de la inmigración, constante desde mediados del siglo XIX hasta finalizado el primer cuarto del XX, significó en términos demográficos que la población argentina se duplicara cada veinte años. En el padrón nacional, según el censo 1914 del INDEC, los nacidos fuera de la Argentina representaban un 30% del total de la población argentina. Según el censo de ese año en la Ciudad de Buenos Aires más del 60% de la población eran inmigrantes, en su mayoría de origen europeo, mientras que en Rosario sobrepasaban el 47 por ciento de la población de la ciudad en 1910 (Censo Municipal del Centenario) y el 42 por ciento en 1914 (Censo Nacional) con la particularidad de que el 55 por ciento del total de extranjeros en la ciudad eran italianos. La ciudad del sur santafesino pasó de una población de 9.785 habitantes en 1858 a 222.000 en 1914, es decir, experimentó un crecimiento poblacional del 2.169 por ciento en solo 56 años[66]​ y en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe el 30% de la población de estas eran inmigrantes europeos.[67]

Sin embargo, la falta de un programa centralizado de colonización y el reparto completo de las tierras ricas de la llanura pampeana alteraron las condiciones a las que los migrantes se veían sujetos; puestos ante la alternativa de contratos de arrendamiento rural de muy corta duración —no más de cuatro o cinco, en los que el colono estaba obligado a labrar la tierra, cultivar cereal y forraje, y devolverla plantada al vencimiento del contrato— muchos de ellos se asientan en las ciudades, especialmente Buenos Aires, su punto invariable de entrada al país. Más de la mitad de los migrantes se radicó en la Ciudad de Buenos Aires o en la Provincia de Buenos Aires. Fuera de la región litoral la Provincia de Misiones se destacó por el alto porcentaje de inmigrantes en su población; a comienzos de la década del 40 sobre una población total de 190 000 habitantes,80 000 (42 %) eran extranjeros, con predominio de polacos, ucranianos, alemanes y rusos.[68]

Hacia 1895, la población argentina que vivía en centros urbanos alcanzaba el 42 %, y para 1914 había superado la mitad de la población, llegando al 58 %, una tasa superior a la de cualquier país Europeo con la excepción del Reino Unido y los Países Bajos. Esta relación se debía en buena medida a los inmigrantes; frente a su participación de un 30 % en la población del país, en Buenos Aires eran el 50 % —un millón de los dos con que contaba la capital— y en otros núcleos urbanos llegaban a ser cuatro de cada cinco. Entre estos predominaban los italianos (68,5 % de los cuales se afincó en Buenos Aires) y españoles (78 %); la distribución se reflejaría en la estratificación social futura de la nación.

Instalados en las ciudades, los inmigrantes se integran en los sectores secundario y terciario de la economía nacional. La construcción del ferrocarril les representó una importante fuente de trabajo, pero muchos de los mismos se abocaron al comercio y a la artesanía. El sector industrial reclutó sus principales impulsores de entre ellos; de los 47 000 industriales que registraba el censo en 1914,31 500 eran de origen foráneo. Esta expansión de la población urbana traicionó la extendida concepción del país como reservorio agrario: siempre según las cifras de 1914, solo el 29 % de la población activa estaba empleada en el sector primario, mientras que la industria daba trabajo al 35 % y los servicios al 36 %. Sin embargo, la reducida escala y productividad de las manufacturas, y la falta de industria pesada, daban a estas una participación relativamente reducida en el PBI. Otras actividades estaban estrechamente ligadas al modelo agroexportador: la exportación de carnes daba trabajo a muchos obreros en el aglomerado porteño.

Argentina desplegó un poderoso esfuerzo gubernamental por lograr la homogeneización cultural de los inmigrantes. Favorecida por las notas comunes —el origen latino de casi el 80% de los llegados en estas oleadas—, el gobierno federal instrumentó una política de educación e inserción forzosa, basada en la obligatoriedad de la enseñanza primaria a partir de 1884, la inculcación de la épica nacional elaborada por la historiografía, y la conscripción forzosa durante un año en el ejército nacional a partir de 1902, solo para nativos (entre ellos muchos hijos de inmigrantes).

La integración política de los migrantes siempre fue reducida; hacia 1900, solo el 4 % de los adultos en condiciones de votar eran de origen extranjero. Al desinterés del Estado argentino en nacionalizar a los recién llegados se sumaba la indiferencia de éstos para hacerlo, pues muchos conservaban la idea de volver a su país de origen luego de ahorrar lo suficiente. En 1902, durante el segundo mandato de Julio Argentino Roca, el Congreso sancionó la Ley de Residencia —redactada por el diputado nacional Miguel Cané— que le otorgaba al Poder Ejecutivo la facultad de expulsar extranjeros acusados de delitos comunes o actividades sediciosas. De este modo, el gobierno respondía a la creciente sindicalización y organización política de los trabajadores, en cuyo impulso y liderazgo los inmigrantes desempeñaban un papel importante. Ya desde la década de 1860 y 1870, grupos de inmigrantes franceses como Les Egaux y alemanes como Vorwarts, habían comenzado a organizar el movimiento obrero argentino. Coincidentemente las comunidades de inmigrantes habían comenzado a crear organizaciones de solidaridad mutua, como Unione e Benevolenza, el Club Español, el Hospital Italiano, etc. A la fundación del primer sindicato de gráficos en 1878, le siguieron en las dos décadas siguientes la organización de sindicatos en casi todas las ramas de la economía (empleados de comercio, ferroviarios, carreros, panaderos, sastres, albañiles, tabacaleros, etc.), impulsados por anarquistas y socialistas, que en 1901 dan origen a la primera central sindical estable, la Federación Obrera Argentina (FOA).

El movimiento obrero mantuvo una actitud contraria a la Ley de Residencia, cuyo tratamiento por el Congreso en 1902 fue el factor detonante de la primera huelga general. A pesar de ello la ley fue sancionada el 23 de noviembre de 1902 con el número de Ley 4144. Pese a la escisión entre anarquistas y socialistas, que fundaron la Unión General de Trabajadores (UGT), el movimiento tuvo amplio acatamiento, y representó una grave derrota política para el gobierno roquista, que tuvo que aplicar con dureza la legislación.

Numerosos inmigrantes, e hijos de inmigrantes dieron apoyo al Partido Socialista, fundado en 1896. En 1904, el barrio italiano de La Boca, eligió a Alfredo Palacios como primer diputado socialista de América. Gran cantidad de inmigrantes y sus descendientes dieron también apoyo al fracasado alzamiento cívico-militar de 1905, organizado por la Unión Cívica Radical. En 1907, debido a las pésimas condiciones de vivienda en que se encontraban los inmigrantes y sus familias, en un tipo de vivienda precaria que se conoció como conventillo, los extranjeros fueron protagonistas de una histórica huelga de inquilinos que obligó a los propietarios a moderar los abusos, e impulsó la acción de cooperativas de vivienda como “El Hogar Obrero”, de inspiración socialista.

En 1912 los inmigrantes y sus descendientes desempeñaron un rol activo en la organización y apoyo a la gran huelga agraria conocida como el Grito de Alcorta.

Cuando la Ley Sáenz Peña estableció el sufragio obligatorio y secreto, muchos descendientes de inmigrantes apoyaron con su voto a Hipólito Yrigoyen y contribuyeron a que se convirtiera en el primer presidente argentino elegido en elecciones con participación masiva. El cariz urbano y obrero de la Argentina de los inmigrantes sería uno de los motores de la oposición política, sindical y social, crucial durante el siglo XX, entre oligarquía y populismo en sentido positivo.

A partir de la Segunda Guerra Mundial se observan cambios importantes en los patrones migratorios a nivel internacional. En el sur de América Latina comienza un crecimiento de las migraciones internacionales de carácter regional. Esto generó una profunda transformación de los patrones migratorios, fenómeno que tiene su reflejo en la Argentina durante las últimas décadas del siglo XX.

A partir de la crisis mundial de 1929, la inmigración hacia Argentina proveniente de Europa y otros orígenes de ultramar, comenzó a reducirse drásticamente. La última oleada, menos importante en su magnitud, se produjo entre 1948 y 1952, finalizando así con el largo período de emigración europea transcontinental como fenómeno masivo.

Por el contrario la inmigración proveniente de países limítrofes, se mantuvo relativamente estable a lo largo del siglo XX, a la vez que aumentó la corriente migratoria proveniente de otros países latinoamericanos cercanos, entre los que se destaca Perú, de países asiáticos, principalmente China y Corea del Sur, y de países de Europa del Este.

La estabilización demográfíca de la población, ha ido reduciendo la proporción de extranjeros desde el máximo del 30 % alcanzado en 1914, hasta el 4,1 % registrado en el Censo de 2001. Sin embargo este último dato parece estar afectado por la subestimación proveniente de la existencia de gran cantidad de inmigrantes en situación irregular.[69]​ El censo de 2010 reveló que por primera vez desde 1915 el porcentaje oficial de residentes extranjeros en la Argentina se incrementó levemente.

En cuanto a las áreas de asentamiento, la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires concentra el 70 % de extranjeros y el 63 % de extranjeros limítrofes, siendo también importantes como destino de estas migraciones las provincias fronterizas.

La crisis económica española de 2008-2013 ha ocasionado un influjo de españoles a Argentina. Solo en 2010 emigraron 24 000 españoles a la nación gaucha;[70]​ más de 33 000 españoles han emigrado en el trascurso de la crisis.[71]

En 2002, los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), Bolivia y Chile, firmaron dos tratados reconociendo el derecho a la libre residencia y trabajo en cualquiera de dichos países, de los ciudadanos de las naciones firmantes.

El 17 de diciembre de 2003 el Congreso de la Nación sancionó una nueva ley de migraciones, N.º 25.871, que tiene la particularidad de reconocer el derecho a residir y trabajar libremente a los ciudadanos de los países limítrofes. Con posterioridad, el gobierno del presidente Néstor Kirchner firmó un tratado con la República del Perú reconociendo los mismos derechos a los ciudadanos peruanos. Posteriormente, en el año 2010, la referida ley fue reglamentada por el Decreto 616.[72]

En 2006, el gobierno del presidente Néstor Kirchner puso en marcha el Plan Patria Grande, con el fin de conceder la residencia a los inmigrantes provenientes de países fronterizos y Perú que se encontraban en situación irregular, extendiéndose también para los ciudadanos de origen ecuatoriano, colombiano y venezolano. El Plan ha sido continuado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En total, entre 2006 y 2008, el gobierno entregó documentos a 714.907 inmigrantes, una cantidad que constituye más de la mitad de los 1 531 940 de inmigrantes censados en 2001.[69]​ De este modo los inmigrantes con residencia en la Argentina sumaban al comenzar 2009, al menos 5,2 millones de personas, equivalente al 13,9 % de la población.

En 2010, luego de varios años de estudio, se aprobó el reglamento migratorio (Decreto 616) que no dejó de reflejar la política de la era Kirchner, iniciándose conjuntamente una etapa de mejoras en la producción y gestión del documento de identidad (DNI) obligatorio para extranjeros, sin el cual es imposible estar habilitado para ejercer ciertos derechos elementales.[73]​ De hecho las peticiones de residencia y de DNI, que antes del año 2011 se tramitaban institucionalmente por separado, y demoraban muchos meses o años, fueron integradas con el resultado de que el migrante, luego de resolverse favorablemente su residencia, llegó a documentarse en un tiempo aceptable.[cita requerida]

El 14 de enero del 2013 se promulgaron sendas disposiciones que benefician a ciudadanos dominicanos y senegaleses, que pone en marcha por 180 días un plan de regularización especial, mal denominado amnistía, pero que facilita en gran medida para esos nacionales conseguir su residencia.[cita requerida]

(*) Las comunidades se listan por orden alfabético, excepto italianos y españoles, en razón de su importancia cuantitativa

La inmigración italiana fue la más numerosa en el periodo de la gran ola inmigratoria y conserva hasta la fecha haber sido la más numerosa e importante en la historia del país. La inmigración italiana en la Argentina es una de las comunidades extranjeras más representativas del país desde el siglo XIX a la actualidad. Se estima que unos 25 millones de argentinos son descendientes completa o parcialmente de italianos.[74]​ Es por esto que la cultura argentina tiene una enorme influencia de la cultura italiana. El lenguaje, las costumbres, los gustos, las tradiciones, llevan sus huellas.[75]​ La llegada de italianos se extiende hasta 1951, y es en 1870 cuando comienza el gran flujo de inmigrantes.

Fueron diversas la causas de emigración del pueblo italiano hacia la Argentina. Entre ellas podemos encontrar:

Podemos considerar que se formaron siete grandes categorías ocupacionales: agricultores, jornaleros, artesanos, comerciantes, profesionales liberales, varios y sin profesión. En los primeros momentos de la corriente inmigratoria, los datos brindados por los inmigrantes de su actividad ocupacional muestran que era nulo el número de personas sin ocupación. Es muy probable que algunos de ellos hayan mentido por temor a no ser aceptados. Recién en este siglo comienzan a aparecer contingentes sin ocupación (entre 10 % y 15 % de la población mayor de 16 años), llegando a un 20 % en los años de la guerra y el fascismo.

De acuerdo a Eugenia Scarzanella, licenciada en Ciencias Políticas y profesora de Historia de la Universidad de Bolonia, autora del libro «Fascistas en América del Sur», la mayoría de los industriales y comerciantes italianos en la Argentina, así como la clase media de ese origen, «apoyó el régimen de Mussolini».[76]​ Y agrega que «después de la caída del régimen, la mayoría de los fascistas en la Argentina prefirieron, como ocurrió en Italia, negar su previa adhesión al régimen» que gobernaba en aquel país. Por su parte, Federica Bertagna, profesora de Historia de la Universidad de Verona, autora del libro «La inmigración fascista en la Argentina», sentencia:

En «Orígenes del fascismo en la Argentina», la Dra. en Filosofía con mención en Historia e investigadora y profesora de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional del Comahue Leticia Prislei, relata:

Los italo-argentinos se concentran príncipalmente en el área metropolitana de Buenos Aires (casi el 60% de ellos) y en las regiones de Córdoba, Rosario, Mendoza y La Plata.[79]

En el censo de 1960, el 73,3 % de los inmigrantes italianos estaba concentrado en la región de Buenos Aires.[80]

El barrio de Buenos Aires con la mayor concentración de ítalo-argentinos es el Barrio de Palermo, donde constituyen casi el 75 % de los habitantes.Rosario y La Plata son dos ciudades donde la mayoría de la población es descendiente directa de italianos. En Rosario los descendientes de italianos (casi el 65 % del total de la ciudad) han alcanzado los niveles sociales más altos de la comunidad.[81]​ En La Plata a finales del siglo XIX había casi 4600 emigrantes italianos en una ciudad de apenas 10 000 habitantes.[82]

En 1870, las condiciones rurales en España (jornales magros, crítica situación económica) más las posibilidades que otorgó ese país para emigrar favorecieron quizás a la mayor emigración en España. El flujo inmigratorio se prolongó hasta 1952, pasando el período post-guerra.

Los gallegos y los catalanes se radicaron, en general, en la ciudad de Buenos Aires y de Rosario. Los meridionales, en Santa Fe, Mendoza, Río Negro, Entre Ríos, dedicándose principalmente al trabajo rural en las plantaciones. Los valencianos fueron a Corrientes y a Misiones. Los asturianos se instalaron en las provincias andinas, en el noroeste del territorio argentino. Los andaluces se dedicaron, mayormente, a la horticultura. Los vascos se dedicaron al campo argentino con empeño singular, como ganaderos, tamberos y fruticultores. La figura del vasco tambero (tambo en cuanto a lacticinio) integra la más pura tradición argentina Santa Fe.

En los catorce años que componen los periodos 1885-1895 y 1912-1914, unos 150 000 andaluces emigraron a la Argentina. Entre 1880 y 1930, la media porcentual sobre el total de españoles se situaría entre un 15 % y un 20 %.[83]​ Provienen sobre todo de las provincias de Almería, Cádiz, Granada, Huelva, Jaén y Málaga y se establecieron en su mayoría en Buenos Aires y La Plata, pero también en Mendoza y San Juan, que poseen un clima similar al de Andalucía, donde se dedicaron al cultivo de la vid y el olivo y a la producción de vino.[84]

En 1889 se crea una comisión para defender y fomentar la inmigración española: la Sociedad Hispano-Argentina protectora de los inmigrantes españoles. Desde 1810 hasta comienzos del siglo XX, ingresaron 2 100 000 españoles, de los cuales un 54 % se estableció definitivamente en la Argentina. En 1895 los españoles representaban el 5 % de la población; para 1914 ya eran 830 000 (10 % de la población nacional). Debido a la Primera Guerra Mundial, la inmigración empieza a decaer. A mediados del siglo XIX había en el país casi 700 000 españoles.

Alrededor del año 1857 en adelante, se observan algunas profesiones definidas, por ejemplo, en los catalanes: en los hombres, talabartero y hojalatero; en las mujeres, planchadoras, modistas y peluqueras. En el caso de los gallegos, en su gran mayoría se inscribían como empleados en el servicio doméstico. Los vascos, por su parte, se dedicaban a la cría de ganado ovino y en especial a la salazón de carnes y la industria de productos lácteos, alcanzando reputación como estibadores, trabajadores de la construcción, alambradores, transportistas, leñadores, carboneros, hoteleros o fabricantes de ladrillos.[cita requerida] Aproximadamente a partir del año 1920, el nivel ocupacional de los españoles se concentró en la industria manufacturera, el comercio minorista, preferentemente en la rama de bares y restaurantes, almacenes y en los servicios comunales.

Existen miles de descendientes de los inmigrantes albaneses, ítalo-albaneses (arbëreshës) y albano-kosovares en el país que llegaron desde la década de 1910. A principios de siglo llegaron a Argentina entre 20 000 y 30 000 ítalo-albaneses. Se estimaban 50 000 «albaneses» en 1997.[85][86][87]​ Los albaneses-descendientes en Berisso se presentan cada año en la Fiesta Provincial del Inmigrante de la pcia. de Buenos Aires.

La Asociación Patriótica Albanesa Skenderbeu (en albanés Shoqëria Patriotike Shqiptare Skenderbeu) desfiló en el Desfile de la Integración durante los Festejos del Bicentenario en Buenos Aires. Todos los años, el 29 de noviembre, la asociación festeja el Día de la Bandera con cánticos y comidas típicas. En la pcia. de Santa Fe se cuenta con el Centro Albano-Kosovar.

La embajada alemana en la Argentina informaba en 2009 que vivían en ese país unas 600 000 personas aproximadamente con algún antepasado alemán (llegado desde Alemania, es decir, solo contando a descendientes de ciudadanos alemanes, sin sumar a los descendientes de alemanes étnicos), y que allí residen 50 000 ciudadanos alemanes.[88]​ El Consejo Directivo de la Asociación Argentina de Descendientes de Alemanes del Volga estimaba en 2008 que la cantidad de descendientes de alemanes del Volga era superior a 1,2 millones de personas.[89]​ Por su parte, el Centro Argentino Cultural Wolgadeutsche estimaba en 2007 que había 2 millones de descendientes de alemanes del Volga en el país.[90]​ No se incluyen en esta cifra a los descendientes de otros grupos de alemanes étnicos, como los alemanes del Mar Negro, los Suabos del Danubio, los Judíos alemanes, etc. La mayoría de la población alemana es de la comunidad Volga, sin tomar en cuenta otras comunidades de origen alemán.

Entre los alemanes que llegaron a la Argentina, se diferencian claramente los provenientes de la Alemania propiamente dicha (divididos en dos ramas: siglo XIX y pre Segunda Guerra Mundial y post guerra), y los diferentes grupos de alemanes étnicos que, como los alemanes del Volga, emigraron hacia la Argentina desde otros países de Europa, y al ingresar al país fueron registrados, de acuerdo a su lugar de nacimiento, como rusos, ucranianos, polacos, etc., engrosando filas ajenas.

Su arribo se prolonga en un extenso período: desde mitad del siglo XIX hasta mediados de los años 60 del siglo XX. Se destacan así tres momentos cruciales:

Los colonizadores alemanes y suizos

Llegaron desde Dunquerque en 1856 provenientes de la zona de Hesse y Palatinado junto a familias suizas, belgas, luxemburguesas y francesas que fundaron la Colonia de la Esperanza (Esperanza (Santa Fe)). Establecieron la primera colonia agrícola y fundaron otros pueblos de la zona (Guillermo Lehmann fundó Rafaela, Pilar, Amalia, etc.).

Los «Alemanes del Volga»

Los grupos de inmigrantes que ingresaron a partir de 1878, los alemanes del Volga, provenían de un doble proceso migratorio, que en su inicio los llevó de su Alemania natal a las riberas rusas del río Volga desde 1763, atraídos por las facilidades ofrecidas por la zarina alemana Catalina II de Rusia, para terminar luego en América del Sur y especialmente en la Argentina a partir de 1878, huyendo del endurecimiento de la política rusa sobre ese pueblo de colonos alemanes que se mantuvo más de 100 años sin mezclarse con los eslavos —manteniendo su lengua y sus tradiciones—; y más tarde también de la persecución que sufrieron a causa de su fe cristiana durante la época de la Rusia comunista, en donde la gran mayoría fueron deportados a Gulags y otros campos de concentración en Siberia, situación que derivó prácticamente en su exterminio en masa.[91]

Todos estos problemas movieron a los alemanes de Rusia a emigrar a distintos países de América. Las emigraciones más importantes fueron con destino a Canadá, Estados Unidos, Brasil y la Argentina.

A partir de fines de 1878 se produjo la llegada de los alemanes del Volga a la Argentina. Hubo dos corrientes. Una fue la que llegó en forma directa al puerto de Buenos Aires (la más importante) y otra que provino del Brasil. Esta última estaba formada por familias que habiéndose establecido en el Brasil, al no soportar la rigurosidad del clima y no hallar tierras aptas para el cultivo del trigo, decidieron trasladarse a la Argentina. Sobre todo al Alto Paraná, en la Provincia de Misiones.

Conformaban grupos colonizadores gente de una misma aldea. Los primeros colonizadores, nacidos en Rusia, se separaban entre Bergseiter (colonos de la orilla alta del Volga) y Wiesenseiter (colonos de la orilla llana del Volga) y ambos grupos se subdividían a su vez en católicos y protestantes. Ambas márgenes del río Volga atravesaban de norte a sur la República Autónoma de los Alemanes del Volga. Esta república les fue borrada del mapa en 1941 por decreto de Stalin (Ukase del 28 de agosto de 1941), y absolutamente todo el territorio les fue confiscado. Los pocos alemanes del Volga que pudieron sobrevivir, debieron emigrar como desposeídos.

En la Argentina fundaron diversas colonias en tres zonas principales: una es la Provincia de Entre Ríos (Crespo (Entre Ríos): Marienfeld, Köhler, Pfeiffer, Santa Anita, etc.), la Provincia de Buenos Aires (Coronel Suárez, Sierra de La Ventana, Tornquist, Olavarría: Colonia Hinojo, entre otras), y la Provincia de Misiones (Eldorado, Montecarlo, Alem, Puerto Rico, Libertad, Jardín América) desde donde se fueron extendiendo formando nuevas colonias agrarias principalmente en la Provincia de La Pampa (Colonia Santa María, Santa Teresa y Winifreda, entre varias otras), Provincia de Córdoba, Provincia de Santa Fe, Provincia del Chaco (Juan José Castelli) y también en otras provincias con posibilidades trigueras o frutícolas.

En el Gran Buenos Aires se asentó una numerosa comunidad, mayoritariamente en la zona norte, en las localidades de Martínez, San Isidro, Olivos, Florida, Villa Ballester y Villa Adelina. En la zona oeste, en Ciudad Jardín Lomas del Palomar, Los Polvorines y en la zona sur, en Quilmes, entre otras.

La comunidad alemana en la Argentina se mestizó con los demás argentinos, abandonando el aislamiento defensivo que los mantuvo más de un siglo unidos sin mezclarse en las estepas rusas, con excepción de los principales centros de asentamiento en donde todavía se los encuentra sin mezclarse, y aún son de padre y madre descendientes de alemanes, en tanto conforman el grupo étnico mayoritario de tales ciudades. En la actualidad, los alemanes del Volga viven prácticamente diseminados por toda la Argentina. Su numerosa prole de los primeros tiempos y la división y reparto de las propiedades en parcelas cada vez más pequeñas obligaron a muchos a abandonar los sitios de colonización originales y a dedicarse a otros oficios o profesiones.

Aunque en menor medida que los alemanes del Volga, también ingresaron a la Argentina otros grupos de alemanes étnicos, como por ejemplo los alemanes del Mar Negro.

El Nazismo

Un amplio sector de la colectividad alemana en la Argentina apoyó a Hitler. Este sector estuvo representado «especialmente por las empresas germanas de los monopolios Krupp y Thyssen. El partido Nazi, sección Argentina, tuvo aproximadamente 70 000 afiliados cotizantes».,[92]​ Durante las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón (1946-1955) entraron clandestinamente a la Argentina varios jerarcas nazis como Adolf Eichmann, Joseph Mengele y Erich Priebke, todos ellos con documentos falsos.[93]​ En el mismo período ingresaron a la Argentina gran cantidad de alemanes (y no alemanes) judíos.[94][95]

La gran masa de alemanes que emigró a la Argentina entre 1930-1950 se radicó en lugares relativamente apartados, como en la Provincia de Córdoba (una fuerte comunidad en Villa General Belgrano donde se instalaron 117 familias de origen alemán, siendo Villa General Belgrano la principal y mayor colonia alemana en todo el país, La Cumbrecita y aledaños), la Provincia de Río Negro (con una importante radicación en la zona de Bariloche), Villa Traful en la Provincia del Neuquén, Villa Gesell en la zona atlántica de la Provincia de Buenos Aires, y otras zonas apacibles del país.

La población argentina descendiente de alemanes oscila entre 1,85 y 2,65 millones de habitantes, de acuerdo al cruzamiento de datos de diferentes fuentes.

Los inmigrantes alemanes crearon asociaciones como el Club Alemán de Buenos Aires (Deutscher Klub) fundado en 1858; el Hospital Alemán fundado en 1867; el periódico Deutsche La Plata Zeitung, fundado en 1874 por los Tjarks, con una postura conservadora y simpatizante al Nacionalsocialismo; el diario Argentinisches Tageblatt, fundado en 1874 y que mantuvo una posición liberal contraria al nazismo; la Asociación Vorwärts, que reunía a alemanes socialistas, comunistas y sectores progresistas, la Escuela Juan Enrique Pestalozzi, Hölters Schule, fundado en 1931, la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester, la Asociación Argentina de los Descendientes de los Alemanes del Volga fundada en 1976, etc. En la actualidad funcionan en Argentina 21 instituciones de origen germano. Argentina es el tercer país del mundo en cantidad de descendientes de alemanes, después de Estados Unidos, y Brasil.[cita requerida]

Las provincias de la Argentina por mayor cantidad de descendientes de alemanes son Córdoba (500 000), Provincia de Buenos Aires (425 000), Entre Ríos (350 000), Misiones (325 000) y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (300 000).[cita requerida]

Entre los inmigrantes alemanes ingresados después de 1928, y sobre todo a partir del nazismo, hubo también miles de judíos alemanes que escapaban de las políticas antisemitas implementadas durante aquel régimen. Sin embargo, muchos de ellos ingresaron ilegalmente,[96]​ pues en la Argentina, a partir de 1928,[97]​ y sobre todo a partir de una circular secreta firmada por el canciller radical antipersonalista José María Cantilo en 1938 (presidencia de Roberto M. Ortiz), se ordenó «a cónsules argentinos en Europa negar visados a 'indeseables o expulsados', en alusión a ciudadanos judíos de ese continente».[96]

Los austriacos que vinieron a la Argentina lo hicieron durante las dos grandes olas migratorias, es decir, alrededor de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Los lugares de asentamiento por excelencia fueron Buenos Aires, Córdoba, Misiones y en el sur del país, ciudades como Bariloche, San Martín de los Andes, etc. La cantidad nunca ha sido relevada exactamente y existen mayormente estimaciones. A principios de los años treinta vivían en Argentina aproximadamente 240 000 personas de lengua alemana de las cuales 45 000 residían en Buenos Aires, y siendo unos 9000 de ascendencia austríaca. Estas cifras son similares a las que registra la Embajada de Austria en la actualidad, aproximadamente unos 7000 ciudadanos de ascendencia austriaca en Buenos Aires, considerando la probabilidad de que sea mayor. Ya a mediados del siglo XIX se había establecido en el barrio de Belgrano una colonia de habla alemana. Los austríacos y los suizos residentes en Buenos Aires, se integraron a esta colonia por la afinidad idiomática y cultural en general. El barrio resultaba de gran atractivo para los nuevos inmigrantes puesto que ya disponía de infraestructura adecuada, como Iglesia, cafés y panaderías de familias alemanas que habían surgido gracias a la colonia anterior.[98]​ Es Argentina, etnográficamente, el país latinoamericano con mayor cantidad de inmigrantes y descendientes de inmigrantes austríacos (en el segundo lugar se ubica Brasil y en el tercero Uruguay), la principal comunidad austríaca se encuentra en la provincia de Córdoba, que es la provincia con mayor población de descendientes inmigrantes tanto alemanes como austríacos en el país.

Entre las instituciones de Austria en el país se encuentran: la Asociación Argentino-Austríaca[99]​(integrante del Club Europeo), el Club Austria de San Isidro,[100]​ la Sociedad Austríaca de Beneficencia,[101]​ la Cámara de Comercio Argentino-Austríaca,[102]​ La Casa de Austria en Rosario[103]​ y Asociación Argentino Austríaca de Bariloche.

Algunas de sus zonas de instalación a lo largo del siglo pasado fueron Villa General Belgrano(Córdoba), Colonia Tirolesa(Córdoba), Chaco (en Resistencia y Quitilipi), San Benito (Entre Ríos), Avellaneda (Santa Fe), Villa Regina(Río Negro), Colonia Formosa(Formosa) y en Eldorado(Misiones). Inmigraron al país los austríacos Guillermo Graetzer, Eugenio Bachmann, Max Glucksmann, Enrique Raab, Marie Langer, Erich Gotlieb Eliskases, los arquitectos Walter Loos y Mabuel Turner y los artistas Gertrudis Chale, Otto Durá, Georg Miciu Nicolaevici(también de ascendencia moldava/rumana), Hedy Crilla, Myriam Stefford y Carlos Kleiber. Algunos argentinoaustríacos son Eduardo Ladislao Holmberg, Aldo Duscher y Nicole Neumann.

Los primeros inmigrantes estonios comenzaron a llegar en 1920. Se nucleaban en el Centro Cultural Estonio, que poseía una valiosa biblioteca. Realizaban actividades culturales y sociales, a la vez que actuaban en coordinación con la Conferencia de Países Bálticos, que editan en castellano la «Revista Báltica». Las actividades religiosas se desarrollan en la Congregación Evangélica Estona, que posee una hermosa iglesia propia. En el Mundo Libre se nuclean en el Consejo Mundial Estonio y son miembros del ABN y otras organizaciones anticomunistas.

Los letones llegaron en los años 1920-25 y 1945-50. Se agrupan en la Asociación Letona en la Argentina y en la Congregación «La Resurrección». Son miembros activos de la Federación Mundial de Letones Libres, del ABN y participan en la edición del «Noticiero Báltico», publicado por la publicado por la Conferencia de Países Bálticos en la Argentina, desde cuyas filas mantienen en el exilio el amor por la libertad que les es característica.

Los lituanos llegaron mayoritariamente después de la Primera Guerra Mundial. Se estima que entre 1925 y 1930, arribaron unos 35 000 lituanos.Se radicaron sobre todo en el sur del Gran Buenos Aires (Avellaneda, Lanús), Berisso y Rosario. Algunas familias de la Provincia de Santiago del Estero también tienen estos orígenes.[104]

La inmigración británica en la Argentina ha tenido un impacto particularmente destacado en la cultura de la población organizando una sólida comunidad. El primer aflujo importante documentable se debió a las llamadas Invasiones Inglesas (1806 a 1807). Tras ser derrotadas las tropas del Reino Unido de Gran Bretaña, muchos de los prisioneros se radicaron en el territorio argentino, unos lo hicieron voluntariamente por lo general casándose con jóvenes criollas, otros inicialmente fueron llevados prisioneros (por ejemplo, a Río Seco en el norte de Córdoba o a la ciudad de Tucumán) en donde luego decidieron afincarse. Hacia 1825 en tiempos de Bernardino Rivadavia hubo una primera pequeña inmigración organizada de británicos que se establecieron, entonces, en «las afueras» de la ciudad de Buenos Aires. Entre 1857 y 1940 ingresaron al país 75 000 británicos, que representan el 1,1 % del total de inmigrantes (ver cuadro abajo). Muchos de ellos fueron ejecutivos de empresas, terratenientes o comerciantes relacionados con la gran afluencia de inversiones británicas a partir de la segunda mitad del siglo XIX. En 1893 el Consulado británico en Buenos Aires desaconsejaba emplear obreros británicos con la siguiente explicación:

La comunidad británica fundó sólidas instituciones, como el Hospital Británico, el periódico Buenos Aires Herald, prestigiosas escuelas bilingües y clubes como el Lawn Tennis Club, el Hurlingham Club, etc. Los inmigrantes británicos impactaron fuertemente en el gusto deportivo de los argentinos a través del desarrollo del fútbol, el polo, el hockey, el rugby, entre otros. Por su parte el inmigrante y educador británico William C. Morris, fundador de escuelas, tuvo una fuerte presencia en la educación argentina.

En la Patagonia la presencia de británicos de origen inglés hacia fines del siglo XIX ha sido interesante: los misioneros anglicanos como Thomas Bridges sentaron bases en Tierra del Fuego. Posteriormente a su actividad misional, sus descendientes obtuvieron estancias dedicadas a la cría de ganado ovino. Casi paralelamente a finales de los 1870s el entonces gobernador de Santa Cruz, Carlos María Moyano se casaba con la kelper Ethel Turner, la cual por su parte era sobrina del administrador colonial británico establecido en Malvinas; el matrimonio de Moyano con Ethel Turner facilitó la adquisición de grandes latifundios a súbditos británicos en Santa Cruz.

Se debe tener en cuenta que el término británico encubre el lugar de origen de estos inmigrantes que hasta mediados del siglo XX eran usualmente llamados «ingleses»; la mayoría de los británicos o «ingleses» eran irlandeses (los cuales por su aporte numérico y por la posterior independencia de la mayor parte de Irlanda merecen un párrafo aparte), seguidos numéricamente de escoceses y (en especial en Chubut a partir de 1865) de galeses; los ingleses propiamente dichos parecen haber sido una minoría que ocupaba los primeros puestos de las empresas de capital británico (por ejemplo, en los ferrocarriles); un número exiguo aunque influyente culturalmente ha sido el de misioneros ingleses principalmente metodistas (como el citado W.C.Morris) y anglicanos; los anglicanos en efecto han operado con sus «misiones» durante el siglo XX sobre todo en la región chaqueña, motivo por el cual aún hoy ciertas comunidades de pueblos originarios en esa zona utilizan en ciertas ocasiones el idioma inglés.

Los checos también formaron parte de la Gran inmigración de principios del siglo XX. La mayor parte de los descendientes de checos en el país viven en las provincias de Chaco (notablemente en Roque Saenz Peña), Buenos Aires (La Plata, Ensenada y Berisso) y Mendoza.[106]

Se estima la cantidad de eslovacos en el país en alrededor de 40 000 personas (Fueron calculados en 25 000 hasta 2001). Los eslovacos que migraron hacia fuera de Europa durante el s. XX tuvieron como principales destinos a Estados Unidos y Argentina. Llegaron mayormente durante las dos guerras mundiales. Se radicaron en las provincias de Chaco, Santa Fe, Chubut (en Comodoro Rivadavia), Mendoza y en el Gran Buenos Aires, la ciudad de Buenos Aires, y otras zonas de la pcia., como en Berisso (donde el Club Argentino Eslovaco de Berisso participa cada año de la Fiesta Provincial del Inmigrante[107]​).[108][109]​ La actividad cultural en Buenos Aires se concentra en torno a la Asociación Cultural Eslovaca, fundada en 1926. Realiza actividades culturales y sociales, así como nuclear a jóvenes descendientes de eslovacos.

No es fácil determinar la cantidad de polacos que inmigraron a la Argentina. Hasta 1919 los mismos eran registrados como rusos, alemanes o austríacos. Con posterioridad a esa fecha, los polacos ocuparon el cuarto lugar entre las colectividades inmigrantes hasta 1945. Los inmigrantes polacos estuvieron divididos en tres grandes grupos: los polacos cristianos católicos (25 %), los rusinos cristianos ortodoxos (45-50 %) y los polacos judíos (25-30 %). Otro grupo étnico proveniente de Polonia fue el de los casubios o kashubos, provenientes del Golfo de Gdansk o Casubia.[110]​ En 2004, la embajada de Polonia en Argentina consideraba que la comunidad polaca era la tercera entre las colectividades de descendientes de inmigrantes, detrás de la italiana y la española, estimándola en unas 500 000 personas,[111]​ la mitad de estos están establecidos en la provincia de Misiones,[112]​ representando una cuarta parte de la población provincial; unos 140 000 viven en Buenos Aires.[113]

Los primeros polacos en arribar a territorio argentino eran soldados de Napoleón que lucharían luego por la independencia del país.[114]​ Durante el siglo XIX fueron contratados polacos por el gobierno argentino para realizar tareas de cartografía o para que se dedicaran a la enseñanza, la medicina, etnografía y geología.

La inmigración polaca organizada comenzó en 1897 y tuvo una influencia decisiva en el poblamiento de Misiones. Ese año inmigraron 14 familias polacas y ucranianas procedentes de la región de Galitzia. Arribaron al puerto de Buenos Aires y fueron enviados a Apóstoles (Misiones), una ex misión jesuítica abandonada desde 1770, donde se instalaron. Se trataba del primer proyecto de colonización agrícola efectivo, en tierra misionera, desde la expulsión de los jesuitas en tiempos de la colonia. En la zona es común referirse a los habitantes de Apóstoles, como «apostolacos». Con posterioridad llegaron grupos de colonos para radicarse en otras localidades de la zona: San José, Azara, Cerro Corá, Bonpland, Yerbal Viejo (hoy Oberá), Gobernador Roca y más tarde llegarán a fundar Colonia Wanda y Colonia Lanusse.

A principios del siglo XX, debido al descubrimiento del petróleo en Comodoro Rivadavia (provincia del Chubut) un grupo de polacos se instaló en la Patagonia para dedicarse a esa industria.

También desde comienzos del siglo XX, se estableció una importante comunidad polaca en Berisso, Gran Buenos Aires, centro de la industria de la carne en la Argentina. Allí, en 1913, se fundó la Sociedad Polaca de Berisso, que constituye hasta el presente un importante centro de la comunidad polaca.

Entre las dos guerras mundiales (1918-1939) inmigraron grandes cantidades de polacos, mayoritariamente campesinos, que se dispersaron por todo el país. En este período se fundaron varias asociaciones de polacos en ciudades del conurbano industrial de Buenos Aires, como Llavallol, San Justo, Valentín Alsina, San Martín, Quilmes, etc. En 1940 se creó la Unión de los Polacos en Argentina con sede en Buenos Aires.

Entre 1946 y 1950 se produjo una importante ola inmigratoria de polacos refugiados de guerra entre los que se encontraban 16 020 exsoldados polacos.[115]​ Fue el último gran grupo polaco en inmigrar a la Argentina.

Durante su segunda visita a la Argentina, el papa Juan Pablo II tuvo un encuentro con los polacos en el Luna Park, el día 10 de abril de 1987. La Ley Nacional 24.601 promulga al día 8 de junio de cada año como «Día del Colono Polaco»[116]

Desde la segunda mitad del siglo XIX, miles de bielorrusos o belarusos emigraron hacia las Américas (especialmente hacia Estados Unidos, Canadá y Argentina), Australia y especialmente dentro de Europa.[117][118]​ La colectividad de Berisso participa cada año en la Fiesta Provincial del Inmigrante; los bielorrusos de Chubut participan en la Fiesta de las Comunidades Extranjeras de Comodoro Rivadavia en la «Colectividad Estados Independientes ex-Soviéticos» (junto a descendientes rusos, ucranianos y lituanos),[119]​ los de Rosario(dentro de la Asociación Biblioteca Cultural Rusa Alejandro Pushkin, junto a descendientes rusos y ucranianos) en el Encuentro y Fiesta Nacional de Colectividades y algunos en la colectividad rusa de Oberá en la Fiesta Nacional del Inmigrante en Misiones. Algunos de sus clubes deportivos culturales y sociedades culturales (donde tratan de preservar la cultura eslava junto con descendientes de ucranios y rusos) son “Vissarion G. Belinski”, “Dnipro”(Llavallol), “Vladimir Maiakovski”(Bernal),[120]​ “Ostrovski”(Villa Caraza), “Vostok”(Berisso), “Aurora”(Mar del Plata), Centro de la Cultura Belarusa “Kastus Kalinouski”(Llavallol), “Maximo Gorki”(Valentín Alsina) e “Ivan Franco”.[121][122][123][124]

Diseminados por todo el territorio, la cantidad de bielorusos en Argentina se estimaba en unas 50.000 personas en 2001. La embajada de Venezuela en Bielorrusia incluye a Argentina entre los países donde residen mayor número de descendientes bielorrusos.[125]

Llegaron cerca de 250 000 personas rusas a Argentina el siglo pasado. La mayor parte de sus descendientes residen en la ciudad de Buenos Aires y Rosario (Santa Fe), el Gran Buenos Aires. La mayoría de los inmigrantes rusos llegaron entre 1880 y 1921. Una pequeña ola llegó al país en la década de 1990.

Las relaciones entre los dos países fueron establecidas desde el 22 de octubre de 1885. La Iglesia Ortodoxa de la Santísima Trinidad, construida en 1903, fue provista de cincuenta cajones con piezas artísticas y religiosas de gran valor por los entonces zares de Rusia Nicolás II y Alejandra Románova.[126]​ Ambos países tienen una embajada en la capital opuesta.

De todas las nacionalidades que forman la inmigración europea hacia la Argentina, la ucraniana es quizás la única que no figura en el Registro Nacional de Inmigración. Es que Ucrania obtuvo su independencia recién en la última década del siglo XX; por lo tanto, los ucranianos que emigraban en épocas anteriores de su país lo hacían provistos de pasaportes austro-húngaros, rusos o polacos, y su nacionalidad fue confundida con la ciudadanía que figuraba en los pasaportes.

La inmigración regular de ucranianos a la Argentina comienza en el siglo XIX, siendo Apóstoles, en la provincia de Misiones, el primer asentamiento ucraniano en el país, en 1897. La mayor parte de ellos provenía de las regiones sudoccidentales de Ucrania. Posteriormente, nuevas grupos de inmigrantes se radicaron en la Ciudad de Buenos Aires, en la Provincia de Buenos Aires en la ciudad de Berisso, la ciudad de Llavallol y el Partido de Lanús, en la Provincia de Misiones. Una gran cantidad también se asentaron en (Rosario, Santa fe) (Oberá, Aristóbulo del Valle, Dos de Mayo) y luego en el resto del país, principalmente en las provincias de Chaco, Corrientes, Formosa, Mendoza y Río Negro.

En 1997 se estimó la cantidad de inmigrantes y sus descendientes residentes en la Argentina en 305 000, establecidos principalmente en la ciudad y la provincia de Buenos Aires, así también como en las norteñas provincias de Misiones y Chaco.[127][128]​ Es el séptimo país del mundo con más descendientes de ucranianos.

Inmigrantes de etnia rusina se instalaron en Argentina desde principios del siglo XX, especialmente en el sur de la provincia de Misiones(especialmente en las colonias de Apóstoles[129]​ y Azara[130]​).[131][132][133]​ Otros descendientes de rutenos fuera de Europa se encuentran en Estados Unidos, Canadá, Australia y Brasil.[134][135][136][137]

La inmigración búlgara en Argentina comenzó de manera intensiva en la década de 1920 y tuvo un segundo período de auge entre 1937 y 1938. Llegaron sobre todo campesinos de las regiones septentrionales de Bulgaria. La mayoría de ellos se establecieron en la provincia del Chaco[138]​ (Saénz Peña y Las Breñas) y en las ciudades de Berisso (Buenos Aires) y Comodoro Rivadavia (Chubut).

Se distinguen tres corrientes migratorias del pueblo croata hacia la Argentina. El primer período abarca desde 1870 hasta 1914. En estos años los croatas emigraban principalmente de la costa dálmata, preponderantemente desde la franja que componen Split, Boka Kotorska —en el sur de Dalmacia— y sus respectivas islas —en especial Brač y Hvar—. Su principal motivación en el momento de emigrar fue económica. Se distribuyeron en la ciudad de Buenos Aires, sobre todo en La Boca y Avellaneda también zonas agropecuarias de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe (Rosario principalmente), Córdoba, Chaco, Formosa y también una importante cantidad en la Patagonia y Cuyo.

El segundo período corre de 1918 a 1935. Luego de la Primera Guerra Mundial, la pobreza empujó nuevamente a los croatas a emigrar. Dalmacia siguió siendo la región con más emigrantes, aunque se le sumaron importantes contingentes de Istria y Herzegovina. Esta migración se distribuyó geográficamente por todo el país, tanto en las zonas agropecuarias como en los grandes centros urbanos.

La tercera corriente fue el resultado del fin de la Segunda Guerra Mundial. Emigrados políticos contrarios al régimen de Tito y la supremacía serbia fueron llegando hasta mediados de los años 60. Además, liderados por el presidente Ante Pavelic, los llamados Ustashas encontraron refugio en la Argentina de la posguerra mundial tras haber asesinado a un millón de personas entre 1941 y 1945.[139]​ De todas las regiones croatas y de todas las clases sociales, se afincaron principalmente en los grandes centros urbanos, siendo escaso el establecimiento en zonas rurales.[140]

De acuerdo con Jernej Zupančič de la Academia Eslovena de Ciencias y Artes, el número de eslovenos y sus descendientes en Argentina asciende a 30 000.[141]​ Se asentaron sobre todo en Entre Ríos, Vicente López y San Martín (en la provincia de Buenos Aires), la ciudad de Buenos Aires y la ciudad de Córdoba.

Muchos macedonios de Argentina son descendientes de los pečalbari (trabajadores estacionales), quienes llegaron a la Argentina en los principios del siglo XX. Muchos de ellos decidieron permanecer en Argentina asentándose en colonias macedonias en La Pampa y otras regiones. La mayoría de ellos se encuentran en la ciudad de Buenos Aires, La Pampa y Córdoba. Se estima que viven en la Argentina cerca de 30 000 macedoargentinos,[142]​ que significaría la segunda comunidad de macedonios más grande en América Latina luego de Brasil (estimados en la cifra de 45.000 personas).

Los montenegrinos constituyen una minoría étnica en Argentina. Durante los comienzos del siglo XX, los primeros montenegrinos comenzaron a emigrar al país desde el entonces Reino de Montenegro. Actualmente existen cerca de 50 000 desdencientes de montenegrinos en la Argentina. Luego de los polacos (450 000), los croatas (440 000), los ucranianos (300 000) y los rusos (250 000) y antes que los búlgaros (40 000), los eslovenos (30 000) y los macedonios (30 000), son una de las comunidades eslavas más numerosas de Argentina. La mayoría de ellos se localiza en la provincia de Chaco, mientras que otros viven en la ciudad de Buenos Aires, Tandil, Venado Tuerto y General Madariaga, un pueblo de cerca de 5000 habitantes, limítrofe con el partido costero de Pinamar.

A su vez, descendientes de montenegrinos establecieron la colonia La Montenegrina, la mayor colonia montenegrina en América del Sur. El partido de General Madariaga es un sitio especialmente importante para los montenegrinos de Argentina, dado que muchos de ellos han logrado un remarcable desarrollo allí a través de la actividad ganadera. Asimismo, la organización montenegrinoargentina Sociedad Yugoslava Njegoš (previamente llamada Sociedad Montenegrina y Sociedad Montenegrino-Yugoslava de Ayuda Mutua antes de la Segunda Guerra Mundial) provee ayuda mutua dentro del pueblo.

Según una estimación del gobierno serbio de 2010, había unos 5000 serbios en territorio argentino.[143]​ Sin embargo, hay alrededor de 30 000 personas de origen serbio viviendo en Argentina. En su mayoría son originarios de los territorios de la actual Montenegro y Croacia (Dalmacia), y, en menor medida, de Serbia y Bosnia y Herzegovina. Viven en varias regiones del país, pero sobre todo en las provincias de Chaco, Buenos Aires y Santa Fe.[144]

Menos importante en cuanto a su volumen frente a la inmigración española o italiana, la inmigración francesa constituyó, sin embargo, un aporte fundamental por el papel económico desempeñado. Los franceses que arribaron al país se distinguían en relación a otras corrientes migratorias por disponer a menudo de calificación profesional, cierto grado de instrucción y a veces capital. No sorprende entonces hallarlos entre los propulsores de iniciativas que contribuyeron enormemente con el proceso de modernización de la Argentina.

En el período de mayor inmigración —entre 1857 y 1920— llegaron 220 000 franceses a la Argentina, de los cuales retornaron 120 000. La mayor cantidad de arribos se verificaron en el segundo quinquenio de la década de 1880. Para entonces los franceses constituían el 10 % del total de inmigrantes, el tercer contingente detrás de italianos y españoles. En 1901 había 94 000 franceses en el país, cantidad solo superada mundialmente por los 104 000 que habían emigrado a los Estados Unidos. En 1912, sobre 138 000 franceses en América del Sur, 100 000 se encontraban en la Argentina.[145]

Las razones que explican este fenómeno son las mismas que se aplican a otros contingentes migratorios europeos que también afrontaron el duro desafío de mejorar sus destinos lejos de su tierra natal. La deliberada política migratoria del país, los comparativamente mejores salarios ofrecidos en un país poco poblado como la Argentina y ciertas posibilidades de acceso a la tierra hacían del Río de la Plata un destino particularmente atractivo para muchos franceses.

Generalmente salían por Burdeos hacia el puerto de Buenos Aires; muchos provenían de ciudades cercanas a París pero la mayor parte de las regiones rurales del sudoeste: el País Vasco francés (o sea el suroeste del departamento de los Bajos Pirineos que pasarían a llamarse luego Pirineos Atlánticos) y diversas provincias de cultura e idioma occitano: Bearne (que ocupa el resto de los Pirineos Atlánticos) y Rouergue (región histórica hoy en su mayor parte incluida en el departamento de Aveyron) principalmente, pero también de diversas regiones gasconas como Bigorra, Burdeos, Comenge (la ciudad argentina de Villa Nougués se inspira del estilo de esta región) y Tolosa (ciudad establecida justo sobre el límite entre Gascuña y Languedoc). Unos cuanto apellidos y topónimos argentinos provienen del dialeto occitano de Gascuña y Bearne como por ejemplo: Artigue/Lartigue/Lartigau, Borde/Laborde/Bordenave, Belloc/Bellocq (‘bello lugar’), Biraben (‘viento que gira’), Castex/Castet (‘castillo’), Casenave, Cazau/Cazeau/Casau, Ducasse/Cassou/Casú (de casse: ‘el roble’), Dufau/Fau, Faure, Loustau (‘el ostal’, es decir, ‘la casa’)/Losteau, Lanús, Laclau (‘la llave’), Lacase (‘la casa’), Labat (‘la abadía’), Larriu, Monge, Noguès (‘el nogal’), Maurel.

Los inmigrantes franceses tendieron a instalarse en barrios de la ciudad de Buenos Aires como el Socorro, cerca de la plaza San Martín, el puerto y las estaciones, donde existían cafés, hoteles y restaurantes que los empleaban como cocineros y mucamos. En los prostíbulos creció la fama de las mujeres francesas, mientras que otras se empleaban de vendedoras, modistas o institutrices en familias de clase alta. Las planchadoras francesas eran muy requeridas, en especial en la zona cercana a los teatros.[145]​ Fuera de la ciudad de Buenos Aires, los franceses se diseminaron por diversas zonas, particularmente Tandil y Pigüé en la provincia de Buenos Aires, Esperanza y Rosario en la provincia de Santa Fe, San Rafael en el sur de Mendoza, zonas de la provincia de Tucumán (Villa Nougués da ejemplo de ello) y el entonces territorio del Chaco (actual provincia de Chaco). Otra zona que ha recibido una relativamente importante inmigración francesa y suizofrancesa ha sido el este de la provincia de Entre Ríos, por ejemplo, la ciudad de Concordia.

Los inmigrantes franceses aportaron características destacadas a la cultura argentina, especialmente en la reiniciación de la producción de yerba mate, la producción de vino, azúcar (Hileret).[146]Santiago de Liniers, uno de los grandes héroes de la historia argentina, era francés. Tres presidentes argentinos fueron hijos de franceses: Juan Martín de Pueyrredón —de origen bearnés— Pellegrini —con orígenes saboyardos— e Yrigoyen —con orígenes vascofranceses—; mientras que Alejandro Agustín Lanusse era bisnieto de un bearnés.[146]​ También fueron importantes instituciones solidarias de la comunidad francesa, como el Hospital Francés (el Hospital Francés de la Ciudad de Buenos Aires en 2013 ha sido redenominado como Hospital César Milstein), aún en actividad, y el grupo socialista Les Egaux, uno de los fundadores del movimiento obrero argentino. Inmigrantes franceses como Amadeo Jacques y Paul Groussac tuvieron un impacto directo sobre la educación y la cultura argentinas. Algunas ciudades argentinas, como la citada Pigüé, fueron originadas por colonias de inmigrantes franceses y generaron una cultura local argentino-francesa. Carlos Gardel era oriundo de Lenguadoc y de Provenza, el extremo oriental de Occitania, llegó el libertador Hipólito Bouchard quién propagó el diseño de la bandera argentina a América Central y capturó la enseña realista en el Combate de San Lorenzo.

Los primeros miembros del pueblo Rom (gitanos) comenzaron a emigrar a la Argentina hace más de 100 años. Se estima que viven alrededor de 300.000 integrantes que pertenecen a los siguientes grupos: Kalderash griegos, rumanos, ucranianos, búlgaros, moldavos y rusos, algunas familias Lovari y algunos Xoraxane Roma, Calé argentinos, españoles y los Boyash.[147]

En general como modo de preservar su cultura, los Rom tienen un alto rechazo al sistema educativo formal, aunque esto ha ido cambiando en los últimos tiempos.

Se dedican mayoritariamente a la reparación de la maquinaria hidráulica, metalurgia industrial, compra y venta de automóviles y maquinaria agrícola, venta minorista, etc., con muy buenos resultados económicos.

La mayoría de los Rom es de confesión evangélica.

Las crisis económicas de los últimos años han producido una importante migración de Rom hacia otros países, principalmente Estados Unidos, España y Francia.

La mayor parte de los inmigrantes húngaros llegaron entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Se establecieron sobre todo en la zona sur del Gran Buenos Aires, así como en Bariloche, Rosario y la provincia del Chaco.[148]

Las razones que llevaron a los irlandeses a emigrar de su patria hacia otros países se debió a que fueron, por siglos, empujados por la opresión inglesa, por la gran hambruna —consecuencia de la peste de la papa, que entre 1845 y 1850 diezmó a la población—, y la lucha por mantener su religión (el catolicismo) y sus costumbres.

Emigraron a la Argentina en el siglo XIX en especial entre 1830 y 1875. En 1889 arribó el SS City of Dresden, con alrededor de 2000 pasajeros irlandeses, quienes se asentaron al sur de la ciudad de Bahía Blanca. En este período llegaron en total unos 10 000 irlandeses y hoy sus descendientes suman unas 500.000 personas.[149]​ La inmigración irlandesa fue una gran colonizadora del campo de la provincia de Buenos Aires principalmente, para extenderse después a Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba. En el mes de marzo se preserva un legado cultural que se remonta a los celtas, más precisamente al festejo del día de su patrono, San Patricio. Aunque no se rinde culto al santo, el objetivo principal de estas celebraciones es el encuentro social en pubs irlandeses porteños. Del mismo modo, un nutrido grupo de familias descendientes de irlandeses de Bahía Blanca se reúnen en forma semanal para ofrecer a los vecinos de la ciudad la posibilidad de tomar un tradicional té con otras especialidades de la mesa irlandesa.[150]​ Argentina es el quinto país del mundo (después de Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Australia) con más descendientes de irlandeses.

Entre 1840 y 1900, alrededor de 70 000 a 80 000 luxemburgueses dejaron su tierra natal para buscar la felicidad en el extranjero. Sus destinos fueron los Estados Unidos, Canadá, Brasil, Guatemala y Argentina, pero también a Francia y Bélgica.[151]

Los primeros migrantes de Luxemburgo fueron colonos de Esperanza (Santa Fe) junto a familias belgas, francesas y suizas en el siglo XX.[152]​ Otros se establecieron en zonas de la provincia de Corrientes como Bella Vista y Goya junto a familias de origen francés, belga, alemán y neerlandés, migración que llega con la iniciativa privada de la «Colonizadora de Corrientes S.A» del Dr. Mariano I. Loza. En 1889 llegaron inmigrantes luxemburgueses a Benito Juárez, pcia de Buenos Aires, quienes fueron los primeros habitantes junto a vascos, italianos y españoles.[153]​ También hubo presencia en los partidos de Tres Arroyos y Necochea,[154]​ en Tucumán, Mendoza, Entre Ríos y Córdoba (entre otros destinos).[155]

La primera inmigración organizada desde los Países Bajos ocurre desde 1889, cuando llegaron inmigrantes agricultores y ganaderos procedentes de la zona de Frisia (muchos de los inmigrantes erróneamente llamados «holandeses» hablaban el frysk o frisón, o si no el dialecto neerlandés septentrional bastante diferente entonces del neerlandés). Una segunda inmigración tuvo lugar hacia 1924. La última, mucho más pequeña, llegó a principios de los años 1950. La mayoría de estos neerlandeses-frisones se estableció inicialmente en el sur de la provincia de Buenos Aires, especialmente en la zona de Tres Arroyos, Quequén, Necochea. Grupos mucho menores se establecieron en Mar del Plata, Bahía Blanca, Tartagal, Guaminí, Salliqueló, San Martín de los Andes y Comodoro Rivadavia; en esta última zona se encontraron con una población que también poseía linajes neerlandeses: los bóeres inmigrados al sur del territorio de la actual provincia de Chubut y norte de la Provincia de Santa Cruz tras la conclusión de la llamada Guerra de los bóeres (afrikáners) a inicios del siglo XX. En total, los neerlandeses provenientes directamente de los Países Bajos, hasta mediados de siglo XX, no superaron las 20.000 personas.

Los inmigrantes de los países nórdicos llegaron desde la segunda mitad del siglo XX y se establecieron en las provincias de Buenos Aires (al sur, mayormente los daneses), en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, en la ciudad de La Plata, en la provincia de Misiones (daneses en Eldorado y suecos, finlandeses, sueco-finlandeses y noruegos en centro y sur de la provincia —departamentos Candelaria, Leandro N. Alem, Oberá—), en Mendoza (en la colonia La Escandinava de General Alvear) y en Río Negro (principalmente los daneses en Dina Huapi).

Cada un período de dos años se realizan en Argentina las Jornadas Argentinas de Folkedans, donde los descendientes de nórdicos se juntan a celebrar su origen y comparten un espectáculo de danzas escandinavas. El evento 2013 se realizó en la ciudad de Oberá durante la semana de pascuas, donde estuvieron además colectividades escandinavas de Brasil.

La colectividad nórdica de Oberá participa cada año en la Fiesta Nacional del Inmigrante representanto a las cinco naciones del norte de Europa.[156]

Se calcula que entre 1857 y 1930 arribaron a la Argentina unos 18.000 daneses.[157]​ Se establecieron principalmente en la ciudad de Buenos Aires y en la zona sur de la provincia de Buenos Aires, en los partidos de Tres Arroyos, San Cayetano y Necochea. Muchos de ellos mantienen sus tradiciones en el campo, en pequeñas localidades rurales como Reta y Claromecó. También se estableció a principios del s. XX una pequeña comunidad danesa en Misiones.[158]

En cuanto a la religión, muchos de los descendientes de los primeros daneses aún hoy acuden a templos dinamarqueses como los que existen en Tandil, Necochea, Tres Arroyos y el barrio porteño de San Telmo (en la calle Carlos Calvo).[159]

La mayoría de los inmigrantes finlandeses llegaron a partir de 1906 y, previo paso por Buenos Aires, se establecieron sobre todo en la ciudad misionera de Oberá, donde los descendientes aún conservan algunas de sus tradiciones.[160]

Los pocos islandeses que llegaron a Latinoamérica se establecieron principalmente en el estado de Paraná (sur de Brasil) a principios del siglo XX (familias con los Sondahl y los Barddal o Bárðdal, pioneros en la zona) y solo algunas familias en Argentina (de apellidos como Magnusson, Johannesson y Gudmundsson) tienen esta ascendencia.[161]​ En el Instituto Sueco Argentino (Embajada de Suecia) suelen dictarse clases de idioma islandés, con profesores nativos, además de clases de idiomas como el sueco, noruego, finés y estonio, entre otros.

Un inmigrante islandés fue Bjorn Sveinn Bjornsson (1909-1998), hijo del Primer Presidente de Islandia (Sveinn Björnsson), que llegó al país en 1949 junto a su esposa la cantante lírica y arpista Nanna Egils (Egilsdóttir) Björnsson y su hija Brynhildur Björnsdóttir.

El pintor Sven Havsteen-Mikkelsen (1912-1999), nacido en Buenos Aires, hijo de un ingeniero noruego de ascendencia islandesa y feroesa, es uno de los descendientes de islandeses más reconocidos.[162]

En 2012, el grupo de islandeses músicos y técnicos que acompañaron a la cantante islandesa Björk en sus conciertos (realizados en el Centro Municipal de Exposiciones), tomaron clases de tango en Escuela La Vikinga (ubicada en el barrio de Congreso) con una profesora de danza de origen islandés radicada desde 2004 en el país.[163][164][165]



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